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Hombres… y mujeres… de honor
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 
 

La mafia no es un tema nuevo en lo absoluto, si bien se ha mostrado prácticamente exclusivo entre los descendientes de italianos en los Estados Unidos. Así como la imagen que deja el cine sobre la II Guerra Mundial hace percibir esta como un fenómeno puramente anti-judío (recuérdese los vastos capitales hebreos que financian muchas de estas producciones, y sin desdorar en lo más mínimo el terrible holocausto contra ellos; pero distan mucho de haber sido las únicas víctimas, ni siquiera la esencia del conflicto) o que ser nazi es hablar alemán, o que hablar alemán es ser nazi (ya otras producciones han incursionado en suertes de nazismos en cualquier idioma… pudiéramos hacerla extensiva a cualquier etnia y color de piel… más allá de tantos alemanes víctimas del nazismo e incluso, tantos alemanes líderes y mártires anti-nazis), de igual modo, el audiovisual con respecto a la mafia deja la sensación que son aquellos que hablan inglés y gustan de comer pastas. La realidad histórica es mucho más compleja, y tales reduccionismos son en extremo peligrosos, además de tergiversadores… por lo menos. 

Ciertamente, los orígenes de la mafia se remontan al sur italiano, donde ya a mediados del siglo XIX, se usaba la palabra como sigla de Manzini Autoriza Furti, Incendi, Avelenamenti (“Manzini autoriza robos, incendios y envenenamientos”) ; el tal Manzini había organizado una asociación de indigentes sicilianos para imponerse mediante el terror emanado de los actos criminales para los que les pagaba; poder que a pesar de lo tenebroso (justo por ello), no es sino temporal, parcial, aparente y relativo, y al emigrar (como tantos otros) ante las crisis de todo tipo, fue que ramificó en EUA… y también en otros países, como Argentina y Brasil. La cultura (y en este caso la seudocultura, que es la predominante) trasciende en mucho a la etnicidad; y el modelo, lamentablemente, ha sido asumido para ganar en organización y conciencia de sí en otros muchos contextos, no tan distintos (y hasta antagónicos) como aparentan. 

A la Argentina (contexto que nos interesa ahora), algunos inmigrantes italianos (no todos, ni siquiera la mayoría, por supuesto) portaron este mal; no por casualidad ha sido un país donde el militarismo y los paramilitares (de una u otra manera emparentados con la mafia, casi por definición) ha escrito una triste historia en función de algunas de las más terribles dictaduras del continente; pocas veces el audiovisual no estadounidense ha explicitado así en sus respectivas sociedades esta patología social que, sin dudas, es la mafia. Por demás, la serie que nos ocupa se ubica en el contexto hacia la II Guerra Mundial, cuando Italia integró la coalición fascista hasta la caída de Mussolini. Y entre tantos encontronazos, se denota a lo largo de los capítulos, la controversia entre un patriotismo supuesto o sincero (¿Con el gobierno fascista italiano que los convoca a la guerra, o con el pueblo italiano, su mayor víctima? ¿Con Argentina, que los ha acogido como patria? ¿Con la Humanidad, ante todo? ¿Quién con un mínimo de sensatez –ya no la más elemental justicia social y cordura de sobrevivencia- la defendería explícitamente más de medio siglo después, ya entonces harto desacreditada?); y entre sus disímiles condiciones humanas y el modo de vida que impone la mafia y que no por azar, tan afín es al fascismo…

Quizás como una mirada irónica, burlesca, a tanta monstruosidad, nos llegan guiños de esta serie que nos recuerda que la mafia también puede hablar castellano (extendámoslo a otros idiomas) y que no se limita al norte continental; en este caso, la recrea en el cono suramericano. Dos familias luchan por el poder (y he aquí uno de los valores que más enaltece la serie: la familia): los Honorato y los Paternostra… los solo apellidos son harto indicadores de cuál es el protagonista (¿cuál de los dos apellidos explicita honor?), y cuál el antagonista: este último, algo así como una simbiosis entre “el Padrino” y la Cosa Nostra; antagonista que, entre otras paradojas que dejan en tela de juicio la veracidad que convenza al televidente (aún de la fantasía), llegan a ser coprotagonistas. Pero hacer pagar a justos por pecadores, es siempre un facilismo injusto y tremendamente peligroso: los Honorato sólo se defienden de las ambiciones desmedidas del “cabeza” (Carlo) de los Paternostra, si bien su familia se deja cegar (no siempre, ni todos igual: valor en la serie) por el amor filial. A fin de cuentas, el ego patológico de Carlo arrastra en sangre a todos… aunque luego la historia juegue con nosotros una y otra vez, en constantes puntos de giro, a menudo inconsistentes (pero intencionales a mi modo de ver) que, sin la menor duda, saben interesar. 

Por supuesto que el ingrediente adecuado para levantar el sabor de la rivalidad entre ambas familias, como la pizca de sal en los dulces, es una historia de amor; de hecho, más de una, porque se remontan al amor que había existido, y que pervive, entre la madre Honorato y Carlo Paternostra… y se desatan otras pasiones. Tampoco es nada nuevo: las historias de amor entre familias hostiles se remontan, cuando menos, a Romeo y Julieta, hace casi medio siglo; sin embargo, la diversidad y complejidad de enlaces amorosos singulariza a esta serie argentina.

Quizás tenga que ver con su afán de puntos de giro a menudo inusitados, que rallan en lo inverosímil pero que no por ello, pierden “gancho”; es como si nos recordara que el amor es el antídoto contra el odio. 

El sólo título recrea un sexismo que por cierto, no es privativo de la mafia, si bien esta lo enarbola, como tanta seudocultura del entorno que le alimenta; sexismo que, sin embargo, la trama echa por tierra. Hombro con hombro con los varones, las mujeres no solamente demuestran (y a menudo encabezan) un elevado (aunque frecuentemente cuestionable, en unos y otras) sentido del honor que defienden denodadamente; podríamos argumentar que sobre todo ellas, dados los prejuicios sexistas que aún persisten pero en la época eran mucho más virulentos, tienen que ser más osadas (incluso revolucionarias en buena medida, consciente o inconscientemente) para pensar y actuar como las de esta serie, sean de una u otra familia, o incluso, de ninguna de las dos, no más que con vínculos tangenciales. 

Sabemos que la cultura argentina, y en particular su audiovisual, ha sido un pilar indispensable para el patrimonio latinoamericano; en concreto su escuela de actuación y sus guiones (entre otros valores) han marcado pautas ineludibles. Y a pesar de las supuestas anomalías que por momentos, hizo dudar del producto ante el que estamos, varios de esos valores son innegables en Hombres de Honor. Así por ejemplo, hay líneas temáticas que la serie toca de manera tan interesante como valiente; un ejemplo es la lesbiana que tiene que sobrevivir dentro de determinados parámetros que no puede trasgredir; bastante “tolerantes” son con ella; ¿la aceptan? En esa época y sobre todo, en ese contexto, es difícil de creer, si bien ella se mide continuamente; a veces, casi chantajeada. 

Por una parte, estamos hartos de tanto audiovisual (incluso excelentes obras de arte) que hacen no pocas concesiones de época, algunas más sustanciales que otras, sobre todo en materia sexual y erótica (uno de los tabúes más difíciles a romper: casi siempre imponemos la involución actual), pero también en cánones estéticos muy diversos que limitan una mejor comprensión y veracidad de cada contexto. Así que de pronto, que la mirada desde la actualidad sea más avanzada que la de antaño, es cierto que tal vez idealice la época al respecto, pero al menos porta mensajes más positivos para el público actual. Cierto también que esos mensajes positivos se pudieran llevar igualmente sin edulcorar la época, con otros recursos… pero ha funcionado y en todos los casos, las limitantes (casi frustración) con que vive el personaje en sí mismo, demuestra la homofobia de entonces que, por otra parte, es mucho más obvia contra la homosexualidad masculina, ridiculizada con toda intolerancia en los muy escasos y tangenciales ejemplos en la serie, mucho más fiel al militarismo y la mafia, que así sólo encubren la homosexualidad en sus filas aún reprimida, hipócrita, inconfesa. ¿Más suerte tuvo ella? ¿Había más homofobia contra los varones, como en efecto suelen ser esas sociedades? ¿Y no se podía dar mensajes también anti homofóbicos mostrando mejor la lesbofobia, justo para combatirla si es la intención (lo que no hace la serie contra la homofobia a los varones) sobre todo cuando la problemática sigue vigente, a pesar de los avances? 

Y de pronto, la lesbiana se descubre bisexual; entre los tantos puntos de giro, uno de los más interesantes y que más aportan, por el adecuado y osado tratamiento que se le da. Pero aun más revolucionaria fue la forma en que asumieron y sobre todo, trataron el tema del incesto; es de imaginar la reacción de los sectores conservadores de la sociedad argentina (y de tantos otros países), pues los medio hermanos amantes logran incluso el apoyo de los padres y de otros familiares, a menudo más renuentes pues de los amigos, si son tales, es de esperar… No es típico del comercialismo aventurarse a perder tanto público, si bien sabemos que las más peliagudas problemáticas pueden ganarse, cuando se saben plantear bien; ejemplos abundan.

Entonces uno se pregunta: ¿es que los dislates que en determinadas situaciones se sintieron… no fueron intencionales? Cuando al análisis unimos la carga de humorismo que se evidencia en toda la serie (escenas inolvidablemente hilarantes como la del chino muerto durante el almuerzo protocolar) y puntos de giro en apariencia tan burdos como la resurrección por Carlo del hijo recién descubierto como tal, se palpa la época de postmodernidad que vivimos; es una hipótesis razonable (sería todo un aporte y un ejemplo antológico) que así, el universo de las series haya incorporado orgánicamente lo que fue el teatro del absurdo, y lo que en ocasiones pareció hasta ridículo, lo disfrutemos desde este otro prisma como una burla contra tantos cánones que hemos establecido; así por ejemplo, en artículo anterior (Los malos buenos y los buenos…¿?) en que me preocupaba por la crisis ética resultante, ahora me invita a abordar otra faceta de la misma problemática: cuando se trata de destruir un dogma pero no se hace adecuadamente (en este caso, el pronunciamiento era que “no existen los malos malos ni los buenos buenos”) el resultado puede ser otro dogma, aún peor, que es el que hemos impuesto y propició el artículo en cuestión. Quizás, podamos interpretar éste como uno de los motivos que más finamente de lo que pensamos, ha ironizado Hombres de Honor con esos “tan malos” de pronto “tan buenos”… que ya sabemos que no son sólo hombres, mientras resulta difícil precisar de cuál y cuánto honor se trata… porque tal vez, sea otro concepto de honor y no el “clásico” supuestamente implícito… porque tal vez, todo ello no sea más que máscaras (tan socorridas en la serie, como en la mafia… como en la vida…) para otros propósitos.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

Publicado, originalmente, en la Sección Moviendo los Caracoles de la Asociación de Cine, Radio y TV de la UNEAC http://www.uneac.org.cu/

 

Link: http://www.uneac.org.cu/index.php?module=caracoles&act=caracoles&id=42

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 10 de mayo de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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