La
comadreja que era vieja |
La
tía Maggie, mientras cocinaba, nos tenía de pinches de cocina, es decir
le ayudábamos en los trabajitos que por nuestra edad podíamos realizar:
buscar marlos o leña para las hornallas, pelar las infaltables papas y
choclos para el puchero, atizar el fuego, tener corridas a las moscas,
buscar las verduras de la quinta. En fin, algo así como "ganarse
el bocado de comida", como ella decía. Pero lo que
contrarrestaba tales obligaciones era la posibilidad de sugerir alguna
compota, dulce o panecillos que eran una delicia y se cocinaban entre
cuento y cuento. Éste nos gustó mucho: Hace
ya muchos años, vivía en el condado de Galway un pobre hombre llamado
Paddy O'Kelly que tuvo que vender su único borrico en la feria. Por
el camino, y siendo todavía de noche, lo sorprendió una tormenta. Con
la luz de los relámpagos vio una enorme casa, rodeada de una arboleda
espesa. Las ventanas apenas estaban iluminadas por un débil candil. La
puerta estaba abierta, así que entró esperando al dueño. Afuera dejó
al burro reparado del alero. Como había fuego en la chimenea, se sentó y
esperó a que alguien saliera. Ya se
iba a quedar dormido con el ruido monótono de la lluvia, cuando vio
venir hada la chimenea a una gran comadreja con algo amarillo y reluciente
en el hocico que dejó caer en una tetera de peltre que había sobre el
hogar. El animal fue y vino varias veces a pesar del mal tiempo, siempre trayendo aquello amarillo que O'Kelly pudo comprobar, eran guineas y ya había un buen montón en la tetera. |
Cuando
rayó el día y nadie apareció, la comadreja había suspendido sus
viajes. Tumbó la tetera y se embolsicó las guineas para salir muy
fresco, silbando bajito. Así
anduvo rumbo a la feria con el burro de tiro, cuando oyó que la comadreja
se le venía por detrás chillando tan fuerte como tres gaitas juntas. Se
adelantó el bicho, le hizo frente al caminante queriéndolo morder.
O'Kelly tenía un buen bastón, así que la tuvo a raya, sacudiéndole
fuerte cada vez que se le venía encima. Llegó a la feria y allí vendió
el burro. Con la venta y lo que encontró en la tetera se compró un
hermoso caballo. Montó en él y muy contento se volvió a su casa. —Negocio
rotundo -se dijo. Metió
el caballo en el establo y se fue a dormir cansado y satisfecho de los
acontecimientos del viaje. A
la mañana, cuando iba a darle de comer a su nuevo animal, vio salir del
establo a la comadreja toda ensangrentada. No sólo había muerto al
caballo, sino a la vaca y al ternero. —¡Siete
mil maldiciones caigan sobre este animal sanguinario! -gritó Paddy. Llamó
a su perro, un bravo animal que lo acompañaba, para que ultimara a la
comadreja, pero ésta viendo el peligro, se escurrió por un agujero de la
pared del establo y escapó veloz. Al
otro día estaba Paddy en sus tareas de ordenar el establo, cuando el
perro se metió en él hecho una furia y ladrando feroz. Allá fue el
hombre y encontró a una vieja acurrucada, con toda la ropa sucia de
sangre a la que el perro tiraba dentelladas bravamente. La vieja tenía un
repugnante olor a comadreja. —¡Paddy
O'Kelly, sácame a este perro infernal de la garganta! -gritaba la vieja
desgreñada. —¿Y
por qué me mataste el caballo, la vaca y el inocente ternero, vieja arpía?
-amenazó Paddy. —Porque
te llevaste mi oro, que ya hace más de 700 años b recojo por todas las
colinas y valles de Irlanda. Ese dinero es para que paguen misas por mi
descanso. Cuando joven cometí un horrible delito. Con esas misas
descansaría en paz y me liberaría de ser convertida en comadreja todas
las noches. Luego,
pensativamente, agregó: —¿Ves
aquel gran árbol que crece junto al camino? Allí, hacia el poniente, a
dos yardas, cava y encontrarás una olla con oro. Cuando la encuentres
paga las misas y asiste a ellas. Con
el resto te puedes quedar. Compra la casa del fondo del valle. Te la
darán barata porque tiene fantasmas -las palabras de la vieja dejaron a
O'Kelly sorprendido y admirado. Así
lo hizo, desenterró la olla, encontró las monedas de oro y con ellas
compró casa, vaca, ternero y caballos. Refaccionó lo que estaba
destruido y era nido de fantasmas, colocando luces en todas partes, buenas
lumbres y muchos pájaros. Pagó las misas y rezó. Los fantasmas huyeron porque son enemigos de la luz y de los trinos de las aves, tampoco estaban de acuerdo con los chicos de Paddy porque eran fatales jugando con las almohadas y las sábanas. De ese modo todos pudieron pasear y jugar por los jardines de la casa. Había árboles bellos y trinos en sus ramas. Redobló
la vigilancia por si a alguien se le ocurría importunarlo, con dos
poderosos mastines y trajo a vivir con él a sus parientes menos
afortunados. La
gente del valle nunca supo el origen de su bienandanza. Comenzó a decir
que andaba en tratos "con la
buena gente" o sea con los duendes. La tía Maggie reía
comentando: —Como
yo, que cuando no tengo ni pasas, ni frutas, ni dulces y se me da por
hacer panecillos de la nada... ¡ ¡y me salen riquísimos!! Y ahí, cuando menos lo esperábamos, nos tiraba un trapazo por la cabeza, reanudándose la algarabía, que había estado controlada mientras escuchábamos, bebiéndonos sus palabras. |
Susana
Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997
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