Parábola del deseo, la maceración y la esperanza Cuento de Antonio Di Benedetto |
Félix creía que ya era un hombre satisfecho, hasta que conoció a la esposa de su amigo. Sulso se tuvo a sí mismo por hombre honesto, hasta que advirtió que siempre había envidiado el linaje y la fortuna de su amigo. Después, Félix, que caviló, pudo entender que estaba en pos de muchas cosas que poseía, ya que sólo su deseo diferenciaba las suyas de las ajenas. Sulso, que podía ser frugal, supo que tenía las cosas que necesitaba y las que apetecía no eran en modo alguno ennoblecedoras, a pesar de lo cual estaba tan fervientemente ansioso de ellas que por conseguirlas podía matar. Sulso era el amigo de Félix y Félix era el amigo de Sulso. Y descubrieron que se estaban persiguiendo el uno al otro, que habían hecho que sus encuentros y sus desencuentros fueran para engañarse y despojarse recíprocamente. Entonces, sin confesar el descubrimiento, coincidieron en proponerse el retiro. *** Concordaron igualmente en elegir el retiro subterráneo y fueron aceptados y conducidos en el mismo día, sin dar ocasión a una despedida ni tiempo a un avío. Al descender Félix, radiante, pronunciaba su nombre en voz alta, y Sulso parecía iluminarse con aquella felicidad, como beneficiado por su reflejo. En Sulso era más tenaz lo que estaba abandonando. Félix se encontraba en su nombre, y lo proclamaba. Sulso contaba los escalones, que resultaron ser 141, y eran muchos, para él. El prometido descanso, la prometida soledad, debían ser compartidos con diez hombres sucios. Todos eran inhospitalarios e inamistosos, menos uno, el leproso, que quiso confortarlos diciéndoles: —En la noche traerán la comida. Félix y Sulso procuraron resignarse, pero traían la comida dos muchachitas de pelo corto v, en la segunda noche, cuando se iban por la escalera, las persiguieron y se sirvieron de ellas. *** Apareció más tarde aquel que los había aceptado en el retiro y los desterró, ya que tenía poderes para hacerlo. El lugar del destierro era a la luz, muy viva, porque en sus cercanos confines la reflejaba la nieve. Vivienda no había, pero sí porqueriza y corral de cabras, y el guía les dijo que los animales, la leche y el queso serían su sustento, que la nieve les daría el agua y que en verano tendrían uvas de la parra, si sabían cuidarla. Félix y Sulso comprendieron que el destierro no sería breve, y alzaron una choza. Cuando crecieron los arroyos, porque el sol, en su viaje, se acercó más a la tierra, creció también la soledad de Félix y Sulso, porque pudieron explorar y supieron que no podrían alejarse del valle breve tapiado al fondo por la montaña enhiesta. Sulso se hacía querer de los cabritos v reclamaba para sí el privilegio de conducirlos al pastoreo. Félix ordeñaba y elaboraba los quesos. No comían otra carne que la de los cerdos, porque no lograron deponer su hostilidad. El camino de acceso fue cerrado pacientemente durante el invierno por los severos guardianes, de modo que cuando se castigó a uno de éstos con el destierro al valle de Félix y Sulso, tuvo que ser descendido con cuerdas desde lo alto del muro de piedras. *** Félix y Sulso presenciaron prudentemente el descendimiento. Entonces el guardián mayor los invitó a acercarse, para parlamentar, y cuando estuvieron donde nacía la acumulación de piedras, les hizo saber que, para ellos, el castigo había terminado y que permanecerían allí sólo si ésa era su voluntad. Félix, mientras escuchaba, con el rostro dirigido a aquella voz, buscó con su mano de Sulso y al encontrarla la apretó con fuerza. Cuando el guardián mayor no habló más, Sulso con sus manos en los hombros de Félix lo sacudía, excitado y gozoso. Sin embargo, no podían hablar, y hacerlo no era indispensable, porque se volvieron lejos de los demás hombres para pensar y consultarse. Y llegaron frente al corral de cabras, donde, sentados en un tronco desgastado, quedaron, ya en un silencio que no era el silencio común a ambos, sino el silencio de cada uno para si mismo. Algunas cabras se juntaron a la cerca para mirar a su pastor; algunas le rogaron libertad con la mirada y el balido. Félix dijo: —Me molestan, no me dejan que reflexione tranquilo. Y Sulso, que por acostumbrado a las cabras no se distrajo con ellas, entendió mal, creyendo que a Félix le molestaban los guardianes con su anuncio, y le objetó: —No quieren molestarte: te dan la opción. Puedes irte o quedarte. Pero Félix, que al principio se sorprendió de que Sulso diera a sus palabras ese sentido, después de comprender el error, le contestó: —Sí, pero su medida del castigo es distinta de la mía, porque el castigo de nada sirve si no corrige. Sulso, sin apasionarse, replicó: —Pero no sabremos si nos hemos corregido hasta hallarnos de nuevo frente a la posibilidad de proceder mal, y esto sólo será posible volviendo al mundo. Y Félix, sonriente y a la vez dolorido, dijo: —El mundo, para mí, está donde yo estoy. En seguida regresaron, porque era la hora en que la luz disminuye, y ellos calcularon que vencía el plazo para contestar. Cada cual parecía llevar una respuesta personal. En la cima de la tapia de piedras estaba el guardián mayor; abajo, allí en el suelo, donde comenzaba la soledad, se hallaba el guardián descendido, y los dos esperaban la respuesta de Félix y Sulso. Félix y Sulso vieron al guardián menor, encogido como esperando un golpe. Sulso comparó sus ojos con los de los animalitos que necesitan para comer que los lleven adonde está el pasto y para no morir de frío, en las noches, que los conduzcan al reparo donde han de recogerse. Caminaron aún unos pasos y con la mano dijeron, al guardián mayor, que no. Cuando se reunieron en la choza y Félix repartió la comida entre los nidad. Quería de Félix y Sulso benevolencia y ayuda, y los miraba con respeto porque ellos ya habían organizado su vida en ese vacío. Y les dijo: —No sufro, porque estoy con ustedes. Ustedes están tranquilos: no esperan. Félix y Sulso asintieron, con la mirada serena. Pero Sulso pensó: "Sin embargo... Algo, todavía, puede ocurrir.” Y Félix se dijo: "Es imposible no esperar." |
Cuento de Antonio Di Benedetto Mendoza, enero de 1960.
Publicado, originalmente, en: Ficción. Revista-Libro Bimestral Núm. nº 24-25 - marzo-abril-mayo-junio de 1960
Ficción se editó entre 1956 y 1971 - Lugar de edición: Ciudad de Buenos Aires
Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/ficcion-no-24-25/
Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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