Aquellos ojos verdes |
"No
jodan. La orden es que cada uno haga su trabajo", oyó vociferar
Carola desde su celda. No le bastó, quería ver. Se incorporó
trabajosamente, apoyando las manos en el piso. Todavía permanecía con
las piernas separadas. Su vulva estaba inflamada desde la última
picaneada, y dolía aún. Se acercó a la puerta y miró a través de la
cerradura. Vió una espalda color mostaza, y supo que era él. Aquí lo
llamaban "el lungo" pero, para ella, siempre sería Elvis. … Aquel jueves era noche de bailanta y, al verlo, le gustaron sus ojos verdes. Tocaron un chamamé. Ella se le paseó, meciendo rítmicamente sus caderas abundantes. "Me dicen Elvis" dijo él, tomándola de la cintura y guiándola al centro de la pista, debajo del globo con reflejos.
Bailaron
y hablaron. Y, fijándose la mirada se evaporó el tiempo, bailando y
hablando. Cuando estaban apagando las luces, eran novios.
Doblando
la esquina, entraron en un hotel. No fue su primer hombre pero, al
recibirlo en su cuerpo, lo supo su primer amor.
Salieron
machihembrados. … "¡Basta,
Elvis!", se dijo "¿por qué no salís de mi cabeza? Resultaste
una mentira de mierda… No seas bolú, Caro. No lo sueñes más."
Volvió a mirar por la cerradura. Vió como la espalda mostaza daba media
vuelta, mostrando el pecho de Elvis, caminando resuelto hacia la puerta.
Carola
retrocedió hacia el catrecama, oyó el rechinar de la cerradura y abrirse
la puerta. Vió entrar una camisa mostaza, pero no llevaba la cara de
Elvis. No la conocía.
El
hombre cerró la puerta tras de él, y se le acercó. Le voló una
cachetada que la sentó. Su mirada era un amargo reproche al prójimo y,
pensó Carola, a la insatisfacción de reconocerse miserable, sin redención
posible. Lo rodeaba un hedor que hacía juego con su calaña. Se acercó
al camastro y, abriéndose la bragueta, exhibió su miembro. Jalando de
ella, luchó para acercar su boca a él. La ahogaron las arcadas.
"¿Así
que fuiste la mina del lungo?", dijo. "No es pavo el lungo. Estás
hecha mierda y sin embargo sos linda, carajo. ¡Chupalo, turra! Te voy a
bautizar con leche."
Carola
le escupió la cara, y en ese instante se escuchó el estampido. El cuerpo
del hombre cayó sobre ella, desparramando sangre y una materia viscosa,
que no podía ser otra cosa que sus sesos. Elvis,
en la puerta, sostenía un revolver humeante. Se acercó hasta ella,
lo dejó sobre el camastro, e intentó abrazarla. "No puedo
dejarte aqui", le dijo, "vámonos", e intentó
incorporarla, desplazando el cuerpo inerte del que acababa de matar a
quemarropa.
En
la cabeza de Carola, antagónicos, luchaban dos sentimientos. Elvis en las
noches de pasión, y Elvis entregándola a los milicos, y torturándola
con la picana. "Es bueno en las dos cosas", pensó.
A
Carola la estremeció el sonido del segundo disparo.
Después
de besar y cerrar esos ojos verdes que la habían traicionado y, sabía,
no iban a ser fáciles de olvidar, corrió hacia la puerta, llevándose el
revolver...¿Un recuerdo? Quizás. La preñez incipiente corría riesgo,
luego de tanta agresión. Al ver el día de sol caminó, siempre pensando.
Cuando
llegó a la avenida, botó el arma en un tacho de basura, y decidió
inventarse una historia para su resurrección, en donde Elvis no tuviera
lugar. De pronto, una puteada en voz alta salió de su garganta... ¿Y si el bebé nacía con los ojos verdes? |
Tito Devrek
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