"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Floro, el poeta errabundo
Por Susana Dillon

La ciudad ha albergado bajo su manto a personajes venidos del infinito, a almas atormentadas que pasaron mansamente por nuestras calles exhibiendo retazos doloridos de sus vidas. Tal vez jamás nos hubiera picado el deseo de ser imprudentes por qué recalaron en nuestras calles para mostrar su miseria y su tristeza.

 

Seres arrojados a las playas de su propio naufragio en un mundo desconocido y sin amigos, tampoco perros que les ladren.

 

Pero cada ser perdido en su propia niebla, cada haraposo manso y taciturno siempre encontró la mano tendida para alcanzarle, como lo hiciera San Martín de Tours, un trozo de su propia capa para cubrirlo del frío. Río Cuarto amparó su locura en rueda de otros poetas.

 

Cuando llegué a Río Cuarto en la década del 60, todavía en las reuniones de la Sociedad Argentina de Escritores se recordaban las andanzas de Floro, a veces mantenido por la caridad pública, a veces rescatado de ser arrollado por algún vehículo, a veces llevado al hospital para que no pereciera de hambre y necesidades.

Hubo tiempos en que en los salones del Gran Hotel se hacía una vaquita entre los viciosos de la pluma para comprarle ropa o víveres, de este modo le mejoraban el atuendo.

 

Los mismos contertulios, le fueron juntando los papeles para publicarle un volumen con los papeles que juntaba en los boliches que vendían las toallas en esos entonces en que gentil y caritativamente los comerciantes lo ayudaban. Lo querían porque era un ser con el drama pintado en su semblante. Su físico degradado por la miseria y el abandono, sin embargo, albergaba en su interior un tesoro de pensamientos sin congruencia que corrían hacia su pluma en forma incontrolable, delirante, volcánica.

 

Pasó por nuestras calles como si fuera un benévolo fantasma o bien, un alma en pena. Un ser que conmovió a los que lo vieron pasar, pero todos si no le tendieron la mano, al menos respetaron su tristeza de hombre bueno, víctima, también, de una muerte que no quiso dar.

 

-¿Fantasma o alma en pena?-

 

Fue por los tiempos en que don Juan Filloy era presidente de la SADE local en que murió uno de los componentes de la Comisión Directiva. Como se estilaba, fuimos al cementerio acompañando los restos de nuestro colega a darle el postrer adiós. Hubo todo aquello del largo acompañamiento, flores, lágrimas, discursos, abrazos emocionados y el comentario de aquellas palabras de Rilke: "No mandes a preguntar por quién doblan las campanas/ que están doblando por ti"

 

Don Juan, concluida la ceremonia, me tomó del brazo, casi escapando del lugar hasta la salida. La tarde era fría y neblinosa, los árboles viejos y sombríos añadían su figura triste al panorama. Entonces me dijo: -¿Conoce la tumba del Floro?-.' No se quién fue- le respondí, sin mayor entusiasmo.

 

Bueno, la llevo.- y con tranco largo me llevó ante un túmulo con una modesta lápida en que se leía: Abel Gutiérrez Conti. (Floro), el poeta errabundo y fechas.

 

Me explicó con la didáctica del maestro:

 

-Como lo querían tirar al osario, le compramos esta tumba entre sus amigos y partícipes de una común locura: ser poetas. Un tipo extraordinario. Una vida dramática. Con él perdimos la quintaesencia de la poesía atormentada.

 

Al regreso, en el taxi, me fue desgranando retazos de aquella vida en la que se había ensañado el infortunio.

 

Abel Gutiérrez Conti tuvo una inteligencia privilegiada que lo instaba a componer perfectos y trastornados sonetos mientras vagaba por las calles de la ciudad, indiferente a su drama.

 

¿Qué raro destino depositó en nuestras calles heladas y sacudidas por ventosos inviernos a aquel ser enajenado que llegó a Río Cuarto como un fantasma hamletiano? Para entonces Río Cuarto crecía no sólo en la pujanza de sus comercios y sus campos, sino en la cultura y en las artes, de modo que todo poeta era bien visto... pero este Floro superaba con su aspecto todo lo imaginado.

 

Dejó versos delirantes, escritos en papel de estraza, ese rústico envoltorio en que los bolicheros de antaño despachaban la yerba, el azúcar y todo lo que se vendía en los Ramos Generales y una tragedia para contar a media voz.

 

La gente repetía que había cometido una muerte en legítima defensa. Lo defendió una joya del foro y salió absuelto, pero no pudo sobrellevar el peso de su conciencia de hombre bueno y su razón se nubló.

 

Poseía una cultura exquisita cimentada en una familia de arraigo. Sus sonetos fueron una prueba irrefutable de lo que había atesorado aquella mente brillante y cultivada, aquel espíritu selecto, pero cuando la desgracia lo rozó, sus ideas se tornaron un caos.

 

Vivía sin rumbo ni paradero, sus amigos lo vestían cuando ya no atinaba a cuidar de su aspecto. Dormía donde lo sorprendía la noche: en el ferrocarril, en algún portón, debajo de algún árbol. Allí lo sorprendió la muerte. Murió de frío, en medio de una soledad sin perros. En las manos le encontraron un puñado de hojas de papel de estraza garabateado de un soneto acuñado en su locura mansa.

 

Recuerdo el veredicto de don Juan:

 

- "Toda ciudad que se respete tiene su poeta, su santo y su loqo".

 

- No caben dudas de que hay que avivar su recuerdo, es un trozo de la historia de la villa, una tierna y romántica evocación con que la gente de otros tiempos se pone sentimental.

 

He podido rescatar de viejos papeles este soneto como para que el lector abreve por su cuenta: 

                  El Payador

 

Payador de guitarra, qué estrambote

Parló un sicurso y simuló un talento.

Unas cifras que dijo el Monumento

El vate ibéro y trastornó a su dote.

 

Empírico que lo hizo un mazzacote

De muchas cualidades el lamento,

Del florido cuan bárbaro instrumento

La Víctima, el Altar y el sacerdote

 

Ninguno se cambió en sus Feudales:

Santos Vega y Ezeisa, Eco, Eco Varios.

Secaron sus torrentes y caudales

 

Del ancho Plata y se extinguió la Linfa,

El canto de zorzales y Bartarios

Virgen incauta y se adurmió la Ninfa

Convengamos que en la actualidad hay poetas que sin ser demente, cometen locuras semejantes. Una bazofia de ideas incongruentes, pero sin el beneficio de las rimas y los ritmos.

 

Otros tiempos, otras anécdotas

 

Negocios Turbios

 

Fue por los años en que Río Cuarto comenzó a crecer aceleradamente a instan­cias del ferrocarril. En los aledaños de la estación, no sólo se agruparon negocios, residencias y hoteles para satisfacer las demandas de servicios de los viajeros, también brotaron, como hongos, los que impulsaron actividades que aprovecharían aquella bonanza económica recostándose en ocupaciones non-sanctas y de dudosa legalidad.

 

Fondas, albergues y piringundines tenían su propia fauna: vagos, malvivientes, prostitutas, cafishos, punteros políticos pululaban buscando la forma de vivir del trabajo de los demás. El boulevard albergaba a todos, si bien la gente decente procuraba, en su actividad no mezclar este mosaico humano en bien de la reputación de su casa.

 

Lo que hoy es la nostálgica esquina que cruza la calle San Lorenzo, cuyo edificio en sus techos remata una cúpula muy parisina, fue lugar en otros tiempos de mucho jolgorio y darse gustos.

 

Cuando decayó el Hotel Mayo se instaló un restaurant donde solían ir a cenar muy cumplidos caballeros que mucho tenían que ver con lo más granado de la población. Sus reuniones eran para discutir el bien común y obrar en consecuencia. Atendía la barra del establecimiento su propietario, un gringo, que también ofrecía en las otras dependencias adyacentes otra cosa placentera, que no era precisamente la gastronomía. A tales actividades las regenteaba su mujer.

 

Por aquellos años en que todas las empresas florecían, llegó un señor bien puesto a la cena periódica de los benefactores y altruistas caballeros. Trajo la idea de instalar una fábrica de vidrio en la ciudad.

Entre plato y plato, los atentos comensales.

 

Historias con difuntos

 

Cuenta la gente de estos alrededores, como quien va para las sierras, que los Ferrero habían hecho plata a fuerza de castigar en cuerpo y endurecer el alma. Se amanecían sobre los surcos en las terribles madrugadas del invierno y se les cocinaba la espalda en las sofocantes siestas del verano. Siempre sacándole cosechas a su tierra. Siempre dejando para más adelante disfrutar de lo ganado. Eran gente dura y honesta, el espejo de los buenos chacareros, pero eso sí, brutos de padre y madre. En una de ésas y sin previo aviso se murió el hermano mayor. La repentina, como le decían entonces a los infartos. Mientras estaban velando a Vicente y llegaba la madrugada, los hermanos se reunieron a charlar como era su costumbre, a los gritos.

 

Cayó el tema de la cosecha, -¿Y vos ya vendiste?- preguntó el más chico a Matías, que era el segundo.

 

-Sí, ya vendí, pero con la baja del trigo hice mal negocio, me apuré para tener plata fresca y no deberle nada a nadie.

 

-¿Y a vos cómo te fue?- le preguntó a Manuel, que era el más alejado de la chacra.

 

- Y bueno, yo también me apuré y vendí barato por no dejar de emparvar y venir a preguntarles a ustedes, perdí el 50% a lo que está hoy.

 

El del medio, que había callado y estaba atento a la conversación apuntó al muerto: -Este sí que la pegó, tiene toda la cosecha por vender.-

 

De repente, y a pesar que era un quebracho, se murió la viejita de la chacra. Los hijos, sin experiencia, ni quien les diera una mano, improvisaron el velatorio. Después cayó la gente del vecindario a acompañar y rezar por la finadita, pero no había ni yerba, ni azúcar, ni café, ni hablar de bebida.

 

-Perdonen la pobreza, pero la muerte de la mama nos agarró sin provisiones. Ahora, cuando se muera el viejo ya vamos a estar preparados prometieron a las visitas.

Por Susana Dillon
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos

Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)

16 de noviembre de 2008

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