Cuando San Patricio andaba por Irlanda
Susana Dillon

Aquí tenemos el alma íntima del hombre celta en aquellas momentos que ha llegado a amar tras años de persecución, cuando arropándose en los sueños y oyendo al crepúsculo el canto de las hadas, cavila sobre el alma y los muertos. Tenemos aquí al hombre celta, al hombre celta que sueña.
W.B. Yeats "THE CELTIC TWILING

Es archisabido que San Patricio es el protector de los irlandeses y que su fiesta, el 17 de marzo, no solamente es un importante acontecimiento religioso sino un hecho cívico-social que congrega a toda esta comunidad. Nuestros abuelos, venidos a estas tierras tenían, y tienen sus descendientes, esta festividad para reunirse, para estar en comunión.

 

Quienes viven en Buenos Aires se congregan en el templo de la Santa Cruz, pero los inmigrantes que habitaban en la campaña, encargaban una misa en la parroquia más cercana y allí una vez cumplido el oficio religioso, se organizaba un almuerzo campestre que remataba en baile y a veces en juegos y justas deportivas. El motivo principal era la celebración del culto, pero también era ocasión para renovar amistades, saludarse entre parientes, y hasta entablar relaciones amorosas.

 

Contaba tía Maggie que en una de estas fiestas ella había sacado novio, con el que luego se casó. Pancho se apelaba aquel vasco saludable, pintoresco y trabajador que le regaló flores para su capelina en ese justo día en que cayó a lucirse montando un pura sangre que todos los asistentes admiraron y con el que flechó el corazón de tía Maggie.

 

Ella, con su clásica ingenuidad, era remisa a seguir con mayores detalles del romance, de manera que salía del paso contando la historia del Santo.

 

Parece ser, que en el condado de Mayo, moraba junto a los acantilados un caudillo malvado al que llamaban Crom Bubh.

 

Su casa era un fuerte rojo, de aspecto terrible. Nadie se arrimaba por sus alrededores.

 

Este sujeto era el tipo más malo, pendenciero, cínico y vengativo que pudiera existir en aquellos tiempos, hace 1600 años, en que Irlanda era tierra de gente pagana de carácter agresivo debido a que se tuvieron que defender bravamente de guerreros invasores que asolaban los campos, robaban los ganados, masacrando a los pobladores.

 

Aquel hombre, Crom Bubh tenía dos hijos tan o más malos que el padre, ellos entraban y salían de un agujero de la costa donde roncaba el mar y gemían las tormentas, era su lugar de recreo.

 

Crom Bubh, no sólo tenía hijos perversos, también tenía dos mastines feroces atados delante del fuerte rojo para echárselos encima al que se atreviese a llegar. Pero no le alcanzaba todo aquello: en forma permanente había una hoguera entre la casa y el acantilado para arrojar en ella a quien no le pagara las rentas por anticipado. Al pobre desdichado que incurría en esta falta o lo arrojaban al fuego, o lo tiraban por el acantilado o se lo devoraban los mastines. Así de perversos eran Crom Bubh, sus hijos y sus perros.

 

Todo el mundo corría a esconderse al sentir los ladridos y tropeles, dejando el dinero de la renta en la puerta de casa para no verlos. La gente de la comarca decía que Crom tenía una novia que era una de esas hadas que mejor nunca encontrar, que lo asesoraba sobre qué era lo mejor para él.

 

En lugar se hacerse más bueno con los años, empeoró su carácter. Se divertía con su bufón que inventaba canalladas para hacer sufrir a sus víctimas.

 

Más de un plan para sacarse de encima a estas alimañas urdió el vecindario del condado, pero todos fracasaron debido a los hechizos de la novia.

 

No tenían esperanza ni alivio porque todavía no se conocía por aquellos parajes la fe del cristianismo, de modo que todos creían en el poder de estos demonios a los que tendrían que aguantar hasta el fin de sus días sin remedio.

 

Suponían que Crom era el que les mandaba el sol, el agua y las estaciones. Así que a sufrir y a callar.

 

Felizmente, allá por el año 400 D.C. llegó san Patricio a predicar a los que vivían como salvajes azotados por el caudillo. Se reunían en un lugar donde los árboles eran buen reparo. El santo habló de la luz divina del Evangelio, de la gloria de los cielos y de la dulce Virgen María. Les enseñó las verdades y los instruyó en la oración. Separó el bien del mal y por fin los llevó al Pozo de la Rama para bautizarlos con el sello de Cristo y el amor al prójimo. El Santo, al llegar a la isla debió pactar con los druidas, sabios oficiantes de anteriores creencias, piedras fundamentales de la cultura celta. De modo que la evangelización no fue impartida con violencia, sino por acuerdo de ambas partes. De allí en más, surgió un verdadero sincretismo.

 

Ya hechos cristianos le contaron al santo sus penurias y los horrores que pasaban con el fiero caudillo, sus hijos y sus perros. San Patricio fue al encuentro de los malvados llevando sólo un cayado y la gente que lo seguía por detrás.

 

Los dos hermanos estaban practicando lucha, revolcándose entre los perros. Al ver al extraño sacaron a relucir sus malos instintos. Silbaron a los perros azuzándolos contra el Santo, se armaron de garrotes para ultimarlo, pues no tenían idea de quién se trataba. Los dos mastines se abalanzaron echando espuma por la boca y fuego por los ojos, pero cuando ya estaban por alcanzar al santo, éste trazó un círculo en el suelo con el cayado, quedando él adentro, y se santiguó.

 

A medida que se acercaban al círculo, los perros comenzaron a batir la cola y a bajar las orejas. Al momento le lamían los pies saltando de contento a su alrededor.

Susana Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997

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