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Nuevas voces en el debate Gentileza de Luis D. Gutiérrez Espinoza (Perú) |
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El debate sobre el llamado “quinqueno gris” que para algunos ha sido un quinquenio tan largo que “ya acumula incontables años” (sic), ha ido creciendo como punta de iceberg y ahora se incorporan nuevas voces que antes no habían hablado (o no tenían voz, que todo puede haber “debajo de la viña del Señor”). Al contrario de los mensajes de los tres primeros tomos que surgían al calor de la hoguera durante la acampada, casi todos los nuevos emilios han surgido “cuando ya los amigos se han dicho adiós diciendose que no es mas que un hasta luego” y por lo tanto se han escrito con las teclas del ordenador en la mente, en la reflexión. Muchos son artículos de fondo que abordan aspectos hasta ahora ni siquiera rozados en los correos que dieron origen a este debate entre un pequeño grupo de cubanos... solo aquellos que tienen la dicha de poseer una cuenta electronica y revisarla diariamente. Porque como me dijo ayer un escritor amigo cuando le pregunté si estaba al tanto del debate, “...somos todos los que tenemos correo en la yahoo, pero solo unos algunos los que podemos revisarla”. Entonces, adelante las ideas. Aun en estas condiciones limitadas, valdría la pena que las voces iniciales que dieron origen a tanto revuelo en la red electronica cubana, vuelvan al ruedo y manifiesten sus opiniones. Hay muchos que los estan esperando con ansias antes de verse en la Feria Internacional del Libro en La Habana. ACERCA DE LA "DECLARACIÓN DEL SECRETARIADO DE LA UNEAC"Estimados Miembros del Secretariado de la UNEAC: Esto parece haber perdido las puntas. Y yo ya no sé si es un ula-ula sucio que se autoimpulsa soberanamente, y cuyo detenimiento depende de tu cansancio en el juego más que de la existencia de una estación terminal en la cual puedes bajarte. En la reunión que tuvieron con nosotros aquí en Ciego de Ávila el pasado día 17 se nos leyó por Fernando Rojas el borrador de esta declaración. No era una lectura para opinar sobre ella, ni para corregirla. Luego de casi tres horas de intercambio aquel parecía ser un cierre victorioso: la UNEAC había tomado cartas y se haría pública su posición. Ahora que recibo este texto, que lo leo con detenimiento, que lo observo con la exigencia con que uno debe asumir un texto oficial de su organización ante un asunto tan delicado, solo he renovado y enriquecido mi convicción de que "el efecto pavón" sigue vivo y coleando. Eso del debate "entre revolucionarios" y que la politica "cultural ha garantizado y garantiza nuestra unidad", tiene un color gris. ¿Qué hemos avanzado? ¿Quién ha dicho que el debate tiene que ser entre revolucionarios? ¿Los que no lo son, y que necesariamente no tienen que ser "contrarevolucionarios encarcelables", están excluidos?¿Qué documento legal autoriza esa discriminación "ideológica", esa privación de un derecho ciudadano de polemizar sobre lo que ocurre en su país? Eso de relacionar a la cultura con la unidad saltándose otras cosas que tiene que asegurar primeramente una política cultural: libertad creadora, de pensamiento, democracia cultural, derecho a la diversidad, es como una señal casi pavoniana.¿No era en aras de la unidad que se prohibían el jazz y los Beatles? Como si esto no bastara hay dos pifias al final, esas que solo se producen cuando se quiere, más que informar, hacer consigna. Se reafirma una irreversibilidad tomando como fundamento las palabras de Fidel a los intelectuales. ¿Y el periodo gris no existió una década después, pese a la existencia de esas "Palabras a los intelectuales"? Sería bueno preguntarle a Pavón cómo cumplió él con celo (y cierto exceso) el paradigmático "contra la revolución nada". La otra es que la UNEAC hace una afirmación que excede su alcance, su autoridad, que no está en sus manos: La política cultural (...) es irreversible. ¿Construye y aprueba la UNEAC la política cultural? Si es así, ¿cómo fue posible el pavonato? ¿Qué hizo ella en ese tiempo? ¿No es algo desfasado llamar "irreversible" a la política cultural de una Revolución que hace dos años hizo público su propia "reversibilidad"? Que un documento de la UNEAC no tenga el aliento de la UNEAC, parezca cualquier otro documento del estado, no se diferencie del que podrían emitir los CDR o la FMC, es como para seguir preocupados. Un amigo mío me llamó hoy para que le explicara, le "tradujera" ese texto que había leído en el Granma y no le decía nada, solo le despertaba conjeturas. Tuve que hacer yo lo que no hizo el secretariado de la UNEAC. ¿Por qué ese rodeo, ese no hablar claro? Ya no nombres, el por qué del rechazo a esos programas, era mucho pedir. Ni siquiera se dijo la fecha de esos programas, para que un lector con buen olfato detectivesco y tiempo pudiera rearmar la historia. Esa política de informar y no informar, de creer que si se dice una verdad se extiende el problema, de que la "masa" no tiene derecho a la información clara, me huele a brochazos de blanco y negro corridos hasta el siglo XXI, metidos en el paisaje actual. Que la gente reciba una nube gris en lugar de una información, que al final el pueblo se diga "oye, pasó algo grande, no sé qué será pero parece que fue algo con los artistas", es un acto de irresponsabilidad informativa. La UNEAC, por su prestigio, por lo que significa, es un modelo, sus pasos son señales de la salud intelectual, sus actos tienen una carga educativa. Los periodistas cubanos tendrán en este documento un ejemplo de lo que no se debe hacer, de lo que es sacrificar la profundidad en aras de "lo enérgico", de cómo hacer malabares para no ofender ni a Dios ni al Diablo. Y claro, como es un documento infeliz, lo utilizará el enemigo. La UNEAC habla de un problema, pero es que los mensajes que se habían cursado hasta ese momento contenían más problemas que el error del ICRT. ¿Cuál es la posición de la UNEAC al respecto? Al menos pudo decir que se prestaría atención a las inquietides planteadas por los intelectuales, que se reconocían ciertas cosas, como la falta de espacios para la polémica. Uno de esos mensajes iniciales, de Paquita Armas, uno de los ignorados, emplazaba directamente a la UNEAC: "Que este intercambio de ideas camine tan rápido hace evidente la necesidad de un espacio de diálogo entre los artistas cubanos. La UNEAC dejó de ser lo que era y ahora no hay un lugar donde decir lo que se piensa". La UNEAC debió
decirlo, sí, porque ella es también responsable. Veamos algunos de esos
documentos propios con los que la UNEAC no ha cumplido y por lo que
debiera responder ante su membresía y el país en un momento como este. Capítulo 4: La UNEAC proclama su adhesión a los principios de la democracia socialista y, en consecuencia, defiende el derecho a la palabra, la investigación, la experimentación, la crítica, la autocrítica y la polémica franca y constructiva sobre los más dispersos aspectos de la vida política y cultural que contribuyen al desarrollo de nuestra sociedad. * De los Lineamientos para los próximos cinco años (1999-2003) (Aprobados en el VI Congreso) Punto 6: "Consolidar espacios e instituciones de debate donde se exprese, de manera sistemática, la diversidad de criterios de la intelectualidad revolucionaria sobre los más diversos problemas culturales y sociales. Difundir adecuadamente los resultados de estos debates en los que el respeto a la diversidad constituya la base de nuestra unidad". * De los acuerdos y recomendaciones del VI Congreso: "Los cambios de la realidad social deben ir acompañados de una reflexión sin la cual no podríamos conocer a fondo la naturaleza de esos procesos y afrontar sus implicaciones" (Comisión "Cultura y Sociedad"). " Cuidar la saturación informativa a través de los medios de difusión y poner a debate reflexiones críticas sobre temas de la actualidad. (Comisión "La Política Cultural y su consolidación en los medios de difusión masiva"). Que esto aparezca así, en documentos rectores de la UNEAC, desde 1998, sin que la UNEAC haya encontrado las vías para hacerlo realidad, y no haya pasado nada, es como para una polémica nueva. Sería bueno que la UNEAC se mostrara al menos solidaria con aquellos que en sus mensajes, en sus reflexiones, no han hecho más que actuar en ese espíritu crítico y reflexivo. La experiencia socialista ha demostrado que los problemas no resueltos hacen más daño que los problemas divulgados. Es en los primeros donde nos jugamos la vida. Si Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado, entonces hay que hacer práctica cotidiana el preguntarnos qué debemos cambiar. Esa es la función del debate, no debatir es no cambiar. Sí, esto es una crítica a mi Secretariado, un acto que se ampara también en el Artículo 4 de mis estatutos. Y es mi voto personal contra ese documento que cierra incorrectamente las cortinas de un asunto mucho más complejo. Saludos, Félix Sánchez Ciego de Ávila, 20 de enero de 2007 A CONTINUACION TRANSCRIBO UNA NOTA QUE RECIBI EN MI CORREO ELECTRONICO, Y ME PREGUNTO PORQUE LAS CAMARAS DE LA TV QUE BRINDARON LA IMAGEN EDULCORADA DE PAPITO SERGUERA, NO LE INFORMAN AL GRAN PUBLICO CUBANO EN DIRECTO, DE ESTA ACTIVIDAD: Como informamos el pasado miércoles, en busca de mayor capacidad para el público asistente decidimos trasladar la conferencia "El Quinquenio Gris: Revisitando el término" de Ambrosio Fornet, prevista para el próximo 30 de enero, a la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas. Dado el especial interés en participar expresado por numerosas personas e instituciones del sector cultural, y con el fin de garantizar que nuestros escritores, artistas e intelectuales en general puedan estar presentes en el todavía limitado espacio, hemos decidido reservar la entrada, a través de invitaciones, para los miembros de la UNEAC, la AHS, la UNHIC y la UPEC; los profesores y estudiantes del ISA, las Escuelas de Arte y las Facultades de Artes y Letras y Comunicación Social de la UH; los investigadores del Consejo de Ciencias Sociales del CITMA y del Centro Martin Luther King, así como los especialistas y cuadros del ICRT y de las instituciones del Ministerio de Cultura. Las invitaciones serán distribuidas la próxima semana por las respectivas asociaciones e instituciones. Los textos de las conferencias de Ambrosio Fornet y demás personalidades anunciadas serán divulgados por correo electrónico tras cada encuentro y reunidos con posterioridad en un libro. Subject: Parece que unos son mas iguales que los otros Vivo en una de las provincias mas adelantadas en lo cultural, con excelentes instituciones para el beneficio del gran publico. Tenemos excelentes escritores, musicos, teatristas y artistas plasticos, muchos de los cuales han ganado incluso premios internacionales. No existen conflictos entre los creadores y los directivos provinciales ni municipales de la cultura: como ejemplo, desde hace 9 años se produjo el ultimo conflicto laboral (soy presidente de un concejo) entre un artista y la administracion, y desde entonces no se produce ninguna reclamacion por incorformidad por parte de ningun integrante de nuestra vanguardia artistica. Los sistemas de pagos al sector se comportan de manera satisfactoria, sin que se realicen pagos fuera de tiempo ni en cantidades inferiores a las pactadas. SIN EMBARGO, no todo es "miel sobre hojuelas". Realice una encuesta en un grupo de 26 escritores y artistas miembros de la UNEAC y de la AHS, y de ellos solo 7 conocian de las causas que originaron la carta del secretariado que se publico en el Granma. De estos, solo 4 habían tenido acceso a un archivo que estaba en la UNEAC de 23 paginas y de estos solo 2 han leido correos electronicos de manera directa de sus autores. Parece que como dije, la miel no le llega a todas las hojuelas, o parafraseando a como dijo alguien citando aquella novela de Orwell prohibida en Cuba (REBELION EN LA GRANJA) "todos los escritores y artistas cubanos son iguales, pero algunos son mas iguales a los otros". Francisco Cedrón Vallejo LAS IDEAS DEBATIENTES un acercamiento desde la ausencia A mediado del 2006 empecé a escribir este texto, que luego aparté para redondearle en el futuro. Estos días de enero han puesto su asunto en un lugar protagónico y por ello he decidido actualizarle con esa experiencia y ponerle a circular. Nada de pretender la gran teoría, solo una provocación, un esbozo también para debatir. El debate, como categoría política, no desciende hasta el nivel de la singularidad humana, no contempla un mar de gente intercambiando, contradiciendo, no es un todo contra todos. Confundir ese debate con el cuchicheo interno entre sujetos de toda colectividad (reos de una misma celda, compañeros de barracón) es un error que no por grande deja de aparecer en ciertos pensadores respetables. El debate del que hablamos no puede homologarse a un intercambio de impotencias, opiniones rumiadas al oído solidario o cómplice. Ese casi eslogan: “Nuestra sociedad es muy inclinada al debate, basta pararse en una esquina para oír a la gente debatiendo de todo”, es una afirmación, además de errónea, conformista y peligrosa. Como categoría política, hay que ver que el debate se produce entre dos grandes cuerpos de ideas: el cuerpo del poder (un sistema coherente de ideas que se fortalecen unas a otras, se apuntalan, mediante el empleo de sus instituciones, normativas, políticos, etc.), lo que en El socialismo y el hombre en Cuba el Che llama “el pensamiento oficial”, y un cuerpo que representa a la sociedad civil, llamémosle entonces “pensamiento no oficial”, que se caracteriza por ser ofensivo, es decir, recibe esa otras ideas instituidas con recelo, con una actitud evaluadora, como una contraparte, como un bloque que trata de vencerle por que necesita a toda costa legitimarse. El cuerpo de ideas del poder es defensivo en la medida que se presenta como conclusión, como sistema estable, como discurso justificativo, que apuntala ideológicamente al estado. Al otro cuerpo, pues, no le queda otro remedio para ser distinto, para no ser ni imagen ni parodia del primero, que ser provocador, cuestionador. El primero trabaja por sembrar y acrecentar la fe y la confianza, el otro por la duda y el cuestionamiento, que es su modo de compulsar al cuerpo oficial a renovar su accionar, a mantener una actitud crítica que le permita autorrenovarse y sostener la autoridad. La autoridad del estado no solo descansa en los instrumentos jurídicos, represivos, descansa también en su salida airosa en el debate. Claro, cuando lo hay. Cuando no lo hay también gana él, pero por no presentación (como en el boxeo, un triunfo muy deslucido) De como le vaya en el debate depende la ascendencia del cuerpo de ideas del estado sobre la sociedad, su influencia en la opinión pública y la aceptación por esta. De ese modo el debate se convierte en un regulador, un oxigenador de la opinión pública, y su conductor, opinión a la que el estado siempre quiere acceder y subordinar. El debate, cuando existe, multitemático, activo, audaz producto espiritual de la sociedad civil, obliga al estado a una constante actitud crítica hacia sí mismo. Ahora, solo en la medida en que entre esos dos cuerpos de ideas políticas haya posibilidades efectivas de debatir habrá debate. ¿Qué es posibilidad efectiva de debatir? Cierto equilibrio en fuerzas y medios, cierto espacio de confluencias, cierta comunicación civilizada, cierto respeto al “otro”. Si yo monopolizo los medios y los espacios, el debate se convierte en una caricatura, porque en vez de boxeo lo que hay es un sparring. Un enfrentamiento entre el ejército haitiano y Alemania no es una guerra, es una masacre. Esa masacre ocurre en el debate cuando contra una voz solitaria, apenas embrión, se lanza, intolerante, la andanada de prensa, medios, etc. Las masacres, no es casualidad, siempre las lleva a cabo el cuerpo de ideas que está en el poder, que son ideas acuarteladas y armadas. Las ideas nuevas siempre nacen minoritarias, indefensas, y las ideas en el poder prefieren una victoria rápida, aprovechando esa crisis de crecimiento. Por eso es difícil alejarlas del exceso. Las ideas del otro bando, del no oficial, para un debate justo, tienen que poder contrarrestar la debilidad de no ser cuerpo de ideas en el poder. Como en una buena guerra, esa desventaja material no es decisiva, se suple con el uso de determinada táctica popular: la sorpresa, la noche, la trampa. O sea, hay una estrategia del debate y una táctica del debate. La táctica del debate define los medios, los recursos, las acciones, y de ese modo contribuye a lograr el éxito de la estrategia, que tiene que ver con objetivos a alcanzar: imponer un criterio nuevo, desarticular una idea que se considera obsoleta o negativa. En el campo del debate, la táctica comprende muchos recursos, tiene un arsenal de ellos, que incluye el empleo de la ironía, el giro, el auxilio del arte, etc. Ninguna idea acepta ese reto, el debate, si no se ve amenazada por la desarticulación y el descrédito. No hay debate por obligación, por tarea, por misión, por sensibilidad. Hay debate por reacción, por una necesidad ofensiva o defensiva, por la urgencia de que mi opinión triunfe o prevalezca. Es un combate. Y en un combate solo hay dos posiciones: o te defiendes o atacas. Lo otro es una coincidencia en espacio y lugar de ideas que se pasan por el lado y se dicen adiós, como soldados en desfiles o entrenamientos conjuntos. Es ese, lastimosamente, el tipo de debate que hoy se ve en nuestras revistas, en Temas, en La Gaceta de Cuba, por ejemplo. En ese debate político, de estado a la defensa y de cuerpo de ideas al ataque (opinión pública, librepensadores, organizaciones no gubernamentales), quien ataca, como en toda lucha, tiene que forzar. Forzar si el combate es en serio, si no es un acto justificativo de mi estatus y de mi gallardo uniforme de militar. Como en la guerra el debate también se mide a la larga por resultados. No se trata de reportar las municiones gastadas, ni las marchas y contramarchas, sino las cotas capturadas, las bajas del enemigo. No se trata de disparar (como hacen algunos de nuestros francotiradores de la prensa, en quince líneas) y decir: ya cumplí mi deber, aquí está el casquillo de prueba y el humo, voy a descansar feliz. Se trata de avanzar, de romper la defensa. Eso comprende entonces una determinada violencia, y el empleo de una táctica propia de los “combates de ideas”. Tratándose de tal tipo de combate la táctica comprende insistir, provocar, ejemplificar, desesperar, sembrar dudas, volver a insistir, emplear diversos medios (radio, prensa, boletín, pancarta, carta, manifiesto). Si todo eso no existe, no se moviliza para el frente, no habrá debate verdadero. Apenas escaramuza verbal, ambigua y sucedánea. Un cuerpo de ideas en el poder no estimula realmente el debate jamás. Hay que imponérselo. Toda opinión divergente no es solo una opinión distinta a los ojos del poder, es una desobediencia. Y el estado se cuida muy bien de alentar desobediencias. Fue y es un error que nos inmoviliza creer que en el socialismo el estado promoverá el debate. El estado socialista, por muchos atributos nuevos, sigue siendo estado. Y el discurso estatal siempre pretende la supremacía, supremacía clara, luminosa, sin sombras. En el fondo su actitud tiene una lógica mayor: nadie organiza conscientemente su agresión, solo los suicidas. El mismo estado socialista que dice formalmente que sí al debate se cuida de hacerlo imposible con muchísimos recursos, que van desde el control de los espacios hasta el de crear en la sicología social el sentimiento de que “el debate puede debilitar porque atenta contra la unidad”, “el debate da elementos y pretextos al enemigo”. Dentro de esos recursos sutiles está el empleo de un verbo que contiene y asusta: “cuestionar”. Puedes opinar pero no cuestionar, opinar es derecho ciudadano, cuestionar es delito jurídico y político. ¿Cuándo terminas de opinar y empiezas a cuestionar? Las fronteras ya están en nuestro subconsciente, reguladoras, protectoras. Cuando te sales de lo anecdótico para llegar a la política, cuando no le apuntas a un carnicero sino al Ministro de Economía, cuando dejas de quejarte de la mala aplicación de una medida para opinar sobre la decisión estatal de desplegar esas medidas. El debate, ni aún en nuestra sociedad sin lucha de clases, es el producto de ninguna armonía. No es una conversación de sobremesa., es el modo en que contienden las ideas. Debe hablarse así, claramente, de contender y no de intercambiar. Ocho personas hablando de una película no constituyen un debate por mucho y profundo que hablen, porque sus discursos pueden ser paralelos, no tocarse. En el debate hay como mínimo dos discursos que por sus posiciones se excluyen, que se agreden. Y pueden haber otros actuando como aliados estratégicos, como aliados tácticos, ocasionales, como indecisos, pero al menos dos deben asegurar la contradicción, la exclusión, que hace que se inviertan energías y pasiones en el acto. La esencia del debate no es ejercicio de las neuronas, es restar credibilidad, influencia, a una idea, es ir contra algo. De modo que al igual que la revolución no se hace desde el poder, nunca es organizado el debate por los que están en el poder. La ausencia efectiva de debate en nuestra sociedad radica en parte en eso, en que se nos ha hecho creer que el debate le interesa al poder, y no es así. Un acto honesto sería decir: “no nos interesa el debate”, pero una afirmación de tal corte fascista es imperdonable en el mundo moderno y entonces se le sustituye por declaraciones sin actos efectivos, debates con restricciones que los anulan, debates en la apariencia y no en el contenido. Debate, reflexión, se trenzan en miles de documentos en una ejemplar retórica. Pero lo que sigue siendo cierto es que el poder va al debate solo forzadamente, cuando ve peligrar su idea. Mientras no. Estamos hablando, claro, del debate real, porque también existe el debate aparente, el teatral, relevo de sujetos emulando a oírse mejor, a parecer sabios y profundos. Debate y crítica, las dos categorías más revolucionarias en el socialismo una vez excluidas la lucha de clases, las confrontaciones de distintos sectores del poder económico, han sido muy mal llevadas por la teoría. Lo que se ha dicho de ambos ha sido más bien inmovilizador. Sobre la crítica: oportuna, constructiva, en forma, lugar y tiempo (casi una perfección imposible para algo que aspiramos sea masivo). Casi que se requiere pasar un curso de criticólogo para cumplir con esas exigencias. En el debate no ha ocurrido menos: entre revolucionarios, fraterno, útil, a tono con nuestra ideología, que no sirva al enemigo. Quisiera que alguien me explicara qué es un debate fraterno, como se logra convertir en caricia un enfrentamiento de dos representantes dignos, decididos a defender su punto de vista hasta el final. Reconocido ya como enfrentamiento hay que aceptar también que el debate comprende una determinada violencia, decíamos, y un arsenal de recursos ofensivos y defensivos que se emplearán por las distintas partes. Como mismo un disparo no es un ataque, el decir algo provocativo no es ya asegurar el debate. (Es el mérito dudoso, decíamos, de algunos francotiradores de nuestra prensa que se creen que contribuyen al debate con dos o tres líneas coladas furtivamente en una página). El debate surge de ese enfrentamiento en que las partes mantienen una voluntad firme de lograr su propósito. Esa voluntad firme, es la que asegura que el atacante no se repliegue al primer rechazo, a la primera baja en las huestes. Publicar una opinión puede ser un buen comienzo del ataque. Pero no basta, hay que ver la “evolución de las acciones”. La acción ofensiva se acondiciona a la defensa. No se trata de un acto y su replica, se trata de una obstinación, de una persistencia “combativa”. Si el interés por provocar el debate es firme, es convicción y no apariencia o moda pasajera, entonces el atacante busca la brecha, golpea una y otra vez, hasta que el contrincante cede, se rinde, o huye. Cuando el ataque es solo de salva, solo amenaza de utilería, finta verbal, el bando a la defensa lo sabe. Es muy difícil al debate pasar por serio si no lo es. Ante él el bando oponente ni se molesta, hace como ese general que mientras juega a las cartas en su bunker oye el rutinario silbar de los proyectiles enemigos y se limita a decir al servicio de guardia: “Manténgame informado de la situación”. Así, como esos generales confiados de su bunker, reaccionan muchas veces, la mayoría, nuestras estructuras, representadas en el discurso oficial. Se sienten seguras, protegidas, y saben que la mayoría de los atisbos de debate no pasarán de ahí, bien por carecer el provocador, el incitador de recursos, de voluntad, o de real decisión para enfrentar el peligro. Peligro he dicho, sí. Peligro no es una palabra intrusa en cuestiones de debate. Todo debate, como enfrentamiento entraña peligros. El debate sin peligros no es debate. Hay que ver que una idea nueva, conflictiva, es desestabilizadora. Y el sistema, estabilizado, con su cuerpo de ideas bien machimbreadas, no dejará pasar cruzado de brazos a esa provocación que le pone en peligro. El sistema siempre reacciona, amenaza, y ataca. Recordemos cuánto elogio hace de Martí el Capitán General español en sus palabras tras oírle en aquella memorable velada. “Voy a pensar que Martí es un loco, pero peligroso”. Tan peligroso lo vio la corona que lo envió al destierro. La reacción del atacado es un buen medidor de la calidad del ataque. Hoy esa reacción extrema de España dice mucho de la calidad de la provocación martiana, es una anécdota que ningún biógrafo de Martí deja fuera. No sabemos en esencia qué dijo Martí, pero no hay dudas de que el apóstol hablo fuerte y claro. Cuando a esas ideas, al parecer muy nuevas, muy “arriba”, nadie les hace caso, no nos pongamos a reclamar el deber de oír el debate, de participar. Sucede así, simplemente, porque son ideas muy poco atrevidas, muy poco “locas”, muy poco “peligrosas”. Con ideas benignas, inocentes, obtusas, no se desencadena jamás un debate. Es totalmente imposible, porque la cordura, la cautela, la corrección, la etiqueta, en asuntos de debates es muy mala consejera. El debate, en resumen, no se recibe como pasaporte o premio, se fuerza. Ahora, habría que preguntarse seguidamente qué posibilidades tenemos para que esa idea débil logre hacer una presión, logre ser verdaderamente ofensiva. Por confesión, por ser el pueblo en el poder, el socialismo debe crear esos espacios y esos canales para los sujetos dueños. La experiencia hasta hoy es que no ha sido así. ¿Que ha sucedido? Que se creó la ilusión de que ya en el socialismo no sería necesario proclamas, protestas como la de los 13, manifiestos, pequeñas tánganas. Se creó esa ilusión y junto a ella el modelo del buen pensador, el pensador de “nuevo tipo”, que puede discrepar del acto pero nunca de la política que lo sustenta, que tiene claros sus límites de actuación y los respeta, que debe ser un buen ciudadano, un ciudadano que confía en su país, que no debe hacer un empleo escandaloso de los recursos porque eso le sirve al enemigo. En fin, un “debatiente de baja intensidad”. El resultado ha sido, como es de esperar, la anulación del debate real. Es que cuando se concibe una idea, una discrepancia, y el mismo padre de la entusiasta criatura la evalúa desde el otro lado, la acomoda para que sea publicable, no traiga mal entendidos, no provoque malos momentos a sus receptores, no provoque la ira de tal o mas cual funcionario, ya se está certificando el nacimiento de una criatura muerta. Un periódico como el Invasor, de mi provincia, tiene una sección que es muy curiosa. Se llama “Sin rodeos”. “Sin rodeos” es un nombre ambicioso, ideal para un sitio de crítica, de polémica. Pero cuando uno la sigue se da cuenta de que es ella el paradigma del rodeo. Allí no se habla de otra cosa que de servicios, panaderías, baches, quejas. Pura táctica, pura anécdota, pura calamidad cotidiana. Ese es todo el espacio de valentía, la dimensión de ese “sin rodeos” anunciado. Es que, no seamos ingenuos, para toda sociedad es bueno dar idea de que alienta el debate. La posibilidad de debatir es una de los más importantes certificados de democracia que recibe una sociedad. A todo poder le resulta importante declarar que no ahoga, que no priva de voz a esos que dirige. Lo hicieron, a su modo, hasta los caciques y los señores feudales. El cuerpo de ideas en el poder, cuida su imagen, nunca afirma abiertamente, bochornosamente, sus privilegios con relación al debate. Trata incluso de dar la ilusión de que lo desea, lo respeta, le es útil. Y crea espacios ficticios, y trata de tener su cuerpo de “debatientes ficticios”. Un ejemplo nuestro es el ya tradicional y famoso “debate del discurso”. Debates y más debates. Qué aparente ejercicio del criterio. Pero cuando uno va a la práctica de estos llamados “debates del discurso tal...” ve que lo que se pretende es que se reafirmen, se siembren, se hagan entender las ideas de ese discurso. Una idea contraria al discurso en “debate” no tiene ninguna posibilidad de surgir allí, no le interesa a los organizadores, es más, en su interior conciben que un buen debate del discurso debe contemplar la derrota inmediata de cualquier idea ajena al discurso. ¿Puede llamarse a eso debate verdaderamente? Si el estado es el gran sujeto de uno de los cuerpos del debate, hay en el otro lado sujetos diversos, homogeneizados por su condición de “no gubernamentales”. Una función esencial en el debate, actuando del otro lado del estado, la tienen eso que llamamos organizaciones no gubernamentales. Pero qué sucedió en los “inmovilizados” socialismos europeos, que ocurre todavía hoy, que en el socialismo ellas son asumidas como poleas de transmisión, poleas que llevan la idea al partido a las masas, no se conciben con traslado en sentido contrario, y por tanto no sirven como vehículo del debate. El nombre que asumen ellas aquí, para estar a tono con la denominación internacional, no resuelve el problema. Son no gubernamentales, sí, pero son subordinadas oficialmente del partido en el poder, y como parte del sistema actúan en la armonía que les exige el partido. El partido, como cualquier estado mayor, no va a permitir que dos subordinados suyos, que le han acogido como fuerza dirigente, peleen en batalla fraticida. De ese modo la no gubernamentalidad no dice nada de que la ONGs pueda asumir una actitud crítica ante el estado. Todo es muy sencillo, si el partido es A y el estado es B y las ONG son C, en la medida en que B y C cumplen el encargo de A, nace entre ellas una unidad, una prohibición de las diferencias. Pura lógica esta, que un día deberemos entender, para comprender porqué una ONG, cuyo cuadro centro, para redondear, se coloca con aprobación del Partido, no va a aportar nada original en el debate, sino que siempre será incondicional del bloque de ideas que le dio vida. El debate aparente fue una de las grandes “conquistas” del socialismo. Luego de una actitud burda, poco sabia, ante las opiniones distintas (que le trajo no pocas malas famas, disidentes ilustres), se pasó a emplear el arma tan “eficaz” de la tolerancia, de la indiferencia. Es una actitud verificable fácilmente. Se aprecia en muchos espacios, en revistas, como el portador de una idea de verdad provocativa, que podía despertar el debate, no pasa de ahí, de la enunciación. Es que el pacto es ese: tú lo dices en determinado tono, y yo te lo acepto. No puedes convertir tu opinión en algo escandalizante porque me obligas a actuar. Es este un pacto peligroso, peligroso para el futuro, peligroso porque va sobornando, va corrompiendo a la intelectualidad, la llamada a participar de modo estable, profesional en el debate, y ser ejemplo en este. En esa enunciación de ideas supuestamente debatientes, atisbos de debate, he descubierto regularidades: no conectar el suceso con la “línea trazada”, con la política; no mencionar hechos concretos, no poner ejemplos, no comparar, no utilizar metáforas fuertes, no decir nombres tabúes: PP, PCC, personas con cargos. Así el texto supuestamente “incitador” queda tan desabrido como una sopa de coles. ¿Es que no sabemos acaso como hacerlo distinto, como lograr un discurso de verdad debatiente? Sí, sí lo sabemos. Basta poner a ese periodista, a ese intelectual cauteloso a enfrentar una idea del enemigo para que se desplieguen todos sus recursos. ¡Qué registros!¡Qué arsenales retóricos! ¡Qué manejo de la ironía! ¡Que trenzado de habilidades para echar más y más leña al fuego! Es triste, muy triste esto. El capitalismo se ha metido setenta años diciendo eso, que somos una sociedad cerrada al debate, y nosotros negándolo. Y se cayó el socialismo europeo, y seguimos empantanados, diciendo que sí, desafiando impunemente la fábula como carnales Pinochos. Fue sintomático, muy demostrativo para mí, lo ocurrido en el pasado Congreso de la ANEC (Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba). Había terminado el año, empezaba el congreso, y yo esperé cierta mirada de la ANEC al año vencido. Una mirada que no fuera calco del Ministerio de Economía y Planificación, y tampoco del de Finanzas y Precios. No, no ocurrió, como yo, todavía un poco ingenuo u optimista, esperaba. El Congreso, yendo a dejar en primer lugar clara su posición de subordinado, ser noticia en su fidelidad, tomó un acuerdo inicial, muy bien difundido, de no solo respaldar las medidas tomadas, sino las que se tomarían. Eso de aprobar lo que vendrá, yo apoyaré lo que vendrá, me parece una de las cosas más caricaturescas que se pueden producir en el seno de una institución que debe sentir la responsabilidad de ir siempre a la búsqueda de los vacíos y defectos, de aportar su mirada original sobre la sociedad. Un acuerdo así es aplaudido por el poder, da tranquilidad. Es como un adelanto: no os preocupéis, en mí no hallaréis motivo para debates Otro problema del debate, de sus muchos, tiene que ver con la ausencia de progresión. Nadie en sus cabales ataca diez veces una fuerza a la defensiva con los mismos recursos, el mismo volumen de fuego. Quien lo hace así, no le importa verdaderamente la victoria, cumple un acto de rutina o bien porque es aliado del enemigo o porque solo le interesa “marcar” en la evaluación de sus superiores. Cuando oigo lamentar a muchos que llevamos treinta años pidiendo debate en la prensa pienso en ese tipo de ataque tipo Sísifo. Seguimos ahí también por nuestra culpa, porque no hemos salido de esa misma escala, que se torna rutinaria e inofensiva. Un problema de 30 años requiere una búsqueda en la esencia, ir al núcleo. ¿No será que le estamos pidiendo a la prensa lo que no puede dar? ¿No será que estamos hablando de una prensa que no es tal? ¿No será que estamos hablando de una prensa como institución social, que tiene posibilidades para ese debate, y estamos confundiendo con ella nuestra prensa, que por el diseño del país, es verdaderamente una extensión del aparato de propaganda partidista? La prensa militar, por ejemplo, no recoge dudas de los soldados sobre la orden del comandante, no es prensa propiamente, es un medio de combate en el terreno espiritual. Su diseño es hacer lo posible por la victoria. Se le llama prensa militar muy eufemísticamente, pero no lo es. Tiene una misión muy clara: divulgar los éxitos propios y las derrotas del enemigo. Eso era Patria, pero se justificaba por su papel, por su aspiración muy concreta, lo que no se justifica es que se tome a Patria como la tradición guía y se le pida hoy a un órgano del Partido de una provincia que diga algo estratégicamente en contra de su mentor. Eso es pura fantasía. La vida lo ha probado, y lo probará. Si en lugar de repetir en la misma escala esa queja, los que quieren cambiar el papel de la prensa hubieran pasado a otros planos, a otras preguntas, otras acciones, ya el problema o fuera mayor (un modo también de cambio, mejor que la inercia, porque acerca la crisis y la solución) o se hubiera resuelto. Hemos hablado mucho de las ideas debatientes de un bando. Veamos la del estado, la del poder, la del bando atrincherado. Ese bando además de sus ventajas, puede darse toda la soberbia del mundo. ¿Como se expresa su soberbia? Muy fácil. No asisten a los debates, no toman un asiento, consideran rebajarse, ponerse a la altura de los otros, ir allí. No escriben para la prensa. Dejan hacer no por aceptación sino por tolerancia, por acto de gracia. Un recurso que utiliza a menudo es considerar esa idea una provocación, una elección sabia porque el término provocación es el único que justifica éticamente la inacción. “Es una provocación, y no debemos dejarnos provocar”. Silencio, ante tu provocación te dejo hacer, te dejo decir. Ese es un modo de salir, de esquivar que debe ofender al intelectual Y es deber del intelectual, si lo es orgánicamente, sentirse ofendido. Es siempre preferible una incomprensión, un castigo, un regaño, a una indiferencia. En cierto artículo de los años 60 relataba Carlos Fuentes la envidia de un intelectual norteamericano al ver el cuadro de latinoamericanos escritores, artistas, pensadores, exiliados, perseguidos, expulsados. Decía él que los envidiaba, que no hay nada más feliz que ser perseguido por tus ideas. Eso demuestra que tus ideas valen, que son fuertes, que se les tiene en cuenta. Se dicen hoy en Cuba cosas que no se podían decir hace veinte años. ¿Madurez o comprensión de que una idea solo expuesta, desprovista de la posibilidad del eco, de su paso a los grandes medios, es una idea realmente censurada? ¿Tolerancia o dejar hacer desde la estatura soberbia de un cuerpo de ideas diseñado, cerrado, que no mirará en igualdad a las otras? La mesa redonda reciente de la revista Temas sobre el debate (me refiero a la publicada en el número 41-42, enero-junio del 2005), ilustró ejemplarmente estos males. Lo peor, ella misma no logró erigirse en debate. Todo el mundo estaba del lado de los insatisfechos, pero nadie fue allí a nombre del otro bando. Fue verdaderamente un intercambio académico entre intelectuales. Cuando la Dra. Mayra Espina dijo lo que dijo, lo mejor de la sesión: “...Lo que yo estoy tomando por debate bajo la convocatoria de este panel es una cuestión eminentemente política. No hay suficiente espacio para ese debate, esa confrontación, ese contraste de perspectivas, porque el diseño político de nuestra sociedad es excesivamente autoritario, verticalista, centralista, y las ideas estratégicas están preelaboradas, de manera que el debate se deja para asuntos menores...” no hubo luego de ella nadie que se le opusiera o que se le sumara. Y el debate no prendió. Y debía prender. Un juicio así, de esa rotundez, merecía al menos una buena respuesta del “otro bando”. Vuelvo a una idea ya apuntada, pero que considero esencial. Aquellos cuerpos de ideas que se institucionalizan, jerarquizan, establecen por el poder, solo entran al debate cuando se sienten realmente “amenazadas”. Crear esa “amenaza”, desde la agudeza, la insistencia, la multiplicación de los instrumentos, el desorden, la desobediencia, el desafío, la osadía (“nunca pensé que se dijera algo así delante de mi persona...”, expresó el alto oficial español, evaluando muy bien la osadía martiana), es el único recurso que queda para despertar el debate, el debate real, incontenible. Es el único que existe, lo demás, la apelación, es pura candidez. Lo ocurrido en estos días con el caso Pavón: un alud incontrolable de correos, de opiniones, un debate organizado sin pedir permiso, creciente, confirma esta tesis. Su fuerza, su dimensión de fuerza cuatro, impulsó a negociar, a hacer declaraciones, a organizar ciclos de conferencias. Ante ideas desatadas así aparecen siempre los términos “comprensión”, “reconocimiento”. Son términos para esconder la alarma, son términos de contención verdaderamente. En la retórica política (y este no es un término despectivo) eso se llama “alcanzar el problema una dimensión”. El problema no está en el contenido de la idea misma tanto como en el pronóstico de su expansión, de irse de las manos. Si vamos a hablar de contenido, esa pifia del ICRT no es nada comparado con un juicio como este, que puede encontrarse no en una publicación del enemigo, sino de nuestro país, y que ha pasado, como el de la Dra. Espina, sin pena ni gloria ante nuestras narices, convertido en una “opinión de baja intensidad”, aunque cuestiona ese Poder Popular que ya cumplió 30 años y pone en entredicho la veracidad de nuestro reiterada “plena democracia”. En su artículo en Participación. Diálogo y debate en el contexto cubano (Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinillo, La Habana, 2004), afirma el Dr. Ovidio D¨Ángelo, sicólogo y sociólogo: “...En la sociedad cubana actual, uno de los espacios de ejercicio democrático posible más cercanos a la vida cotidiana de sus participantes: las asambleas de circunscripción de los poderes populares, en muchas ocasiones, se ha ido perfilando como enmarcado en tipos de asuntos y demandas acotados por la inmediatez, al que acuden los vecinos para plantear y atender reclamaciones del entorno más cercano. Algunos de los planteamientos obtienen una solución colectiva o institucional y otros muchos, a lo sumo, una respuesta formal por las instituciones de competencia, y van quedando relegadas o excluidas de todo ello las preocupaciones ciudadanas acerca de las políticas económicas, sociales y de otro tipo que se generan en los más altos niveles del Estado...” Las revoluciones se comienzan con las armas y se continúan y consolidan con el debate. Y si el debate nos es tan importante debe ser una categoría sobre la que tenemos que reflexionar con toda la libertad que exige el acto de conocer a fondo. Acto donde el tanteo, el error, son legítimos, donde lo peor es la superficialidad, la limitación a la piel de los asuntos. Más allá de la piel del debate he tratado de ir. El debate—y repito, el debate como categoría política, no como el estadio de béisbol donde una mitad dice que el mejor primera base fue Marquetti y la otra que Pedro Chávez—, y su lugar en nuestra sociedad hoy día merecen un sondeo visceral. Un sondeo crudo, valiente, audaz, inaplazable. Sobre todo inaplazable, porque postergar el debate será arriesgar irresponsablemente la salud de la revolución misma. Félix Sánchez Rodríguez 22 de enero de 2006 TOMADO DE Bitácora Cubana - http://www.bitacoracubana.com/ Diario sobre temas cubanos: Viernes, 26 de enero de 2007 Mensaje abierto al Secretariado de la UNEAC Bitácora Cubana, 24 de enero de 2007 - (Cubaencuentro) De Loly Estévez Respetados colegas: Correo electrónico mediante he podido conocer en parte el intercambio de criterios suscitado por la aparición en la TV Cubana de un programa Impronta dedicado a Luis Pavón y la de Jorge Serguera como entrevistado en La Diferencia. Desconozco el contenido de los mismos ya que actualmente estoy en España invitada por el Ateneo "Jovellanos" de Gijón. Confieso mi asombro cuando en algunos de los mensajes que he recibido vi equiparar a los mencionados "sucesos" la aparición de Quesada en Diálogo Abierto hace varios meses. A dos personas amigas que me preguntaron sobre el asunto les aclaré que se trató de un programa dedicado a evaluar los cinco años de trabajo del espacio y que en él se incluyó una opinión grabada previamente a Quesada en su condición de asesor de la Dirección de Programación de la TV Cubana encargado de Diálogo Abierto y otros programas. El hecho de que se vinculara la aparición de Quesada varios meses atrás para referirse a un asunto puntual y técnico, con la inclusión de Luis Pavón en un espacio dedicado a personas con una obra intelectual aceptada como capaz de marcar una impronta y con la presencia y declaraciones de Jorge Serguera en La Diferencia no me extrañó demasiado: que lance la primera piedra el que alguna vez no se haya dejado conducir, como Vicente, por donde dice la gente. Lo que sí me sorprende y motiva a escribir estas líneas es que el Secretariado de la UNEAC suscriba una Declaración donde admite compartir "la justa indignación de un grupo" ante tres programas de la TV y mencione en primer lugar a Diálogo Abierto que, automáticamente, queda implicado en "expresar una tendencia ajena a la política cultural que ha garantizado y garantiza nuestra unidad"; en la valoración de la Presidencia del ICRT de "que en su gestación y realización se habían cometido graves errores" y en "las torpezas" que pueden ser aprovechadas para dañar a la Revolución. Yo me pregunto si se tomaron el trabajo de revisar el Diálogo Abierto que tan "generosamente" califican. Antes de opinar —y de publicar la opinión— hay que investigar. Como directora y fundadora de Diálogo Abierto afirmo que durante seis años hemos salido al aire respetando a la cultura cubana y a sus protagonistas. Alimenta nuestro día a día no el Premio en su categoría recibido por el programa en el Primer Festival Nacional de la TV Cubana con el tema "¿Dónde está la novísima trova?", ni el Premio Especial concedido por la crítica en el Segundo Festival (2006) por el espacio dedicado a "La crítica cultural en los medios"; nuestro difícil bregar por la compleja tarea de hacer televisión en Cuba respira gracias a los televidentes que nos respetan y a las personalidades que acuden por sus medios y afán de colaboración a nuestro estudio para darnos el prestigio de su presencia y su verbo. Allí han estado Premios Nacionales de diferentes especialidades, expertos de sobrada categoría, funcionarios de la cultura y los medios de difusión, figuras consagradas e intelectuales y artistas que serán protagonistas del futuro. Declaro que soy feliz por haber estado durante 27 minutos de mi vida junto a personas que con su existencia y su obra garantizan cultura y unidad. No he mencionado nombres para no incurrir en olvidos, pero sugiero que los oficialmente encargados de "valorar" y "declarar" y los que ejerzan su derecho a opinar pidan criterios acerca de Diálogo Abierto a personas como Reynaldo González y Miguel Barnet (ellos sí han sido invitados al programa), quienes lograron convertir en obra de impronta valedera el tiempo de pesar que les causó una etapa que se simboliza ahora en Luis Pavón. Sugiero que no mezclemos lo que —como el aceite y el vinagre— terminará donde le corresponda según las leyes naturales y sociales. Sugiero que no se afirme que la indignación es de "un grupo", sino que se recuerde a Hemingway y a su punta de iceberg. Sugiero que al ciclo de conferencias programado por el singular y atinado Desiderio Navarro se una la voz de la doctora Isabel Monal, quien junto a Fernando Martínez Heredia (y a otros marxistas a prueba de mediocres, oportunistas y superficiales) podrían recordarnos cuánto costó al llamado "socialismo real" ignorar los conceptos de Antonio Gramsci; o el tiempo que dedicó Lenin al debate cultural con el poeta Mayakovski; o la realización artística en el París de las Vanguardias y no en el Moscú de la Revolución de Octubre de los talentos apartados por la ignorancia e irresponsabilidad en cuanto a política cultural de los que sucedieron a Lenin en la entonces asediada y admirada Unión Soviética. Sugiero, sobre todo, que no se pretenda poner punto final a un debate necesario. De la discusión nace la luz: eso me enseñó mi madre, una señora educada en un hogar asturiano entre los prejuicios de la primera mitad del siglo XX, que fue maestra voluntaria, fundadora de los CDR y la FMC y que decidió casarse con un emigrante gallego, conocido en Morón por su militancia sindical y comunista ya en los tiempos en que Machado asesinó al líder obrero Enrique Varona. Gracias a quienes me hayan leído hasta el final. Y a quienes sigan opinando. Nos vemos pronto. --------------------------------------------------- De Desiderio Navarro Estimada Loly: Te adjunto la carta que, en respuesta a una que me envió Zenaida Romeu, hice llegar también a los miembros del Secretariado de la UNEAC y a otros amigos participantes del (de los) debate(s) suscitados por las tres repentinas reapariciones, en un corto período de tiempo, de esos tres nefastos personajes de la política cultural cubana en los tres programas, con la exclusión de toda mención a los años de Pavón como Presidente del CNC en un programa sobre su "impronta cultural". Como verás, allí hablo de numerosas objeciones de mi parte (que compartió Arturo Arango) a la redacción del documento. Tuve la posibilidad de exponerlas de inmediato en otra reunión con el Secretariado, y puedo decirte que entre ellas se hallaron algunas de las que figuran también en tu Mensaje Abierto al Secretariado de la UNEAC: —no se trata de un "grupo" de intelectuales que protestan: su carácter relativamente masivo y su falta de articulación por lazos de amistad, generación, orientación estética, etc. no permite que se hable de ellos como un "grupo", sino a lo sumo como "un gran número de" intelectuales; yo agregué que no se trataba sólo de algunos de "nuestros más importantes" intelectuales, sino también de muchos otros igualmente o menos importantes que de inmediato fueron sumando sus voces y razones; —que la falta de toda mención de la verdadera causa concreta de la indignación intelectual, o sea, la repentina reaparición de esos tres nefastos personajes de la política cultural cubana, al cabo de 30 años, en tres programas televisivos tan cercanos en el tiempo, haría que la gente, los millones de la calle se preguntaran qué de tan malo había pasado en esos programas: ¿un intento de otra boda en vivo?, ¿una indecencia sexual?, ¿corrupción, soborno?, ¿un comentario o chiste contrarrevolucionario? y así sucesivamente otras tantas preguntas sobre posibles atentados contra la irreversible política cultural de la Revolución, dejando así en la sombra la figura de esos personajes y el significado político concreto de lo ocurrido y colocando bajo un exclusivo spotlight, sin distinciones, a los equipos de los tres programas que, en conjunto o no, pudieron haber sido cómplices con vínculos externos, o meros cumplidores de indicaciones provenientes de niveles superiores (lo que la gente se inclina a creer en tu caso), o torpes ignorantes con iniciativa e ingenuidad (lo cual casi nadie cree en el caso de Impronta y de La diferencia). Lo que sí no pude dejar de decirle personalmente al Presidente del ICRT es que no creo en el descontrol como explicación de los tres incidentes, pues tengo más de una experiencia personal para saberlo: como recordarás, cuando me invitaste amablemente a participar en el programa Diálogo abierto en una discusión sobre la cultura masiva —tema sobre el que tanto he escrito y hablado—, se te puso como condición que yo no participara en el programa en vivo, sino que mi intervención fuera grabada tres días antes para que fuera revisada, eventualmente aprobada por instancias de dirección y sólo después yuxtapuesta mecánicamente al diálogo en vivo de los otros tres participantes (Julio García Espinosa, entre ellos), a lo cual, por supuesto, me negué, indignado. Control es lo que se sobra en el ICRT para todo lo que no sea racismo, homofobia, burla de los defectos físicos de las personas, culto yanquifílico de Oscares, Grammys, MTV, etc. como instancias supremas de valoración artística mundial; nostalgia del kitsch prerrevolucionario, culto del abolengo y los linajes artísticos, ideología New Age en sus diversas manifestaciones, culto de los millones ganados en contratos, taquillas o subastas, y de la fama mediática, como criterios de éxito artístico; defensa militante de la banalidad desde el relativismo y el consumismo neoliberales, y muchos etcéteras. Pero, tal como en los 70 estar en el CNC no significaba compartir su política cultural (yo mismo trabajé en él entre cesantía y cesantía), sé que tampoco estar hoy en el ICRT es aprobar toda esa política o, si se prefiere el eufemismo, ese descontrol. Recibe mis saludos cordiales y mis deseos de éxitos en tu estancia gijonense. --------------------------------------------- De Francis Sánchez e Ileana Álvarez Secretariado de la UNEAC: Ahora no sería honrado quedarnos callados. No nos sentimos identificados con el espíritu y la letra de la Declaración que han hecho pública, por su pobreza de miras. Lejos de aclarar, confunde. La UNEAC es tan responsable como cualquier otro nivel de institucionalidad en la política cultural, su gestión dentro del tramado de esa política es un puntal del que depende en alto grado cómo sintamos sus miembros mayor o menor respaldo. Se ha descuidado la representatividad de las diferencias, necesidades y aportes de los intelectuales cubanos. ------------------------------------- De Jorge Luis Sánchez Un grupo se reúne adentro, discute y analiza. Otro grupo, mayor, desde afuera, sigue, con más o menos información cibernética, el resultado de lo que aquellos discutieron adentro. Como en las malas películas americanas de la Tanda del Domingo, pareciera que con la declaración de la UNEAC ya está todo resuelto. Es disimuladamente conclusiva. No me satisface. No me siento representado en ella, a pesar de que no soy miembro de esa organización. Mientras, la TV, que toda llena de incoherencias censura Fresa y Chocolate, entre otros filmes producidos por la Política Cultural vigente, filme que sí le aportó, no ya a la cultura, sino a la sociedad toda, haciéndonos menos medievales, nuestra TV sigue con su particular Política Cultural, que en su generalidad, no es más que la aplicación histórica de la no Política Cultural. Recuérdese que lo que no sale en la televisión de este país, sencillamente, no existe. No es. Mientras, se sigue aplicando sobre la herida (el conflicto), un esparadrapo (la Declaración), que carece de exigir una eficiente solución, por lo que se convierte en un paliativo, o algo así como una respuesta metodológicamente vieja, ineficiente, e insatisfactoria. Pienso que la UNEAC debió exigir. La TV responder. En este caso, la TV respondió por boca de la UNEAC, para uno quedarse definitivamente frustrado, y más confundido. Entonces se repite la jodida práctica de publicar una Declaración, que de cara al pueblo, está incompleta, destinada a ser interpretada por videntes, pues omite cualquier cantidad de datos y se disuelve en su generalidad. En Centro Habana me han preguntado qué fue lo que pasó, y me da fatiga resumir lo que ha estado sucediendo todos estos días, todos estos años, todas estas décadas. Paradoja, pues para la mayoría de los cubanos, a los que se les sigue diseñando la existencia para vivirla pendiente del televisor, no saben qué fue lo que pasó en los tres programas televisivos citados por la Declaración. La serenidad no debería relacionarse con la aplicación de soluciones viejas a problemas viejos, y nuevos. Sintonicé rápidamente que alguien dijera, públicamente, más o menos, que de justificaciones ya está cansada la revolución. Nunca una torpeza será solucionada con otra torpeza. A menos que se quiera dar una señal de tranquilidad hacia el exterior, menoscabando el interior. Otra vieja práctica. Desde que nací los grandes y esenciales debates de la cultura de mi país se siguen postergando, argumentándose una frase conservadora, machacona y desgastada: Este no es el momento. ¿Y cuándo será? La Declaración pudo haber sido una mejor señal. No basta que escriban que la Política de la Revolución es Irreversible. ¿A qué exigencias apelar cuando esté amenazada esa garantía? ¿A qué figura histórica? ¿A dónde? ¿A una Declaración? ¿A una autocrítica? ¿Ya? …Bue, será porque las penas se agolpan unas a otras, y dijo Sindo que por eso no matan. ¿Seremos eternamente hijos de los contextos? Ingenuo, me dijo alguien, que entre los ochenta y principio de los noventa, dio bastante dolores de cabeza a los artistas… Recordar el filme Alicia en el pueblo de maravillas. Dirección URL: http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cultura/articulos/a-pro posito-de-la-declaracion-de-la-uneac Bitácora Cubana - edicion@bitacoracubana Reflexiones en torno al Pavonazo I. Chistes al pairo del Socialismo Real Cuando se produjo el desmerengamiento del campo socialista europeo, corrió entre nosotros un chiste: ¿Qué es el Socialismo? —se preguntaba, para responder parodiando la frase manualizada y repetida como verso de cartilla de que el Socialismo era el período de tránsito del Capitalismo al Comunismo—: El Socialismo es el periodo de tránsito entre el capitalismo y… el capitalismo. Era un chiste y no había que hacerle mucho caso. Sin embargo, las investigaciones internas en lo que la teoría exterior llamó El Socialismo Real, arrojan demasiados síntomas de que el sistema, manipulado por el concepto ideológico de sus estructuras de poder, no hacía otra cosa que dejarse vencer por las nuevas estrategias del Imperio del capitalismo. Convencidos de que el imperialismo continuaba sus métodos, minuciosamente analizados por Lenin aunque aprendidos a ritmo de manual, sin la más mínima búsqueda de reivindicación, sin atender a ese sector que tras la Segunda Guerra Mundial le había arrebatado la hegemonía global, sin aceptar siquiera que la puesta en marcha de estructuras de relación reclamaban urgentes giros renovatorios en los que a la alienación del trabajo debía insertarse la alienación espiritual, de valores subjetivos y asertos metafísicos.[1] Las estructuras ideológicas de poder socialista habían renunciado, incluso, a la propia dialéctica del conocimiento, descerrajando con términos de plano despectivos al pensamiento que heredaba los saberes de Marx. Se trata de una interpretación simbólica del sistema enemigo que los estructuralistas llamarían primitiva, pues no solo se negaba a ultranza la eficiencia económica dentro de un mundo que no podía ignorar que al frente los valores se hacían mercancía legitimada, sino también efímeros objetos de consumo que incluso surgían desde sectores subversivos del capitalismo y manifestaciones culturales y contraculturales. Cualquier elemento que reclamase un esfuerzo en el nivel del pensamiento, en el razonamiento inmediato, y que por consiguiente develara las fallas del orden tribal que bajo el socialismo se asentara, encontraba de inmediato las tachas de revisionismo, diversionismo, o cualquier otro de los calificativos al uso, con sus consecuentes represalias, desde luego. La llamada al debate era una trampa, un señuelo que el poder colocaba, además de como válvula de escape para el disentimiento contenido, como un coto de caza de ejemplares peligrosos. Era una práctica estándar, no una salida vital de circunstancia. El miedo de sus intelectuales, científicos, artistas, profesionales y, vaya paradoja, campesinos y obreros, era signo reflejo del miedo de esa élite que descubría a cada paso estar más lejos de las esencias filosóficas a las que decía deberse. Por obra y gracia de un efecto elemental del ejercicio del poder, el Socialismo había postergado su espectro de valores en virtud de poblar y conservar todas y cada una de las zonas de dominio de su propia sociedad, su control absoluto por parte de una élite lo mas estable posible. En lugar de un sistema cuya espiral dialéctica habría que construir sobre la base de las relaciones globales, el sistema socialista optó no precisamente por la condición imperial —como se le acusa en un simplismo político de derecha— sino por una regresión al fuerte medieval. Construyó fosos, muros, castillos; marcó los levadizos que debían emplearse para salir al exterior, instruyó a las personas que debían recorrerlos y elaboró un espectáculo ideológico para que fuese ejercido en todas sus funciones. Hacia dentro, esta serie de elementos se enriquecía con un control extremo de la distribución de los objetos de primera, segunda y tercera necesidad, y una demarcación demoníaca de cualquier adelanto tecnológico —incluido en ello la bisutería— que de la sociedad de consumo proviniera. Son varios puntos de resumen de sus más lamentables deficiencias, de su ineficacia para autosostenerse. Otro chiste, que también nosotros heredamos en algún momento, colocaba a un suicida repartidor de propaganda subversiva en medio de una reunión del PCUS. Al comprobar que los volantes repartidos no contenían ningún tipo de escritura, ni siquiera en tinta simpática, se interroga al agitador que, luego de confesar que en efecto repartía propaganda subversiva, explica: Es que lo malo se sabe. Era otro chiste, y el caso se le hacía a contrario, es decir, colmando de acusaciones, sospechas, sambenitos… al que, aún conociendo que “lo malo” era sabido, osara repetirlo. Pero el sistema socialista propuso, como punto focal de su política, un acceso masivo a las zonas del saber que en el capitalismo se encuentran notablemente reducidas, confinadas a sectores bien delimitados. El «ocio» intelectual es, de cualquier modo, mucho más viable dentro de la nueva sociedad, también el acceso a una carrera de nivel universitario y hasta el lujo de andar de saltimbanqui de un empleo a otro sin que las carencias que de tales actitudes derivan lleven a estados ruinosos de irreversible signo trágico; por consiguiente, la cultura se encuentra en un estatus en efecto superior y, también en consecuencia, al fomentar ese género de fallas si no perfectamente demostrables en una búsqueda que Foucault llamaría de arqueología sí palpables en una aprehensión lógico-poiésica de la sociedad, el sistema se halla a merced de un mayor número de posibilidades para el análisis crítico. Esto, que en el postulado natural de la evolución del pensamiento occidental constituye un importante paso de avance, genera un choque brusco con la élite política que trata de afianzar su pañol de nomenclaturas ideológicas estandarizadas al tiempo que se desconcierta cuando la propaganda enemiga le vira la tortilla mediática. Se produce entonces una contradicción antagónica en el propio seno del sistema pues, en tanto su programa apunta hacia la libertad de la expresión y la búsqueda infinita del conocimiento, solidaridad humana y entrega al trabajo mediante, su política inmediata se proyecta hacia un estatus de conservación a ultranza, de esencia pragmatista. Puestos a elegir entre el riesgo de fallar en la renovación experimental del pensamiento crítico y la seguridad de estancarse con poder seguro, no vacilan en crear un libreto de legitimación de la segunda opción, para el cual reclutarán una buena partida de esos portadores de pensamiento crítico, posibles contribuyentes al desarrollo evolutivo del sistema, pero incapaces de jugarse el estatus intermedio en que se emplean. A esto se suma la afluencia de una actitud oportunista que, por conservadora y desideologizada en su declamatoria propuesta, se deja actuar con bastante libertad, se le permiten excesos aún cuando de vez en vez se les reclame contención. Es algo a largo plazo insostenible que, en el proceder del individuo en su corta duración, crea abismos que no se pueden salvar si no es a costa de ese género de individualidad. En la cultura, el rendimiento del tiempo entre los actos destructivos —contra, sub y anticulturales— y los esfuerzos constructivos, actúa en proporción inversa: la decisión inmediata que destruye reproduce sus efectos durante mucho después de haber sido proscrita o, como gusta al eufemismo ideológico, rectificada. Para las bases del sistema, la rectificación es no obstante imprescindible, pero sin dejar de advertir que su más óptimo resultado no va más allá de ser un paliativo a un mal inevitable. Lo que se siembra en cosecha cultural no se devasta aún cuando se deje el campo cubierto con asfalto. La acusación discriminatoria y la medida ejemplarizante, al tener focalizados sus destinatarios, ofrecen resultados inmediatos y, por consecuencia, marcan el curso de nuevas actitudes. Toda censura de escarmiento cataliza una avalancha incontrolable de autocensura y, al otro extremo, un mecanismo permanente de legitimación de cualquier signo expresivo que se aventure a hacerle frente o, incluso, a denunciarla. La autoridad del mecanismo de censura no está fundamentada ni siquiera en sí misma pues, al producirse en calidad de contención forzosa, invalida a favor del castigo sus propios preceptos de fundamentación. Y también cierto que, por despiadada, intolerante que sea, ninguna censura carece de argumentos legítimos. Cierto además que todos, con más o menos sutileza, sometemos al otro a restricciones. Este sistema de adjuntos negativos que en la sobrevivencia social halla su marcha para llamarse equilibro, interacción o cualquier concepto análogo, en el devenir cultural se magnifica por medio de los diversos sistemas de significación con que esa condición cultural se lleva a término. Como en el propio interior de las formaciones precapitalistas se había demostrado la efímera eficiencia de estos dispositivos de poder, el capitalismo invirtió el modelo creando por una parte un caos de desinformación llamado tras fanfarrias libertad de expresión, y por otra una clasificación de las hegemonías a las que se va a atribuir la credibilidad. La industria de la información lleva en esencia el más camuflado de los cuchillos de seda con que se va haciendo patente la censura. Y el socialismo real cayó en la trampa; le era imposible, por tanto, legitimar la nomenclatura del bien si se empleaba para ello el instrumento del mal. Fue una cosecha de cizaña que no dejó jamás de producirse y que, aún hoy en día, no ha recibido intentos de enmienda decisivos. Esta trampa global permitió que se reprodujeran las acciones negativas, y de inmediato se magnificaran como reveladores simbólicos de contradicciones antagónicas dentro del sistema socialista. El riesgo en que se adentra la visión marxista del hombre como ser social se vio carente de un análisis crítico dialéctico que pensara para sí a la sociedad y el sistema. El individuo, en efecto, se borró en lo social hasta perder el derecho al talento personal. Para los gérmenes de aporte en las complejas estructuras del sistema cultural, la larga duración es, quiérase o no, medianamente agónica: se funda con angustia, en medio de las incomprensiones y rechazos comunes a todo cuanto implica una renovación, y sólo después se ven los resultados. Verdad es que, cuando estos esfuerzos se colocan en los ejes sociales que inciden en la evolución, actúan con eficacia aún cuando se intente eliminarlos. Pero ponerlos en juego es un asunto del todo diferente al de tachar. Para aportar, es necesario ampliar los marcos receptivos sin que ello implique un ejercicio ligero de nivelación y sin que entrañe tampoco un acto patológicamente aislacionista. Es algo que aún siendo manejado con extrema observación corre el riesgo de verse en disparates. Las gradaciones en que debe hacerse pertinente el aporte en esencia radical no van directamente de sus creadores al amplio receptor, sino que pasan por el propio engranaje del sistema social, lo cual conlleva a que sea del todo imposible prescindir de la colaboración de su aparato burocrático. El tercer chiste coloca a una avalancha de ratones socialistas de la URSS emigrando desesperadamente hacia Polonia, manteniendo a través de las nevadas su convicción de seguir construyendo el socialismo a pesar de que en su país han decidido eliminar los elefantes. —¿Los elefantes? —se asombran quienes los reciben—, ¿y eso qué tiene que ver con ustedes? —No se imaginan los errores que cometen —argumentan. II. Espejos para el vampiro La alternativa de libertad de expresión que Fidel Castro ofrece en sus programáticas Palabras a los intelectuales, queda simplificada por el proceso ejecutorio de la burocracia protectora del poder en el segundo término de su ecuación, es decir, cuando reclama el “derecho del Gobierno Revolucionario” a apreciar “siempre [mío el énfasis] su creación a través del prisma del cristal revolucionario”, “tan respetable como el derecho de cada cual a expresar lo que cada cual quiera expresar”,[2] instrumentado en el modelo de control de la cultura como condición sine qua non para la creación artística y literaria. Ese cristal prismático revolucionario, a favor de un supuesto énfasis en el contenido, desaparece lo formal de su valoración. Es una vuelta más de tuerca al estatuto legítimo de un proceso de cambio revolucionario, una nueva manera de aceptar el laberinto a la trampa en la que el socialismo europeo se debate. Las normas del derecho, justamente, constituyen la fuente elemental de la expansión imperial, y así mismo esas normas son llamadas a cuenta para intentar contener el peligro de una intervención militar que sofoque el proceso revolucionario. Hay evidencias concretas de que el peligro era real, no fabricado, así como hemos visto que, al carecer de la temida amenaza de los cohetes que desde las bases comunistas pudieran afectarlos, las garras del imperio han hecho de la guerra una práctica docente, sustentada en argumentos que son pura retórica política, vacía de sentido y plagada de cinismo. La amenaza latente de la guerra en caliente actuaba como un elemento disuasorio para que entrase en la lid el siempre destructivo caballo de Troya del ejercicio cultural parametrado en rigor. La resistencia cultural que del capitalismo brotaba, se recibía en el socialismo como desviación, las modas que desafiaban el estatuto alienante de la sociedad consumista, se condenaban a ritmo de espectáculo. El extremismo de tales actitudes fue denunciado —y analizado además según sus rigores genéricos— en las sátiras que Marcos Behemaras publicaba, pero eran chiste en fin y quién se iba a poner a hacerles caso. En ese proceso cubano al socialismo entra en vigor además una aseveración de Ernesto Guevara que, en lugar de obtener el inmediato resultado que él mismo debió haber esperado, se convirtió en versículo justificatorio de los reduccionistas: “la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios.”[3] Y se contó, en un momento dado cuya cumbre está perfectamente asociada al nunca a fondo analizado «quinquenio gris», con revolucionarios que, además de no resultar, de acuerdo con el espíritu de la letra que en su pensamiento es asequible, auténticamente revolucionarios, se advertían como incapaces de enfrentar el fondo complejo de los problemas ideológicos que el estado del proceso reclamaba. Mientras los intelectuales, en muchos casos marcados por otras diferencias que el estatuto del poder no había legitimado, temblaron ante el señalamiento que revelaba ese “pecado original”, los funcionarios dóciles hicieron caso omiso de que se les señalaba que su gusto era bajo, medio, insuficiente, y ocuparon el puesto de la intelectualidad. Este «intercambio de funciones» se produjo, primero, entre los propios poetas que se deslumbraron con el cambio revolucionario y que buscaban un sino para reflejarlo en su expresión poética, téngase en cuenta esto a la hora de juzgar, si es que no se puede evitar la vocación de juez público de la gran parte de quienes deciden lanzarse a publicar sus opiniones.[4] Reaccionar a estas alturas descargando la culpa en Fidel Castro o el Che Guevara, no es más que una muy burda manera de evadir, si no la incapacidad para el análisis serio, la falta de valor para asumir la responsabilidad. Se puede, y se debe, llamar a juicio crítico a esos —y otros— documentos programáticos, tan estrechamente ligados a la circunstancia histórica, que fueron bien aprovechados por los extremistas para sostener sus feudos. La evolución posterior de la cultura cubana en la revolución demostró que, aun bajo riesgo, como es normal que ocurra en las confrontaciones de ideas donde hay poderes en juego, era posible llamar a camino a los políticos y desmentir públicamente a esos defensores del reduccionismo cultural. Valga de ejemplo la polémica que se desató alrededor de la obra teatral Los equívocos morales, en 1997.[5] Roque Dalton, en su poema «Espejo para el vampiro», escrito en La Habana entre 1970 y 1972, analiza el asunto de esta forma: Para descubrir a un burócrata plantéale un problema ideológico. El rostro del problema no se reflejará en el burócrata. El rostro del burócrata no se reflejará en el problema[6] Es necesario, sin embargo, enfrentarle su espejo a esos vampiros; pasar de la simpática, y a la vez amarga, frase con que se concluye ante la contemplación de esos desmanes: Es la CÍA que trabaja. III. La responsabilidad intelectual, ¿campo minado? El abandono paulatino del campo por parte de sus productores originarios, así como la reconstitución del paisaje rural en comunidades urbanas o suburbanas, o en sitios definitivamente yermos, fenómeno que asola a todo el mundo en la medida en que el siglo XX se dispone a quemar su última fase, tuvo su efecto en Cuba en un ritmo no sólo apresurado, sino además irresponsable. El campesinado, que había recibido en propiedad la tierra que jamás imaginó pudiera ser suya, fue reacondicionado de golpe en un sistema de cooperativas cuyas estructuras burocráticas le eran totalmente ajenas y a las cuales se les exigía el imposible reto de asumir el suministro de alimentos a una población plena, total e igualitaria. Se creó así una dicotomía entre el productor agrícola, históricamente explotado, pero educado en el trabajo constante y el amor a la tierra, y el compañero responsable, de guayabera o camisa de cuello con bolsillos repletos de papeles y bolígrafos, desconocedor muchas veces de las especificidades del cultivo, pero eficaz controlador de informes al mando inmediato superior. Heredé, por tradición oral, la anécdota de aquel dirigente que, ante la carencia de espacio para el almacenamiento de las abundantes cosechas de arroz, mandó a un único envase de almacén todo lo acopiado; cuando un productor le señaló que se trataba de diferentes clases, considerando obvio que no podían unirse, él respondió: Arroz, arroz, de la misma tierrita. Se le sumó después el otro que presenta una visita de Fidel a un centro porcino donde se ha importado una puerca muy costosa que va a retribuir la inversión al parir doce lechones. Como pare solo seis, cada funcionario opta por inflar su pequeño globo añadiendo uno más al informe recibido, hasta que el último consigue informar al mando superior que, en efecto, la puerca parió doce lechones. La reacción es lapidaria: Ahora —resuelve— usamos seis para la exportación y seis para el consumo interno. La programación radial y televisiva que se dirigía al campesinado pasó, también en consecuencia de ese proceso de desruralización, a ser una especie de folclor risible, distanciadamente simpático en el mejor de los casos. Los poetas que surgieron a las letras cubanas con un verso que expresaba el sentir de sus vivencias campestres fueron nombrados, como tachándolos, «tojosistas», pues la tojosa aparecía como un símbolo un tanto nerudiano en sus poemas. Esto, entiéndase bien, no ocurrió ni por decreto ni por sugerencia de oscuros funcionarios ni, mucho menos, por orientación de la política cultural, que estaba tan subsumida en el espectro cerradamente político de su función, que fue incapaz de comprender que lo ponían en riesgo precisamente simplificando el aspecto cultural. Como ocurrió en todo el continente americano, fue enterrada también la novela de la tierra, y la pintura y la danza y todo cuanto representara a la elevada cultura. Esto es algo importante que pesa más sobre la propia visión de los intelectuales que sobre quienes están a cargo de ejercer la política, pues el papel de estos últimos descansa más en recoger la marea de la opinión general, entresacando las necesidades legítimas, para traducirlas en norma en sociedad, en tanto el de los intelectuales está llamado a advertir y promover visiones, tanto sincrónicas como diacrónicas, panorámicas como especializadas, del propio porvenir de su nación. Nuestra intelectualidad, sin embargo, no se curó del trauma represivo del «quinquenio gris», al punto de perder la visión abarcadora que le estaba permitida y conformarse con una instancia de juicio sumario en el que el nombramiento de un culpable, y su castigo, deja zanjados los problemas. El universo, por su parte, continuaba depredando su reserva ecológica y demandando a la vez mejor nivel de vida. Nuestra cultura, también ante ese efecto, tuvo un trabajo incomparable de creación de instituciones y de asignación —no pocas veces derroche— de recursos para promover la cultura general. Es propaganda irresponsable —de izquierda o de derecha— cuando nos detenemos a aceptar que el hecho es el mensaje. El esfuerzo que entrañó un movimiento de artistas aficionados, con una puerta ancha, en cierto modo masiva, que en la práctica privilegiaba —y hoy mismo continúa haciéndolo con mayor densidad— más la formación del artista que la educación del receptor, se ve forzado a chapotear en los desniveles que se acusan entre los grados alcanzados por la producción artística y cultural y los que presenta el plano receptivo en general. Este es un problema que en el capitalismo no solo no se resuelve, sino que operaría como elemento antisistema en ese impensable acto de búsqueda de soluciones a favor de una cultura elemental para las masas, de ahí que, ante la urgente demanda, manipule los gérmenes contraculturales para estandarizarlos. El socialismo, sin embargo, postula esa apertura, por lo que le urge desprenderse del reflejo de culpa incompetente que la ventajosa propaganda de sus oponentes le transmite. Nuestra política cultural no fomentó, ante esa urgencia, el pensamiento complejo, es decir, la búsqueda de una crítica cultural que pudiera especular libremente sobre la puesta en marcha y los resultados de tales fenómenos; en tanto, la intelectualidad se replegó después de los primeros escarmientos. Tampoco le ha ido importando demasiado. Numerosas denuncias de injusticias entre los más jóvenes, nacidos ya muy dentro del proceso revolucionario, se basan en que algunos —muchos lo evadieron, lo que se confiesa menos— se quejan de haber sido forzados a cumplir un servicio social, como retribución laboral por lo gastado en su carrera gratuita, en zonas intrincadas, o simplemente en provincias. El sujeto urbano, o definitivamente urbanizado, sigue sin admitir al sujeto rural, o del interior, como eficaz portador de su cultura. No abogo por rescatar cuestiones que en efecto cumplieron su ciclo en la cultura —como, por ejemplo, la reducción cuasi genérica de la novela de la tierra o los ciclos de “cuenteros”— ni por «reivindicar», pongamos, a los discriminados tojosistas, que abrazaron el aletear del neón y los nidos electrónicos apenas se sintieron en franca desventaja, sino por atender a cuáles mecanismos atrofian en la práctica los preceptos letrados que nuestra política cultural ha ido perfilando. No existe, al menos publicado, un pensamiento crítico interior que privilegie y se atenga a la cultura, en su más amplio concepto, es decir, más allá del arte y la literatura. Cuando se hace, queda sajado por la irresponsabilidad MacLuhaniana de que el medio —o el nombramiento— constituye el mensaje. Los pequeños gremios de tendencias literarias y artísticas han sido, justo a partir de esos años de parametración nefasta, una importante compulsión de estas parcelas, y no han actuado ex profeso, o sea, pensando que siembran una mina explosiva en la base del sistema, sino avizorando una salida del todo individual, y en muchos sujetos individualista, a la creciente competencia a que se enfrentan en parte por esa proliferación de formación de artistas y escritores, aunque en mayor medida por el ineficiente aparato de divulgación y promoción de una cultura que no hay que inventar ni, mucho menos, edificar mediáticamente, sino que existe a manos llenas. Y aunque la ideología oficial declamó, exigió y hasta proclamó la igualdad de raza y género, ello sigue en proyecto, no obligatoriamente por ineficiencia del sistema ni por errores de política, ni siquiera por exclusión de los sujetos actuantes, sino por el devenir natural del ser social en su medio, que se resiste a cambios sobre aquello que ha formado por siglos sus normas de conducta. Sin convertirse por ello en racista, homofóbico o machista, es posible reír con chistes sobre negros, chinos, “loquitas” o mujeres. La tradición en el comportamiento social contiene un número de actantes que inciden tanto en el argumento de las transformaciones sociales como en los paradigmas que el devenir cultural va haciendo pertinentes. Los gremios espontáneos, en principio asociados alrededor de un idiolectema estético, y compulsados más tarde por afinidades sexuales, se apoderaron también de los juicios de valor y consiguieron, hasta las horas de hoy, arrimar la sardina a sus sartenes. Hay mientras tanto un vacío en la responsabilidad con la nación, con la cultura, que es el elemento que empina a la nación por encima de todo sectarismo. Se puede, desde luego, crear con cinismo mercantil, como se está haciendo con alarmante frecuencia de legitimación mediática en la música, la literatura, el teatro humorístico, las artes plásticas y las artesanías (altamente profesionalizadas en nuestro contexto, para seguir acumulando diferencias que no van a encajar en los estudios que recorren el mundo), pero también debe asumirse que, si existen intelectuales que creen en el deber de trabajar por un mejor entorno cultural en calidad de componente intrínseco de ese mejoramiento del nivel de vida del cual la humanidad en pleno hace reclamo, su cinismo será llamado a análisis profundo, revelador, ante ese amplio receptor que está siendo timado sin vergüenza alguna. No es solamente un postulado, sino también una urgencia de sostén para la permanencia del sistema. Es cierto que es difícil —en mi experiencia personal sobran pruebas y anécdotas—, pero también es cierto que se llega a conseguirlo, aunque sea en costo de no pocos escaños en el imprescindible plano de las retribuciones. El pecado original de cualquier ejercicio de poder, desde un jefe de núcleo familiar hasta un presidente de organizaciones mundiales, radica en su tendencia a limitar las acciones auténticamente revolucionarias. Su virtud, no obstante, se hace pertinente en los resultados de la puesta en equilibrio del caos creador y la conservación estática. A mi entender, eso se llama dialéctica esencial, nada nuevo en verdad. El poder, sí, que los intelectuales cubanos ejercemos sobre el pensamiento debe salvar las pasarelas entre el caos creador y la conservación del estatus. Por el momento, con excepciones escasas,[7] ese «caos creador», se ha limitado a reivindicación de parcelas gremiales, cuando no a las estándar predicciones del pasado alrededor de figuras ya clásicas que sufrieron los lamentables y traídos embates. IV. Y el Pavonazo, por fin, en prolegómeno El Pavonazo —esa ola de opiniones acerca de la aparición de oscuros personajes en la televisión cubana, con el consiguiente apoyo público de la dirección del Partido Comunista a la justa preocupación— ha constituido, en principio, una piedra de toque en las fisuras que limitan el accionar de una política cultural de la revolución cubana. Enseguida, y como si no hubiese intención de permitir que se produzca entre nosotros el debate —para el cual no es imprescindible excluir a los cubanos que residen fuera de la Isla, aunque sí es inevitable que no se autoexcluyan ellos mismos—, se hizo una congestión de culpas añadidas, una catarsis de frases contenidas, con todos los elementos de tipificación psicológica. Asombra cómo el mar, el vértigo del vuelo, el libre contacto de Internet y el sucumbir a una mejora notable del sustento, hacen que se pierda la perspectiva elemental de haber vivido en Cuba. En esta orilla, del ejercicio de provocación semiósica de Desiderio Navarro, se pasó a la avalancha anecdótica, al testimonio de la cicatriz que nunca va a sanar; luego al intento de búsqueda de consecuencias que esos errores producen, y de inmediato al grupo de medidas institucionales que continúan considerando como un mero anexo a los intelectuales que en provincia ejercemos y sin decidirse por la confrontación abierta en los espacios públicos. Un giro a fin de cuentas favorable, cuyas insuficiencias pudieran resarcirse si con autenticidad revolucionaria se ha asumido. La institución que media no debe cometer una vez más el mismo error de, al considerarse en dominio absoluto del criterio, manualizar la solución en consonancia con un supuesto político inmediato. Trabajar por el capitalismo, la CÍA, el socialismo, la cultura cubana, la subcultura o el arte, es algo que se hace independientemente de si se firma o no el pacto, de si se asiste o no a determinados eventos, de si se grita o no en tribunas, de si se limpia o no el currículo, de si se gana o no lo justo por la obra. Por eso mismo me abstengo de llamar a nadie a nada, a menos, eso sí, que a usted le importe en algo Cuba y su cultura, sus gentes del montón y sus intelectuales todos. Jorge Ángel Hernández [1] Aunque las sugerencias bibliográficas pudieran llenar un abultado volumen, sin que por ello peque de exhaustivo, quiero reconocer como trasfondo de estas ideas al estudio Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri, su referente opuesto en los ensayos y artículos de Immanuel Wallerstein sobre el sistema-mundo, y el excelente trabajo investigativo de Frances Stonor Saunders La CÍA y la guerra fría cultural, publicado por la Editorial de Ciencias Sociales en 2003 [2] Fidel Castro: «Palabras a los intelectuales», en Revolución, Letras, Arte, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1980, pp. 7-33, Cf. p. 23 [3] Ernesto Che Guevara: «El socialismo y el hombre en Cuba», en Revolución, Letras, Arte, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1980, pp. 34-48, Cf. p. 45 [4] Este síntoma específico lo he planteado en el ensayo «Años 50: Una vertiente del torrente», incluido en Ensayos raros y de uso, Ediciones Sed de Belleza, Santa Clara, Cuba, 2002, pp. 7-27 [5] Véase el Dossier «Teatro y espacio social: Una polémica necesaria», pp. 40-58, en La Gaceta de Cuba, Nº 1, enero-febrero 1997 [6] Roque Dalton: «El espejo para el vampiro», en Poesía escogida, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de la Habana, 1989 p. 351 [7] Entre estas excepciones me gustaría señalar a Víctor Fowler, con sus libros Rupturas y Homenajes, Ediciones Unión, 1998 y La Maldición. Una historia del placer como conquista, Editorial Letras Cubanas, 1996, así como otros artículos y ensayos periódicamente publicados, cuyas fichas no tengo de momento, y que han estremecido la tranquila canonización que ejercían valoraciones como las de Salvador Redonet, Arturo Arango o Amir Valle, capitaneando un tanto la tendencia, no sólo parciales y pálidamente panorámicas, tal como va siendo el caso actual de Alberto Garrandés con sus interminables “Presunciones”, sino también exclusivistas en relación con otra literatura que conocen y cuyos valores alevosamente ignoran. |
Gentileza de Luis D. Gutiérrez Espinoza (Perú)
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