La chica de la fábrica de cerillas
(Kaurismäki) (1990) |
El
silencio no se discute; se vive. (María
Helena Restrepo Salazar) |
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NACIONALIDAD: Finlandesa
GÉNERO: Drama DIRECCIÓN: Aki
Kaurismäki
PRODUCCIÓN: Klas Oloffsson PROTAGONISTAS: Kati
Outinen como Iris
Elina
Salo como la madre
Esko Nikkari como el padrastro
Vesa Vierikko como Aarne
Silu Seppälä como el hermano de Iris
Reijo Taipale como cantante
GUIÓN: Aki Kaurismäki
FOTOGRAFÍA: Timo Salminen
Aki
Kaurismäki
MÚSICA: Reijo
Taipale y otros
DURACIÓN: 69 minutos La
chica de la fábrica de cerillas, con
su título evocador del cuento de Hans Christian Andersen, La niña de los fósforos, cierra la trilogía proletaria de Aki
Kaurismäki, pero esta vez de la mano de una protagonista femenina, Iris;
ya dejaremos atrás al Nikander de Sombras
del Paraíso (1986) y al Tastio de Ariel (1988) pero volveremos a un cine cargado de imágenes, con
mayores tiempo de silencio, que quizás nos acerquen demasiado al cine
mudo, a pesar de que haya ruidos y música de fondo; quizás a través de
esta cinta el mismo Kaurismäki pretenda homenajearlo para interrumpirlo
con breves diálogos, precisos, cortos y certeros, con muchos planos fijos
y sobrios, con los que el realizador pretende radiografiar su patria gélida,
brumosa, melancólica, donde viven seres plagados de ansiedades de
abandono, tan frágiles como las cerillas que Iris produce y que sólo se
encienden fugazmente para apagarse después, ahogados por una vida
maltratada, siempre anhelante de amor, de miguitas de ternura, cuando Iris
logra escapar de la fábrica, donde se convierte en una pieza más de una
maquinaria infernal, que Kaurismäki nos muestra con el detallismo del
cine-ojo, más perfeccionado que el del documentalista soviético Dziga
Vertov, un cinema-verité, con el que se pretende lograr una objetividad
integral, casi total en la captación de las imágenes, de las acciones de
la vida, con los métodos más sencillos para el rodaje, y trasladarnos del mundo de la fábrica, del proceso
industrial, que convierte en láminas los troncos, para troquelarlas y
hacer palitos, a los que se pone fósforo, se empacan en cajitas y luego
en paquetes más grandes, que Iris ve desfilar en una banda sin fin,
convertida en un ser tan mecánico, como el resto de la maquinaria, tal
vez, como si repitiera, sin saberlo El
relato de Sergio Stepansky del poeta colombiano León de Greiff: |
Juego
mi vida, cambio mi vida, |
Pero,
al abandonar la planta y dejar en un locker
su batón de operaria, la ilusión y el deseo renacen en el tranvía,
donde lee el serial romanticón de de la novelista francesa Sergeanne
Golon, que alimenta sus sueños, esos que le permitan escapar a la dura
realidad de una familia compuesta por una madre, fumadora empedernida, y
un padrastro, quien se pasa la vida ante un televisor, que le muestra las
miserias del mundo, las tensiones de los ayatholas en Irán o el hombre de
Tianamen o al Papa que besa el suelo de Escandinavia, en el contexto de
una sociedad postindustrial como organización sociopolítica que intenta
obtener de los individuos una participación dependiente de las
orientaciones socioculturales de los aparatos del Estado, siempre en aras
de una mayor productividad, gracias a una manipulación continua mediante
mecanismos ideológicos, generadores, según Alain Tourraine, de un gran
estado de alienación.
[2] Son
unos adultos, supuestamente tutelares, que la parasitan y la someten a su
cruel egoísmo, hasta expulsarla de la casa cuando saben que está
embarazada, cuando tras comer mucho pavo, como decimos en Colombia, cuando
no sacan a bailar a una quinceañera, se encuentra con un hombre con el
que renacen las ilusiones pero que la decepciona totalmente cuando al
contarle ella que está esperando un hijo, le deja una nota, junto a un
dinero para que se pague un aborto, en la que le dice: -
Deshazte del renacuajo. – prueba contundente de un amor no
correspondido, que viene a desmentir los ensueños de esta Emma Bovary
postindustrial. |
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Es
ahí cuando Iris toma conciencia de que la realidad no es como la ficción,
lo cual la enfrenta con el dolor, el odio, la tristeza, los abusos de los
que podemos ser víctimas, de tal modo, que sale de su rutina, para
lanzarse por los caminos siniestros de la tragedia, a las que asistimos
desde los intersticios de sus acciones, sin que Kaurismäki haga una
pornografía de la muerte, cuando la joven decide envenenar a su madre, su
compañero y su supuesto novio. Ahora sabe que tiene razón aquella canción que entonan en la sala de baile a la que acude para sólo beber refrescos pues no es bonita, ni siquiera agraciada, y nadie se le acerca: |
|
Arribar
a ese país de ensueño. Jamás
volvería a emprender el vuelo. Pero,
no soy un pájaro Y,
sin alas, no puedo volar. Soy
prisionera de estas tierras. Sólo
puedo alcanzar en sueños aquel
paraíso anhelado. |
De
tal forma, que el único recurso que le queda es disolver unos polvos de
Racumín ® para dárselos a aquellos que sólo le brindan soledad y
frustración y marcharse, sin que veamos las huellas de su violencia, a la
que simplemente Karismäki hace alusión, de una manera elíptica, cuando
el director hace el quite y da un salto en el tiempo y en el espacio, sin
perder la continuidad de la secuencia, sin dejarnos ver puntos intermedios
con escenas macabras, pero permitiéndonos percibir lo ominoso, en el
rostro de la protagonista, cuando se propone hacer el paso al acto de la
venganza, de una manera tan maquinal como cuando etiqueta los paquetes de
cajitas de fósforos en la fábrica. Ahora Iris es un ángel con las alas
partidas. |
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La
historia podría ser una historia de crímenes más, pero lo que nos
interesa es la forma como la presenta el director finés, en su cometido
de presentarnos un drama humano, en el que nos muestra cómo el contexto
social obra en nuestro fuero más íntimo y profundo.
[3]
Ante
tanta adversidad, ¿qué otro remedio le queda que no sea el de
desencadenar su furia? Es un hecho que se siente deshonrada, denigrada,
maltratada en su dingnidad y entonces sólo le queda el recurso de la
destructividad de una manera fría y calculada, de una forma bastante cínica.
Los sueños de la razón del Homus
œconomicus producen monstruos.
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inicia con una introducción que nos recuerda el cine de realidad, el
documental, para continuar con una narrativa cinematográfica fría, sin
mayores expresiones emocionales, que las que se cuelan en las miradas, en un
autor, de seguro, bastante influenciado por Robert Bresson, Jean-Luc Godard
y Rainer Werner Fassbinder, en un cine que nos convierte a los espectadores
en meros observadores no participantes de un relato visual, en el que
Kaurismäki deviene todo un maestro, que aporta informaciones, muchas veces
met Durante
un largo rato, asistimos a una cinta que se rueda en medio del silencio de
los personajes, que va incrementando la tensión, hasta interrumpirse en
una especie de grito interior, a la manera del que nos ilustrara Edvard
Munch, que emerge desde las entrañas de Iris para materializarse en el
del padrastro que la llama puta. Pero,
a diferencia del cine mudo, a lo que asistimos es a toda una presentación
audiovisual, acompasada con música y ruidos o las voces de los noticieros
que hablan del malestar en nuestra cultura contemporánea. |
Jesús
María Dapena Botero
Vigo, 25 de marzo del 2011
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