El anillo perdido |
|
Al llegar a su casa, aquella fría noche de junio, notó que la puerta de calle estaba entreabierta, la empujó y la cerró tras de él. Caminó por el pasillo hacia su departamento y vio algo brilloso en el piso. Un anillo de bodas yacía en el mismo, lo levantó, lo examinó dándolo vueltas y lo guardó en el bolsillo derecho del pantalón de traje gris que vestía. Entró a su departamento, el número siete. Atravesó el living, dejando caer el sobretodo en el sillón, subió la escalera y entró al cuarto, donde hacia ya unas horas dormía su mujer. Se sentó en la cama, del lado derecho de la misma, se deshizo del saco gris y de la camisa, se sacó los pantalones al mismo tiempo que los zapatos, tomó el anillo y lo sujetó con su mano cerrada. Ya estaba listo para dormir, se acostó. Luego de echarle una mirada al techo, tomó la mano izquierda de su mujer y le coloco el anillo repitiendo las palabras “si acepto”. A la mañana siguiente ella no estaba, como todas las mañanas desde aquella fatídica madrugada que volvía de la despedida de soltero de un amigo. Por culpa de la pérdida de su anillo de boda, anillo que justo se vino a escapar la noche menos indicada ¿culpable?, no. Inocente, el anillo solo se cayó en algún lugar, claro que como le iba a explicar a su esposa que no había hecho nada fuera de lo normal. Digamos fidelidad. Él, como todas las mañanas, se colocó el traje y salió rumbo a su oficina. Luego del trabajo, pasaba por el restaurante, repitiendo el recorrido de esa noche, donde habían ido a comer y le preguntaba al cajero por su anillo y nada, el cajero contestaba -No. Luego, iba uno por uno, preguntando a los mozos, y todos respondían lo mismo, no. Luego retomaba la esperanza antes de entrar al club de la calle Córdoba, e iba una por una preguntado a las señoritas por su anillo, pero todas respondían, por turno, no. Claro que siempre había alguna que prometía información a cambio de unos besos, los cuales eran negados de llano. Luego pasaba por la comisaría, adonde habían ido todos a parar esa noche, luego de la pelea que se armó en el club por culpa de unos borrachos de más. La misma pregunta con la misma respuesta, no. Luego le aconsejaban que hiciera la denuncia por la pérdida del anillo. Por supuesto que no la hacía. Esa noche optó por ir a su casa, antes de terminar el circuito de aquella noche, obviando la visita a la farmacia y el paso por el mercado de flores. Al llegar a su casa, abrió la puerta de calle, camino por el pasillo hacia su departamento y vio como brillaba nada en el piso. Entró a su departamento, el número 7. Alarmado por unos ruidos en la habitación subió por la escalera que daba a la misma, en eso se oyó caer algo al suelo, y al abrir lentamente la puerta de su habitación vio como un hombre le hacía a su mujer, ustedes entienden, relatar lo que pasaba en esa habitación seria caer en la pornografía, lo cual este investigador rechaza de cuajo, pero ustedes ya se imaginaran. Mientras el bajaba la escalera, aturdido, claro esta, rumbo a la calle, entendió porque su mujer reclamaba tanto el anillo y al pasar por el armario en busca de su revolver, al revisar en el cajón de las balas encontró su anillo, con fecha y nombre, todo concordaba y daba a entender que era su anillo perdido. El entendió enseguida que ella lo había escondido ahí. La cuestión es que el se puso contento de, no de haber encontrado el anillo, sino más bien de terminar la búsqueda que lo tenia perdido, preso en esa pesquisa, que optó por dejar el arma en su lugar. Luego salió a la calle, pateó el anillo de su esposa y se fue en busca de algo que pudiera encontrar. Lo cierto es, Señor juez, que mi cliente no la mató y así que como testigo sensorial del caso, me retiro. Rodrigo Cousillas |
Ir a índice de América |
Ir a índice de Cousillas, Rodrigo |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |