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A tan solo 16 horas de vuelo y de mi boca
Paulo Delgado
delgadoolivares@hotmail.com

Hoy desperté extrañándote, porque no estabas a mi lado, no te tenía cerca, estabas exactamente a 16 horas de vuelo de mi cama y lo que es peor, de mi boca. Me desesperaba esta sensación de no tenerte, de sentirte tan lejana, quizás la distancia te podría llevar a los brazos de otra persona, otro podría ser el que te acaricie de una forma protectora como lo hace una madre con su hijo. 

La única forma de tenerte por unos instantes era a través de una llamada telefónica, así que me anime y busque mi teléfono móvil, empecé a digitar tus números, sabía que al otro lado estabas tú, probablemente aun acostada en la cama, durmiendo sobre las sabanas con tu pelo suelto y tus dos piernas bien torneadas, estabas ahí desnuda como lo está una roca sobre la arena en la playa, dura, sólida y caliente.


El teléfono suena, te demoras en contestar, porque ese ruido del rin de tu celular es lo que te trae de vuelta a la vida. Un ¡alo!, siento del otro lado del auricular, ¡tú sabias perfectamente que era yo quien llamaba ¿quién más te llamaría a esta hora? 

¡Hola como estas! Te digo con tono suave desde este lado. Te quedas en silencio, sé que te duele sentir mi voz, te duele acordarte de mí, porque te recuerda que estas sola. 

Si supieras lo que te he extrañado a ti y a tus besos, tus caderas que siempre las veía correr por la casa desnudas como una niña.

Tú sorprendida de oír mi voz no me respondes ni tampoco espero una respuesta, era yo el que quería hablar, necesitaba que me escucharas, que sintieras como mis palabras desde la lejanía te acariciaban. 

Te dije muy seriamente que tenía ganas de hacer el amor contigo, de hacerlo como muchas veces lo habíamos hecho antes, que en una madrugada cálida como esta necesitaba sentirte entre mis brazos, prisionera de mis más oscuros deseos. Tu solo escuchabas y estaba seguro que también lo deseabas. 

En un intento desesperado comienzo mi relato. Me traslado imaginariamente hasta tu dormitorio y te observo desnuda sobre la cama, estas impaciente, necesitas que te toque, que mis manos te recorran. Me siento un niño que nunca había visto un cuerpo desnudo, me sentí virgen frente a tu imponente desnudes. Mis manos te recorren como muchas veces lo ha hecho una ola, sin dejar ni un espacio que no haya descubierto. Era uno de tantos exploradores que vinieron a descubrir América, tu cuerpo desnudo eran hectáreas de tierras no descubiertas y eso que muchas veces antes, mis traviesos dedos te habían recorrido haciendo soberanía de tus partes más íntimas. 

Estas recostada sobre la cama amada mía, completamente desnuda, yo me recuesto a tu lado, no dejo de observar tu desnudes, me impresiona ver ese cuerpo de mujer, tus pechos son como un mascaron de proa, siempre miran de frente, tu cuello largo y elegante con dos lunares que se lucen como si fueran un collar de perlas negras, tu ombligo es un orificio interminable. Con las yemas de mis dedos casi rozando tu cuerpo lo recorro desde tu cuello hasta el ombligo. No sé porque me encanta tanto ese orificio, lo miro y lo encuentro maternal, mientras lo acaricio sin tocarte pienso que algún día serás madre, que ese orificio será el centro gravital de tu hermosa barriga. Sigo bajando mis dedos hasta llegar a tus rizados cabellos, me gustan, son suaves como lo es el musgo en la roca, ya no uso solo mis dedos, también la palma de mi mano y comienzo a hacer un movimiento circular en tu entrepierna, eso te excita, te prepara, es mi precalentamiento. Siento el calor, la humedad en tu interior, tu recostada entregada a mi como si yo fuera un médico. Me facilitas el trabajo al abrir las piernas, eso me indica que te gusta, que quieres ser parte de mis deseos. Introduzco mis dedos en tu parte interior uno tras otro con delicadeza pendiente de no ser brusco ni hacerte daño. Adentro la temperatura es otra y la humedad es aún mayor de lo que pensaba. Los dedos los muevo y los giro tocando las paredes interiores de tu cuerpo, esto te descontrola, lo encuentras morbosamente encantador, como si fuera una caricia, mis dedos comienzan a bañase como si los mojara con una fruta, jugosa, fragante, suave con una textura como la seda. Te comienzas a mover con el ritmo de mi mano, mis dedos son los que te guían como si fuera un baile. Mientras mis manos acarician tu cuerpo me aproximo a tu oído y te canto un tema de Menphis la blusera. No dejo de rozar mi cuerpo con el tuyo.

De regreso en mi habitación y mi realidad, observo la luz, está encendida y recuerdo el cuento de Gabriel García Márquez “La luz es como el agua”. Me doy cuenta que mi cuarto se inunda de luz, que los muebles flotan como lo hacen en el agua, yo estoy en mi cama navego a la deriva en mi propio cuarto. La luz sale como un chorro de las lámparas y baja en cascadas por las paredes, de las bombillas cae agua en forma de goteras, emitiendo un ruido muy similar al de las olas. Tengo miedo de ahogarme en la soledad de mí propio cuarto. Mientras que tú como un faro estas al otro lado del teléfono exactamente a 16 horas de vuelo y de mi boca.

Me siento en el borde de la cama, tú te sientas sobre mis piernas y cruzas los pies por atrás de mi espalda. Te aferro fuertemente a mi cuerpo. Estamos unidos no solo por los sentimientos, ahora nos unimos físicamente, no me muevo y tú tampoco lo haces, quieres estar en calma, sentir que estoy contigo, que la magia de la naturaleza nos permite acoplarnos de esta forma tan perfecta. Te susurro al oído que te muevas lento, que sea con delicadeza, tu calor interior siento que me quema. Comenzamos un viaje juntos y despegamos desde una pista lejana e improvisada. Entro tanto en tu cuerpo que ya no sé si estoy en tu cama o estoy desdoblado dentro de tu alma. Al verte subir y bajar frente a mi cara con los ojos cerrados y tu cabellera suelta. Se perfectamente que te gusta sentirme así de amada. Tratamos de no perder nunca la calma. Tus susurros al oído me recuerdan a las gaviotas que vuelan al atardecer por la playa. Nuestro vuelo eterno nos traslada hasta una pradera, donde la recorremos desnudos sobre hectáreas de girasoles esparcidos sobre el suelo. Abro mis brazos al viento y vuelo sobre estas plantaciones. Siento que me llamas, giro y te veo danzando entre mariposas, tú también me miras y haces ese gesto característico con la boca. Entre tu danza con sedas de mariposas, me dices, con voz suave de pétalos de rosas que me amas. 

Te tomo de las manos fuerte, ya estoy por terminar mi vuelo, tus paredes se estrechan, son como una trampa, también vienes de vuelta, estas lista igual que yo para terminar en un abrazo. Apoyas mis manos en tu espalda. El orgasmo te deja tendida, moribunda. Te despojo de la vida, estas muy pálida como si a tu cuerpo le faltara el alma. Pero aun así como el orgasmo se asemeja a la muerte no pudo despojarte de tu belleza.

Al imaginarte tendida en la cama exhausta, muerta, me recordé de la obra “Romeo y Julieta “de William Shakespeare.

“esposa mía, amor mío, la muerte que ajó el néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la muerte su odiosa bandera. ¿Por qué estás tan hermosa? ¿Será que el descarnado monstruo de la muerte te ofrece sus amores y te quiere como su dama? Para impedirlo, dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos gusanos, que son tus únicas doncellas. Este será mi eterno reposo. Aquí descansara mi cuerpo, libre de la fatídica ley de los astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis abrazos, el último deseo de mis labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno contrato con la muerte. Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos. ¡Brindo por mi amada! ¡Oh, cuan portentosos son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso..., muero.” 

Después de haber recitado los versos de Shakespeare, cuelgo el teléfono y apago la luz. No quiero ver otra vez como las lágrimas recorren mi cuerpo.

Paulo Delgado
delgadoolivares@hotmail.com

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