También la lluvia (España, 2010) |
NACIONALIDAD:
Española
GÉNERO:
Cine
político
DIRECCIÓN:
Iciar
Bollaín
PRODUCCIÓN:
Juan
Gordon PROTAGONISTAS: Luis
Tosar como Costa
Gael García Bernal como Sebastíán
Karra Elejalde como Antón y Cristóbal Colón
Raúl Arévalo como Juan y Fray Antonio Montesinos
Juan
Carlos Aduviri como Daniel y Hatuey Carlos Santos como Alberto y Fray Bartolomé de
las Casas GUIÓN: Paul
Laverty
FOTOGRAFÍA:
Alex
Catalán
MÚSICA: Alberto
Iglesias
DURACIÓN: 104 minutos
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Hoy,
el mismo día que me he enterado de la muerte de Ernesto Sabato, quien a
sus ochenta y nueve años, nos invitaba a mantener la resistencia contra
el neoliberalismo, la economía de mercado, el individualismo, la pérdida
de valores espirituales y la incomunicación con el otro, me parece un
buen homenaje haber ido a ver al cine parroquial, que aún existe en Vigo,
la película de Iciar Bollaín, También el agua, con las
actuaciones estelares del gallego Luis Tosar y el mexicano Gael García
Bernal, una cinta que se postuló para representar a España en la
Academia hollywoodense que entrega los Óscares, un filme tan impregnado
del mejor de los existencialismos como la misma obra de Ernesto Sabato, ya
que muestra que no podemos ser indiferentes al vasallaje que imponen las
transnacionales y, a su vez, el abrazo que podemos darnos los europeos
conscientes y los nativos de cualquier lugar del mundo, en este caso la
Bolivia de tiempos del General Hugo Banzer Suárez, quien fuera
responsable del desencadenamiento de la llamada Guerra del Agua de
Cochabamba, el macrocontexto en el que se ubica el filme de la directora
madrileña, para denominar la revuelta popular que tuvo lugar en esa
ciudad boliviana. Entre
enero y abril del 2000, cuando se tomó la decisión política de
privatizar el abastecimiento de agua de ese municipio, cuando la
multinacional Bechtel
Corporation, empresa de ingeniería estadounidense pactara con el
dictador de turno, el mercado del agua - un elemento tan
fundamental para la vida - dada
su influencia política y su inclinación por la apropiación de recursos
mediante esa forma superior del capitalismo que es el neoliberalismo, por
lo cual se ha hecho acreedora a severas críticas por los movimientos
antiglobalizadores y de conservación del medio ambiente. La
gran empresa no duda en adueñarse de los pozos que las mujeres nativas
habían cavado para poder darles agua a sus hijos, en tanto y en cuanto el
gobierno boliviano aprobaba la ley 2029, con la cual les concedía el
monopolio sobre todos los recursos de agua, con aumentos de las tarifas
por su consumo, con la aquiescencia de ese otro chafarote, que era el
alcalde de la ciudad, Manfred Reyes Villa, ahora un administrador de
empresas, formado en los Estados Unidos de América, quien les lambe el
culo a los extranjeros pero no tiene misericordia con la gente de su
pueblo, como bien nos lo muestra Iciar Bollaín en una de las escenas de
la película, cuando da la bienvenida al productor Costa (Luis Tosar) y al
director Sebastián (Gael García Bernal), quienes pretendían hacer un
filme de época sobre las atrocidades de Cristobal Colón. Manfred
Reyes aparecía ante los cineastas como una inocente Caperucita Roja, pese
a la crueldad que le atribuían, al lado de un neocolonialismo que se
atreve no ya a llevarse el oro, como los españoles de otrora, sino también
el agua, para cuya defensa como Derecho Fundamental, el pueblo boliviano
tiene que enfrentar una dura opresión, hasta que, sólo al final, sabemos
que resulta triunfador. Triunfo
que parecía que teníamos que dar por descontado frente a una masa
agotada. De
ahí el cierto frescor que recibimos cuando un pregonero anuncia que han
logrado vencer y que la multinacional se retirará del entorno, en una
pelea que parecía ser de toche contra guayaba madura, como decimos en
Colombia, cuando se dan esas confrontaciones desiguales como al que
asistimos en el filme de Iciar Bollaín, entre tanques y ametralladoras,
por un lado, contra los palos
y las piedras de los indígenas, quienes luchaban con denuedo. |
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Pero
si bien, la película no es para nada lírica ni intimista, como lo ha
declarado la propia directora, si compromete el alma de los personajes y
creo que también de los espectadores, al mostrarnos como los
acontecimientos sociales operan sobre nuestras mentalidades individuales,
sobre todo al mostrarnos como Costa, el director, que un principio
quisiera deshacerse de un indígena, que acudió al casting,
ante la posibilidad de que fuera un revoltoso que le diera problemas,
termina por jugársela para salvarle la vida a la hija del nativo Daniel,
severamente herida en una de las protestas, atreviéndose a atravesar casi
un campo de batalla, para lograr brindarle atención médica y conmovernos
ambos personajes, al final, de la película cuando el europeo, que ha
devenido consciente, condenado a la libertad, se abraza al nativo
agradecido, quien le entrega un regalo de gratitud, un pequeño botellín
de agua, en una cajita de madera, que, de seguro, Costa guardará para
siempre, una vez ayude a Sebastián a terminar la cinta frustrada por la
rebelión de los nativos, quienes reclamaban el más justo de los dere |
Es
de ahí que podamos leer, en el cartel que anuncia la película: Muchos quieren cambiar el mundo… pocos quieren cambiarse a sí mi smos. Pero
de lo que sí podemos estar seguros es de que Costa, no pasa por Bolivia,
como un rayo de luz por un cristal, sin romperse ni mancharse,; los
espectadores somos testigos de su toma de conciencia, de su capacidad de
compromiso final, hasta acercarse al heroísmo, cuando la coyuntura política
lo obliga, ya que no podrá superar el sentimiento de culpa si la pequeña
actriz de su película muere a causa de su negligencia, cuando la madre de
la chica le pide que como extranjero la lleve al lado de su hija para
brindarle compañía y atención médica. Sin
duda alguna, más allá de la fuerza actoral, ya consagrada de Luis Tosar
y Gael García Bernal, nos sorprende la revelación de ese otro gran actor
boliviano, Juan Carlos Aduviri, más lo convincente que resulta el
guionista inglés Paul Laverty al contarnos una historia en dos tiempos,
el de la conquista española y el neocolonialismo al que nos someten las
transnacionales, con el recurso de los diálogos de la película que
pretenden rodar el tándem de Costa y Sebastián y la realidad que les
toca enfrentar a ambos en el marco de un mundo despiadado, del que sólo
tenían noticia como intelectuales pero no como sujetos desgarrados por la
presencia ominosa de la violencia social. De
esa manera que casi podría a este nuevo mundo globalizado aplicársele el
sermón de adviento del padre Montesinos, quien nos dice: -
Soy
una voz que clama en el desierto… – para clamar por la
justicia en un Nuevo Mundo en el que los españoles maltrataban a los
indios y los dominicos deciden predicar en contra de estos desmanes y
abusos del Poder. El
padre Montesinos no cavilaría en empezar el sermón dominical con un
recordatorio del pasaje del evangelista San Juan, en el que los fariseos
enviaron a preguntar a Juan, el Bautista, quien era y éste les repitió
que era una voz que clamaba en el desierto y como bien lo narrara Fray
Bartolomé de las Casas: Llegado
el domingo y la hora de predicar, subió en el púlpito el susodicho Padre
Fray Antón de Montesino, y tomó por tema y fundamento de su sermón, que
ya llevaba escrito y firmado de los demás: Ego vox clamantis in deserto. Hecha
su introducción y dicho algo de lo que tocaba a la materia del tiempo del
Adviento, comenzó a encarecer la esterilidad del desierto de las
conciencias de los españoles de esta isla y la ceguedad en que vivían;
con cuánto peligro andaban de su condenación, no advirtiendo los pecados
gravísimos en que con tanta insensibilidad estaban continuamente
zambullidos y en ellos morían. Luego
torna sobre su tema, diciendo así: “Para os los dar a cognocer me he
sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla, y por
tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro
corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; y la cual voz os será
la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura la más
espantable y la más peligrosa que jamás no pensáis oír”. Esta voz
encareció por un buen rato con palabras muy pugnitivas y terribles, que
les hacía estremecer las carnes y que les perecía que ya estaban en el
divino juicio. La voz, pues, en gran manera, en universal encarecida,
declaróles cuál era o qué contenía en sí aquella voz: “Esta voz,
dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por
la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿Con
qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre aquellos indios? ¿Con que autoridad habéis hecho tan
detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas;
donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oído, habéis
consumido ¿Cómo los tenéis tan opresos fatigados, sin dalles de comer
ni curadllos en sus enfermedades, que los excesivos trabajos que les dáis
incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y
adquirir oro cada día? ¿Y que cuidado tenéis de quien los doctrine, y
conozcan a Dios y criador, sean bautizados, oigan misa, guarden las
fiestas y domingos? ¿Esos, no son hombres? ¿No tiene anima racionales?
¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis?
¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño, tan letárgico,
dormidos?. Tened por cierto, que en el estado que estáis no os podéis más
salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo. Nos
es claro, entonces, que Paul Laverty no toma la palabra dominico en balde,
ya que él, a su vez compañero afectivo de la directora y padre de los
hijos de ésta; no creo que sea casual que este hombre haya nacido en
Calcuta, en 1957, hijo de padre escocés y madre irlandesa, formado en
filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y luego como abogado en
Glasgow, que viviera en la década de 1980 en Nicaragua, El Salvador y
Guatemala, donde trabajara en una organización de Derechos Humanos, para
después entrar en contacto con Ken Loachj, para quien escribiera algunos
guiones |
Jesús
María Dapena Botero
Vigo, 30 de abril del 2011
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