Los griegos antiguos vivieron y actuaron en forma muy complicada, porque complicada fue su religión, donde así como acá brotaba la soja de todas partes, allá brotaron los dioses. Los hubo mayores y menores, generosos y miserables, curdas y sensatos, guerreros y pacíficos, brutos y delicados, hombres, mujeres, niños y ancianos, heréticos y estéticos. Pero parece que según la antigua literatura de las diosas que tramitaron los expedientes en cuestiones de provocar al amor para que los humanos tuvieran en qué entretenerse, fue la bolilla que faltó en
complicaciones. Venus fue la más bella y consentida diosa de todo aquel abundantísimo
Partenón. Tuvo sus asuntos con Apolo, el tipo más canchero, pintón y suertudo de los barones del elenco, condensó todas las aspiraciones de las féminas que poblaron el Olimpo, un monte donde se amontonaron todas las tormentas sentimentales de seres divinos entreverados con los humanos.
Pero para que es el argumento resultara lo más infernal posible, por aquellos pagos andaba un angelito, regordete y risueño que volaba desnudito haciendo lo que más le gustaba: tirar flechitas que iban a dar en el blanco de inquietos corazones de aquella patota divina que a menudo se entreverada con la gente común (no olvidarse que en esa tierra se inventó la democracia)
Era cosa de ver, cómo silbaban las flechas entre los que se miraban gozosamente y con ganas de tener lo que los gringos dicen un “puntamento” o para ser más claros, aquello que conducía a una cita de amor que los hiciera delirar de felicidad al menos por un ratito.
Aclaremos que el angelito atrevido se llamó Cupido o también Eros que con ser tan chiquitito inventó el amor… Ese loco sentimiento que provocó guerras, raptos, persecutas, trifulcas, robos de minas inquietas y otras actividades que por falta de tiempo no me pondré a pormenorizar, pero como consecuencia hizo crecer a la jodida y maltrecha humanidad.
Por los bosques de Grecia anduvieron los dioses recibiendo flechazos de Eros que se ensañaba haciendo alborotar las hormonas de los sátiros, tipos con piernas de carneros y expresión calenturienta que corrían tras las ninfas, bellas damiselas, eternamente gozadas por estos depravados pero que quedaban siempre vírgenes, lo cual exitaba aún más a los que miraban con intenciones aviesas e incendiarias.
¿Qué dónde queremos ir a parar?. Como siempre, al presente:
En tiempos modernos, caídos ya en la bancarrota todo el Olimpo y su gente divina, la naturaleza humana creó un sátiro que tenía todas las características de Eros o Cupido, y de allí al erotismo no hay más que un paso. Nació vaya a saber por qué conjunciones planetarias un muchacho saltarín, cantor apasionado, de mirada incitante y trucha generosa en besos que sintetizó lo que todo varón tiene que afrontar en cuanto a las aspiraciones de cuanta mina insatisfecha anda soñando despierta, empezando por las latinoamericanas de Centro-América que declararon sin ningún tapujo “ que el aguerrido argentino era la representación del coito sobre el escenario”.
Así, envuelto en ese pacachín anduvo nuestro Sandro haciendo roncha sobre el continente.
Pude ver en la Quinta Avenida de Guatemala, un Sandro gigantesco frente a las marquesinas de un cine importante pintado con sonrisa y ojos insinuantes, desparramando hormonas y prometiendo todo lo que les podía dar a las cálidas damas de aquellas tierras de volcanes, (años 70 u 80)
Fue un descubrir a todo un dios que hizo delirar a un mundo de mujeres enamoradas del amor, que no encontraron “en sus hombres” la pasión que advertían en el Gitano a través de sus gestos, sus caderas y lo que prometían la sensualidad de sus labios.
Sandro fue el varón que ocupó los brazos, el cuello, los párpados, lo más íntimo, si se quiere con los inflamados besos que el que te dije se pasó de largo en el momento en que los dioses decretaron “que se amen”, se hicieron los zotas, como los gorrioncitos.
Sandro vino a rellenar el espacio vacío, la falta de ternura, esa necesidad femenina de sentirnos amadas y deseadas y aunque fuera, de vez en cuando “comprendidas” ¡si lo sabrán las nenas!
¿No habrá sido Sandro la reencarnación de Eros?
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