La mayor ceremonia religiosa, el Nguillatún
De "Huellas de Ranqueles"
Susana Dillon

«El nguillatún es la expresión suprema del sentimiento religioso entre los mapuches y estaba relacionado con el culto de los pillanes o almas de los antepasados».

Padre Ernesto W. De Moesbach

 

-¿Quiénes, nos preguntamos, fueron los primeros blancos que presenciaron una ceremonia religiosa de la importancia del nguillatun para poder admirarla y salir con vida para contarla?-. Admitamos que nunca, la gran familia mapuche fue proclive a aceptar extraños en sus ritos.

Tenemos que remontarnos a tres siglos atrás e investigar cómo hace tanto tiempo antes que nosotros, se introdujeron en las agrestes tierras pobladas por los indios más bravos que tuvo la América.

Recordemos, como homenaje a quienes los estudiaron, aún en sus ceremonias más secretas, a esta gente tan celosa de sus cultos como de sus creencias. Fueron misioneros cristianos que supieron de la propia boca de los indígenas, su modo de vivir, de honrar a su deidad, de orar, de morir y de resolver sus pleitos no sólo con los otros hombres sino con la propia Naturaleza.

Aquellos estudiosos eran de sólida formación religiosa y cultural. Verdaderos buceadores en el alma humana de estos aborígenes que se daban su tiempo para las cosas del espíritu, viviendo de acuerdo a sus dogmas religiosos.

A poco de entablar relaciones amistosas con los nativos, descubren una notable similitud con algunos puntos de las creencias cristianas. El único dios era una tétrada (cuatro personas en una) que reunía todo el poder de la trinidad cristiana, lo cual facilitó la evangelización por cuanto los frailes no tuvieron que derrumbar ídolos ni templos paganos.

Tampoco su dios Nguenechen tenía cuerpo, ni rostro y podía ser venerado en campos abiertos o bosques protegidos.

No sólo hubo jesuitas venidos de España, también llegaron de tierras de la antigua Germania como Bernardo de Havestadt, el protestante inglés Falkner, el bávaro José de Augusta, el alemán Ernesto W. De Moesbach y muchos otros misioneros. Ellos primero tuvieron que aprender el mapuche o mapudungu para poder adentrarse en la vida y las creencias de nuestros antiguos paisanos. Ellos, los religiosos contaron de vistas y oídas, las ceremonias mágico-religiosas con la complacencia de sus anfitriones ya que sin duda fueron capaces de captar su confianza. Decía el Padre Ernesto W. Moesbach: - «Mientras la mayoría de los cronistas les niega a los mapuches toda creencia religiosa, hay quien confiesa que la vida social de los araucanos del siglo XVI, es solamente una proyección de la vida religiosa»

La ceremonia de carácter anual es una rogativa en la que intervienen como sacerdotes los venerados ancianos, sabios reconocidos en la tribu llamados nguepin que convocan y presiden la fiesta a la que llegan paisanos de todos los rincones de la región para orar y honrar en común a Nguenechen, dios creador y dador de bienes. El ámbito donde se realiza la ceremonia es tierra consagrada a tal efecto: un campo donde quepan los participantes, sus caballos y sus vehículos...

El día anterior a la ceremonia han sido plantados los árboles sagrados: los tres palos de Voqui, Maqui y Laurel amarrados entre sí y sus ramas, con lo que se conforma el rehue o altar, lugar sacrifical donde se ofrece un animal que puede ser: una yegua, una llama, un cordero o una gallina. El sacerdote realiza el ritual consistente en juntar la sangre en un plato de madera que se mezcla con chicha para ser asperjada sobre los objetos a los que se supone consagrados.

Los caciques o loncos no actúan sino presiden la ceremonia ofrecida por los nguepin, mediadores entre la deidad y los participantes que de ese modo reconocen a su dios como dominador de la tierra, rey y pastor.

Durante la ceremonia se fuma la kutra o pipa, se queman hojas de tabaco y otras hierbas en nombre de los antepasados o de algún héroe famoso de la tribu. El resto de la sangre queda en el altar o rehue.

En aquellas celebraciones que pueden llegar a durar varios días se renuevan amistades y se crean otras nuevas. No falta oportunidad para realizar un banquete comunitario con el ritual -de la chicha y tampoco falta el baile realizado alrededor del rehue. Esto da oportunidad a que se ejercitaran en alocuciones de contenido amistoso con bienvenidas y despedidas. Son largas romanceadas que aún perduran donde se rinde culto a la amistad, la ayuda mutua y a los buenos augurios.

Los participantes, una vez cumplidos todos los pasos del ritual, se vuelven a sus lugares de origen con la satisfacción de haber festejado con sus parientes, haber hecho nuevas amistades y hasta concertar nuevas uniones amorosas.

Susana Dillon
De "Huellas de Ranqueles"
Imprenta Libertad - Río Cuarto - 2002

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