¡A los toros! |
Si hay una fiesta que define a los españoles, aún a los de hoy, en
pleno auge de diversiones llevadas desde distintas usinas del "entertainrnent
global", es y seguirá siendo la corrida de toros, la fiesta brava,
ésa en que el diestro es un danzarín que se encara a cada instante con
la muerte que juega entre los pitones del animal furioso. En esa dimensión, el espacio entre esas
dos puntas afiladas, está el revuelo del capote, sus luces encandilantes,
el brillo del estoque y el tamborileo del corazón del hombre vestido para
matar. Es el ballet más letal que se ha inventado, la coreografía más
trágica. ¡Los toros, pasión y opio de las multitudes! También llegaron a América, y se
quedaron en México, en Perú, en Colombia y en alguna isla del Caribe...
hasta llegaron a Córdoba, donde según las actas capitulares, hubo
corridas a poco de fundada la docta en 1573 para festejar la Inmaculada
Concepción en que se ordenó "se corran toros en la plaza
principal". En España, para aquellas épocas, hubo entredichos entre reyes que adoptaron la fiesta con gusto y pasión, y papas que tronaron con bulas y excomuniones. Pero aquí, y pese a gustarles a los virreyes, se prefirió sacrificarlos para gozar del manjar nacional: el asado sibarítico, ése que nos hizo famosos en el mundo entero. |
Susana
Dillon
De "Las locas del camino"
Universidad Nacional de Córdoba, 2005
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