Las primeras españolas en América |
Cuando los
hombres se empezaban a inquietar porque pronto zarparían para América,
las españolas tampoco se quedaban quietas. Corrían comentarios de lo
buenas que estaban las indias para todo servicio, que se paseaban
desnudas y que eran deliciosas. Con tales informaciones se olvidaron de
los riesgos que correrían en el mar, del ataque de piratas y de los
monstruos que albergaban las profundidades. Cuando ellos les ponían por
las narices los argumentos de que una sola mujer traía miles de
desgracias dentro del barco, ellas se encogían de hombros y armaban sus
equipajes. A otra tonta con ese cuento, respondían. |
Se les advertía
que tendrían que dormir con los cerdos, los caballos y las vacas, todo lo
que componía el abastecimiento como carnes disecadas, ajos, cebollas, pólvora,
comida para animales y dormir sobre las pajas, era cosa que no las
intimidaba, ni siquiera el recordarles que iban a tener que hacer sus
necesidades a la vista de los marineros y demás gentuza. Pero nadie se
quedaba en casa en trance de elegir. Con las manos en jarra y desafiantes,
les espetaban a los bravos: "Nos vamos también para América, sea
como sea" A lo que las más audaces agregaban con firmeza: "Dad
gracias a Dios que no dispuso que vosotros parierais, que si hubiereis de
hacerlo, el mundo estaría desierto". Al llegar a
estas playas constataron que era grande la empresa, pero se arremangaron y
como siempre ha ocurrido, les destaparon lo que ni se preocuparon de tener
oculto, de modo que no les fue tan fácil andarse en demasías con el
sexo. Ellas vinieron a mejorar su status, así que se los encaró a fundar
ciudades, a proyectar huertos y jardines y hacer la vida parecida a como
la llevaban en España. América se
abrió a los recién llegados como la aventura más azarosa que le estaba
ocurriendo al mundo conocido. Todo era acá
desmesurado, inmenso, aterrador en su misterio: los mares, los ríos, las
montañas, las llanuras que no tenían fin. Nada que ver
con lo visto y vivido en España sangrada por las guerras. El exceso de
población, los pocos, riquísimos y holgazanes, los muchos que mal comían
y vivían nada más que por seguir con su existencia mísera. Las tierras
que iban conociendo les excitaban la codicia por lo que se podía obtener
con un golpe de espada y someter por la cruz, -pero ¿cómo abordar la
aventura si ese nuevo mundo era tan peligroso corno tentador?- la gente
que podía regresar a España comentaba maravillas y las españolas querían
salir ya mismo de tantas hambrunas permanentes y medrar hasta salir con
bien de tantas andanzas y trabajos. Si bien los
hombres eran fantasiosos y arriesgados, ellas ansiaban lograr la gran
casona, el huerto, los jardines, la tierra labrantía, las haciendas, los
graneros amen de esclavizar indios para que los hicieran trabajar hasta la
extenuación. Pero todas, aún
lográndolo, soñaban con volver a su grandezas, que en esas eran
diplomadas. A las españolas
les debemos el haber conseguido, a menos en parte, el orden familiar, la
llegada de especies vegetales que lucieron los jardines y los huertos, los
cultivos que hicieron la gloria de las mesas con olor a España, el
remanso de las horas de descanso, en que la familia se reunía a recordar
canciones y teatro de lo dejado más allá de! mar. La mujer española
trajo su cultura, que no impuso por las armas, sino que llegó con sus
artes domésticas, su canto y su baile. Las primeras
españolas en América De la
sangrienta conquista quedan las referencias narradas por los cronistas traídos
al efecto, que si bien exageraron y acomodaron los hechos para halago y
conveniencia de sus jefes, nos han dejado espiar por los entretelones lo
verdaderamente ocurrido... allá, como entre los humos de la batalla se
puede interpretar la guerra. ¡Tanta destrucción y tanta sangre, tanto
impío cercenar cabezas, tanto desborde y abuso con las nativas, tanto
pillaje..., alguna vez se tendría que remansar! Harto el
emperador de tanta queja y denuncia, de tanta traición y abuso, de gente
que no tenía freno en el saqueo, ni cumplía con lo pactado con el
soberano, debía estudiar de qué modo pondría en orden a sus fieros
vasallos allende los mares. Caviló largos años, mesándose su roja barba
y acariciando su mentón sobresalido, siempre escuchando querellas y
denuncias, con sus glaucos ojos perdidos en el vacío, como queriendo ver,
a través del océano ésas sus tierras "donde no se ponía el
sol". Mandó entonces adelantados y gobernadores, más nada
atemperaba ni la codicia, ni la rapiña, ni la lujuria de sus encarnizados
súbditos.
Entonces, como no teniendo mejor remedio que mandar, les mandó a sus
mujeres. No solamente
fueron necesarias para la supervivencia y multiplicación de la clase
gobernante, sino que serían vehículo para la transmisión de la cultura
y de los valores que se querían afincar en él nuevo mundo. La mujer española
tuvo, pues, una enorme importancia tanto por su ausencia, en épocas del
descubrimiento como por su presencia, más tarde, en épocas de la
conquista y la colonización. En poblaciones ya pacificadas y estable, era necesaria la presencia
y la actuación de la mujer española, haciendo que los hombres
consolidaran su situación por medio del matrimonio, llevando pues
"vida maridable", ancla del hogar y fundamento de las familias. Allá en su
palacio, Carlos V seguía
acariciando su real mentón, pero esta vez sonreía. Entonces las
naos fueron frecuentadas por las alegres andaluzas, las sobrias
castellanas, las severas extremeñas..., mujeres de trabajo y orden,
algunas...; otras, las que nada tenían para perder pues, también se
hicieron a la aventura, como ellos, se hacían a la mar. Existen
documentos que ilustran admirablemente aquel nuevo recurso del monarca,
cuando mandó sosegarse a sus inmoderados súbditos. Un precioso
cargamento: veinte doncellas españolas para Guatemala. Pedro de
Alvarado, lugarteniente de Cortés y conquistador de Guatemala, hizo
varias veces la travesía del océano para promocionar sus ambiciones a la
vez que defenderse de las habladurías de sus rivales en la Corte. En una
carta que escribe al desembarcar en Puerto de Caballos (hoy Honduras)
dirigida al Ayuntamiento de Guatemala, destaca que viene casado con doña
Beatriz, tal como lo ordena su rey y que trae una excelente y codiciada
mercadería que piensa colocar, es decir, casar: nada menos que veinte
doncellas. Lástima que la tragedia se desataría pocos años después
cuando el volcán Agua acabara con la vida de "la Sin Ventura" y
la mayoría de sus damas de compañía, las mentadas doncellas. Dice un fragmento de la carta: Solamente
me queda decir cómo vengo casado con doña Beatriz que está muy buena,
trae veinte doncellas, muy gentiles mujeres, hijas de caballeros y de muy
buenos linajes, bien creo que es mercadería que no se quedará en la
tienda nada, pagándomela bien, que de otra manera excusada es hablar de
ello. Nuestro Señor guarde a sus magnificas personas como vuestras
mercedes deseáis. De Puerto de Caballos, a 4 de abril de 1539. El
adelantado Alvarado. Casi veinte años
más tarde, Isabel de Guevara, venida con don Pedro de Mendoza a fundar la
primitiva Buenos Aires, escribe también a su majestad imperial una carta
que prueba en forma irrefutable que la mujer española en América hizo
mucho más que parir criollos. ...Hemos
venido ciertas mujeres entre las cuales ha querido la ventura que yo lucre
una, y como la Armada llegase al puerto de Buenos Aires con mil quinientos
hombres, y les faltase el bastimento, fue tamaña la hambre que al cabo de
tres meses murieron los mil. Vinieron los hombres en tanta flaqueza que
todos los trabajos cargaban las pobres mujeres, así en lavarles las ropas
como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, hacer centinela,
rondar los fuegos, armar las ballestas, cuando algunas veces venían los
indios a dar guerra... dar alarma por el campo a voces, sargenteando y
poniendo en orden a los soldados, porque en este tiempo como las mujeres
nos sustentamos con poca comida, no habíamos caído en tanta flaqueza
como los hombres... La Maldonada, que vino también en esta expedición ya es parte de la leyenda del Río de la Plata, hasta el niño más pequeño sabe la deliciosa historia de aquella española, que abandonada por los suyos a su suerte, en medio de la pampa hostil, fue alimentada por un puma que le traía tiernas perdices para que no sucumbiera de hambre. Desde aquella ocurrencia del monarca, que cansado de lidiar con sus vasallos les envió a sus mujeres a ponerlos en cintura, ha corrido mucha agua bajo los puentes, muchas historias fueron maliciosamente ocultadas para opacar la gran epopeya femenina. |
Susana
Dillon
De "Cazando
historias" - Biografías inéditas de audaces mujeres del pasado
Diario Puntal - Córdoba - Argentina
27 de julio de 2008
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