El cuento de Héctor |
¡Ay, país, país, país! (Piero) …las estirpes condenadas a cien
años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. (Gabriel García Márquez)
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NACIONALIDAD: Colombo/Española GÉNERO: Entrevista documental DIRECCIÓN: Marta Hincapié y Marisol Soto PRODUCCIÓN: Bandavisual Producciones[1] PROTAGONISTAS: Héctor Iván Torres MONTAJE: Anastasi Rinos Marc Andrés MÚSICA: César López Sandra Parra Marta Andrés Joan Gil MEZCLA DE SONIDOS: Antonio Prió
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Aquí
no se cumple el dicho de que hijo
de tigre sale pintado; más bien, yo diría que hija de oveja sale
lanuda, porque pareciera ser que Marta Hincapié, sale al mundo mediático
con un legado, dejado por su madre, la dulce María Teresa Uribe, una de
las grandes maestras de la sociedad colombiana, para la gran investigadora
en malaria e historiadora, Silvia Blair, la mujer más inteligente que
haya conocido. [2] Por
ello, que me perdone un poco, Marisol Soto,
la co-directora del documental, que la haga un poco de lado, aunque no se
lo mereciera, pero quisiera ubicar un poco la cinta en el contexto
intergeneracional de la familia Hincapié Uribe. Ya
que El
cuento de Héctor me impone, la presencia de esa otra persona,
quien permanece en la trasescena: María Teresa Uribe, profesora de la
Universidad de Antioquia, una mujer tan suave como un copo de algodón,
pero a la vez de valor civil imponderable de quien no se ha arredrado para
profundizar en el dolor sostenido que causa la violencia en Colombia, como
testigo de un país que no se cansa de guerras, como
si lo hiciera la Tereza Batista de Jorge Amado, sino estas que cruzan al
país en la diacronía del tiempo, como si fuese un reptil apocalíptico, que
se arrastra a lo largo y ancho de nuestra geografía; en ese macrocontexto,
María Teresa, esta mujer maravillosa, se ha dedicado a rastrear y
descubrir qué diablos nos pasa y cómo se soltaron esos demonios para
marcar, casi con tinta indeleble, nuestra historia colombiana; de tal
manera que ella se ve obligada a hacer el quite al relato de una Historia
Oficial, la tradicional, para tratar de descubrir ese otro país, el de
las montañas y las selvas, donde uno corre el riesgo, como el Arturo Cova
de José Eustasio Rivera, de que antes de que uno se apasione por mujer
alguna, juegue su corazón al azar y lo gane la Violencia o el miedo, en
un país de desplazados y de muertos sin sepultura, con una sobrecarga de
sufrimiento. [3]
[4]
[5]
Y
pareciera ser que como una herencia no fortuita, Marta Hincapié, asume la
desazón de su madre, su inquietud, en la misma línea de siempre
cuestionar lo aceptado e indagar en lo que, por sabido, se calla, y, tal
vez sin proponérselo, contradecir a nuestro premio Nobel de literatura,
quien en Estocolmo aseverara que las
estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda
oportunidad sobre la tierra, desmentida con la que siempre me he
identificado, desde que, a partir, del año 1987, me dedicara a estudiar
las relaciones entre violencia social y psicoanálisis, como consta en mi
artículo Folie
à deux o Folie á Tous? [6] Pero
su optimismo, tiene eco en grandes personajes como el sociólogo francés
Alain Tourraine, premio Príncipe de Asturias en Humanidades y Comunicación
del año 2009, quien en una visita que hizo a Medellín, decía a Jorge
Alberto Naranjo, entonces, decano de la Escuela de Ciencias y Humanidades
de EAFIT (Escuela de Administración, Finanzas y Tecnología), con sede en
la capital de la montaña, que se había quedado sorprendido de nuestra
ciudad, donde al lado de tanta violencia, había tanto movimiento de la
sociedad civil, lo que para él era un signo de buen pronóstico para esta
urbe. [7] Hoy
pienso que sabiéndolo o no, nuestro pueblo le hace el quite a las curvas
de Tánatos y bajo el mandato de Eros, pudiera esperar como el Freud,
sobreviviente de la Primera Guerra Mundial, que una vez superados los
duelos, nuestra capacidad de estima de los bienes culturales, sin
menoscabo alguno, vuelva a construir todo lo que la guerra ha destruido,
quizás sobre un terreno más firme y con mayor perennidad. [8]
Y
ese es el propósito de Rayuela, cuyo director, Iván
Torres, es uno de los protagonistas del filme de Marta Hincapié y Marisol
Soto, quien no tiene empacho en expresar su alegría, si algún día
pudiera robarle un pelao – un muchacho – a la guerra pues esa es la razón de
ser de esa Fundación, nacida del dolor por la muerte violenta de un compañero,
reconocido bailarín de Break
Dance en Soacha, Cundinamarca, tras la cual, después de llorar de
rabia por la muerte del parche, abandonaron la
idea de vengarse y cambiar los sonidos de las balas por sonidos armónicos,
como bien lo vemos al final de El
cuento de Héctor, cuando en una clase de música, transforman el
valor de uso de un fusil por un instrumento de cuerdas, de tal forma, que
se encuentre una salida más sublimatoria y reparatoria para los jóvenes
colombianos. Desde
entonces en Rayuela,
sin duda, de una inspiración cortazariana, se dan talleres de música, de
confección de máscaras, de expresión corporal y teatro callejero,
mediante un trabajo de un conocimiento personal y a fondo de sus
estudiantes para desarrollar el sentido de tolerancia ante las
diferencias, con el fin de promover cambios en el entorno y denunciar las
muertes de multitud de jóvenes asesinados por las Autodefensas
colombianas, tal vez, conscientes del poema atribuido a Bertolt Brecht: Primero
se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista,
tampoco me importó. Luego
se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero tampoco me importó.
Más
tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual,
tampoco me importó. Después
siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora
vienen a por mí, pero ya es demasiado tarde. [9] Mentalidad
que expresan con su teatro efímero, que pretende inculcar la resistencia
civil no violenta contra el autoritarismo. Iván
Torres será quien nos sirva como narrador de la entrevista documental, en
la que a los espectadores, se nos dará cuenta del proceso pedagógico de
un jovencito de la guerra colombiana, casi un chico, una suerte de niño
salvaje, porque literalmente viene de la misma selva, salpicada de horror
y de sangre por la bestialidad humana; un pelaíto, al que casi hay
que enseñarle una lectura silábica, a la manera que lo hiciera Itard con
Víctor de Aveyron, aunque para nada, se trata de una educación para niños
psicóticos, sino para criaturas que han tenido que sobrevivir a los
terribles problemas que deja la guerra, el conflicto permanente en
Colombia, entre los seres humanos que la habitan, quienes gracias a una
formación deformante se vuelven máquinas de matar, unos del lado de la
guerrilla, otros al lado del paramilitarismo.
Sin
duda, el cambio de entorno, a estos adolescentes les causa extrañeza;
ellos han estado acostumbrados y han sido adiestrados para ser
protagonistas de una estúpida guerra, como nos lo cuenta Héctor, al
relatarnos su llegada al alto, cercano de un pueblo, lleno de aparente
alegría antes de su arribo para después, desde el mismo montículo, no
ver sino humo y no oír otras voces que no fueran las del silencio.
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Pero,
a pesar de la escucha paciente del profe, de la actitud comprensiva y didáctica
de uno de esos maestros con vocación, de los que lamentablemente quedan
muy pocos en el mundo, Iván siente que el vínculo con Héctor es frágil
e inestable, algo le dice que su alumno está más del otro lado, el de la
guerra, que del suyo el de una propuesta de construcción de paz, así el
pedagogo quisiera transmitirle su mensaje de exigir el derecho a la
verdad. Pero
Héctor siente nostalgia del mundo guerrillero; expresa que en la ciudad,
pese a la compañía de Iván, es donde ha venido a saber qué es la
soledad; allá, en el monte, están los amigos, que son como una verdadera
familia, porque la carnal, pareciera ya olvidada. Héctor
siente que la guerrilla no es mala; no nos lo dice pero nos deja entrever
que no hay que satanizarla porque es producto de una superestructura
mayor: la de la injusticia y la guerra; sabe que hay que tener otra
conciencia, como lo ha captado de su maestro, pero por más que trabajen y
hablan docente y discípulo, el atractivo de la manigua es grande. No
sin dolor, el profesor comprende. Y algún día le dice: -
Si se vuelve Héctor para allá; al menos, sea un buen revolucionario…
antes usted no sabía que atropellaba, que desplazaba pero ahora ya lo
sabe. ¿Qué
otra salida queda? Héctor
recuerda situaciones terribles, como cuando un día, los guerrilleros
mataron una familia de nueve miembros por esconder a unos desertores, a
los que capturaron y llevaron al campamento, para tenerlos una o dos
semanas, amarrados, como prisioneros, mientras el guerrillerito les hacía
la guardia. Los tipos se fueron enloqueciendo, hablaban un mundo de
bobadas, “desvariaban”, se tiraban los alimentos el uno al otro, pues
¿para qué se la comían si estaban condenados a la muerte? Hablaban de
un posible encuentro en los infiernos satánicos, como si ignoraran que en
esta tierra vivían en su propio infierno. Los
jóvenes guerrilleros cavaron el hueco que les serviría tumba; el segundo
vio matar a su compañero y enterrarlo y le pidió a Héctor, que, por
caridad, le diera un solo tiro bien dado, para acabar de una vez, pero el
otro guardián se adelantó con un disparo fracasado, de tal suerte que Héctor
recurrió a un remate certero. El
profe sospechaba que si Héctor volviera al grupo insurgente, sería
hombre muerto, pero no pudo detenerle y un día se marchó, sin
despedidas. Por allá en el año 2003 para volver a Rayuela cinco años después,
cuando la guerrilla asediada por el ejército, casi autorizó la huida. El
chico vuelve al altiplano cundiboyacense, con un profundo sentimiento de
culpa, como si se tratase del retorno de un hijo pródigo, que hubiese
hecho daño al padre, esos son los efectos de un buen vínculo
transferencial, que no sólo suele darse con los psicoanalistas, sino
también con otros adultos significativos, como los maestros, un
sentimiento de culpa que puede ponerse al servicio de procesos
reparatorios, afortunadamente. Pero,
como al joven, de la parábola evangélica, Iván lo recibe con un fuerte,
sólido y acogedor abrazo, como si supiera aquello que decía Octavio Paz: -
Para
volver hay que arriesgarse a partir; sólo el hijo pródigo regresa. –
frase que leí en alguna parte. [10] |
El
profe le dice que dejaron una conversa pendiente, en la que se contaban
cuentos, el relato de la propia historia para comprenderla. Ahora el
proyecto era retomarla. La
narración de la historia de una familia desplazada, que hace el maestro,
tiene ecos en el interior del muchacho, quien recuerda que su propia
familia fue víctima del desplazamiento forzado, por allá, en los años
de 1985.
El joven comprende que hay una historia que se repite transgeneracionalmente y se pregunta entonces, ¿cómo aprender de la historia? Como si de repente se hiciera consciente de la famosa frase de George de Santayana cuando nos advierte que
los que no llegan a conocer el pasado están condenados a repetirlo.[11] |
Sabe que la suya ha sido dura, una historia muy verraca, como cuando a su segunda noviecita la mataron en un combate guerrillero con los paramilitares, para pasar a ser uno de tantos muertos sin sepultura como los que hay en nuestro país, aunque él, como Antígona hubiera querido enterrarla de una forma humana, para que no se la comieran los gallinazos, pero son recuerdos, que, como defensa contra el dolor, él ha tratado de olvidar; los psicoanalistas diríamos de reprimir, para no tener preseentes esas verriondas imágenes, significante que le ha prestado Iván, con una didáctica muy clara, que hace de los conceptos abstractos, palabras concretas y explicativas, al decirle que su mente está llenas de imágenes, como de fotografías, que se tienen archivadas en un álbum de fotos, dentro de su cabeza, pero ello sirve para que el muchacho se comprometa en una lucha distinta a la de la insurgencia armada, la lucha por reconstruir la memoria histórica de esos muertos sin sepultura, para que no pasen de ser N.N.’s, de esos seres, que pudieran engrosar la lista de un monumento al soldado desconocido, para reconstruir historias con minúscula que hacen a nuestra Historia con mayúscula, ya que son muchas las víctimas de esa guerra sin fin, que ha vivido Colombia casi por doscientos años, con millones de víctimas, como aquél estudiante de medicina que por atender a un guerrillero en Jardín, Antioquia lo desaparecieron y al abogado que defendía su causa, los paramilitares entraron a su hogar para matarlo o como Carlos Pizarro Leongómez, quien, para Iván había sido un guerrero honesto, quien había firmado un pacto de paz y, sin embargo, lo asesinaron, por haber estado vinculado a la guerrilla del M-19, la que se tomara el Palacio de Justicia en 1985, en el mismo año en el que la familia de Héctor fuera desplazada. |
Con este filme, nos queda bien claro que por la vida y la libertad es necesario hablar con la verdad ; yo añadiría con la psicoanalista Hanna Segal, quien cita a la escritora rusa Nadezhda Mandelstam:
el silencio es el auténtico crimen contra la humanidad, en especial, en lo referente a la política y la guerra, que pueden conducirnos a una pesadilla insoportable, y más en particular cuando conflictos y tensiones internas se convierten en un poderoso incentivo para ella e incrementan la belicosidad, y esos son los que no acaban de resolverse ni en Colombia ni en el mundo. |
Para ello, hemos de mirar hacia el interior de nosotros mismos, como lo hace Héctor y dejar de hacernos los desentendidos; no podemos escondernos en la coraza de una supuesta neutralidad ni del conformismo, como si no debiéramos participar en la política, aunque por definición somos animales de tal naturaleza, según Aristóteles lo dijo; somos ciudadanos y deberíamos tener el valor suficiente para decir lo que nos compete, cada uno desde su situación específica y levantar nuestras voces contra la guerra de una manera clara y contundente; no podemos dudar del poder de la palabra ni de las imágenes, lo que nos obligaría a no permanecer callados, como no se han callado ni Héctor ni Iván, a quienes vemos en escena, ni tampoco lo hacen los que permanecen invisibles en la trasescena, Marta Hincapié, Marisol Soto y, tal vez, más allá, en la penumbra, María Teresa Uribe de Hincapié, quien dio las bases morales a una de las directores de este importante filme. Tal vez, a Iván y los personajes ocultos que cito, como a mí y a Georges Brassens, la música militar nunca nos supo levantar. |
Notas: [1]
Bandavisual Proyecciones es una asociación cultural registrada en el
2002, cuya sede está en Barcelona, la cual se dedica a la promoción
y producción de obras audiovisuales para el debate, la reflexión y
la acción social tanto como en educación para la comunicación, con
la aspiración, por utópica que sea de querer cambiar el mundo, a
partir del gran potencial que tiene el lenguaje audiovisual, al tratar
de hacer visible lo que suele estar oculto y olvidado, al decir su
propia verdad pero que otros digan la suya, dentro del macrocontexto
actual del monopolio mediático, siente que urge la alfabetización
audiovisual de la ciudadanía y el acceso de todos a los medios. Así,
con una cámara y un ordenador piensan que pueden decir y hacer muchas
cosas para exigir y crear espacios de expresión. De lo que se trata
es de plantear nuevos modelos comunicativos de autoexpresión
individual y colectiva, con una fuerte participación social y un
compromiso con el desarrollo comunitario y del entorno, como ejes
centrales, para lo cual es necesarios cambiar de una forma decidida en
busca de esos modelos que rompan con la unidireccionalidad de las
emisiones, de una manera más eficaz para engranarse en un proceso de
democracia participativa, de interactividad, donde un tercer sector
emergente, ni público, ni privado, pero sí asociativos,
profundamente enraizado en la sociedad civil, tenga una singular
relevancia en el mundo del conocimiento, de acuerdo con el Manifiesto
por la Educación en Comunicación, presentado por el Colegio
de Periodistas de Catalunya, en el año 2004. [2] Comunicación personal. [3] Amado, J. Tereza
Batista, cansada de guerra. 2ª. ed., Alianza Tres, Madrid, 1995, 400
pp. [4] Rivera,
J. E. La vorágine. 2ª. ed.,
Editorial Losada, Buenos Aires, 1959, p. 11. [5]
Sartre, J- P. Muertos sin
sepultura/El diablo y Dios. Editorial Losada, Madrid, 2006, 382 [6] Dapena, J. ¿Folie à deux ò folie à tous? En: Revista Colombiana de Psiquiatría 30 (3): 185-200, 1991 [7]
Comunicación personal de Jorge Alberto Naranjo Mesa [8]
Freud, S. Lo
perecedero en Obras
Completas (t. III). Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, p.175. [9] http://probablementeseayo.skyrock.com/2895556387-BERTOLT-BRECHT-LO-DIJO-si-pensaramos-antes-de-votar-otra-seria-la.html [10]
Paz, Octavio: Obras
completas. Dominio hispánico. Edición del autor. Volumen 3, México,
Fondo de Cultura Económica, 1994. p.46 [11] Cif. Noyes, A. P. y L. C. Kolb. Psiquiatría clínica moderna. La prensa médica mexicana, México, 1966, p.1 [12] http://www.sabidurias.com/cita/es/44943/george-bernard-shaw/la-libertad-significa-responsabilidad-por-eso-la-mayoria-de-los- [13]
Segal, H. El silencio es el auténtico
crimen (De N. Mandelstam, en “Hope against hope”. Revista
de Psicoanálisis 42:1323-1335, 1985. [14]
Freitag, B. Teoría
crítica: Ontem e Hoje. Barsiliense, São Paulo, 1987, p. 59. |
Jesús
María Dapena Botero
Vigo, 10 de marzo del 2011
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