Dale tu mano al criollo |
Al comienzo de su arribo a estas tierras, los irlandeses inmigrantes, desearon ardientemente encontrar gente de su misma raza. Demasiado duro era transitar aquellas primitivas soledades desconociendo el idioma y las costumbres de esta argentina que recién se organizaba políticamente, estaban frescas aún las heridas de su independencia y todavía sangraba la posterior campaña del desierto, liquidación total y definitiva de los primitivos habitantes de este suelo. el indio fue literalmente aplastado, aniquilado con la excusa de traer la "civilización" a punta de Rémington para reemplazarlos por gente europea, en lo posible rubios, de ojos claros como pretendían Alberdi y Sarmiento, tras el mejoramiento de la raza. De aquella manera aquella soledad tan llena de silencio, silencio cómplice del genocidio, se poblaría de prósperas colonias agrícolas que no bien llegadas ya instalarían un abierto rechazo o cuando no aprovechamiento de los vencidos. Y se dio el caso, aún hasta el presente, de una discriminación tan manifiesta, como inhumana, entre los recién llegados, por ser blancos y los locales por ser indios o mestizos. Los recién venidos, de diversas nacionalidades, tuvieron a menos mezclar sus sangres con los nativos y sus descendiente que por el costado materno eran los gauchos. Sin embargo, las relaciones clandestinas se dieron, aunque no pasaron a oficializarse mediante el matrimonio..., y por allí fueron apareciendo "bruncines" de pelo endrino pero de ojos claros. Hay que reconocer que el "bruncín", el criollo, el gaucho y más tarde, el cabecita negra no fueron bien recibidos en la sociedad de los blancos que venían con la idea fija de hacer fortuna y volverse. a la tierra natal no bien se "hiciera la América", no tenían más que el atado al hombro (o en el mejor de los casos el baúl), un gran hambre en las vísceras y un arraigado hábito de pelear contra la adversidad. Para la sociedad gobernante y los recién venidos había una ley no escrita pero sí muy acatada: los criollos o mestizos debían ser peones. Así de simple, ese fue el clissé que dejó la Campaña del desierto, que fue aplicada a rajatablas por los que la pagaron y por sus ejecutores. Los infelices aborígenes que quedaron diseminados o a la deriva una vez arrasadas las tolderías fueron a parar a las estancias para ser la servidumbre barata o dieron en ser las mujeres domésticas, sin salarios de las casas de los pueblos donde las patronas accedían a tenerlas para "enseñarlas a trabajar y ser decentes" a cambio de sobras de comida, trapos usados de la patrona, darles instrucción de la doctrina cristiana, pero por sobre todo, ser trapo de piso de las señoras y entretenimiento en el lecho de los señoritos. Inmigrantes italianos, españoles, franceses y alemanes prefirieron emplear a sus connacionales en las explotaciones a las que se dedicaron. Siempre existía aquél pariente a quien llamar para que viniera a dar una mano en cosechas, construcciones o negocios. Los irlandeses si emplearon en sus campos a los criollos ya que en su gran mayoría se dedicaron a la ganadería, no olvidemos que provenían de una sociedad con gran arraigo a la tierra porque eran en su patria granjeros o pastores, el gaucho fue asimilado a la explotación ganadera de los transplantados "farms" Y tanto el nativo como el recién venido tuvieron una pasión En común: el caballo. Tal ves por eso su relación fue distinta con respecto a las otras inmigraciones. Tal vez esa ilimitada pradera de verdes pastizales se combinaba con el ansia de libertad abonando el espíritu aventurero de estas dos razas tan disimiles que tenía un poderoso punto de convergencia: el rudo trabajo de la hacienda, la vida errante, de tropero, el momento del trago en la pulpería, la contada de sucedidos entre gente de singular fantasía y memoria privilegiada ... y hasta hubo gauchos que aprendieron a hablar el inglés con tal de quedarse con sus patrones gringos donde tenían asegurada su pitanza y el trabajo. Hubo respeto y mutua admiración entre esta gente dispar y ya pasadas dos generaciones los venidos de la verde isla del Hemisferio Norte se comenzaron a cruzar con otras etnias, sobretodo con vascos. Quedaba garantizada así, de ambas partes la testarudez congénita de los vástagos, pero que hubo reciprocidad y solidaridad entre criollos e irlandeses queda demostrada en esta anécdota contada por una descendiente de los Rossiter. Richard Rossiter, dueño de la estancia La verde, ubicada cerca de Mercedes, (Bs. As.) encontró a una criolla aindiada, muy poco agraciada y para colmo con rastros de haber padecido la viruela, acurrucada y llorosa en un rincón del patio de la estancia. La mujer era la más viva imagen de la desolación y el desamparo, una total abandonada del destino. Al preguntarle el porqué de su congoja la desdichada dio a entender que no regresaría más a la estancia del Gral. Pacheco, donde trabajaba, muy cerca de La verde. Rossiter, una vez alojada la mujer en dependencias de su casa, dio parte a su vecino de que se encontraba en la verde una de sus peonas, de modo que dispusiera qué hacer con ella. molesto, el general, al ser interrumpido por cosa tan poco importante , sólo respondió: -A ésa, tírela. El irlandés volvió a su casa y le propuso empleo a la fugitiva: desde ahora iba a ser la lavandera familiar. La mestiza no sólo lavó la ropa de la estancia sino que hasta aprendió el inglés quedándose por muchos años con sus nuevos patrones que la tuvieron en gran estima asimilándose a la vida familiar con sus penas y alegrías. Más tarde, al casarse Maggie Rossiter con uno de los Cámpora, hermano del que fuera presidente de la Nación, la fiel fue a ejercer su trabajo con aquella niña a la que había ayudado a criar y como ley de la vida también se casó y tuvo descendencia, siendo una de sus hijas la Directora de la Escuela Nº 10 de Mercedes.. Y si bien los varones de la familia de la antigua lavandera Abonaron la fama de tranquilos observadores del panorama, las mujeres supieron aprovechar las oportunidades que las llevaron a mejorar sus vidas. De lo que se desprende que mucho sirvió el gesto de tender la mano a una criolla por parte de estos inmigrantes, que no volvieron a su tierra una vez "hecha la América" sino que se quedaron a verla crecer teniendo gestos solidarios con los corridos del sistema. |
Susana
Dillon
De "Los hijos de Irlanda en Argentina"
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