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Eres un punto diminuto
en la geografía de un país.
El ala negra de un totí.
Un vuelo de zunzunes
persiguiendo bijiritas.
Eres la sombra de un ocuje
y el sabor agridulce del marañón.
Eres el río Reventón
y el Charco de las Putas.
La vieja ceiba de la calle Mulas,
La Piedra del Pescuezo y el Monte Lamusén.
Eres la voz negra de un conjuro.
Los tres kilos prietos de un bilongo.
Eres Yemayá. Eres mi ancestro.
El caudal impetuoso de la sangre
que rompe mis arterias.
Eres la sobriedad de un viejo mueble
en la casa de Isolina.
Eres mi infancia desteñida
muriendo poco a poco.
Eres la ancianidad ennoblecida de mis padres.
La calidez de una sonrisa de mi hermano.
Eres Alfredo, Carlín, Pedro Quiñones,
amigos entrañables, solidarios.
Eres la nada existencial.
Eres la poesía mordiéndome los huesos,
despedazando el alma.
Eres Otto, Charles, Mario Peña,
diciendo sus poemas entre lágrimas.
Eres la voz acuciante de Francisco Mir gritando:
"¡No quiero las flores negras!".
Eres una noche de tertulia
en la casa de Pepito.
Eres el flagelo de un estigma
impuesto gratuito
que me llevó a vivir
casi a escondidas.
Eres una imagen desprendida del recuerdo
que hoy se puso a morir en el silencio.
Eres todo eso y eres más.
Eres la presencia rediviva de la tierra.
Un grito que enmudece entre mis huesos.
Eres la Patria en mí. Eres yo mismo
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