Laberinto |
A
veces sueño que corro. Pero
corro de una manera rara. Parece que floto en el aire y doy pasos largos,
largos, largos. Lo
más extraño es que no me canso, no me agito, no me salta el corazón por
la boca. Puedo
correr y correr por horas, largos tramos de carretera. Y, ¿sabe doctor?
Me da la sensación de que estoy muy cerca del suelo y puedo ver en
detalle la rugosidad del asfalto. Me gusta soñar que corro, generalmente
hacia ninguna parte. Ojalá
usted pudiera darme la interpretación de ese sueño. Tal vez encontráramos
la llave que abra mi mente confundida y en tinieblas. Otras
veces sueños que robo zapatos de las tiendas. Me los pruebo y salgo con
ellos, porque estaba descalza. ¡Y nadie sale a perseguirme o castigarme!
¡Robar zapatos! ¿Qué cosa no, doctor? Y
aún no le he contado lo más llamativo de mis sueños. Veo la vieja
puerta de la casa de mi abuela, al final del zaguán, con su doble cancel
y los postigos de vidrio esmerilado. Y camino lentamente por el pasillo,
directo al buzón que hay debajo del postigo y con ansia feroz abro la
portezuela porque siento que estoy esperando una carta que no llega. Nunca
está lo que espero encontrar y el buzón está lleno de cosas viejas,
boletas de impuestos, lanas enredadas, trapos rotos y un sinnúmero de
cosas que no deberían estar en un buzón. ¡Qué
incoherencia! ¿Verdad doctor? Pero ¡qué pretendo de los sueños! Además,
la puerta de la abuela, no tenía buzón. ¡Ay,
doctor! ¡Si usted pudiera descifrar los jeroglíficos que hay en mi
mente! ¡Si pudiese ayudarme a encontrar la salida a este laberinto que me atrapa
desde...! ¿Cuánto tiempo llevo así? Ya no puedo recordarlo. Me parece
que fue ayer, que entré en la casa aquella noche y los vi juntos, burlándose
de mí. Riéndose de mi tonta ingenuidad, de mi confianza, de mi amor y
mis anhelos. Riéndose,
riéndose, riéndose. ¿Por qué no puedo sacarme
de la mente aquélla risa? ¡Por qué, doctor? ¿Por qué vuelve a
mis manos el reflejo involuntario de tomar
el revólver y apretar el gatillo una y otra vez? ¿Por qué,
doctor, me quedé sin embargo, estática y fría mientras los veía
derramar nafta por la sala y encendían fuego para quemar mis recuerdos y
mi vida entera? ¿Por
qué , doctor, cuando vi a
mis hijos muertos, sobre la
alfombra bañada en sangre, no pude reaccionar? Ellos
se reían, se reían, se reían. ¿Estaban acaso, bajo el influjo del
alcohol, de las drogas o el demonio? ¿Por
qué la muchacha que cuidaba a mis hijos y el hombre que me había sacado
de la soledad, se reían y se
burlaban de mí? ¿Por qué habían asesinado a mis pequeños? ¿Por
qué me vuelvo loca cada día? ¿Por qué aparecí
fuera de la casa en llamas? ¿Por qué la policía creyó que yo
había sido la culpable de tamaña aberración? ¿Por qué no atraparon y
condenaron a los verdaderos asesinos? ¡Me
siento tan impotente a veces! ¡Si al menos me dedicara usted,
más de cinco minutos cada día que pasa por la sala!
¡ Si no se detuviera sólo a mirar mi planilla y preguntarle a la
enfermera si me han dado los electrochoques y la doble dosis de Diazepan! ¡Ojalá
pudiera lograr que mi cerebro le diera las órdenes exactas a mi cuerpo, y
pudiera mover los ojos y los labios! Si lograra articular palabra o al
menos un mero movimiento que les hiciese saber que aún estoy viva. Pero,
yo entiendo doctor, soy sólo un ente babeante sentado en un viejo sillón
de ruedas. Un ente sin dignidad, que parece haber perdido su condición de
ser humano. Casi un vegetal rastrero. Yo
no pude defenderme, no pude decirles que la sangre que había en mis
vestidos era por haber abrazado los cuerpos sin vida de mis hijos; que tomé
con mis manos el puñal para matarme, pero las llamas me lo impidieron y,
que los malditos asesinos que reían y reían, se escaparon por la puerta
del jardín con el dinero de la venta de los campos de mi madre. ¡Y yo no
pude hacerles nada! Me quedé estúpida, doctor. Usted
ya ni me mira. Bueno, a veces cuando viene con los
estudiantes residentes y les comenta el caso de “la asesina del
puñal”. En
fin, así es mi vida, o lo que queda
de ella en mi propio infierno... ¿Sabe, doctor? A veces sueños que corro. Pero corro de una manera rara. Parece que floto en el aire y doy pasos largos, largos, largos... |
Alicia Cruceira
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