Relatos
maravillosos |
Varias
generaciones de espectadores han saltado sobre las butacas del teatro lírico
español, gustando de esta zarzuela, modelo acabado de su género y joya
exquisita del arte popular donde los personajes, salidos del Madrid del
pasado (1897) lucían sus galas. Chulos, majas, modistillas, mesoneras,
boticarios y toda la gama de las pintorescas mujeres de la Villa del Oso y
del Madroño. Allí brillaban no sólo sus voces y sus elegancias, sino
las prendas que siempre las trajeron locas y empeñadas a tanta belleza de
postín. El abanico y el mantón por donde se ha enredado en siglos el
famoso duende de España. Cuánta sal y pimienta, cuánto encanto y tronío han desparramado majas y condesas, dueñas y manolas, gitanas y trotacalles, las hijas de España. Desde los tablados o por el empedrado de las calles han roto los corazones de cuanto varón indomable se les haya cruzado. Han caído fulminados ante aquellas miradas, famosas por lo letales o se han enredado, hasta perder el tino en los sedosos flecos de los mantones. Hasta hubo un rey que cayó redondo a los pies de Lola Montes, aquella Lola que tenía puñales en los ojos y que meneaba el abanico, cubriéndose la sonrisa de triunfadora toda vez que el monarca le arrojaba su coronado corazón para que ella se dignara pisotearlo. ¡Vaya mujeres, las españolas!, más peligrosas que un diestro con la capa y el estoque. ¡Qué deslumbrante con sus mantones de seda, dándose aires con el abanico de nácar y de seda, mostrando en un desplante sólo el tobillo bajo los vuelos de su bata de cola! Que daban para estos trances más golpes que nuestras chicas del año 2009 desde las playas o en tapas de revistas exhibiendo lo que muestra la tanga, escaparate huérfano del embrujo de lo que se puede insinuar sin mostrar, para que fuese cierto aquello de "entre ver y no tocar, cosa de reventar". |
Brujas
mujeres en el arte de la seducción y del misterio como las pintó Julio
Romero de Torres y las cantaron desde Cervantes a García Lorca. Y para
tales lides, las armas necesarias, imprescindibles eran: los vuelos de la
seda, el lenguaje del abanico y el garbo del mantón. Desde
que las españolas descubrieron estos adminículos y su sortilegio, ya no
hubo quien las contuviera para adquirirlos. Ricas y pobres, jóvenes o
ancianas, bellas o feas, graciosas o desangeladas, todas, todas, una vez
envueltas en sus pliegues o dándose aires se sintieron la reina de las
mujeres. Por
una maja de bordado mantón, escondiendo su sonrisa tras el abanico y
entornando sus ojos de mora, ¡cuántos toreros rodaron por la arena sin
ver los traidores cuernos del Mihura!, ¡cuántos caballeros perdieron su
feudo! Su caballo y hasta su vida, los pintores su paleta ¡y hasta reyes
la cabeza! Pero
¿de dónde venían las preciadas bagatelas? ¿Qué manos primorosas
bordaban en seda los trajes y mantones?, ¿qué artesanos ensamblaban las
finas y perfumadas maderas con nácar, perlas u oro para que quitaran
ellas los calores del baile? El camino recorrido para llegar con tan
precioso cargamento era largo y riesgoso. Venían de Cantón y se adquirían
en Manila una vez que los españoles se asentaron en las Filipinas,
descubiertas por Magallanes en 1521. La
Nao de la China Una
vez consolidada la conquista y asentadas las bases de la colonia, había
que alhajar a residencias y personajes que la habitaban de acuerdo con su
rango y fortuna. A mayor opulencia, mayor ostentación. Una vez próspera
la hacienda, se levantaba la mansión. Había que procurar, en
consecuencia, comodidades y lujos. El vestido de los dignatarios y burócratas del reino debía ser su carta de presentación en cortes, audiencias, cabildos, templos, bailes y ceremonias. Para ello importaban lanas y terciopelos de España, encajes de Flandes y Bruselas, linos de Holanda, brocatos y sedas de Italia, alhajas y pelucas, rasos y adornos de Francia, abrigos de Inglaterra; en fin, ya se insinuaba en los personajes prominentes un indisimulado apego al lujo y a las apariencias. Todo lo que producían las haciendas y los cultivos se trocaba por oro o plata y éstos en lujos. Llegaban
a Acapulco dos navíos, conocidos como galeones de Manila, cada uno hacía
su viaje de ida y vuelta anual entre Filipinas y el pintoresco puerto del
Pacífico, sueño dorado de todo turista contemporáneo. China
permitiría a sus mercaderes cambiar artículos manufacturados en su
tierra tales como sedas, terciopelos, rasos, abanicos, sombrillas,
especias por barras de oro y también barras y monedas que llegaron a ser
muy corrientes en las costas chinas y sus vecinos de la región. Se
cargaban en las bodegas de los galeones los mantones de seda profusamente
bordados por manos cantonesas, sombrillas de papel, relucientes abanicos
confeccionados en las Islas transpacíficas, porcelanas, muebles laqueados
y demás artículos suntuarios provenientes de lo más misterioso de
Oriente. Los
galeones provenientes de Manila navegaron por espacio de tiempo mayor que
ninguna otra compañía naviera del mundo: entre 1565 y 1815. "Ninguna
otra navegación regular ha sido tan ardua y peligrosa como ésta, ya que
en sus 250 años, el mar devoró docenas de buques, miles de hombres y
muchos millones de riquezas". Un
galeón de 500 a 700 toneladas navegaba solo por aquellas inmensidades,
por un tiempo nunca menor de siete meses de ida y tres meses de vuelta. A
la ida los vientos les eran adversos, llevándolos hasta California, luego
venía el costeo descendiendo hasta Acapulco, donde eran esperados con
grandes fiestas, comilonas y libaciones para contrarrestar las necesidades
y peligros pasados, era realmente una vuelta a la vida. Las
privaciones, el escorbuto, los piratas, los tifones eran peripecias
diarias. Giovanni
Francisco Gemelli Careri describió los peligros que se debían afrontar
en tales viajes en 1600: "Todos vigilábamos de día y de noche, tan
grande era el peligro". Los
tifones hacían estragos entre la debilitada y enferma tripulación. No
bien llegaban los bultos al puerto mexicano, estos eran transportados a
lomo de mulas hasta la capital de Nueva España, allí quedaba una parte,
siguiendo lo más importante para el puerto caribeño de Veracruz, donde
todo era embarcado en la gran flota española que recogiendo los tributos
por sus colonias llevaría el preciado cargamento a la metrópoli. Como se
puede apreciar, las preciosas frivolidades daban la vuelta al mundo y
surcaban los dos grandes océanos para ser motivo de lucimiento en damas y
caballeros, nobles y comerciantes, honestos y tahúres del reino. ¿Cuánto
costarían al fin de tan azaroso viaje? ¿Cuántos esclavos, marinos,
navegantes, artesanos, pequeños comerciantes habrían quedado en el
camino? Sin embargo, en los regios salones, en la ópera, en las
ceremonias religiosas, en las mesas de juego, nadie pensaba en tales
contingencias. Gozaban y ostentaban. Pero
lo que resta inquirir es de dónde venía la plata para pagar tanta
riqueza, ya que quienes intervenían en este vidrioso negocio ganaban
sumas astronómicas de acuerdo con los riesgos corridos. Desde
1550, en que fueron descubiertos los yacimientos de plata en Zacatecas, a
unos 500 km de la ciudad de México, en una reglón de mesetas desérticas
habitadas por tribus nómadas de carácter belicoso
a las que no había modo de someter ni reducir: los chichimecas. Pues
fue uno de estos chlchimecas quien cambió a un español una piedra
conteniendo un alto porcentaje de plata por un trago de vino, quien destapó
la olla de la codicia y de allí en más los indeseables visitantes no se
dieron sosiego hasta encontrar la punta del ovillo que los llevaría a las
inagotables minas argentíferas, y que se explotarían a través de tres
siglos con tal éxito, que con lo obtenido de ellas España duplicó la
producción de Europa entera. Se creó entonces una corriente de riqueza
formidable para el emperador, la corte, los comerciantes y burócratas,
sumiendo en la esclavitud más inhumana a indios y negros. El
mísero y polvoriento pueblo de Zacatecas creció desde ser un conjunto de
ranchos miserables, hasta convertirse en la segunda ciudad de Nueva España.
En 1600 ya era 1.500 españoles, 500 braceros esclavos indios y negros.
Los caminos se fueron haciendo con el paso de las tropas de pesadas
carretas tiradas por bueyes y mulas. La carga en plata era celosamente
vigilada por gente
armada ya que siempre había indios merodeadores y bandoleros, los unos
robaban comida, los otros plata. De regreso de la descarga, se
transportaban suministros: alimento, bebida, útiles y ropa. Nadie se
ocupaba en Zacatecas de la infraestructura de la explotación ni del
bastimento de los trabajadores. Ningún esclavo sobrevivía más de cinco
años en aquel Infierno, de modo que el mercado humano era negocio
redondo. Los
productores de plata no eran los más beneficiados ya que los señores de
México controlaban el mercado, hay que recordar que la corona española
debía ser satisfecha en el quinto de lo producido, puntual y exactamente.
La plata se llevaba a México, de allí a Veracruz y en más por el Atlántico
a Sevilla. Tanto Inglaterra como Francia destacaban a sus piratas y
bucaneros para alivianarles los bolsillos a españoles y portugueses. Francisco
Ariño en "Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604" cuenta: "El 8
de mayo de 1595 sacaron de la capitana ciento tres carretadas de oro y
plata y el 23 de mayo del dicho trajeron por tierra de Portugal quinientas
ochenta y tres cargas de plata por tierra, que fue muy de ver, que en seis
días no cesaron de pasar cargas de la dicha almiranta por el puente de
Triana, y este año hubo el mayor tesoro que jamás los nacidos han visto
en la Contratación, porque llegaron plata en tres flotas y estuvo
detenida por el rey más de cuatro meses y no cabían las salas porque
fuera en el patio hubo muchas barras y cajones" En
cuanto a Zacatecas comenzó a mermar su producción, se adelantó Potosí
a generar una riqueza alucinante; sin embargo, tanto la ciudad mexicana
como la del Alto Perú no fueron más que míseras aldeas al comienzo,
edificadas sobre una geografía osea y árida, sin fuentes de
autoabastecimiento, ni siquiera alimentos. Había que comenzar prácticamente
con todo desde cero. Importar lo inmediato y vivir al salto de mata, en
casuchas precarias. Sólo
con el correr del tiempo Zacatecas se pudo alimentar con verduras y frutas
de los valles fértiles cercanos. Los primeros vinos se fabricaron al cabo
de muchos años. Se reemplazaba esta bebida europea por
"pulque", bebida típica de los indios, por fermentación de la
del maguey, a veces único sustento de la mano de obra. Tanto
Zacatecas como Potosí, crecieron desmesuradamente y en ambas se daba la
misma característica: la miseria y el hambre de unos, la opulencia y el
fasto de los otros. En
1571, López de Velazco, describía así a Potosí: "Como un
gigantesco campo de concentración construido sobre lo provisorio, el
frenesí y la ansiedad". Las fortunas que en estos lugares se
levantaban, se gastaban lejos de allí. Hay que pensar en los buenos ríñones
que tendrían quienes debían aguantar el trabajo de la minería, para
salir con vida del socavón, mientras allá en España, en México y en
Lima, las damas encumbradas meneaban graciosamente el abanico en la vida
social donde cada quien debía sostener su status. Aranjuez
y su palacio de porcelana Aranjuez
tiene un lánguido y romántico encanto. Quien
ha llegado alguna vez al escondido reducto, al Real Sitio, lugar de cacería,
paseo y holgar de los monarcas españoles, sin duda se habrá detenido
absorto ante los jardines murmurantes de fuentes y gorjeos... Allí en ese
ámbito barroco, amenizado por construcciones exquisitas donde jamás se
pensó en otra cosa que en el placer que deviene de la contemplación del
arte y la buena vida llevada a su máxima expresión. Los jardines, las
estatuas, los estanques, los parterres, la isla, sus puentes, el río Tajo
que lo decora con sus barcos tapizados de terciopelo y oro son, sin duda,
lugares para inspirarse, como lo hizo Joaquín Rodrigo en su
"Concierto de Aranjuez". Esta joya musical parece emerger de la
brisa que apenas mece el ramaje de los parques, por donde sería pecado
transitar en otro vehículo como no fuera en alas de mariposas, o escuchar
otro sonido que el murmullo de las aves. Aranjuez
es famoso entonces por su escenario, por la música que inspiró y porque
en el Palacio Real, llamado "de la porcelana" existen tres cámaras
recubiertas en su totalidad por láminas de porcelana decorada con los
primores de un paisaje chino. Tales cámaras, decoradas íntegramente de
placas atornilladas entre paredes, techos y lámparas fueron enviadas en
la mentada "NAO DE LA CHINA" por el emperador del celeste
reinado a su colega español como un acto de refinada amistad y como
prenda de los buenos negocios que se hacían a través de tan peligrosas
rutas marítimas. Los
resplandecientes salones eran lugar especial para reuniones privadas y
suntuosas donde los invitados hacían el esfuerzo de divertirse, galantear
y gozar de la vida, tratando de congraciarse con el monarca cuando era
atacado por su real aburrimiento o los caprichosos cambios de humor.
Nobles ociosos y damas casquivanas e innúmeros aprovechados de estas
cortes de parásitos debían estar para que las testas coronadas no
cayeran en los temidos pozos de depresión. Los
salones del palacio de la porcelana son visitados por millares de turistas
curiosos, normalmente conforman verdaderos enjambres humanos, pero me tocó
en suerte recorrerlo un día de lluvia, prácticamente sola. La paciente
guía me hizo deambular como un fantasma rezagado por tanta cámara, sala
real, salones varios, alcobas, budolrs, pasillos, recintos, pinacoteca con
obras de Rafael, Ticiano, Mengs; en fin, cientos de dependencias a cual más
suntuosa y recamada, cuando ya en confianza le pregunté: -¿Y dónde tenían
sus baños esta gente tan fina? -|Ah!- me contestó la amable
castellana:-Sólo hay uno y allí se sentaba la reina a la que acompañaban
dos damas de honor que la limpiaban, cada una esperando a la par en su
taburete. Entonces
saqué mis prosaicas cuentas: -Su Graciosa Majestad, que debía tener, según
el protocolo palaciego, un depurado y exquisito arte para mover el
abanico, no tenía aliento, según puede presumirse para limpiarse su
Imperial trasero. En cuanto a los caballeros, los reyes borbones
importaron de Francia una novedad: para las necesidades menores o "de
aguas" se nombró al "Garçon de pis", sufrido camarero,
encargado, balde en mano, de acudir al llamado de los nobles, los cuales dándose
vuelta, en medio de la recepción, aliviaban su botella. Mientras tanto
las damas sonreían tras el abanico y sacaban sus conclusiones. Bibliografía
George Baudot - "Vida cotidiana en la Aca.Española*. Siglo XVI. Jonatnan Kandell - "La Capital". |
Susana Dillon
Relatos
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Diario Puntal
10 de mayo de 2009
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