Las cuatro calles del
Palacio Púrpura |
En
un lejano y desconocido lugar de Oriente, hace muchísimos años, vivía
un emperador llamado Yen Li, quien era conocido por poseer tremenda
sabiduría y conocimiento, pero por sobre todas las cosas por haber hecho
construir un extraño y maravilloso palacio de cristal. Lo
había erigido sobre una colina de verdes praderas a su alrededor,
encubiertas por un cordón montañoso de picos altos y escarpados y
profundos abismos insondables para el ojo humano. Se
decía que el palacio de cristal, tal y como lo llamaban los pobladores
de las regiones cercanas y el poblado bajo su imperio, tenía la
particularidad de rotar para
que siempre su sala principal, en donde el Emperador y su familia pasaban
la mayor parte del día, pudieran tener contacto con el sol, sobre todo en
los duros inviernos de esa lejana región. De
las puertas principales del palacio podían observarse los majestuosos
jardines para los que Yen Li había contratado casi un ejército de
jardineros y doctores sabios en plantas y flores. Cultivaban las más
comunes y las más exóticas traídas de los puntos más lejanos de la
Tierra. Todas las flores conocidas y hasta desconocidas para el resto de
los mortales porque los hombres del Emperador hacían todo tipo de
injertos y mezclas para encontrar cada vez flores más bellas, raras y de
perfume sofisticado y atrayente. Habían
sobre todo lotos majestuosos en
medio de lagos construidos especialmente sobre rocas de amatista y lapizlázuli,
cuarzos de diferentes colores y gemas de todas clases y en sus aguas,
acariciando las bellísimas flores de Loto, peces de colores de todos los
tamaños y especies posibles danzaban su danza etérea para beneplácito
de quienes se acercaran a observar tamaña belleza y buen gusto. En medio
del lago, se erigía imponente una fuente también de cristal de Bacarat
que representaba cuatro dioses ancestrales que apuntaban cada uno hacia un
punto cardinal distinto. Y si se trazaba una línea imaginaria desde sus
dedos hacia la ribera del lago, podía divisarse que partía en línea
recta una calle que llevaba hacia el lugar que el dedo indicase. Por
eso habían cuatro calles principales en
los jardines imperiales, una senda que iba hacia el Norte, otra
hacia el sur, otra hacia el este y una última hacia el oeste. Cada
senda estaba construida de un mármol especial y de un color diferente.
Uno dorado, uno blanco, uno rojo borgoña y uno negro. Al
llegar a los amplios pórticos de entrada, se cortaban en un foso lleno de
caimanes y otros reptiles que imponían respeto y terror a la vez al
visitante que no era bien recibido por el emperador. Pero
yen Li se caracterizaba por su amabilidad
y buen humor, su profundo amor por la familia y sobre todo por Ian
Zen, su bella esposa quien le había dado
sus tres hijos favoritos: Chen Li, Ho Pein, y la pequeña
princesita Lam Guam. Por
los jardines se paseaban libremente tigres blancos y dorados, con su ágil
y estilizado andar, ciervos, pavos reales, cisnes, patos, y un sin fin de
animales y aves exóticas que adornaban y daban misterio y extraordinario
encanto al lugar y lo extraño, o tal vez no tanto, ya que Yen Li había
contratado domesticadores de animales de la India y Pakistán, era que aún
los depredadores no atacaban a los más indefensos, todos podían vivir en
armonía y extrema paz. Yen
Li, tenía tal vez un defecto, protegía en demasía a sus tres hijos y
los tenía sin que nada en absoluto les faltase dentro de los límites del
vasto predio del palacio. “¿Para qué enviarlos al mundo exterior?”,
se decía. “Aquí tienen todo lo que necesitan”; lo cual era cierto.
Maestros de toda clase, en idiomas, en literatura, en las artes de la
guerra y la diplomacia para vivir en paz, médicos, consejeros y un enorme
ejército de hombres preparadísimos a pelear hasta la muerte para
defender a su señor. Un
buen día el mayor de sus hijos Chen Li, enfermó gravemente de una extraña
dolencia que ninguno de los muchos médicos del palacio podía
identificar, a pesar de que pasaban largas horas estudiando los antiguos
manuscritos de medicina y artes mágicas. El
joven príncipe, quien había cumplido 16 años, había decaído en su espíritu
y se sentía en extremo agobiado y deprimido, sin fuerzas para levantarse
de la cama, triste y sin ganas de vivir. Desesperado
el Emperador, decidió seguir el consejo de su esposa la bella
Ian Zen y ordenó que trajesen al Palacio a la anciana
que lo había criado y
que siempre lo aconsejaba en los momentos de dificultad. (Se
decía que Chuan Kan, había sido una de las fieles concubinas de aquel
famoso emperador que había querido capturar un ruiseñor en una jaula de
oro) Apenas
llegar la delicada anciana, saludó como corresponde a las costumbres
orientales a su Emperador y se dirigió a los aposentos del príncipe. Sólo
verlo y descubrir su mal fue uno solo. Chuan le preguntó a Yen Li.”¿Has
hablado con él de sus responsabilidades como príncipe heredero?”, a lo
que el emperador contestó afirmativamente. ”¿Lo
has preparado en todos los estudios de los
asuntos que necesita conocer para defender y administrar tus
dominios el día que le traspases tu cetro?”, nuevamente Yen Li, asintió
con su cabeza. Una
tercera pregunta dejó atónito al emperador:”¿Acaso te has dado cuenta
de que tu hijo tiene tan solo 16 años, y que tu padre te confirió las
responsabilidades siendo algo mayor y después de que habías salido a
transitar las veredas de cada pueblo de oriente y de occidente?” “¿Para
qué habría de sacar a Chen al mundo exterior con todas sus miserias,
hambres, guerras, odios y dificultades, si él reinará en este dominio en
donde la paz ha sido protagonista durante siglos y jamás nadie se ha
atrevido a irrumpir por la fuerza ni siquiera estamos inscriptos en un
mapa y nadie puede desear lo que no conoce?” “No”, afirmó categóricamente,
“no haré que mi hijo conozca el dolor y la locura de este mundo que ha
perdido el rumbo y el sentido de lo que corresponde, no voy a
exponerlo a los peligros de la vida innecesariamente y no haré que sus días
se acorten viendo la desgracia de los demás”, a lo que la anciana
contestó con un gesto de su cabeza que indicaba cuánto lamentaba la
respuesta de quien había sido casi
su propio hijo. “Déjame
entrar en contacto con mis ancestros y averiguaré el remedio para el
joven príncipe, mientras tanto comienza a pensar en la idea de que algún
día deberás dejarlo tomar sus propias decisiones y así llegar a ser un
verdadero hombre”, dicho esto ,Chuan salió de los aposentos. A
la mañana siguiente, la anciana se presentó ante Yen Li y le trajo una lámina
antiquísima en donde aparecía una flor de loto de extraño color azul,
casi turquesa. “¿Y
esto?-preguntó Yen Li -“Es
la cura para el joven Chen. Será necesario que organices un pequeño ejército,
no muy grande apenas una compañía que lo proteja en determinadas
circunstancias, no más de 5 o 6 hombres adiestrados en las artes de la
guerra, de la paz, el amor y las buenas costumbres. Ellos lo acompañarán
en su búsqueda del loto azul, el que se encuentra en el bello jardín
de un extraño palacio de color púrpura, que sólo puede verse en los
atardeceres o al comienzo del día, luego se hace invisible al ojo humano.
Al hallarlo le devolverá la salud al príncipe, y otra cosa, sólo puede
escoger una de las cuatro calles de este palacio
para emprender su viaje y no debería retornar hasta no haber encontrado
la flor y el palacio de color púrpura” -Es
una locura, respondió el emperador -Entonces
tu hijo no habrá de heredar tu trono, respondió categóricamente Chuan- -¿Por
qué?- preguntó exaltado el emperador -Porque
morirá antes de cumplir con todas tus exigencias.- -Ire
yo también, dijo el emperador -¿Y
llevarás a toda tu familia y hasta el palacio contigo, los arrastrarás a
cumplir un destino que no les pertenece. No, es Chen quien debe ir y solo. Dicho
esto la anciana partió acompañada de su séquito hacia sus habitaciones. Yen
Li caminaba de un lado a otro de la sala sin poder decidirse por la solución
de Chuan, pero amaba a su hijo y no deseaba que muriese, pero tampoco quería
exponerlo a los peligros del mundo exterior. ¡Si hasta había construido
el palacio de cristal para protegerlos! Había traído a sus dominios las
bellezas de este mundo , del reino animal, y vegetal, tenía las mujeres más
bellas y especialmente educadas y criadas para desposar a sus hijos
varones sin necesidad de que tuviesen que salir a buscar afuera del
palacio. Incluso ya tenía destinado un consorte para la pequeña Lam
Guam, quien la desposaría apenas tuviese edad de contraer
nupcias… No
pudo dormir esa noche. El recuerdo de las palabras de Chuan lo habían
dejado sin fuerzas. Debía dejar salir a su hijo puertas afuera del
palacio. Él sólo debía elegir una de las cuatro sendas, la blanca, la
borgoña, la dorada o la negra. ¿Norte, sur, este u oeste? ¿En qué
camino encontraría el loto turquesa de su salvación? A
la mañana siguiente, fue a la habitación del príncipe, apartó el séquito
de médicos y sirvientes que lo cuidaban y junto a su madre le comunicó
la noticia de que para su curación debía salir al mundo a buscar una
extraña flor de loto azul , que se encontraba en los predios de un
excepcional palacio de color púrpura , y
que sería acompañado tan solo por media docena de sabios y
valientes maestros y custodios de su real majestad . El
emperador esperaba una expresión de mayor angustia aún en la cara del príncipe,
pero pareció que un espíritu de profunda paz y alegría habían entrado
en él, porque saltó de la cama de inmediato y dijo- ¿Cuándo partimos? En
una especie de ritual, el emperador pidio a los ancestros que protegieran
al joven y acto seguido le hizo escoger una senda. De inmediato se inclinó
por la dorada, la que lo llevaba al sur de los dominios del emperador y
allí comenzó su viaje. Pasaron
los días y las semanas, los meses y los años. Cada 15 días una carta
del joven era traída a sus padres en donde les contaba de las
maravillosas aventuras que vivía y de la estupenda gente que conocía a
su paso, pero ni una palabra de hallar la flor de loto azul o el extraño
palacio, al menos no estaba en la senda que había escogido. Pasaron
5 años y el príncipe aún andaba en su búsqueda. Había recorrido los
cuatro puntos cardinales y nada había encontrado. Pero su mente se había
expandido y había hecho amigos por todas partes, se había enamorado y le
habían roto el corazón al igual que él había roto el de alguna joven
al partir del lugar, había crecido tanto espiritual, como emocionalmente,
y ni hablar de la gran mejoría de su salud y del bello aspecto varonil
que había adoptado con el correr de los años. Lo
único que lo entristecía era el no haber hallado la maravillosa flor de
loto, pero casi ya no le importaba pues su salud había mejorado
notablemente y no quedaban ni rastros del jovencito depresivo, imberbe y
flacucho de los tiempos pasados. Un
buen día, a través del correo imperial, y cuando casi su viaje había
acabado, pues ya volvían a palacio por el norte, después de haber salido
por el sur y recorrido el ancho del mudo de este a oeste, su padre lo mandó
a llamar porque ya era tiempo de presentarlo como el heredero y realizar la ceremonia del
traspaso simbólico del cetro real. Chen
y su séquito volvían por la senda del norte cuando metros antes de
entrar a los dominios del emperador se encontró con la anciana Chuan. -¿Has
encontrado lo que saliste a buscar?- preguntó la vieja nodriza y
consejera? -
Lamentablemente no, -contestó Chen.- Pero sí he recorrido el mundo, he
conocido gente maravillosa y otra realmente despreciable, he sufrido y he
amado, he llorado por la desgracia ajena y he tratado de ayudar a quien he
podido, he comprado y he vendido y traigo mis alforjas llenas de toda
clase de recuerdos para entregarles a los míos, he aprendido nuevas
lenguas, he conocido lugares exuberantes y distinguidos, y otros paupérrimos
y descorazonadores, pero de todo eso he salido fortalecido y siento que
estoy preparado para hacerme cargo de las responsabilidades que mi padre
me he impuesto desde niño y que yo creía que jamás podría llevar a
cabo. Es que ¿sabes, Chuan? Siempre pensé que el rigor con que dichas
responsabilidades me eran transmitidas se debían a mi falta de comprensión,
aptitud, capacidad, y también a que mi padre no tenía ninguna confianza
en mí, pero ahora, he descubierto en estos años cuánto me aman mis
progenitores. He visto y comprobado por cada una de sus cartas en qué
medida me han extrañado y cuanto me han protegido con sus rezos a los
ancestros y sobre todo, al dejarme partir solo, cuanta confianza depositó
mi padre en mí. Ahora estoy seguro de que no lo defraudaré ni a él, ni
a mi pueblo -Entonces-
dijo la anciana- has encontrado el loto azul. -No,
te he dicho que lamentablemente no lo he hallado… -¿No?-
dijo misteriosamente mientras el sol se ponía sobre el horizonte- Levanta
tus ojos y observa el palacio de tu padre, el que pronto será tuyo
y dime que ves Chen
hizo lo que la anciana decía y para su sorpresa observó que el atardecer
teñía de color púrpura las paredes de cristal de su hogar. Cuando volvió
a mirar a la anciana esta caminaba cansinamente hacia sus aposentos, que
estaban fuera de los dominios del palacio, Chen
corrió hasta la puerta principal y allí sus padres y hermanos lo
esperaban para abrazarlo y saludarlo emocionado después de tantos años
de largo viaje, Chen lloraba de emoción, su viaje, que tanta experiencia
de vida le había provisto había
sido solo una excusa de la sabia maestra Chuan , para que el joven príncipe
saliera a la vida de este mundo, el palacio púrpura y sus cuatro
misteriosas calles siempre habían estado allí, sólo que había que
salir de él y desde lejos poder observarlo y descubrir su coloración
misteriosa. Debajo
de la ventana del cuarto de Chen, tal y como pudo divisarlo después de un
rato de haber arribado a casa y ni siquiera de haber repartido sus regalos
y recuerdos de viaje, el príncipe heredero pudo descubrir una extraña
flor de loto azul, que siempre había sido su flor protectora, y a la cual
él jamás le había prestado atención entre tantas flores que su padre
había mandado a plantar en su palacio. Maduro
y fortalecido por su viaje de búsqueda, Chen Li, pudo tomar las
responsabilidades de su imperio, sin miedos ni dudas. Las
cuatro calles del palacio púrpura siempre lo llevarían a cumplir su
destino. Las
aventuras que Chen Li, vivió en esos años…son motivo de otra historia. |
Alicia Cruceira
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