La adelantada Doña Mencia Calderón, un destino insólito |
La
Corona española no era proclive a mandar mujeres en esto de hacer viajes
de exploración o de conquista. Se suponía que no tendrían agallas para
guerrear, organizar y sargentear a aquella gentuza que se anotaba para
arriesgar el cuero en tales empresas. La
soldadesca y la marinería no "eran harina de hacer hostias"
precisamente. También había que tener dinero para sufragar la empresa,
que no todo era obligación de la Corona. El que tenía mucho dinero,
sufragaba lo que costaban las naves, las armas, la pólvora, buscaba y
contrataba marinos avezados, conseguía mapas, elegía hombres fogueados
en las guerras, compraba caballos. El rey celebraba un contrato quedándose
con un quinto de las riquezas a conseguir, dándole al emprendedor de la
aventura el título de adelantado, gran responsable de toda iniciativa.
Pero hubo una vez en que el adelantado murió repentinamente, teniendo su
mujer, Doña Mencia, que hacerse cargo de tamaña empresa, sin comerla ni
beberla. Veamos
cómo le fue a la única adelantada de la que se haya tenido memoria, una
mujer que no mezquinó esfuerzos para cumplir el trato que había firmado
su marido: llevar a Asunción las primeras mujeres españolas que levantarían
hogares y fundaran ciudades. Doña
Mencia Calderón La
historia aprendida en la niñez y la otra metida a la fuerza en los
severos manuales y textos superiores nos ha apabullado con la actuación
de aquellos adelantados que vinieron comandando importantes expediciones
para fundar ciudades y dirigir "entradas" buscando los tesoros
que suponían en poblados indígenas, en templos y tumbas de sus
perseguidos. Todavía tenemos frescas las nociones de las dos fundaciones
de Buenos Aires y de las ciudades del interior que nacieron de las
corrientes colonizadoras de Cuyo, del Tucumán y las despachadas desde
Asunción. Don Pedro de Mendoza, Don Juan de Garay, Alvar Núñez Cabeza
de Vaca, son los que ocupan importantes páginas, aún más, obras pictóricas
recuerdan la gesta en sitios donde se conmemoran grandilocuentemente los
hechos históricos, con el agregado de importantes y hasta monumentales estatuas
de los magníficos enviados de Su Majestad Imperial. Sin
embargo, la figura femenina en tales recordaciones está ausente. Ningún
rastro más que la rápida cita a la carta dirigida por Isabel de Guevara
a la princesa Juana o la anécdota de la Maldonada. Por eso el encontrar
disimuladamente, entre tanta gesta honrosa, el rastro de Doña Mencia
Calderón no sólo nos provoca gran interés sino indignación al haberse
silenciado durante tantos años su epopeya. Como
Alvar Núñez Cabeza de Vaca perdió su adelantazgo por intrigas y pleitos
con Irala, verdadero amo de Asunción y sutil político, marchó
prisionero a España, donde debía ser juzgado y, de acuerdo con las
capitulaciones, no tenía derecho a dejar sucesor. Al título lo postuló
entonces el extremeño Juan de Sanabria, pariente de Hernán Cortés. El
22 de julio de 1547 firma las capitulaciones por las cuales se compromete
a armar una expedición a sus propias expensas con 250 hombres de guerra,
cien familias para poblar y sobre todo mujeres solteras para
matrimoniarlas con asunceños, arrancándolos de una buena vez de ese
"Paraíso de Mahoma" en que habían convertido a Asunción y del
que mucho se habló a través de las denuncias hechas por Alvar Núñez,
cuando se defendió de las intrigas que le costaron el cargo y de los clérigos
que escandalizados por la conducta de los pobladores pretendieron
infructuosamente ordenar las vidas de aquellos españoles dados a la
procreación de mestizos como única ocupación. También
Sanabria debía traer artesanos, cinco embarcaciones mayores y material
para construir cuatro bergantines que servirían para la exploración
fluvial. La jurisdicción sería la misma de Don Pedro de Mendoza y Alvar
Núñez Cabeza de Vaca, comprendiendo el sur del Brasil y los aledaños
del Río de la Plata. Debía asimismo fundar dos ciudades, una al Norte de
Santa Catalina, hoy lugar de espléndidos balnearios, y otra en la margen
del Plata. Servirían de reparo y abastecimiento para los navíos que habrían
de seguir internándose en los grandes ríos rumbo al Norte. Pero Juan de
Sanabria muere antes de emprender el viaje, por lo tanto lo debe suceder
su hijo Diego, que no se da ninguna prisa por embarcarse ni cumplir con
las capitulaciones que firmó su padre, no obstante el capital invertido y
la gente contratada al efecto. Ante la irresolución
del muchacho, Doña Mencia, su madre, en abril de 1550 con sus hijas
mujeres, las doncellas casaderas, los capitanes Hernando de Trejo y
Hernando de Salazar (que luego tendrían notoria actuación), se hacen a
la mar a emprender el camino a las Indias. Al frente de la armada iba el
fundador de Asunción, Juan de Salazar, que había sido expulsado del
Plata por ser partidario de Alvar Núñez en aquellos famosos pleitos con
Irala. Don
Diego nunca llegó a hacerse cargo de su puesto, se hizo a la mar rumbo al
Sur, pero una desdichada navegación lo hizo perderse en el mar y fue a
dar al Caribe, de allí pasó a Panamá, de ahí al Perú y terminó en
negocios de minería en Potosí. Encontró lo que por fin tanto buscaban
los aventureros: el cerro de la plata, y poco le importó el engañoso río
que se decía condujera a ella, por más adelantazgos, fortuna invertida y
órdenes reales que hubiere de cumplir. A la vista y contacto de la
fortuna fácil, ¿quién se acordó de la palabra empeñada? Doña
Mencia y las mujeres que viajaban con ella, repartidas en tres naves que
salieron tres años antes que Don Diego, sufrieron penurias, huracanes,
tormentas y corsarios que seguían como buitres a los barcos españoles
atraídos por los ricos cargamentos que llevaban en sus bodegas. Tras
muchas vicisitudes llegaron a Santa Catalina. Los barcos, averiados por
tantas contiendas marítimas, no estaban en condiciones de subir por el
Paraná, entonces se despacha por tierra, rumbo a Asunción, a Cristóbal
de Saavedra para pedir ayuda al hijo que se suponía en esa ciudad. Tras
largo viaje Saavedra llega a su destino e Irala, hombre fuerte de Asunción,
despacha una expedición para socorrer a la adelantada, a quien suponían
en la boca del Plata. Pero
la valerosa mujer no había podido salir de Santa Catalina, sus barcos
naufragaron, así que en aquellas costas quedaron las mujeres, acompañadas
por los capitanes y lo que quedaba de tripulación y viajeros. ¿Qué
hacer: desesperarse, llorar, clamar a los cielos? Nada de eso, Doña
Mencia tenía la responsabilidad que le faltaba a su hijo, de modo que, si
se había firmado en las capitulaciones fundar ciudades, en eso se puso.
Con la ceremonia de rigor fundó San Francisco, pero no se percató de que
era sobre territorio brasileño. Thomé de Souza, funcionario portugués
enterado de tales hechos conviene en que desalojen la zona y trasladarla a
Asunción: sin embargo las retiene en aquellas costas durante catorce
meses y ya estamos en 1553. En
la travesía marina habían muerto varias mujeres víctimas de las
condiciones infrahumanas del viaje, las enfermedades y accidentes. El
resto decide huir del encierro en que las tiene Souza. Pero, ¿qué les
podía ya pasar a las intrépidas hijas de Eva que les fuera novedad? Así
que decidieron emprender el largo y dificultoso camino que las llevaría a
Asunción a través de ríos, selvas, costas desiertas, pantanos, indios
desconocidos y animales salvajes, penalidades que vencieron gracias al espíritu
batallador de la adelantada que se había fogueado en las anteriores
aventuras y que parecían nunca acabar. Otras, las más débiles, murieron
de hambre y de fatiga, pero al cabo de seis años las sobrevivientes
llegaron a destino. En esta epopeya el tan mentado sexo débil dio
ejemplos de valor, tenacidad y posibilidades de supervivencia que aún hoy
nos asombran y conmueven. ¿Cómo pudo este puñado de mujeres, con los
pocos trastos que salvaron del naufragio, sin medicamentos, con ropa
absurda para tales aventuras, donde se batallaba contra la naturaleza
hostil, contra la incomodidad de ropa ajustada y de abrigo, en zonas cálidas,
infestadas de insectos, mal calzadas y para remachar con el impedimento de
largas y pesadas faldas? Fueron seis años de constante sobrevivir y salir
de una calamidad para caer en la otra. En
marzo de 1556 divisaron por fin la ciudad tantas veces nombrada en la
desesperación, tan afanosamente buscada. Fueron recibidas en triunfo,
cuando ya las creían definitivamente tragadas por la selva: zaparrastrosas,
llenas de mataduras, hambreadas pero felices de haber terminado la
peregrinación. Las solteras llegadas a matrimoniarse con los ardorosos
asunceños más parecían una corte de espectros. La primera y única
adelantada que tuvimos dio muestras palpables de ser una eficaz y
responsable conductora, una matrona a quien no doblegaron los infortunios
ni las miserias. Para
éstas, la hija de Doña Mencia, Doña María de Sanabria, se había
casado en San Francisco con Don Hernando de Trejo y de esa unión y en la
tremenda peregrinación nació Hernando de Trejo y Sanabria, que con el
correr de los tiempos sería fray y luego obispo de Tucumán, ilustre
fundador de la Universidad de Córdoba. Al quedar viuda, como era muy
corriente, se volvió a casar con Don Martín Suárez de Toledo en Asunción
y nació de ellos otros varón notable, futuro caudillo y primer criollo
que tuviera destacada actuación y poder: Hernando Arias de Saavedra, el
legendario Hernandarias, que llevó como se usaba indistintamente el
apellido de su abuelo paterno. Como se puede apreciar la descendencia de
Doña Mencia llevaba el espíritu civilizador de la abuela, su indomable
coraje para sobrellevar cualquier empresa imprevisible, cualquier reto al
peligro. La
extraordinaria aventura de estas mujeres acaudilladas por esta dura
extremeña, que cumplía al pie de la letra lo que habían firmado los
varones de su familia, es un hecho real, histórico, de profundo y
aleccionador contenido humano, que rebasa lo ético y se convierte en épico.
Sin embargo y en honor a esa verdad que buscamos denodadamente para
hacerle justicia al personaje femenino
durante
la conquista, ¿alguna vez la vimos en las páginas de la historia? El
caso de Don Pedro de Mendoza, gentilhombre de la corte de Carlos V
en
su misión al Río de la Plata, fue un rotundo fracaso: jamás se nos dijo
tampoco que venía en busca del gayacán o "palo santo" que, según
los físicos de su época, le curaría una sífilis terminal, que acabó
con él cuando regresó a España; Don Juan de Garay, Alvar Núñez Cabeza
de Vaca, con distintas suertes, también hoy son reconocidos con
monumentos y textos... pero a doña Mencia ¿quién la conoce? La
epopeya de Doña Mencia y sus compañeras de aventuras, por años
caminando por tierras desconocidas para los hombres blancos y aparecer en
Asunción hechas fantasmas, cuando ya se habían perdido sus rastros y
emprender su misión de orden y trabajo, ha pasado inadvertida por los
cronistas oficiales. No resultó relevante, para ellos. Ellas fundaron hogares, tuvieron descendencia legítima, arremansaron la vida escandalosa de los hombres disfrutando del "Paraíso de Mahoma", enseñaron y practicaron las artes domésticas... y tal vez hayan sido para muchos una presencia molesta, ya que siendo de carácter firme, los habrán obligado a cambiar mañas por buen comportamiento. |
Susana
Dillon
De "Cazando
historias" - Biografías inéditas de audaces mujeres del pasado
Diario Puntal - Córdoba - Argentina
17 de agosto de 2008
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