La guerra civil española
"Buen
día, Nostalgia"
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Aquella
guerra tan sangrienta y recordada, tuvo su punto de contacto en nuestra
ciudad, podríamos decir, tuvo honda repercusión en toda la América
Hispana, pero aquí en forma muy particular. Los españoles de antigua
cepa
y los inmigrantes luego, no sólo participaban en obtener y comentar las
noticias del frente, también se solidarizaron con los parientes,
amigos y compatriotas que allá quedaron luchando en ambos frentes.
En
nuestro medio, la mayoría de los simpatizantes estuvieron del lado de la
república. Su fervor hizo que se nuclearan asistiendo a reuniones,
conferencias, funciones de teatro y baile, mucho baile y cante jondo. No
sólo vinieron a refugiarse políticos perseguidos por el franquismo,
también llegaron artistas admirados hasta el delirio que anclaban por
temporadas en Córdoba y de allá para acá, donde nuestros admiradores
expresaban sus sentimientos.
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Habiendo
tantos españoles en nuestro medio, quisieron hacer un simulacro con apagón
y mucho ruido para, si por las dudas, la guerra se extendía, al menos
tendríamos algo de experiencia. A todos se les contagió el espíritu
guerrero queriendo estar a la altura de las circunstancias, pero
claro, sería más bien a la cordobesa.
Tanto
influyó el genio taurino y el duende bélico, que fervorosamente
recibieron a ilustres exiliados con el mayor de los respetos, proporcionándoles
refugio, ayuda material y profunda admiración. Muy cerca nuestro, en Alta
Gracia, residió en un dorado exilio el eximio compositor don Manuel
de Falla, el autor de la Danza del Fuego, el Sombrero de Tres Picos, El
amor brujo y tanta otra obra genial que compuso en nuestras sierras, hasta
su muerte. Tampoco se perdieron las obras teatrales de Margarita Xirgu,
gran dama de la escena, ni los faraones del cante andaluz, ni las
atrevidas canciones de Miguel de Molina. También tuvieron su público
fervoroso científicos, literatos, políticos y poetas de la talla de
Federico García
Lorca. Cuanto hispano anduviera por América
tocando castañuelas y denostando al fascismo estaba con los rojos.
Los
riocuartenses no quisieron ser menos y hasta se hicieron simulacros de
bombardeos y los consiguientes "apagones" por si nos metemos a
guapos y
Acá
el jaleo les dio cuanto tuvieron que buscar quienes se hicieran los
heridos y los muertos. Los niños bien no quisieron hacer esos papeles
porque se desmerecían, pero unos cordobeses albañiles se anotaron y
la pasaron bomba.
Historias
bien nuestras
Fue
por los años en que se desató en España la guerra civil. Los
intelectuales de Río Cuarto capitaneados por Don Juan Filloy, entre los
que se contaban el Dr. Martorelli, el Dr. Héctor Joaquín Bustamante, el
Dr. Lucero Kelly, el pintor Arregui Cano y demás figuras del entorno,
estaban con los republicanos. A ellos se unían comerciantes y no pocos
refugiados. Se leía a García Lorca y cuando vino Margarita Xirgu se llenó
el teatro de inflamada militancia.
Salvo
el hambre de noticias del frente y su posterior interpretación en los
bares y comedores, la cosa no pasó a mayores. Por la tarde, la
confitería de los Durisch se poblaba de público que se tomaba el
vermouth y hacía los comentarios, la juventud daba la vuelta del perro
por la plaza y siempre se atisbaban los posibles romances de la gente
del centro.
A
través de las mesitas se la veía pasar a la Srta. Adelaida profesora de
música del Normal, una agradable y magnífica ejecutante, muy querida
docente que con suma modestia traía locos a dos personajes del Imperio:
un poeta de mirada afiebrada y melena a lo Gustavo Adolfo Bécquer y el
boticario de la misma cuadra.
El
poeta, justo en la vereda, cuando la veía pasar a su musa, la esperaba
una flor y una esquela que le entregaba haciendo una reverencia,
Adelaida recibía el homenaje, se sonreía recatadamente y seguía con
las partituras bajo el brazo. El boticario, en tanto, parado en la puerta
de su farmacia se acomodaba los escasos pelos de la calva y mordía su
amargura
mientras se hundía en sus recetas magistrales.
Un
día apareció en el diario El Pueblo la noticia del compromiso
matrimonial del boticario y la dulce dama música.
Ese
día el angustiado poeta, más desmelenado que nunca, la abordó a
Adelaida por entre las mesitas de la confitería: -Ay! Adelaida, -exclamó
retorciéndose los negros y abundantes bucles, -Estos son pelos y no
frasquitos!-
¡La guerra es la guerra!
dijeron en el Imperio
En
España ardía la guerra, las noticias eran contradictorias y hasta hubo
voluntarios que partieron a luchar por los suyos. Aquí, todos se
sintieron tocados por los acontecimientos, pero estábamos viviendo
"la década infame".
No
queriendo nuestras autoridades estar ajenas a los sinsabores del
conflicto, se les ocurrió, nada más que por estar a tono, hacer
ejercicios de oscurecimiento y salvataje... por si el conflicto se
generalizaba.
Como
siempre, no estuvieron ausentes las damas locales que se ofrecieron para
representar el papel de enfermeras, para lo cual, como primera medida se
encargaron a las modistas los trajes de rigor. Las chicas paquetas del
Imperio no se querían perder el protagonismo. Ser enfermeras de la Cruz
Roja y socorrer a sus héroes, tal como en las películas.
Los
intelectuales, que se juntaban a descifrar las noticias contradictorias
de la radio se reunían en un comedor que, para estar también a tono,
tenía como plato del día "Bifes a la Miaja", en honor al
general de la leyenda, consistente en un suculento trozo de carne, colchón
de papas fritas y un buen par de huevos.
Llegada
la noche del apagón, hicieron falta muertos y heridos por la metralla,
como los señores organizadores tuvieron que estar en la dirección de las
operaciones y en la conducción de vehículos, casi no consiguieron las
víctimas del evento. Los vagos y desocupados de siempre se ofrecieron y
también fueron designados algunos negrazones de esos que siempre
andan a la pesca de novedades.
No
bien sonaron las 21 se produjo un apagón, los fabricados incendios, los
ruidos de metralla, el tintineo de las campanillas de los bomberos,
sirenas y estentóreo movimiento de vehículos, cascos de caballos
asustados y griterío de los presuntos heridos. Un verdadero pandemónium.
A
todo esto las noveles enfermeras ataviadas con sus capas y tocas llevaban
auxilio a tantos caídos en el combate.
Por
aquí y por allá los dolientes, tirados en los adoquines reclamaban el
consuelo de las bellas, en tanto las decididas y heroicas damiselas
restañaban heridas que sangraban
a
baldes.
Los
negrazones heridos, no bien sienten sobre sus sienes las suaves y
linajudas manos, reviven y milagrosamente se prenden de sus
salvadoras, las besuquean, las palpan, las pellizcan, las aprietan,
las...
Las
fervorosas y abnegadas enfermeras nunca han luchado con muertos tan
vivos ni tan recalentados. Gritan, piden gracia, algunos se desmayan.
Ante tal comportamiento, las tropas, que se han dado cita para controlar
el apagón quedan sin saber qué medida tomar para dirigir el simulacro.
Un cabo grita en medio del tumulto: -¡Los muertos se han desacatado! ¡Prendan
las lucesl ¡Apagón concluido!
Cuando
vuelve la luz, las enfermeras han perdido sus tocas, sus capas, el botiquín
y hasta algún calzón de fina lingerie. Los negrazones, muertos y
heridos se dispersan entre las pocas pero eficaces sombras imperiales.
Para ellos, el apagón fue un éxito de campanillas.
Este
simulacro de combate, como en la historia grande, no hubo vencedores ni
vencidos, pero más de cuatro se quedaron relamiente y contando el cuento.
Temor a los
temblores
Por
la década del '30 se sucedieron varios temblores. El epicentro era
Sampacho, lugar al que los comechingones llamaron Sampacha (tierra
movediza) y ya se sabe que la localidad fue arrasada por un terremoto
que aún se comenta.
Desde
las mesitas de la Confitería Durisch la gente tenía motivos de
comentarios, no sólo por el movimiento que despertaba curiosidades en la
vereda de enfrente en que estaba y siguen estando la policía, sino
porque la caballada que se guarecía en los establos, daba muestras de
inquietud
toda vez que la tierra se estremecía con alguna amenaza.
Era
frecuente que al menor indicio de temblor, los caballos, que perciben
estos fenómenos con mucha agudeza, cortaran en su espanto las riendas y
salieran a la estampida por el portón e irrumpieran localmente por las
calles del Imperio.
La
gente tomaba esta particular conducta de los equinos como alerta para
ponerse a salvo de cualquier sacudón.
A los ocasionales visitantes les llamaba poderosamente la atención el hecho de que en cada casa las luces centrales de los cuartos oscilaran, a veces en forma notoria y alarmante. |
Por
Susana Dillon
"Buen día,
Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)
2 de noviembre de 2008
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