"Buen
día, Nostalgia" |
Una
pléyade de pensadores, artistas y literatos fueron los animadores de las
noches del Imperio. No había fiesta, si no estaban ellos. Pero se nos
escapaban a festejar a un secreto rincón. A principios de siglo XX ya se insinuó en Río Cuarto una tendencia masculina a reunirse para tratar asuntos concernientes a la cultura. El epicentro tenía lugar en algún restaurante del centro donde cada participante aportaba sus horas de relax, se solazaban contando cuentos, hablando de política, o impulsando alguna creación, ya fuese artística, literaria o deportiva. El doctor Juan Filloy, abogado arribado de Córdoba, ya tenía su lugar entre los que meneaban la pluma, pero también encaró la creación de varias entidades como la SADE local, Reunión de artistas plásticos, la Comisión de Cultura y hasta un Club de Boxeo en el que fue su primer referee. Y el Dr. no estaba solo, lo acompañaban en sus iniciativas el Dr. Héctor Martorelli, alergista, que probó su éxito de un libro destinado a sus pacientes, amigos de sus bromas y chispeante ingenio que amenizaba con sus "Cantatas", el Dr. Lucero Kelly, psicólogo que abordó cátedras de su metiere, el Dr. Joaquín Bustamante, uno de los oradores más escuchados y aplaudidos, verdadero puntal en temas de la historia local, pintó su aldea con lo mejor de sus creaciones literarias, "Nace un Imperio" y "Del álbum de la abuela" son sus más conocidas obras. Sus alumnos aún recuerdan su elocuencia en la cátedra de castellano y las damas sus poéticos piropos. |
Dos
fogosos italianos, Delfino Quíricci y Líbero Pierini aportaron lo suyo
en la música y en las artes plásticas. El coro polifónico que hoy lleva
su nombre es un merecido homenaje a quién trabajó en pos del "Bel
Canto". El plástico, dejó abundante obra en esculturas que adornan
la ciudad y región. Franklin Arregui Cano ha dejado murales con temática
autóctona y arte sacro en la Iglesia de San Francisco, su obra más
conocida. No olvidemos a la figura del gran periodista Luis Reinaudi de
reconocida trayectoria por su vibrante y comprometida pluma. Todos
trabajaron denodadamente para hacer de nuestra ciudad un polo de cultura
que rivalizó con La Docta, verdaderos pioneros que difundieron lo creado
y mostrado a una comunidad ávida, no sólo en el progreso material sino
que lucieron sus talentos más allá del lugar geográfico. Todos
los nombrados se reunían en ágapes que Federico Durisch en los sótanos
de la confitería familiar (frente a la policía provincial) donde los
halagaba con lo más selecto de sus creaciones gastronómicas aprendidas
en Suiza. El gourmet alternaba estas actividades con viajes que realizaba
con los medios más dispares, desde los más vulgares y terrestres a los
barcos de carga que no sabía cuando volvían. Siempre amagando a irse en
"un barco lento a la China". Aquellas
reuniones que los mal pensados asociaban a bacanaes romanas, eran sólo un
jolgorio de caballeros donde no se admitía dama de ninguna especie ni
escala social. He sacado mis cuentas que sólo eran escaramuzas gastronómicas
y etílicas donde se comía copiosamente, se libaba aún más, se cantaba
a todo gaznate, se recitaba efusivamente y se leía lo producido con énfasis
y sonoras voces, pero ahí nomás se quedaban nuestros cumplidos
caballeros, allá en lo más hondo de los sótanos donde todo quedaba en
el misterio. Fueron épocas de mucho trabajo organizador y de mucha
comunicación con el Fondo Nacional de las Artes que proveía de sus mejores
elementos para intercambiarlos con los nuestros. Para esta época Don Juan
Filloy presidió la SADE de Río Cuarto estableciendo con nuestras
estrellas una relación que siempre evocamos con nostalgia. De
aquellas noches de cenas pantagruélicas, con exquisitos decorados, platos
con motivos eróticos, tuve noticia por el pastelero Federico Durisch,
pintoresco personaje, pariente algo lejano, que me enseñó a viajar como
polizonte y a alojarme en lugares donde pude gozar de todas las estrellas,
así fuera las que contemplara desde el lugar donde va la carga de los
camiones, por caminos de cornisa, en lugares insólitos. Con plata viaja
cualquiera, -decía-, la cosa es viajar hacia la aventura, como Don
Quijote. Y
debió ser el único del grupo que fue un auténtico bohemio: los doctores
y los artistas más bien lucían chapa, vivían como duques y vestían
como gentleman. Por
esos tiempos, las señoras recatadas y domésticas comenzaron a querer
tener espacio propio y así fueron surgiendo Paulina, la señora de Filloy,
que no sólo organizaba los almuerzos con "Pecetos ingenuos",
muy buena mesa y exquisita sobremesa, donde me enteré que era la musa que
no inspiraba a Don Juan sino que lo corregía y estimulaba en su obra de cíclope.
A ella se le debe la pulcritud de la obra del palindromista. María
Teresa Bacigalupo de Lucero Nelly, no se quedó sólo con su profesión de
psicóloga, sino que emprendió otra actividad más peligrosa: la aviación.
Cuando algún enfermo tenía que ser enviado aceleradamente a la capital,
María Teresa se ponía su equipo de aviadora, sus antiparras y volaba con
su enfermo para
consternación del público que siempre la admiró por su arrojo y
profesionalismo. Fue el factótum de ¡a escuela para niños especiales
"Cecilia Grierson", animadora de cuanta actividad científica y
humanitaria se le propusiera. Luego
vinieron los tiempos de romper esquemas, de archivar viejos tabúes y de
no tener en cuenta "el que dirán", pasándolo al olvido. Las
chicas liberadas, comenzaron viajar donde habla universidades, se
graduaron en diversas disciplinas. El arte las siguió tentando, pero el
futuro se les abría lleno de posibilidades. Ya podían aspirar a algo más
que cruzar las gambas en las confiterías, mirar displicentes por la
vidriera y encender los cigarrillos mentolados. ¡Ya has recorrido un
largo camino, muchacha! Filloy,
el que jugaba con las palabras Un
Filloy doméstico y enfiestado, tan nuestro y universal Quien
ha conocido de cerca al escritor de más de 50 obras publicadas, en
charlas de café o en una cordial sobremesa, no puede dejar de evocarlo en
su permanente serenidad y bonhomía. Fue un tipo pacífico, incapaz de
hacerse de enemigos. Se le metió bajo la piel el juez que estaba en su
estrado domándole la sangre revoltosa de sus genes. Don Juan Filloy, el
literato, era un hombre de justicia, casi una paradoja. A la ecuanimidad
no la llevaba puesta como a su coqueto sombrero a cuadros (que le
calentaba las ideas en invierno), no, a la ecuanimidad la tenía
incorporada como al espeso bosque de sus cejas. Era algo que venía con él.
Con su prosapia. Jamás lo sentí en descomedimientos con sus pares o
hacia el que pintaba para tener el mismo vicio: escribir. Eso sí, no se
andaba con chiquitas con los políticos. Allí, en ese terreno, don Juan
usaba los brulotes, las zafadurías y los ternos más jugosos y
destructivos que hacían sonrojar a las damas pudibundas. Don
Juan Filloy, pasados los cien años, seguía siendo un muchacho rebelde
que en los años tiernos de la Reforma Universitaria ensayara su pluma en
sonetos perfectos para apostrofar a profesores iracundos y de mano dura,
combatiéndolos desde la ironía y la mordacidad con lo más restallante
de su ingenio, que ya pintaba. En
mis últimas charlas se regocijaba con los recuerdos de aquella
estudiantina y le satisfacía que le leyera en voz alta el producto de sus
travesuras insurrectas. Hombre
de rumiar ideas, de masticarlas sabiamente, de llevarlas al papel con
parsimonia y letra dibujada. Se
le había metido en el magín ser un ciudadano de tres siglos y lo logró,
porque él quiso llegar al 2000, sin importarle gran cosa si se
concretaban en el 2001. Publicó,
en casi todas ediciones privadas una cincuentena de obras y se esmeraba
por entregar un producto acabado a sus ávidos lectores. Como
fue un "escritor escondido" (así lo descubrió Mónica Ambort)
ya que prefirió escribir para sus íntimos pues sus demasías iban a
contramano del parsimonioso juez que lo habitaba. Debió ser cuestión de
recato... o de astucia, vaya uno a saber, esa es otra faceta a estudiar
por los críticos que estuvieron más atentos a sus crecidos años que a
su labor de una enjundia formidable. Sus
transgresiones, sus palabras fuertes, el uso alambicado y siempre barroco
de su estilo lo han hecho un verdadero ejemplar, un prototipo, en el que
abrevaron escritores como Cortázar. Una
ocasión, estando Borges en Río Cuarto, le preguntaron si había leído a
Filloy, y el vate ciego repuso con la cachaza que lo caracterizaba: -Ah!,
sí, Filloy...escribe tan difícil... usa palabras en que hay que recurrir
al diccionario...- -¡Miren
quién opina!- me dije y seguí la plática de ese otro gran barajador de
palabras hasta trastornar cerebros. Filloy
fue un amante consecuente y fiel de la literatura, un impertérrito
dominador de distancias en todos los caminos de la lengua. Polígrafo,
abordó con igual maestría la poesía, la prosa, el ensayo, el cuento, la
novela. A ninguna disciplina le hizo zancadillas para no abordarla, en
todas se sumergió y salió airoso. Además, jamás he escuchado a
escritor alguno estar tan satisfecho con lo hecho. -¡Cómo se deleitaba
ponderando su obra!- una cincuentena de libros publicados y vaya a saber
cuántos más aún están inéditos en su "caja de lata" que él
llamaba a su archivo, y lo mostraba como si fuera un tesoro desenterrado
de piratas. Pero
por encima del literato y del juez, el viajero y el deportista, del fundador
de instituciones y el orador, está el hombre lúdico. Sostengo
que en él primaba, el hombre que jugaba deleitosamente con las palabras. En
el solaz de la creación explotaba la alegría al encontrar el redondo
final de una idea, estallaba su carcajada rotunda de tipo sano y joven. ¿Acaso
sus palíndromos no son más que un agilísimo contrapunto entre el
hombre y sus juguetes: las palabras?- Una
vez el poeta Guevara dijo que "las ideas brillantes de este eterno
muchacho son como las estrellas que aterrizan en su frente" -Qué
buena metáfora para este escritor y sus fantasmas, que nos acompañó a
los riocuartenses por más de setenta años y ya nunca más nos dejó. A
sus últimos años los pasó en Córdoba, cuando su hija y nietos lo
reclamaron en el barrio de los estudiantes, donde esta admiradora lo
visitaba porque era su gusto que le contara lo que pasaba en Río Cuarto,
su lugar mítico donde sacaba personajes para sus obras como quien baldea
el agua fresca de los pozos del campo, con brocal, roldana y cadena. En
su living-comedor, cuyos ventanales daban al barrio populoso que levantaba
sus torres "como si hubieran plantado una esparraguera" (según
su parecer), me recibía frente a una botella de vino del Rhin, que él
mismo buscaba en la heladera, como haciéndole una travesura a su ama de
llaves, doña Irma, servía dos copas en Bacarat y brindábamos por el
encuentro -Éste elixir se titula "leche de la mujer amada"- decía
con su voz cavernosa, rompiendo gozoso la carcajada que le producían las
"últimas" del imperios que le llevaba. La charla se animaba en
tanto "La leche..." alemana bajaba su nivel y la cháchara de
hombre sano y vigoroso se hacía más jocosa con chascarrillos y bromas,
si el menú que yo le ofrecía le resultaba suculento. Uno
de los últimos Carnavales, de mis visitas, me acompañó hasta la salida,
bajando por el ascensor, ya en el jardín del edificio, los estudiantes
del 4° piso nos sacudieron con tremendos globazos que nos dejaron hechos
sopa. Llegué corriendo hasta la salida con el portón cerrado y portero
vigilante a cara de perro, que salía bastón en mano a poner orden. Como
don Juan ya había llegado a su terraza, me gritó desde allá:- ¡A ver
Susana si puede hacer el cuatro!-. Su risa poderosa provocaba ecos por
todo el jardín. Me salvó de otra andanada de globos el solícito
portero. Como el hombre me alcanzó algo para secarme y no volver al
departamento de mi nieta en ese lamentable estado, lo pude ver a don Juan
en su terraza blandiendo el bastón y gritándoles escatologías a los
chicos, como si fuera él también un estudiante enfiestado... y ya hacía
rato que había cumplido los cien. Le
sacó el jugo a su cerebro hasta el último instante de su vida. Sospecho
que le deben haber puesto en el féretro su estilográfica, por si le
daban allá, en el otro lado, la oportunidad de registrar la eternidad lúdica
que se merece. Domingo 23
de noviembre de 2008 |
Por
Susana Dillon
"Buen día,
Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)
23 de noviembre de 2008
Ir a índice de América |
Ir a índice de Dillon, Susana |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |