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Llegó Marialina al País de los Rastafaris
Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 

No; no fue detrás de un conejo, que Marialina cayó en ese otro mundo. Es que ni siquiera fue detrás de nadie en particular: simplemente vio aquellos grupos distintos (¿y quién no es “distinto”, después de todo?) y la antropóloga que en ella habita se recogió el cabello frente a los ojos y les siguió tras el espejo, como disipándose en un sueño…

Según ella misma nos cuenta en su exordio, diez años estuvo soñando desde las raíces y la historia de aquellos negros tan diferentes a los que ella conocía, con sus grandes y complicados pelos que se trenzaban solos sobre sus hombros y espaldas. Sí, diferentes a todos los otros negros, y aun cuando fueran excepciones, entre ellos había algunos mestizos y hasta algún blanco. Esto nos invita a pensar en los errores a que puede conducirnos absolutizar lo ¿aportativo? del concepto “afro-descendientes”, por el complejo no menos racista que rechaza que se les llame negros. Los auto-proclamados afroamericanos sin embargo, quizás en uno de sus momentos más militantes (controvertido, pero militante) se enarbolaron sin ese temor como Black Power, y al hablarse de personas “de color” que tanto se inculcó para ser “políticamente correctos”, los que quedaban marginados eran los blancos, como si no tuvieran también, su color, tampoco tan homogéneo.

Como afro-descendientes se ha llegado al simplismo de entender negros y sus mestizos, lo que obvia que en primer lugar, los tantos blancos que también tienen ancestros negros, aun cuando no se les vea en el color de la piel, igual que tantos negros tienen ancestros blancos sin que se observe en su cutis; es el que Fernando Ortiz llamaba “el engaño de las razas”. Como dijo en televisión el Dr. Eduardo Torres Cuevas: si los ancestros más antiguos de toda la Humanidad se han detectado en África, todos los colores de piel somos afro-descendientes. 

En segundo lugar, los euro-descendientes (entre los cuales hay no pocos negros, indios, asiáticos, etc.), pasan a ser marginados por invisibilizados; igual los diferentes asio-descendientes, americano-descendientes, etc. y ante tal complejidad, que en definitiva obvia la más determinante cultura que ve más allá que los ojos, es mucho mejor hablar de afro-descendencias, euro-descendencias, asio-descendencias, americano-descendencias…

Y en tercer lugar y el que más atañe a estos que Marialina optó por seguir hasta lo más profundo de su esencia: ni afro-descendientes, ni negros, son vocablos que puedan desdibujar la gran diversidad entre ellos, como también es infinita entre blancos, entre chinos, entre indios… las identidades étnicas ni las raciales, como tantas otras, nunca deben ser absolutizadas. Puede (y de hecho, es una constante realidad) un blanco ser más afín a un negro que a otros blancos, y viceversa, y lo mismo con los restantes colores de piel y más aún, con las restantes etnias, de análisis profusamente más complicado; que el mundo, por suerte para todos, es mucho más que en blanco y negro, más allá de las infinitas combinaciones entre estos dos tonos supuestamente extremos, y que rigurosamente hablando, casi ninguna piel tiene, aunque así se hayan llamado por símil y extensión facilista heredada.

Estos (casi todos) negros, que a simple vista se distinguían por el tratamiento que daban (¿o mejor, que no daban?) a sus cabellos, se debían a otras raíces filosóficas, religiosas y culturales en general (no solo raciales) que se remontan a Etiopía (nos acercamos a su primer siglo) y para nuestro país y el resto del contexto inmediato, a la Jamaica de la que por supuesto, la huella colonizadora (y en consecuencia cultural, para bien y para mal) inglesa, no es posible obviar (hasta por rechazo nos influimos), con un Marcus Garvey (1887-1940) cuyas andanzas por Cuba compartimos, enlazados a su mano por la de Marialina, luego de habernos recreado toda una “rastología crítica” que profundiza al valorar aquellos otros aventureros, locos maravillosos a quienes agradecemos reinventar un mundo mejor, y que habían osado antecederle para acercarse al tema, cuyos rastros desmenuza Marialina uno a uno.

Y nos hallamos de pronto danzando entre imaginarios y estilos rasta, sus valores estéticos y aquel imaginario que los falsea, sus prácticas urbanas sobre todo en distintas áreas habaneras, sus espacios y ritualizaciones cotidianas, las casas rastas para sus congregaciones, lo que llaman el “bonche” y otros contextos festivos, sus procesos migratorios… y en el apogeo del jolgorio  en esta “tribu” de negros de aspecto que otros hubieran temido, rechazado… pero que Marialina escudriña por fuera y por dentro… muy adentro… a menudo, uno por uno, apuntando a genuinas historias de vida…  y ninguno sin embargo, mandó a cortarle la cabeza a nuestra amiga, como alguna Reina de Corazones pero sin corazón, hubiera hecho muchísimo antes, según relataba Lewis Carroll.

Ello nos recuerda que en nuestras urbes existen otras tribus que se desdibujan en las redes sociales, de cuya conformación depende la estabilidad social y la feliz convivencia; cada una merece un viaje que enriquece nuestra diversidad, como este de Marialina. Quizás el nombre se debió al salvajismo de los grupos neonazis, de donde degeneraría el prejuicio con tal denominación, no sin cierta carga peyorativa, anteriores y posteriores, sean bohemios y rockeros, travestis y punk, y en nuestra Cuba actual hemos visto “frikis” y hoy vemos repas y mikis y emos... Así reflexionamos tras el epílogo y más de centenar y medio de textos, sólida y multifacética bibliografía que Marialina nos devuelve al despertar y contarnos… y es entonces que descubrimos sus apellidos (García Ramos) cuando firma unas 200 páginas que titula Rastafarismo en La Habana. De las reivindicaciones míticas a las tribus urbanas con las que por el Instituto del Libro mereció el Premio Dador (2010), el Premio “Pinos Nuevos” (2012), y fue propuesta al Premio Nacional de Investigación Cultural por La Habana en el 2013, mientras la publicaba la Editorial de Ciencias Sociales (2012).

Son leyes universales que aquella chica inquieta que descubrí soñando en la Maestría de Antropología y luego planificando su doctorado, entre otros temas, atrapó al vuelo y como si no hubiera sido su intención, nos restituye para hacernos comprender por qué Bob Marley sentenció alguna vez, que si los hippies fueran negros, serían Rastas.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 2 de diciembre de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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