Una comida regional
Somos lo que comemos
Alejandro DELLA SALA

Padecía una enfermedad terminal, desconocida por la ciencia que evolucionaba todos los días. No podía viajar a ninguna parte. Tal vez fuese por razones económicas, pero principalmente por falta de impulso que era el efecto más visible de dicha enfermedad.  Su vida era rutinaria, de su casa al trabajo y del trabajo a su casa.  Había perdido su “capacidad de asombro”.  En un mundo de tránsito y consumo de mercaderías no hay singularidades ni objetos raros. Sólo existía una “pérdida de aura”,  pensaba,  y las cosas se reproducían sin creatividad y ese pensamiento realmente lo mortificaba.  Sin embargo, disfrutaba  los fines de semana preparando comidas, algunas típicas de la región rioplatense  y otras,  de lo que encontraba en la heladera y siempre con una base  de proteínas; sea  pescado, pollo, pato o carne de vaca.

 

Un día decidió representar un paisaje a través de  una comida determinada. Entonces pensó que montaña era cordero con vino tinto “Merlot” a la parrilla con ajíes, cebolla y ciboulette,  campo,  era asado con chorizos, morcillas  acompañado de papas y zapallo  también a la parrilla y selva era una porción de lechón asado con rúcula, tomate y rodajas de ananá.   Otro día,   se le vino a la mente  una playa  exótica a la que   concurría con su familia y tomaba sol desde temprano.  En este último caso,  la representó con un pescado que podría ser  brótola,   besugo o  bien  róbalo a la plancha con rodajas de  maracujá, sazonado con  caipirinha, la cual –como la sirven en el nordeste brasileño- tenía miel y no azúcar.  No dejaba de  sentir el aroma de cada comida, la cual le representaba no solamente un paisaje determinado sino una música  típica regional que a su vez  cohesionaba  paisaje y comida como un elemento inseparable . Allí apareció la samba como elemento articulador que bajaba de los morros para dar alegría, como un zahir que  lo envolvía todo. 

 

Pero en esa cuestión  de paisajes y músicas   que le venían a su mente,  recordó que no podía cocinar  si no estaba enamorado de algo o de alguien.  Y porque no  enamorarse de la comida o de la música o bien de las mujeres, cuestiones que son casi inseparables. Pero si  tenía que levantarse temprano todos los días para llevar a sus hijos al colegio, después a trabajar y después a dormir, supermercado de por medio.  No podía viajar sin dinero ni  cocinar sin tiempo libre.  En realidad, buscaba una señal, un semáforo o indicador para generar sinergias positivas, un Abaporou  u “hombre que come” en lengua tupí, recordando el cuadro de Tarsila do Amaral junto al Manifiesto Antropofágico de  1928  de su marido Oswald de Andrade1, que originara a uno de los movimientos culturales más importantes en Latinoamérica como fue el modernismo, en su versión brasileña.

 

Percibía, aún sin entender mucho, que la ausencia de capacidad de asombro era la mejor herramienta que utilizaban los gobiernos a escala mundial para que la gente no se pregunte cosas, se domestique, produzca, no piense y especialmente  que no sienta.  

                  

Una vez por semana, decidió  cocinar un plato regional para poder viajar al lugar que él quisiese, con la libertad que otorga la mente, la que  no tiene fronteras ni muros de ningún tipo. Entonces, con el pescado asado,  viajaba   a una playa de Fortaleza –Jericoacoara, Canoa Quebrada- o bien las de  Mar del Plata, Florianópolis o  La Paloma en el Uruguay.

 

Por  otra parte,  con el lechón a la parrilla estaba  en  un lugar de la pampa húmeda o bien en la selva misionera o en Belo Horizonte, la ciudad capital del estado de  Minas Gerais, tan importante en la historia del Brasil, donde la gente es muy sencilla, gusta mucho de la buena mesa y además producen  queso y dulce de leche como en la Argentina y el Uruguay. Un viaje en barco por el Amazonas como el que  hizo  de soltero alguna vez, lo asimilaba a comer pescado de río a la parrilla con bananas salteadas acompañado de alguna cerveza liviana.  Y el café,  qué mejor café  que el de Sâo Paulo, donde se gestó la Semana de Arte Moderno de 1922 que diera origen al modernismo en el Brasil.  

 

Y porqué no viajar a  alguna ciudad campera de la República Oriental del Uruguay donde también se gestó nuestra patria, por ejemplo   a la ciudad de Canelones  en el corazón de la patria de Artigas.  Y porque no estar en Uruguay, Brasil, Paraguay  y Argentina al mismo tiempo y sin moverse de su mesa.  Así, el lugar era la cocina y de allí, con sus platos típicos, proyectarse al mundo y a la región latinoamericana toda. La otra opción era organizar  un asado en la Azotea de Haedo, allá en Maldonado, donde se reunió  el presidente Haedo con varias personalidades tanto de nuestro país como del mundo todo, entre ellos el Che Guevara, en ocasión  de participar  -como presidente de la delegación cubana en el primer encuentro del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la Organización de Estados Americanos (OEA). Allí ambas personalidades tomaron mate y su foto recorrió el mundo.  

 

Su enfermedad manifestada en su  falta de “ánimo” para encarar cualquier proyecto, comenzó a remitírsele y de esta manera, la rutina diaria no lo transformó en una cosa  productora de bienes y servicios.  Así,  el intercambio de mercaderías ya  no era lo más importante en su vida, sino las personas y sus manifestaciones culturales  como la cocina y la música.     En ese momento  comenzó a gestarse un nuevo MERCADO COMÚN DEL SUR  (MERCOSUR). 

Dr. Alejandro Della Sala  

Ir a índice de América

Ir a índice de Della Sala, Alejandro

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio