Mi querida exalumna:
Cuando me preguntas sobre procesos y teorías del aprendizaje, tal vez
pudieras presentar El niño salvaje de François Truffot, cinta de la
cual, precisamente cogí, el final hace unos pocos días en la televisión,
de tal forma que volví a degustarla con gran placer; ahora, el 25 de
enero de próximo vamos a tener las Jornadas de Clásicos de la
Psiquiatría, aquí en Vigo, para las que viene el discípulo de Eugène
Minkowski, el psiquiatra Jean Garrabé, en las que se hace una revisión
anual de algún tópico de la historia de nuestra especialidad, con alguna
película alusiva al tema propuesto.
Recuerda que ese famoso niño salvaje, se llamaba Víctor de Aveyron.
Como el espíritu francés de aquel tiempo estaba inspirado en los ideales
de igualdad, solidaridad y fraternidad de la Revolución de 1789, toda
persona debía convertirse en sujeto de los Derechos Humanos y, por ende,
aún los excepcionales niños lobos que encontraran en los bosques.
Este mocito era ya un púber, que unos cazadores se toparon en el monte,
en algún lugar de los Pirineos.
Le habían visto totalmente desnudo, le dieron captura y lo llevaron a
una viuda para que lo cuidara y protegiera. El chiquillo tendría unos
once o doce años; recogía bellotas o buscaba tubérculos para alimentarse
y, por la noches, se ocultaba y se acercaba a los pueblos vecinos en
busca de comida.
Era salvaje, esquivo, inquieto e impaciente pero la gente del gobierno
decidió trasladarlo a París, con lo cual, el problema del pequeño se
convirtió en un asunto público; por ello, se consultó a Philippe Pinel,
quien había empezado, durante los tiempos del Gran Encierro foucaultiano,
a quitar las cadenas de los pacientes de los asilos y darles lo que él
llamaría el tratamiento moral.
Sin embargo, el pronóstico que este doctor daba al pequeño era muy malo,
de tal modo que la observación clínica y el posible tratamiento del
jovencito fue asignado Jean Marc Gaspard Itard, quien deseaba
ardientemente trabajar con el niño.
Itard llevo al pequeño a su casa, donde contaba con la ayuda de Madame
Guerin, su ama de llaves.
Me parece muy importante un comentario, que hace añares, nos hizo Irene
González, acerca del papel terapéutico que podía cumplir esta generosa y
afectuosa señora en contraposición con el racionalismo científico del
doctor, quien, desde la escuela de sordomudos, empezaba a abrir el campo
de la investigación médico-pedagógica, cosa que pude confirmar al volver
a ver la película tres veces más, después del comentario de Irene.
La postura de Itard era continuar con los lemas revolucionarios de
igualdad, solidaridad y fraternidad, como ya te dije, de tal modo que su
paciente se convirtiera en un sujeto de deberes y derechos, como ha de
ser en una sociedad democrática.
Para esta nueva manera de pensar la política, venía como anillo al dedo,
el tratamiento moral, que Pinel, acababa de inventarse en los albores de
la Revolución Francesa.
Se trataba entonces de brindarle al jovencito una terapéutica
psicológica, tendiente a la rehabilitación del ciudadano Víctor, para
lograr su readaptación como sujeto en la comunidad, de tal manera que
pudiera ser incluido en el seno de una sociedad democrática.
Desafortunadamente, Itard poco pudo avanzar con Víctor, para desmentir
totalmente el biologismo determinista de Pinel, para quien, el pequeño
poseía un cerebro deficiente o lesionado, que nunca accedería a una
actividad psíquica normal.
Pero, Itard pretendía otra cosa; para él lo importante era modificar un
supuesto estado de naturaleza e inscribir a Víctor en un estado de
cultura, a partir de provisiones dadas por un entorno humano, como
prolegómeno de una educación especial, que estimulara con precisión las
áreas deficitarias, como bien nos lo señalan Analía Cacciari, Sandra
Cedrón y Horacio Martínez, en su articulo sobre modelos en
psicopatología grave en la infancia.
A pesar de ello, Itard nos enseñaría a tener en cuenta el espacio social
donde se desarrolla un niño, como ámbito que pude aportar elementos
esenciales al infante, asunto que el psicoanálisis tendría muy en cuenta
para comprender cualquier tipo de psicopatología.
Para la realización de su tarea, Itard llevaba una especie de cuaderno
de bitácora, que lo acompañara por los mares de su aventura política y
humanitaria, como podemos verlo en varias escenas de la película.
Además utilizaba el material, aportado por el niño, para dar informes al
Ministerio de Gobierno que patrocinaba este reto pedagógico tan
avanzado, que conllevaría un enorme progreso al conocimiento lo humano.
No olvidemos que Donald Winnicott decía que la comprensión de las
psicosis infantiles, del autismo más concretamente, ampliaría nuestra
visión de la naturaleza humana.
Así el médico y pedagogo relataba minuciosamente observaciones,
propósitos y experiencias que se hacían, los cuales serían publicados
como muestra de rigor científico y metodológico, descritos y narrados
con una gran claridad.
De esa manera. ese niño, desagradablemente sucio, para Itard, afectado
de movimientos espasmódicos y convulsivos, que yo me pregunto en que
consistirían, a la luz de la clínica actual, con balanceos autistas, el
famoso rocking chair, que más tarde describiría Leo Kanner, que mordía y
arañaba a todos cuanto se le acercaban, sin que expresara otros afectos
que la ira, dada su inmensa apatía por todo y su falta de atención,
desmentía las tesis del buen salvaje rousseauniano, de tal manera que
nos vemos enfrentados con la confrontación entre el Hombre Natural y el
Hombre Moral.
El caso de Víctor confrontaba al hombre ilustrado, con esa pregunta que
se haría, más tarde, Claude Lèvi-Strauss:
- ¿Dónde termina la naturaleza y comienza la cultura?
Para Lèvi-Strauss, el caso de los niños salvajes no sirve de testimonio
de comportamientos realmente naturales, que para él son inexistentes;
más bien dan cuenta de casos anómalos, donde tendríamos que preguntarnos
por qué estos niños fueron abandonados, lo cual daría cuenta más bien de
una monstruosidad de la cultura.
Bajo la mirada científica del iluminista, la experiencia con Víctor se
convirtió en un puntal importante en el desarrollo de las llamadas
ciencias humanas, dado que permitía convalidar o no las tesis de
Rousseau, bajo el vértice de observaciones empíricas y objetivas de los
hechos, el establecimiento de hipótesis y su convalidación o no en el
campo de la experiencia.
Desde entonces, se pensó que el estudio del caso de Víctor sería muy
importante para el progreso de los conocimientos humanos, siempre y
cuando, hubiera un observador entusiasta y de buen fe, que estudiara a
este ser en una situación dada de abandono, para ver si podía
reintegrarse al mundo social, al mundo moral.
Era interesante para una intelectualidad que, se basaba en el Condillac,
que llevaría a Francia, los principios del empirismo inglés, con base en
la experiencia sensible, en oposición con el innatismo de Descartes.
Víctor daría la oportunidad de encontrarse en la realidad material con
una verdadera tabula rasa sobre la que podrían grabarse nuevas
experiencias y conocimientos, mediante estímulos, hasta llegar a
procesos de pensamiento abstracto.
Y de alguna manera, Itard también se acogía al pensamiento de Cabanis,
quien negaba la existencia de cualquier pensamiento, que no tuviese
raigambre en la experiencia físico-fisiológica del ser humano, ya que
los pensamientos eran los productos de segregación del cerebro, a la
manera que los jugos gástricos lo eran del estómago, de tal manera, que
se atacaba el dualismo cartesiano, basado en la existencia de dos
aspectos en el ser humano, el del cuerpo y el del espíritu. Lo físico
para Itard y Cabanis transformaba lo moral, por ello, el ser humano era
tan dependiente del entorno.
Víctor nos enfrenta con el niño del empirismo, pues no pareciera traer
consigo ninguna idea platónica, ninguna idea innata, que pudiera dar pie
a ningún idealismo; se estaba ante la posibilidad de una educación
verdaderamente materialista, para dar pie a una pedagogía científica.
Víctor se convertiría en el objeto de esa experiencia, como soporte
material de los presupuestos teóricos del racionalismo francés
postrevolucionario.
Tal vez, podría encontrarse respuesta al enigma de cómo se originan las
ideas, de su relación con las sensaciones, de los procesos de
adquisición del lenguaje, del desarrollo de las facultades de la
psicología académica y los obstáculos con los que el desarrollo humano
habría de enfrentarse y, ello, tendría frutos en campos prácticos como
los de la educación y de la psiquiatría, que apenas empezaba a
consolidarse como tal.
Víctor parecía ser un hombre natural, no corrompido por la sociedad, un
buen salvaje, como una especie de ser humano primigenio pero también
podía ser un idiota, un retardado mental o, tal vez, un sordomundo.
Pinel era el gran psiquiatra de entonces, amigo de Cabanis y de Desttut
de Tracy, inclinado por el tratamiento para los locos en los manicomios
,mientras Itard provenía de la escula de Sicard, un especialista,
bastante creativo, en el tema de la reeducación de los sordomudos.
Para Pinel, Víctor era un débil mental, que carecía de pensamientos y
afectos, limitado a un mundo elemental, de donde, para él, no sería el
prototipo del hombre natural, sino más bien un desecho humano,
ineducable e incurable.
Para Itard era un niño normal, que había sido marginado de la cultura,
de tal manera que se habían lesionado sus condiciones de vida y de
desarrollo, por lo que estaba necesitado de cuidados.
Para Itard, primaba lo social sobre lo natural en el caso del niño de
Aveyron, de tal manera que si se quería ayudarlo había que crear un
dispositivo médico-pedagógico, bajo los auspicios de las teorías de
Condillac.
La responsabilidad de la sociedad era volver a traer a este niño
marginado a su seno, como una obligación ineludible, mediante una
educación, comandada por los conocimientos científicos adquiridos hasta
entonces; en eso consistía su apuesta.
El niño fue confiado entonces al Instituto Nacional de Sordomudos,
dirigido por Sicard, para ser confiado a Itard, quien reuniría la
historia del infante y determinar sus falencias, para procurar
suplírselas de alguna manera.
La experiencia duraría casi diez años, en un intento de llevar al niño
del salvajismo a la cultura.
El sabio era consciente que había que tener también en cuenta los
errores, porque de ellos también se aprende.
Pero, Itard no pudo superar la ideología de su tiempo, de tal forma, que
Víctor terminó convirtiéndose en el niño de su deseo, lo cual, quizás
fuera una gran invasión del Otro, de la que el niño se defendería en su
aislamiento, ya no exterior y material, sino como refugio para salvarse
a sí mismo, pese a los pocos adelantos que hubiese logrado tener. ¿Tenía
razón Pinel al hablar de un retardo mental grave? ¿Se trataba de una
psicosis injertada en la mente de un retrasado?
Llamaba la atención que el niño parecía insensible a cambios climáticos
extremos.
Al principio de la experiencia se rasgaba las ropas que le ponían;
parecía totalmente descontrolado.
Itard procuraría generarle una egodistonía con sus síntomas y algún
sentido del pudor pero la tarea resultaba casi imposible; los métodos
del profesor eran bastante drásticos, en contraposición al trato amoroso
de Madame Guerin.
El pequeño mostraba marcas de viruela, tenía su rostro cicatrizado, y
tenía una gran cicatriz en la garganta, lo cual hace suponer que
hubieran tratado de asesinarlo, ya más grandecito, posiblemente antes de
deshacerse de él.
El joven pudo medio domesticarse, algo mejoró su estado físico tanto
como su sociabilidad, pero poco se consiguió con el propósito de lograr
que aprendiese a hablar y a comportarse como un ser verdaderamente
civilizado, lo que dio la razón al pronóstico de Pinel.
No se lograron grandes progresos, a pesar de todo el interés político,
sociológico, médico, pedagógico y lingüístico que un caso como éstos
podía suscitar.
Ahora se piensa que todo ese proceso médico-psicológico fue todo un
ejercicio de lo que Michel Foucault llamó la microfísica del Poder , la
cual se inscribe en el cuerpo, como un adiestramiento anatomo-político;
lo que se procuraba era que el bárbaro se mimetizara con el civilizador,
fuera ésto en el campo de la motricidad gruesa, de las palabras
escritas, que el sujeto debía aprender a asociar con referentes reales,
en un esfuerzo, sin duda valioso, de tratar de entender la mente humana.
Creo que la película de Truffaut puede generar una fructífera polémica
entre las madres comunitarias sobre la educación, ya que el director
francés nos hace un buen racconto de todo un proceso pedagógico en la
que el profesor Itard procuró ante todo:
Vincular a Víctor a la vida social y hacérsela cada vez más dulce; por
eso, lo llevaba a pasear, para que se reencontrara con las vivencias de
satisfacción que el niño podía tener en una vida, quizás, demasiado
fisiológica, en la que el pequeño comía, dormía, sin hacer nada,
mientras correteaba por los campos.
Depertar en él una sensilibilidad, posiblemente bajo la égida de
Condillac, en tanto y en cuanto, esta virtud daba cuenta del grado de
civilizción; para ello, el sabio utilizaría baños en agua caliente, se
estimulaba el olfato, el gusto, se evitaba que comiera cosas sucias, en
busca de una mayor complejidad de los sentidos.
Ampliarle el mundo de necesidades y relaciones, de tal manera que el
placer se hiciera necesario; así, cuando iban a comer fuera de casa,
Itard se ponía sus mejores trajes, de tal manera que Víctor pudiera
distinguir ese hecho. como algo que anticipaba el gusto de salir a
disfrutar de una mejor comida y el hecho de que Madame Guerin, le
ofreciera alimentos sabrosos, hizo que se acercara mucho más
afectuosamente a ella.
Se procuraba que el chiquillo hiciera uso de la palabra para expresar
necesidades, pero pocos avances se obtuvieron en ese sentido, a pesar de
que se sabía que el niño no era sordo, pero sí indiferente ante las
relaciones humanas. La articulación de los sonidos le resultaba casi
imposible, tal vez, sólo alcanzaría a decir leche en francés, que es
algo que vemos muy bien en la película, sin embargo, no la pronunciaba
como expresión de una necesidad, sino ante el referente mismo, que le
servía de estímulo, de tal modo, que los avances en el uso de la lengua
fueron bastante precarios e insignificantes, le era más cómodo seguir el
lenguaje de los gestos.
Se pretendía ejercitarlo en las operaciones más simples para la
transformación del mundo exterior, mediante juegos y ejercicios del
pensamiento, con lo cual se logró un importante avance.
Creo que la paciencia y la tenacidad de Itard, así pueda criticarse como
una aplicación de la microfísica del Poder, fueron virtudes importantes
para empezar a pensar el problema de los niños sometidos a la
marginalidad, sin que nos sobrecojan el miedo y el espanto.
Víctor fue refractario a un total proceso de domesticación.
El chico murió joven, en 1828, más o menos a la edad de cuarenta años,
no se sabe si por una enfermedad física o por una melancolía, por causa
de la violencia ejercida por sus captores y domesticadores. Así, no tuvo
la suerte ni de Rómulo y Remo, ni de Mowgli, ni de Tarzán, esos
personajes que salieron de pluma de Rudyard Kipling y de Edgar Rice
Burroughs , dados a la luz muchos años después, que desmienten una
realidad quizá bajo el impulso de ideas románticas.
El trabajo con Víctor resultaría todo un fracaso, en última instancia
para Itard, quien había convertido a su pequeño paciente en el niño de
su Deseo, sin contemplar verdaderamente cuál era el del sujeto al que se
pretendía ayudar.
Si quieres ver la película completa métete a este link y ahí te irán
apareciendo los siguientes:
http://www.youtube.com/watch?v=6dUW2YTN4Vw
Observa bien, como no se da un reconocimiento del yo (moi ) ante el
espejo y como gruñe, al igual que un animal salvaje, a la manera de un
mono; la herida sobre la tráquea no dañaría su capacidad fonatoria, pero
fracasaría la adquisición de un lenguaje articulado; mira como lo
observan delegados de la sociedad parisiense, como si fuera el oso de un
gitano; yo también los mordería, ¡vamos!.
Pinel piensa que es un idiota, la antigua nomenclatura para los
retardados mentales profundos, cuando los moderados eran considerados
estúpidos y los leves, morones; por ello, el famoso psiquiatra piensa
que es mejor que esté en el manicomio de Bicêtre, puesto que le parece
un peligro que esté en la escuela de sordomudos.
Pero Itard insiste en su deseo de educarlo.
Recomienda que al niño que hay inundarlo con un universo de palabras;
hay que realizar toda labor higiénica; el niño oye, sin escuchar y mira
sin ver, son funciones que habría que enseñarle.
Hay que transmitirle la urbanidad en un universo, donde hay un Itard,
que funciona como un padre y una Madame Guerin, que sirva de madre, así
el aprendizaje sea lento, asunto que comprende perfectamente el maestro;
se trata de instrumentarle de a poco y permitirle que tenga una
habitación propia; habrá que tener en cuenta que el choque con la
cultura, con las frustraciones pulsionales a las que ella obliga, genere
pataletas, frente a las cuales no hay que dejar hacer sino imponer algún
límite; así aprenderá a vestirse por sí solo, al igual que a manejar el
fuego.
Itard, sin embargo, no es acrítico frente a la propia experiencia, y
sabe que de la lectura de íconos a las de la palabra escrita hay mucho
trecho, lo mismo que en el pasaje del garabateo, descrito más tarde, por
Lauretta Bender, como primer grafismo, a la la caligrafía; pero, Víctor
lo sorprende con la inventiva que lo lleva a hacer un portatizas de
cuero, por su propia iniciativa. Ello llevara al maestro a escribir:
Hay que haber experimentado la angustias de una instrucción tan penosa,
para dirigir a este niño, desde su primer acto de atención hasta su
primer destello imaginativo, para hacer una idea de la alegría que
siento y disculparme porque me exalte ante un hecho tan simple y tan
corriente – recuerdo que cuando me habló, tras un año y medio, de
sesiones silentes el primer niño autista que traté, me provocaba salir
gritando como Arquímedes: ¡Eureka! ¡Eureka! Y decirle a Consuelo, mi
Madame Guerin, que su llamado niño-efigie, me había hablado; no es cosa
vana -.
El vínculo ya estaba creado y creo que la amenaza de Itard de suspender
el tratamiento, movió, en la transferencia, el sentimiento amoroso, que
llevaría a avanzar a Víctor, al menos en la película de Truffaut, quien
para aplacar o para reparar a su maestro se volvió más diestro en el
aprendizaje, así hubiera en Itard un conductismo espontáneo – aún antes
de Pavlov y de Skinner - , tal vez, necesario en los procesos de
aprendizaje.
El filme es, sin lugar a dudas, lúcido, penetrante y detallado, basado
en las propias memorias de Itard.
Truffaut, más allá del documental, crea una poética, al dignificar la
relación entre el niño y su maestro, sin pretender grandes
idealizaciones ni recurrir a formas demasiado melodramáticas, con un
estilo más propio de la Nueva Ola Francesa, que de espectáculo
hollywoodense.
La actuación de Jean-Pierre Cargol fue magnífica, nos dice la propia
hija de Truffaut; era un niño gitano, de piel aceitunada, llevado al sur
de Francia, por un tío suyo, muy conocido como buen guitarrista, pero
poco se supo después del gitanillo, que sirviera de actor a un Truffaut,
movido por una profunda preocupación por la causa de los niños,
especialmente de aquellos marginados y maltratatados, a quienes no se
reconocían sus derechos, ya que el propio Truffaut había requerido de
una piel dura en su propia infancia, de tal forma que su primer filme,
Los cuatrocientos golpes fuese tan autobiográfico, al hablar de la
indiferencia de los padres frente a un hijo.
El interés del director fue mostrar la relación entre Itard y su
entenado, en un vínculo no tanto sentimental sino de amparo y de
cuidado, para mostrar cómo los adultos llegan al mundo de los niños,
algo que debía ser personalmente importante para el diretor, quien
decidiría asumir el papel del propio Itard.
La cinta sería dedicada a Jean-Pierre Léaud, quien había sido Antoine
Doinel, el púber de Los cuatrocientos golpes, y le había posibilitado al
director acercarse a la niñez descarriada, de una manera distinta a la
de Auguste Aichhorn.
No hay que olvidar que Truffaut tuvo una infancia desgraciada, siempre
metido en problemas, enfrentado con la Ley, ya que robaba para comprar
boletos para ir al cine; era un niño en permanente conflicto con sus
profesores, lo cual dificultó su educación, a lo que se sumaba una
ausencia de padre y una madre que no confiaba en él, hasta que fuera
adoptado por el cineasta francés André Bazin y su mujer.
Seguramente, eso hizo que se interesara por la desgraciada infancia de
Víctor de Aveyron y en el filme pasaría de niño en conflicto con sus
profesores, a convertirse en un eminente pedagogo, que trataba de sacar
a un chiquillo de su condición de niño salvaje, un filme hacia el que
Truffaut siempre conservaría un gran cariño, con un magnífico montaje y
un gran sentido del ritmo, instrumentación mediante la cual intentaba
hacer que el espectador no se aburriera y aprendiera bastante.
¡Lástima que el gran director no fuera un buen actor, lo cual lo hace
bastante inexpresivo a diferencia del ginatillo. Jean-Pierre Cargol, tan
rico en expresiones, capaz de transformar al personaje a lo largo de la
cinta!
Otras cintas que pueden serte útiles sobre el tema son Milagro de Amor
de Arthur Penn con Anne Bancroft:
Una de sus escenas podrás verla aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=X7gFrrl2ovA
y Gaby, dirigida por el mexicano Luis Mandoki, con Norma Aleandro y Liv
Ullmann, que creo que vimos juntos, en un teatro que quedaba en Palacé
con Perú, cuyo nombre no recuerdo, cinta que trata sobre la verdadera
historia de la escritora del país azteca Gaby Brimmer, aquejada por una
parálisis cerebral, quien sólo tenía movimiento en el pie izquierdo, que
vino a ser un estímulo para Elena Poniatowska para hacer un himno a la
normalización educativa, sexual y social de los discapacitados.
¿Recuerdas?
Mira bien este link:
http://www.youtube.com/watch?v=NHEgJpJ9U04
y si quieres verla toda arranca por aquí:
http://www.youtube.com/watch?v=pW3PVCRLo30
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