La mafia
no es un tema nuevo en lo absoluto, si bien se ha mostrado prácticamente
exclusivo entre los descendientes de italianos en los Estados Unidos.
Así como la imagen que deja el cine sobre la II Guerra Mundial hace
percibir esta como un fenómeno puramente anti-judío (recuérdese los
vastos capitales hebreos que financian muchas de estas producciones, y
sin desdorar en lo más mínimo el terrible holocausto contra ellos; pero
distan mucho de haber sido las únicas víctimas, ni siquiera la esencia
del conflicto) o que ser nazi es hablar alemán, o que hablar alemán es
ser nazi (ya otras producciones han incursionado en suertes de nazismos
en cualquier idioma… pudiéramos hacerla extensiva a cualquier etnia y
color de piel… más allá de tantos alemanes víctimas del nazismo e
incluso, tantos alemanes líderes y mártires anti-nazis), de igual modo,
el audiovisual con respecto a la mafia deja la sensación que son
aquellos que hablan inglés y gustan de comer pastas. La realidad
histórica es mucho más compleja, y tales reduccionismos son en extremo
peligrosos, además de tergiversadores… por lo menos.
Ciertamente, los orígenes de la mafia se remontan al sur italiano, donde
ya a mediados del siglo XIX, se usaba la palabra como sigla de Manzini
Autoriza Furti, Incendi, Avelenamenti (“Manzini autoriza robos,
incendios y envenenamientos”) ; el tal Manzini había organizado una
asociación de indigentes sicilianos para imponerse mediante el terror
emanado de los actos criminales para los que les pagaba; poder que a
pesar de lo tenebroso (justo por ello), no es sino temporal, parcial,
aparente y relativo, y al emigrar (como tantos otros) ante las crisis de
todo tipo, fue que ramificó en EUA… y también en otros países, como
Argentina y Brasil. La cultura (y en este caso la seudocultura, que es
la predominante) trasciende en mucho a la etnicidad; y el modelo,
lamentablemente, ha sido asumido para ganar en organización y conciencia
de sí en otros muchos contextos, no tan distintos (y hasta antagónicos)
como aparentan.
A la Argentina (contexto que nos interesa ahora), algunos inmigrantes
italianos (no todos, ni siquiera la mayoría, por supuesto) portaron este
mal; no por casualidad ha sido un país donde el militarismo y los
paramilitares (de una u otra manera emparentados con la mafia, casi por
definición) ha escrito una triste historia en función de algunas de las
más terribles dictaduras del continente; pocas veces el audiovisual no
estadounidense ha explicitado así en sus respectivas sociedades esta
patología social que, sin dudas, es la mafia. Por demás, la serie que
nos ocupa se ubica en el contexto hacia la II Guerra Mundial, cuando
Italia integró la coalición fascista hasta la caída de Mussolini. Y
entre tantos encontronazos, se denota a lo largo de los capítulos, la
controversia entre un patriotismo supuesto o sincero (¿Con el gobierno
fascista italiano que los convoca a la guerra, o con el pueblo italiano,
su mayor víctima? ¿Con Argentina, que los ha acogido como patria? ¿Con
la Humanidad, ante todo? ¿Quién con un mínimo de sensatez –ya no la más
elemental justicia social y cordura de sobrevivencia- la defendería
explícitamente más de medio siglo después, ya entonces harto
desacreditada?); y entre sus disímiles condiciones humanas y el modo de
vida que impone la mafia y que no por azar, tan afín es al fascismo…
Quizás
como una mirada irónica, burlesca, a tanta monstruosidad, nos llegan
guiños de esta serie que nos recuerda que la mafia también puede hablar
castellano (extendámoslo a otros idiomas) y que no se limita al norte
continental; en este caso, la recrea en el cono suramericano. Dos
familias luchan por el poder (y he aquí uno de los valores que más
enaltece la serie: la familia): los Honorato y los Paternostra… los solo
apellidos son harto indicadores de cuál es el protagonista (¿cuál de los
dos apellidos explicita honor?), y cuál el antagonista: este último,
algo así como una simbiosis entre “el Padrino” y la Cosa Nostra;
antagonista que, entre otras paradojas que dejan en tela de juicio la
veracidad que convenza al televidente (aún de la fantasía), llegan a ser
coprotagonistas. Pero hacer pagar a justos por pecadores, es siempre un
facilismo injusto y tremendamente peligroso: los Honorato sólo se
defienden de las ambiciones desmedidas del “cabeza” (Carlo) de los
Paternostra, si bien su familia se deja cegar (no siempre, ni todos
igual: valor en la serie) por el amor filial. A fin de cuentas, el ego
patológico de Carlo arrastra en sangre a todos… aunque luego la historia
juegue con nosotros una y otra vez, en constantes puntos de giro, a
menudo inconsistentes (pero intencionales a mi modo de ver) que, sin la
menor duda, saben interesar.
Por supuesto que el ingrediente adecuado para levantar el sabor de la
rivalidad entre ambas familias, como la pizca de sal en los dulces, es
una historia de amor; de hecho, más de una, porque se remontan al amor
que había existido, y que pervive, entre la madre Honorato y Carlo
Paternostra… y se desatan otras pasiones. Tampoco es nada nuevo: las
historias de amor entre familias hostiles se remontan, cuando menos, a
Romeo y Julieta, hace casi medio siglo; sin embargo, la diversidad y
complejidad de enlaces amorosos singulariza a esta serie argentina.
Quizás
tenga que ver con su afán de puntos de giro a menudo inusitados, que
rallan en lo inverosímil pero que no por ello, pierden “gancho”; es como
si nos recordara que el amor es el antídoto contra el odio.
El sólo título recrea un sexismo que por cierto, no es privativo de la
mafia, si bien esta lo enarbola, como tanta seudocultura del entorno que
le alimenta; sexismo que, sin embargo, la trama echa por tierra. Hombro
con hombro con los varones, las mujeres no solamente demuestran (y a
menudo encabezan) un elevado (aunque frecuentemente cuestionable, en
unos y otras) sentido del honor que defienden denodadamente; podríamos
argumentar que sobre todo ellas, dados los prejuicios sexistas que aún
persisten pero en la época eran mucho más virulentos, tienen que ser más
osadas (incluso revolucionarias en buena medida, consciente o
inconscientemente) para pensar y actuar como las de esta serie, sean de
una u otra familia, o incluso, de ninguna de las dos, no más que con
vínculos tangenciales.
Sabemos que la cultura argentina, y en particular su audiovisual, ha
sido un pilar indispensable para el patrimonio latinoamericano; en
concreto su escuela de actuación y sus guiones (entre otros valores) han
marcado pautas ineludibles. Y a pesar de las supuestas anomalías que por
momentos, hizo dudar del producto ante el que estamos, varios de esos
valores son innegables en Hombres de Honor. Así por ejemplo, hay líneas
temáticas que la serie toca de manera tan interesante como valiente; un
ejemplo es la lesbiana que tiene que sobrevivir dentro de determinados
parámetros que no puede trasgredir; bastante “tolerantes” son con ella;
¿la aceptan? En esa época y sobre todo, en ese contexto, es difícil de
creer, si bien ella se mide continuamente; a veces, casi chantajeada.
Por una parte, estamos hartos de tanto audiovisual (incluso excelentes
obras de arte) que hacen no pocas concesiones de época, algunas más
sustanciales que otras, sobre todo en materia sexual y erótica (uno de
los tabúes más difíciles a romper: casi siempre imponemos la involución
actual), pero también en cánones estéticos muy diversos que limitan una
mejor comprensión y veracidad de cada contexto. Así que de pronto, que
la mirada desde la actualidad sea más avanzada que la de antaño, es
cierto que tal vez idealice la época al respecto, pero al menos porta
mensajes más positivos para el público actual. Cierto también que esos
mensajes positivos se pudieran llevar igualmente sin edulcorar la época,
con otros recursos… pero ha funcionado y en todos los casos, las
limitantes (casi frustración) con que vive el personaje en sí mismo,
demuestra la homofobia de entonces que, por otra parte, es mucho más
obvia contra la homosexualidad masculina, ridiculizada con toda
intolerancia en los muy escasos y tangenciales ejemplos en la serie,
mucho más fiel al militarismo y la mafia, que así sólo encubren la
homosexualidad en sus filas aún reprimida, hipócrita, inconfesa. ¿Más
suerte tuvo ella? ¿Había más homofobia contra los varones, como en
efecto suelen ser esas sociedades? ¿Y no se podía dar mensajes también
anti homofóbicos mostrando mejor la lesbofobia, justo para combatirla si
es la intención (lo que no hace la serie contra la homofobia a los
varones) sobre todo cuando la problemática sigue vigente, a pesar de los
avances?
Y de pronto, la lesbiana se descubre bisexual; entre los tantos puntos
de giro, uno de los más interesantes y que más aportan, por el adecuado
y osado tratamiento que se le da. Pero aun más revolucionaria fue la
forma en que asumieron y sobre todo, trataron el tema del incesto; es de
imaginar la reacción de los sectores conservadores de la sociedad
argentina (y de tantos otros países), pues los medio hermanos amantes
logran incluso el apoyo de los padres y de otros familiares, a menudo
más renuentes pues de los amigos, si son tales, es de esperar… No es
típico del comercialismo aventurarse a perder tanto público, si bien
sabemos que las más peliagudas problemáticas pueden ganarse, cuando se
saben plantear bien; ejemplos abundan.
Entonces
uno se pregunta: ¿es que los dislates que en determinadas situaciones se
sintieron… no fueron intencionales? Cuando al análisis unimos la carga
de humorismo que se evidencia en toda la serie (escenas inolvidablemente
hilarantes como la del chino muerto durante el almuerzo protocolar) y
puntos de giro en apariencia tan burdos como la resurrección por Carlo
del hijo recién descubierto como tal, se palpa la época de
postmodernidad que vivimos; es una hipótesis razonable (sería todo un
aporte y un ejemplo antológico) que así, el universo de las series haya
incorporado orgánicamente lo que fue el teatro del absurdo, y lo que en
ocasiones pareció hasta ridículo, lo disfrutemos desde este otro prisma
como una burla contra tantos cánones que hemos establecido; así por
ejemplo, en artículo anterior (Los malos buenos y los buenos…¿?) en que
me preocupaba por la crisis ética resultante, ahora me invita a abordar
otra faceta de la misma problemática: cuando se trata de destruir un
dogma pero no se hace adecuadamente (en este caso, el pronunciamiento
era que “no existen los malos malos ni los buenos buenos”) el resultado
puede ser otro dogma, aún peor, que es el que hemos impuesto y propició
el artículo en cuestión. Quizás, podamos interpretar éste como uno de
los motivos que más finamente de lo que pensamos, ha ironizado Hombres
de Honor con esos “tan malos” de pronto “tan buenos”… que ya sabemos que
no son sólo hombres, mientras resulta difícil precisar de cuál y cuánto
honor se trata… porque tal vez, sea otro concepto de honor y no el
“clásico” supuestamente implícito… porque tal vez, todo ello no sea más
que máscaras (tan socorridas en la serie, como en la mafia… como en la
vida…) para otros propósitos.
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