Sueños y «volantines» |
«El Cerro de las Animas benditas» se llama un montecillo de mi pueblo; extraño nombre que le dio la gente -- según afirman los que saben de ello -- porque, como se eleva en grácil curva precisamente por detrás del templo, donde reciben el adiós del mundo los que retornan de la tierra al seno, huyen del monte a los vecinos árboles las pobres almas de los pobres muertos, envueltas en las ráfagas azules de la espiral sagrada del incienso, mientras resuenan, por las amplias bóvedas, del canto augusto los dolientes ecos. El Cerro de las Animas.! Cuidado Que está en mis glorias el dichoso cerro! Las faldas de mi madre y las del monte Mis amores de niño compartieron; Por hermano me tienen sus arbustos, Sus piedras y sus pájaros, y creo Que recorrí sus zarzas y malezas Como ningún chiquillo de mi tiempo, Y que, si Dios a todo dio un lenguaje Y hablan las hojas con susurros tiernos, Ya han susurrado con dolor las suyas Que estoy quizás, cuando no subo, enfermo Allá en su cumbre, por las tardes, era Donde todos los guapos del colegio Íbamos a jugar a las cometas, Como se dice en castellano viejo. !A jugar a los bravos «volantines», águilas de papel que alzan el vuelo y que, cual arma de combate, lucen en la cola de trapo un vidrio puesto, para atacar a la infeliz «chiringa» que les dispute su ración de viento! !Íbamos muchos -- !cuando menos quince! --, hábiles todos y en el juego expertos Pues ni uno solo consiguió cortarme Mi volantín, mi volantín ligero, porque salvando con presteza suma (¿Me entenderán los niños borinqueños? !Les voy a hablar en la divina charla de sus sencillos e inocentes juegos!) Porque «cambiando en culebrilla», huía del «navajazo», en el ataque fiero, y, móvil siempre en sus «gacetas» blancas mi perseguido volantín esbelto, como el astuto gladiador del aire, salía , al fin de la batalla, ileso. Sabemos doble más cuando muchachos, Que después que ya somos hombres serios: Desde que de mi Cerro de as Animas La suerte impía me arrastró tan lejos; Desde que como el loco de Cervantes, Lo grande admiro, mas lo ruin desprecio; Desde que grave me apuntó el bigote Y estudio leyes y compongo versos, !aún no he podido, por desgracia mía, «encampanar» el volantín de un sueño, sin que el demonio, que me tiene rabia, me corte el hilo en el azul del cielo! |
José de Diego y Benítez
Ir a índice de América |
Ir a índice de de Diego y Benítez, José |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |