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Una isla nunca aislada
por Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 
 

Que Cuba no es sólo una isla, sino todo un archipiélago, desde los primeros grados escolares es harto conocido… pero poco interiorizado. Es cierto que predomina en todos los sentidos, la gran isla Cuba, con un eje longitudinal de 1,200 Km. y una anchura media de 110 Km., donde ningún lugar dista más de 100 Km. del mar, con un litoral de 3,500 Km. de largo. Pero la República de Cuba no puede obviar los más de 1,600 cayos, islotes e islas adyacentes que rodean sus costas (muchos de ellos de alto valor ecológico y turístico), y mucho menos, por supuesto, la mayor de ellas al sur occidental, la antigua Isla de Pinos, la cual en 1976 se le nombra Municipio Especial y se llama oficialmente, Isla de la Juventud. Sin embargo, la tradición es innegable, y continúan reconociéndose pineros como valor esencial de identidad, con todo el sentido de pertenencia y orgullo que legítimamente, les compete.

Hablamos de una isla de 3,061 Km. cuadrados (de los 114,524 que tiene todo el país), la más trascendente en todos los sentidos no sólo del archipiélago de Los Canarreos en el que descuella, sino de los otros tres archipiélagos en la República: al norte, Los Colorados y Sabana-Camagüey o Jardines del Rey; y al sur igual que Los Canarreos pero más al este, al sur de Camagüey y de Ciego de Ávila, Jardines de la Reina; los cayos cubanos han trascendido para el arte al menos desde el imaginario. La Isla es peculiarmente cosmopolita, lo que se explica por las continuas y diversas oleadas inmigratorias desde los precolombinos nómadas, que han legado desde ella algunos monumentos al patrimonio nacional como la Cueva de Punta del Este en el extremo este y sur de la Isla, entre otros.

El 13 de junio de 1494, durante su segundo viaje a América, el Almirante genovés Cristóbal Colón la divisó y reclamó para la corona española, bautizándola como El Evangelista y creyéndola tierra asiática, se quedó trece días para cazar y observar. Pero los europeos que más identificaron esta isla no fueron los españoles, sino los corsarios ingleses. A finales del siglo XVII la redescubre William Dampier, mientras otros corsarios y piratas holandeses, franceses y portugueses escondían sus botines a lo largo de sus costas.

Cuando los ingleses tomaron La Habana en 1762 se mantenía prácticamente despoblada, aun propiedad de un descendiente de los Rojas, Nicolás Duarte, quien dividió el norte en siete haciendas circulares y las legó con once esclavos a cada uno de sus siete hijos (Rabaza). Dionisio Franco, abandonado allí por sus captores británicos, contó 86 habitantes en 1792.

Particularmente estimulantes resultan los aportes de las más jóvenes generaciones de profesionales pineros, capaces de retroalimentar a los profesores receptivos. Tal es el caso (sin desdoro) de mi tutorada Rabaza Romeu con su obra sistematizada hacia la música, y de Díaz Pérez, “Ñeky”, básicas ambas para estas cuartillas. Según la primera, el asentamiento de Santa Fe (hoy llamado indistintamente La Fe, se presume por prejuicios con las raíces religiosas o simplemente, por decirlo más sencillo; segunda ciudad pinera) ya existía en 1809. La piratería llegó a su fin en la Isla en 1822, cuando entre los rancheros y pescadores dispersos e indefensos, José Rivas (alias “Pepe el Mallorquín”) temerario pirata local, se enfrentó al enemigo hasta morir de bala por los ingleses. A la Isla se le llamó entonces Reina Amalia por la tercera esposa del Rey Fernando VII de España.

En 1830 se funda Nueva Gerona. Lla memoria histórica es fértil y creativa, y tanta historia previa de piratas y corsarios tejía leyendas populares muy diversas; así se cautiva el imaginario dentro y fuera de la Isla: la novela La Isla del Tesoro que inspirara al eminente inglés Robert Louis Stevenson (1850-1894), le hizo extensivo entonces, este como otro de sus topónimos con que se ha conocido; no obstante, el nombre que más ha prevalecido ha sido el de Isla de Pinos, sin dudas por sus palmas y pinares. También se le ha conocido como Isla de las Cotorras, por esta especie tan peculiarmente rica en la Isla.

A las puertas del siglo XX, los extranjeros que dominaban entre los residentes en la Isla eran los llamados “gallegos”. Según el semanario en inglés Isle of Pines Appeal, había otra inmigración a considerar: la de unos dos mil colonos estadounidenses, que erigieron aquí sus propias comunidades como la McKinley, de los cuales, 2,489 eran cubanos; 176 españoles, 438 norteamericanos, 3 chinos, 1 africano y 169 de otras nacionalidades. Mientras tanto la Isla se hacía sentir cada vez más en el resto de Cuba.

Otra etnia de importancia entre los inmigrantes a la Isla son los japoneses. La Habana tenía la mayor cantidad de inmigrantes japoneses (221 para el 22,6 % de japoneses en Cuba). Sin embargo, los más famosos eran los de la Isla. Entre 1925 y 1926 llegó a haber en Cuba una colonia bastante compacta y homogénea de unos 400 japoneses. Tras la I Guerra Mundial, el intenso movimiento migratorio internacional trajo los más diversos inmigrantes. Hablaban su idioma natal, lo que conformaron comunidades lingüísticas. La milenaria cultura hebrea, aunque llegada a la Isla con los primeros españoles (los criptojudíos, aquellos que tuvieron que disfrazarse de cristianos para sobrevivir a la represión cristiana), han conformado también una comunidad en la Isla. Están también los anglocaribeños (en particular los caimaneros); en fin, nuevas identidades comunitarias cubanas que hoy por hoy son las "pineras".

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

Publicado, originalmente, en el Portal Cubarte  http://www.cubarte.cult.cu/ , el 9 de Septiembre de 2009

Link del artículo: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/una-isla-nunca-aislada/8650.html
Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

 

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