La Maldonada |
"La otra heroína, la Maldonada que Ruy Díaz de Guzmán dice haber conocido, no inspiró tanta literatura como Lucía Miranda, seguramente por lo anticonvencional de su drama". Beatriz Seibel, De ninfas a capitanas Entre la gente que integró la expedición de don Pedro de Mendoza en 1535, llegaron a nuestras playas para fundar y poblar ciudades, entre otras, dos mujeres que tuvieron su breve referencia en las crónicas escritas por Ulrico Shmidell. Una, Isabel de Guevara, notable porque deja la famosa carta en que describe las miserias de lo acontecido en la rumbosa expedición y enviada a la princesa Juana desde Asunción, en 1556, cuando llegaron de la terrible aventura. Nada más que leer el fragmento: "Fue tamaña el hambre que al cabo de tres meses murieron mil. Vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban en las pobres mujeres, ansí como lavarles las ropas, como en curarles, hacerles comer lo poco que tenían, a limpiarles, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas, y cuando algunas veces los indios llegaban a dar guerra, hasta acometer a poner fuego a los versos y levantar a los soldados, los que estaban para ello, dar alarma por el campo a voces, sargenteando y poniendo orden a los soldados". En cuanto a la segunda, a la que se le apodó la Maldonada, se tienen referencias en 1612, en que Ruy Díaz de Guzmán escribe su aventura en un poema épico, La Argentina (que tal vez sea el porqué y el cómo se bautizó a nuestro suelo). Dice: "En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, faltándoles totalmente la ración, comían sapos, culebras y carnes podridas que se hallaban en los campos: de tal manera que los excrementos de los unos eran comidos por los otros, viniendo a tanto extremo de hambre que como en los tiempos de Tito o Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalem comieron carne humana, así sucedió en esta miserable gente, por los vivos que se sustentaban de los que morían, aún de los ahorcados por la justicia, sin dejarles más que los huesos... Finalmente, murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no pudiendo sobrellevar tan grande necesidad fue constreñida a salirse del real e irse con los indios para poder sustentarse." Ese acto de renuncia a permanecer fiel a los dictados del jefe de la expedición, la coloca en situación de rebeldía, cosa que condenan sus compatriotas. Esto de emanciparse y cortarse sola buscando soluciones por su cuenta, no entraba ni en las costumbres ni en los cánones sociales y religiosos de aquellas épocas de sometimiento al patriarcado, a Dios y al rey. Por lo tanto, tampoco era digna de figurar en las crónicas sino como un baldón a su género y a su raza. Ergo, había que castigarla con todo el rigor de la ley. La atribulada y hambrienta mujer espera la llegada de la noche para huir. Conoce algo el monte y las riberas del río. Ya había recorrido esos lugares en busca de huevos o alguna perdiz, pero no hallando nada en la oscuridad, se refugia en una cueva del río. Allí también ha buscado refugio una puma en trance de parir. El animal se queja de dolores al no poder echar fuera sus cachorros. La mujer, apiadada se acerca a ayudarla y aquella, lejos de molestarse, acepta la presencia de la extraña. Tal circunstancia favorece la relación de ambas. Durante varios días la mujer quedará también en la cueva, en tanto la puma provee de caza a su ahora compañera. Así la descubren unos indios, que se la llevan a su toldería donde uno de ellos la toma por mujer. Vive allí varios días hasta que una partida de españoles la encuentra, devolviéndola a Buenos Aires. A pesar de los terribles problemas y miserias de los pobladores, tienen energías para juzgarla y condenarla con todos los rigores. Lo que consideran traición debe ser duramente castigado para que haya escarmiento. Se la ata a un árbol para que la despedacen las fieras, ya que hay referencia de que varios expedicionarios habían sido devorados por pumas y jaguares cuando salían de recorrida. Así atada, la Maldonada durante la noche espera la muerte. La espesura del monte se puebla de bramidos, pero la compañera puma se echa a los pies de la cautiva, defendiéndola de las otras fieras que la acosan. A los dos días vuelven los españoles al lugar encontrando a la puma a los pies de la mujer, lista para batirse en su defensa. El hecho insólito causa pasmo entre los soldados, que la desatan llevándosela de vuelta con ellos. El acontecimiento provoca este comentario: "Si una fiera le ha tenido piedad, ¿por qué no nosotros?" Este ejemplo de valentía y recursos para la supervivencia, en aquellos tiempos fue un gesto de independencia y autodeterminación que se consideraba una verdadera traición, según el pensamiento masculino. Sin embargo, la memoria colectiva la recuerda. Esa primera fundación tiene sus heroínas, que debieron ser varias, pues fueron más tarde llevadas a Asunción rescatándolas no sólo de un destino adverso, sino también del anonimato. |
Susana
Dillon
De "Las locas del camino"
Universidad Nacional de Córdoba, 2005
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