Nada que perder |
Cuando
vio la luz verde del semáforo, pedaleó con fuerza para cruzar la avenida
en medio de los autos y los colectivos. Al llegar a la mitad del cruce de
las calles, una camioneta que esperaba el paso para su mano aceleró de
golpe y la embistió con violencia. La mujer de la bicicleta amarilla salió
volando por el impacto y aterrizó metros más allá. Cayó sobre el
asfalto ante la mirada atónita de los transeúntes y de los choferes de
los otros vehículos que maniobraron para no ser embestidos también por
el alocado conductor de la camioneta asesina, quien inmediatamente se dio
a la fuga. Sintió
como la sangre le fluía copiosa y cálidamente por las mejillas. Tenía
un brazo doblado de una extraña forma y el dolor le cegaba la visión. No
podía mover las piernas y ninguna orden que le daba a su cerebro le era
obedecida por este. La vida se le pasó por la mente como una película en
blanco y negro, de atrás para adelante y lo último que grabaron de ese
instante sus ojos amoratados fue la imagen de la gente amontonándose a su
alrededor gritando “la mató”. Cuando
su hijo se fue a vivir con el padre a Canadá, supo que se había quedado
indefectiblemente sola. Pero no se lamentó por esta situación. Se trazó
un plan de vida y se esmeró en seguirlo al pie de la letra. Hacía varios
años no ejercía la docencia, así que se animó y se fue a la Secretaría
de inspección una mañana a buscar trabajo como maestra de escuela. No
tenía mucho puntaje porque había salido del sistema por muchos años,
como le habían explicado, así que no estaba en condiciones de pretender
trabajar en una escuela del centro o con una buena ubicación. Cuando
hubieron pasado los pedidos más aventajados, quedaron los de las escuelas
que nadie quería por lo lejanas o por lo peligrosos de sus alumnos. Como
ella ya no tenía nada que perder cuando le llegó el turno de elegir,
eligió lo que quedaba. Una escuela periférica de muy mala reputación.
Tomó el cargo por dos semanas, pero pronto comprobó que la suplencia se
le extendería por todo el año. Apenas
comenzaba el mes de mayo y el invierno se estaba haciendo notar. Si bien
faltaba casi un mes para su llegada, el frío había montado campamento en
ese lugar. El barrio era un complejo de viviendas con más de mil familias
habitándolo. La mayoría con cinco o seis hijos como promedio lo que daba
una matrícula amplia a la escuela primaria. Le
tocó sexto año. Veintiocho chicos y chicas entre 12 y 14 años. Muchos
repitentes, otros escolarizados tardíos. Tenían
un vocabulario desastroso y eran sumamente violentos entre sí y con los
docentes se mostraban irrespetuosos e insolentes. Algunos
consumían drogas, alcohol, o traficaban . Las jovencitas en su mayoría
ya tenían amplios conocimientos de la vida y del sexo y una
había perdido un embarazo semanas antes. Mercedes
los miró con asombro cuando le dijeron
que la harían llorar y huir antes de la semana de estar allí. La
primera hora de clase fue
caótica , nadie prestaba atención se insultaban y se agredían
todo el tiempo. Al fin del día
Mercedes se preguntaba si valía la pena seguir en un lugar en
donde no era respetada. Llegó
a su casa y se refugió en una taza de café y una galletitas. Encendió
el televisor y miró un rato las noticias. Después se dio un baño y fue
allí donde tomó la decisión. Se miró su torso mutilado y pensó que
podía ser peor que la sentencia silenciosa de muerte que pesaba sobre
ella. Una bomba de
tiempo que podría hacer explosión en cualquier momento y sin aviso
previo. Sí,
¿qué podría ser peor? Y si lograba domar a esas fierecillas indomables?
Y si al menos lograse que uno, uno solo de ellos se transformase en una
persona de bien? No
soy Dios, se dijo. NO voy a poder. Mañana renuncio, sentenció para sí
misma. Al
día siguiente fue en su bicicleta amarilla como siempre, y trató de dar
su clase. Iba a hablar con la directora, pero había presentado licencia
por el resto de la semana. Así que decidió esperar hasta el fin de
semana y tomarse con soda el mal comportamiento de sus discípulos. Mañana
renuncio, se dijo. Pero llegó al viernes. Necesitaba
el dinero. Las drogas para el cáncer se le hacían costosas y no siempre
la obra social se las reconocía a tiempo. Había ganado una semana de
sueldo, pero no le alcanzaba. Decidió renunciar a la semana siguiente, si
los chicos no cedían en su actitud agresiva. Pero
las cosas fueron cambiando de a poco y la firmeza y el cariño que
Mercedes les brindaba rompieron varias fortalezas y se ganó más de uno
en la clase. Los
días y las semanas fueron pasando y ella se decía: ”si la cosa se pone
fea, mañana renuncio”. Pero lejos de renunciar se comprometía más y más
con los chicos, con las familias con el barrio. Se puso en pie de guerra
con los traficantes y los vendedores de alcohol a menores, con los que
buscaban a las pibitas para prostituírlas o para usarlas en pornografía
infantil En
el transcurso del tiempo conoció a un hombre del que se hizo amiga y que
la ayudó en su lucha contra la perversión en ese barrio. Un
día , uno hombres se le presentaron a la salida del colegio. Manejaban
una camioneta cuatro por cuatro muy costosa y la apariencia de estos era
muy fea y agresiva. La amenazaron si seguía metiéndose en los negocios
del “jefe” del Barrio, un tal Guevara, conocido delincuente que extrañamente
la policía nunca metía preso. Mercedes
no le hacía caso a las amenazas, más cuando veía que los chicos iban
tomando por el camino de la vida limpios de la basura de lo peor de la
sociedad. Y cuando temía por su vida, se mira el pecho mutilado y sonreía.
¿Qué más puedo perder? Si no tengo nada que perder... Sabía
que tenía los días contados. Si no la ,mataba el cáncer lo harían los
mafiosos del barrio. De las dos muertes, la dignificaba más la segunda,
ya que si moría lo hacía por una causa justa. De la otra forma, se
consumiría como un vegetal y terminaría perdiendo hasta su dignidad de
ser humano. Siguió adelante con sus denuncias. Hasta en los medios salió
con sus acusaciones y muchos fueron involucrados, desde malvivientes hasta
políticos y funcionarios de la seguridad. Una
tarde los hombres de la camioneta volvieron y le arrojaron a sus pies el
cadaver de una gata recién parida con sus gatitos muertos también. Era
una clara advertencia de que a ella y sus alumnos les harían algún daño. Su
amigo la conectó con gente honesta dentro de las fuerzas de seguridad del
estado y logró protección para sus chicos y la escuela. Parecía
que todo había terminado. Diciembre llegaba reventando de calor por todas
partes. Los chicos habían preparado una hermosa fiesta de despedida del año
y también de su maestra que tal vez no lograra proseguir con la suplencia
el año siguiente. La habían entrado a querer mucho a su Seño Mecha,
como le decían cariñosamente. Muchas madres le habían hecho humildes
presentes para demostrarle su gratitud y afecto. Su amigo la colmaba de
elogios pero le advertía del peligro que correría si se quedaba
en el lugar. Pero ella le contestaba sonriendo, “Yo no tengo nada que
perder y si la cosa se pone fea, mañana renuncio” Muchos
delincuentes habían sido procesados y Guevara había tenido que huir del
lugar ya que los que lo protegían habían ido a para a la cárcel también.
Pero alguien le había jurado a la maestra que no se la iba a llevar de
arriba y la esperó cuando salió de la escuela en su bicicleta amarilla. Cuando
vio la luz verde del semáforo, pedaleó con fuerza para cruzar la avenida
en medio de los autos y los colectivos. Al llegar a la mitad del cruce de
las calles, una camioneta que esperaba el paso para su mano aceleró de
golpe y la embistió con violencia. La mujer de la bicicleta amarilla salió
volando por el impacto y aterrizó metros más allá. Cayó sobre el
asfalto ante la mirada atónita de los transeúntes y de los choferes de
los otros vehículos que maniobraron para no ser embestidos también por
el alocado conductor de la camioneta asesina, quien inmediatamente se dio
a la fuga. Sintió
como la sangre le fluía copiosa y cálidamente por las mejillas. Tenía
un brazo doblado de una extraña forma y el dolor le cegaba la visión. No
podía mover las piernas y ninguna orden que le daba a su cerebro le era
obedecida por este. La vida se le pasó por la mente como una película en
blanco y negro, de atrás para adelante y lo último que grabaron de ese
instante sus ojos amoratados fue la imagen de la gente amontonándose a su
alrededor gritando “la mató”. La
cargaron en la ambulancia y la llevaron de inmediato al hospital de la
zona. Una
semana después la velaban a cajón cerrado en
el salón de actos de la escuela. Un cortejo inmenso de alumnos y
padres y vecinos del barrio la despidieron para siempre en el cementerio y
le prometieron a viva voz que su muerte no habría sido en vano, que
lucharían a brazo partido contra la violencia y los corruptos que
buscaban corromper a sus hijos, la única riqueza que esa pobre gente poseía. La
policía descubrió a los asesinos y fueron procesados por un juez
inflexible. Un
año después, una mujer sentada en un sillón, observaba un periódico
escrito en español, de una capital latinoamericana. Se recuperaba
de una delicada operación
en la que se le había extraído el tumor maligno que la asolaba en
su totalidad y esperaba una franca recuperación. Extrañaba
los días en que peleaba contra los narcos y los delincuentes que querían
destruir la vida de esos chicos que no tendrían ningún futuro si alguien
como ella, dispuesta a perderlo todo , no les mostraba lo contrario. Sonrió,
de no haber sido por su amigo de la Inteligencia que buscaba a esos
delincuentes que ella desenmascaró mientras estuvo como docente en la
escuela, y que la había hecho pasar por muerta para que no volvieran a
terminar con lo que no les había resultado bien, ella no estaría tomando
sol en la casa de su ex esposo en Canadá, y recuperándose de su
enfermedad. Mercedes
le dio gracias a la vida, porque ella que esperaba perderla de una manera
o de otra había recibido el don más preciado por haberse entregado a la
ayuda de los que nada tenían. Ella que pensaba que nada tenía que perder
hoy lo tenía todo. Miró
el cielo azul y extrañó el otro cielo, el cielo de la villa. Pero estaba
en paz, porque otros habían tomado la posta que les había dejado, y no
se dejarían humillar nunca más. Rogó que así fuera y disfrutó del merecido descanso que se había ganado. |
Alicia Cruceira
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