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Patrimonio Habanero, uno y diverso en el tiempo: El Habanero hoy
Por el 492 aniversario de la villa de San Cristóbal de La Habana
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 

Palabras del Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez en el patio del Museo Municipal de Playa, calle 13 # 6012 entre 60 y 62 (casa de 1938), municipio Playa. Actividad coordinada por la Lic. Silvia Eloísa Díaz González, Programación del Centro Provincial de Patrimonio La Habana, y presentada por la Lic. Teresita Labarca Delgado, Especialista de dicho Museo Municipal de Playa. Entre las 10 am. Y las 11.30 am., contó con la presencia de la Lic. Hilda María Alonso González, especialista del Instituto de Historia de Cuba; el Círculo de Abuelos “2 de diciembre” encabezado por su presidenta Mirta Macbeth (96 años de edad); profesores y estudiantes de la escuela secundaria básica Manuel Bisbé, familias de la comunidad, personal del Museo y especialistas e interesados del sistema de otros museos y patrimonio de toda la ciudad y sus diversos municipios, y otros invitados, hasta cerca del medio centenar de personas.

 

Patrimonio Habanero: uno y diverso en el tiempo.

Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez.

 

¿Cuál ha sido La Habana en cada momento? De ello deriva, ¿qué es ser habanero hoy? Lo cual es importante, pues se develan así múltiples valores patrimoniales, algunos reconocidos por su alcance universal; otros, regional y provincial; otros, municipal, y muchos más, comunitario. Sólo en la historia se detectan las tradiciones y entre ellas, aquellas de especial significado: el patrimonio; la historia misma constituye valor patrimonial de todo pueblo. Y como ha sido La Habana, una y diversa en el tiempo, ha sido también su patrimonio.

Se dice que a Habaguanex, principal cacique en esta región, se debe su nombre, que según el Dr. Sergio Valdés Bernal, también aporta a la lengua castellana el vocablo “sabana”, para denominar esa pradera tropical con arbustos y árboles dispersos de varios tamaños, como en efecto era, al menos en parte, este entorno ecológico. Como en tantos otros topónimos cubanos, transculturó esta raíz precolombina con la nueva cultura cristiana que occidentalizaba al país, para denominar San Cristóbal de La Habana a la villa que se fundó en la costa sur, entre el sudeste hoy pinareño y el suroeste hoy matancero, tal vez hacia el 25 de julio de 1514 entre las márgenes del río Mayabeque y el actual Batabanó; precisiones que aún se ignoran por perderse los documentos cuando el pirata francés Jacques de Sores, ayudado por un portugués, atacó La Habana ya en la bahía norteña pero heredera de la sureña, el 10 de julio de 1555.

Las condiciones naturales hostiles (cenagoso, referían grandes hormigas y mosquitos, etc.) y el casi inmediato descubrimiento del mundo azteca, hizo que ya en 1519 esta villa quedara hasta hoy en la norteña bahía (entonces Puerto Carenas, por haber servido para carenar sus navíos) y hubiera desaparecido en la costa sur, sin olvidar el que desde la bahía comenzaron a llamar Pueblo Viejo por haberlos antecedido en la desembocadura del río entonces Casiguaguas (según los aborígenes, allí se había ahogado con sus hijos una indocubana así llamada, para no caer en manos de los españoles); La Chorrera según los españoles (por los “grandes chorros” que le veían y servir de regadío local) y desde 1610, el pueblo llama Almendares, por haber curado allí de mal de gota, el obispo Enrique de Armendáriz; primera comunidad colonial en el occidente cubano, si quedó en efecto desde el bojeo de 1511 o poco después, al verificar en este el único río de agua potable en la región; según otros, antes de 1519, pero después de la fundación en 1514. Según algunos, por el río hacia el sur, hacia el actual Arroyo Naranjo; o más al centro por El Husillo, origen del actual Puentes Grandes; o tal vez más al norte hacia la costa, precursor de lo que ya en el siglo XVII sería la comunidad de La Chorrera. De todas formas, hasta 1592 cuando comenzó la Zanja Real desde El Husillo, hubo que remontar este río y toda la costa en chalupas para llevar el agua de beber a la bahía, con la consecuente carestía del preciado líquido, entonces a vender por ello.

Mientras tanto, ya se dan los cimientos para otras comunidades en las inmediaciones: Guanabacoa continuaba desde sus ancestros precolombinos y aun en pleno siglo XVIII se consideraba “pueblo de indios”; al frente de la villa de San Cristóbal, del otro lado de la bahía, Regla; San Miguel del Padrón; las vegas que se heredaban del cultivo del tabaco originaba comunidades como Santiago de las Vegas, y por esta en su camino a la villa en la bahía, la Calzada de Jesús del Monte, actual Diez de Octubre, en tanto los vegueros protagonizaban rebeliones que acabaron ahogadas en sangre, justo mientras La Habana se reconocía capital de Cuba, a inicios del siglo XVII. Por su parte Marianao, cuyo nombre navega entre la historia y la leyenda, entre raíces indocubanas y aquella “María la del nao”, la española María, única sobreviviente del naufragio de su nao (embarcación) Eran comunidades en torno a la villa de La Habana, cuyo florecimiento se imponía, y comenzaban a unirse e interactuar en un complejo entramado. Cada una era una identidad propia, nueva… y al mismo tiempo, era La Habana, más allá de La Habana. Cuando el 10 de diciembre de 1565 se prohíbe talar el monte entre la villa y el río (y según algunos, más allá) surge otro topónimo emblemático: Vedado.

Es entonces (1592) cuando la villa de San Cristóbal de La Habana es reconocida como ciudad, y en 1607 (luego de Baracoa “la villa primada” en 1511, y después Santiago de Cuba), la capital de la colonia, favorecida por su posición estratégica como llave del golfo y punto principal para el floreciente comercio entre el resto de América y Europa, objetivo por ello de piratas y corsarios. A la sazón la isla quedó dividida en La Habana y Cuba (así le llamaban los arwacos que habían llegado desde el sur por las Antillas hasta el oriente cubano a esta región, lo que significaba “tierra cultivada” con temperatura más cálida que al occidente, tan propicia para su yuca amarga que importaban) cuya capital era Santiago (raíz cristiana de aquella occidentalización, con el precolombino “cuba”); al centro quedaban las villas de antaño: Trinidad y Sancti Spiritus, y la ya existente Remedios, atendidas por sus propios cabildos; pero para las grandes decisiones, todos se subordinaban a La Habana.

Posteriormente la división político-administrativa (d.p.a., en lo adelante) reconocería Occidente (que incluía La Habana como capital), Centro y Oriente, hasta que se reconformaron para quedar cuatro regiones: Occidente (incluida La Habana, capital), Las Villas, Camagüey y Oriente, que fue la división existente hasta concluir la Guerra de los Diez Años en 1878.

Sin embargo, aun no había surgido la nacionalidad cubana (proceso que sólo se da en vísperas del siglo XIX, tras el detonante ocasionado en 1762 cuando los ingleses tomaron, precisamente y no por casualidad, La Habana, de lo que quedó para la cultura popular cubana entre otras tantas huellas, otros cristianismos, y dichos como “la hora de los mameyes”, vinculado con aquella muralla en construcción y el cañonazo de las 9, no siempre a las 9) y ya La Habana acunaba símbolos desde los siglos previos: el sistema militar defensivo desde el Castillo de la Real Fuerza (1558-1577) y luego sobre todo, el Castillo de San Salvador de la Punta (1589-1600) y el de los Tres Reyes Magos del Morro (1589-1630, valorado Monumento Cero por su adecuación medieval-renacentista al promontorio cubano), defendiendo la boca de la bahía (concepción y obra de los Antonelli, renacentistas italianos como había sido Cristóbal Colón), al expandir sus torreones de apoyo por la costa impulsaba nuevas comunidades: al este Cojimar, y al oeste, La Chorrera y San Lázaro; La Giraldilla (1632, obra de Jerónimo Martínez y Pinzón, primera escultura fundida en Cuba o al menos, en algún lugar de América); y el escudo de La Habana, normado el 30 de noviembre de 1665 (se regularía el 11 de noviembre de 1938; ambas normas jurídicas vigentes) con los tres castillos y la llave (del Golfo) en campo de azur “por ser las armas usadas por la ciudad “desde tiempos inmemoriales”(indica que ya se usaba este escudo; Arista-Salado, 2006).

 

El escudo de La Habana. Foto gentileza de Maikel Arista-Salado y Hernández. De su libro Los escudos Cívicos de Cuba, Mención en el Premio Nacional Anual de Investigaciones de la Cultura que otorga el Instituto de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, 2006; quien ante el caos de versiones, para evitar que parezcan torres donjonadas en vez de castillos cuando se han forzado en faja en muebles más estrechos, los propone en triángulo, bien ordenados, o sea, dos en jefe y uno en punta, con la llave en abismo (centro del escudo)

El blanquito de La Habana era una raza de perro que ya en los siglos XVIII y XIX nos distinguía ante el mundo, descendiente tal vez de los canes que afamaban las Islas Canarias (como ya en el siglo XX se reconoce su presunto descendiente el bichón habanero, transculturado quizás con perros franceses), acompañante de algún retratado en pinturas del español Goya y del habanero Vicente Escobar; y el (tabaco) habano, así conocido por embarcarse desde nuestro puerto, aunque se cosechaba en el centro villareño y luego, en el occidente pinareño.

A partir del desarrollo de la danza (heredera de la contradanza) al adquirir letra a mediados del siglo XIX, la habanera con su ritmo más bien lento se hace muy popular en el mundo entero, cultivada por grandes hitos de la música cubana e internacional, como el francés George Bizet (n. París, 1838-1875) en la ópera Carmen, 1875, retocando apenas la melodía de la habanera El arreglito -1840- del español Sebastián Yradier (n. Sanciego, 1809-1865) quien había residido en Cuba; ritmo empleado también por otro francés: Claude Debussy (n. St.Germain-en-Laye, cerca de París, 1862-1918), en La soirée dans Grenade, La Puerta del Vino y otras obras instrumentales; otros franceses la cultivaron, como Emmanuel Chabrier (n. Ambert, Puy-de-Dôme, 1841-1894; escribió una habanera para piano); Maurice Ravel (n. Ciboure, cerca de San Juan de Luz, 1875-1937), quien escribió una Pièce en forme de habanera; Camille Saint-Saëns (n. París, 1835-1921), con su Havanaise para piano y violín, op.83; y también han escrito habaneras el francés Louis François Marie Aubert (n. Paramé, Bretaña, 1877, compuso el poema sinfónico Habanera), los españoles Isaac Albéniz (n. Camprodón en Gerona, Cataluña, 1860-1909) y Manuel de Falla (n. Cádiz, 1876-1946), y el francés Raoul Laparra (n. Burdeos, 1876-1943) se hizo célebre en 1908 al estrenar La habanera en la Opéra Comique de Paris.

En 1878, al concluir la Guerra de los Diez Años y aun bajo la corona española, se implanta una nueva d.p.a. que quedaría vigente hasta 1975, estableciendo las clásicas seis provincias cubanas, en torno a las cuales se levantaría la imagen poética de las “seis lindas cubanas”. Se dividió Occidente en tres provincias: Pinar del Río, La Habana y Matanzas, manteniéndose además, Las Villas, Camagüey y Oriente. De tal suerte, el gobierno español buscaba bloquear La Habana entre otras dos provincias occidentales, de forma tal que en caso de una nueva invasión independentista, no bastara con llegar a Occidente, creándoles nuevas trabas. Los “43 barrios de La Habana” durante toda la República, más interesados en las campañas politiqueras de los alcaldes de antaño, ignoraban la identidad cambiante y los tantos barrios que iban naciendo en todo el territorio, sobre todo a los barrios marginados, pero no sólo; la Isla de Pinos, disputada por el gobierno de Estados Unidos de América como se ha recreado en diversos pasajes cubanos, en el teatro vernáculo (La Isla de las Cotorras, de Federico Villoch) y más recientemente, en el filme La Bella del Alhambra (1988, del vedadense Enrique Pineda Barnet), era asumida a veces como una Habana lejana… quizás demasiado lejana, pero que aquí se atendía (o se debía atender) hasta su declaración como Municipio Especial en 1976, sin mayor subordinación “provincial”. Cuando al iniciar la década finisecular se rescata la Reina de Belleza del Carnaval de La Habana (la principal fiesta popular tradicional capitalina, y en ella entre otros, el íreme del ñañiguismo, identificando el puerto y algunos barrios habaneros, igual que en Matanzas, pero en ningún otro lugar de Cuba ni del mundo) es “la habanera”, seleccionada desde cada concejo popular.

En 1976 comienza la nueva d.p.a. aprobada por el I Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1975, y de la cual aquella antigua provincia que era La Habana, quedaba dividida en dos: Ciudad de La Habana (capital tres veces: de Cuba, de La Habana y de sí misma) y La Habana rodeándola y separándola de Pinar del Río al occidente, y de Matanzas al oriente. Esta división, sin cuestionarnos aciertos y desaciertos que no pueden obviar el urgente y loable propósito de llegar a todas y cada una de las comunidades cubanas (las seis provincias de pronto fueron catorce y un Municipio Especial, y las provincias fueron subdivididas en 137 municipios que llegarían a ser 169, y en 1990, cada municipio en concejos…) y en un mejor sentido del trabajo comunitario, trabajar desde todas y cada una de ellas (los errores radicaban fundamentalmente en hacerse la división de espaldas a las historias e identidades comunitarias) propició quizás en esta La Habana conflictos muy particulares que cuestionaban una supuesta identidad, que en la cultura empírica prevaleciente confundían con la no identificación que lógicamente, suele haber con toda nueva d.p.a..

Ello llegó a minar (¿o tal vez, en ellos tenía su origen?) una buena parte de la intelectualidad local; sin embargo, la confusión es demasiado peligrosa: está demostrado históricamente que los cambios de topónimos y otros en las d.p.a., pueden implicar cambios en algunas identidades… no más, y en dependencia de que los promotores y otros funcionarios responsables con su atención, “construyan” identidades acríticamente, “según lo establecido”, incapaces de revolucionar en este aspecto sin trabajarlas según la identidad de cada comunidad. ¿Pero cómo es posible obviar las tantas identidades que desde antaño enriquecen objetivamente estos territorios?

Las d.p.a. no han cambiado (no hubieran podido, aunque hubieran querido) el río Mayabeque ni el Ariguanabo ni las Escaleras de Jaruco… ni la pesca en Batabanó, sobre todo de langosta, ni su comunicación hacia “la Isla”; ni el humor y los artistas que identifican a toda Cuba, pero se destacan en San Antonio de los Baños, con su Museo Internacional del Humor y su Escuela Internacional de Cine, Radio y Televisión; ni Güines con su Santa Bárbara, su Museo de Reproducciones y su historia musical; Santa Cruz del Norte comunicando al este por esta costa, con el tren de Hershey hasta Matanzas; ni los que comunican al oeste pinareño, por el norte Mariel, por el sur, Artemisa… y al haber “pertenecido” oficialmente, ora a Pinar del Río, ora a La Habana, se produce una particular identidad pinareño-habanera, influencias que se desdibujan a tal grado que aun cuando en estos temas, el orden de los productos sí altera el resultado, no ocurre así en estos casos en particular. No se ha podido cambiar las raíces ni la historia de todas y cada una de estas comunidades, parte esencial de su patrimonio y de su identidad; ni sus tantos paisajes rurales, urbanos y otros, ni sus centrales y otras economías al menos en la memoria histórica, ni sus familias tradicionales, a pesar de las migraciones… Supuestos promotores y estudiantes se han preocupado porque La Salud no se sentía Quivicán, ni Tapaste se sentía San José de las Lajas… y yo les respondía: “qué bueno que es así; preocúpense cuando noten lo contrario”. La diversidad es también identidad, y de la más rica identidad aunque compleja, sobre todo en la medida en que son (o se acercan, como es el caso) a las grandes urbes y devienen objeto de atracción para inmigrantes tan diversos.[1]

Y comienza el 2011 con una nueva d.p.a. que devuelve el nombre de La Habana a la que durante 35 años fue Ciudad de La Habana, en tanto La Habana queda dividida en dos provincias: Mayabeque al este, y Artemisa al oeste. ¿Dejan por ello, de ser habaneros? ¿Pierden su identidad por ello? La identidad les ha cambiado, ciertamente, pero sólo parcialmente, y no tan esencialmente. La identidad en constante cambio es una ley, sea por su evolución natural o por lo que se llama “identidad construida”, digamos, por decisiones que, como en éste caso, al cambiar el topónimo, fuerzan el curso natural de la evolución, aunque de todas formas es difícil escoger un nombre sobre otros: la historia rebosa de estos ejemplos, sobre todo en las d.p.a., tal vez, en todo el planeta, sin que por ello se justifiquen muchas decisiones que en efecto, han desenraizado (con o sin intenciones) culturas. Pero el cambio radica no mucho más que en el nombre provincial, si bien ello, al continuar, suele generar nuevos gentilicios (¿mayabequenses? Artemiseños, como siempre desde su origen, los de la ciudad que le da nombre… ¿también, el resto de la provincia? Sin que por ello se pierdan los localismos que tanto enriquecen) Por supuesto, nada de ello atenta, ni tiene por qué atentar en lo absoluto, salvo extremismos, miopías y facilismos, contra la rica diversidad cultural, incluidos topónimos y gentilicios, que también ha identificado tradicionalmente y hasta la actualidad, estos territorios donde en definitiva, nació La Habana.

Sin embargo, un colega de Habana Vieja (nombre también que data de 1976, centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1982) asegura que realmente, habanero como tal, es él y los que como él, son oriundos de aquella “intramuros”; no los de los restantes municipios capitalinos. Aun cuando pueda tomarse como una broma habanera, le falta pero a la vez, no le falta razón: aun en la actualidad, al coger un taxi en El Vedado o en Playa (desde donde cuesta el doble) o en Diez de Octubre, hacia la antigua villa (hoy Habana Vieja) o incluso, su extramuros inmediato (hoy municipio Centro Habana, sobre todo a partir de la céntrica calle Galeano, su mitad oriental), se pide “ir a La Habana”… como si en esos lugares no se estuviera, también, en La Habana. Sin proponérselo, ello por una parte reverencia a aquella, “la original” (relativamente, pues por ese mismo rigor la original tampoco sería esa sino la del sur, o incluso en el norte, el asentamiento en el río que ellos mismos llamarían Pueblo Viejo) y por otra parte, defiende la rica diversidad comunitaria que es La Habana hoy, aun desdibujada, como suele suceder, por los extra-comunitarios, en este caso, los no habaneros, tanto cubanos como de otros países: aun con las miserias humanoides que se importan y las nativas, sobre todo la egofagia (ese ego enfermo que sólo se puede alimentar de sí mismo) pero también con las bondades y valores importados y nativos, todos saben que han llegado a La Habana, sólo que son distintos rincones habaneros.

EL HABANERO HOY

Queda por último, preguntarnos: ¿qué es el habanero hoy? En primer lugar, no lo reduzcamos a una d.p.a. que no puede borrar raíces o períodos habaneros en diversos territorios. Los hijos de inmigrantes nacidos en el nuevo contexto tendrán otra identidad no sólo generacional (a veces no tan “otra identidad”), aunque muchos (en dependencia de los casos) son criados en íntima relación con las comunidades de donde proceden sus padres, y donde a menudo aún viven otros parientes, más complicado y rico cuando son varias esas otras comunidades. Es un fenómeno implícito en las migraciones en todo el orbe, más complejo en las comunidades más receptoras (por eso mismo, su patrimonio queda tan vulnerable) que cada vez más, son las de mayor desarrollo urbano; punto de partida clave para abordar la identidad del habanero de hoy, ejemplo paradigmático como estudio de caso cubano, y urgencia ya inaplazable.

La diversidad es identidad esencial del habanero de hoy, sobre todo del capitalino. No en balde, pudiéramos detectar como una ley de las comunidades en la medida en que son más cosmopolitas y metropolitanas (y no es sólo el caso cubano, ni en Cuba es privativo de la capital aunque lógicamente, es donde más se evidencia, pero el mismo proceso se da en menor grado, en las capitales provinciales y otras ciudades importantes del resto del país, siempre casuísticamente) que la diversidad heredada desde su misma génesis, constituye su primer rasgo de identidad, y esta no puede ser entendida como una “no identidad”, como simplista y lamentablemente algunos anulan o al menos, reducen, intentando ocultar en vano anti-valores regionalistas y otras miserias humanoides que tanto afectan a la cultura patria.

Lejos de carecer de identidad, todo lo contrario: la identidad habanera es más compleja y rica, y ello autoriza a establecer al habanero de hoy según diversos parámetros:

  1. Según su comunidad de residencia: los periféricos, los más metropolitanos, los de comunidades intermedias, todas y cada una de ellas con sus especificidades: no es igual el periférico al sur que al oeste o el este, costero o no, etc.; ni un metropolitano del Vedado que otro de La Habana Vieja; ni dentro de un municipio, por ejemplo, Plaza de la Revolución, no es lo mismo de La Rampa (en cuya identidad se impone la población flotante, con todos sus valores y antivalores, como siempre) que del Nuevo Vedado eminentemente residencial, salvo por la Ave.26; ni Aldecoa ferroviaria entre el Zoológico y la Ciudad Deportiva, que El Carmelo costero y fluvial; etc.

  2. Según sus movimientos y vivencias en otras comunidades, vivencias que pueden ser en (o de) otros países; dentro de Cuba pero interprovincial; dentro de la capital pero intermunicipal; intra-municipal pero inter-comunitario; intracomunitario pero inter-familiar y entre focos… todas las cuales suelen entrecruzarse. Cada una de estas opciones con sus análisis casuísticos: por ejemplo, las vivencias en otros países cualifican según los países visitados y más allá, la(s) región(es) (sobre todo sus comunidades, medios de difusión y otras instituciones, sujetos, etc. con que se relacionó) visitada(s) de cada país; según las frecuencias con que los visite, y según el rango y razón de estudios, de trabajo, de visita, etc.; si es mediante embajadas, o en delegaciones según su perfil (artísticas, deportivas, religiosas, etc.), o dentro del propio pueblo, y en este caso según la(s) comunidad(es) con que se relacione y según el grado de dichas relaciones... inclusive, según su preparación previa (cultura) para asimilar (cómo, en qué medida y en qué direcciones) dichas vivencias; y

  3. Según otros parámetros como puede ser la cultura adquirida y en formación (por ejemplo, por los medios de difusión masiva, sin olvidar cada sujeto), a los que también se extienden casuísticamente y en interacción los parámetros previamente formulados, a entender en relación con o desde otras provincias cubanas, otros municipios capitalinos, etc. todo ello a su vez en madeja individual (historias de vida) puesto que cada habanero distintivamente, suele tener varias de estas vivencias entremezcladas distintivamente, sea por su nacimiento y/o raíces, por sus traslaciones ulteriores y hasta por los medios de difusión. Dicho análisis que llega a la relación individuo – familia – comunidad – sociedad – universo, no puede desentenderse en la historia de vida individual, del nivel cultural, el desarrollo emotivo – afectivo y sensorial y la cosmovisión alcanzada por el sujeto en cuestión, pues ese habanero de hoy no sólo se identifica en su objetividad sino también en su subjetividad, al margen del sujeto analista o simple diletante (que en la medida en que sea científico, se acercará más a la identidad en cada caso), y de su grado de objetividad, siempre relativa.

Más allá, propongo la historia de vida no sólo del individuo, sino de cada familia e incluso, la historia de vida de cada comunidad (incluidos sueños, aspiraciones, frustraciones… de cada familia, y de cada comunidad), en estrecha relación con la etnohistoria y la historia local, pero a no confundirse entre sí, en el vasto abanico de parámetros de la historia de vida a entender y cruzar integralmente, y desde cada sujeto; en este caso, el sujeto familiar y el sujeto comunitario, para sus respectivas historias de vida.

En tanto comunidad de residencia urge, como emblema, entender el habanero de hoy según el grado temporal y contextual de raíz que hereda:

 

  1. El habanero de nacimiento y de tradición de nacimiento (al menos de padres y abuelos) en la misma capital: según las variantes que puede haber en que unos ancestros sí porten (y en qué grado y manera) esta(s) tradición(es) y otros no, y entre ellos cuáles priman (los que las portan o los que no) y cuáles son las raíces (y otras herencias) de los abuelos, etc. Y por otra parte, de qué comunidades dentro de la capital son sus raíces, o si son de la misma comunidad en que aun reside el sujeto en estudio, a entender la historia de vida de dicha comunidad en su evolución-involución, si son del mismo u otros focos comunitarios dentro de la comunidad, etc. Al respecto, ha de rechazarse el despectivo anti-habanerismo de que “no hay habaneros, y si lo es, sus ancestros no lo son…” que remontan hasta la generación que sea para demostrar tan infeliz y enfermiza hipótesis contra una ciudad, que a tantos y tantos ha acogido históricamente en gala de su hospitalidad que tradicionalmente la ha identificado, y que múltiples beneficiados, desdiciéndose, se niegan a reconocer, y si en sus lugares de origen fueron hospitalarios y limpios, aquí son todo lo contrario, imagen que traspasan a los habaneros: recuérdese que toda comunidad es un fenómeno vivo en espacio y tiempo, y tiene siempre alguna (otra) raíz: es ley universal, pero más evidente aun en el caso americano (y por ende, cubano) donde no ocurrió el proceso de hominización, y ni siquiera el ser humano es endémico: todos somos inmigrantes en alguna generación, incluso los precolombinos. En las comunidades más complejas, como las capitalinas, es más rico el fenómeno por su mucho mayor dinamismo al ser máximos puntos de atracción nacional y a menudo, internacional, lo cual lejos de indicar que no son habaneros, implica una mayor complejidad y riqueza por diversidad, de lo que es ser habanero.

  2. El habanero de nacimiento y de tradición de nacimiento en la capital solamente de los padres (no de los abuelos, con los que a menudo conviven o al menos, se relacionan, y a valorar cada abuelo además, en sus raíces y evolución, y en tanto sujeto), a extender el análisis desplegado en el acápite anterior según sus vivencias de ellos en cada historia de vida, y de sus generaciones precedentes.

  3. El habanero de nacimiento pero de padres inmigrantes, a entender origen e historia de vida de cada ancestro (no sólo de los padres), cuyas tradiciones porta no sólo genéticamente y en los apellidos, sino mucho más allá, aunque siempre distintiva y casuísticamente;

  4. El habanero no nacido, pero sí criado en la capital (su infancia) a entender comunidades capitalinas en que se ha criado y comunidades no capitalinas de raíz, su historia de vida con sus vivencias, y de sus ancestros y otros con quienes se relaciona y según el grado y forma de relación; etc.

  5. El habanero no nacido ni criado, pero sí formado en la capital (estudios académicos o no, vivencias de formación, básicamente su adolescencia y juventud) a considerar comunidades capitalinas y no capitalinas de raíz y crianza, huellas legadas y grados de interrelación que con ellas conserve y cómo las desarrolle, así como sus nuevas relaciones en esta(s) comunidad(es) habanera(s), e igual, sus historias de vida con otras vivencias y de sus ancestros y otras relaciones, etc.; y

  6. El habanero por adopción: considera tal, los diversos rangos de sentimiento de pertenencia para con su nuevo contexto y sus relaciones con éste mediante familiares, amigos, sentido de pertenencia profesional u otros, las motivaciones más diversas, el más elemental imaginario, etc. No ha nacido ni se ha criado ni formado en la capital (al menos no sistemática ni regularmente) pero ya formado (sin excluir la continua y perenne formación hasta las edades más avanzadas, ni la formación no académica, esto es, las llamadas no formal e informal más allá de la polémica que todo tiene forma y contenido, mediante la familia, los medios de comunicación masiva, etc.) o que a nuestra capital total o parcialmente ha dedicado toda o parte de su obra, a menudo con aportes sustanciales e incluso, emblemático amor hasta un auténtico sentimiento y sentido de pertenencia, y/o ha optado por residir y/o frecuentar (al menos desde un profundo imaginario) en nuestra capital, y hasta simplemente, alguna visita ocasional, según sus modos y momentos, y los respectivos análisis de raíces, comunidades y vivencias de procedencia y formación, etc.

Todo ello ha de cruzarse con los parámetros previamente señalados y entre sí, a lo que hay que agregar otros dos grados de análisis para el habanero actual, pero ambos requieren de estudiar cada entorno fuera de la capital (en otras provincias y/o en otros países) con todo lo que implica comprender cada “otro” contexto, y desde allí, entender a este habanero (y/o esta Habana, total o parcial) que allí llega por cualesquiera de las tantas vías, y como le corresponda en la clasificación propuesta (su raíz en tanto habanero) y su comportamiento acorde o no, y en qué medida y manera, según el más diverso imaginario, y cómo y en qué grado transcultura en tal nueva comunidad; y por otra parte la “habanerización” de esta otra cultura que lo acoge por individuos y quizás (casuísticamente) en tanto comunidad (de residencia u organizacional según instituciones u otra), que en disímiles grados y formas asume cuáles (y cuáles no) identidades de tal habanero (y/o de tal Habana) según las imágenes motivadas, con presencia o no y en distintos niveles, de cualesquiera de los rangos antes señalados del habanero y/o de contactos con él, incluidos los más disímiles niveles de influencia alcanzados por los medios de comunicación masiva y otros.

Análisis similar se aplica fuera del país, donde según cada contexto, forma y grado de interacción, suelen desdibujarse los regionalismos y otras diferencias internas de todo tipo (aunque no necesariamente ni del todo, sino distintivamente y según manifestaciones culturales), en una nueva cultura nacional que al mismo tiempo, transcultura según (hacia y desde, también distintivamente) la(s) comunidad(es) de residencia y otras vivencias en ese y otros países y comunidad(es), sujeto(s) y medio(s) de cada país, según cada historia de vida; en Cuba se detecta en las restantes provincias cubanas (si tomamos el modelo capitalino como paradigma) en lo que hay que asumir, además de la diversidad, otros dos elementos básicos a considerar para la identidad del habanero de hoy:

  • la modernidad (en tanto fuente de moda para toda manifestación cultural, pero es preferible referirla “actualidad” para no confundirla con la modernidad burguesa que despuntó con el Renacimiento) que dentro de cada cultura, hace identificar a toda comunidad capitalina (desigual en análisis casuísticos y no siempre más modernas –actuales- ni con mejores condiciones para ello, que otras comunidades no capitalinas, en dependencia) y que en lo absoluto no excluye la tradición; modas que no siempre se asumen crítica ni orgánicamente y a veces, degeneran modismos; y

  • la imagen que de la comunidad capitalina en cuestión, y de cuál(es) de estas comunidades capitalinas, se porte; imagen que no siempre corresponde a una identidad objetiva. 

Es forzoso transculturar según sus propias identidades y todo sistema de valores. Pensemos en el inmigrante rural a la urbe donde se instala y con la que comienza (quiera o no, para bien o para mal, o para ambos inclusive) a interrelacionarse; o por el contrario, en el profesional de la ciudad que acude a prestar sus servicios durante un período a una comunidad rural. En ambos casos, y lógicamente siempre de forma distintiva (tal vez para el resto de su vida el inmigrante rural, quizás solamente durante los años que dure su Servicio Social en el caso del profesional y tiempo después, según la huella que haya quedado tanto para él como para la comunidad, pues es un fenómeno retroalimentario aunque no mecánica y sí desigualmente casi siempre) cada uno de ellos está conformando uno de los tantos elementos que identificarán a dicha comunidad, en constante cambio, a veces más veloz y evidente, otras tantas, apenas perceptible; al mismo tiempo que cada uno conforma su propia vida, que portan doquiera. En suma, este estudio y siguiendo la línea de pensamiento de don Fernando Ortiz, evidencia la transculturación como la forma de vivir cada comunidad.

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Al finalizar la conferencia, se concluyó con una genuina poesía popular, en la voz de su autora; era una décima por La Habana, obra de Leyda Rodríguez Piedra, nacida el 27 de noviembre de 1929 en la finca Villa Zoraida entre Santa Clara y Esperanza; desde 1952 reside en este que desde 1976, es el municipio capitalino Playa; miembro del Círculo de Abuelos “2 de diciembre”, participa de ese proceso de transculturación como villareña-habanera.

Habana, hermosa ciudad,

Renaces como la aurora,

Una luz restauradora

Recorre tu identidad.

Preservas la calidad

De tu antigua arquitectura;

Te acaricia suave y pura

La brisa del Malecón,

Y eres Habana, bastión

De rebeldía y cultura.

 

Ciudad de historias contadas

Por más de algún escritor,

Ciudad que más de un cantor

Te dedicó sus trovadas.

Y tus calles, caminadas

Por un caballero andante,

Un Carpentier desbordante

De espíritu creador,

Es tu entorno acogedor

Un regalo al visitante.

 

Ciudad Habana, caudal

De fértil naturaleza,

Ritmos, bailes y belleza,

De Cuba la capital.

Son tus calles un mural

Con histórico valor,

Y preservas su color

Con magia y sabiduría,

La ciudad de la alegría

Tan grande como el amor.

 

En fin Habana, no hallo

Palabras para expresarte

La inmensidad de tu arte;

Ante tu hermosura, callo.

Mi décima es un ensayo

Que en mi fantasía crece,

Pero tu vida florece,

Linda Ciudad de La Habana,

Que esperas cada mañana

Lo que el futuro te ofrece.


Notas:

[1] Véase Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor: Identidad en la provincia La Habana: Complejidad y Riquezas. En Angerona, Portal de la Cultura Habanera, en www.angerona.cult.cu. Junio del 2008.

 

Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

Publicado, originalmente, en el sitio web del Centro Provincial de Patrimonio de La Habana,
en http://www.patrimoniociudad.cult.cu/investiga.php ; en noviembre del 2011

 

Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

 

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