Fue durante el siglo pasado, en los años en que se desató la terrible hambruna en Irlanda. La población caía extenuada por las necesidades, la falta de alimentos y las enfermedades originadas por la desnutrición. Murieron de a cientos de miles. La siempre verde Erín se convirtió en un tenebroso cementerio.
Quien podía emigraba a América, tanto la del Norte como en la del Sur. Nuestro país recibió a aquella doliente carga humana con tierras feraces para que en ellas mejorara su suerte.
Allá, en Irlanda, algunos trataban de resistir conservando la heredad patriarcal, otros se dirigieron a Inglaterra, precisamente a Liverpool donde el trabajo portuari0 era agotador y mal pago, pero les permitía sobrevivir. Para allá marchó Eduardo Carroll, muchacho inquieto y preguntón. pronto se enteró del arribo de un barco proveniente de los EE.UU. con ayuda para los irlandeses que se morían de hambre.
Los compatriotas que habían logrado prosperidad desde hacía años, pues habían emigrado anteriormente, mandaban un solidario cargamento.
El muchacho se llenó de júbilo en vista de tan extraordinaria cantidad de vituallas, prosiguiendo con sus investigaciones. Pero una madrugada, cuando iba a comenzar con las tareas habituales, lleno de sorpresa comprobó que el barco, lejos de partir para el lugar de destino estaba siendo descargado para que la mercadería se quedara en Liverpool con la perspectiva de ser comercializada en Inglaterra.
Eduardo se indignó y de la indignación pasó a los hechos. Se dirigió a las autoridades portuarias haciendo el correspondiente reclamo. De allí al gobierno de Su Majestad Británica esperando ser escuchado.
Las autoridades portuarias lejos de darle una explicación, lo despidieron y las autoridades del Reino fueron más lejos aún; lo juzgaron, lo encontraron culpable de calumnias, desterrándolo a Malvinas.
Cinco largos años en las islas del fin del mundo le costaron como castigo a su actitud, desarraigado y solo, pensó en poner distancia en él y su infortunio.
En el primer barco que pasó para Australia se anotó como tripulante. Su destino se cumplió donde el mapa se termina.
Otros Carrol, de la misma sangre, llegaron a nuestras playas a fundar hogares, a trabajar la tierra y refinar ganados, a prosperar en empresas por los pagos de La Carlota.
Los descendientes suelen comentar con esa pintoresca y hasta divertida parsimonia que los caracteriza: "no hay comedido que salga bien", .... y menos en Inglaterra. |