La mujer, primer ser humano caído en la esclavitud, según lo demostraron los libros sagrados y la conducta masculina de todo los tiempos y de la mayoría de los pueblos que se prendieron de la presunta condena de los dioses que adjudicaron el pecado y la culpa. Después de 2000 años de batallar por liberarnos, de sufrir hogueras y persecusiones, las señoras hemos sido vilipendiadas, encerradas en lóbregos castillos, apretadas con cinturones de castidad mientras los terribles maridos marchaban a las guerras santas y las del lecho, mal decididas por santos misóginos que tronaron con aquello de "MUJER, PUERTA DEL INFIERNO" y rugieron indignados San Pablo, la siguieron San Ambrosio, San Agustín, y Santo Tomás y cuando los tonsurados predicaban desde el púlpito, el desierto o el Vaticano donde las relega al servicio doméstico.
Luego del período de la inquisición donde fueron a parar a las hogueras 8 millones de mujeres con el cargo de brujas y endemoniadas, nos ordenaron imperativamente los lugares que debíamos ocupar: "la mujer debe estar en la Iglesia, con los niños y en la cocina" toda transgresión fue llamada pecado. En España fueron todavía más lejos: "la mujer debe salir de su casa sólo tres veces en su vida: cuando la llevan a cristianar, cuando la llevan a casar y cuando la lleven a enterrar". Debía dar tantos hijos como para abastecer de sacerdotes a la Iglesia, de soldados a los ejércitos y brazos a los esclavos. Eso rigió desde la edad media hasta la caída del nazismo.
En nuestro país, la mujer recién pudo administrar sus bienes, entrando principios del siglo XX y más tarde le dieron patria potestad compartida con su cónyuge, porque quien paría los hijos, hasta allí no tuvo ese derecho. En los medios de comunicación podía salir su obituario o si era reina. Las demás, a estarse calladas.
Hasta muy entrado el siglo XIX, las artistas, las actrices, las escritoras eran consideradas las ovejas negras del rebaño. Las cantantes, bailarinas y comediantes, en muchos países, cuando morían no las enterraban en lugares benditos. Como los suicidas, judíos y de otros credos: en otra parte.
Ahora, las féminas, estamos como Dios, en todas partes. Suplimos al hombre. En los medios periodísticos, aparecimos dando recetas de cocina, hablando de los problemas de los chicos y en la beneficencia.
Un buen día, otra réproba del rebaño, Eva Perón, nos dio el voto.
Los medios, de allí para adelante descubrieron a las feministas que apuraron la ideología a fuerza de recibir palos y malos tratos.
En estos años de crisis, la mujer ahora luce su pechuga y sus esféricos glúteos, si no los tiene, se los fabrican exhibiéndolos mañana, tarde y noche para excitar a los varones remisos a tales encantos.
Es tal el frenesí de exhibir tales protuberancias que no quedamos allí.
Vienen, por añadidura las escenas eróticas y más recientemente las escenas pornográficas. La mujer ha vuelto a ser esclava sexual. La violencia que desata hace cometer al hombre toda clase de delitos. Los niños y niñas son las primeras víctimas y esta vez, las descerebradas de la pasarela serán las responsables. ¿Pero acaso tienen cerebro tales irresponsables de lo que causan con sus inclinaciones gatunas? No, como en la droga y los demás estupefacientes hay una convivencia entre el comercio infame y la política: hay que entretener a las ardientes muchedumbres, mientras se les mete la mano en el bolsillo.
Palabras de sexólogos, sociólogos y demás profesionales de la salud dan respuestas a esta verdadera orgía de exhibiciones porno-eróticas aderezadas con el escatológico comentario del chismerío, que en eso no escatiman gastar horas de energía. Allí las actitudes de estos gatos metidos a vedettes les desatan las hormonas a la población masculina, que de no tener una salida normal, se arrojan sobre los niños y niñas.
Es evidente que al menor ya no se lo protege, más bien se lo induce a probar tempranamente el sexo. En los medios, el cuerpo de la mujer es mostrado como para venderlo parte por parte, como pasa en la carnicería.
Ellos, los que saben de las miserias de los instintos humanos, admiten que tanto crimen, desenfreno y violaciones son provocados por las imágenes que constantemente y a toda hora son transmitidas por la televisión.
Mujeres: ¿y nosotras seguimos en silencio?
Una periodista cordobesa, al quejarse públicamente de este estado de cosas, me respondió: es que el culo y las lolas venden y la consigna actual es de fierro.
Padres y madres: ¿seguimos en silencio o nos declaramos insumisas? |