Breve apología de la muerte |
A Federico García Lorca y a Pablo Neruda, |
Vestida de mujer. Exquisitamente perfumada. La Muerte vino a visitarme. Calzando altos tacones. Colgándose al hombro un bolso nuevo de piel. La Muerte vino a visitarme. Lento camina la Muerte. Muy despacio se llega a mi recámara. Se detiene delante de un espejo. ¿Quiere mirarse el rostro la Muerte? ¿Es que la Muerte acaso tiene rostro? "La Muerte tiene el rostro verde". En eso coincidimos, Pablo, viejo amigo. Pero ¿qué tan verde es el rostro verde de la Muerte? ¿Es verde aqua, verde jade o simplemente verde? La Muerte me clava sus ojazos. Sus dos enormes ojos deslumbrantes. ¿Es un súcubo la Muerte? ¿De veras quiere la Muerte poseerme? La Muerte me roza y me rechaza. Veo a la Muerte alejarse de mi casa. Se va la Muerte a buscar muertos con su look de femme fatale irresistible. © René Dayre Abella El equilibrista Camina despacio sobre las líneas del poema evitando caer de bruces en la nada. © René Dayre Abella El poema Se me ocurre imaginarme a este lápiz como a una larga lombriz. A esta hoja en blanco como a una sábana donde hago garabatos. Noto que el tiempo se detuvo un instante. Un hermoso corcel dejó de galopar y ahora hace evoluciones de forma elegante en una plaza. Un niño ciego dejó de tocar el acordeón y extiende sus manos en busca de monedas. Otro niño dejó escapar de entre sus manos una paloma despidiéndose así, de su inocencia. Mi gata me clava sus ojos húmedos y ronronea. Desde los speakers de mi ordenador Omara me grita: " Si te dicen que te quiero, eso no lo he dicho yo "...* Mientras Jean Yves Thibaudet en la tele, desgrana una a una, melifluas, cada nota de un nocturno chopiniano . Una mano deja caer un clavel recién cortado, empapando con gotas de humedad el papel donde intento escribir de prisa una larga fila de palabras para atrapar a esa criatura recién nacida, evasiva y traviesa que convenimos llamar: poema. © René Dayre Abella Notas al poema: * Aludo evidentemente a Omara Portuondo, notable figura de la cancionística cubana, quien cultiva particularmente el género llamado filinesco. Jean Yves Thibaudet, es un afamado virtuoso pianista francés, célebre por sus brillantes interpretaciones de la pianística chopiniana. Elogio a la locura A Miguel Barco, in memoriam. El amarillo cadmio se esparce estridente sobre el lienzo. Un rostro desdibujado se desparrama como pisada sobre el vacío sin dejar huella que lo identifique o simplemente le recuerde. La sonrisa retorcida me asalta desde el cuadro, manos oscuras se extienden invitándome al saludo, al diálogo silente. El Gran Hermano nos vigila Miguel. Nunca lo olvides. © René Dayre Abella Heidi Heidi, este estúpido ejercicio de apilar los recuerdos uno a uno, queriendo encontrar un gesto tuyo en la muchacha delgada que me mira. La mitad de tu sonrisa en su enorme sonrisa desmedida, es como un juego tonto que me obstina. No sé qué voy a hacer con tu recuerdo. Para acabar quizás con todo este fastidio me buscaré un maniquí de costurera, lo vestiré con alguna de tus ropas y lo echaré a caminar conmigo por la vida. © René Dayre Abella Imprecaciones a la lechuza ¡Apártate de mi camino ave de mal agüero! ¡Vete con tu música a otra parte! ¿No ves que quiero disfrutar mi noche? Volver a mis antiguos pasos solitarios. Quizá descubra un nuevo puente tendido sobre el río. O una casa de piedra en medio del camino. Déjame disfrutar ese olor a jazmines vertido por doquier. Desparramado con lisura junto a los lirios y a las azucenas. René Dayre La tristeza " Tu est inscritte dans les lignes du plafond… " Paul Eluard En un viejo sillón está sentada la tristeza. Me deslumbra la belleza de su rostro. Sobre todo sus ojos que escrutan atrevidos los rincones y acaban posándose fijos en mí. Me conmueve también su sonrisa, nunca tan cerebral como la que Leonardo le pintara a La Gioconda, apenas esbozada. La tristeza es una frágil muñequita. Es tan frágil que cuando la toco se deshace tímida entre mis dedos. © René Dayre Abella Las nubes Surcan el cielo pavoneándose con infinita lentitud. Dibujan rostros y paisajes de una geografía inexistente. Por allá van las nubes. Siempre altas. Siempre inaccesibles. Siembran en el alma algunas veces una hiriente desolación. Por allá van las nubes, huyendo siempre perseguidas a esconderse. Por allá van dejando a su paso un cielo limpio listo para desposarse con la noche. © René Dayre Abella Los malditos "Oh, Satán, ten piedad de mi larga miseria" * Charles Baudelaire (1821 - 1867) A Ena R. Columbié, poeta peregrina y maldita. Malditos los transgresores los que buscan y no encuentran los que llaman y jamás serán escuchados los que se niegan a ofrecer la mejilla izquierda cuando les hieren la derecha los que se acuestan con su gastada soledad y apestan de senectud los que mastican rezos y plegarias con los labios partidos por la insolencia los irreverentes consumados los que compran caricias y pagan con monedas falsas los que mueren del mal de la tarde los que buscan la compañía del homosexual los proscritos y los desterrados los políticamente indeseables que se vuelven parias por decreto los hijos del abandono y del desamor los que odian la hipocresía que esconden las frases de condolencia los poetas iconoclastas los que un día soñamos poner el mundo al revés y apostamos por la Utopía y hoy vomitamos maldiciones y blasfemias. ¡Malditos seamos setenta veces siete - frágiles criaturas de Satán - porque sólo para nosotros se abrirán las puertas del Averno! © René Dayre Abella Verano del 2005. * Notas al poema: Fragmento del poema "Las Letanías de Satán", tal y como aparece en el poemario de Charles Baudelaire " Las Flores del mal " editado en el año 1857. Los recuerdos A Orlando Ferrand, hermano. Los recuerdos. Esos retazos de la memoria hecha añicos nos constituyen. Nos recuerdan -valga la redundancia- a ese ser que fuimos o que quisimos ser y no pudimos. Los recuerdos no sólo se asientan en un oscuro rincón de la memoria, sino que se pliegan a veces a las canciones, a un viejo mueble o a un juguete olvidado. Y los más atrevidos se esconden en las páginas de un libro y nos lanzan piedras desde el fondo. © René Dayre Abella Abril es siempre cruel April is the cruelest month ... -T.S. Eliot- Abril es odioso. Pone a soñar a los poetas. Alborota a los púberes y derrama perfumes. En el trópico apabulla a los viejos echándoles a perder la vida a más de uno. No olvida a los lirios y los hace parir flores que luego se marchitan al sol. Inspira casi siempre a los escribidores largas apologías de lo cursi. Taimado y cruel abril propicia siempre despedidas que muy pronto se vuelven definitivas. T.S. Eliot siempre tuvo la razón abril es el mes más cruel del año. © René Dayre Abella Apología de la locura Tu Silla, y tus Zapatos, Van Gogh, me comunican laceria y abandono. El derroche de amarillo en tus cuadros me seduce, y me lleva a recorrer contigo las estrechas calles de Arlés. Cómo deploro ese encuentro tuyo con Gaugin. Y ese arrebato que te llevó a mutilarte un lóbulo --que no una oreja – me consterna. ¡Pobre Vincent cubriendo con su soledad las paredes desnudas de un burdel! Me aventuro a creer que compartiste con Gaugin la misma puta. Aquella tal Rachel, que aceptó horrorizada como un regalo tu lóbulo, envuelto en un pañuelo. Y que pegaste un grito cuando el amigo desleal se quiso largar a Tahití, a pintar nativas robustas y tetudas. ¡Así es la vida, amigo! ¡Así es la vida! Pero, quién te iba a decir entonces, que poco más de un siglo después, un grupo de chicos españoles posmodernos revivieran el mítico incidente nombrándose a sí mismos para tu gloria: “ La Oreja de Van Gogh“. René Dayre Canción del viejo ropero A mamá, si viviera. Junto a las enaguas dobladas sobre un estante mi madre también doblaba su juventud marchita hasta que su galán, mi padre, la desposara después de haber cumplido los cuarenta. Aquel viejo ropero atesoraba recuerdos de juventud , las fotos en sepia de sus mejores amigas. Las corbatas de mi padre. Los pomos gigantes de Colonia 1800. y hasta un viejo sombrero. Luego vendrían las cosas más pequeñas; una caja llenita de botones. Un gallito de plástico con quien jugaba mi hermano y mis primeros textos escolares. En el cajón del medio, asomaban en fila los cosméticos; colorete Tres Flores, un frasco de crema Hinds para sus manos y un pote de crema para embadurnarse el rostro por las noches, con la vaga esperanza de retener un poco de juventud. ©René Dayre |
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René Dayre Abella
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