Leyendas del Sur de Irlanda
La mujer foca |
Cuando la gente se reúne a contar viejas consejas,
tanto sea al amor del fuego como ante un vaso de cerveza en algún
concurrido pub, se reproduce la siempre contada historia de la mujer-foca.
Ésa que salía del cuero de unos de estos animales de negra piel y
satinado aspecto, de ojos oscuros y aterciopelados que miran
profundamente, tal vez haciendo recordar a lo hondo del mar que les da
vida. Aquella foca se distinguía de las otras por ser la más
ágil y graciosa. Así la encontró Thommie, el pescador, muchacho que
amaba la soledad de las costas donde soñaba aventuras y amores. La pasaba
recorriendo los riscos, las playas y los acantilados siempre en busca de
lo que las olas, caprichosamente abandonaban en la orilla: una vez un
viejo y carcomido timón, otras, algún madero finamente tallado o algún
cacharro o parte del velamen de algún hundido velero. Thommie, en ésas encontró, ya no la foca negra sino
a una mujer que salió perezosa del satinado cuero. Y como se apasionaba
por las cosas que la resaca abandonaba, también se enamoró de la mujer
emergida del cuero. La llevó a su casa, la presentó a su familia y
terminó casándose con ella. Al cuero lo guardó como recuerdo en una
viga del techo de la vivienda. La mujer era bella, de negros y relucientes cabellos que contrastaban con los rizos dorados y los ojos azules de la familia del muchacho: los Connelly. A pesar de las diferencias y de lo extraño de su
origen, los Connelly aceptaron a la mujer que había enamorado al primogénito
aunque sus extravagancias los tenían intrigados. La Selkie, que así llamaban a la muchacha, tanto -se
la pasaba chapoteando por horas entre los acantilados en lo más crudo del
invierno, como asoleándose por días en la playa, como trayendo peces que
cazaba con las manos, ajena por completo a las tareas de las demás
mujeres. Sin embargo Thommie y su Selkie eran felices.
Tuvieron varios niños, todos con el negro y brillante cabello de la madre
y los ojos celestes del padre. Los años hicieron aún más bella a la mujer y más
aventurero e inventor al joven. Con los maderos arrojados por el
mar construía muebles. El más hermoso: una cuna en forma de barca, donde
se criaron los hijos del matrimonio feliz. Un día, la mayor de las hijas de estos Connelly
encontró el cuero de la foca en el horcón del techo de la casa del
pescador y como era tan suave y lustrosa pensó que quedaría muy bien
como cobertor en su cama. Por supuesto que se la pidió a su madre. Al ver su viejo envoltorio, la Selkie se lo arrebató,
se cubrió con él y salió caminando hacia el mar. Nunca más regresó. Dice la gente de la costa, que cuando una Selkie
recupera su primitiva piel, ningún poder la detiene, ningún llamado
humano la hace volver. Es más fuerte el bramido del mar que las voces que
le ruegan desde la orilla. Sus ancestros la llaman y ni el amor de su
compañero ni el llanto de sus hijos la devuelve a los suyos. Por eso en las costas donde habitan desde hace
centurias, los Connelly nacen niños de cabellos negros como el azabache,
suaves y lustrosos. Son los genes de la Selkie. Por otra parte en aquella región nadie, nadie, mata
a las focas. Las gaviotas, que no son otra cosa que las almas de los pescadores tragados por el mar, vigilan para que nadie quebrante esta ley. |
por Susana
Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad
Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997
Ver, además:
Susana Dillon en Letras Uruguay
Leyendas varias en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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