Una comida
regional |
Padecía una enfermedad terminal, desconocida por la ciencia que evolucionaba todos los días. No podía viajar a ninguna parte. Tal vez fuese por razones económicas, pero principalmente por falta de impulso que era el efecto más visible de dicha enfermedad. Su vida era rutinaria, de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Había perdido su “capacidad de asombro”. En un mundo de tránsito y consumo de mercaderías no hay singularidades ni objetos raros. Sólo existía una “pérdida de aura”, pensaba, y las cosas se reproducían sin creatividad y ese pensamiento realmente lo mortificaba. Sin embargo, disfrutaba los fines de semana preparando comidas, algunas típicas de la región rioplatense y otras, de lo que encontraba en la heladera y siempre con una base de proteínas; sea pescado, pollo, pato o carne de vaca. Un día decidió representar un paisaje a través de una comida determinada. Entonces pensó que montaña era cordero con vino tinto “Merlot” a la parrilla con ajíes, cebolla y ciboulette, campo, era asado con chorizos, morcillas acompañado de papas y zapallo también a la parrilla y selva era una porción de lechón asado con rúcula, tomate y rodajas de ananá. Otro día, se le vino a la mente una playa exótica a la que concurría con su familia y tomaba sol desde temprano. En este último caso, la representó con un pescado que podría ser brótola, besugo o bien róbalo a la plancha con rodajas de maracujá, sazonado con caipirinha, la cual –como la sirven en el nordeste brasileño- tenía miel y no azúcar. No dejaba de sentir el aroma de cada comida, la cual le representaba no solamente un paisaje determinado sino una música típica regional que a su vez cohesionaba paisaje y comida como un elemento inseparable . Allí apareció la samba como elemento articulador que bajaba de los morros para dar alegría, como un zahir que lo envolvía todo. Pero en esa cuestión de paisajes y músicas que le venían a su mente, recordó que no podía cocinar si no estaba enamorado de algo o de alguien. Y porque no enamorarse de la comida o de la música o bien de las mujeres, cuestiones que son casi inseparables. Pero si tenía que levantarse temprano todos los días para llevar a sus hijos al colegio, después a trabajar y después a dormir, supermercado de por medio. No podía viajar sin dinero ni cocinar sin tiempo libre. En realidad, buscaba una señal, un semáforo o indicador para generar sinergias positivas, un Abaporou u “hombre que come” en lengua tupí, recordando el cuadro de Tarsila do Amaral junto al Manifiesto Antropofágico de 1928 de su marido Oswald de Andrade1, que originara a uno de los movimientos culturales más importantes en Latinoamérica como fue el modernismo, en su versión brasileña. Percibía, aún sin entender mucho, que la ausencia de capacidad de asombro era la mejor herramienta que utilizaban los gobiernos a escala mundial para que la gente no se pregunte cosas, se domestique, produzca, no piense y especialmente que no sienta.
Una vez por semana, decidió cocinar un plato regional para poder viajar al lugar que él quisiese, con la libertad que otorga la mente, la que no tiene fronteras ni muros de ningún tipo. Entonces, con el pescado asado, viajaba a una playa de Fortaleza –Jericoacoara, Canoa Quebrada- o bien las de Mar del Plata, Florianópolis o La Paloma en el Uruguay. Por otra parte, con el lechón a la parrilla estaba en un lugar de la pampa húmeda o bien en la selva misionera o en Belo Horizonte, la ciudad capital del estado de Minas Gerais, tan importante en la historia del Brasil, donde la gente es muy sencilla, gusta mucho de la buena mesa y además producen queso y dulce de leche como en la Argentina y el Uruguay. Un viaje en barco por el Amazonas como el que hizo de soltero alguna vez, lo asimilaba a comer pescado de río a la parrilla con bananas salteadas acompañado de alguna cerveza liviana. Y el café, qué mejor café que el de Sâo Paulo, donde se gestó la Semana de Arte Moderno de 1922 que diera origen al modernismo en el Brasil. Y porqué no viajar a alguna ciudad campera de la República Oriental del Uruguay donde también se gestó nuestra patria, por ejemplo a la ciudad de Canelones en el corazón de la patria de Artigas. Y porque no estar en Uruguay, Brasil, Paraguay y Argentina al mismo tiempo y sin moverse de su mesa. Así, el lugar era la cocina y de allí, con sus platos típicos, proyectarse al mundo y a la región latinoamericana toda. La otra opción era organizar un asado en la Azotea de Haedo, allá en Maldonado, donde se reunió el presidente Haedo con varias personalidades tanto de nuestro país como del mundo todo, entre ellos el Che Guevara, en ocasión de participar -como presidente de la delegación cubana en el primer encuentro del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la Organización de Estados Americanos (OEA). Allí ambas personalidades tomaron mate y su foto recorrió el mundo. Su enfermedad manifestada en su falta de “ánimo” para encarar cualquier proyecto, comenzó a remitírsele y de esta manera, la rutina diaria no lo transformó en una cosa productora de bienes y servicios. Así, el intercambio de mercaderías ya no era lo más importante en su vida, sino las personas y sus manifestaciones culturales como la cocina y la música. En ese momento comenzó a gestarse un nuevo MERCADO COMÚN DEL SUR (MERCOSUR). |
Dr.
Alejandro Della Sala
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