Si florecen los naranjos |
Personajes:
Rómulo y Cristina. (Personajes de unos 40 años o más. No excluyente. Es
atemporal) Escenografía:
Una ventana grande con rejas a la derecha. Una mesa, dos o tres sillas,
un armario, una puerta a la izquierda. Un teléfono en la pared. Un
plumero viejo tirado en un rincón. Luz matutina, como las 9 o 10 de la mañana.
Pajaritos cantando. Primer acto: Cuadro
1 En
la escena están Rómulo y Cristina. Él, lee un diario, ella mira por el
ventanal. Ambos están vestidos con ropa informal. Rómulo:
- ¡Estos
políticos nos van a volver locos a todos! Se pelean, se aman, se odian.
¡Ni ellos saben lo que quieren!- Sin levantar la vista del diario- La
economía es un desastre, la justicia, ¡mejor ni hablar de la justicia!
Educación, es una mala palabra. ¡Salud! ¡Salud! (Cristina
lo mira por un instante, mira hacia todos lados para comprobar si hay
alguien más en la sala, sigue mirando por el ventanal y dice) Cristina-
Yo no estornudé... (Rómulo
se percata de la presencia de Cristina, la mira sorprendido, se incorpora
y se acerca) Rómulo
- ¿ Y usted quién es?- (Cristina le dedica una mirada indiferente) Rómulo
-¡ Eh, eh, le estoy hablando! ¿Se puede saber qué está haciendo aquí?
Para que sepa, señora, esta es mi sala. Cristina-
¿Su sala? Disculpe, no hablo con desconocidos. ( Sigue mirando por la
ventana) Rómulo
-(La toma del brazo y la da vuelta hacia él) No se va sin decirme
quién es usted y qué hace aquí. Cristina-
No hay duda de que usted ha de estar más loco que yo. ¿Adónde quiere
que me vaya? ¿No ve las rejas? Además, yo también
podría decirle que es la primera vez que lo veo, y sepa, señor mío,
que ésta es, en todo caso MI SALA. Rómulo
- No, no, yo hace mucho tiempo que vengo a leer el diario a este lugar y
nunca la he visto antes. Cuando dije que no se vaya quise decir que no me
dé la espalda, que no huya en sus pensamientos, que no se evada, que... Cristina-
Bueno, bueno, che, ya está bien, ya entendí. Pero ya le dije que no
hablo con desconocidos. Yo también vengo a esta sala los días de visita.
Y yo tampoco lo he visto antes, así que eso de que hace mucho que viene a
leer el diario... Rómulo
-¿Me está llamando mentiroso? Cristina-¿Cómo
lo voy a llamar si yo no sé su número de teléfono? (Vuelve a la
ventana) Rómulo
-¡Usted está loca! Cristina-
¡Chocolate por la noticia!( lo mira) ¿Y por qué se cree usted
que estoy aquí? (Sale de su posición inicial, se estira, se
despereza, elonga, etc) Rómulo
- ¡Pero esto es el colmo! Me voy a quejar inmediatamente al gerente de
este lugar, no es posible que tenga que compartir MI sala con una mujer
que no está en sus cabales. Cristina-
Además de loco es estúpido. Rómulo
- ¿Qué me quiere decir? Cristina-
Definitivamente, un tarado. Rómulo
- Ahora sí, que me va a conocer. ¿Me puede explicar que hace en el lugar
que me pertenece, desde, desde... bueno qué sé yo desde cuándo, pero
que me pertenece¡ me pertenece! (Se impacienta ante la pasividad de la
mujer) Cristina
- Loco, loco, eh. Perdido. ¿Me va decir que no sabe dónde estamos? Yo
estoy medio tocame un vals, pero usted, se cree en Recoleta y va para
Berazategui! (Se ríe) ¡Ay Dios! (lo mira intrigada) ¿En
serio no sabe dónde está? Rómulo
-( Desconcertado) Bueno, ¡cómo no voy a saberlo! Lo que pasa es
que sólo vengo a leer el diario, los domingos por la mañana. No he
prestado demasiada atención al lugar. Debe ser eso... ¡Al fin y al cabo
soy una persona muy ocupada! No tengo tiempo de preocuparme por
nimiedades... Cristina
- Saber dónde está, no es una nimiedad. ¡Pa! Me salió en verso. Bueno,
si no sabe que está loco e
internado en un manicomio y se
cree que es el dueño de la sala, allá usted! mejor sigo mirando por la
ventana que tengo cosas más serias que hacer, que tanto... Rómulo
-¿sabe?, Creo que usted está definitivamente loca. No me engaña. No
entiendo cómo llegó hasta mi sala de lectura, pero... no importa. ¡Llamaré
al conserje para que la saque de aquí! (Busca el teléfono) ¡Qué
raro! No tiene tono. (Insiste) No... ¡Si esto es el colmo! Bueno,
no importa, ya lo llamaré más tarde. O mejor, ¡iré yo mismo en
persona! (intenta
salir por la puerta pero está cerrada)
Y ahora ¿qué pasa? ¡Me han dejado encerrado! ¡Con una insana, una
demente!-( La mira recelososo, con miedo, le entra el pánico)- Y
si fuera una delincuente, o peor aún, una asesina, una mujer
desequilibrada que se arrojará sobre mí para hacerme vaya a saber qué
cosas sórdidas y despiadadas. Sacará un puñal de entre sus ropas, no,
peor aún, un cortapapeles, un picahielo con rastros de sangre seca, de
otras víctimas, se acercará como un chacal, como un terrible depredador
y me clavará sus garras ultrajantes y asesinas, me desgarrará la carne,
me sacará la piel a tiritas... (hace cada gesto al respecto) Cristina
- Loco y paranoico. Rómulo
- No me interrumpa, estoy describiendo mi triste y trágico final. No
tiene derecho a cortarme la inspiración. (Ella vuelve a mirar por la
ventana) Rómulo
- Entonces no va a matarme, al menos por ahora... Cristina
- Si sigue diciendo pavadas no respondo por mis reacciones. Rómulo
-Ya ve. Tiene malas intenciones, por eso se apropió de mi sala... Ahora
no podré seguir leyendo el diario tranquilo... En cualquier momento
saltará como una fiera hacia mí, y en el momento menos pensado, ¡Zas! Cristina
-(Resoplando fastidiada). Me tiene podrida. (Lo mira fijamente,
se le acerca lenta y peligrosamente, él intenta retorcer, pero chocará
con la pared, ella lo mira y le dice-) Cristina
-¡Buh! Rómulo
( grita , se arrodilla y clama llorando histéricamente clemencia y
piedad) Rómulo
- Por favor, no me mate, no clave sus... Cristina
- Garras asesinas, bla, bla, bla. ¡Déjese de jorobar, hombre, no sea
perseguido! (Vuelve a la ventana) está peor que yo,
caramba! Hombre grande... Rómulo
- Entonces... no va a matarme... Cristina
- Soy loca, maníaca esquizofrénica, con una buena cuota de depresión
neurótica, pero, no figura en mi registro que posea rasgos
asesinos... Tal vez suicidas, pero no asesinos, ¡qué jorobar! Y
ya me cansó. No me joda por un rato que no me deja concentrar. Rómulo
-Disculpe. Voy a seguir leyendo el diario... Si es que puedo... ¡Ay, no,
agarré la página de “Policiales”! - (Arroja el diario sobre la
mesa. Cambia una y otra vez de posición, mira de reojo a Cristina,
Intenta hablarle, se arrepiente. Se para, camina, va de un lado a otro. Se
frota las manos, está nervioso, de a ratos aburrido. Finalmente se decide
y retoma la conversación) Rómulo
- ¿Hace mucho que está aquí? Digo, en el hotel... Cristina
-O sea que para usted esto es un hotel... No cinco estrellas le diré... (se
queda pensando) No sé... Ya perdí la noción del tiempo. Para mí
todos los días son iguales. Además le dije que no hablo con extraños, y
encima extraños paranoicos. Rómulo
-Tiene razón, me comporté como un infeliz. Me voy a presentar, como
corresponde a un caballero, (se acerca a ella y le extiende la mano)
me llamo Rómulo, Rómulo... Bueno,
el apellido no importa. Mucho gusto. Cristina
-(mirándolo extrañada) Recién me acusó de pretender asesinarlo
y ahora me dice mucho gusto. Me pregunto si no será una mala pasada de mi
esquizofrenia galopante que me hace ver lo que no es... ¿De verdad
existe? A ver, déjeme tocarlo... Rómulo
- ¡Noooo! Yo sabía que quería hacerme algo! Cristina
- ¡Pare!, ¡le voy a dar la mano! ¡Pero si habrá sido loco usted! (se
dan la mano con desconfianza) Me llamo Cristina, señor Rómulo el
apellido no importa. Cristina
-¿Y usted, hace mucho que viene a leer el diario a esta sala? Yo tampoco
lo vi nunca, y a decir verdad, hace bastante que vengo a mirar por esta
ventana... Rómulo
-¿A mirar?¿A mirar qué? Cristina
-¿Por qué voy a decirle lo que vengo a mirar por la ventana? ¡Haberse
visto atrevimiento! Que me haya dicho el nombre señor Rómulo “el
apellido no importa”, no le da derecho a invadir mi vida privada. Rómulo
-Disculpe, no quise molestarla... (vuelve a la puerta)¿Por qué
estará cerrada? Cristina
- ¡Dios santo! ¿Por qué va a ser? Porque es un manicomio, viejo. Y si
no nos encierran nos tomamos el piro, el buque, el bondi, el raje. ¿Más
clarito? Rómulo
- Reconozco que no se trata de un hotel como a los que estoy acostumbrado
a frecuentar, pero tampoco llamarlo tan despectivamente “manicomio”... Cristina
- Uy!, cierto que tenés una negación con esto... Rómulo
- Yo digo, a veces el café se lo sirven medio frío a uno, hasta se podría
decir que tiene más gusto a mate cocido que a café de Colombia, como yo
lo pido. Las masas finas saben a pan duro y la fondue parece agua sucia de
los trapos, pero... Cristina
- Pero nada, señor el apellido no importa. Déjelo así, si algo aprendí
es que a los locos siempre hay que darles la razón. (Vuelve a mirar
por la ventana, Rómulo insiste con el teléfono) Rómulo
- No, no hay caso... No tiene tono. Como si la señal estuviese muerta... Golpea
la puerta, pide auxilio, llama al botones, al gerente al conserje, a
cualquiera. Pasa un rato haciendo ruido. Cristina lo mira primero burlona,
después fastidiada. Rómulo
se da por vencido se sienta en el suelo, se pone a llorar
desconsoladamente. Cristina
- ¿Qué le pasa, hombre? No
se me ponga así... (Se le acerca despacio, con desconfianza.) Las
puertas de este hospi... de este hotel siempre están cerradas... Debe de
ser por precaución. ¡Anda tanto loco suelto!
Telón lento Cuadro
2
El
mismo decorado. Han pasado unas horas, ya ha pasado el mediodía. Rómulo
y Cristina siguen en las mismas posiciones que al principio. Rómulo
- No recuerdo si le he contado de la vez que viajé a
París. Cristina
- No, no me lo ha contado todavía. Me refirió sus hazañas en Grecia,
Roma, Londres, y si mal no recuerdo en Singapur. Pero de París todavía
no dijo nada. Rómulo
- ¡Ah, París! ¡La ciudad Luz! ¿Nunca fue a París? Cristina
- No, jamás salí de este país. No he tenido la suerte de salir, de
viajar, de conocer el mundo... Rómulo
- Venga, hagamos un juego. Cristina
-¿Un juego? ¿Qué clase de juego? No le entiendo. Rómulo
- Ya que usted dice que estamos un poquito mal de la cabeza( hace el gesto
con la mano) ¿por qué no aprovecharlo para nuestro propio beneficio?
Usemos la imaginación, a usted no ha de costarle mucho... Cristina
- Sin ofensas... Rómulo
- Por supuesto, no me malinterprete, ¡yo soy ante todo, un caballero! Cristina
- Eso espero. ¿Qué se le está ocurriendo? Rómulo
-Imaginemos que estamos de viaje.¿Adónde le gustaría ir? Cristina
-¡Qué locura! Yo no usaré mi imaginación para esta tontería. Además,
tengo que estar atenta junto a mi ventana. Rómulo
-Vamos, deje por un rato esa ventana y venga conmigo. Me dan ganas de
viajar a París. ¿No me ha dicho que no ha ido jamás? Venga, yo seré su
guía. Cristina
-Ya le he dicho que no he salido nunca de aquí... Y ¿en qué iremos? París
no queda al otro lado de la esquina... Rómulo
- Exacto. Iremos en avión como corresponde. ¿Qué le parece en primera clase en el Concorde? Cristina
-Y... ¿es seguro? Porque mire que yo le tengo mucho miedo a los aviones. Rómulo
-¿Qué me dice? ¿Si es seguro? ¡Segurísimo! Venga, suba con confianza,
las damas primero. ( Acomoda dos sillas como si fueran los asientos del
avión y la invita a sentarse con una reverencia) Cristina
-¿Cuánto tardaremos en ir y volver? Tengo que estar junto a mi ventana
antes de que oscurezca... (Se sienta) Rómulo
- No se preocupe, llegaremos enseguida. Mientras tanto disfrutemos de las
comodidades que nos brinda la aerolínea. Señores pasajeros, el capitán
de la aeronave los saluda y les informa que partiremos con destino a París
en breves segundos. ¡Bon
voyage!
¿Champagne? (Hace el ademán de ofrecerle una copa de champagne) Cristina
-No sé si debo... No soy buena bebedora. ¿Y si me mareo y me
descompongo? Rómulo
- No piense en eso, esta bebida es un verdadero néctar de los dioses, no
podría hacerle daño. Confíe en mí (hacen el gesto de tomar las
copas) ¡Salud! Cristina
- Chin chin. Salud. Rómulo
- ¿Ve? Ya llegamos a París. Cristina
- ¿Ya?,¿ está seguro? ¡Qué buen servicio! ¡Qué rápido! Nunca me
imaginé que fuera tan simple volar. Al fin y al cabo, mis miedos eran
injustificados... Rómulo
- ya ve, ya ve. Se lo dije, no había nada que temer. Y se lo digo yo que
soy un viajero experimentado. Venga, pasaremos migraciones en un santiamén.(dan
un recorrido por el cuarto, hacen los ademanes de presentar documentos .) Cristina
- Mercí. ¿Lo dije bien? Rómulo
- Perfecto, su francés es impecable, la felicito. Cristina
- ¡Ay! ¡ Qué cabeza la mía! Rómulo
- ¿Qué le ha sucedido? Cristina
-Olvidé traer equipaje. Tendremos que regresar. No tengo qué ponerme... Rómulo
- Ah, ustedes las mujeres. Siempre diciendo que no tienen qué ponerse.
Pero no se haga problemas. No tendremos que volver. Iremos de compras y
se vestirá con las mejores marcas parisinas. Chanell,
Ives Saint Laurent, Nina Ricci. Lo
que quiera. Lucirá
como una verdadera princesa, que digo como una princesa, ¡como una
verdadera emperatriz! (La hace desfilar como por sobre una pasarela) Cristina
- ¿Le parece que luciré como una emperatriz? Mi madre siempre decía que
aunque la mona se vista de seda... mona se queda. Yo nunca seré una mujer
bella y elegante. Rómulo
- ¿Qué dice? Acaba de ponerse ese trajecito lavanda y ya me está
pareciendo otra... Usted es una mujer bella, créame. Cristina
- No hay duda de que además de loco tiene problemas de vista... Rómulo
- No se me tire abajo... disfrutemos de la noche, bailemos, bebamos, ¡Qué
se yo! ¿Quiere conocer la Torre Eiffell? Venga, subamos. (Suben a la
silla y de allí a la mesa) Cristina
- Espere, espere. Le tengo un poco de miedo a las alturas. Rómulo
- No tema, ¿acaso no confía en mí? Cuando le dije que el avión sería
pan comido, cumplí. Asómese y disfrute del panorama. París desde la
punta de la torre. (Se escucha una música francesa de fondo. Juegos de
luces) ¿No es maravilloso? Mire abajo, es el Sena. A lo lejos se divisan
las luces del famoso Moulin Rouge. Escuche la música. El viento la trae
hasta nosotros. Cristina
- estoy un poco mareada, ha de ser la altura. Mejor bajemos. Rómulo
- Como guste, usted manda. ( Bajan de la mesa) ¿Adónde quiere que
la lleve? Cristina
- Como estoy loca y mi imaginación está dictaminando mis pasos, me
gustaría que me lleve a España, después a Londres, Berlín, Munich, ¡qué
sé yo! Me estoy animando a pedirle que me lleve a Oriente: China, Japón,
el lejano y el cercano oriente, la India. Quiero salir y conocer el mundo.
Nunca he salido de mi propia casa, bueno,
una sola vez fui de
vacaciones a Mar del Plata y fue en invierno... Rómulo
- Sus deseos son órdenes. ¿Por dónde quiere empezar? Cristina
- ¡Quiero conocer España, las plazas de toros, un tablao, flamenco,
baile! Rómulo
- A España entonces. Cuidado, soy Rómulo, “el mataor”. (Juego de
corridas de toros) Olé, Olé. (música de España) Usted será
mi dama de honor y a usted dedico esta corrida. Allí le va mi sombrero(
gesto de arrojar el sombrero). Cristina
-Cuidado con ese toro bravo! Rómulo
-¡Ahhhhhh, me ha herido el muy ladino, pero no se la llevará de arriba,
voy a ensartarlo con mi espada y si he de morir, moriré con el maldito
vacuno entre mis manos! Cristina
-Noooo. ¡No se me muera Rómulo no importa el apellido! Mejor antes de
que el toro arremeta otra vez, nos vamos a un tablao. Rómulo
- ¿Cómo hago para abandonar la plaza sin que me tilden de cobarde? Cristina
- Estoy loca, puedo cambiar lo que imagino cuando quiera. Así que nos
vamos a Andalucía o a Granada. Y no se hable más- Rómulo
- Hecho, ¡A bailar flamenco!( Música flamenca, bailan unos momentos,
se ríen se muestran divertidos) Cristina
- Mi marido siempre decía que soy un tronco bailando, además de aburrida
y no sé cuantas cosas más, ¡ojalá me viera ahora! Rómulo
- Usted no tiene límites, acaba de llegar de Madrid y ¡está bailando
como una verdadera “bailaora”! Cristina
- Me cansé. Vayamos al lejano Oriente.(música acorde) Rómulo
- Cuidado con las plantas selváticas de la India y Pakistán. (caminan
por todo el cuarto como sorteando obstáculos, se escuchan sonidos de pájaros
y vegetación) Por este camino se va a Persia, ¿Ve los camellos en el
horizonte? Son mercaderes prósperos y muy astutos. Cuidado con ellos,
pueden ser peligrosos. Son capaces de venderle una lámpara mágica o una
alfombra voladora... Cristina
- ¡Con tal que no sean made in Taiwán! Me está molestando la arena del
desierto y si nos agarra la noche acá nos vamos a congelar. Mejor... ¿Qué
le parece si terminamos el viaje en Italia? Rómulo
-¿ Roma, Milán, Venecia, Nápoles?
Con mucho gusto, comenzaremos nuestro paseo en góndola, espero que no le
tenga miedo al agua... Cristina
- Todo lo que no sea tierra firme, me da bastante temor. Pero, bueno,
hasta ahora no han surgido inconvenientes, debo reconocer que usted es en
verdad un gran anfitrión. Rómulo
- Ya ve, ya ve. (Suena algo de música italiana) ¿Le gusta la ópera? Cristina
-¡Me apasiona! Siempre soñé con ser una cantante de ópera. Rómulo
- Entonces, venga conmigo, La Scala de Milán es toda suya. Mire, el público
espera ansioso que haga su aparición ¿Los escucha? La orquesta está
afinando sus instrumentos, el director está revisando una página de
Puccini. ¿A que no sabe quién será su partenaire? Cristina
-¿Plácido Domingo? Rómulo
- No, Luciano Pavarotti. Cristina
-¡Me quiero morir! ¡Pensar que mi mamá siempre dijo que yo no servía
para nada y que jamás llegaría a ningún lado! Rómulo
-No piense en eso ahora, el destino se revierte. Escuche, escuche, ya
suenan los aplausos, la orquesta ha comenzado con los acordes iniciales,
es su turno. (Ella sube a la mesa y canta, él la mira embelesado,
aplaude a rabiar y grita) Rómulo
-¡Bravo, bravo!(Le alcanza el plumero como si fuera un ramo de flores)
Es usted una estrella, una diosa, el público la adora, ¡escuche,
escuche! La aplauden a rabiar. Se ha levantado de sus asientos, le arrojan
flores... Cristina, me postro a sus pies, ¡desde hoy seré su más
ferviente admirador! (
Se inclina ante ella que saluda como si tuviese un ramo de flores en sus
manos, se escucha el tema final de la película “El espejo tiene dos
caras”) Cristina
- ¡He cumplido mi sueño!¡Soy la reina del mundo! Telón.
Fin del primer acto
Segundo
acto
Cuadro
primero
El
mismo escenario. Luz de media tarde. Rómulo está en el piso
mirándose el ombligo, Cristina ha vuelto a su puesto al lado del
ventanal. Rómulo:-
Siempre me pregunté por qué mi mujer me decía que yo era una gran egoísta... Cristina.-¡Quién
sabe!( Se queda pensativa un rato, luego lo mira con curiosidad) A
propósito, no me había dicho que era casado. ¿Le parece bonito? ¡Después
de todo lo que hemos vivido juntos y
recién me entero que tiene una esposa!
Rómulo:-
Tiene razón (incorporándose) ¡Qué falta la mía, perdóneme, le
pido mil disculpas! Cristina:
-
Está perdonado. Pero dígame ¿Cómo es ella? ¿Ha venido alguna vez a
visitarlo? Tal vez la haya visto.
Rómulo:
- No, no lo
creo. Hace tiempo que no viene por acá. Es que... no le gusta el
decorado, los muebles, la atención hotelera que hay en este lugar. Ella
es demasiado, como le diré, pretenciosa, distinguida. Cristina:-
Entiendo... Rómulo:
- No, no
entiende, quiero decir, ella nunca fue para mí. Tan bella y esbelta,
rubia de largos cabellos ondulados y carita de Barbie. Siempre supe que un
día se iría de mi lado.¡Pobrecita! Es que no debe de ser fácil
convivir con alguien tan lleno de miedos y fobias como yo. Imagínese que
en los últimos tiempos ya ni podía salir a la calle sin temer que sería
mi última salida con vida... Cristina:-
¿Y los viajes que realizó alrededor del mundo? Rómulo:
Esos los hice antes. (Vuelve al diario). Cristina:
-¿Antes?
¿Cuándo? Rómulo:
Antes. Antes de que empezaran los sueños, las pesadillas. Cristina:-¿Qué
sueños, qué pesadillas? Dele, cuénteme, ya que estamos en tren de
intimidades. Rómulo:
¿Qué quiere que le cuente? No sé bien cuando empezaron. Un día
comenzaron los sueños en los que veía a un pequeño bebé recién nacido
sobre una pobre mesa. El niño llora y llora, le cuelga aún un trozo de
cordón umbilical. Unas mujeres gritan algo, no sé, no recuerdo las
palabras. Sólo algunas, “bastardo” “guacho”. Después siento que
yo soy ese niño y me arrojan a las aguas de un pozo. Hace frío, tengo
miedo, no sé lo que pasa. Siento que estoy muriendo, pero una mano enorme
me saca de allí, me envuelve en unos trapos y me lleva consigo. (Rómulo
va actuando cada una de las palabras) Otro
sueño tremendo es el de la calle: veo a otro niño caminando solo, con
hambre y con frío. Tiene unas monedas en las manos, de pronto, llegan
otros niños más grandes que él y lo arrojan al suelo. Lo patean, lo
golpean por todas partes y le quitan las monedas. Es extraño, pero yo
siento el dolor de esos golpes en la espalda, las rodillas, los riñones.
Lo veo todo, y no puedo hacer nada para ayudarlo, como si el niño fuera
yo mismo... Después el niño se hace adolescente y unos cirujas lo
persiguen por las vías, lo atrapan lo golpean y lo someten a sus bajos
instintos una y otra vez. Él pide clemencia, piedad, pero no lo escuchan
y prosiguen con la vejación y los golpes. Las lágrimas se le mezclan con
la sangre de su nariz, y esta vez, aunque veo todo desde lejos, no puedo
ayudarlo. El ardor y la vergüenza las siento dentro de mis propias entrañas,
pero me siento niño y violador a la vez. Despierto horrorizado, bañado
en sudor y en lágrimas. Grito pidiendo auxilio, pero la voz se ahoga en
mi garganta. Intento encender las luces de mi cuarto, pero las lámparas
del velador no responden. Entonces me doy cuenta de que aún estoy dormido
y el niño herido vuelve a mirarme con sus ojos desencajados pidiéndome
que lo auxilie y lo salve de tamaño salvajismo atroz. Lo único que puedo
hacer es abrir los ojos y refugiarme en el cuarto seguro de este hotel. Cristina:
- ha de ser
muy duro para usted soportar
el dolor y el miedo a quedarse dormido y repetir los sueños que tanto lo
atormentan. Ahora puedo comprender su paranoia. Rómulo:
- Y lo peor
de todo, es que no terminan allí. Otra de mis pesadillas es con un pobre
mendigo harapiento que camina tambaleante por las calles, pidiendo
limosna. Está ebrio, tiene hambre y frío en el invierno. Lo quema el
calor ardiente del verano por
la calle, el reflejo del sol en las aceras de asfalto. Camina y camina de
un lugar a otro. Duerme bajo los puentes, se tapa con los perros cuando
refresca. De pronto unos hombres de uniforme lo levantan de su improvisado
lecho y a golpes de macana lo llevan hasta un lugar donde lo mojan con
agua que brota helada de una negra manguera. Le gritan cosas
irreproducibles, se le ríen en la cara, lo escupen, lo afeitan a desgano
y le tajean la cara sin cuidado alguno. El pobre hombre duerme en un
camastro, detrás de unos barrotes. A
veces lo tratan con un poco más de humanidad, le dan sopa caliente y pan
fresco, recién traído de la panadería. Le regalan
ropa limpia y remendada y le palmean la espalda con cariño.(
Sonríe con tristeza) Pero esos sueños son los menos.( Se
incorpora y retoma su posición) Gracias a Dios, desde hace un tiempo
han terminado, o al menos ya no regresan con tanta asiduidad.
Cristina:
- repito
que ha de ser muy duro dormirse para ser testigo del sufrimiento del
personaje de sus sueños. Puedo interpretar que tal vez se trate de la
misma persona según pasan los años, de bebé hasta llegar a ser el
adulto ebrio y desvalido de sus últimas pesadillas. Pero ¿Qué puede él
tener que ver con usted, que según me ha dicho es un hombre importante,
de negocios, un viajero incansable, casado con tan impresionante dama?
Rómulo:
-
Nada. Eso es lo extraño. Bueno, al fin y al cabo, por algo estoy
aquí. Descansando, quiero decir, tomándome unas largas vacaciones de
reposo, ordenando mis ideas. Cristina:
- ¡Con razón
el psiquiatra hace tiempo que no aparece! ¡Lo ha dejado de cama! Rómulo:
- Perdón,
no la escuché, ¿Cómo dijo? Cristina:
- nada,
nada. Que debe ser duro ir a la cama. Con esos sueños, digo... (Ambos
siguen en sus posiciones iniciales, Cristina mira por la ventana y Rómulo
lee el diario) Rómulo:
- Supongo
que ya no soy para usted un desconocido. Como bien ha dicho antes, hemos
pasado muchas cosas juntos mientras recorríamos medio mundo. Si me
permite, y a riesgo de ser tildado de curioso, ¿Qué es lo que tanto mira
por la ventana? ¿A quién está esperando con tanta ansiedad? ( Se
pone de pie y se acerca a Cristina) Cristina:
- ¿A quién
espero? Supongo que a alguien que nunca llegará. Rómulo:¿Su
esposo, un novio, un hijo ,o tal vez algún amigo? Cristina:
- ¿Esposo?
No. Él de seguro no vendrá jamás a visitarme. Me dejó por una esbelta
y rubia Barbie como la suya. De piernas larguísimas, cintura de avispa y
risa fácil. Yo nunca podría haber competido con alguien como ella... Rómulo.-
¿Pero, qué
dice? Si usted es la mujer más hermosa que han visto mis ojos. ¿Acaso ya
ha olvidado como cautivó el público de Milán cuando interpretó
a Puccini? Ojalá
la hubiese conocido antes, creo que sería capaz de invitarla a cenar y
hasta le propondría... Cristina:
- Calle, no
siga. No va a levantar mi pisoteada autoestima. Usted mismo acaba de
contar que la mujer que eligió para compartir su vida y sus sueños era
igual a la que mi esposo buscó para reemplazarme. Los hombres son todos
iguales, como decía mi finada madre, que Dios la tenga en donde deba de
estar, ¡no ven más allá de unas pompis paradas y unas bubbies
sobresalientes! (hace el gesto) Rómulo;
- No diga
eso, Cristina. Si yo hubiese tenido la experiencia que ahora tengo, nunca
hubiera elegido a tamaña muñeca de plástico para compartir mis planes
de vida. Pero
aún no me ha dicho a quién o quiénes espera con tantas ansias. Cristina:
- A veces
escucho voces, voces que me visitan en las largas
noches de insomnio. Voces amistosas
y otras, no tanto. Voces que me cuentan cosas de allá afuera, que me
alientan a seguir viviendo, o que me tiran más debajo de lo que el suelo
puede retenerme. Voces impersonales que no puedo precisar si son de hombre
o de mujer, voces, sólo eso, voces que acompañan mi agonía y hacen un
poco más llevadera esta inmensa
soledad que me embarga. Claro
está que en determinados momentos se transforman en otras voces
conocidas, como las voces de mis padres mientras gritan y discuten porque
mamá le descubrió una de las tantas infidelidades a papá, o cuando no
traía diez en mis tareas y ella me gritaba mientras me encerraba en el
armario recordándome lo estúpida e inservible que era. Mediocre y tonta.
Más tonta que las palomas de Plaza de Mayo. Pero, esa no es parte de las
voces que escucho sin saber de quiénes son. La cascada voz de mi madre
cuando se embriagaba por el dolor de sus muchas frustraciones es
inconfundible, y forma parte del arcón de los recuerdos que intento
olvidar. Ya lo creo que sí. Rómulo:
- Y esas
voces, ¿qué le dicen? Cristina:
- tantas
cosas... A veces me alegran la existencia, otras me juzgan y condenan.
Pero hay una, una en especial, que me visita cuando sabe que estoy triste,
cuando los recuerdos me inundan como una noche de marea creciente y me
ahogan. Rómulo:
-
¿Qué noticias vienen a traerle?
Cristina:
- Dicen
cosas que me cuestan comprender, cosas que sé perfectamente que jamás
sucederán; a menos que... Rómulo:
¿A menos qué? Cristina:
- A menos que se trate de... ¿Cree acaso usted en los milagros? Quiero
decir en las cosas que suceden sobrenaturalmente en la vida. Rómulo:
¿Cómo qué?
Bueno, creo que sí, que creo en los milagros. Cristina:
- “Si
florecen los naranjos en invierno- me dice la voz que oigo- entonces tus
anhelos han de hacerse realidad. Dos ángeles de trenzas
de chocolate vendrán a liberarte de tu torre de marfil y juntos
realizarán sus sueños”. Pero eso es algo improbable. ¿Cómo
han de florecer los naranjos en invierno? Rómulo:
Ha de ser
una metáfora, digo yo. Un símbolo. ¡Quién sabe qué signifique
realmente! ¿Y le dicen algo más? Cristina:
- Las otras
voces, sí. Las que me recuerdan lo estúpida que soy, que era y que seré.
Las promesas que no cumplí. Las palabras duras e hirientes que recibí de
niña, de adolescentes y de adulta. Lo poco que valgo, la nada que soy. ¿Sabe?
Nadie vendrá a visitarme, porque a nadie le importo lo suficiente como
para que vengan a rescatarme. Yo
no he cumplido mi parte y eso no tiene perdón. Rómulo:-¿Qué
tan grave ha sido esa promesa incumplida para que piense que no han de
perdonarla? Todos merecemos una segunda oportunidad. Cristina:
Ya se
parece a la voz optimista de mis noches en vela. Pero yo he traicionado la
confianza de los seres que más amaba en esta vida, y en las otras si es
que las hubiese. Rómulo:
Si mal no recuerdo, fue su esposo el que la dejó por otra. Cristina:
No hablaba
de mi marido, hablaba de mis dos hijitas. Las luces de mis ojos. Mi única
obra de arte, inmaculada y perfecta.
Les prometí no un día, sino una y mil veces, que no repetiría la
historia de mi madre. Que el alcohol jamás rozaría mis labios cual
placebo a mi dolor. Les juré por los cielos y la tierra que nunca buscaría
refugio en la misma celda en que su abuela se
había encarcelado de por vida. Por un hombre, me decía, no voy a
destruir lo único puro y santo que jamás he tenido. Y en ese entonces
recordaba con asco y con tristeza las noches que veía a mi madre
borracha, derramada junto con su vino, en el piso de la sala, esperando el
regreso de mi padre, quien nunca regresaba a recogerla y levantarla. Yo
no haré tal cosa, me decía a mí misma. Y sin embargo, el día que
lo vi en el cuarto de servicio de su empresa, manoseándola y besándola
tan descaradamente como jamás a mí me había hecho, sentí que el mundo
se caía de mis manos. Y ya nada pude
hacer para evitar el descontrol y el lujurioso desenfreno que producía
cada trago al deslizarse en
mi garganta. No quise que nos encontrara
en nuestra casa y cargué a las niñas, medio dormidas en el auto. No
vi semáforos ni gente. El alcohol nublaba mis sentidos y en vez de la
senda y el camino los veía a ellos riéndose de mí en el parabrisas. No
puedo precisar cuándo ni cómo se produjo el desastre. Salí despedida
cual un bollo de papel por la portezuela que se abrió por el impacto y lo
último que vi fue el resplandor de la explosión al incendiarse el auto;
el auto que llevaba en el asiento posterior a mis dos hijas dormidas. Mi
único tesoro, mi única esperanza de
resarcirme de una vida de desprecio y frustraciones, se quedaban en
el coche y el fuego inmundo y
poderoso las alejaba de mí, por mi imprudencia y mi egoísmo. No
estuve allí cuando las sepultaron. Yo estaba agonizando en la cama
solitaria de un hospital mediocre. ¡Pobrecitas! ¡Cómo pude dejarlas tan
solitas ese día! ¡Cuánto miedo habrán tenido al quedarse para
siempre desvalidas y frágiles en su ataúd de madera blanco! Yo debí de
haber muerto aquella noche y no ellas. Él debió de haberse muerto antes
de traicionarnos con vileza. Y yo no fui digna, como decía mi madre, de
una muerte redentora, y el castigo a mi debilidad
ha de perseguirme eternamente y para siempre. Porque aunque
quisieran mis dos angelitos de trenzas de chocolate, jamás podrán
perdonarme que haya cambiado su vida por unas copas de brandy, que al fin
y al cabo, no pudieron darme el consuelo que buscaba. Yo
las maté,¿ me entiende Rómulo el apellido
no importa? Y mi
castigo es seguir viviendo para recordarlo. (Rómulo
la abraza, ella está de rodillas en el suelo. Cae el telón
lentamente.) Cuadro
2
El
mismo escenario. Han pasado las horas, es el atardecer. Ahora Rómulo está
junto a la ventana. Cristina está sentada en la silla, manos y cabeza
apoyados sobre la mesa. Cristina:¿Qué
hora es? Me parece que me quedé entredormida. Siento que he estado mil años
en este lugar. Rómulo:
-¡Qué
extraño! Mi reloj se ha detenido. ¿Se habrá quedado sin cuerda.? Sin
embargo recuerdo haberle dado esta mañana... Pero ( mirando por la
ventana al cielo) han de ser como las 5 de la tarde, más o menos. ¡Qué
raro! Hoy es día de visitas y siempre se llenan los senderos de turistas
que entran y salen del hotel, y a pesar de ser domingo no se ve a nadie
por el jardín ni las veredas. Está haciendo frío... ¿No lo siente
usted, Cristina? Creo que no han encendido la calefacción esta tarde. Si
al menos el teléfono funcionase, o contestara alguien a mis reclamos en
la puerta... Este es el invierno más duro que recuerdo... Y mire que he
conocido inviernos duros. (Tirita, se restriega los brazos, ella sigue
en su posición desfallecida sobre la mesa) Cristina:
Sí, tiene razón está haciendo más frío que otras veces. Además, me
da la impresión de que tampoco hay electricidad. (Rómulo prueba con
la llave de la luz, sin fruto) ¡Qué silencioso está todo! No hay
bulla, ni se escuchan otras voces más que las nuestras. Está todo tan
callado y solitario... ¿No le parece? Rómulo:
- Me
llama tanto la atención que nadie camine en
los jardines. Parece todo tan muerto... Cristina:
Me aburro.
Présteme un poco su periódico, tal vez me entretenga un rato o quizá
hable algo del apagón. ¿Cree que será obra de algún piquete? (
Se pone a leer el diario. Rómulo hace un gesto de ignorarlo con los
brazos y mira por la ventana) ¿A
ver, a ver, que hay de interesante? (Se detiene en una página)
Historia de un vagabundo. Ha fallecido ayer, el conocido vagabundo del
barrio de Colegiales, Rómulo el viajero incansable, como se auto
denominaba él mismo. Internado en un hospital neuropsiquiátrico en sus
últimos años de vida, falleció en éste a causa de una severa cirrosis
hepática. A pesar de haber sido un niño de la calle, y haber intercalado
su vida entre asilos y orfanatos, su amena y educada conversación llamaba
la atención de los transeúntes a quienes entretenía narrándoles
supuestas aventuras en viajes imaginarios alrededor del mundo. Y hay una
foto del mendigo. (Mira el diario y lo mira a Rómulo) ¡Son dos
gotas de agua! Rómulo.:
¿A ver? ¿Qué dice? ¿Yo un vagabundo? ¡Qué patraña! ¡Qué tremenda
tontería! Un hombre de negocios como yo, viajero incansable, imposible.
No, no me mire así. ¡Si yo fuera ese hombre sería un fantasma! Y si
fuera un fantasma no me habría detenido esta puerta ¿o sí? ( Se acerca a la puerta y la traspasa con su brazo ya que la
puerta estará hecha de tela y tendrá un disimulado tajo por donde habrá
de pasar el brazo demostrando que él es un espíritu y no un ser de carne
y hueso. Cristina se lo quedará mirando asustada y asombrada) Cristina:
¡Dios
mío! ¡Además de loco, es un espíritu! ¡He pasado todo el día al lado
de un muerto-vivo! ¡Un fantasma!¡ Por favor, estoy más grave de lo que
creía! (va de
un lado para el otro, nerviosa, temerosa)
¡Estoy encerrada con un fantasma loco de remate que me ha llevado a dar
la vuelta al mundo en media hora! He subido a un avión y he bebido
champagne con un Gasparín crecidito y del tercer mundo... ¡Dios me
libre! Rómulo:
(que ha
seguido pasando el brazo por la puerta y ha comenzado a gustarle la idea
de ser un finado)
Pare, pare un poco. Si yo soy un finado ¿cómo es posible que usted no se
haya dado cuenta? A no ser que ambos... Cristina:-
¿Qué
está queriendo insinuar? (se
escuchan unos golpes como de demolición. Rómulo se asoma por la ventana) Rómulo:-
¡ Están
tirando abajo el hotel! ¡Van a demolerlo con nosotros dentro! Con razón
no había nadie en el lugar. ¡Nos han dejado solos y encerrados! Tenemos
que evitarlo. ¡Esperen! ¡Estamos aquí, quedamos nosotros! ¡Ey! (Gritan
pidiendo auxilio, llamando la atención, hasta que se cansan) Ya
ve. Tampoco la han visto a usted. Por algo será,¿no le parece? Cristina:-
Desde
hoy que está intentando hacerme creer que soy un espíritu yo también.¡Qué
loco! Me hace acordar a esas enfermeras que entraron a mi cuarto la otra
mañana y se pusieron a gritar como locas que yo había muerto. Ellas
parecían más locas que yo. Mire que me maté haciéndoles todo tipo de
gestos y gritándoles como una condenada para que me escucharan, pero las
mujeres esas estarían drogadas o dormidas, o sordas... Qué sé yo! Por
que lo único que decían era “Pobrecita, se la llevó la tristeza”. Y
yo ahí, agitándome al lado de ellas como un chimpancé... No me gustó
que me dejaran desnuda en la camilla de la morgue, ni lo que el degenerado
ese del cuidador quiso hacerme después. Menos mal que llegó el forense
y... ( se toma
la cara entre las manos. Se percata de su nuevo estado.)
Entonces... tiene usted razón. Yo también estoy muerta. (Se
abandona en la silla. Los dos hacen silencio unos segundos, como lamentándose
de la situación) Y
encima, van a demoler nuestro único hogar. Esto es el fin. Ya no
hay nada que hacer.¡Estamos muertos! Rómulo:-
espere, y no desespere. Ya se nos ocurrirá algo. (Vuelve
a mirar por la ventana)
Un momento, ¿Qué me dijo de la voz y los naranjos que florecerían en
invierno? Cristina:-¿Qué?
Rómulo:-
Venga,
asómese un segundo. ¿Acaso no están reventando de azahares
los naranjos del jardín? Cristina:
No
se burle de mí, Rómulo el apellido no importa. No haga bromas con eso.¡Mire
que van a tener azahares los naranjos, con el frío tremendo que está
haciendo! Han de ser copos de nieve. Rómulo:-
No,
no. Venga y compruébelo usted misma. Cristina:
Le he dicho que he pasado tanto tiempo mirando por esa ventana. Esperando
ver florecer a los naranjos, y si lo han hecho, no le quepa duda alguna
que lo han hecho y a su tiempo, en octubre, como corresponde. Y he visto
transformarse los azahares en naranjas y a las naranjas caerse sobre el
pasto, y pudrirse en ellos. Al jardinero recoger las cáscaras y a los pájaros
comerse las semillas. Pero nunca he visto que florezcan en invierno. Como
nunca veré a mis hijas caminar por esa senda. Rómulo:-
Entonces
dígame que hacen esos dos angelitos de trenzas de chocolate corriendo por
el empedrado de la acera y meneando sus manecitas blancas, tratando de
llamar nuestra atención. Cristina:
¡Cállese,
le dije, hombre, no me torture con sus delirios.! ¡Loco, enfermo.! ¿
Ni muerto deja de desvariar? Rómulo:-
¿Por
qué no me hace caso y se acerca
a la ventana? ¿Cómo puede pensar que después de lo que hemos
compartido, yo sería capaz de tamaña felonía? Venga y cerciórese usted
misma, yo no intentaré convencerla. Esas niñas no dejan de saltar y
llamarla , ¿no escucha sus
dulces vocecitas diciéndole “mami, mami aquí estamos, hemos venido por
ti”? (Cristina
se acerca a la ventana y se estremece al comprobar que
verdaderamente son sus hijas y han venido por ella) Cristina:
Son ellas, sí son ellas, han venido por mí, y ¿qué dicen mis amores?
¿Han perdonado a su madre? Míreles Rómulo que sonrisa tan bella, sin
con ella dicen todo. ¡Me han perdonado! ¡Me han perdonado y ahora soy
libre de esta torre de marfil que me había aprisionado
por tanto tiempo! ¿Lo entiende, Rómulo? ¡Soy libre, soy libre al
fin! ¡Sí, ya voy, ya voy, ya nada puede detenerme, ni siquiera estos
barrotes que no existen! (
Arranca las
tiras de papel en forma de barrotes, deja la ventana sin ellos. Abraza a Rómulo
y le da las gracias) gracias,
gracias. (La
puerta se abre sola, sin esfuerzo alguno, ella se vuelve y mirando a Rómulo
le dice:) Cristina:-
¿
Y usted, qué hará ahora que es libre? Rómulo:-
Libre...tiene
razón. Ni siquiera tengo que cargar con el oloroso cuerpo de vagabundo
que me había aprisionado por tantos años, ¿verdad? Puedo ser quien
siempre quise ser. .. Es como si la vida, o mejor dicho, la muerte, me
diera una segunda oportunidad... ¿No es maravilloso? El niño que
quisieron ahogar en la letrina, ha llegado a ser este hombre imaginario
que al traspasar esa puerta que lo detenía, cumplirá sus sueños de
aventura. Por primera vez. Cristina
: -
Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad, ¿recuerda? Somos libres
Rómulo, y ya no estamos locos, y si lo estamos, ¿qué importa?( ríen)
¡A nadie podemos hacerle daño con un poco de locura! Vivamos o muramos
bien, ¡no sé que digo! Mis nenas me están esperando bajo las ramas
desnudas de hojas del naranjo, que revientan de azahares. Rómulo:
- Vamos,
la acompaño hasta la calle, será un placer caminar unos metros al lado
de esos querubines de trenzas. Después, cada uno ha de seguir su
camino... ¿Me disculpa si le confieso que la envidio un poco? Cristina:
-
¿Me envidia? ¿Por qué, Rómulo? Rómulo:
- No me haga caso, fue un lapsus, vamos, las pequeñitas la están
esperando. Cristina:
- Espere,
¿no me haría un postrer servicio? |
Alicia Cruceira
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