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El único hombre para mí - Título
original: “The only boy for me”. Gran Bretaña, 2006. Dir. Dewi Humphreys. Con Helen Baxendale, Patrick Baladi, Karl Rogers, Jack Shepherd. Dur. 91’ |
Wendy negada a crecer |
De la pluma del escocés James Matthew Barrie, cuando nacimos nos recibió Wendy, aquella chica del grupo de Peter Pan (1904) pero que, contrariamente a los niños negados a crecer en el País del Nunca Jamás, ella sí asumía (y sabía asumir) crecer, al grado de hacer las veces de responsable madre para el resto. Conocemos muchas (y muchos) Wendy, y valen sobre todo quienes como aquella original, han sabido conservar siempre lo mejor del niño que llevamos dentro, para ser mejores adultos; aunque también existe Wendy, que no ha sabido crecer. De la misma cultura británica, más de un siglo después, nos llega El único hombre para mí, filme anunciado en nuestra prensa como comedia, lo que fue el primer choque que le perjudicó, cuando se pudo apreciar como la película de la medianoche del canal Multivisión el sábado 26 de octubre del 2013. En verdad el tema de las clasificaciones de películas merece un análisis en sí, por una insistencia taxonómica para todo lo que nos rodea que es tan infeliz por improvisada, estableciendo vicios que no resisten el menor análisis, detrás de lo cual se esconden las ansias facilistas de llenar el mundo de nichos para quedarnos más “cómodos” y “seguros” cuando la realidad no acepta nichos, y aunque parezca paradoja, es mucho más realmente cómoda y segura. No son las clasificaciones el objetivo de estas cuartillas, aunque no se puede excluir del caso cuando vemos anunciada una comedia y nos preguntamos cuál será el sentido del humor de esa misteriosa persona que así la encasilla, escudada en el anonimato que elude compromiso, para la prensa masiva. El choque es violento y decepcionante, y constituye una de las mediaciones de las que nos hablaban Barbero, Orozco y otros, mediación que confunde al público que aun se guía por el supuesto género que ve anunciado y cuyos amantes de pronto, pierden el credo; mientras a aquellos otros que hubieran preferido el verdadero tono de la película, se les priva de la oportunidad de su necesario disfrute intelectual y personal, indisolubles entre sí.
Sin embargo, motivaciones más propias del filme en cuestión, son las que incentivan estas líneas; dirigido por Dewi Humphreys, y con protagonistas interpretados por Helen Baxendale, Nicolas Paul y Patrick Baladi, narra la vida de una madre soltera con su hijo Charlie que no llega a los diez años y en torno al cual, ha hecho toda su vida… y no sabe crecer. De hecho, diría yo, es la Wendy negada a crecer. Por supuesto, todo amor, y en este caso el amor materno por su vástago, es encomiable y a la postre, lo que nos hace progresar a todos. Hemos repudiado durante siglos aquella Medea que sacrificó a sus hijos por su pasión de hembra; es un extremo antológico para nuestra cultura occidental. Pero cabría preguntarnos si su otro extremo no resulta también lamentable, quizás por aquella sabiduría popular de que todos los extremos confluyen. Desde el propio título, la película es consciente del mensaje que trasmite, y ante el cual quedamos con cierto sabor de incertidumbre. Ella, a pesar de sus condiciones difíciles, con un hijo, sin ser propiamente una belleza ni una joven, de escasos recursos, conoce a Mack, un galán exitoso en el mismo giro profesional al que ella se dedica (alimentos para mascotas) que sin ella pensarlo siquiera (nada más lejos de sus honradas intenciones), no solo la salva a ella de la quiebra, sino a toda la pequeña empresa donde ella trabaja y se entrega además, como el más genuino, amoroso y comprensivo padre del pequeño. No es de extrañar que ella vuelva a sentirse mujer (diríamos más: persona) al reciprocar profunda y sinceramente, el amor de Mack. Sin embargo, una diminuta pero aplastante sombra se cierne sobre tan hermoso y prometedor panorama, amenazando frustrarlo; es la contradicción, el problema para que el nudo argumental se desarrolle y vaya ganando cada vez más, el interés del espectador. Es un peligro tan menor, pero tan poderoso, como Charlie, de quien ella como buena madre, vive pendiente… ¿sería demasiado pendiente, que lo mitifica y deja de comprenderlo? De ser así, ¿no sería dejar de amarlo, si es que amor es comprensión, ante todo? Vale la pena detenernos en uno de esos casos de magistrales actuaciones de infantes, y comprendemos cuánto necesitamos aprender a trabajar artísticamente con ellos, igual que con los animales, igual que con los extras que tanto determinan las ambientaciones, y que tanto se subvaloran. Cualquier niño en escena lo vemos lindo por definición, con el peor paternalismo, pero a muchos directores y su equipo suele faltar el talento docente-artístico para hurgar en ese pequeño su aptitud actoral, que es lo que hace tan memorable a este Charlie, y a otros tantos niños de ambos sexos en la historia de los audiovisuales; sin desdoro ninguno de los restantes actores de la película. Desde el inicio basta el rostro de Charlie para descubrir que desaprueba que su madre tenga otra relación; Mack no pudo tener peor rival… que a la postre, se yergue invencible; sin la ceguera (o excesiva tolerancia) de la madre, ve al niño con el ojo del espectador, pero a la vez con una dosis de comprensión y paciencia y sobre todo, de un amor por ella, que le lleva a hacer concesiones a madre e hijo, a veces hasta la humillación; el niño llega a someterlos a ambos. Resultan vanos los esfuerzos de ella por estimular lo mejor de su crío, demasiado acostumbrado a sus atenciones. Del conejo que en un inicio le regala, no se sabe más; se desdibuja en la trama que se va urdiendo en torno a esta suerte de triángulo amoroso (aunque no sea el más común) entre la pareja y el niño, cuya perversidad e intenciones manipuladoras (desde tan pequeño) son cada vez, más obvias. Ya Mack la encara a ella pues cada vez que se queda en su casa para dormir juntos, el niño pretexta pesadillas para dormir entre ellos; luego le llega a proponer abiertamente a Mack, que si él quiere vivir con ellos, él se irá a dormir con su madre al cuarto y Mack, que aspira a padrastro, se quede a dormir en el cuarto del niño. Por cierto, es una situación difícil, a trabajar con sumo tacto… pero la tolerancia al mal también es maligna. Así por ejemplo, el niño llega a mentir reiteradamente con tal de separarlos y lograr cualquiera de sus caprichos, se hace camorrista en la escuela (que nunca lo había sido) causándole más preocupaciones a una madre angustiada que no sabe qué hacer, y llega hasta a empujar al piso para tumbar a un contrincante en una inocua competencia de caminar con un huevo en una cuchara sin perder el equilibrio; estamos asistiendo al nacimiento de un tramposo (cuando menos), aunque no eran la educación esmerada y honesta que le daba la madre. ¿Hasta dónde llegará? Charlie no parece dispuesto a aceptar que su madre tenga en su vida otro “hombre” que no sea él; degenera una sicopatía, puesto que él no puede sustituir el amor de un amante, igual que ningún amante podría sustituir al amor filial, pero sobre todo, por los recursos sucios que emplea, y lo que es peor: con los que triunfa. Ella parece comprenderlo, y así y todo se somete a su voluntad; lo acepta incluso, en su malignidad, en vez de re-educarla. ¿El amor, sobre todo para esas edades bajo nuestra responsabilidad, no exige re-educar casos así? Claro que no se trata de golpes y castigos; pero, ¿cuál hubiera sido una segunda parte de esa película, 15 años después?
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Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu
En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 29 de noviembre de 2013
Autorizado por el autor, al cual agradecemos.
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