Elisa, vida mía (1977) |
A Sarita Poceiro, quien me incitó a ver esta obra. |
NACIONALIDAD: Española
niños |
Sin
duda, la filmografía de Carlos Saura está plagada de literatura. Aún
retumban en mí, más que los tambores de Calanda, los versos entonces aún,
para mí, desconocidos de don Antonio Machado: |
Yo
voy soñando caminos las
polvorientas encinas!... |
de
mi primer encuentro con Saura, en una función de cine doble, sin mayor
publicidad, donde además de La caza nos presentaron a Peppermint
Frappé, buena antesala para el descubrimiento de ese maestro del
cine que es Carlos Saura. Ahora
nos topamos con una película, que jamás oí mencionar en Medellín,
Colombia, cuyo título lleva implícito el poema de Garcilaso de la Vega: |
¿Quién
me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores, que había de ver, con largo apartamiento, venir el triste y solitario día que diese amargo fin a mis amores? |
Poema
que bien pudiera recitar Luis, pues, en ese epígrafe, apenas insinuado,
podría estar resumido el encuentro amoroso entre una hija y un padre,
quien asume de una manera bastante tolstoiana, ese sentimiento trágico de
la vida, tan unamuniano, tan español, al renunciar a la familia, al
discreto encanto de la vida burguesa, para adentrarse en el campo, para
llevar una vida austera, como parte de una ascesis muy personal. La
convalecencia de una enfermedad mortal, hace que las hijas vayan a verse
con su padre en su retiro del mundanal rüido, en una casucha de la ancha
Castilla, a donde ha ido a parar Luis tras una decisión, que dejó un
lugar vacío en el mundo familiar y personal de sus pequeñas, ahora dos
adultas jóvenes, a quienes ha dejado de ver durante años. Luis
está tranquilo; desde ese lugar español, que ha elegido para sí,
contempla, a la manera de Margarite Yourcenar, el mundo con los ojos
abiertos, hacia el exterior de la explanada castellana, hacia la cultura y
hacia su propio universo interior, mientras ese lector de Rilke, de los
sueños elaboradores de Elisa, en la realidad, estudia esa magnífica
obra, casi nunca suficientemente bien ponderada ni conocida por el gran público
que es El
Criticón del sabio Baltasar Gracián, para algunos precursor de
Federico Nietzsche. |
Como
maestro de un colegio de monjas enseña a sus pupilas que el mundo es un
gran teatro, lección aprendida de Pedro Calderón de la Barca, quizás
otro de los aspectos que quisiera mostrarnos el mismo Saura, a lo largo de
su filmografía: entre dos nadas, todos tenemos un papel que representar y
una misión que cumplir, en ese gran escenario que es la vida misma y, tal
vez, de una de las cosas de las que se trata el vivir es que en el
transcurso de nuestra existencia vayamos quitándonos la máscara, para
acceder a lo más verdadero de nuestro mismo ser, para lograr una
existencia tan auténtica como se pueda, que es lo que viene a enseñarnos
Luis, tanto a su hija como a
nosotros, los espectadores, para que no llegue importarnos que en el
camino nos sorprenda la muerte. El
propio Saura nos informa que El gran teatro del mundo es
una de sus obras preferidas, la cual le resulta fascinante y también sabe
de sobra que la vida es sueño, como lo
son el teatro, el cine y esta tierra habitada por seres humanos, demasiado
humanos, que moramos en un entretejido de fantasías, conversaciones,
pensamientos, sentimientos, recuerdos, actos y sueños, de ahí que nunca
sepamos, como Elisa, si contamos una historia o nos la imaginamos. |
|
Eso
nos lo muestra el magnífico cartel con el que se anuncia la película,
donde las caras de Elisa y de Luis se condensan, mientras podemos ver
distintos momentos de ese proceso identificatario, en un vínculo que se
repara tras una larga separación, donde ante la presencia del padre real,
portador de lo simbólico y a través de un interjuego imaginario, Elisa
logra una identificación con ese padre valiente, quien se ha atrevido a
romper la comodidad de la vida burguesa, para encontrarse consigo mismo;
esa actitud consistente es la que le permite a su hija liberarse de un vínculo
insatisfactorio en su relación conyugal con Antonio, mientras asistimos
al acompasamiento que dan a la película la música de Rameau y de Sauti,
así el realizador se considere un completo amateur
en asuntos musicales, pues yo creo que Saura comprende como nadie
que el cine es, ante todo, un arte sintético. Al
director, el postfranquismo lo ha liberado de una misión política para
adentrarse en los laberintos del alma humana, donde se entremezclan
vivencias reales, recuerdos, ensueños y contenidos oníricos, a la manera
de lo que pasa en un psicoanálisis. Pero
sabemos que, sobre todo, Saura es un excelente fotógrafo, quien tiene
tesis muy particulares sobre la fotografía, las cuales expresa en una
conversación que las dos hermanas, Elisa e Isabel, tienen en torno a los
recuerdos y la fotografía. Los
primeros están cargados de subjetividad, son una versión que nos damos
de nuestra propia historia, mientras la cámara apunta su objetivo para
fijar un instante de la realidad, tal cual es. El
fotógrafo Saura retrata paisajes de donde vive, su entorno, las
transformaciones estacionales, como si hiciese un diario íntimo
fotográfico; así la cámara, tanto como la literatura, la pintura y el
cine mismo devienen, para él, aventura. De
ahí su libertad en el rodaje, donde se aleja aún de sus propios guiones,
sin respetar los originales, ya que siempre los encuentra como un material
susceptible de cambios, ya que él se arriesga por archipiélagos de
incertidumbre con una curiosidad infinita, de ahí que cintas como Elisa,
vida mía, como muchos de sus filmes, puedan tener cabos sueltos y de ahí
su magia y su atractivo, que puede dejar la impresión de un cine
intemporal, con ciertos tonos idílicos y nostálgicos en los que la
violencia se introduce de una forma muy sutil. Tal
vez, Elisa,
vida mía tenga un tono melancólico y otoñal, pero que apunta al
verano interior que empieza a gestarse en el alma de la protagonista,
quien ha de vivir ese drama edípico, que había quedado inconcluso para
acercarse a su ocaso, a su sepultamiento, que se da con la muerte del
padre, objeto de sus más oscuros deseos incestuosos, pero que, al final,
vivirá dentro de Elisa, hasta que ella misma muera. Liberado
de su misión política y de los guionistas, Saura puede dar el paso de
tener el control total sobre sus realizaciones, para asumir de una vez por
todas el cine de autor, que permite a los directores cinematográficos
hacer creaciones individuales, así para la construcción del filme se
requiera del concurso colectivo de técnicos y actores. Para
Saura, los guiones son apenas meros proyectos, esbozos, borradores, que
pueden ser sometidos a todo tipo de modificaciones, enmiendas y
correcciones, de transformaciones, de acuerdo a lo que en el momento del
rodaje vaya surgiendo, sin caer ni en la improvisación ni el
espontaneísmo.
Así,
cuando un actor cambiaba una frase y al director le gustaba, le pedía que
memorizara esta nueva versión y que la mantuviera en el rodaje u otras
veces, si algo sonaba mal, él mismo se encargaba de modificarla, ya que,
para él, lo más fascinante de la creación fílmica es la tensión que
produce el contacto con lo variable, con lo cambiante, con lo aleatorio,
con lo incierto; de ahí que el hombre no sólo se atreviera a cambiar los
diálogos sino aún escenas o secuencias enteras sobre la marcha o al
final de la tarea, en el montaje, por el placer de tener siempre vivo el
filme entre sus manos. |
|
Saura
lo que hace en Elisa, vida mía, como en
muchas otras obras de su cinematografía es un cine muy difícil de hacer,
el cine total, con una estructura tan libre como la de Derek Jarman, quien
complementa su obra fílmica con su capacidad pictórica, a veces con gran
rechazo de la narración lineal más clásica, lo que es, sin lugar a
dudas, cine de vanguardia, con referencia a otras artes, la pintura, como
se da en Goya
en Burdeos, la literatura y la música, artes que se fusionan en
la pantalla, para transmitirnos una muy singular experiencia personal, con
personajes que pueden resultarnos ya sea simpáticos como la Ana de Mamá
cumple cien años o Ana
y los lobos o la nena de Cría
cuervos, los mismos Luis y Elisa
o detestables como los hermanos de las dos cintas que mencioné
antes de la protagonizada por Ana Torrent, representantes de los poderes
omnímodos, hegemónicos en la España franquista, de ahí que ante el
cine de Saura no nos encontremos ante una obra gélida, sino apasionada y
apasionante, quien quizás se acerca mucho a la poética wagneriana, la de
un compositor que propendía por un arte total, unitario, que lograra
transmitir una cierta sensación de plenitud. |
Algunos,
tal vez, por eso, se atrevan de calificar a Elisa,
vida mía como la obra maestra de Carlos Saura, dado ese diálogo
permanente entre elementos peculiares del cine: imágenes, sonido,
fotografía, música y textos, como si se tratara verdaderamente de una
escritura visual. |
Jesús
María Dapena Botero
Vigo, 17 de marzo del 2011
Ir a índice de América |
Ir a índice de Dapena Botero, Jesús María |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |