Cuando San Patricio andaba por Irlanda |
|
Aquí tenemos el alma íntima del hombre celta en aquellas momentos que ha llegado a amar tras años de persecución, cuando arropándose en los sueños y oyendo al crepúsculo el canto de las hadas, cavila sobre el alma y los muertos. Tenemos aquí al hombre celta, al hombre celta que sueña. |
|
Es archisabido que San Patricio es el
protector de los irlandeses y que su fiesta, el 17 de marzo, no solamente
es un importante acontecimiento religioso sino un hecho cívico-social que
congrega a toda esta comunidad. Nuestros abuelos, venidos a estas tierras
tenían, y tienen sus descendientes, esta festividad para reunirse, para
estar en comunión. Quienes viven en Buenos Aires se congregan en el templo de la Santa Cruz, pero los inmigrantes que habitaban en la campaña, encargaban una misa en la parroquia más cercana y allí una vez cumplido el oficio religioso, se organizaba un almuerzo campestre que remataba en baile y a veces en juegos y justas deportivas. El motivo principal era la celebración del culto, pero también era ocasión para renovar amistades, saludarse entre parientes, y hasta entablar relaciones amorosas. |
Contaba tía Maggie que en una de
estas fiestas ella había sacado novio, con el que luego se casó. Pancho
se apelaba aquel vasco saludable, pintoresco y trabajador que le regaló
flores para su capelina en ese justo día en que cayó a lucirse montando
un pura sangre que todos los asistentes admiraron y con el que flechó el
corazón de tía Maggie. Ella, con su clásica ingenuidad, era
remisa a seguir con mayores detalles del romance, de manera que salía del
paso contando la historia del Santo. Parece ser, que en el condado de
Mayo, moraba junto a los acantilados un caudillo malvado al que llamaban
Crom Bubh. Su casa era un fuerte rojo, de
aspecto terrible. Nadie se arrimaba por sus alrededores. Este sujeto era el tipo más malo,
pendenciero, cínico y vengativo que pudiera existir en aquellos tiempos,
hace 1600 años, en que Irlanda era tierra de gente pagana de carácter
agresivo debido a que se tuvieron que defender bravamente de guerreros
invasores que asolaban los campos, robaban los ganados, masacrando a los
pobladores. Aquel hombre, Crom Bubh tenía dos hijos tan o más malos que el
padre, ellos entraban y salían de un agujero de la costa donde roncaba el
mar y gemían las tormentas, era su lugar de recreo. Crom Bubh, no sólo tenía hijos perversos, también tenía dos
mastines feroces atados delante del fuerte rojo para echárselos encima al
que se atreviese a llegar. Pero no le alcanzaba todo aquello: en forma
permanente había una hoguera entre la casa y el acantilado para arrojar
en ella a quien no le pagara las rentas por anticipado. Al pobre
desdichado que incurría en esta falta o lo arrojaban al fuego, o lo
tiraban por el acantilado o se lo devoraban los mastines. Así de
perversos eran Crom Bubh, sus hijos y sus perros. Todo el mundo corría a esconderse al sentir los ladridos y
tropeles, dejando el dinero de la renta en la puerta de casa para no
verlos. La gente de la comarca decía que Crom tenía una novia que era
una de esas hadas que mejor nunca encontrar, que lo asesoraba sobre qué
era lo mejor para él. En lugar se hacerse más bueno con los años, empeoró su carácter.
Se divertía con su bufón que inventaba canalladas para hacer sufrir a
sus víctimas. Más de un plan para sacarse de encima a estas alimañas urdió el
vecindario del condado, pero todos fracasaron debido a los hechizos de la
novia. No tenían esperanza ni alivio porque todavía no se conocía por
aquellos parajes la fe del cristianismo, de modo que todos creían en el
poder de estos demonios a los que tendrían que aguantar hasta el fin de
sus días sin remedio. Suponían que Crom era el que les mandaba el sol, el agua y las
estaciones. Así que a sufrir y a callar. Felizmente, allá por el año 400 D.C.
llegó san Patricio a predicar a los que vivían como salvajes azotados
por el caudillo. Se reunían en un lugar donde los árboles eran buen
reparo. El santo habló de la luz divina del Evangelio, de la gloria de
los cielos y de la dulce Virgen María. Les enseñó las verdades y los
instruyó en la oración. Separó el bien del mal y por fin los llevó al
Pozo de la Rama para bautizarlos con el sello de Cristo y el amor al prójimo.
El Santo, al llegar a la isla debió pactar con los druidas, sabios
oficiantes de anteriores creencias, piedras fundamentales de la cultura
celta. De modo que la evangelización no fue impartida con violencia, sino
por acuerdo de ambas partes. De allí en más, surgió un verdadero
sincretismo. Ya hechos cristianos le contaron al santo sus penurias y los
horrores que pasaban con el fiero caudillo, sus hijos y sus perros. San
Patricio fue al encuentro de los malvados llevando sólo un cayado
y la gente que lo seguía por detrás. Los dos hermanos estaban practicando
lucha, revolcándose entre los perros. Al ver al extraño sacaron a
relucir sus malos instintos. Silbaron a los perros azuzándolos contra el
Santo, se armaron de garrotes para ultimarlo, pues no tenían idea de quién
se trataba. Los dos mastines se abalanzaron echando espuma por la boca y
fuego por los ojos, pero cuando ya estaban por alcanzar al santo, éste
trazó un círculo en el suelo con el cayado, quedando él adentro, y se
santiguó. A medida que se acercaban al círculo, los perros comenzaron a batir la cola y a bajar las orejas. Al momento le lamían los pies saltando de contento a su alrededor. |
Susana
Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997
Ir a índice de América |
Ir a índice de Dillon, Susana |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |