A un amigo le preguntaron porqué decidió ser artista. Él respondió al
entrevistador: “Si no fuera pintor, sería asesino serial”. Exploremos
qué hay detrás de este comentario. En marzo de 2011, las madres de hijos
desaparecidos humedecían con sus lágrimas la ciudad de Cuernavaca. En la
Plaza de Armas, esperé mi turno para abrazar al poeta Javier Sicilia.
Mientras hacía fila, las imágenes de dolor nublaban mi mirada, mi cabeza
repiqueteaba, mi cuerpo era invadido por la fiebre e imitaba la ira que
se paseaba por los subterráneos.
Cuando finalmente mis ojos lo abrazaron, mi cuerpo en llamas ya no
respondía, sólo ofrecía la batalla ante la impotencia. Vociferé, escupí
la violencia de los actos que pasaban a diario en Morelos. Este grito
después se transformó en: “Estamos hasta la madre”, coro que desgarraba
las calles de una ciudad que ya no tenía brazos para cargar a todos sus
muertos. Sin embargo, el combate frontal no resolvería la pena del
maestro Sicilia. Decidí, entonces, escribir dos poemas que después
fueron recogidos en la antología Del dolor, la rabia y el amor: Un
año después de Ediciones Clandestino. En esta ocasión la rabia fue
creadora, en otros casos, no he tenido tanta suerte.
La rabia no es sólo expresión artística, como dice Silvio Rodríguez,
también germina, “la rabia simple del hombre silvestre”. La rabia visita
al herrero, al albañil, al panadero, al tendero, al maestro, al
jardinero y al ama de casa. En las esquinas de mi colonia hasta los
perros contraen la rabia. Pero volvamos a nuestro asunto, cuáles motivos
arrojan al artista hacia la ira. Algunos no suelen alejarse de los
asuntos cotidianos. He conocido pintores enojados con sus mujeres,
fotógrafos evasores de sus caseras, bailarines rencorosos de sus
vecinos.
Entre las novelas con una rabia abierta, citaría las de Fernando
Vallejo. Reconozco que es una ira que gira sobre sí misma, pero lo leo
cuando quiero disfrutar momentos de tranquilidad, esperando que sea él,
y no yo, quien insulte al mundo. Como escritora me molesto cuando en una
universidad técnica me contratan sólo para corregir el estilo o
sólo para “rellenar” temas en una redacción de tesis, como si
un escritor se considerara una versión obsoleta de Word, un
trabajo de copia y pega, y colocar una coma en el lugar correcto se
convierte en un simple tecleo furtivo. Entonces, cerceno malas hierbas
en mi jardín, arranco raíces, exprimo pulpas.
Después pienso en los movimientos de los enrabiados, jóvenes que gritan
consignas en explanadas de España, Chile o México, manifestantes que
patean bardas y cercas aun sabiendo que no les harán ninguna mella. El
odio no siempre se despliega en forma de misil o disparos; también con
acciones sutiles, pero significativas, como tirar un zapato al ponente o
lanzar agua a arzobispos.
Cuando la rabia se exterioriza artísticamente, es posible admirar
objetos como El genio de la especie de Wolfgang Paalen, pistola
construida con huesos, no de humanos, sino de ave. También leemos frases
como: “Toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama” de
Alejandra Pizarnik. Así, la belleza es solo convulsiva, somos el volcán
cuyo fuego produce imágenes. No obstante, según la misma Alejandra “Todo
es un interior”. Cuando la rabia ya no encuentra atajos externos y se
arropa en nuestro interior, sólo vislumbramos la morada de las sombras.
Wolfgang Paalen disparó una pistola para silenciar la rabia, y Alejandra
Pizarnik ingirió pastillas para dormir alejada de la rabia.
Una tarde, cuando las nubes eran monstruos rabiosos que se comían los
rayos del sol, y me empujaban con su lluvia a morder para sangrar
paredes y árboles, se acerca mi hija y me dice, “¡Cálmate, mamá!” -yo
respondo- “Si no fuera por ti, destruiría el mundo”. “Yo también he
querido hacer eso en la escuela -responde ella- pero no tengo ni
martillo”. Su falta de herramientas me dibuja una sonrisa. Cierro la
rabia de ese día, y busco mi cuaderno de notas. |