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Hacia un mejor trabajo comunitario: urgencia de la política cultural cubana
por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez (año 2010)
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 
 

Si bien la política cultural que rige nuestro país, está definida por el propio Fidel Castro desde aquellas históricas Palabras a los Intelectuales (en Almazán y Torres, 2006:96-122) pronunciadas el 30 de junio de 1961 en el Salón de Actos de la Biblioteca Nacional José Martí,[1] no se puede decir en lo absoluto, que haya sido entonces que nació el trabajo comunitario, el cual ya era una vasta tradición no sólo cubana, sino internacional, tan antigua como las comunidades lo son, por inherente a ellas; ni tampoco que haya sido entonces que alcanzó el reconocimiento ni el rango necesariamente merecido, para lo cual (al menos en Cuba) habría que esperar aún más de 30 años, entre las tantas urgencias a que nos convocó el llamado “Período Especial” de la década finisecular, en este caso para bien de todos, y de todo.  

Lo que sí no cabe duda, es que esclarecer de esa manera la política cultural del naciente gobierno, constituyó un hito ineludible para todo el que pretenda hurgar en cualesquiera de las más disimiles problemáticas de la cultura (y de toda la sociedad) cubana durante este último medio siglo. Quizás su esencia (y no por casualidad, su vocación popular, y por extensión en un lenguaje más actual: comunitaria) se encierra en el siguiente fragmento:

“La Revolución debe tratar de ganar para sus ideas la mayor parte del pueblo (…) contar, no sólo con los revolucionarios, sino con todos los ciudadanos honestos que aunque no sean revolucionarios, es decir, que aunque no tengan una actitud revolucionaria ante la vida, estén con ella. La Revolución sólo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios. Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución. Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada (…) porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.

Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución ningún derecho”

“Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Este es un principio general para todos los ciudadanos. Es un principio fundamental de la Revolución.” (Ob.Cit.:103-104)

Como suele suceder, tal vez hayan sido las disímiles y no siempre felices interpretaciones de “la letra” las que tergiversaron dicha esencia, a veces traicionada no tanto por los errores lógicos de la inexperiencia (en ocasiones por escasa visión cultural, y/o por los años difíciles de todos los inicios), como por los horrores de aquellos enemigos que se parapetan en toda Revolución (el peor daño que se le hace, es el que se hace a su nombre) y pretenden privatizarla en su provecho personal y a menudo con abuso de poder, para escalar posiciones y lucrar con el sacrificio de todos, exacerbando extremismos y otras miserias humanoides. 

Fueron aquellos que se preocuparon más por lo que estaba “contra la Revolución”, miopes ante el infinito horizonte que se abría “dentro de la Revolución” y que incluso, toda Revolución necesita; aunque la propia definición de revolucionario se explicitaba en el mismo discurso: “Ser revolucionario es también una actitud ante la vida, ser revolucionario es también una actitud ante la realidad existente…” (p.101) “…hay hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla, por eso son revolucionarios. Pero puede haber hombres que se adapten a esa realidad y ser hombres honestos, sólo que su espíritu no es un espíritu revolucionario; sólo que su actitud ante la realidad no es una actitud revolucionaria.” (p.101) “En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria” (p.104)

Según estas palabras, la honestidad no necesariamente era revolucionaria, pero sí “dentro de la Revolución”; aunque vale agregar: es indispensable a todo revolucionario. A estas alturas, ya es harto reconocido el daño causado durante el llamado “quinquenio gris” (y mucho más allá, y por sólo citar estos ejemplos) por la histeria homofóbica y anti-religiosa, y contra las nuevas corrientes en otros países a las que a veces se cerró fronteras, contra quienes asumían honestamente[2] cualesquiera de estas (y otras) identidades, lo que degeneró conflictos generacionales y políticos allí donde no tenían la menor razón de ser, lacerando sectores poblacionales con cicatrices lamentablemente tan difíciles de cerrar (y que nunca se han de olvidar, pues una de las funciones de la Historia es evitar repetir tales errores y horrores) al proceso revolucionario.

Todo ello quebraba asimismo otros postulados de tal discurso: “…con el esfuerzo de todos, estamos llevando adelante una verdadera Revolución…” (p.98; las negritas son del Autor: sin exclusiones), y “el espíritu de la crítica debía ser constructivo, debía ser positivo y no destructor” (p. 110), lo que obviamente, fue burlado por no pocos de quienes debían precisamente abanderarse de estas ideas, y sin embargo, incentivaron aún más el éxodo casi como una triste tradición, con todas sus consecuencias nefastas para la familia cubana, y para el país. 

Pero he aquí otra definición fundamental que ya explicita dicho texto, y que no se puede pasar por alto por su tremendo valor metodológico para el análisis: “Una Revolución es un proceso histórico" (p.104), y como tal, añadamos, un fenómeno vivo; y es en su historia de vida que esta Revolución sigue ampliándose en los momentos actuales, mediante nuevas campañas urgentes (y a pesar de las heridas legadas por décadas) como son precisamente, la lucha contra la homofobia y el racismo en toda su multidireccionalidad, por el respeto y amor al medio ambiente y sus diversos componentes, por reconocernos en la cultura universal y con ella, lo cual nos ratifica a nosotros (no dejamos de ser nosotros) en evolución, por una genuina libertad que no lacere otras libertades… pues lo que lacera la dignidad humana no es su natural diversidad de sexualidades, creencias, etc., sino el hostigamiento contra ellas.   

La vigencia de tales palabras rebasan otros hitos de estos años, como fue el I Congreso del Partido Comunista de Cuba (P.C.C.; 1975), incluida la nueva división político-administrativa (d.p.a.) que dividía al país en 14 provincias (y estas, en cerca de centenar y medio de municipios, todos y cada uno con su sistema institucional de la cultura) y el municipio Especial Isla de la Juventud… todo lo cual propiciaba, trabajando desde todos y cada uno de ellos, y sobre todo desde los museos municipales que a la sazón se creaban, un mejor panorama y obra de las más disímiles comunidades cubanas. 

Cuba heredaba la d.p.a. de la República, que sin mayor preocupación por la identidad de nuestras tantas comunidades conservaba la misma estructura de seis provincias que desde 1878 (tras el Pacto del Zanjón) había sustituido a la de cuatro regiones: Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente.[3] Pero la Revolución como fenómeno vivo explicita la participación de las comunidades: en caso contrario, perdería su esencia revolucionaria, y ello urgió improvisar experiencias que al aprobarse en 1964, dejan atrás sus “43 barrios” según intereses electorales que tantas identidades comunitarias obviaban, lo que nos hace reflexionar que las amenazas de globalización cuentan con antecedentes a considerar, al generarse una imagen que perdía toda la rica diversidad comunitaria.  

En 1964 nuevos topónimos, felizmente, fueron reconocidos (Rampa), aunque otros fueron oficial (y lamentablemente) abolidos (Medina), no obstante perviven en sus comunidades, hasta la d.p.a. referida de 1976, que refleja el crecimiento demográfico (y la consecuente proliferación de comunidades) en todas nuestras regiones. Tal proceso se profundizó aún más con la creación de los concejos populares en 1990, en los que se encuentran especialistas de todos los sectores, y haría que cada sistema sectorial (Cultura, Educación, Salud, Deportes, etc.) en cada municipio, tenga que referirse desde entonces no sólo institucional, sino también comunitario. Entre los hitos que continuaron se destaca el Movimiento de Coordinadores de Cultura Comunitaria que en 1994 funda Abel Prieto en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); y en el 2006, el Proyecto Identidad, por el Comité Provincial del P.C.C. de la Ciudad de La Habana, que demuestran voluntades políticas para con los valores comunitarios.  

Al margen de que tales divisiones con frecuencia hayan ignorado las identidades histórico-culturales de las tantas comunidades implícitas (pocas de ellas, explícitas) con los daños consecuentes a tales valores, no puede negarse desde 1976 el mayor acercamiento a ellas y desde ellas, sobre todo con la creación del Atlas de la Cultura Popular en todos los municipios cubanos, que entre 1986 y 1989 evolucionó a introducir los Estudios Culturales en Cuba como parte del naciente Sistema de Programas y Proyectos de Desarrollo Cultural, ya en vísperas de la década finisecular, para sentar las bases científicas de la promoción cultural, que ha implicado por supuesto, una revolución para todas las aristas del trabajo cultural.  

Coincide con la pérdida para Cuba del campo socialista y la crisis del llamado “Período Especial”, cuando el Estado ya no puede responsabilizarse con muchas acciones que emprendía en todos esos concejos, y es cuando como alternativa, el tan antiguo pero aún apenas reconocido “trabajo comunitario” emerge para quedar entre los grandes protagonistas del momento, al empezar a redescubrirnos todas y cada una de nuestras comunidades. 

Sin embargo… ya en aquel encuentro de 1961, el máximo líder del nuevo Estado solicitaba a la intelectualidad y las artes cubanas, su papel para el enorme y aún incipiente proyecto cultural del país: “Pedimos al artista que desarrolle hasta el máximo su esfuerzo creador (…) Estamos pidiendo el máximo desarrollo en función de la cultura y muy precisamente en función de la Revolución, porque la Revolución significa precisamente, más cultura y más arte (…) Vamos a librar una guerra contra la incultura” (p. 120) 

Se enfatiza asimismo, que este empeño sea en función del pueblo: “La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente para que el arte y la cultura lleguen a ser un real patrimonio del pueblo. Y al igual que nosotros hemos querido para el pueblo una vida mejor en el orden material, queremos para el pueblo una vida mejor también en todos los órdenes espirituales (…) debemos propiciar las condiciones necesarias para que todos esos bienes culturales lleguen al pueblo” (p.104-105) 

Al alumbrar la nueva política cultural cubana, se evidenciaban ya rasgos determinantes para el trabajo comunitario que hoy mueve a toda Cuba, al plantear la urgencia de “…comenzar a descubrir en el pueblo los talentos y convertir al pueblo actor en creador, porque en definitiva el pueblo es el gran creador” (p.116) y apuntar a “… la cantidad enorme de inteligencias que se han perdido sencillamente por falta de oportunidad. Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias; vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier orden, pueda desarrollarse (…) sabrán qué niño tiene vocación (…) van a despertar el gusto artístico y la afición cultural en los adultos…” (p.117) 

El trabajo comunitario en Cuba: entonces y desde entonces.

Aun más: tal documento sirve como crónica de los “trabajos comunitarios” que al calor de tal política cultural, ya comenzaban a rendir tan tempranos frutos: “Hay compañeros que han estado en algunas cooperativas que han logrado que las cooperativas tengan su grupo teatral (…) en el curso sólo de dos años podremos enviar mil instructores, de cada uno de esos; más de mil, para teatro, para danza y para música.” (p.118) “Los instructores que se están preparando, las Escuelas Nacionales que se están preparando, las Escuelas para aficionados que también se fundarán” (p.119) y narra: “En días recientes nosotros tuvimos la experiencia de encontrarnos con una anciana de 106 años que había acabado de aprender a leer y escribir y nosotros le propusimos que escribiera un libro. Había sido esclava y nosotros queríamos saber cómo un esclavo vio el mundo cuando era esclavo, cuáles fueron sus primeras impresiones de la vida, de sus amos, de sus compañeros…” (p.122) 

En efecto: la Campaña de Alfabetización (1961, y las escuelas, museos y similares que desde entonces proliferarían) era, de hecho, un monumental ejemplo de trabajo comunitario; aunque no el único. La Revolución cubana propiciaba muy disímiles formas de trabajo comunitario, según cada sujeto con inquietudes y talento para ello: grupos escénicos como Escambray y Antillana de Acero, aficionados como el Olga Alonso y Plaza Vieja, respectivamente de Humberto Rodríguez y Uberto Llamas (municipios capitalinos Plaza de la Revolución y Habana Vieja), entre otros muchos; en la capital el pintor Manuel Couceiro Prado,[4] por el Consejo Nacional de Cultura (C.N.C.), en las décadas de 1960 y 1970 frecuentaba la Necrópolis Cristóbal Colón, los Astilleros Chullima y otras comunidades y centros laborales y militares (profesor de las escuelas del Comodoro en Playa, por ejemplo) de toda La Habana y de toda Cuba, donde impartía conferencias y charlas sobre artes plásticas e historia del arte según cada entorno comunitario, a fin de que los propios trabajadores y comunidades preservaran su patrimonio. 

Mientras tanto, el escultor José Ramón de Lázaro Bencomo “Delarra” daba clases a los niños y hacía exposiciones en Marianao, Regla y toda la Habana con exposición móvil, cuando en 1960 y 1961, en apoyo a la Alfabetización, hace 63 exposiciones en parques, fábricas, centros de recreación, prisiones y otros para inquietar a la población en las artes, mostrando técnica y contenido; se modelaba una pequeña escultura y al final dialogaba con los visitantes, en casi todos los municipios habaneros. En 1961 está entre los que fundan y dirigen Cultura Provincial La Habana, con Orlando Suárez en la Galería Francisco Javier Báez en la Plaza de la Catedral, y el Mercado Popular de Artes Plásticas las mañanas de domingos en la Plaza de la Catedral, con sencillas tallas, grabados, pintura y dibujo, para un mayor acceso del pueblo al arte.  

El pintor villareño Raúl César Santos Zerpa (Santoserpa) que en el año 2000 obtuvo Premio Nacional de Cultura Comunitaria y fue escogido para integrar el Mural de Pedagogos del Siglo XX, fue designado en 1961 jefe de brigada de los alfabetizadores Conrado Benítez en la finca Hasta Aquí, del barrio Ojo de Agua en el municipio tunero Jobabo, donde creó un taller con los tejedores de yarey locales, para lo que empezó por aprender a tejer y luego, enseñó al resto sus nuevos diseños; en 1962, durante el Primer Festival del Carbón que inició la promoción cultural en la Ciénaga de Zapata, fue instructor de arte en la granja El Rosario. Entre 1962 y 1966 en Santa Clara primero y Ciego de Ávila después, con la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) integraba a la mujer a los talleres de artesanía que él orientaba y que mantiene en su nueva residencia (desde 1968) de la capitalina Centro Habana. Su historia de vida indica la sistematización del trabajo comunitario durante las décadas del proceso revolucionario: 

Mantenía su ya experta obra docente de instructor de arte a las más distantes y distintas comunidades cubanas, y otras obras, como el embellecimiento de las secundarias básicas en la Isla de la Juventud y la caravana artística Canadiez, que en 1970 recorría los cañaverales, año en que es profesor de la Escuela Nacional de Extensión Cultural que se fundaba, y proliferaron por toda Cuba sus cursos y talleres a activistas de cultura de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la FMC, el Ministerio del Interior, el Ministerio del Azúcar, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, sindicatos y muchos otros organismos y organizaciones de masas, década en que orienta a las brigadas XX Aniversario en Jagüey y en la Isla de la Juventud. 

Desde 1973 es Metodólogo Nacional de Artes Plásticas (luego de serlo provincial en Las Villas) para el movimiento de artistas aficionados del entonces C.N.C., lo que continúa al fundarse el Ministerio de Cultura, cuyo Consejo Nacional Técnico Metodológico para aficionados y Casas de Cultura integra en 1984, orientando el rescate y promoción de la artesanía en toda Cuba, y desde 1994 integra el Consejo Nacional Asesor para el trabajo cultural en la comunidad. De 1974 a 1979 había sido Especialista Principal en los Encuentros Nacionales de Artesanía de los CDR, primeros eventos cubanos de artesanía; en 1978 organiza y cura la primera exposición de artesanía cubana para la Jornada de la Cultura Cubana en Hungría, Rusia, Polonia, Bulgaria, Alemania y Checoslovaquia, y en 1979 la exposición Artesanía Popular Caribeña para el Carifesta´79 en la Casa de las Américas. 

Colaborador pionero y sistemático del Atlas de la Cultura Popular Tradicional, que orientó y chequeó con los instructores de artes plásticas de toda Cuba, en 1984 integra la Comisión Nacional para aprobar el diseño de los talleres de artesanía en las industrias locales, mientras organiza y cura la muestra cubana al concurso mundial de artesanías Oreshak´84 en Bulgaria, donde Cuba obtiene por primera vez un premio mundial en artesanía. Entonces se batallaba duramente contra la imagen difundida de que Cuba carecía de artesanía o de que la artesanía cubana era muy inferior a la de otros países, y el trabajo comunitario de Santoserpa y tantos otros, muchos aun anónimos, ha demostrado los valores distintivos de la artesanía y todo el resto de la cultura en cada comunidad cubana, fértil fuente del patrimonio nacional y este, a su vez, del patrimonio de la Humanidad. 

Otro ejemplo cimero es Cecilio Avilés Montalvo,[5] a cuyas conferencias en Holguín convergían discípulos de todos los alrededores y amplió su acción cultural directa a disímiles comunidades de Santiago de Cuba, Granma y Guantánamo, experiencia que promovería luego en Pinar del Río y en Matanzas, y en casi toda Cuba desde los Festivales del Humor en que participaba; su trabajo comunitario llegó a ser solicitado por diversas comunidades de Granada y toda Andalucía en el sur español y en Santander al norte, y en Polonia, Bulgaria, Alemania, Checoslovaquia, Brasil, Venezuela, México, Martinica, Guadalupe y más de una docena de países.  

Trabajo comunitario: promoción y animación, antes y hoy.

No es posible continuar entonces sin tratar de definir al menos, qué se puede entender por trabajo comunitario; si es el que se realiza en función de la comunidad, quizás pudiera incluirse aquel trasmisivo tan común que a veces no trasciende al ego, a veces dentro pero sin hurgar en una comunidad subvalorada y hasta ignorada, nunca promovida, excepto tal vez, al remedar luego sus vivencias en ella, normalmente sin mayor rigor ni consecuencia; incluso las giras artísticas, en efecto, es obra mostrada a tal comunidad, y por supuesto que tienen un alto valor, al margen de su valoración y huellas, del altruismo o de cualquier beneficio propio. 

Mucho más alcanza el trabajo comunitario participativo o al menos, interactivo (el Korimakao, de Manuel Porto, en la Ciénaga de Zapata, entre otros) donde además, la promoción de valores nace de la retroalimentación. Se define entonces como el trabajo representativo de la comunidad, y desde la comunidad; en todos los casos, tradición subvalorada, incluso ignorada, aunque milenaria y patrimonial, universal e implícita desde las mismas raíces de la cultura cubana.  

El trabajo comunitario es ante todo, promoción, sin olvidar que una buena promoción puede ser arte en sí misma. Como promoción se considera “acción y efecto de promover; adelantar una cosa, instigar. Sinónimos: fomento, desarrollo, protección, organización, apoyo, generación, iniciación, inspiración. Ello incluye el concepto de animación, entendido este como movimiento, agitación, vitalidad; animar es “dar la vida. Excitar, alentar, enardecer, incitar, exhortar, confortar, impulsar, estimular, dar fuerza y vigor, dar movimiento, alegría y vida”; cobrar ánimo y esfuerzo, atreverse (…) Todo animador es promotor, aunque no viceversa. El promotor anuncia, informa, divulga, estimula; es un generador de imágenes (…), al margen de su calidad y alcance. El promotor puede ser institucional o “natural” (más allá de que un promotor institucional integra también la naturaleza de la institución). Si atendemos a los conceptos de IMAGEN e IDENTIDAD, se comprende el protagonismo del promotor en la IMAGEN que se genere, y la importancia de su formación científica en los estudios de la IDENTIDAD de su objeto de promoción, para que dicha IMAGEN sea lo más veraz y cercana posible a dicha IDENTIDAD OBJETIVA, lo que despunta en Cuba con los Estudios Culturales y el Sistema de Programas y Proyectos Culturales, en vísperas de la década finisecular. De un buen promotor se exige sensibilidad y comprensión, respeto y amor a su objeto de promoción, identificación y participación; sencillez, altruismo y alteridad, antielitismo y antipopulismo a un tiempo; capacidad, buena comunicación, cultura... El animador, además, requiere el talento especial de saber inducir e insuflar alma como medio de promoción. Una buena promoción, formada científicamente, es la que puede aplicar de forma adecuada, según cada caso,  los resultados de esta y otras investigaciones.” (Couceiro, 2009:342-343). 

El animador por tanto, da vida (alma, ánima), al margen de su calidad. La transculturación (forma cotidiana en que vive la cultura) es mucho más rica en la participación o al menos, interacción, en la que el promotor se potencia con la cultura de dicha comunidad a la que luego y al mismo tiempo, tributa y amplía horizontes; por tanto, la promoción exige formarse en la cultura de la comunidad concreta, además de una rigurosa formación en los otros valores culturales que dicha comunidad necesite (aun cuando no demande) y debe saber cómo inducir (y a veces, reeducar) determinadas demandas. 

Por tanto, al promotor no le puede faltar talento (promover es un talento especial) e inteligencia, habilidades comunicadoras y sólida cultura, amplísima comprensión, modestia, humildad y nobleza de espíritu para moldar su ego y no subvalorar a los demás, luchar por ellos y para ellos, susceptible de aprender y superarse constantemente, y de enriquecerse con lo mejor de otras culturas para integralizarse a sí mismo y a otros en una primera persona del plural, y según cada contexto, arista y sus principios, no temer el tránsito de la otredad distintiva a la alteridad integrada y participativa, sintiéndose parte de lo promovido, al margen del papel (o no) de dicha comunidad en su historia de vida personal. 

Ya las Palabras a los Intelectuales enunciaban tales presupuestos metodológicos fundamentales para el promotor y el trabajo comunitario actual: “debemos empezar por situarnos en la posición honrada de no presumir que sabemos más que los demás, de no presumir que hemos alcanzado todo lo que se puede aprender, de no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensan exactamente igual están equivocados (…) no de falsa modestia, sino de verdadera valoración de lo que nosotros conocemos porque si nos situamos en ese punto, creo que será más fácil marchar acertadamente hacia delante, y que si todos adoptamos esa actitud tanto ustedes como nosotros, (…) desaparecerá esa cierta dosis de personalismo (…) Nosotros todos estamos aprendiendo” (p.99) y enfatiza lo casuístico: “No se puede señalar una regla de carácter general” (p.105) 

En el caso del trabajo comunitario (y toda promoción según cada objeto de promoción), el conocimiento del promotor sobre la comunidad concreta se solidifica al ganar rigor científico y acercarse así a la verdad en la indisoluble relación teoría-práctica; y esto se ha estado propiciando en Cuba de la mano de los Estudios Culturales y su promoción científica de la cultura desde cada contexto y desde cada comunidad, al aportar la contextualización e integralidad (cuestionamiento de más para sus pioneros que así revolucionaban), lo que ya ha corroborado identidades, patrimonios, necesidades y perspectivas comunitarias en todo el país.  

También las Palabras a los Intelectuales, al preguntar: “¿En qué expresión artística es que el artista tiene que ir al pueblo y en cuál el pueblo tiene que ir al artista?” (p.105) abre antesala a una polémica sustancial al trabajo comunitario: ¿llevar la cultura al pueblo (a cada comunidad)… o desde el pueblo (desde cada comunidad)? 

Podría entenderse el trabajo comunitario como (Couceiro, 2008a):

1. El trabajo de la comunidad, el más auténtico de todos, y que por definición, históricamente ha existido siempre, desde la misma génesis de las comunidades primitivas hasta la actualidad.

2. El realizado por el Estado en sus funciones (implícitamente y que muchas veces se explicita) al llegar (en mayor o menor grado y según cada Estado) a cada comunidad (o incluso desde alguna comunidad, según el caso) e históricamente ha existido también desde que existe todo Estado, en las relaciones Estado – comunidad; y

3. El de un promotor (o institución u organización, consciente o inconsciente) hasta entonces ajeno (aunque sea relativamente ajeno) o no, a la comunidad concreta.

En las relaciones entre el Estado y la comunidad, y sin obviar el análisis casuístico a exigir según cada Estado y comunidad, abundan comunidades que se han mantenido al margen del Estado en cuestión (y a veces del resto de la cultura popular, de especial interés a los folkloristas), y Estados que por uno u otro motivo no han podido (o al menos de inmediato no les ha interesado por determinada razón) alcanzar a alguna(s) comunidad(es) de su territorio concreto. Todo Estado al menos por definición, de una u otra forma, se plantea someter a su poder legislativo y administrativo a sus comunidades en su territorio, que con el desarrollo de dicho Estado, supone llegue a todas; aun cuando se hayan podido mantener al margen, existen incidencias directas o indirectas: es el caso de las d.p.a. que han separado o unido etnias bajo intereses coloniales, caudillistas, etc. 

No necesariamente el trabajo comunitario es siempre un valor positivo; depende del tipo de Estado, de su carácter, contextos y mediaciones, y hay desde los peores ejemplos (la deculturalización de tantos pueblos sojuzgados, entre otros) hasta los mejores: las campañas médicas y contra desastres, el proyecto internacionalista Yo sí puedo y otros planes. Los realmente educativos comienzan por educarse para proyectarse desde la diversidad de comunidades y desde cada una de ellas, y en su respeto y aliento que enriquece toda cultura; de lo contrario, los resultados son negativos al desvirtuar o desaprovechar los valores locales, y hasta de franco rechazo, nunca a obviar. Depende de cada representante estatal y de que se conciba y valide científicamente, que devenga más interactivo o incluso, participativo, y es el tercer tipo de trabajo comunitario. 

En plena colonia cubana, encontramos el trabajo comunitario de Eloísa V. Halloran y su esposo el misionero J. Halloran en 1887 en el Cementerio Bautista (el más antiguo monumento local del hoy Nuevo Vedado) donde impartían clases gratuitas a los niños de la comunidad, y una academia con clases de tarde y noche para adultos; pero mucho antes hemos conocido otros misioneros (y no misioneros) que como el padre fray Bartolomé de Las Casas, discreparon con el genocidio colonizador en Cuba o contextos similares, ejemplo afortunadamente no privativo de Cuba ni de aquella época; otros misioneros, por el contrario, fueron a implantar su cultura a otras comunidades, con resultados espantosos y a veces, francamente genocidas. 

Pero también en las más jóvenes generaciones de artistas abundan ejemplos y/o múltiples e ingeniosas alusiones al trabajo comunitario, muchas veces en retroalimentación con el más avanzado contexto artístico internacional: lo contextual no impone localismos ni fronteras. René Francisco y otros, tuvieron entre otras influencias al alemán Joseph Boys, uno de los grandes artistas plásticos del siglo XX, gran pedagogo que a raíz de los años 80, generaba el concepto de plástica social y de su inserción social, de donde han derivado en gran medida, nuevos artistas plásticos comunitarios en Cuba. 

Del 10 al 28 de mayo de 2002, el colectivo Enema del Instituto Superior de Arte, ganó en muy buena lid la Mención Nacional de Curaduría 2002, con su exposición Recursos Humanos en Galería Habana, Línea y F, periferia sur del barrio de los Baños del Vedado, comunidad en la cual, bajo los auspicios de su profesor Lázaro Saavedra, trece inquietos chicos trascendieron mucho más allá de sus propósitos artísticos iniciales, en franco proceso retroalimentario participativo, con esta ingeniosa exposición de performances sucesivos y cambiantes día a día, mientras revolucionaban conceptos galerísticos desde el performance concebido por Edgar Hechavarría para el portal de la institución a toda la comunidad, cuya participación y aportes ya era de difícil contención en la primera semana sin más promoción que la voz popular, tanto por parte de los residentes, como de los estudiantes y trabajadores de escuelas y otras instituciones cercanas, y de la más heterogénea población flotante. 

Varios de los performances, además, salían a coquetear al propio seno de la comunidad: Hanoi Pérez limpió con su cuerpo la acera para el mural dentro de la galería y extendía el vídeo que filmaban hasta la misma calle; Pavel Acosta Proenza salió como el clásico periodiquero con sus pregones, a promover la exposición; Fabián Peña recogió flores caídas en la calle para el mural; el jueves 16, Lino Fernández García instaló casi un tren de lavado de ropas amarillas para toda comunidad (residente, flotante, no importaba) en el mismo portal, y dos días después, salía a “limpiar” con un trapo el garaje de la esquina, interesantísimo coqueteo desde las artes con el más auténtico “trabajo voluntario”, “trabajo comunitario”... trapo cuya suciedad enriquecía el mural que entre todos, desde la propuesta original de Hanoi, conformaban en el interior de la institución. 

Ya entonces al trabajo comunitario en Cuba se le reconocía protagonista del desarrollo cultural, sobre todo al calor de los Premios Nacionales de Cultura Comunitaria que desde 1999 otorga el Ministerio de Cultura, y que ya lo han recibido instituciones como La Colmenita, y personalidades como el Dr. Eusebio Leal Spengler, Jesús Orta Ruíz “el Indio Naborí”, Rafaela Chacón Nardi, Nisia Agüero...  

¿Cómo entender las ciencias en el trabajo comunitario?

Aún prevalecen los extremos: por una parte, el elitismo considera la ciencia privativa de una elite; y por otra, el populismo confunde al pueblo con el vulgo. Los extremos coinciden, aun cuando ya los 18 Simposios de Estudios Culturales y Fórum realizados desde 1989 en el municipio capitalino Plaza de la Revolución (por sólo citar este ejemplo; Couceiro, 2006:45-46), han logrado, para beneficio de todos, desdibujar estas como otras parcelas, incluso contra la concepción aún en boga de “llevar la cultura a la comunidad” (también tan elitista como populista) que lastra severas cargas peyorativas e incomprensión a la  cultura popular, más aún a la comunitaria, sobre todo por los extra comunitarios desconocedores e insensibles. Al ritmo del desarrollo de la postmodernidad[6] diversas ciencias sociales, en disímiles grados, se han acercado de una u otra forma a este tópico, aunque las parcelas aun son de lamentar, y la urgente interdisciplinariedad aún raramente, es un hecho.  

Los estudios sobre comunidades, conjuntamente con aquellos sobre la cotidianidad, llegan entre los antes subvalorados que a partir de los Cultural Studies de Birmingham (Inglaterra, entre la sexta y séptima décadas del siglo XX) pasan a ser objeto de estudio, si bien ya la Antropología desde sus orígenes hacia el último cuarto del siglo XIX, los avistaba con su instrumental y objetivos, antecedida por aquellas crónicas de viajeros hoy reconocidas por su valor etnológico que se remontan, incluso, a Marco Polo y los descubrimientos geográficos.  

Alto valor metodológico tienen la dialéctica mismidad-otredad-alteridad, cuando según cada fenómeno concreto, la alteridad no teme que se desdibuje la frontera entre ese “otro” objeto de estudio, y uno (investigador-promotor) mismo; la ética para con su objeto de estudio y todas sus fuentes, y una correcta relación etic/emic,[7] que para nada implica acriticismo, sino una axiología superior. Ningún investigador-promotor queda limitado (limitarlo sería marginación anticientífica) ni “mejor condicionado” por el simple hecho de integrar o no la comunidad en cuestión, pues en todos los casos (sin excepción, y siempre casuísticamente) debe desprejuiciarse críticamente para aprovechar ventajas y salvar desventajas, y en su  talento y habilidades está ganarse la confianza de la comunidad que estudia, que nunca debe traicionar. Es difícil hallar otro tema que haya sido a la vez tan importante y subvalorado como el de la comunidad, aunque es el conjunto sistémico de sus comunidades el que, en última instancia, define épocas en cada sociedad concreta, pues es en el sistema de todas sus comunidades (nunca en su suma mecánica: la esencia social radica en la confluencia de todas sus comunidades) que se conforma todo pueblo, base ya reconocida de toda cultura y de toda sociedad.  

Fundamentar la ciencia en función del mejor trabajo comunitario integral como exigencia insoslayable en la política cultural cubana, ha sido el objetivo de este artículo y algunos textos previos del mismo autor, ante el vacío al que nos enfrentamos en la literatura científica y sobre todo a partir de los tantos y tales aportes que para el mundo incuban las trascendentales experiencias del patio, en indisoluble relación sistémica de la teoría con la práctica sistemática, tema y labor cada vez más actuales y urgidos en Cuba, y en todo el mundo. 

Es cierto: se contaba con antecedentes como algunos textos sobre intervención comunitaria, otros en torno a la identidad y en mayor medida, disímiles estudios étnicos; cursos de Estudios de Comunidad y Comunicación Comunitaria, a menudo desde el buró y de espaldas a la riqueza aportada por nuestro país; y las propuestas más recientes de Antropología Urbana (Couceiro, 2009) con diversos grados de implementación y su visión dialéctica urbano (favelas, suburbanas, metropolitanas, cosmopolitas, sean barrios o repartos en barriadas, sus zonas, sus focos, según mega-ciudades o urbanizaciones, sus espacios en cada una de ellas, y todas entre sí)-no urbano (rurales, pesqueras, árticas, llaneras, de montañas, desiertos, selvas, bosques… bateyes, aldeas, tribus, clanes, gens… y entre sí)-comunidades híbridas, al margen de las relaciones raigales y durante su evolución entre ellas, en cada contexto intra e inter etnias, nacionalidades y naciones (siempre en transculturación cada vez más compleja), y en pos de una propuesta metodológica integral para todo aquel que de una manera u otra, desempeñe una labor profesional en una comunidad... y como se aprecia en estos textos (Couceiro, 2006), ¿quién no? 

Al analizar los valores que deben identificar a un promotor, se comprende su rigor, dada su altísima responsabilidad, a fin de obtener sus mejores frutos; y aunque parezca paradoja, por ello mismo, estos textos no pretenden sumar más metodologías a las que lamentablemente, abarrotan excluyentes las academias, degenerándolas academicistas ante los tecnicismos que obvian la esencia singular de cada investigación, puesto que si bien la metodología es universal (un problema de investigación, su objetivo general y los específicos, una hipótesis y todos los demás elementos, desempeñan el mismo papel en todo proceso investigativo en toda ciencia); sin embargo, por definición, jamás dos investigaciones serán iguales, ni siquiera dentro de la misma ciencia ni en la misma línea: la selección meticulosa de cada palabra en cada diseño teórico marcará diferencias sustanciales; la imprescindible contextualización, y la manera disímil de combinar métodos y técnicas,[8] determinarán la singularidad de cada paso dentro de cada proceso investigativo, con sus propios resultados; lo contrario sería la vulgar copia formalista sin aportes, de la que a veces se abusa no más que para cumplir metas ahora llamadas tesis, incluso orientando copiar según otras, en vez de oír a cada investigación en proceso y con su propia identidad. 

Otros prejuicios seudocientíficos han de desterrarse: todo tema es inagotable; la historia, por ejemplo, siempre se actualiza y se profundiza en aristas y puntos de vista. Nada puede desestimarse objeto de estudio, ni menospreciar un espacio por su tamaño, ni un fenómeno por su duración; las subvaloradas “letras” para prodigios memorísticos casi circenses, han de entenderse como Ciencias Sociales en los análisis y nexos a descubrir que todo estudio (sin excepción) exige, que ha degenerado la mala y peyorativa traducción de cientista (del inglés scientist) para las tal vez más complejas Ciencias Sociales, que tanta valentía, visión (dada las subjetividades en estudio, más complejas aún en interacción) y formación exigen. 

La ciencia ha de investigar el qué hacer, cómo hacerlo y adecuarle el seguimiento, para que una noble acción no resulte dañina, y por ejemplo, con la atención a áreas marginadas e insalubres, cuyos escasos recursos a veces se malogran en necesidades ficticias y antivalores, no se obvien otras supuestamente más favorecidas, cada una según sus necesidades, más allá de sus demandas. 

El universo infinito de las comunidades: cultura comunitaria.

De estos antecedentes, se reasume la palabra comunidad derivada del latín comunis (común): “tener algo en común”, en tanto comunicación “pone algo en común” y sin pretender absolutizar (lo que no sería científico), se propone como comunidad (humana, a aclarar en la nueva cultura ambientalista que por fortuna, cobra cada vez mayor espacio en la arena internacional) es un conjunto (relativamente sistémico) de personas con algún(os) aspecto(s) común(es), de los que depende el tipo de comunidad y sus características. 

En efecto, históricamente, el ser humano (al igual que otras especies) se ha agrupado en comunidades a partir de elementos comunes, según los cuales queda propuesto clasificarlas como:

1. Residenciales, si lo que determina como elemento común es el espacio que se comparte, al margen del sentimiento y sentido de pertenencia de cada sujeto, y de los conflictos (o no) entre su identidad interior subjetiva y la identidad exterior objetiva, aún cuando se conceda que lo objetivo siempre sea no más que relativo, todo lo cual se incorpora a la propia identidad comunitaria, más difícil de determinar en urbes la calle que separa y une, valores que siempre los “espacios andantes” (Couceiro, 2009:336) portan más allá, sobre todo cuando la cultura cada vez más, trasciende a lo presencial.

2. Por marginación, en lo que determina la militancia y el sentido de pertenencia frente a cada marginación, puesto que muchos involucrados no se integran en tales comunidades y las eluden de otras maneras: es el caso en Estados Unidos de las comunidades gay, negras, reservorios indios, etc.

3. Por otras afinidades, si el elemento común son raíces étnicas, intereses religiosos, y muchos otros, que llegan a trascender pueblos y fronteras: la comunidad científica internacional, la Comunidad Hebrea de Cuba, etc. al margen de transculturar en cada contexto.

Las clasificaciones, como siempre, son útiles y funcionales para comprender cada objeto de estudio, pero nunca pueden absolutizarse, y menos en ciencias sociales. Así por ejemplo, los gitanos no se identifican por el espacio, y al margen de los prejuicios, son polémicos para clasificar. Igual, muchos individuos dentro de los sectores considerados marginadores, no son tales (a menudo son marginados dentro de su propio grupo y por otros supuestos marginados, al vetárseles espacios y opciones), y muchos marginados responden como marginadores entre sí y/o contra otros grupos marginados y/o contra todo supuesto marginador, aunque no lo sea; es la teoría del marginador-marginado, analizada en textos previos (Couceiro, 2006:15, 23, 86; 2009:135-136, 153, 193, 204) 

Dado el protagonismo que desempeña la cultura no sólo en el trabajo comunitario, sino incluso para definir una comunidad de otra, se impone atender al concepto de cultura, al menos en resumen desde los antecedentes referidos:  

Sistema de valores. Es, sin dudas, un sistema, en que cada elemento (valor, incluidas las acciones humanas) incide en los restantes en mayor o menor grado, en una u otra dimensión. En este concepto y con toda intención, como valor puede entenderse cada componente, pero también valoración, ambas acepciones en su integración. Como acción se hace referencia a la actividad transformadora y autotransformadora de los seres humanos en sociedad” (Couceiro, 2009:335)

Ante la polémica de cultura material y espiritual (dado el trasfondo filosófico y que ambos confluyen en todo) es preferible asumirla tangible e intangible; subrayemos el carácter activo de la cultura en tanto generadora, y por ende, su papel revolucionario para el desarrollo, si como tal se entiende en función del bienestar humano y de su entorno que lo rodea; y contra el abuso del prefijo “socio” que degenera serios problemas conceptuales, cuando la cultura es por definición social, aún cuando reconozcamos las culturas animales para definir lo “sociocultural” como exclusivo humano, pues obviaríamos las sociedades animales: la cultura no es sólo lo consciente, sino también lo no consciente (instintos también humanos, etc.). Es cierto: el ser humano es diferente a las restantes especies, pero degenera antropocentrismo pues obvia la universalidad de la diferencia: todos somos diferentes, incluso a nosotros mismos según contextos y momentos de evolución-involución.

Lo cultural no existe sino en su sistema de múltiples especializaciones que perderán rigor científico mientras insistan en desconocerse unas a otras, en tanto lo social enfoca a la sociedad, no tanto sus valores, espacio en que se desempeña la cultura, pero dada la indisoluble interconexión sistémica es que se impone la interdisciplinariedad y en ningún caso, pueden entenderse por separado: sobra, y hasta daña, el abuso mecánico de sufijo tan extendido incluso a otras palabras.

Toda comunidad se define, sin obviar sus relaciones con su entorno social inmediato y el resto (incluidos medios de difusión), desde sus:

1.    Identidad(es) medio ambiental(es) en su devenir (incluso pre-humano, fauna y flora doméstica y silvestre, etc.) con la(s) que ha interactuado la comunidad; las culturas ambiental y ecológica consecuentes, que identifican su vida económica en interrelación con las restantes manifestaciones culturales. Los subsistemas, sistemas y macroecosistemas identifican cada tipo de comunidad y sus espacios: determinan insalubridad, focos de infección, etc. y su cultura es portada más allá.

2.    Identidad histórica de la comunidad, en interacción con su entorno medio ambiental; la clásica historia de luchas políticas ampliada (mucho más allá y en su interconexión sistémica) al devenir por períodos históricos de la vida económica local, de todos sus sectores poblacionales y de todas sus manifestaciones culturales, hasta la historia actual en evolución y sus perspectivas probables y posibles, con vistas a la mejor acción.

3.    Toda la vida económica como base técnico – material de los más diversos sectores poblacionales y de toda manifestación de la cultura, desde el entorno ecológico y devenir histórico de sus modos y procesos de producción, en todos los sectores y todo impacto económico, niveles adquisitivos, modus vivendis, etc.

4.    Todos los sectores poblacionales humanos según vida económica y manifestaciones culturales, históricamente y desde su identidad medio ambiental, cuanti-cualitativamente: racialidad, etnicidad, todo movimiento migratorio, familia, sicología social, necesidades más que demandas, residente y flotante, estudiantil y laboral en toda su diversidad, niveles de instrucción, movimiento pendular y sectores ocupacionales, condiciones de vida, generaciones y grupos de edades, género y sexualidades, marginación y marginalidad, intolerancias, asociaciones, etc.

5.    Toda manifestación cultural en su devenir histórico hasta la actualidad, desde el entorno medio ambiental y vida económica de todos y cada uno de sus distintos grupos poblacionales:

a.  Cultura artística, en toda arte: profesional, aficionados, arte infantil y de toda generación y grupo poblacional. Artes visuales: cultura del vestir, peinados y pelados, artes corporales, maquillaje, ornamentación, diseño, arquitectura, urbanismo, toda artesanía y artes manuales, decorativas, mobiliario, etc. Artes literarias: orales y escritas. Toda la familia de la poesía (décima, letras de canciones, etc.) y de la narrativa, dramaturgia, etc.; mitos y leyendas, cuentos, novelas, testimonios, ensayos, géneros periodísticos, crítica y comentario, antroponimia, toponimia, zoonimia, literatura científica (historias, etc.), paremias y refranes, adivinanzas y juegos de palabras, jeroglíficos y trabalenguas, agorismos (ensalmos, rezos, etc.) agüeros y augurios, etc. Artes musicales: composición, interpretación, etc. Artes escénicas: artes teatrales, danzarias, circenses, mimos, sombras chinescas, toda representación, narración oral, etc. Artes audiovisuales: todo medio de comunicación masiva. Instituciones dedicadas a dichas artes, y todo lo que cada sector poblacional conoce (al margen del grado de acierto, incluye imaginario, prejuicios, etc. extensivo para analizar las restantes manifestaciones culturales) y necesitan en arte.

b.  Cultura moral; sistema de costumbres, estudiado por la Ética: costumbres en la cultura económica, laboral y toda técnica de producción; la cultura ambiental y desde su ciencia, la ecológica; la cultura culinaria, la física y deportiva, la de ciclo vital incluida la funeraria, de nacimientos, etc.; la cultura lúdica de todas las generaciones; la cultura sexual, la conmemorativa (festiva, etc.), humor, valores y antivalores, derecho y deber (cultura jurídica), etc. Hábitos (no conscientes): gesticulación, sistema de prejuicios, etc.

c.  Cultura sobre religión (no necesariamente religiosa): todo sistema religioso y religiosidad (sicología desde la religión), las distintas posturas: ateísmo vulgar, ateísmo científico, etc.

d.  Cultura científica: toda ciencia, en busca al menos de “su verdad”; incluye pedagogía, filosofía, cultura de salud y de higiene, etc. Procesos científicos, academias e imaginario de cada comunidad, “ciencia popular” (no académica; por ejemplo, la medicina verde) a acentuar el rigor mientras se evita todo extremo positivista, absolutista y subvaloración.

e.  Cultura estética (todo gusto, determina esperanzas de vida)

f.   Cultura política (poder estatal, familiar, comunitario, etc.)

g.  Y todo lo anterior en su sistema (grados) cultura comunitaria-popular-estatal-académica-institucional con sus tantos matices; folklore, seudocultura o kitsch, promoción, etc.

Así, el etnocentrismo prevalece en tantos auto-etnónimos (dentro de la mismidad), y el carácter peyorativo en muchos etnónimos dados desde la otredad; con tal flexibilidad para el análisis, lejos de debilitarse, se robustece el rigor científico al detenerse en las singularidades de cada objeto de estudio, diferente incluso una comunidad de otra, acorde a sus identidades. Ello no resta que todo (o casi todo… si atendemos a las polémicas actuales de ciencia-ficción, realidad virtual, etc.) transcurre en un espacio (siempre relativo, aún cuando no incluyamos las comunidades nómadas y las migraciones), y agreguemos: en un tiempo… pero no siempre es lo común que determina a la comunidad en cuestión.   

El factor tiempo nos deja asimismo frente a otro hecho: toda comunidad es un ente viviente en sí mismo, y como tal, toda comunidad nace, se desarrolla y muere, al menos relativamente pues como toda energía, se transforma: emana de comunidades previas (no subvaloremos las comunidades animales, cada una con su sistema cultural) y acostumbra engendrar otras paralelas y/o futuras, siempre en indisoluble relación con cada entorno, tanto medio ambiental como (y/o) un eterno social más complejo y a menudo, macro e intercomunitario (con dinámicas más complejas e intensas al incidir más comunidades: casos metropolitanos), trasladándose en tiempo y espacio, en lo que se incluyen los temas migratorios que igual compartimos con las restantes especies, y muchas comunidades en todo el mundo han desaparecido (o se han transformado en disímiles grados y modos) a lo largo de la historia de la Humanidad. 

Entre las leyes que se detectan en los estudios de comunidades, se destaca que al ser más urbanas y metropolitanas, suelen ser más cosmopolitas y heterogéneas, y por tanto, más complejas (sin subvalorar la complejidad de las otras) y su identidad (mal interpretada por algunos como “no identidad”, lamentablemente y con todo el daño consecuente incluso al patrimonio nacional, incubando regionalismos y otras miserias humanoides) se rige por la vasta riqueza que implica la diversidad (heredada desde sus mismas y tan variadas génesis) que exige de la urbanidad como forma de convivencia, la cual se porta doquiera vaya y transcultura asimismo según cada contexto e incluso, formación individual, de manera involutiva e/o evolutiva.  

Como cultura comunitaria se define, entonces, el sistema de valores de la comunidad en cuestión (sin ignorar la cultura doméstica, ni insistir en “ver” la cultura), que vive (excepto comunidades muy aisladas e intrincadas) en indispensable interconexión con el resto del sistema cultural (popular-estatal-académico-institucional-folklore-“cultura de masas”, etc.) de dicha sociedad. 

Identidades e imágenes comunitarias: algunos estudios de caso.

Si aplicáramos esto al caso emblemático en Cuba: la capital (lo cual es extensivo casuísticamente a las otras ciudades cubanas y de otros países), el habanero de hoy se define según diversos parámetros:

1. Según su comunidad de residencia: periféricos, más metropolitanos, centrales, con sus distinciones entre sí pues la periferia al este difiere de la del oeste, etc. y fuera de su ciudad.

2. Según sus movimientos y vivencias en otras comunidades: no cubanas según culturas de país y/o países, sus regiones y comunidades, frecuencias, rango, razón, grado y modo de contacto, preparación para asimilar (y en qué sentido) o no tales influencias; y nacionalmente: inter y/o intraprovincial, regional, citadino, municipal, barrial, zonal, focal… siempre casuístico según historias de vida, con los mismos aspectos dados para otros países, en todas sus posibilidades, pues en el mismo habanero suelen mezclarse estas identidades, análisis que llega a la relación individuo-familia-comunidad-sociedad-Humanidad en que lo individual (cultura, desarrollo emotivo-afectivo y sensorial, etc.) igual que los otros niveles, se identifican tanto por su objetividad como por su subjetividad, al margen del sujeto identificador (analista o simple diletante) y su grado de objetividad, siempre relativa. De estas relaciones se derivan lo que he propuesto como “historia de vida familiar” y la de cada comunidad, en estrecha relación con la etnohistoria y la historia local, incluidos el sujeto familiar y el sujeto comunitario.

3. Según el grado temporal de raíz que hereda:

a. El habanero de nacimiento y de tradición de nacimiento en la misma capital al menos de padres y abuelos, con todas sus variantes: todos los ancestros portan esta tradición, siempre disímil según sujeto; o unos sí, otros no… los que priman, sus raíces… etc. Si son nativos de la misma comunidad donde nació (y/o vive) su descendiente en estudio, o de qué otras comunidades habaneras son sus raíces… así como los grados de relación que este habanero mantiene o no con las raíces de sus ancestros, bien sea por su memoria histórica o por sus vivencias personales… método a incluir en los restantes indicadores del habanero, que no se pueden interpretar mecánicamente como grados del habanero.

b. El habanero de nacimiento y de tradición de nacimiento en la capital solamente de los padres, a extender el análisis desplegado en el acápite anterior, igual que en los sucesivos.

c. El habanero de nacimiento pero de padres inmigrantes, a entender origen e historia de vida de cada ancestro, cuyas tradiciones porta no sólo en genes y apellidos.

d. El habanero no nacido, pero sí criado en la capital (su infancia), a valorar comunidades capitalinas de crianza y comunidades no capitalinas de raíz, vivencias, memoria histórica, etc.

e. El habanero no nacido ni criado, pero sí formado en la capital (estudios académicos o no, vivencias de formación) a considerar comunidades capitalinas y no capitalinas de raíz y crianza, y grados de interrelación que con ellas conserve y cómo las incorpore.

f. El habanero por adopción: inmigrante, ni nacido ni criado, y relativamente no formado, pues nos formamos y/o deformamos mientras vivimos, por no extendernos en la relación vida-muerte, ni tampoco se puede excluir la formación mediante los medios de difusión masiva (internacionalizados en inglés mass media) y por otras personas, más o menos allegadas, etc., al margen del grado de su sentimiento y sentido de pertenencia para con su nuevo contexto, por los más diversos lazos y motivos; al margen si reside o no, frecuenta o no (y cómo, y cuándo…), La Habana (papel protagonista del imaginario nacional e incluso, internacional); los que a nuestra capital han dedicado total o parcialmente su obra, algunos no menos ilustres que muchos nativos, por sus aportes y amor; a aplicarles igual los análisis para los restantes: raíces, formación, procedencia, etc., a considerar su “habanerización” (o no) por grados (o no), según individuos y quizás (casuísticamente) en comunidades o al menos, grupos habaneros-no habaneros, según imágenes recibidas por cualesquiera vías, de los múltiples habaneros antes señalados y de La Habana total o parcial, sobre todo al tomarse el modelo capitalino como paradigma, de valores tan felices, pero a no impostar mecánica ni acríticamente.

En constante dialéctica entre todos los parámetros señalados para cada caso y todos entre sí, en estas identidades habaneras (en constante formación, como todo fenómeno vivo) transculturan según sus más diversas áreas, las más distantes raíces de toda Cuba y de todo el mundo a otras cualidades que conforman nuevas comunidades (según el elemento común) que al ser más capitalinas, distintivamente unas de otras, se tensa más la dinámica tradición-actualidad, término preferible al de modernidad para no confundirlo con la referida modernidad burguesa: la tradición sólo pervive transculturando en la actualidad (al menos en memoria histórica, y no por ello pierde su esencia raigal también para el futuro), y esta sólo emana de tradiciones, gradualmente según cada elemento del fenómeno; no siempre más actuales que otras comunidades no capitalinas, y actualidad a menudo saludable aporte, pero que no siempre se asume crítica ni orgánicamente, sino en la seudocultura que es el modismo.

Todo ello se comprende en la relación entre imagen e identidad: las imágenes (siempre subjetivas) sólo se acercan a la identidad objetiva según la formación científica que las haya generado (es la ciencia la que se preocupa por acercarse a la verdad, sin que ello nos autorice nunca a absolutizar su objetividad, a riesgo de perder su propia cientificidad), lo que es válido para este, como para todo estudio. Hay tantas imágenes de un mismo fenómeno como sujetos perciban el fenómeno, de lo que se puede inferir (no más que inferir) una (o más) imagen social (o comunitaria, en este caso: un imaginario, incluido el subconsciente colectivo, tan diverso como homogéneo, tan personal como impersonal) de dicho fenómeno.

La identidad es sin embargo, la realidad misma, en toda su objetividad (sin excluir las subjetividades, que también identifican), que siempre que es aprehendida (y sobre todo, valorada en tanto cultura) por cada sujeto comienza a dejar en tela de juicio, en mayor o menor grado, dicha objetividad, para conformar las imágenes de dicha realidad. Suele confundirse identidad con identificación: esta última implica el proceso del sujeto en identificarse con un fenómeno, en este caso, la comunidad, lo que de alguna manera apunta también al sentido (a partir del conocimiento) de pertenencia, y en su acepción más afectiva (importante a estudiar la cultura afectiva, otra de las grandes y lamentables subvaloraciones) el sentimiento de pertenencia.

En la cultura subyace la seudocultura, conviviendo valores (positivos, al menos por la riqueza de la diversidad) con antivalores (negativos, en su laceración al ser humano y/o al medio); como puntualizaban las Palabras a los Intelectuales, los revolucionarios luchan contra los antivalores para reeducarlos, a menudo cuestionados por ello mismo, obviando por supuesto aquellos “rebeldes sin causa”, kitsch facilista de “revolucionario” hasta vivir “al margen” y devenir marginales, a diferencia de los que sí son marginados por cualquier prejuicio, y al margen de que estos marginales, por sus actitudes a veces delictivas (no exentas ni absolutizables ni entre marginados ni entre marginadores) u otras razones, lleguen a ser también, marginados.

Así, entre los “no marginados” (¿marginadores? Muchos no) abundan valores revolucionarios que por elemental justicia social, hacen causa común con los marginados; y también hay marginales que abrazan los antivalores que el imaginario prejuiciado absolutiza entre los marginados, y a menudo se enarbolan como los peores antivalores; es el caso del blanco en un grupo de negros delincuentes, entre quienes puede llegar a descender a lo más ruin del grupo e incluso, encabezarlo, a menos que por racismo, estos lo rechacen.

El sano sentido de pertenencia, al exacerbarse, se enferma (como todos los extremos) en el regionalismo, el localismo y los conflictos de identidad de cada sujeto, que menosprecian “al otro” y a veces, aún sin darse cuenta, a sí mismo, o al menos, a una parte de sí mismo (mestizo que subvalora alguna de sus raíces: blanca, negra, etc.); la homogeneidad es relativa, y la diversidad, absoluta, y ambas identifican. Inevitablemente, transcultura tanto el inmigrante como con ellos (aunque no sólo con ellos), la comunidad que lo acoge, sea bienvenido o no. Las minorías (no siempre tan “minorías”) también suelen ser sumamente heterogéneas y complejas, y justo por novedosas, algunos valoran lo que muchos nativos no, ignorando lo que he llamado en textos previos, “la trascendencia de lo cotidiano”, ley que se generaliza en las ciudades más importantes de cada contexto. Habría que polemizar si la comunidad china de Cuba se reduce a su Barrio Chino (no tan “chino”, al menos en la actualidad) o incluso, a todos los miembros de sus diversas sociedades.

Toda homogeneidad comunitaria no es más que relativa, suerte de globalización aunque la promuevan paladines antiglobalizadores; a menudo agrupan comunidades incluso hostiles entre sí, y es un error transpolar mecánicamente las identidades de una a otra, o las de una sociedad, a otra. Que en un país existan negros u homosexualidad (esta última ya se sabe que trasciende con creces de la especie humana a las restantes especies sexuadas, mucho más universal), no quiere decir mecánicamente que haya comunidades negras o gay… ello depende del grado y tipo de marginación (y que pervivan) a que hayan sido sometidos, o no; puede incluso no pervivir la marginación y mantenerse la comunidad, que a veces reacciona marginadora; puede no haber la comunidad porque nunca hubo tal segregación, o justo lo contrario: por haber sido tan marginados, hasta la invisibilidad incluso: el caso llamado gay. Igual, muchas de estas comunidades en vez de eludir la marginación, degeneran ghettos que no sólo marginan a otros, sino que se automarginan a sí mismos del resto del entorno social, aunque no deja de ser cierto que durante momentos, tristemente, estos “ghettos” sean necesarios para la más elemental subsistencia del grupo en cuestión: el mismo caso gay.

Al menos, focos comunitarios con diversos grados y modos de incidencias de (y en) disímiles comunidades suelen generar los “nuevos ricos”, el comercio sexual, cárceles, becas y otros concentrados (militares, etc.), adicciones (y la lucha contra ellas), otros antivalores: la mafia, la organización de xenofobia, racismo, etc. y las justas y urgentes reacciones organizadas; etc.

Por su diversa complejidad y dinámica casi infinitas, la población flotante rara vez es objeto de estudio, aunque hay comunidades que se definen justo por ella; ejemplo: La Rampa. Un instrumental para estudiarla según motivaciones (incluidos turistas nacionales y extranjeros) debe cruzarse con la misma metodología para residentes (comunidades de residencia, de vivencias, ancestros, etc.):

· En primer lugar, la que acude por motivos laborales o estudiantiles, en toda su diversidad de especialidades, economías, etc. incluidos los que buscan ilegalmente ganarse el sostén.

· Quienes usan tal espacio en tanto vía de comunicación entre otras comunidades cualesquiera: caminantes, pasajeros de cualquier medio de transportación, los que esperan transportación, etc.

· Los que acuden por intereses recreativos en la acepción más integral de la cultura (incluido conocer personas, pasear…) y seudocultura.

· Los que asisten por otras necesidades vitales (la recreación puede complementar), tales como pacientes y visitantes en instituciones de salud, reclusorios, funerarias y cementerios, comercios, etc.

· Los que visitan con distintos grados de temporalidad a familiares, amigos, colegas, compañeros, con disímiles motivaciones.

Relaciones intracomunitarias y desde los medios de difusión.

Cada una de las instituciones en cada comunidad (con la que se retroalimenta en uno u otro sentido, o no) interactúan en, desde y hacia ella y entre sí (según la función y otras identidades de cada institución), e implican en sí mismas, comunidades de disímiles vivencias comunitarias (además de sus asociaciones como sindicatos, etc.), pues cada una de ellas acoge a personas (no siempre institucionales) de diversas regularidades e identidades, y suelen implicar comunidades mayores (por ejemplo: un hospital implica comunidades en sí mismo, está en una comunidad y se integra en la comunidad médica) todo lo cual concilian o antagonizan según contextos, en torno a ella:

· Vínculos sanguíneos (familia), afectivos, étnicos a conservar valores.

· Afinidad (al menos relativa) de credo religioso: templos, etc.

· Motivación de superación y/o vocación y/o interés de título académico y/o sus beneficios, en toda su diversidad (escuelas).

· Sustento económico y/o necesidad profesional y/o aportar (los más altruistas) en el caso de los centros de trabajo.

· Interés común por el que se unen según el perfil de cada institución y asociación: políticas, ambientalistas, profesionales, etc.

Familia es también, además de las tradicional y legalmente reconocidas:

· Toda pareja establecida, legalizada o no, de igual o distinto sexo, y que no pocas veces conviven con otros familiares o amigos;

· Los no humanos con quienes se comparte el hogar y amor cotidianos (caso de mascotas) más allá de patrimonio y ambientación familiar;

· Ese “vecino más cercano” y amigos tan allegados, aquellos cuya convivencia desdibuja las fronteras entre las viviendas, y a menudo son más familia que la familia, no siempre afectiva.

La familia (cada una diversa de generaciones, etnias, intereses de todo tipo… en conciliación o antagonismo, según contextos, también con las familias confluyentes mediante cónyuges) habitúa ser mucho más amplia, dinámica y heterogénea y al mismo tiempo, mucho más breve, conservadora y homogénea, que las comunidades implícitas en otras instituciones como los centros de trabajo, puesto que el vínculo sanguíneo es para siempre, no así el vínculo laboral, aunque éste último puede ser más cotidiano y hasta familiar que el de muchas familias disfuncionales; las disgregadas pueden llegar a ocupar un espacio muy reducido, pero también inconmensurablemente mayor, tanto como aquellas dispersas por el mundo y que no han dejado de ser familia en toda su acepción afectiva y de todo tipo. En una familia, y en cada individuo, suelen conciliar (o antagonizar) diversas comunidades, con todas las implicaciones para cada identidad.

En cuanto al folklore en sí, o se asume como cultura popular en tanto “saber del pueblo”, o se acepta la distinción (a veces exotista) de que son aquellas manifestaciones tradicionales que por uno u otro motivo, perviven casi anacrónicas en su entorno: un ejemplo apenas tratado en Cuba, podrían ser los cantos en inglés de los pineros descendientes de caimaneros, a menudo no reconocidos por ello como cubanos.

Análisis particular merece la llamada “cultura de masas”, generalizada por los medios de difusión masiva; “industria cultural”, según la Escuela de Frankfürt: apunta a un espectador medio mientras las restantes rebosan de individualidades y diversidad, sobre todo al ser más complejas e interactuar otras comunidades. Tan peligroso como su reduccionismo simplista y efectismo según los intereses que defienda, es el criticismo contra “los medios”, de tan revolucionarios aportes y gran utilidad en su vasta historia y diversidad, armas fundamentales para encausar las más nobles y urgentes batallas... al margen de que aun, los intereses mezquinos de una seudo humanidad los desvirtúen hacia otros derroteros bien lamentables. Los media (no en balde, “el cuarto poder”) deciden en otro concepto: lo popularizado (a menudo sobrevalorado), donde el “intelectual orgánico” que le reclamaban los Cultural Studies por su alta responsabilidad social, exige las máximas virtudes para hurgar y promover talentos, y como todo (no sólo las artes), requiere entender el proceso identidad-imágenes-nuevas identidades-nuevas imágenes… mediando traducciones e interpretaciones, versiones y adaptaciones (igual a los restantes medios, aunque con menor alcance) diacrónica (por su efecto acumulativo) y sincrónicamente.

Educación y comunicación en cada cultura comunitaria.

La comunicación transmite cultura y es cultura en sí misma, cuya resultante es la educación; la Pedagogía estudia cómo comunicar profesional (científicamente) las diversas ciencias y otras especificidades de la cultura en su proceso docente – educativo, mientras la Comunicología (germinando ya desde principios del siglo XX), estudia las leyes de todo proceso comunicativo. La cultura vive en transculturación, para lo que se comunica (incluso intrapersonalmente) y como resultado, educa, lo que no excluye la seudocultura y la mala educación, al margen de las vías, a polemizar si formales o no: comparto el criterio del Dr. Orlando Suárez Tajonera de que todo fenómeno (incluida la educación) tiene forma y contenido, a no confundir “formal” con lo formalista de la formalidad.

En la educación popular, Martí apuntaba incluir absolutamente todas las capas y clases sociales; la comunitaria es la integración resumen que resulta (y no su suma mecánica) más allá de todos sus niveles académicos o de instrucción, que sin dudas intervienen aunque nunca mecánicamente y son transcendidos por el nivel cultural que hayan alcanzado sus integrantes, e incide igualmente el sistema de comunicación comunitaria, que merece otra monografía y usa los cinco sentidos[9] y la intuición en valores y antivalores para “poner en común” información que se recibe o no en diversos grados (desde lo transmisivo a lo dialógico y lo más participativo y retroalimentario) foco por foco y a nivel de cada comunidad, entendida no en la suma mecánica de sus individuos sino en su sistema, incluidos sus líderes, sean reales o formalistas, según la capacidad e intereses de cada sujeto y contexto, desde el nivel intra hasta el interpersonal, intra e intergrupal, incluso social por el impacto disímil de cada medio de difusión masiva, ventana mediatizada (como todo) al mundo.

La educación comunitaria (como toda identidad en la cultura comunitaria)  distingue a cada comunidad dentro de la educación popular (los dialectos y localismos se multiplican, la gesticulación, saludos y despedidas, sensualidad y erotismo, otras costumbres y hábitos, símbolos, el contextual humor y cultura del debate, siempre en transculturación cuya aceleración depende de contactos con “otros” y otras vivencias), en lo que incide desde la más tradicional educación familiar (según cada familia y cada miembro de ella), vecinal y más allá, hasta las instituciones (no sólo las estrechamente educacionales: todas, cada una desde su identidad e instrumental) y el abanico de medios de difusión masiva, cada vez más inclusiva de las diversas discapacidades, para intentar reeducar o reprimir al menos, la peor limitante: la de las miserias humanoides (Couceiro, 2009:340).

Dicha educación potencia sus beneficios cuando nos acerca a la verdad; esto es: cuando es científica, y sólo así capta los talentos desde cada comunidad y se enriquece. Pero una educación científica nunca reduce lo demás a ciencia, al contrario: deudora del resto de la cultura, las estudia a todas, pero a cada una desde su propio instrumental, sin que ninguna devenga ciencia, y potencia la diversidad que enriquece al mundo y a la propia ciencia con su intuición, pasión, capacidad de abstracción, imaginación, fantasía… so pena de dejar de ser ciencia, pues perdería estos cimientos de las bases, empeño y dirección misma de la razón científica. Una educación antirreligiosa, o la (estrechamente) técnica o artística (como ejemplos), no pueden ser científicas.

Epílogo

El 25 de octubre del 2003, entre las once prioridades del Ministerio de Cultura y de las Direcciones Provinciales y Municipales del sector que citó el Ministro de Cultura Abel Prieto en su Informe a la Asamblea Nacional del Poder Popular en el Primer Período Ordinario de Sesiones de la VI Legislatura, se incluye “la labor de las instituciones culturales en la comunidad con la participación de las diferentes fuerzas sociales que apoyan el trabajo cultural comunitario” (Almazán y Torres, 2006:8)

Trabajar para una comunidad es trabajar para el turismo, para el patrimonio, para todo el país, para el desarrollo epistemológico de la ciencia concreta, para el futuro de toda la Humanidad; es trabajo (incluso cultural) comunitario el del artista, el médico de la familia, un pastor religioso, un activista político, uno ambientalista, un maestro que llega a la familia, el instructor de un gimnasio, quien convoca a un juego, al sistema comercial…

De alguna manera, Martí guía la política cultural de la Revolución, “con todos y para el bien de todos”, y en los promotores que se sienten honrados cuando honran. En paráfrasis martiana: injértese toda Cuba, y el mundo, en nuestras comunidades, y que el tronco siga siendo el de nuestras comunidades.

BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA INMEDIATA:

1. Almazán del Olmo, Sonia, y Pedro Torres Moré. Panorama de la Cultura Cubana: Antología. Editorial Félix Varela, La Habana, 2006.

2. Bueno, Gustavo: Nosotros y Ellos. Editorial Pentalfa, Oviedo, 1990.

3. Couceiro Rodríguez, Avelino Víctor: Hacia una Antropología Urbana en Cuba. Colección La Fuente Viva, # 32, Fundación Fernando Ortiz, Ciudad de La Habana, 2009.

4. ---: En la historia del trabajo comunitario cubano (3era. Parte y Final) En En la comunidad, en Cubarte, página web del Ministerio de Cultura de la República de Cuba; en www.cubarte.cult.cu , 25 de febrero, 2008a. 

5. ---: En la historia del trabajo comunitario cubano (2da. Parte) En En la comunidad, en Cubarte, página web del Ministerio de Cultura de la República de Cuba; en www.cubarte.cult.cu, 22 de febrero, 2008b.

6. ---: En la historia del trabajo comunitario cubano (1era. Parte) En En la comunidad, en Cubarte, página web del Ministerio de Cultura de la República de Cuba; en www.cubarte.cult.cu , 22 de febrero, 2008c.

7. ---: Ciencia y Comunidad: propuesta metodológica para el trabajo comunitario. Libro publicado digital por la Biblioteca Científico – Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba, noviembre 2006. Cámara del Libro del Ministerio de Educación Superior, noviembre 2007.

8. ---: “Mestizaje y Transculturación: Especificidades en el Siglo XX”, Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana Juan Marinello, inédito, 1996.

9. --- y Jorge Manuel Perera Fernández: De la cultura ecológica universal a una comunidad cubana. Editorial Extramuros, Centro Provincial del Libro y la Literatura, Ciudad de La Habana, 2002.

10. Guanche, Jesús. Componentes étnicos de la nación cubana, Colección La Fuente Viva, Fundación Fernando Ortiz, Ediciones Unión, 1996.

Notas:

[1] A modo de conclusiones de las reuniones efectuadas los días 23, 26 y 30 del mismo mes y en la misma sede, con figuras destacadas de las artes y de la intelectualidad cubana del momento.

[2] Por supuesto que la deshonestidad de la hipocresía y las frustraciones y auto-frustraciones de quienes no las asumían o las enmascaraban, quedaban inadvertidas, muchas veces incubadas en los propios perseguidores y lógicamente, aunque no lo fueran por su naturaleza, degeneraban antivalores.

[3] Esta a su vez, había sucedido a las tres regiones: Occidente, Centro y Oriente.

[4] Forjado además en la dura lucha clandestina al frente del periódico Vanguardia Obrera, a la par que militaba en los Festivales Universitarios de Arte y en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, entre otros.

[5] Actualmente coordinador de Cultura Comunitaria de la UNEAC en La Habana Vieja, e indispensable en la dirección nacional de dicho movimiento de la UNEAC, que desde 1994 organiza y atiende a los artistas e intelectuales capaces y sensibles al trabajo comunitario.

[6] Entendida desde el romanticismo tras la Revolución Francesa, como esta era de cuestionamientos de la modernidad burguesa que había iniciado con el Renacimiento.

[7] EMIC: Conceptos y distinciones que la propia comunidad, sus miembros, consideran significativos y apropiados (análisis fonémico); ETIC: conceptos significativos para el investigador-promotor, o sea, la realidad percibida desde el exterior (análisis fonético). Lo ético y lo émico tienen una interacción dialéctica para observadores y observados, según contexto y ámbito de enfoque (Bueno, 1990)

[8] La preparación permite aplicar casuísticamente (y ahora, aprovechar mejor) las experiencias metodológicas previas (sin necesidad de improvisar ni redenominar lo ya existente), e innovar métodos y técnicas cuando en verdad cada investigación por su novedad lo pide, aportando sin limitantes a la evolución epistemológica de cada disciplina: el proceso científico es, también, un fenómeno vivo.

[9] Cada uno según su potencialidad y según cada foco y en su diversidad interna, en interconexión con otros campos como la Comunicación Visual y la Antropología Visual, la Comunicación y Cultura Organizacionales en cada asociación e institución, etc.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 21 de abril de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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