Por Pablo Ibar y otros condenados de la tierra |
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Es
terrible la situación del condenado a muerte sea el reo culpable o
inocente y más que moratorias que la dejen en suspenso, para luego
anularlas, lo que deberíamos abogar es por su abolición en la faz de la
tierra, ya que es un método más propio del medioevo que de la
modernidad; incluso el propio Marqués de Sade solicitó que se
proscribiera definitivamente, en aquellos tiempos del régimen del terror,
que se cernió sobre Francia, en los años de la Revolución Francesa. El
español Pablo Ibar vive su cotidianidad en el corredor de la muerte en una
cárcel de Florida, en los Estados Unidos de América. El
hombre prefiere no hacer amigos en la prisión, ya que no sabe cuándo serán
ejecutados, aunque pareciera ser que hay un indicio para sospecharla pues
la celda del condenado más próximo, la acercan al lugar de la ejecución.
Esa
falta de sociabilidad y solidaridad resulta ser una maniobra defensiva
contra el dolor. La
prisión es un sitio devastador, en medio de la nada o entre ratas y
cucarachas, donde el invierno es demasiado crudo y el verano, una canícula
ardiente, mientras el corredor de la muerte huele a miedo, frío, donde
además está ausente el calor humano, donde molestan y asustan los ruidos
de las puertas, que se abren y cierran, como en una horrorosa película. Pablo
vive en una prisión, en una celda de tres por dos metros, desde donde
mantiene una continua actividad epistolar, para no caer en la desesperación
ni en la locura; sólo una hora a la semana sale a un patio con el resto
de los reos que esperan la decisión de ser un día llevados al patíbulo;
otro lenitivo para su pena es la visita semanal de su mujer y las visitas
de su padre, un hombre con una tenacidad a prueba de dudas, a las que se
sigue la terrible angustia de la separación, tras la satisfacción del
encuentro, momentos en que el reo siente que vuelve a la vida y puede
sentirse un hombre común y corriente, más allá de su condición de
proscrito. Este
hombre, en la treintena de la vida, está condenado a la pena capital por
un supuesto triple asesinato en ese estado del sur de los Estados Unidos,
a pesar de que declara su inocencia, ya que las pruebas en su contra
fueron unas imágenes de video poco claras, que procedían de una cámara
oculta de vigilancia. Sin
embargo, Pablo no cede en su lucha denodada contra un sistema que castiga
a los asesinos, con un crimen más cruel, por frío, cínico, calculado y
racional, sin pasión alguna. Ibor
siempre está a la espera de una repetición del juicio, apoyado siempre
por las denuncias de Amnistía Internacional, de otras organizaciones
internacionales y de sus compatriotas españoles, que señalan las
arbitrariedades a la que este ser humano ha sido sometido, a partir de
juicios que no cuentan con las garantías jurídicas necesarias; es un
proceso muy largo que aún no termina de acabar, a pesar de que él y su
novia arguyen que la noche del crimen del que se lo acusa él estaba con
ella. Ibar
considera que nadie tiene derecho a decidir si un ser humano viva o no,
angustiado frente a un hecho de que nunca pensó que algo semejante a lo que le ha pasado
pudiera sucederle. Con
angustia declara que nadie merece tener que sufrir tanto por un crimen que
no cometió, como si fuera la reproducción en vida del Josef K.,
protagonista de la célebre novela de Franz Kafka, El
proceso. La
diferencia entre ese hombre del común y Pablo, otro de ellos, es que éste
sí sabe de qué se lo acusa. Para
referirnos al propio Kafka, esperamos que a Pablo no le ocurra lo que al
protagonista de Ante
la Ley, esa otra pesadilla kafkiana, en la que un hombre pretende
cruzar la puerta de la Ley, acto que un guardián le impide realizar
durante años, para cuando el personaje, ya viejo y cansado, entra en agonía,
el vigilante gritarle: -Ninguna
otra persona podía haber recibido el permiso de entrar por esta puerta,
el cual estaba reservado sólo para ti; pero, ahora me voy y cierro la
puerta. – palabras que nos llevan a pensar que la justicia cojea y cojea
pero no llega, aunque los más optimistas crean que sí lo hace. Al
final de El
proceso, Josef K. termina asumiendo la culpabilidad por ese delito
que jamás cometió, con lo que podemos concluir con el autor checo que el
que sufre un proceso lo tiene casi perdido, frase que esperamos
que no se cumpla en el caso de Ibar. Aunque
se fuera realmente culpable no es justo que se someta a un ser humano a
una incertidumbre tan terrible, que no se desearía ni al peor de los
enemigos, una verdadera tortura psíquica, sin el derecho a apelar a la
presunción de inocencia. Ésto
comprueba que los supuestos buenos hombres que abogan por la pena de
muerte, en aras de un ideal de bondad, son criminales tan crueles como
aquellos que juzgan, sentencian y condenan, mientras someten a otros seres
humanos a la soledad, al aislamiento, muchas veces casi por la duración
total de la vida, mientras a la tragedia del condenado a muerte se levanta
un coro de xenófobos, quienes lanzan al sujeto al espacio de la
otredad, ese lugar mental donde ubican los seres desechables que o ni
siquiera son para los buenos burgueses o, al menos, consideran que no
deberían existir, un tanto a la manera, de lo que sucediera al tozudo
Jean Genet. El
primer juicio de Ibar se declararía nulo por falta de unanimidad del
jurado. Y,
para colmo de males, en el segundo juicio, Pablo daría con un abogado
defensor, quien durante el proceso sería acusado y sancionado por maltrato
a su mujer, para luego caer presa de una hepatopatía, lo que permitiría
apelar contra la condena, por ineptitud de la defensa. Viene
entonces, gracias a la solidaridad de la comunidad con la familia, apoyada
a la vez por toda una fortaleza transgeneracional, a la
consecución de un nuevo abogado para continuar con la búsqueda de la
justicia, en un país como los Estados Unidos de América, que se declara
el gran defensor de la Libertad, pero donde la Justicia es cuestión de
dinero, otra mercancía más para comprar en ese inmenso almacén, en esa
gran tienda del mundo, que no es precisamente de aquellas en que todo se
vende por un dólar. Y,
en ese país, donde impera el positivismo, el dato positivo de la ciencia,
las huellas dactilares encontradas en el lugar del crimen no coinciden con
las de Pablo, como tampoco el ADN que se encuentra en la bufanda que
tirara el verdadero asesino; las medidas antropométricas de los expertos
en reconocimientos faciales, tampoco son coincidentes y esas pruebas no
bastan para ser justificantes de su inocencia, por lo cual, la lucha
continúa sin tregua, para evitar que llegue el día que Pablo tenga que
enfrentarse con sus verdugos, mientras las cosas empeoran día a día, en
este pícaro mundo, en el que tantas veces pagan justos por pecadores, en
un planeta en el que la vida no es justa. Esa
historia ha conmovido aún a mucha gente, incluso al propio Miguel Ángel
Moratinos, el actual Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de
España, en tanto y en cuanto, los derechos constitucionales de Ibar no
han sido respetados. Su
padre, Amnistía Internacional y la propia España claman por él, así el
propio reo reconozca que no es un ángel, pero ¿qué ser humano lo es?
Tal vez, la bonhomía sea la única que tenga la ilusión de serlo. Al
principio del encerramiento en la prisión, Pablo estuvo decaído, al
punto de solicitar a su novia que se fuera, que no volviera, que hiciera
su vida aparte de él; pero, a ello Tanya Quiñones no hizo otra cosa que
darle la prueba de su amor constante, siempre a la espera de la libertad
de su amado, con el que puede verse a través de los cristales que los
separan en la sala de visitas. Pero ni ella, ni el padre
ni el hermano del recluso se rinden, siempre pendientes de fechas
para no perder derechos de apelación. Ahora
se espera que la declaración de un ciudadano común, quien sospecha que
el criminal sea un tal Willie; ese testimonio abre luces de esperanza,
aunque las huellas dactilares y el ADN de este siniestro personaje, ese sí
con cara de facineroso, tampoco coincidan con las encontradas en la escena
del crimen, con lo que podemos obviamente que el verdadero asesino anda
suelto. Tal vez, ante todos estos hechos lo que tengamos más que unirnos al coro de la “gente honesta”, sea unirnos a otro que cante con María Elena Walsh una oración a la Justicia, no sólo por Pablo Ibar sino por tantos condenados de la tierra: |
Señora
de ojos vendados que estás en los tribunales sin ver a los abogados, baja de tus pedestales. Quítate la venda y mira cuánta mentira. Actualiza la balanza y arremete con la espada que sin tus buenos oficios no somos nada. Lávanos de sangre y tinta resucita al inocente y haz que los muertos entierren el expediente. Espanta a las aves negras y aniquila a los gusanos y que a tus plantas los hombres se den la mano. Ilumina al juez dormido, apacigua toda guerra y hazte reina para siempre de nuestra tierra. Señora de ojos vendados, con la espada y la balanza a los justos humillados no les robes la esperanza. Dales la razón y llora porque ya es hora. |
Jesús
María Dapena Botero
Argenpress Cultural
Vigo, 20 de octubre del 2010
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