La mayor ceremonia religiosa, el Nguillatún |
«El nguillatún es la expresión suprema del sentimiento religioso
entre los mapuches y estaba relacionado con el culto de los pillanes o
almas de los antepasados». Padre Ernesto W. De Moesbach -¿Quiénes, nos preguntamos, fueron los
primeros blancos que presenciaron una ceremonia religiosa de la
importancia del nguillatun para
poder admirarla y salir con vida para contarla?-. Admitamos que nunca, la
gran familia mapuche fue proclive a aceptar extraños en sus ritos. Tenemos que remontarnos a tres siglos
atrás e investigar cómo hace tanto tiempo antes que nosotros, se
introdujeron en las agrestes tierras pobladas por los indios más bravos
que tuvo la América. Recordemos, como homenaje a quienes los
estudiaron, aún en sus ceremonias más secretas, a esta gente tan celosa
de sus cultos como de sus creencias. Fueron misioneros cristianos que
supieron de la propia boca de los indígenas, su modo de vivir, de honrar
a su deidad, de orar, de morir y de resolver sus pleitos no sólo con los
otros hombres sino con la propia Naturaleza. Aquellos estudiosos eran de sólida
formación religiosa y cultural. Verdaderos buceadores en el alma humana
de estos aborígenes que se daban su tiempo para las cosas del espíritu,
viviendo de acuerdo a sus dogmas religiosos. A poco de entablar relaciones amistosas
con los nativos, descubren una notable similitud con algunos puntos de las
creencias cristianas. El único dios era una tétrada (cuatro personas en
una) que reunía todo el poder de la trinidad cristiana, lo cual facilitó
la evangelización por cuanto los frailes no tuvieron que derrumbar ídolos
ni templos paganos. Tampoco su dios Nguenechen tenía cuerpo, ni rostro y podía ser venerado en campos abiertos o
bosques protegidos. No sólo hubo jesuitas venidos de España,
también llegaron de tierras de la antigua Germania como Bernardo de
Havestadt, el protestante inglés Falkner, el bávaro José de Augusta, el
alemán Ernesto W. De Moesbach y muchos otros misioneros. Ellos primero
tuvieron que aprender el mapuche o mapudungu
para poder adentrarse en la vida y las creencias de nuestros antiguos
paisanos. Ellos, los religiosos contaron de vistas y oídas, las
ceremonias mágico-religiosas con la complacencia de sus anfitriones ya
que sin duda fueron capaces de captar su confianza. Decía el Padre
Ernesto W. Moesbach: - «Mientras la mayoría de los cronistas les niega a
los mapuches toda creencia religiosa, hay quien confiesa que la vida
social de los araucanos del siglo XVI, es solamente una proyección de la vida religiosa» La ceremonia de carácter anual es una
rogativa en la que intervienen como sacerdotes los venerados ancianos,
sabios reconocidos en la tribu llamados nguepin que convocan y presiden la
fiesta a la que llegan paisanos de todos los rincones de la región para
orar y honrar en común a Nguenechen, dios creador y dador de bienes. El
ámbito donde se realiza la ceremonia es tierra consagrada a tal efecto:
un campo donde quepan los participantes, sus caballos y sus vehículos... El día anterior a la ceremonia han sido
plantados los árboles sagrados: los tres palos de Voqui, Maqui y
Laurel
amarrados entre sí y sus ramas, con lo que se conforma el rehue o altar,
lugar sacrifical donde se ofrece un animal que puede ser: una yegua, una
llama, un cordero o una gallina. El sacerdote realiza el ritual
consistente en juntar la sangre en un plato de madera que se mezcla con
chicha para ser asperjada sobre los objetos a los que se supone
consagrados. Los caciques o loncos no actúan sino
presiden la ceremonia ofrecida por los nguepin, mediadores entre la deidad
y los participantes que de ese modo reconocen a su dios como dominador de
la tierra, rey y pastor. Durante la ceremonia se fuma la kutra o
pipa, se queman hojas de tabaco y otras hierbas en nombre de los
antepasados o de algún héroe famoso de la tribu. El resto de la sangre
queda en el altar o rehue. En aquellas celebraciones que pueden
llegar a durar varios días se renuevan amistades y se crean otras nuevas.
No falta oportunidad para realizar un banquete comunitario con el ritual
-de la chicha y tampoco falta el baile realizado alrededor del rehue. Esto
da oportunidad a que se ejercitaran en alocuciones de contenido amistoso
con bienvenidas y despedidas. Son largas romanceadas que aún perduran
donde se rinde culto a la amistad, la ayuda mutua y a los buenos augurios. |
Susana
Dillon
De "Huellas de
Ranqueles"
Imprenta Libertad - Río Cuarto - 2002
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