A inicios
del siglo XX se produjo lo que se conoció como la “Crisis ética de las
ciencias”; el arrollador, y sin la menor duda, tan revolucionario
desarrollo de las ciencias en su más amplio y sistémico espectro, no iba
aparejado de una moral capaz de que dichos aportes se concentraran única
y exclusivamente en el bienestar humano y del resto del mundo en que
vivimos: quizás la bomba atómica sería la más atroz de sus
degeneraciones, aunque no la única. Cada forma de la conciencia social
tiene su ritmo de avance distintivo; y entonces, los daños suelen ser
demasiado peligrosos. No en balde, Bertold Brecht recreaba Galileo…
A una centuria, ya podemos hablar de otra Revolución: Tecnológica,
Ciberespacial… todos debemos congratularnos por ello. Sin embargo… la
moral no ha avanzado mucho más. Detonante esencial para esta revolución
han sido los medios de difusión masiva (llamados “los medios”), por la
trascendencia que adquieren para el “gran público”, ese al que sin
conocer, llegamos (mucho más que hace cien años… en ellos fueron
educados y mal educados nuestros ancestros inmediatos, en mayor o menor
medida) incapaces de medir el alcance de nuestra obra, muchas veces, en
apariencia inocua. La “crisis ética de los medios” que refiero es, tal
vez, peor que aquella del pasado siglo XX, al acelerar y masificar el
ciclo mucho más, por su mucha mayor inmediatez a tantos millones de
personas al mismo tiempo. Alfredo Guevara en un evento televisado,
sentenciaba que actualmente se piensa según los medios. Quizás no tanto…
pero sin dudas, se acerca muchísimo a una realidad que a todos, debiera
hacernos reflexionar antes de cualquier acción que pretendamos desde
ellos.
Es una problemática internacional: la pretensión de ser popular cuando
no se es (los medios generan figuras públicas e imagen de poder que
salvo excepciones realmente encomiables, se distancian del público que
impone esas mismas normas), ha degenerado populismo, propiciado a su vez
por el comercialismo, caso de aquellas series (telenovelas y otras) que
no saben cómo mantenerse en el aire, para lo cual muchas recurren a
diversas formas del efectismo; las salvedades tienen el mérito de
extenderse orgánicamente y así conservar el interés (o “suspense”,
técnica que no se reduce a los temas criminales ni es un género en sí).
Tal vez
hasta aquí sólo he resumido lo que tantas veces se ha protestado, a
menudo injustamente (pagan justos por pecadores) y también,
facilistamente, pues son males de los que no escapa ningún género
audiovisual ni manifestación artística ni cultural en general… ni
siquiera la crítica, frecuentemente colindante con el criticismo, cuando
ajena a una investigación que le eleve genuinamente el rigor, se ensaña
contra unos géneros obviando otros, muchas veces por cobardía y hasta
por “lugares comunes”, a pesar de pretensiones de originalidad a menudo
snobistas; en otros textos he referido una seudocultura (sinónimo de
kistch por facilista) sobre la seudocultura, reducida a cisnes,
flamencos y yeso, y al tema del amor, cuando con cisnes, flamencos,
yesos y sobre el amor, se pueden lograr (de hecho, abundan) auténticas
obras de arte en todos los tiempos, y con oro y temas supuestamente más
profundos (así entendida la política, por ejemplo) sobra kitsch,
altamente dañino en todos los sentidos: panfletos, dogmas… Ni del
populismo ni del efectismo (con frecuencia mal hecho, lo que es
lógicamente peor), ni del criticismo y otros componentes de la
seudocultura reinante, está exenta Cuba en lo absoluto… siempre
contextualmente.
Y como tampoco voy a sumarme en redundar otro de estos males del kitsch
que impera (los lugares comunes) puntualizo que lo que apenas se ha
develado ha sido la crisis ética resultante de los medios, que se ha
visto limitada sobre todo a la violencia, cuando esta (la violencia por
la violencia) no es sino uno de sus tantos exponentes… quizás el más
efectista, pero no el único, tan peligrosos unos como los otros.
Probablemente los demás sean igualmente “violencia”, en dependencia de
qué entendamos como tal; pues no son necesarias “patadas y piñazos” ni
otro tipo de agresiones, para violentar la lógica y la organicidad del
discurso.
Es triste descubrirnos deseando que se salve “el bueno”, que “el pobre”,
lo único que hace es robar; o ha matado gente, sí… pero menos que “los
malos” y además, los que mató (si acaso pensáramos en ellos) están
desdibujados para ser relegados al olvido, o “tenía que hacerlo” (raras
veces sustentable); peor aun es que nos lleven de la mano personajes
positivos y carismáticos, con los que logramos total empatía… y de
pronto, tiran a una amistad por las escaleras, o le clavan unas tijeras…
por celos, o por envidia, que justifican como “errores humanos”. Ello me
lleva a confiar en que muchos lectores, al igual que yo… no seamos así
“humanos”, porque hemos cometido errores, sí; pero no tales horrores;
aunque nos cueste que la estética adjunta a esa moral nos haga parecer
tan aburridos… kitsch estético.
Aún peor: hay actores y científicos que los justifican (la
intelectualidad es relativa… y a propósito, no faltan submensajes anti
intelectuales, también populistas), parcializando una “comprensión” que
olvidan para las víctimas. Tal y como “está establecido”, el actor debe
comprender a su personaje, en lo que al margen de dogmas, estamos
totalmente de acuerdo… mas ello no quiere decir en lo absoluto,
justificar tales maldades y aparentar incluso, compartirlas, lo cual se
anima por la intención populista de “caer bien” para ser “populares”, y
de aquí que lamentablemente… sean populistas, con todo el daño
consecuente. Una excepción contradice: se interpretan abusadores,
asesinos en serie, sádicos, genocidas, y ningún actor explica luego sus
diferencias, algunos incluso los justifican hasta casi condecorarlos;
pero cuando interpretan a un homosexual… casi siempre se adjunta una
campaña para divulgar toda su vida privada heterosexual, demasiado
preocupados (homofóbicamente, contradiciendo el supuesto mensaje de
muchas de estas obras) por su imagen personal, lo que claro está, no
logra exonerar una polémica que a la postre, suele redundar nuevamente
en la seudocultura, contraria al alcance artístico y al mensaje positivo
de la obra en cuestión.
En cuanto a “los buenos”… casi siempre es difícil discernir si es que
son idiotas, o cómplices de “los malos”, o ambos a un tiempo. Una suerte
de “perdón eterno y universal” los lastra desde el más triste
religiosismo… término que empleo como kitsch de la religiosidad, y no
ella en sí. No se trata de promover la venganza ni “la justicia por su
mano”; se sabe que con el castigo según cada caso, no suelen pagar los
daños causados. Pero no por ello es posible pisotear la justicia y sobre
todo, la prevención contra futuros perjuicios. Sin embargo, estos
“buenos” parecen masoquistas; no es de extrañar que cada vez parezcan
menos las personas que se inclinen por la bondad.
Mención aparte merecen los daños (a menudo francos asesinatos) contra
los idiomas, y no nos limitemos al castellano; el universo digital (al
margen de sus tantos aportes) empeora esta problemática. En parte los
traductores (salvemos los mejores, por supuesto) los desencadenan por
escasa profesionalidad (sobre todo, en el caso de lenguas tan complejas
como la nuestra) e inventan palabras que luego, los hispanoparlantes que
no conocemos bien nuestro idioma o asumimos todo acríticamente, las
generalizamos y llegan a ser patentadas. Esto lo multiplican animadores,
locutores, guionistas, asesores, directivos y otros sin la cultura
suficiente, que mal emplean las palabras, daño que patentan mediante los
medios abusando de su poder.
Es cierto que el idioma es un fenómeno vivo… pero es de suponer que viva
al mismo ritmo en que vive la sociedad, con las nuevas realidades a
designar, y no de manera involutiva, de forma tal que, por sólo citar un
ejemplo, ya no existe una palabra para todo el universo inconsciente y
subconsciente que tanto determina en la cultura, en la identidad y la
psiquis, pues “hábito” (término de raíz en la sicología) ha pasado a ser
sinónimo de “costumbre”; en otro ejemplo, coincido con aquel certero
artículo que leí en prensa escrita cubana, sobre la necesidad de
inventar nuevas “malas palabras”, puesto que las que había, ya carecían
de su función extraordinaria en el idioma dado su abuso generalizado; en
ello los medios (estadounidenses, españoles, italianos… y es penoso que
los cubanos se hayan dejado arrastrar también) han tenido una buena
dosis de responsabilidad, al impostarse populares y por tanto, degenerar
populistas, no con el uso, pero sí con el abuso de las malas palabras,
aun cuando no vayan.
Cuba lastra estos males (algunos más que otros) distintivamente; hacia
los años 80 se comenzó, desde lo que debiera ser el “intelectual
orgánico” que reclamaban desde Birmingham (Inglaterra) los Cultural
Studies al mediar el siglo XX (desgraciadamente, casi nunca tan
intelectual ni tan orgánico como debiera, aunque una de las razones sea
la masividad con que arrollan los propios medios en tanto industria, su
personal a involucrar, y no sólo su público) una suerte de campaña por
algunas figuras públicas que en apariencia, trataban de hacer los medios
“más populares”… puede sonar muy feliz y hasta revolucionario, pero el
peligro de ello radica en que pretender ser popular, cuando no ha nacido
“orgánicamente” (citando a Birmingham)… es el camino al populismo, y no
es que el efecto no se logre: se logra, sí… pero un efecto contrario:
involutivo. Peligrosamente involutivo; el pueblo es confundido con el
vulgo, y lo que debiera ser popular, propicia lo vulgar.
En Cuba (donde más nos duele y mejor podemos actuar), se hereda
acríticamente (en esto) el contexto internacional al exhibir numerosas
obras extranjeras que llegan a ser paradigmáticas de los kitsch
referidos: filmes estadounidenses, series españolas… Antes de que se
redimensione la seudocultura, aclaro que la idea no es en lo absoluto la
censura, kitsch por definición y peor en todo sentido; no se trata de
prohibir ni total ni parcialmente sino propiciar la reflexión crítica y
valiente contra lo manido y frente a otros criterios, y sobre todo, con
respecto a la producción nacional sin excluir ningún espacio audiovisual
(ni otro) por ningún pretexto. Sólo respetando la capacidad popular de
discernir propiciando debates francos y abiertos (tras medio siglo de
revolución es lo menos que podemos lograr) sin subvalorarla ni
pretendernos dueños del saber cual conventos medievales, receptores de
la lógica popular, aumentará la luz sin dogmas sobre valores y
antivalores. Favorece la diversidad internacional y de géneros, y la
selección de las telenovelas (por ejemplo) que se exhiben en Cuba, muy
por encima de la media que inunda otros países, lo que no excluye
excelentes ejemplos que, sea cual sea el motivo, (aún) no han llegado a
nuestro público.
Algunos actores y actrices han ensalzado personajes por ser negativos,
incapaces de florecer los matices que todos tenemos, pues es mucho más
complejo y problemático interpretar lo similar a uno sin ser uno, y más
difícil enarbolar la bondad que la maldad, que exige mucha más visión y
sin la menor duda, mucha mayor dosis de valentía. Pero exaltan una
supuesta diversión de la maldad, miopes ante tanto aburrida y
estúpidamente “malo”, repleto de frustraciones por sus propias
limitantes, lejos de la astucia que les conceden. Ello propicia la
degeneración que con toda razón, tanto se ha criticado en el humor, pero
que no es más que parte del sistema, mientras en los “tablazos” salvo
alguna excepción, poco falta para presentar la bomba atómica o las
torres gemelas como un chiste burdo, y por supuesto, muy lejos del fino
y profundo humor crítico contra la barbarie, que sobre la II Guerra
Mundial logró Chaplin en El Gran Dictador y más recientemente, La Vita
e´Bella.
Y como del sistema cultural (en que se dibuja y desdibuja la
seudocultura) no escapan las ciencias (y ya no refiero a los críticos
ajenos a la formación científica que exige la profesionalidad), no
faltan aquellos que han impuesto otro modismo (kitsch de la moda): la
autoestima, muy bien si no fuera por los excesos donde casi que el amor
(por ejemplo) constituye un antivalor, cuando cualquiera se crece en la
entrega, aun sin ser correspondido, o al menos, no como se espera, en
vez de exaltar que el amor no depende de las expectativas de recompensa
y se disfruta desde aquel(la) con capacidad de amar, más que del propio
ser amado cuando éste(a) no alcanza la estatura que sin embargo, sin
saber siquiera por qué, ha inspirado.
Y como la práctica es criterio de verdad, se sufre el dentista que tras
esperar seis horas no se reconoce la pieza… y era que trabajaban la
izquierda en vez de la derecha, justificando (los técnicos) que no
tenían por qué conocer la diferencia y que por supuesto… son “errores
humanos”; un descuento de 155 pesos a un trabajador en una institución
cultural lo pagarían al mes siguiente porque no tenían nominilla, era
también otro “error humano”. Las catarsis al respecto gastarían toda la
tinta del mundo, sin obviar absolutamente ningún sector, y contra los
buenos trabajadores que aun, no sé si por suerte o por inercia, restan
en todos ellos y en la misma calle, a veces mal mirados por el resto
como “conflictivos”, justo por mantener esos valores. ¿Hasta dónde van a
llegar los “errores humanos”? Cuando se repiten; cuando hay indolencia,
irresponsabilidad, negligencia, y según sus dimensiones… no son errores,
sino horrores.
Ya en la cultura cubana, ser “buena gente” o “buena persona”, no sólo es
aburrido, sino malo, incluso profesionalmente puede ser motivo de
cuestionamiento, y por supuesto que no me refiero a los cómplices de lo
mal hecho, sino a los constructivos que lejos de crear problemas, buscan
soluciones y facilitar la vida y el desarrollo de todos. He oído
profesores que ven en el estudiantado sus enemigos… Hay religiosos que
llaman incluso a no ayudar a nadie “para no perder la suerte”… Sería
interesante estudiar las raíces de ese refrán popular según el cual, “el
vivo vive del bobo” (ya no hay malos sino “vivos” –listos-, ni buenos
sino “bobos”), para valorar hasta qué punto su detonante descansa (o al
menos, se relaciona) con el aplauso (o al menos, el guiño y la
complicidad) a la maldad en los medios.
No volvamos a caer en la seudocultura de que siempre ha existido esa
maldad (que sabemos es cierto… o al menos relativamente cierto pues
hablamos del daño por el daño y habría que propiciar análisis
contextuales), y que esta no es producto de los medios, sino que los
medios “simplemente” (no es tan simple), la reflejan… lo cual es además
de irresponsable, tremendamente hipócrita y manipulador en su sentido
más burdo, kitsch y nocivo. Sabemos que los medios generan
constantemente, imágenes; todo lo que generamos es, continuamente,
imágenes que trasmitimos en torno (tampoco exactamente igual y para
múltiples otras interpretaciones) según las percibimos; pero las
imágenes de los medios tienen un alcance mucho más masivo, por
definición. Y en ningún caso las imágenes se pueden subvalorar, mucho
menos cuando su alcance es tal, pues también devienen identidad y aun
cuando se alejen de ella, forman (y/o malforman) nuevas identidades
(según se fundamenten científicamente se alejan o acercan a las
identidades raigales), respaldan actitudes (buenas y malas) y generan y
degeneran estéticas… luego pretextamos que “es lo que le gusta a la
gente”, peyorativa visión contra la cultura popular (el populismo y lo
antipopular son parientes muy cercanos) que obvia que ese gusto ha sido
formado y/o deformado por los propios medios.
¿Dónde ha ido a parar aquello, tal vez mucho más tradicional, de “haz
bien y no mires a quién”… “ama a tu prójimo como a ti mismo”? ¿Qué ha
sido de aquella máxima del más humilde cubano de cualquier color de piel
y rincón del país, urbano o rural u otro: “soy pobre pero (honrado)…
(educado)… (decente)… (respeto)” ? Si bien el concepto de “decente”, por
ejemplo, atado a tradicionalismos moralistas e hipocresías (no comparto
confundir la hipocresía con la educación), ha evolucionado a niveles más
enriquecedores, también es cierto que se ha perdido con la vulgaridad y
el irrespeto cotidiano, y empeora la convivencia.
Los medios de difusión tienen una alta responsabilidad para llamar al
vuelco en esta involución de valores. Por supuesto que ello exige, en
efecto, superarnos hasta aquel “intelectual orgánico” de marras, e
incentivar una bondad llena de matices y conflictos a solucionar, pero
coherente consigo misma, divertida y sobre todo, valiente para ir
depurándonos de miserias humanoides hacia un mejor futuro donde nos
percatamos que no siempre Los malos duermen bien y que tal filme
japonés, en crítica de su contexto, ironiza su título.
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