"Buen
día, Nostalgia" |
La ciudad ha albergado bajo su manto a personajes
venidos del infinito, a almas atormentadas que pasaron mansamente por
nuestras calles exhibiendo retazos doloridos de sus vidas. Tal vez jamás
nos hubiera picado el deseo de ser imprudentes por qué recalaron en
nuestras calles para mostrar su miseria y su tristeza. Seres arrojados a las playas de su propio naufragio
en un mundo desconocido y sin amigos, tampoco perros que les ladren. Pero cada ser perdido en su propia niebla, cada
haraposo manso y taciturno siempre encontró la mano tendida para
alcanzarle, como lo hiciera San Martín de Tours, un trozo de su propia
capa para cubrirlo del frío. Río Cuarto amparó su locura en rueda de
otros poetas. Cuando llegué a Río Cuarto en la década del 60, todavía en las reuniones de la Sociedad Argentina de Escritores se recordaban las andanzas de Floro, a veces mantenido por la caridad pública, a veces rescatado de ser arrollado por algún vehículo, a veces llevado al hospital para que no pereciera de hambre y necesidades. |
Hubo tiempos en que en los salones del Gran Hotel se
hacía una vaquita entre los viciosos de la pluma para comprarle ropa o víveres,
de este modo le mejoraban el atuendo. Los mismos contertulios, le fueron juntando los
papeles para publicarle un volumen con los papeles que juntaba en los
boliches que vendían las toallas en esos entonces en que gentil y
caritativamente los comerciantes lo ayudaban. Lo querían porque era un
ser con el drama pintado en su semblante. Su físico degradado por la
miseria y el abandono, sin embargo, albergaba en su interior un tesoro de
pensamientos sin congruencia que corrían hacia su pluma en forma
incontrolable, delirante, volcánica. Pasó por nuestras calles como si fuera un benévolo
fantasma o bien, un alma en pena. Un ser que conmovió a los que lo vieron
pasar, pero todos si no le tendieron la mano, al menos respetaron su
tristeza de hombre bueno, víctima, también, de una muerte que no quiso
dar. -¿Fantasma o alma en pena?- Fue por los tiempos en que don Juan Filloy era
presidente de la SADE local en que murió uno de los componentes de la
Comisión Directiva. Como se estilaba, fuimos al cementerio acompañando
los restos de nuestro colega a darle el postrer adiós. Hubo todo aquello
del largo acompañamiento, flores, lágrimas, discursos, abrazos
emocionados y el comentario de aquellas palabras de Rilke: "No mandes
a preguntar por quién doblan las campanas/ que están doblando por
ti" Don Juan, concluida la ceremonia, me tomó del brazo,
casi escapando del lugar hasta la salida. La tarde era fría y neblinosa,
los árboles viejos y sombríos añadían su figura triste al panorama.
Entonces me dijo: -¿Conoce la tumba del Floro?-.' No se quién fue- le
respondí, sin mayor entusiasmo. Bueno, la llevo.- y con tranco largo me llevó ante
un túmulo con una modesta lápida en que se leía: Abel Gutiérrez Conti.
(Floro), el poeta errabundo y fechas. Me explicó con la didáctica del maestro: -Como lo querían tirar al osario, le compramos esta
tumba entre sus amigos y partícipes de una común locura: ser poetas. Un
tipo extraordinario. Una vida dramática. Con él perdimos la
quintaesencia de la poesía atormentada. Al regreso, en el taxi, me fue desgranando retazos de
aquella vida en la que se había ensañado el infortunio. Abel Gutiérrez Conti tuvo una inteligencia
privilegiada que lo instaba a componer perfectos y trastornados sonetos
mientras vagaba por las calles de la ciudad, indiferente a su drama. ¿Qué raro destino depositó en nuestras calles
heladas y sacudidas por ventosos inviernos a aquel ser enajenado que llegó
a Río Cuarto como un fantasma hamletiano? Para entonces Río Cuarto crecía
no sólo en la pujanza de sus comercios y sus campos, sino en la cultura y
en las artes, de modo que todo poeta era bien visto... pero este Floro
superaba con su aspecto todo lo imaginado. Dejó versos delirantes, escritos en papel de
estraza, ese rústico envoltorio en que los bolicheros de antaño
despachaban la yerba, el azúcar y todo lo que se vendía en los Ramos
Generales y una tragedia para contar a media voz. La gente repetía que había cometido una muerte en
legítima defensa. Lo defendió una joya del foro y salió absuelto, pero
no pudo sobrellevar el peso de su conciencia de hombre bueno y su razón
se nubló. Poseía una cultura exquisita cimentada en una
familia de arraigo. Sus sonetos fueron una prueba irrefutable de lo que
había atesorado aquella mente brillante y cultivada, aquel espíritu
selecto, pero cuando la desgracia lo rozó, sus ideas se tornaron un caos. Vivía sin rumbo ni paradero, sus amigos lo vestían
cuando ya no atinaba a cuidar de su aspecto. Dormía donde lo sorprendía
la noche: en el ferrocarril, en algún portón, debajo de algún árbol.
Allí lo sorprendió la muerte. Murió de frío, en medio de una soledad
sin perros. En las manos le encontraron un puñado de hojas de papel de
estraza garabateado de un soneto acuñado en su locura mansa. Recuerdo el veredicto de don Juan: - "Toda ciudad que se respete tiene su poeta, su
santo y su loqo". - No caben dudas de que hay que avivar su recuerdo,
es un trozo de la historia de la villa, una tierna y romántica evocación
con que la gente de otros tiempos se pone sentimental. He podido rescatar de viejos papeles este soneto como
para que el lector abreve por su cuenta: |
El Payador Payador de guitarra, qué estrambote Parló un sicurso y simuló un talento. Unas cifras que dijo el Monumento El vate ibéro y trastornó a su dote. Empírico que lo hizo un mazzacote De muchas cualidades el lamento, Del florido cuan bárbaro instrumento La Víctima, el Altar y el sacerdote Ninguno se cambió en sus Feudales: Santos Vega y Ezeisa, Eco, Eco Varios. Secaron sus torrentes y caudales Del ancho Plata y se extinguió la Linfa, El canto de zorzales y Bartarios Virgen incauta y se adurmió la Ninfa |
Convengamos que en la actualidad hay poetas que sin
ser demente, cometen locuras semejantes. Una bazofia de ideas
incongruentes, pero sin el beneficio de las rimas y los ritmos. Otros tiempos, otras anécdotas Negocios Turbios Fue por los años en que Río Cuarto comenzó a
crecer aceleradamente a instancias del ferrocarril. En los aledaños de
la estación, no sólo se agruparon negocios, residencias y hoteles para
satisfacer las demandas de servicios de los viajeros, también brotaron,
como hongos, los que impulsaron actividades que aprovecharían aquella
bonanza económica recostándose en ocupaciones non-sanctas y de dudosa
legalidad. Fondas, albergues y piringundines tenían su propia
fauna: vagos, malvivientes, prostitutas, cafishos, punteros políticos
pululaban buscando la forma de vivir del trabajo de los demás. El
boulevard albergaba a todos, si bien la gente decente procuraba, en su
actividad no mezclar este mosaico humano en bien de la reputación de su
casa. Lo que hoy es la nostálgica esquina que cruza la
calle San Lorenzo, cuyo edificio en sus techos remata una cúpula muy
parisina, fue lugar en otros tiempos de mucho jolgorio y darse gustos. Cuando decayó el Hotel Mayo se instaló un
restaurant donde solían ir a cenar muy cumplidos caballeros que mucho tenían
que ver con lo más granado de la población. Sus reuniones eran para
discutir el bien común y obrar en consecuencia. Atendía la barra del
establecimiento su propietario, un gringo, que también ofrecía en las
otras dependencias adyacentes otra cosa placentera, que no era
precisamente la gastronomía. A tales actividades las regenteaba su mujer. Por aquellos años en que todas las empresas florecían,
llegó un señor bien puesto a la cena periódica de los benefactores y
altruistas caballeros. Trajo la idea de instalar una fábrica de vidrio en
la ciudad. Entre plato y plato, los atentos comensales.
Historias con difuntos Cuenta la gente de estos alrededores, como quien va
para las sierras, que los Ferrero habían hecho plata a fuerza de castigar
en cuerpo y endurecer el alma. Se amanecían sobre los surcos en las
terribles madrugadas del invierno y se les cocinaba la espalda en las
sofocantes siestas del verano. Siempre sacándole cosechas a su tierra.
Siempre dejando para más adelante disfrutar de lo ganado. Eran gente dura
y honesta, el espejo de los buenos chacareros, pero eso sí, brutos de
padre y madre. En una de ésas y sin previo aviso se murió el hermano
mayor. La repentina, como le decían entonces a los infartos. Mientras
estaban velando a Vicente y llegaba la madrugada, los hermanos se
reunieron a charlar como era su costumbre, a los gritos. Cayó el tema de la cosecha, -¿Y vos ya vendiste?-
preguntó el más chico a Matías, que era el segundo. -Sí, ya vendí, pero con la baja del trigo hice mal
negocio, me apuré para tener plata fresca y no deberle nada a nadie. -¿Y a vos cómo te fue?- le preguntó a Manuel, que
era el más alejado de la chacra. - Y bueno, yo también me apuré y vendí barato por
no dejar de emparvar y venir a preguntarles a ustedes, perdí el 50% a lo
que está hoy. El del medio, que había callado y estaba atento a la
conversación apuntó al muerto: -Este sí que la pegó, tiene toda la
cosecha por vender.- De repente, y a pesar que era un quebracho, se murió
la viejita de la chacra. Los hijos, sin experiencia, ni quien les diera
una mano, improvisaron el velatorio. Después cayó la gente del
vecindario a acompañar y rezar por la finadita, pero no había ni yerba,
ni azúcar, ni café, ni hablar de bebida. -Perdonen la pobreza, pero la muerte de la mama nos agarró sin provisiones. Ahora, cuando se muera el viejo ya vamos a estar preparados prometieron a las visitas. |
Por
Susana Dillon
"Buen día,
Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)
16 de noviembre de 2008
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