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Identidad en la provincia La Habana: Complejidad y
Riquezas |
Investigador Titular. Profesor Titular Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas, Universidad Agraria de La Habana. |
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A menudo en mi trabajo cotidiano, sobre todo en y desde la Universidad Agraria de La Habana, constato que la identidad, en la medida en que deviene más compleja y tal vez como resultante, (de)genera lo que llamo “traumas de identidad". Con frecuencia sucede en la capital pero también, no por casualidad (justo por su interrelación histórica) en la provincia inmediata La Habana; asimismo, a ello están llamadas las capitales provinciales y otras urbes, al ritmo de su desarrollo al cosmopolitismo. La realidad, y sobre todo la realidad social, es tan rica en su evolución, que no siempre la mente humana es capaz de mantener su aceleración en la aprehensión del fenómeno vivo que es la identidad, y siempre que estamos ante lo incomprensible el escudo defensivo fluctúa entre obviarlo como inexistente, o minimizarlo en simplismos que no constituyen sino imágenes muy metamorfoseadas de la identidad objetiva y, por ende, peor que no reflejarla, construyen una nueva identidad que (entonces sí) amenaza con degenerar la genuina. Es lo que sucede con expresiones tan lamentables como peligrosas, concluyentes en que La Habana carece de identidad.
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Tal expresión sólo se sustenta cuando se asume que detrás de ella falta un aparato conceptual en torno a la identidad, y ante su escasez, recurren a facilismos y lugares comunes, lo que trasciende en mucho al ejemplo de marras. La identidad es la existencia misma... más aun: la identidad es la definición misma, por cuanto lo que no existe, incluso, se identifica por eso: por no existir; así de simple, que no implica para nada simplismo alguno; que para alcanzar la esencia del mundo que nos rodea no hay que ser tan rebuscado ni problematizar tanto una realidad compleja, sí, pero no retorcida, como a menudo pretenden muchos supuestos teóricos, nacionales y extranjeros, más empeñados en emborronar cuartillas en función de su propio egocentrismo con palabras de diccionario elitista. Por ende, los que tan apriorísticamente vetan la identidad habanera, asumen que la provincia La Habana, su territorio, su entorno, su población... no es posible de ser definidos... no existe? El peligro de todo ello es que con tales expresiones (sin duda suerte de promoción) (de)generamos imágenes, las cuales a su vez, si no reflejan la identidad en sí, degeneran una nueva identidad que, no por falsa, deja de convertirse en identidad o al menos, seudo identidad. Toda imagen es subjetiva, y hay tantas imágenes (incluso en evolución) como sujetos perciben cada fenómeno; la identidad es relativa, pero objetiva, y en constante evolución, no ha de asumirse como una fotografía invariable, pues en ella la tradición y la modernidad confluyen a cada instante, y precisamente la ciencia es la encargada de acercarse a dicha objetividad. Nunca se logra del todo, por cuanto no existe una verdad absoluta de última instancia; siempre hay verdades más profundas, y es el camino escabroso que ha de desentrañar el conocimiento científico. Y por ello es esencial la formación científica de nuestros promotores, para que se acerquen lo más posible a la genuina identidad que deben promover, puesto que de la promoción que ellos realicen depende que la identidad alcance el rango de imagen, al ser percibida por los más sujetos posibles, y que esta imagen promovida sea lo más cercana posible a la identidad objetiva. Claro que los escritores, incluidos los investigadores, también son promotores en la medida en que su obra la conozcan “los otros”, y la promoción es sistémica, pues a su vez ellos deben ser objeto de promoción de las editoriales, los editores, los especialistas del libro, la prensa escrita, oral y televisiva, etc. que han de atinar al escoger los textos que publican y cuáles no. Pero para ser promotor no necesariamente ha de ser escritor: las restantes artes también promueven, cada una con su propio instrumental, y ni siquiera hace falta ser artista para promover, aunque la promoción, al alcanzar sus mejores exponentes, a menudo llega a ser un verdadero arte en su creatividad (identidad esencial del arte) y otros valores, incluso estéticos; así por ejemplo, todo animador es promotor, aunque no todo promotor tenga, necesariamente, que animar una acción concreta, lo cual es, también, otro arte, sin duda alguna. Indudablemente es la promoción, en la medida en que impacta en los diversos sujetos, la que genera y/o degenera imágenes en todos y cada uno de ellos, y estos a su vez las reproducen en nuevas generaciones y/o degeneraciones propias, desde sus interpretaciones, sensibilidades e intereses personales; y si la promoción dista de la identidad por su falta de ciencia (única forma de la conciencia social que se interesa por la verdad) entonces las imágenes ofrecen una identidad que no ha sido tal, pero en la medida en que se afianza como imagen, comienza a construir una nueva identidad que se opone e intenta aplastar, retuerce y degenera a la que objetivamente, existe: no olvidemos que lo subjetivo (en este caso, la imagen) también existe, aun en la mente humana, y cobra cuerpo por sí solo, con todas sus consecuencias, hasta materializarse y objetivizarse inclusive. De aquí que devenga esencial conocer tales nexos entre imagen e identidad para comprender el fenómeno en análisis, pero también entre identidad objetiva (la que he referido hasta ahora) e identificación o identidad subjetiva, pues muchas veces se confunde lo que las personas sienten o piensan subjetivamente1 con la identidad objetiva; al igual que por razones metodológicas, es imprescindible asumir la dialéctica entre tradición y modernidad: toda modernidad es el resultado de tradiciones en constante evolución, aun cuando sean impuestas o traumáticas; y toda tradición no pervive sino en la modernidad, exceptuando quizás aquellos enrarecimientos que probablemente, en unas sociedades más que en otras, se mantengan enquistados. En el caso que nos ocupa, traumáticas han sido y siguen siendo las divisiones político – administrativas (DPO). Decir “habanero” incluye tanto las hoy Ciudad de La Habana como La Habana, vigentes desde la DPO de 1976; sin embargo, suele suceder que municipios tan alejados como San Nicolás de Bari, Alquizar, Madruga o Caimito, se reconozcan habaneros, mientras que en El Vedado (absoluta Habana metropolitana) se cogen taxis “para La Habana” y se iba a comprar “a la Habana” (en rigor, las tiendas de las hoy Centro Habana y Habana Vieja) Ello se explica porque ciertamente, El Vedado tiene su propia identidad, a pesar de los ignorantes de estas identidades locales y de los regionalismos de inmigrantes con demasiado ego para reconocerse en su transculturación, por lo que al inmigrar, empacan y portan sus propios traumas; también, cómo no, a la enorme inmigración (residente y flotante) a áreas como El Vedado, para quienes la imagen de “La Habana” es la otrora intramuros: El Morro y la Catedral. Algo similar ocurre para el resto de los habaneros, pues quienes viajan desde Madruga o desde Alquizar esperan, igualmente, llegar a La Habana (como si ellos mismos no fueran “La Habana”), pero con otros puntos referenciales, quizás más amplios desde afuera: muchos de ellos ya en El Vedado, se sienten en La Habana. Paralelamente, y a pesar de ser y sentirse habaneros todos, los de Güira de Melena se reconocen en una localidad, y los de Nueva Paz en otra, y dentro de Nueva Paz, Los Palos tiene su propia identidad y sentido2 de pertenencia, incluso con familias cuyas raíces comparten con las del matancero pero inmediato Cabezas. En resumen: la división político – administrativa, a pesar de sus aciertos y desaciertos, ha degenerado nuevas identidades, pero a pesar del abuso de su poder, nunca ha podido suplantar la identidad objetiva. Entre 1878 y 1976 sólo existían seis provincias, y La Habana, entre Pinar del Río y Matanzas, pormenorizaban el antiguo Occidente. Reconozcamos: la DPO de 1976 en 14 provincias y un Municipio Especial, y un total de 169 municipios por toda Cuba, y desde 1990 la proliferación de Concejos Populares,3 apostó por fortuna a un valor muy positivo que llegó para quedarse: la diversidad. Los mejores valores de la postmodernidad que vivimos es la retroalimentación necesaria en que se fundamenta. En tal sentido, la DPO apunta la riquísima diversidad que, por suerte, potencia al infinito la cultura cubana. Sin embargo, en la medida en que tal DPO haya obviado la identidad previa, por supuesto, degenera imágenes que traicionan dicha identidad objetiva; lo que empeora cuando los promotores asumen acríticamente la DPO. He aquí una situación problemática esencial a resolver; la sola denominación Ciudad de La Habana incluye vastas áreas reconocidamente rurales, imposibles de catalogarse entonces toda como “una ciudad”; es evidente la falacia de que el 100 % de Ciudad de La Habana es urbana, como han indicado versiones oficiales de la DPO, y no estoy hablando exclusivamente de los municipios periféricos; en tanto que la denominación (más bien popular) de “Habana Campo” para la provincia La Habana, también obvia las imprescindibles comunidades urbanas que identifican en alto grado a dicha provincia, y atesoran parte sustancial de su más valioso patrimonio: los topónimos deciden identidad, incluso cuando la falsean. El solo nombre “Universidad Agraria de La Habana”, válido durante sus primeras décadas, ya queda estrecho y conserva una imagen que limita su propia identidad; digamos, emparienta con aquella denominación popular, pero no científica, de “Habana Campo”, y queda como la diferencia con la (casi tricentenaria) Universidad de La Habana. La realidad actual, al son del impostergable y saludable desarrollo, ha exigido ampliar el abanico cualitativo (no sólo cuantitativo) de profesionales a formar en dicha institución, exigencias de la identidad actual, e incluir entre otras, las Ciencias Sociales. Sería retrógrado por anticientífico y opuesto al desarrollo, reducir la universalidad que por definición exige toda Universidad, a un sentido estrechamente pueblerino y localista; la Universidad de La Habana no es la exclusiva de Plaza de la Revolución donde se encuentra, ni siquiera la de la Ciudad de La Habana, y aun cuando proliferen Universidades por toda Cuba, ello está en función de acercar esta opción a cada rincón cubano, pero los horizontes de su objeto de estudio, en vez de reducirse, han de continuarse enriqueciendo, en esta y en cuanta Universidad se geste, lo cual lejos de reñirse, se complementa y potencia aun más con los estudios de identidad local, nunca a imponerse, sino emanados de la propia conformación e intereses particulares de los sujetos implícitos, que no los subestimemos: siempre enriquecerán el contexto de acción y nos harán ver nuevas problemáticas, a menudo insospechadas. Y es necesaria esa visión universal, no sólo para no dejar de ser Universidad, sino porque su propia realidad es más universal: asume estudiantes, además de la provincia La Habana, también de Ciudad de La Habana,4 así como de la Isla de la Juventud y del este pinareño, realidades todas con las que se enriquece y multiplican los beneficios que puede rendir dicha Universidad a todo el país; no olvidemos sus raíces diversas, los inmigrantes que llegan como traslado y la composición del profesorado, que tampoco es privativo de La Habana. Y más allá, las inquietudes universales que lógica, y sanamente, incuban y manifiestan sus educandos: “Patria es Humanidad”, decía Martí, y para nada “la patria chica” se opone a “la patria grande”, sino que se complementan necesariamente. Ni en el instrumental puede limitarse como provincia esta Universidad, por las mismas razones por las que las técnicas agropecuarias que se enseñan en la misma no pueden ser exclusivamente las experiencias locales, pues en tanto Universidad tiene que recoger y potenciar desde y al crisol nacional e internacional, única dinámica de potenciarse en tanto Universidad. Aplíquese ello, con no menos razones, a los estudios humanísticos, donde las culturas locales no son sino retroalimentarias con la cultura nacional, y por mediación de esta a su vez, indefectiblemente, con la cultura universal de todos los tiempos. Valórense los trabajos por sus aportes y rigor, y no por el objeto de estudio, y no reduzcamos nunca la comunidad al provincianismo; no los formemos estrechamente como trabajadores sociales, sino en el sentido más amplio y universal, profesionales para la cultura en su acepción más integral, revolucionaria y enriquecedora, sin yugos que no les dejen ver los horizontes donde deben volar para crecer y, así incluso, potenciar aun más sus propias comunidades, cuyas necesidades son mucho más universales y difíciles de encasillar. Estas reflexiones en cuanto a la Universidad Agraria de La Habana se deben al papel intelectual con que la misma se identifica dentro de la provincia... ya que la Universidad Agraria de La Habana y la provincia La Habana (concretamente San José de Las Lajas) se identifican mutuamente, aunque no exclusiva ni limitadamente pues ya vemos que la provincia La Habana va mucho más allá, y también la Universidad Agraria de La Habana va mucho más allá, cada una en su propia identidad; otro tanto, aunque con otro instrumental, ocurre entre el Instituto de Ciencia Animal y la provincia La Habana, concretamente San José de las Lajas; y entre la Escuela Internacional de Cine y Televisión y la provincia La Habana, concretamente San Antonio de los Baños; y entre el Museo Internacional del Humor y la provincia La Habana, concretamente San Antonio de los Baños. Es la dialéctica existente entre comunidad e institución mediatizada por la identidad; es la dialéctica existente entre la provincia La Habana en su conjunto, y sus diversas comunidades componentes que la identifican. Volvemos entonces al punto de la diversidad, básico en el presente análisis. La provincia La Habana se identifica, entre otros aspectos, por su gran diversidad, dada por su cercanía con la capital, si bien esta, lógicamente y como compete a toda urbe en la medida en que más metropolitana y cosmopolita es, deviene mucho más diversa. Llega el eco a la provincia inmediata, la única con la que limita la capital: otra identidad exclusiva de la provincia La Habana, que funciona en tal sentido como periferia a la capital, puente de transculturación a las restantes provincias vecinas: al este Matanzas, más distinto el norte del sur que al oeste hacia Pinar del Río, tal vez por la estrechez de este último paso; lógicamente desigual, en tanto desiguales son el este del oeste. Y mientras se distingue claramente un territorio norte oriental habanero dado por Santa Cruz del Norte por donde transita lógicamente mucho más personal entre Ciudad de La Habana – occidente cubano (Pinar del Río) y la inmediata Matanzas (incluida la internacionalmente célebre Varadero) – centro y oriente cubanos, el norte occidental habanero (Mariel) y más al sur, Artemisa, abren camino a quien fuera “la cenicienta cubana”: Pinar del Río, de cuya imagen turística trascienden Soroa, Viñales y otras riquezas naturales como la Sierra de los Órganos y la del Rosario, baños como los de San Diego hasta las playas del (pirata holandés) Noronho y el tabaco para la economía nacional. También al sur la provincia La Habana se identifica como puente de tránsito, en este caso hacia la Isla de la Juventud y concretamente, mediante Batabanó, si cruzamos el mar por naves marítimas, pues también puede sobrevolarse el territorio por naves aéreas. Pero más allá del tránsito, la transculturación local se matiza distintivamente por comunidades, según las inmigraciones de todo el país (eminentemente nacionales pero desde diversas regiones cubanas) que de una u otra forma y con los más diversos motivos tratan de acercarse a la capital, pero aun no pueden establecerse en la misma; de donde deviene la inestabilidad poblacional, pues a menudo sus propios residentes e incluso nativos, buscan asentarse en la capital (cuando no fuera del país) en busca de ofertas de todo tipo (económicas, recreativas, culturales, laborales...) supuestamente mejores, espacio abandonado que van copando inmigrantes de otras comunidades dentro de la propia provincia (a menudo desde áreas rurales hacia áreas más urbanizadas) o como ya se refería, desde otras provincias cubanas, si bien tales inmigraciones no suelen esperar el vacío de emigrantes para instalarse y abarrotar estas comunidades, importando con ello nuevas problemáticas, incluido con frecuencia el hacinamiento. Estos movimientos migratorios, sin lugar a dudas, identifican también unas comunidades de otras, inclusive en los flujos migratorios y en la etnicidad y mosaico cultural resultante, de todo tipo: lengua, costumbres, tradiciones, hábitos, etc. que exige profundizar en las identidades locales para, como podríamos parafrasear al Héroe Nacional: injértese toda Cuba en las comunidades habaneras, pero que el tronco siga siendo el de nuestras comunidades habaneras. Ello, lejos de subvalorarlo, requiere conocer y justipreciar esas identidades habaneras, sus mejores valores y su patrimonio que no puede perderse; las identidades inmigrantes (de donde se exige el estudio del resto de la cultura cubana y de la cultura universal, indispensables una de la otra) y examinar asimismo, cómo hacer más feliz ese proceso de transculturación consecuente, con mejores logros para todos en la inserción de toda Cuba sin que dejen de ser comunidades habaneras, ni perderse su rico patrimonio; esto es, sistematizar los estudios de promoción, urgentes a cientifizarse cada vez más. La transculturación es distintiva por regiones de la provincia, y esto incide también en la diversidad que referíamos, así como con la historia de las DPO, que no es posible obviar. La identidad vive en el tiempo, y desde los precolombinos la región era la de Habanagüex o Habaguanex, o si se acepta el topónimo “habana” por el vocablo “sabana”,5 eran estas tierras antes de las del Mariel, al oeste... Son tierras con costas norteñas y sureñas, bien distintas unas de las otras, y en cuyo sur los misterios locales cobijan aun los secretos de la fundación de la primitiva villa de San Cristóbal de La Habana, hostilizados precisamente por un entorno natural que en apenas cinco años, hizo que ya para 1519 estuvieran en un norte más favorable ecológicamente donde, por demás, eran cercanas las riquezas del nuevo imperio azteca recientemente descubierto por los españoles en tierras de los mexicatl (México) Fueron comunidades cuyo tabaco desde Las Villas para exportarse por La Habana como “habanos” a todo el mundo, fue corrido hacia el productivo oeste pinareño en función del dulce esplendor que desde fines del siglo XVIII, propiciaría la conformación de la nacionalidad cubana: he aquí la definición de muchas de estas comunidades, acelerada por la introducción del ferrocarril en Cuba ya en pleno siglo XIX en función de la industria azucarera, si bien no pocos de estos núcleos contaban ya con antecedentes, a menudo dado por tabaco, café, algún ganado o frutales, o el carácter de tránsito que ya habíamos mostrado entre la capital cubana y el resto del país; desigual por tanto, como ya hemos visto, en los caminos al este o al oeste, o al sur... con las respectivas y lógicas distinciones al sudeste, al suroeste, al este sudeste, al sur sudeste, al oeste suroeste, al sur suroeste, etc. Los caminos que se trazarían con el tiempo refuerzan tales distinciones sobre las que se erigen sus identidades locales, y se complica cuando las divisiones político – administrativas han intervenido, además, de espaldas a estudios de identidad cultural que, es cierto, sólo se estimulan y propician en cierta medida a fines del siglo XX, al margen de historiadores locales previos. Pero no bastaban estos historiadores para comprender las identidades culturales locales; son antecedentes fundamentales, pero no suficientes; en Cuba, la política cultural aplicada a la misma DPO desde 1976 sistematizó desde entonces, en cada uno de los municipios cubanos, el estudio del Atlas de la Cultura Popular, que sólo hacia 1988 devienen Estudios Culturales para cientifizarse con el ejemplo pionero de la Ciudad de La Habana (José Baltar al frente de las Investigaciones, Juan Mesa al frente de Programas y Proyectos Culturales), los que despuntan entonces en Cuba cuando sólo en Inglaterra (en cuya Universidad de Birmingham nacieron hace medio siglo) en Frankfurt (Alemania, donde se comienza a estudiar en los años 1970) y en la Sorbona de París; en Huelva (España), en Venezuela y en Argentina, y poco después en York (Toronto, Canadá) desde el 2004 en Santiago de Chile, los Cultural Studies constituían ya estudios universitarios.6 Ello explica también, las insuficiencias de la DPO. En la provincia La Habana se refleja en todo lo anterior, y mucho más que al este, el oeste se matiza en interrogantes... no sólo Mariel y Artemisa, incluso Guanajay ha sido, en determinado momento, considerado territorio pinareño... y es el mismo territorio, sólo que evolucionando en el tiempo pero en una evolución natural, que de pronto la DPO cambia (¿por qué no decirlo?: traumáticamente) de una provincia a otra, pues erige otra imagen que comienza a traicionar la identidad previa. Lo importante, en todos los casos, es que sigan siendo, respectivamente, Mariel, Artemisa, Guanajay... pero por supuesto, su interrelación varía con todas sus consecuencias que aun se lastran... y son motivos de sus propias identidades. Igualmente, Punta Brava actualmente en el municipio capitalino La Lisa, ha sido y sostenido más interrelación con el habanero Bauta, incluso con mayor cercanía e identidad en su conformación histórica y cultural. Visto ahora desde otro ángulo, qué hace que Santa María del Rosario, con su “Catedral de los Campos de Cuba”, pertenezca a la Ciudad de La Habana mediante el capitalino municipio Cotorro, y no a La Habana? Similares preguntas podríamos hacernos con otras comunidades capitalinas como Managua en Arroyo Naranjo, Cuatro Caminos, e inclusive Santiago de las Vegas entre el capitalino Boyeros y el habanero Bejucal... entre otros tantos. Al este, sin embargo, Guanabo se fundamenta mejor por haber estado históricamente más relacionada con la capital que con Santa Cruz del Norte, sobre todo por sus playas, lo que no disminuye la relación tradicional entrambos al este. Aun más compleja es la identidad y pertenencia en unos municipios u otros, de las múltiples localidades habaneras, así como las divisiones en Concejos Populares. Lógicamente, es saludable que Tapaste se sienta Tapaste, más que San José de las Lajas; hay razones para que el ICA se identifique más con Güines que con San José de las Lajas, aunque la DPO diga otra cosa. ¿Qué pasó con el otrora esplendoroso municipio La Salud... cuyo nombre no es en balde, y hoy se pierde en Quivicán? Es todo un crisol cuya sola enumeración consumiría demasiado espacio, pero que indica la complejidad, pero también la infinita riqueza, con que cuenta la identidad de esta provincia habanera, urgente de ser estudiada y debidamente promovida, pues los promotores han de conocer todas y cada una de estas identidades, no subestimar ninguna y mucho menos parapetarse tras el facilista y peligroso “aquí no hay identidad”, para que sus imágenes que promuevan sean mucho más atinadas y el resultado, mucho más feliz. Claro que la actual provincia La Habana tiene su propia identidad, y más aun, su diversidad exige hablar de las identidades locales, que conforman sistémicamente la identidad de una provincia que, es cierto, de alguna manera, la DPO ha improvisado: Jaruco con sus “Escaleras” y su paisaje natural, Melena del Sur con el Mayabeque donde se están realizan los Festivales del Performance, género tan rico y elocuente para las artes cubanas contemporáneas, pero también como el primer territorio libre de analfabetismo en el continente, y además, con su tradicional mollete a ingerir en sus fiestas; Güines con su Santa Bárbara y sus boleros, el verso improvisado, Caimito con el Festival de Invierno Teatral... Ya lo hipotetizaba para este estudio de caso concreto, como para otros, por la lógica de las leyes de la cultura, cuando pude comprobarlo durante mi Servicio Social en el Museo Histórico Municipal de Melena del Sur entre enero de 1983 y febrero de 1986, en estrecha relación con todo el resto de la provincia mediante mis colegas de aquel Sectorial Municipal y Provincial de Cultura; pero al colectivo de profesores de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad Agraria de La Habana, y en particular a todos mis estudiantes de los diversos cursos, agradezco las tantas evidencias con que a diario han engrosado por casi cinco cursos esta, que bien merece ser una línea de investigación y que algunos, felizmente, han esbozado como Tesis. Son ellos la inspiración y el sostén de estas cuartillas, en que se ha impuesto el análisis del papel de la promoción y en particular, la animación, en la dinámica entre identidad e imagen, entre tradición y modernidad, entre institución y comunidad, todo ello en su diversidad y evolución, que a la postre ratifica la complejidad y riqueza con que se identifica la (hoy) provincia La Habana, y que toda Cuba necesita se potencie por sus valores y rico patrimonio, que no se puede perder.
1 Inclusive su sentimiento de pertenencia, que en la
medida en que se eleva el conocimiento con respecto a aquello que
sienten o no sienten suyo, alcanza el rango de sentido de pertenencia. 3 Digo Concejos, que en la cultura hispanoamericana representan los “concejales”, y no Consejos (no son para aconsejar) como erróneamente se ha extendido en Cuba por haberse suprimido abruptamente esta cultura de concejales, si bien al inicio sí fueron planteados como Concejos hasta una lamentable y casi inmediata “rectificación”. 4 Donde la Licenciatura en Estudios (Socio)Culturales aun no existe como curso regular diurno. 5 Cito al Dr. Sergio Valdés Bernal. 6 Aprovechemos para agregar que en algunos países es incluso Facultad Universitaria, y que siempre se reportan como Estudios Culturales: como ”Socioculturales” sólo ha sido reportado en Cuba desde 1999, hasta ahora. Entrevista con Juan Mesa.
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Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu
Publicado, originalmente, en Angerona, Portal de la Cultura Habanera, www.angerona.cult.cu
Junio de 2008
Autorizado por el autor, al cual agradecemos.
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