Entre el silencio y el olvido, las cautivas |
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"La
memoria es un factor esencial en la batalla por el poder, quien controla
la memoria de la gente, también controla la dinámica social". Michel
Foucault "La
esencia de una nación es que todos los individuos tengan muchas cosas en
común y que hayan olvidado las mismas cosas". Ernest Renán |
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Las
cautivas blancas caídas en poder de los indios durante las largas épocas
del poder español y luego de los gobiernos criollos, han sido tratadas en
las novelas, los ensayos, las canciones, muy tardíamente en la pintura y al
final en el cine. Sin embargo, la historia oficial mezquinó el tema hasta
sacarlo a flote cuando hubo que justificar la campaña del desierto con
consecuencias dramáticas. A
los indios eliminados del mapa se los borró también de la memoria, tan así
que ni se los censa. De ellos han quedado imágenes difusas o figuras folklóricas
que encantan a los chicos, pero que no se tiene más que un pasajero relato.
A los negros traídos del África para su esclavitud se los mandó a morir
en cuanta guerra demandó carne de cañón. A las mujeres blancas, cautivas en la frontera, les tocó un perverso destino al ser rescatadas y devueltas a sus hogares donde se las estigmatizó por haber tenido hijos con el captor y haber sido su compañera sexual. Muchas, ante el trato discriminador y despreciativo, volvieron al aduar por sus hijos y por su hombre. |
Pero
lo que todavía sigue sin comentarse ni tenerse en cuenta es el cautiverio
de las indias, su reducción a la esclavitud sometiéndolas a la
prostitución que nunca ejercieron en América, a la vez que les
transmitieron las enfermedades de origen sexual e infecciosas desconocidas
hasta entonces en el continente. De
esas indias violadas, que parieron sus hijos y luego fueron abandonadas,
no nos ha quedado ni un solo nombre. Se les ha mandado al olvido una vez
saciados los apetitos del invasor. No hubo ninguna reacción humanitaria,
ni siquiera de la Iglesia, ninguna institución fue capaz de señalar ni
por ser civilizada ni católica. Tampoco se protegió al hijo mestizo el
gaucho; que sería en el futuro perseguido, un "vago, mal
entretenido" que engrillado y encadenado se lo llevó la leva para
ser mandado a matar a los de su sangre cuando lo metieron en el ejército
de la Campaña del Desierto. De
las cautivas indias, nadie se ha preocupado de hacer una investigación seria,
porque no dejaron ni sus huellas ni sus voces. Si algo importó fue la
cautiva blanca para demonizar al salvaje. A
las mujeres indígenas sobrevivientes de la campaña se las destinó al
servicio de las esposas de los terratenientes que se quedaron con las
tierras que antes ocuparon los pueblos primitivos, donde se las trató
como esclavas o se las prostituyó. Esto
viene a cuento para explicar el malón, su origen y sus consecuencias, ya
que primero agredió el blanco llevándose la familia del indio. Es
la devolución de lo que comenzó el invasor. La historia debe contar la
verdad para que sea entendible, para que no quedemos a mitad de camino. Nuestra
literatura y una que otra obra pictórica rioplantense nos han mostrado
tanto como alguna obra teatral y hasta la tan mentada crónica de Lucio V.
Mansilla Una
excursión a los indios ranqueles, toda una abundante como
estremecedora referencia a cautivas llevadas a lomo de veloces corceles
donde ondean las crines al viento, desparramo de cabellos rubios de
doncella, negras crenchas del salvaje, mientras la quemazón y el humo del
rancherío incendiado cubre púdicamente las desnudeces. El fiero cacique
lleva a su prisionera desmayada a su cubil, entre alaridos y retumbar de
cascos, gemidos lastimeros de las víctimas. Allá
irá en ese mundo primitivo y hostil, la bella cautiva, casta, blanca,
rubia; a comenzar la vida de ignominia, será la concubina de su raptor,
el constante saciar del "torpe placer" y "su desordenado
amor", como lo cataloga Ruy Díaz de Guzmán en el poema referido a
Lucía Miranda "La Argentina". Se sobreabunda, desde el vamos,
en este tema del martirio de la cautiva, preciado objeto del malón. Desde
Ruy Díaz, contando el mito de Lucía Miranda, pasando por Juan Cruz Várela,
Esteban Echeverría, José Hernández, Lucio V.
Mansilla, Eduardo Mansilla
de García hasta Jorge Luis Borges, que abordó el tema pero con cautiva
inglesa, rubia, de ojos azules, para seguir siendo fiel a sí mismo;
todos, todos, nos dieron la misma y prototípica imagen: la infeliz
cautiva caída en la degradación física y moral por el infiel bárbaro,
por el indio ladrón. En
toda esa literatura que influyó notablemente en el conocimiento de sus
lectores, no se habló de los atropellos, las matanzas, los robos de
nativas y sus hijos, que el hombre blanco, no bien pisó el Nuevo Mundo,
realizó para proveerse de mujeres que le servirían en el lecho y en sus
posesiones como mano de obra esclavizada, y esto se reproduce en todas las
latitudes y por todos los que abordaron la conquista y la colonización,
ya sean anglosajones, franceses, holandeses, portugueses o españoles. Los
malones fueron la respuesta a la primera arremetida de los blancos,
consecuencia lógica de la prepotencia, la avaricia y lujuria del
civilizado. Los
modernos investigadores sobre este tópico van corriendo el telón del
mito, la leyenda, el teatro y la "historia oficial" para dejar
a la vista la verdad escondida detrás de tanto "verso". Las
mujeres blancas, venidas de España a poblar las tierras a colonizar,
también se dieron a la tarea
¡y cómo! de adecentar maridos metidos en verdaderos serrallos, aquí en
América, paraíso donde cada colono podía llevar a sus tierras todas las
mujeres e indios que pudiere, no bajando de 200 piezas humanas cada uno.
Entre los bienes a arrebatar a los naturales figuraban: primero el oro,
tierras y títulos más la posesión de puestos burocráticos y, si no podía
ni lo uno ni lo otro, que hubiese mujeres en abundancia para satisfacerse
físicamente y para que entre tanto trabajasen en las tierras de labranza,
bajo el sistema de "encomienda". La
conquista se realizó sin mujeres blancas. Las órdenes reales en las
primeras expediciones era venir sin ellas, la mujer reblandece el temple
del guerrero y provoca el deseo del indio, dice Cristina Iglesias. Pero
cuando fue llegado el tiempo de la colonización debía hacerse sobre la
reafirmación del hogar de pura cepa española; la casta gobernante,
también sería racial. Las
expediciones de Solís, Gaboto, Mendoza, venidas al Río de la Plata,
todas fracasaron estruendosamente; el río que debía conducirlos al
fabuloso cerro del regio metal, a la riqueza, a la fama, al poder, sólo
los condujo al hambre y al desastre. La tierra tenía sus defensores
naturales. Las mujeres, las primeras españolas venidas con Mendoza
(1556), son las que salvan la expedición de ser extinguida totalmente.
Isabel de Guevara, una de las que se aventuraron, escribió lo sucedido en
esa terrible empresa al monarca español y esa carta la saca del
anonimato, es la primera en entrar en esta historia gracias a su pluma. Otra
mujer de esos tiempos es la que se dio
en llamar La Maldonada, aquella que abandona la Buenos Aires hambreada y
sale so pena de ejecución a buscar alimento en la pampa salvaje. Según
un mito, era un puma el que la surtía de perdices en sus escapadas que,
por cierto, son descubiertas por los mandamás. Aquí ya se avizoran las
soluciones mágicas para estas narraciones aleccionadoras: los españoles
la condenan a morir atada a un árbol, en medio del desierto, pero otra
vez es el puma el salvador que con los dientes desata la soga del suplicio
y queda cuidando a la mujer para que otras fieras no la devoren. La cosa
se resuelve sin más trámites... "y si las fieras se apiadaron, ¿por
qué no los hombres?". Desde
el vamos nos embrollan estos mitos la memoria colectiva. Luego
vendrán más expediciones y con motivo de la destrucción del fuerte de
Sancti Spíritu, surgirá de la pluma de Ruy Díaz de Guzmán el tan
zarandeado mito de Lucía Miranda, prototipo de cautivas blanca, que cede
a los requerimientos amorosos de dos hermanos indios para salvar su vida y
la de su esposo. Sin embargo, ella muere en la hoguera y él, como San
Sebastián, a flechazos. El relato era funcional: alertaba sobre los
riesgos del mestizaje. El
conquistador y luego el colonizador entraban en las tierras a ocupar y
narraba a su gusto y conveniencia. Mientras se aposentaba, edificaba
fuertes sometiendo a los nativos, pero en este sentido era prolijo:
primero se daba a la tarea de contar cuántos indios había en esos
alrededores para luego reducirlos a las "encomiendas", es decir,
encomendarlos a la esclavitud más abyecta, a la sumisión más completa.
Se realizaban constantemente batidas y rastrilleo de los bosques donde se
guarecían los naturales y brutalmente se los sometía a sangre y fuego;
ocupar, avanzar y volver a
avanzar, siempre en persecución
del botín humano. Cuando la respuesta de la indiada era igualmente
agresiva, se disponía de la tan celebrada táctica de la "pacificación",
en la que intervenían las órdenes religiosas, naturalmente, que también
buscaban las codiciadas prebendas: tierras y sus servidores. Sobre
este particular, se trabajaba al detalle, con escribanos y cronistas,
venidos al efecto, tanto para repartir entre los expedicionarios, tanto
como un quinto para el rey, allá en El Escorial. De
allí la codicia por poseer encomiendas: a más indios encomendados, mayor
riqueza y mayor extensión de tierras. La
primitiva Buenos Aires es abandonada por sus famélicos pobladores, se van
por el Paraná a Asunción,
tierra cálida y exuberante, paso obligado al Perú donde el oro y la
plata brotan a raudales, según lo contado por sus conquistadores. Irala,
hombre fuerte de Asunción les ha dado a 700 mujeres para que los sirvan
en sus casas y en las rozas, se tiene tanta abundancia de mantenimientos
para la gente que allí reside más para otros tres mil encima. Luego de
tantas hambrunas y sufrimientos Irala los premia con "mujeres
ardientes". Es tal esta moderna Babilonia con este Irala tan apegado
a los placeres del mundo y a las tórridas guaraníes a las que tanto hace
trabajar en sus "rozas" como en los placeres del servicio
sexual, que los cronistas religiosos han juzgado y reprobado la conducta
de los conquistadores. El oficial real Gerónimo de Ochoa escribe,
escandalizado: "... es tanta la desvergüenza y el poco temor de Dios
que hay entre nosotros en estar como estamos con las indias amancebados
que no hay Alcorán de Mahoma que tal desvergüenza permita, porque si
veinte indias tiene cada uno con tantas o más de ellas creo que ofende,
que hay hombres tan encenagados que no piensan en otra cosa ni se darán
nada por ir a España aunque tuviesen aquí muchos años por estar
arraigado en nosotros este mal vicio..."Con estas historias le iban a
Su Majestad encomendando poner remedio”. Los
soberbios enviados de la corona acuñaron para estas líneas, esta frase:
Dios está en el cielo, el Rey está lejos, aquí mando yo. He
aquí como están las cosas en esta Asunción, que no tiene oro, pero que
está en el camino y sí tiene una proverbial fama de desbarajuste. Los
indios que pueden huir a los bosques se quedan pues sin sus mujeres o bien
las esconden en la espesura, por ella, dice el mismo cronista:"... reñían
en las calles, se esperaban emboscados o se buscaban a la salida de
misa". Esta ciudad en que se daban tales hechos, era la más aislada
de todas las zonas de América poblada, donde el mestizaje se lanzó
furiosamente como experiencia. Los hijos de estas primeras cautivas
indias, fueron los mestizos, la resultante adecuada de la violación, el
sometimiento y la esclavitud de sus madres. De
allí que el monarca español, ante este desmadre, dispusiera la venida de
las esposas legítimas de estos verdaderos sementales. Ricardo Rojas dice
sobre este tema:"... europeos que entraban incendiando las hutas de
los pobres indios para poseerlas juntas, como manada de padrillos en las
salvajes madrigueras que eran sus campamentos". Martín
del Barco Centenera, uno de los
clérigos más díscolos que había en el reino, según afirma el proceso
levantado en su contra en Lima, escribe ese poema en que nuestra tierra se
llamará por segunda vez "La Argentina" o sea camino y tierra
hacia la plata. Nombre engañoso si lo hay, ya que por esa ruta no
consiguieron la plata ambicionada, por mucho que transitaron soledades y
guerrearon con indios que defendieron lo suyo fieramente. Narra "La
Argentina" las luchas sin cuartel y el nacimiento de ese nuevo
mestizo: hijo de español que viola y somete a las indias. Centenera
condena a esos orgullosos "mancebos de la tierra" con una fórmula
original: los llama "la canalla argentina". Ese es el primer
calificativo con que el encomendero etiqueta a los que reaccionan contra
su prepotencia y su rapiña. Representa la ilegimitidad, resulta por tanto
subversivo. De allí en más se narrarán las tropelías del indio y del
mestizo en el malón, pero se
tiene callado el quién comenzó la carnicería y el despojo, justificando
lo injustificado. No
es casual, pues, que todos nos hayamos solidarizado con la cautiva blanca,
que la literatura naciente nos apisonó; hasta aquí no hay narrativa
importante que aporte personajes sobre la cautiva india. Lucía Miranda es
un ejemplo poderosos, una obra concisa de lo que se puede hacer mediante
la concientización sobre el mito y la correspondiente moraleja. Obra
escrita para ponerle un alto al mestizaje. Todavía
falta la gran página con la epopeya de la india cautiva, primer ser
humano caído en la esclavitud, en este paraíso que creyó haber
descubierto Colón y que por obra de los hombres blancos se convirtió en
un infierno. Los españoles que llegaron a estas playas venían desde la Edad Media con el sueño del feudo propio, mezclado con el otro viejo sueño del enriquecimiento rápido, de vértigo al contacto con el oro. En su fantasía también entran las mujeres indias, "mujeres ardientes"... y todavía hay quien se pregunta ¿por qué son machistas los latinoamericanos? |
Susana
Dillon
De "Cazando
historias" - Biografías inéditas de audaces mujeres del pasado
Diario Puntal - Córdoba - Argentina
28 de septiembre de 2008
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