No me
preocupa si se me evalúa (o no) “abogado del diablo”: combato la
seudocultura entre tantos críticos que establecen la calidad según el
tema o el género, clasificación en la que las telenovelas (además de los
melodramas, las llamadas comedias ligeras o románticas, etc.),
descendientes de los folletines, heredan también la suerte de maldición
de nacimiento con la que han llegado al mundo. Recuerdo aquella
propuesta que me hicieron para escribir guiones de telenovelas, en torno
al deportista de alto rendimiento o al médico internacionalista; ambas
me parecían fascinantes. Tracé un croquis general en torno al segundo
caso… y luego me presentaron al guionista que me iba a “enseñar”, con
muy buenos modales (eso sí) y muy sonriente: esto no, ni aquello, ni lo
otro… si matas a alguien pasa a ser atendido por las series del MININT…
un hilo central, lo demás no importa…” Opté por decirle (por supuesto,
con muchísimo respeto… todo el que no se me había tenido como creador)
que mejor, la escribiera él… porque casi la tenía escrita y sólo
faltaría mi firma… comodidad y plagio que rechazo.
Como profesor, lo primero que hago es valorar a mis estudiantes, confiar
en sus propias alas, oírles sus ideas por más locas que parezcan (muchas
veces, la –buena, hermosa- locura es la incubadora de la creación)… ir
podando juntos por el camino, opinarles sinceramente pero desde ellos y
siempre respetando que la autoría (de una tesis o de la obra que sea) no
es mía.
Si no se
deja libertad para escribir, no puede contarse con buenos guiones; y de
algo sí estoy seguro: ideas para buenos guiones abundan, y es triste que
la mayoría no llegue a realizarse ante la carencia de oídos receptivos,
porque la “palanca” que abre las puertas, no promueve (y pocas veces
busca) calidad, ni mucho menos, romper dogmas; el glosario de vallas a
sortear (ajenas al arte y la técnica del guión), impiden pensar nada
más. Y no se puede crear nada pensando en lo que “no se debe”, por el
mismo motivo por el que sería aberrante el coito pensando que el
(posible) hijo (ya le estamos dando el sexo) será así y estudiará
aquello que yo quise o soy. Toda creación es eso: un hijo con vida
propia a ayudar; no a imponerle.
Lógicamente, el guión siempre cambiará en manos de un(a) director(a),
que si vale como tal, lo consultará constantemente con el(la) guionista;
y más aún: la concepción del director será enriquecida por sus actores y
actrices seleccionados (si son realmente artistas) e igual por la
fotografía, la música, la edición… Arte colectivo que es todo
audiovisual, más rico y complejo cuando se trata de géneros como las
telenovelas, sin subvalorar ningún otro.
Aquel encuentro con el “Maestro” (tengo entendido que ya ni está en el
sector… no me preocupa, sólo lo cito como estudio de caso que apunta a
problemas más esenciales) me demostró los dogmas que se imponen casi
tradicionalmente, y muy pocos realizadores se han atrevido a romper, con
mayor o menor fortuna. La telenovela (por ser el género que estamos
tratando… pero pudiéramos hacerlo extensivo a la falta de creatividad en
tantos supuestos creadores) es una fórmula donde debe tener esto sí y
aquello no. En resumen: ni siquiera es que le hagan juego a los
(supuestos) críticos que la ven tonta y para amas de casa (ambos
indisolubles, porque parten de posiciones sexistas que subvaloran no
sólo a la telenovela, sino a la mujer), sin mayores pretensiones que
“entretener”, por cuanto se desdibuja dentro de su mismo sistema cuando
hacen de críticos o de guionistas o realizadores. Bajo tales
imposiciones, es imposible “crear” nada que valga la pena, ni en las
telenovelas ni en nada.
Sin embargo… justo su capacidad de “entretener” (tampoco tan universal…
las hay que aburren al más fanático) es en primer lugar, un valor de
éste, como de todo arte que se aprecie como tal.
Cierto
que una herencia del folletín era su intención de que se comprara el
periódico donde continuaría al día siguiente; se abusa de puntos de
giros inorgánicos, cartas que no se acaban de entregar, mensajes que no
acaban de llegar, secretos que no acaban de confesarse… todo lo cual
(está claro que sin abusarse) ya existía mucho antes de los folletines,
incluso en harto reconocidas obras de arte; pero cuando saben ganar
interés, ya enseñan a quienes no logran interesar a nadie, excepto por
el efectismo de la criticonería facilista, seudocultura de la crítica
responsable y profesional. El objetivo de estas cuartillas es valorar,
al menos mínimamente, algunos de los aportes de las telenovelas a
nuestra sociedad, a fin de incentivar su aprovechamiento en las
producciones cubanas.
En primer lugar es justo enfatizar que Cuba se ha beneficiado con que la
selección de telenovelas exhibidas, salvo excepciones, trasciende a la
media de la que se exhibe en otros países, aunque aún faltan buenos
ejemplos que por uno u otro motivo, en Cuba no se han puesto. Entre las
exhibidas hasta la actualidad destacan, qué duda cabe, las brasileñas,
en particular las de la producción O Globo; sueño con el día en que las
telenovelas cubanas recreen nuestros hitos culturales (estén donde estén
y de la época que sea… pero tantos y tales de los que los cubanos
podemos estar orgullosos) con el mismo arte (savoir faire, que no se
aprende en un aula, sin desdoro de las aulas) con que hemos conocido la
música, las artes visuales, la escena, la cultura culinaria, la
historia, los juegos y deportes populares incluso de comunidades
intrincadas, las riquezas ecológicas y otros tantos valores brasileños;
los que critican que sólo reflejan a los adinerados, es obvio que han
visto muy poco de ellas, o se sientan a verlas con el prejuicio al
frente; a propósito, no entendí nunca aquella infeliz explicación de un
comentarista cubano que respondía en TV, que los extranjeros debían
reflejar la pobreza de sus países… pero al señalársele que las
producciones cubanas (al menos entonces) no reflejaban la realidad de
nuestro pueblo, contestaba que teníamos que mostrar lo mejor de Cuba.
Tamaña inconsistencia me parece digna de análisis más profundos.
En consecuencia, muy probablemente, estemos conociendo mucho más de la
cultura brasileña que de la nuestra. Bravo por los brasileños y por
aquellos cubanos que disponen su exhibición en nuestra pequeña pantalla;
reto a seguir por los cubanos creadores en todas las tantas artes que
implica una telenovela, de la que desde la radionovela, fuimos
precursores, al menos de la latinoamericana… pero ahora tenemos que
retroalimentarnos de quienes nos siguieron; y la antítesis de la
retroalimentación es la arrogancia ensordecedora.
Justamente cuando saben entretener, se potencia mucho más el alcance de
esas promociones, así como los de otras urgencias como puede ser el
ambientalismo (Mujeres de Arena; la convivencia con mascotas: Páginas de
la Vida; La Favorita; Cuatro x cuatro; etc.) o el respeto que merece
toda mujer: Donha Beija (1988) es quizás un ejemplo hito, cuando a pesar
de décadas de revolución y de integración de la mujer (que no se limita
a su cuantía en los estudios, en los puestos de trabajo y de dirección)
hube de enfrentar a cubanas (incluso líderes e ideológicas de diversos
niveles en la Federación de Mujeres) que la condenaban porque “eso” lo
podía hacer el marido, pero ella no. Del audiovisual cubano, sólo me
recuerda la polémica generada al iniciar la misma década, con el filme
Retrato de Teresa, donde muchos se iban por el otro extremo: Ramón era
el machista a ser condenado, obviando a Ramón como el hombre promedio y
a Teresa, como la revolucionaria que trascendía a su contexto. Pero el
respeto a la mujer (sin idealizarla como penosamente, hacen muchas
feministas extremas) trasciende mucho más allá: nótese la recurrencia a
la prostituta (“mala palabra” en nuestra cultura) ante todo, como un ser
humano, con todo el respeto que merece como tal. Las hay malas, pero no
por ser prostitutas, pues también abundan las muy positivas,
inteligentes, agradables... bellas personas, a veces hasta
revolucionarias, en su verdadera acepción.
Finalmente quiero detenerme en esas telenovelas brasileñas, como las
primeras y mejores clases de educación sexual que se han dado en Cuba
(excepto la Jornada contra la Homofobia del 2008, parte de cuya
trascendencia se debió precisamente al respaldo de diversos espacios de
la televisión, antes y después), justo por su alcance (además de
antecesoras sabiéndolo hacer), con todo respeto a las instituciones y
otros encargados para ello en Cuba. Ante todo es menester reconocer que
la educación sexual trasciende en mucho a la lucha contra la homofobia,
si bien esta debe ser una trinchera protagonista por los graves
conflictos de justicia social que tanto desdicen de una Revolución, y
por las implicaciones que los prejuicios de toda índole tienen en la
lucha contra el sida y otras infecciones de transmisión sexual (its),
como aquellos que piensan que el sexo heterosexual desprotegido es
seguro, y se lanzan a merced del vih; pero también, la educación sexual
trasciende en mucho, igualmente, a la relación entre géneros, la cual ha
absolutizado a las mujeres obviando la masculinidad, que sólo en los
últimos tiempos y muy puntualmente, brota entre nuestros profesionales,
aun a menudo concebida, tristemente, como feudo privativo de los
sicólogos, obviando la interdisciplinariedad tan cacareada, pero tan
poco aplicada.
Concentrándonos en la lucha contra la homofobia, el primer hito en Cuba
ya tiene dos décadas, al exhibirse Vale Todo, y no sólo por incorporar
cómo se manipula la homofobia contra el amor limpio entre dos mujeres
(no me convence referir lesbianas por una parte y por otra,
homosexuales, como si estos fueran sólo masculinos… no pienso hacerme
cómplice de ninguna de las variantes del siniestro “divide y vencerás”,
lo cual no elude la homofobia que pervive igualmente y a veces peor,
dentro de la propia homosexualidad, a veces, lamentablemente, entre
géneros) sino por hacerlo tan bien, que a pesar de ser la primera vez,
no generó la repulsa homofóbica y sí la simpatía las amantes, extendido
a subrayar la importancia de lo que se llama matrimonio homosexual pues
la cuñada María de Fátima (Gloria Pires) que nunca valoró a Cecilia (ni
siquiera por homofobia, sino por su propio egoísmo y otras miserias
humanoides) quería aprovechar el desamparo y desinterés económico de
Laïs para arrebatarle lo que por derecho natural (no hay nada más anti-natura
que la homofobia) le correspondía; esas son las mezquinas esencias que
mueven a muchos de los que se oponen a reconocer legalmente la unión de
parejas del mismo sexo. Al final, el gigoló antagonista afiliado a la
temible cuñada enrumba su vida con un príncipe italiano en lo que parece
apuntar a un futuro menage à trois; estaban lejos de ser reconocidos
como personajes positivos (a diferencia de Cecilia y Laïs) pero ello se
vio, por lo menos, simpático en nuestra población.
Ello nos lleva a otras reflexiones que cuestionan que “los cubanos somos
muy machistas… homofóbicos… etc.” que en primer lugar, considero
chovinismo tremendamente reaccionario; no radica en la cultura (como a
menudo he escuchado, incluso por supuestos especialistas del tema y en
tribunas públicas), sino en la seudocultura cubana, que además, también
desdice de los valores que por otra parte, hiperbolizamos, puesto que
contradice la esencia revolucionaria de la que a veces, nos consideramos
dueños exclusivos. Tiendo más a pensar como aquellos antropólogos que en
torno a otras problemáticas, pero en esta también, han comprendido
nuestro país como constante flujo de inmigraciones muy diversas y por
tanto, se adaptaba a la continua convivencia con las más disímiles
otredades, sin anular tampoco la intolerancia.
Más allá, las telenovelas brasileñas han sistematizado (esencial para la
victoria) esta lucha anti-homofóbica: Sandro y Jefferson (La próxima
víctima) incorporan la pareja masculina y además, interracial; a
propósito, fue penoso comprobar en su reciente reposición (qué bien:
incluso en horario matutino al que había mayor acceso por las más
diversas edades), lo que entonces, y en otras muchas obras, se ha hecho
sentir: cortes moralistas de una censura homofóbica que es sabido que
estrecha filas con los retrógrados del mundo. Luego Rafaela y Clara
(Mujeres Apasionadas), y más recientemente, Mauricio y Rubiño, el médico
y el artista de Páginas de la vida, cuyo desarrollo parecía apostar por
el tema de la adopción de menores por las parejas homosexuales; caso en
que también nos quedó el mal gusto que hacen sentir los cortes… sobre
todo cuando han sido tan mal dados, sea o no por “los encargados de la
edición internacional”, como publicó Yuris Nórido (diario Trabajadores,
lunes 11 de enero de 2010:6)
Son todas
ellas, ejemplos de obras que desarrollan estos amores homosexuales,
presentadas con todo el respeto y valoración que merece el amor, sin
importar el género: son hombres viriles (algo que todavía está por ver
en el audiovisual cubano, si exceptuamos quizás, la intención de beso en
el filme Lista de Espera, y algún otro ejemplo muy tangencial, puntual y
apenas promovido) y mujeres muy femeninas, sin el menor cliché; amores
honestos y puros que enfrentan y vencen prejuicios, según cada contexto.
No faltan otros personajes con sentimientos homosexuales, algunos más
realizados que otros, casi siempre tratados con el máximo rigor y toda
consecuencia; es memorable aquel(la) presunto(a) ¿transexuado? de
Renacer. A propósito… ante tan sólidos antecedentes que demuestran toda
una cultura sistémica anti-homofóbica, me gustaría dejar avanzar más la
actual La Favorita, para esclarecer lo que por el momento, se hace
sentir como burla homofóbica contra Orlando, quedando a la imaginación
si Halley le satisfizo o no (¿el llamado sexo transaccional? O sea: ¿el
nuevo nombre para ser menos lacerante con la prostitución?); dos hombres
que enloquecerían a cualquier mujer, si no fuera por el amaneramiento
innecesario e inorgánico de Orlando que, al principio, cuando aún estaba
“dentro del closet”, no lo manifestaba en lo absoluto… cambio demasiado
total; víctima de las presiones familiares y del casi chantaje de su
falsa amiga, la escaladora Cielo… todo ello existe ciertamente, válido…
pero es el tono general con que queda tratado, distante de sus
predecesores. Son sensaciones por el momento; dejémosla avanzar.
Los mejores ejemplos en las telenovelas cubanas, a mi modo de ver, son
tres parejas femeninas: la pionera, la de Jacqueline Arenal en aquella
historia de cuatro hombres cuando su inesperada amante (tan femenina y
hermosa como ella, que es mucho decir; ambas del mundo de arte, quizás
un cliché, pero válido) la defiende sorpresivamente ante su marido (Albertico
Pujols); excelente final para un capítulo que, penosamente… inició el
próximo con su muerte accidental, impidiendo todo posible desarrollo de
la relación. Le continúa El balcón de los helechos, con la hermana (y su
pareja, conviviente incluso) del protagonista, cuya poca afición por tal
relación (que sin embargo, apoyaba la tan simpática Verónica: Susana
Pérez) acertaba entre los conflictos, aunque en efecto, nunca tuvo mayor
trascendencia. Y actualmente, la controversial Aquí estamos: dos mujeres
hermosas y femeninas, pareja interracial que quizás explicita un poco
más en pantalla que se aman, por lo que avanza más todavía; pero nunca
como se han mostrado hasta el abuso las parejas heterosexuales en todo
tipo de medio y género audiovisual.
Al respecto, conviene detenernos para no hacer concesiones a lo más
reaccionario de nuestra sociedad; y voy a basarme en un artículo
(tristemente, me llegó anónimo) que al enjuiciar el caso, el autor
citaba “una buena y joven amiga, negra bien plantada (que califica) de
cultura general media (pues acostumbra a ir al teatro, leer):Si yo
tuviera un hijo de doce años, no quisiera que viera a dos lesbianas
arrullándose en la televisión. ¿Cómo decirle que eso está mal, si ahí se
presenta en la pantalla como una actitud aceptable (…) No tengo nada
contra el homosexualismo (¿?) pero presentado así y para colmos con una
negra, no lo veo nada bien”; otro amigo, de más de 80 años y gay, lo
llamó para que escribiera “contra esa inmoralidad (…) ¿Qué es eso de que
las lesbianas se den la comida? En mis tiempos, eso no era así”; y sus
respuestas fueron evasivas cuando nuestro anónimo colega (al que de paso
saludo por este artículo) le recordaba su amante rubio cuando él era, en
efecto, mucho más joven que Raquel y Haydée No falta el esquivo “Sí, sí…
pero era distinto”. Y ahora soy yo quien agrega: (¿?)
Aquí
estamos muestra (como otras telenovelas antes, y también otros géneros)
varios problemas de nuestra sociedad; el artículo de marras refiere una
vecina que insultaba a la televisión “por esa inmoralidad” y porque
“…ahí casi todo el mundo vive del negocio, hay hasta un preso, ¿Qué se
quiere enseñar…?” Y al interesarse por los teléfonos de atención a la
población para opiniones de los televidentes, el articulista concluye
que “como suponía, las quejas por la pareja lésbica abundan y los
calificativos son fuertes acerca de quienes han decidido que estas
historias salgan al aire (y concluye): Tiene el mérito de presentar (…)
un mosaico de actitudes en la Cuba de hoy, con la inclusión de diversos
tipos sociales, desde las lesbianas, la convivencia con un
discapacitado, la actitud de un presidiario o la de un joven actor que
traiciona sus gustos por tal de ganar dinero (…) los que sí se sientan
frente al televisor lo hacen, en su mayoría, para criticarla”, y que a
nuestras producciones nacionales no se les acepta lo que se aplaude “en
las brasileñas o de otra nacionalidad”.
Realmente, si se trata la historia de once familias y grupos en torno al
colectivo teatral… ¿cuántas personas están implicadas? Y si ya se
reconoce en Cuba la homosexualidad entre el 10 y el 12 % de la
población… lo raro (hasta el heterosexismo) es que haya sólo dos
personas con sentimientos homosexuales. Sólo dos apuntes a las
observaciones del colega: adjudica la supuesta no aceptación de Aquí
estamos, a insuficiente calidad al desarrollar la obra; yo la
concretaría a sugerir en el guión algún conflicto más fuerte, más común
y real que la casi total aceptación y que, como la sal en el dulce,
levanta el sabor; por ejemplo: un(a) antagonista cuya hostilidad
homofóbica haga al público tomar partido; como tenían más de una (la
condiscípula y la madre de Clara) Rafaela y Clara en Mujeres
Apasionadas. Si se sabe trabajar, se educa al público en las miserias
ocultas en toda homofobia (poco tratada en nuestros medios, cuando es la
genuina patología) y ante el espejo, hasta ellos tendrán que indignarse
contra sí mismos.
En
segundo lugar, recomiendo no seguir acríticamente el populista, polémico
y acientífico camino de que “la mayoría” la rechaza; yo no estoy tan
seguro de que “los que sí se sientan frente al televisor lo hacen, en su
mayoría, para criticarla”; así no trascendemos a la especulación, lo
empírico y epidérmico. Éste es sólo uno de los tantos ejemplos en que
sólo oímos (peor aún: absolutizamos) a los que protestan, que a menudo
se autoproclaman voceros del pueblo. Sin embargo, aquellos que la
disfrutan (por éste y/u otros motivos) no suelen llamar por teléfono a
decir que les gusta. El estudio para decidir “la mayoría” no puede
reducirse a las llamadas ni a los gritos que “prefieren” una u otra
pareja de baile (mayoría de allegados presentes, no es popularidad); la
realidad es mucho más compleja, y ante todo, el “intelectual orgánico”
que necesitan los medios según los Cultural Studies de Birminghan, debe
diferenciar entre lo que se demanda, y lo que se necesita, que ha de ser
nuestro objetivo a satisfacer; y no basta con estudiar lo que se
necesita, sino que hay que saber darlo.
“La muestra” de nuestro colega es harto susceptible de análisis, y por
eso la cité: evidencia otros peligros, además de la homofobia: “para
colmos con una negra” (¿por qué? Racismo… la “insultada” es una negra
racista... joven, aunque cita un hijo de 12 años) ¿Y quién dijo que las
telenovelas son para los niños? Ello refleja el sexismo y la escasa
capacidad educativa de muchos de nuestros padres, que pretenden “quemar
etapas” de sus hijos por sus propios egos, para exhibirlos luego como
“lo adelantados” que son; igual les incitan desde muy pequeños, las
“malas palabras”, la violencia y sobre todo: la homofobia. Le molesta
que se presente como “una actitud aceptable” en franca contradicción con
su énfasis de que no tiene “nada contra el homosexualismo” (que confunde
con la homosexualidad… pero esta insuficiencia al respecto pasa
inadvertida entre tantas otras) porque obviamente, que dos mujeres se
arrullen, “está mal”… me recuerda aquella beata que utilizó lo más
homofóbico y retrógrado de nuestra Iglesia católica en Palabra Nueva
(junio 2008), “asqueada” por el beso entre aquellos dos cowboys (premio
merecido al beso en pantalla, digno para emblema de un Día de
Enamorados)… pero no por el crimen tan cruelmente cometido, ni por las
patadas y piñazos y puñaladas y el vasto etcétera, con que sus “hijos de
doce años” (y de mucha menos edad, y ellos mismos) son degenerados
constantemente por lo peor del audiovisual internacional (y algunos
ejemplos nacionales), sin obviar juegos de vídeos, y mucho más…
“En mi época no era así”… por suerte, en eso hemos avanzado; es lo que
he planteado en textos previos, al referir que tras la “pérdida de
valores” se entremezclan valores y antivalores; lo dicen menos por
reconocerse más reaccionario, pero no faltan quienes en voz baja
agregan: “en mis tiempos no había negros con blancas, ni blancos con
negras”… Yo sugeriría una investigación a la inmaculada que protesta
porque “todos viven del negocio“, se escandaliza porque “hay HASTA un
preso” (cuya reinserción social cuestiona) y finalmente, se pregunta:
“¿Qué se quiere enseñar?” Obviamente, no su intolerante agresividad de
beata y moralista, que es el camino que ha conducido a los momentos más
tenebrosos de la Humanidad: la Santa Inquisición, el KKK, los campos de
concentración nazis. Ante ellos, no es posible la más mínima concesión.
En cuanto
a que a nuestras producciones nacionales no se les acepta lo que se
aplaude “en las brasileñas o de otra nacionalidad”, creo que hay dos
factores: en primer lugar, es cierto que, muy lamentablemente,
determinada tendencia en nuestro país (que he llamado en textos previos,
“la insularidad sobredimensionada”) nos han impuesto que “lo normal” en
el resto del mundo no lo es en Cuba; así recuerdo la violenta lucha (hay
muchas formas de violencia que no exigen mítines y sangre corriendo en
las calles) en los años 80, por los varones cubanos con short, igual que
los extranjeros y las mujeres; al respecto aún queda mucho por decir y
por ganar; pero ya eso puede haber degenerado en nuestra población a
aceptar en otros, lo que entre nosotros no, y eso incluye diversos
niveles académicos (que no son precisamente, culturales) Pero el otro
factor, a mi juicio determinante, es que no se acaba de coger “el toro
por los cuernos”. Los avances son aún demasiado tímidos, predominan las
concesiones y el “qué dirán”, y en los mejores de los casos, el
paternalismo.
Así por ejemplo, sobre todo los varones homosexuales en las telenovelas
cubanas, aun cuando se traten de proyectar positivos, no suelen
trascender frustraciones (sexual e incluso, socialmente) y “damas de
compañía”, con diversos grados de amaneramiento (peligrosa confusión,
algunos más medidos) sin contar la publicidad ulterior de que el actor
“no lo es” (hasta el momento, no lo he visto en las actrices cubanas
involucradas). La marginación (como tantos otros fenómenos sociales) no
es una suma mecánica, que por ser mujer y ser homosexual es doblemente
discriminada, y en determinadas sociedades (se ha verificado en
ambientes militaristas y machistas) se tolera mejor la homosexualidad
femenina (que queda incluso encubierta), que la masculina; al menos eso
es lo que reflejan nuestras telenovelas.
Confío
que ya no estemos tan lejos de un Sandro y Jefferson, de un Mauricio y
Rubiño e incluso, de un beso como el de Brockeback Mountain; son caminos
que deciden nuestro empeño ya no por el pueblo más culto del mundo, sino
simplemente, por un pueblo elevadamente culto en el mundo; y la
continuidad de nuestra Revolución a niveles superiores e
irrenunciables.
Aciertos y desaciertos en el tratamiento de la homofobia y la
homosexualidad en nuestra televisión (y más aún, en nuestro audiovisual)
trascienden con creces a la telenovela, como parte integral de todo
sistema que es la cultura. Pero ello exigiría otro artículo.
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