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De la cultura ecológica universal a una comunidad cubana
Avelino V. Couceiro Rodríguez y Jorge M. Perera Fernández
vely175@cubarte.cult.cu

 
 

Cinco lanzamientos con presentaciones en la
Feria Internacional del Libro de La Habana, febrero 2003; y otra en la
Feria de Ourense, Galicia, España, junio 2003.
Desde julio-agosto del 2011, en los Fondos de la Florida International University (FIU, Miami, La Florida),
y de la Biblioteca del Congreso (Washington DC), EUA.

 

A todos los seres, bondades y afectos
que han inspirado y estimulado esta obra...
aunque muchos no lo sepan.
Y en particular, a nuestros padres
y hermanos, a Lola...
y a todos los demás.

 

Propone al lector un acercamiento a un tema de trascendental importancia. Sus autores Avelino V. Couceiro Rodríguez y Jorge M. Perera Fernández -quienes con este trabajo obtuvieron el Premio en los Concursos Nacionales «Raúl Gómez García» y «Rubén Martínez Villena», en el 2000-, convencidos (y convincentes) defensores de la preservación del medio ambiente, aportan sus conocimientos que van desde una valoración general de la cultura ecológica a nivel mundial, pasando por su incidencia en el ámbito nacional, hasta culminar, más específicamente, en el entorno de un municipio capitalino: Plaza de la Revolución. Sin duda, estas páginas contribuirán al desarrollo/mancomunado de la cultura ecológica en nuestro tiempo

DE LA CULTURA ECOLÓGICA UNIVERSAL A UNA COMUNIDAD CUBANA
Avelino V. Couceiro Rodríguez
Jorge M. Perera Fernández
Ediciones Extramuros, La Habana, 2002

Edición: Mayra Hernández Menéndez Dirección artística: Roberto Casanueva. Ilustración de cubierta: Nelson Gonzalo Méndez Composición computarizada: María Elena Gil Mc Beath
© Avelino Víctor Couceiro Rodríguez y Jorge Manuel Perera Fernández, 2002
© Sobre la presente edición: Ediciones Extramuros, 2002
ISBN 959-7020-92-0
EDICIONES EXTRAMUROS Centro Provincial del Libro y la Literatura. Zanja no. 732, entre Hospital y Aramburu, Ciudad de La Habana

A todos aquellos, cuya guía ha sido fundamental en el estudio previo, de manera especial a la memoria del Doctor Jorge Ramón Cuevas. A Consuelo Casanova, quien trabajó con nosotros directamente para este libro. A quienes han confiado en este trabajo y nos han estimulado de forma decisiva, sobre todo Olga Lidia Nodarse. A nuestra editora, Mayra Hernández Menéndez, por su profesionalidad. Y a todos los que, de una manera u otra, son partícipes de esta obra y de su publicación.

 

"Pintura antropozoomorfa". Óleo. Manuel Couceiro Prado (La Habana, 29.7.1923-7.11.1981) Colección privada del autor del libro.

Esta obra iba a ser la carátula del libro. Por extravío, en la editorial, no lo fue.

 

Prólogo

Si un riesgo se corre al enfrentar una obra como esta, es el de la síntesis: no nos proponemos sino invitar a las monografías más profundas que, de una manera u otra, aquí se implican. Eso sí: desde ya, el lector podrá valorar los nexos que, con esta nueva óptica, hemos detectado en lo que definimos como cultura ecológica a lo largo de una historia que por primera vez se escribe y se analiza. Brindamos con ello un nuevo sustento mediante las armas de aquella ciencia que se cimenta sobre la mejor ética, en función de lo más avanzado del proteccionismo ecológico contemporáneo, una urgencia de la que depende la propia sobrevivencia humana.

Otro riesgo hemos de salvar: el de la comunicación precisa. Y para lograrlo, aclaramos que los estudios culturológicos previos nos han permitido definir como cultura ambiental al sistema de valores a propósito del entorno o de cualesquiera de sus componentes, y dentro de ella, la cultura ecológica se identifica por sus bases científicas (la Ecología en tanto ciencia), que justo por ello, no debe obviar al resto de la cultura ambiental y de todo el sistema que es la cultura. La cultura ambiental incluye, por tanto, a la conciencia ecológica, pero la trasciende, por ejemplo, con los hábitos no conscientes; comprende los valores, mas también los antivalores, o valores negativos.

En consecuencia, hemos generado asimismo una metodología propia al análisis de la cultura ambiental, que se verificará a lo largo de este texto: un primer nivel se basa en la mera existencia humana y las relaciones de su vida y obra con el entorno; un segundo nivel perceptivo de símbolos, y un tercer nivel consciente, en el que el medio ambiente o cualesquiera de sus componentes es objetivo central. Los tres niveles coexisten y, a su vez, se interconectan de manera dependiente.

Sólo nos queda invitar al lector a adentrarse en un mundo tan fascinante como vital, tan antiguo como nuevo... el de la cultura ecológica, desde su universalidad, hasta allí donde se resuelve y determina: una breve comunidad, en este caso, cubana.

Sea usted, bienvenido.

Los Autores

Breve panorama universal

La cultura ecológica es tan intrínseca a la Humanidad, como la Humanidad misma. No es de extrañar que al conocer las culturas primitivas escuchemos con frecuencia la admiración por una identificación con el entorno que una dudosa civilización, muy lamentablemente, ha perdido. Es el fruto fatal del antropocentrismo. Sin dudas: las problemáticas contemporáneas, para explicarse, requieren tanto de la dimensión sincrónica como diacrónica, de la misma forma en que, sobre todo en el umbral del tercer milenio, es casi imposible entender la identidad comunitaria si la divorciamos del contexto internacional, ni una manifestación de la cultura al margen del resto del sistema cultural.

No más que muy brevemente, por tanto, hemos de remitirnos a una valoración general de una cultura ecológica internacional con la que, sin dudas, se interrelaciona la cubana en su devenir, como sucede en la cultura artística, política, científica, deportiva, etc. Las leyes universales se particularizan en cada cultura, de igual modo en que cada cultura acciona, según cada ecosistema, para generar un mosaico de muy rica diversidad.

Así, por una parte, las raíces biológicas del ser humano heredan los instintos para que, durante el proceso de humanización, evolucionen -cada vez más culturizados- los componentes de un primer nivel de la ulterior cultura ecológica, aquel básico y raigal que ratifica la pertenencia de una nueva especie que se distingue cualitativamente superior, pero que no deja de integrar y accionar «sobre y desde el medio que le rodea», con el cual se identifica como un componente más; del que inspira, se alimenta, se defiende y encuentra y trabaja sus materiales y utensilios; al que excreta y desecha, reproduce y trata de explicar. Más allá, podríamos remontarnos a las que hoy se reconocen como «culturas animales», a manera de precedente inmediato... pero no es nuestro objetivo actual.

Por otra parte, si la cultura ecológica porta, como es lógico, las actitudes del ser humano para con su entorno, se nos revela como una manifestación muy particular de la ética, acunada genéticamente en su evolución del mundo biológico a la sociedad humana; pero esto no puede devenir dogma. Se evoluciona a una cultura humana cuyas manifestaciones conforman unidad aún muy simple e indiferenciada, donde sólo la ciencia actual desentraña los orígenes del arte, la estética y la ética, incluida la cultura ambiental, así como las raíces cognoscitivas de la religión.

Aún más: la evolución en el tiempo nos permitirá distinguir mucho más nítidamente al arte de la estética y a la religión de la política, pero incluso así, entendida la cultura como sistema, no es posible un cabal estudio de cualquiera de ellas ignorando las restantes. Sin menoscabo alguno de la especialización, pues el desarrollo contemporáneo ha dejado a la zaga por imposible aquel antiguo concepto del «sabio universal», sí se requiere, sin dudas, una sólida cultura general que no debe faltar a ningún buen especialista.

Por tanto, el estudio de las comunidades primitivas es esencial para comprender las raíces de la cultura ecológica, y de tal período nos quedan abundantes ejemplos por todo el mundo, tanto en el totemismo y el animismo como en el arte rupestre, las artesanías, las danzas, la literatura oral y las primeras escrituras, más allá del ser humano mismo. El fuego en sus manos; el tránsito de la caza, la pesca y la recolección a la agricultura y la ganadería; la rueda, la evolución de la cultura de la piedra y el palo al dominio de nuevos materiales como el cobre, el hierro y el bronce; la alfarería y su desarrollo; la medicina verde no exclusiva para humanos; la domesticación de diversas especies, desde las que han recibido la carga semántica humana más estrechamente utilitarista, hasta los animales que hoy reconocemos como «afectivos» (luego lacerada con la propiedad privada y el consecuente antropocentrismo): todo esto trae como resultado las respectivas revoluciones en la cultura ambiental hasta la actualidad, con su correspondiente sistema de símbolos implícito en evolución.

No es casual que las culturas primitivas que persisten se sientan agredidas ante toda afectación a su entorno inmediato por la industria moderna, en lo que sigue siendo, cuando menos, un franco choque cultural; no en balde, el comercialismo impostado de otras culturas ha sido el que ha engendrado, en algunas de estas persistencias primitivas, el abuso indiscriminado del entorno como medio de vida, por el impacto con los antiguos colonizadores que hoy siguen viviendo de ellos y han extendido su explotación al resto del entorno natural.

Hallamos entonces fuentes de tal vigencia como pueden ser la cultura de los hielos, la del desierto, la de los bosques, la de la jungla, la de las sabanas, la del monte, la de las montañas, la de las costas, la de las ciénagas, la de los llanos, la de las áreas sísmicas, la de los embates meteorológicos, la pastoril con los pastizales, y la pesquera, incluidos su vestuario, su música, sus leyendas... la apicultura, la acuicultura y toda la cultura que implica la relación con las restantes especies: monturas, arreos, collares, herraduras, interjecciones y sonidos onomatopéyicos, nombres propios con que identificamos al individuo dentro de la especie, el interés por los astros y los fenómenos ambientales en general, los oficios y las profesiones que se identificarán luego por clases y sectores sociales, hasta construcciones como granjas, establos, caballerizas, gallineros, corrales, porquerizas, jaulas, peceras y un largo etcétera, hasta la actual «casa del perro».

Con las primeras ciudades (recordemos las ciudades lacustres en Suiza) está el origen cada vez más diferenciado, bajo la acción humana en sus propios ecosistemas, de las culturas urbanas desde sus precedentes e interactuantes no urbanas y otras urbanas. Con la diferenciación social y las sociedades clasistas a partir de la propiedad privada, el ser humano esclaviza también a las restantes especies: ya no sólo sobrevive, sino ostenta una autosuficiencia que conduce directamente al antropocentrismo. La intolerancia y la agresividad comienzan contra la otredad ecológica, en la que solían disolverse, por ejemplo, los esclavos y las mujeres, según aquellas culturas que no los consideraban siquiera seres humanos. Y la cultura ambiental se identifica cada vez más en cada sociedad y momento histórico.

Se hace evidente que no es posible absolutizar el tiempo para todas las culturas del orbe. No obstante, podemos citar una de las últimas clasificaciones que, al menos de manera general, establece períodos concretos como la Edad del Bronce (la primera o temprana entre el 3300 y el 2200 a.n.e.; la media, entre el 2200 y el 1550, y la tardía o última, entre el 1550 y el 1200 a.n.e.) y la Edad del Hierro (la primera entre el 1200 y el 1000 a.n.e., y la segunda, entre el 1000 y el 586 a.n.e.).
[1] Sin embargo, estas clasificaciones no son sino una aproximación en el tiempo, no más que muy relativa y polémica, sobre todo para los que insisten en universalizarla. Así, por ejemplo, las culturas no occidentales se diferencian del mundo occidental, también, por la cultura ambiental, y no solo por el entorno ecológico que las identifica a cada una, sino igualmente por las valoraciones culturales al respecto, como puede ser sobre el ciclo vital o el significado de los colores, en la propia naturaleza, de animales, plantas o elementos como el agua, el aire, la tierra... Numerosas leyendas de India, China y Japón, por solo citar estas grandes culturas, indican la gran pluralidad del Oriente en materia de cultura ecológica como en todo el resto del sistema cultural; otras culturas no occidentales multiplican tan rica diversidad, que no solo se demuestra en las leyendas sobre el origen o símbolo de los más representativos componentes del medio.

No es casual que de estas tierras del Oriente nos lleguen los primeros ejemplos de animales domesticados: el perro en Israel, en el año 10,000 a.n.e.; en Iraq la oveja (9000 a.n.e.) y el cerdo (6750 a.n.e.); la cabra en Irán y Pakistán (8000 a.n.e.); en China el cerdo y la gallina (6000 a.n.e.); en el 6300 a.n.e., el cebú, en Pakistán, y en el 4000 a.n.e., el asno en Israel.[2] Ya para el siglo IV a.n.e., el motivo principal de la decoración de los escitas en las estepas rusas y centroasiáticas, con influencias griegas y del Cercano Oriente, eran los animales, aunque los domésticos faltan casi por completo excepto ocasionales gallos y caballos, y predomina el águila entre las aves de presa.              
 
En el Medio Oriente comenzaron el cultivo de la almendra, la avena, los dátiles, la vid, las lentejas, el olivo y el trigo, y criaban vacas, ovejas, caballos, cerdos y cabras. Entre el 6000 y 3000 a.n.e., en los terrenos del «Fértil Creciente» en Babilonia e Israel se aprendió a aprovechar la fuerza del toro y la del viento; se inventó el arado, el carro de ruedas y el bote de vela; se descubrieron los procesos químicos necesarios para beneficiar los minerales de cobre y las propiedades físicas y los metales, y empezaron a elaborar un calendario solar preciso; lo que se ha llamado segunda revolución neolítica, entre el Nilo, la Meseta Irania y el Valle del Indo.[3]

El solo nombre de Mesopotamia indica su relación con los ríos, y a lo largo de su historia se ratifica: los amuletos zoomorfos y recipientes rituales de Ur, los relieves en Uruk, las cabras montesas en la cerámica pintada de Susa, las escenas mitológicas de Sargón, las esteras y, sobre todo, los Jardines Colgantes de Babilonia, devienen emblema de los tantos valores que, en cuanto a cultura ambiental, también denotaba tan extraordinaria civilización, incluidos momentos tan clásicos como el pastor llevado al cielo por el águila y dos perros sentados que ladran a la Luna.

El milenario pueblo hebreo refleja asimismo su sistema de valores con respecto al entorno, y, por supuesto, la mejor muestra se detecta en las enseñanzas de la Torah, que determina hasta su cultura culinaria. Raíz indispensable del cristianismo, la Santa Biblia -tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento-, implica constantemente su cultura ambiental. El concepto de creación del mundo (del sistema ecológico mismo, por partes) y del Edén como Jardín, el de animales «impuros» y «puros» y el Arca de Noé son de los pasajes más explícitos, pero no únicos, y los símbolos se suceden: la serpiente era la sabiduría y los poderes mágicos con proverbial astucia en el Oriente antiguo, propia ahora para desobedecer el mandato divino. Pero también la manzana, el río, el monte Carmelo, el «pez» en cuyo vientre vivió Jonás y que se ha transcrito como ballena, no son sino algunos entre los cientos de animales (y plantas) bíblicos y accidentes geográficos citados por estudios teológicos especializados al respecto.

En la India, las Apsaras son bailarinas celestiales, y Baratha crea el teatro con el nacimiento de las fuerzas naturales; el árbol del nin o del pan, originario del sudeste asiático y que Juan Tomás Roig importó a Cuba en el siglo XX, cuenta con la leyenda de su origen y generosidad, y hoy se revalora como «árbol del siglo» por ser un insecticida natural no contaminante. El ajedrez refleja el empleo del caballo; el chacal salvó al brahmán en una leyenda, y el Panchatantra nos revela una fiel mangosta. La reencarnación budista explica el respeto por todo ser vivo y muerto, y en Sri Lanka, tan influida culturalmente por la península, elefantes y caballos -símbolos de poder y medios de transporte- son reconocidos con todo ritual y en numerosas expresiones plásticas, a lo que se refiere el cubano José Martí.[4]

En China ya se domesticaba el ganado vacuno, el cerdo y el yak, así como se cultivaban bananas, coco, arroz, soya y caña de azúcar. A lo largo de su historia, toda su cultura indica posturas y reflexiones en torno al medio: su astrología, las danzas de grullas y las astrales, la Ópera de Pekín desde sus gérmenes, la cultura en torno al árbol del té y la porcelana, los motivos ornamentales, los dragones, la pólvora, el protagonismo del vacío llenado plásticamente por el viento y el paisajismo en general con la vegetación, la yerba, el horizonte infinito, los significados con las mangas y todo movimiento y quietud, hasta obras muy personales como la de los pintores Li-Chen-Jao y Wu Chen, en épocas bien distintas... Corea y el sísmico Japón heredan con su propia identidad: las islas valoran el abanico en la danza y narran cómo Isogai se convierte en sol, nube, roca, o según la leyenda del Viejo Guardián, el abuelo de Yon quema los arrozales para salvar la aldea de la gran tormenta marina.

El mundo árabe aporta también al tema, y el ave Fénix que renace, el simio al hombro humano o la serpiente danzarina figuran optimistas. Los rigores del desierto imponen una cultura ambiental de alta identidad desde sus animales de transportación y cultura culinaria hasta el blanco vestuario. Su literatura oral nos llena de cigüeñas, lechuzas, gansos, asnos, gacelas, pastores, cuevas, marinos... Los beduinos designan al camello con un centenar de vocablos, y redimían sus pecados ante una piedra sagrada. Aun frente al islamismo unificador desde el siglo VII, continuaron adorando árboles y piedras de las más variadas formas. La doctrina musulmana llegó a prohibir imágenes de cualquier ser animado, hombre o animal, en tanto idolatría, aunque esta proliferaba con suntuosos materiales y refinadas técnicas, sobre todo en los momentos de esplendor sin amenazas. El efecto de la veda fue una nueva naturaleza, a partir de la alteración de fauna y flora representadas.

La contrapartida cultural del desierto es también su contrapartida ecológica: los hielos polares. La Antártida, aun cuando apenas cuenta con población humana por sus propias condiciones, no ha dejado de sufrir las afectaciones de la contaminación ambiental humana, que ha llegado a usarla como vertedero del globo terráqueo y área experimental y de cacería en abuso, con su consiguiente impacto al resto del planeta. Los pueblos árticos, tanto de Eurasia como de América, reflejan su cultura ecológica desde el iglú y sus tallas, sus avíos y cultura culinaria, o aquellos que al norte de Canadá pintan la lechuza mágica o se sienten orgullosos descendientes del lobo, emblema protector tribal en su escudo.

América, aun cuando los humanos eran inmigrantes, contó por milenios con pueblos precolombinos florecientes en todas sus manifestaciones culturales, incluida la ambiental. Ya el centro y sur del continente cultivaban aguacate, frijoles, chile, maíz, patata o papa y cacao, que algunos usaban como moneda y aportarían al mundo tras la llegada europea con el bisonte, el pavo, el tomate, el caucho, el maní o cacahuete, el henequén o sisal, el palo de brasil, la vicuña, el guanaco, la cobaya o curí como animal doméstico y muchas especies más con toda su cultura implícita. El caballo americano ya no estaba en el continente a la llegada humana, pero en el 4 000 a.n.e. Perú domesticaba la llama y la alpaca, y en el 1000 a.n.e., el cerdo de Guinea en Ayacucho. Zoológicos y circos proliferaron en Mesoamérica, donde el perro era altamente estimado contra el frío y como lazarillo en la muerte. Hubo etnias que criaron tortugas para comer, abejas para aprovechar la miel, loros como diversión.

Su cultura ambiental se refleja en la posesión de la tierra, su astrología y sus dioses, antroponimia y toponimia, literatura oral y sus ciudades: la azteca Tenochtitlán en el lago, con canales surcados por chinampas, y en los Andes el Cuzco, que data del siglo XII por los incas «Hijos del Sol», evaluada como la capital imperial que se edificó a mayor altura sobre el nivel del mar, con su arquitectura ciclópea, y para salvar las altas montañas, el sistema de terrazas y los puentes de madera o mimbre. Abundan las leyendas en que seres humanos dañinos son metamorfoseados en bondadosos árboles o gentiles hierbas, para recompensar a sus víctimas de antaño. La exacta reproducción de los elementos naturales en tejidos y esculturas, demuestra que no se limitaban a una superficial observación. Entre los distintos pueblos se estudia la medicina y la astronomía y se dominan las plantas medicinales, la metalurgia, la cerámica, la agricultura, las construcciones de madera, adobe o piedra...

Todos los pueblos costeros pescaban. En Perú trasladaban la pesca al Cuzco para el consumo inca, cuyo arte reflejaba las especies marinas, como en Centroamérica. Hábiles navegantes, se destacaban las canoas tainas y las piraguas caribes, de común origen arwaco. Acusados de antropófagos, los caribes explican el relieve del Auyán Tepí de los arecunas en el Orinoco. El valor del agua se refleja al nombrar Paraguay «agua o río que conduce o que viene del mar»; el chajá vigila la pampa y la región fluvial argentina,[5] el Amazonas fertiliza vastos terrenos y entre las leyendas guaraníes, la del Isapí cuenta la crecida del río Uruguay, y en otras crecen el acán-pitá, ogaraiti, lapacho, urubú, curundú, aguaraibas, burucuyá... y si en la colonia bonaerense recrean la amistad entre una española y una puma por el instinto materno frente a los querandíes y los conquistadores ibéricos, mucho antes, en el norte, los pieles rojas obtenían el fuego gracias al gran riesgo que para ello corrió su amigo, el coyote gris.

El Popol Vuh recrea el origen del mundo según los mayas, cuya Chichén Itzá se pierde y solo en primavera brota la flor blanca, antigua amante de Canek, Serpiente Negra, seguidos por todos los pájaros de la ciudad. En Yucatán y América Central, mayas y quichés nos legaron grandes construcciones de piedra y una precisa astronomía. Aztecas y mayas fabricaban papel con fibras de higuera silvestre, y trabajaban el oro, la plata, el cobre y el estaño, y fabricaban bronce, mientras cruzaban su territorio con numerosos caminos, puentes, acueductos, pirámides... Respondían al sacrificio de los dioses con su propio sacrificio, y fundamentaban su entorno, como los volcanes antiguos amantes, la leyenda del puhuy entre las aves y en Guatemala, el quetzal o «Serpiente Emplumada». Y a todo lo largo y ancho del continente, la cultura ambiental multiplica sus identidades.

Así lo demuestran los chibchas en las mesetas de Bogotá y Tunja, los quimbayas con sus miniaturas escultóricas, los quichuas y aimaras de los Andes, los araucanos en Chile con el roble de Caupolicán, las civilizaciones de enormes piedras y conocimientos astronómicos en Tiahuanaco, los nazca al sur peruano con su cerámica, tejidos y pirámides truncas, los chimu al norte peruano, con su cerámica y su gran ciudad, los onas, los fueguinos...

Por Antropología Comparada, hay paralelos entre la cultura ambiental de América del Norte y la de Australia. No es de extrañar, tanto por las leyes universales como por la teoría de inmigración humana desde Oceanía por el Pacífico sur. La cultura australiana es tan singular como su propia ecología, y más aún, se tipifica por regiones de Australia y de las tantas islas que componen este continente: la mayor isla neozelandesa es Te-ika-a-Manui, «el pez que pescó Manui», por su mítico origen; en Victoria, la cacatúa negra y la blanca, y el canguro y el uombat; en Nueva Irlanda, el quebrantahuesos y el halieto; en Nueva Gales del Sur, el hombre es hermano del murciélago, considerado ave que trajo la muerte como en las Islas Andaman, y la mujer del búho, con el trepa-árboles como tótem femenino. La canción del halcón lo señala como ladrón, no como cazador. En las costas, los temas marinos identifican las pinturas, aunque distintivamente por regiones.

El África Subsaharana se señala como región original del ser humano, tanto por el Kenyalopitecus como por los estudios sobre Madagascar. También en Lukenya Hill, Nairobi, Kenia, consta la primera evidencia clara de domesticación, con ganado vacuno de hace trece mil años, lo cual es el 20 % de los restos de animales allí hallados. La cultura ambiental de pueblos tan diversos los identifica en sus danzas, tallas, máscaras, rituales: en Níger, la lucha de Samba Gana a caballo por el río contra la serpiente; la tenencia de caballos y no de burros era símbolo de posición social entre los fulbés, y los tuaregs les robaban el ganado vacuno; ya «perro callejero» era un insulto. En Mali, un árbol, un churua, un torbellino y el bosque salvan a Dan-Auta, Sarra y la ciudad del Dodo, con cien makodi, piedras redondas, ramas secas y pequeños trozos de madera. Lo disputaban hombres con camello, yegua o vaca, y obsequiaban camellos, caballos, vacas, ovejas, vestidos, esclavos y mujeres...

El antiguo Egipto tuvo su propia identidad y aportes desde el desierto y el Nilo, por cuyo limo cultivaban trigo, cáñamo, verduras, ricino, lentejas, garbanzos y vid. Así se lee a través de su cultura religiosa con los astros y dioses como Anubis con cabeza de chacal, Bastet con el gato y el buey sagrado Apis, y su cultura funeraria desde el culto a los muertos, la momificación y el papel de Anubis en ella. Incluso gatos y halcones eran momificados como animales divinos, a los que exigían absoluto respeto. Cada ciudad se encarnaba en un animal tabú protector. El Libro de los muertos lo refleja, pero también la esfinge que combina humano y león, o las pinturas en las mastabas. Entre los animales domésticos del Antiguo Egipto en el año 2500 a.n.e. había gatos, bueyes, antílopes, musmones, hienas... Los pastores y la ganadería eran fundamentales en su cultura alimentaria, y Hatshepsut lega el primer zoológico.

La cultura occidental, con esqueleto judeocristiano, tiene raíces grecolatinas. Ya la vaca se domesticaba en Grecia en el año 6500 a.n.e., y en el 6400 en Turquía; el gato en Chipre en el 6000, y más al norte en Ucrania, el caballo en el 4000. Ya el minotauro en Creta, la miel de Calimno o la Afrodita en un ganso, del pintor Pistoxenos, en Rodas, son solo algunos de los elementos que desde las islas del Egeo marcan bases de la sólida cultura griega con respecto a su medio, al que imitaba desde el período micénico en torno al hombre, como se verifica al expandirse por el Ático y el Peloponeso peninsulares y por el Asia Menor, con el concepto de acrópolis y el Caballo de Troya. Los bosques y el Monte Olimpo determinan en su mitología, que identifica cada dios con un animal u otro elemento natural, singulariza caballos en las contiendas e incorpora una naturaleza fantástica de, entre otros, sátiros, centauros y sirenas, de donde el manatí cubano se clasifica como sirenio.

Semidioses, héroes y otros griegos como Narciso y Heracles (Hércules romano) están en constante relación con el entorno; caballos como Pédaso, Selene y Pegaso, o el can Cerbero, entre otros, son personajes en sí de alta significación, recogidos, por ejemplo, en La Ilíada y el tímpano del Partenón. El cisne es el amor romántico, y el toro identifica a la fuerza. Aracné lega su nombre a las arañas; el teatro griego acude a los elementos naturales que las fábulas de Esopo elevan a símbolos protagónicos. Aristóteles sienta bases al estudio científico de la naturaleza, y Teócrito a la poesía pastoril. La victoria pírrica empleó elefantes... Fue la herencia directa a la cultura ambiental romana básica a la occidental, para la cual ya los etruscos antecedían también con su escultura y cerámica en piedra y bronce.

La fundación de Roma data de la loba capitolina, y se salvó por unos gansos, especies que se repiten en relieves, pinturas y mosaicos. Diana la Cazadora castigaba con la caza y la transformación de una especie a otra. Las venationen del Circo Romano son el mejor ejemplo del anti-valor al que llegaba el desprecio por la otredad por parte de los más ostentosos de poder, y en ellas no sólo masacraban cientos de animales diversos[6] de una sola jornada cada cinco carreras con total sadismo y morbo, sino que incluían gladiadores, cristianos y otros humanos condenados. Los restos del Vesubio también han mostrado la convivencia con otras especies, y la escultura ecuestre devino toda una tipología a partir de los foros y el culto a la personalidad de los emperadores. Calígula coronó a su caballo Incitatus, mientras enseñaba a su hija a sacar los ojos de los pájaros. El caballo era el más estimado animal, y nunca lo castraban y herraban, sino que lo alimentaban y montaban con sumo cuidado.

La Geografía de Ptolomeo (s. II d.n.e.) dominará toda la Edad Media, con una Tierra fija, centro del Universo, que a su alrededor giraba. El cristianismo en el poder, tras el Edicto de Milán del año 313, conocerá a lo largo del Medioevo la evolución de la escolástica al panteísmo y éste revalora la naturaleza como el mismo Dios. La lucha religiosa implícita trasciende a una cultura ambiental que mira al cielo con las cúpulas, lo busca con las iglesias góticas que empequeñecen al ser humano, y genera un inagotable bestiario de monstruos punitivos frente a los pecadores. Los juicios contra diversos animales acusados por un dogmático y tambaleante poder, llenaron toda Europa,[7] cuyas condiciones de insalubridad propiciaron la peste negra. Las guerras genocidas se sucedían, con el ecocidio que siempre implican. Miniaturas, manuscritos, frescos, reflejaban el entorno como otredad antagónica que veían insensible, en evidente paradoja de quienes decían combatir «la antinatura».

No es posible absolutizar tales características por todo el espacio y el tiempo medievales. El cristianismo aportó el pez y el cordero como símbolos de Cristo, y aún hoy son emblemas para el medio ambiente, San Francisco de Asís, San Bernardo, Santo Domingo y San Martín de Porras. Bizancio y la iconografía rusa legaron imágenes ecuestres y, al igual que el resto de Europa, una rica tradición literaria sobre todo oral, que incluye las historias de caballeros en lucha contra monstruos, mientras las Cruzadas a corcel atravesaban Europa hacia el Oriente, de donde surgían órdenes como los templarios. El caballo, lógicamente, conserva un alto valor. Los bosques y el campo son protagonistas; las fabliaux se rebelan contra la barbarie feudal sobre todo, mediante la picardía del zorro y el lobo. Es por el perro que Isolda reconoce a Tristán, e incluso los vikingos, además de su filiación al mar, cuentan con el caballo Grani, salvador de Sigfrido, a quien Brunilda enseñaba las plantas medicinales.

El Renacimiento fue también una revolución para la cultura ecológica, desde el panteísmo. En Alemania, por ejemplo, es Michael Haslob con su poesía neolatina quien más expresa el amor de los alemanes por la Naturaleza. El interés por el paisaje es otro ejemplo, así como las alusiones cada vez más pronunciadas de diversos elementos naturales, sobre todo en los retratos. En 1582 se implanta el Calendario Gregoriano. Por supuesto, obras como las de Ramón Llul, Giordano Bruno, Copérnico, Galileo Galilei, Michel de Notredame, Juan Luis Vives, Francis Bacon y Spinoza, y el encuentro con las culturas precolombinas de América, fueron determinantes para todos en esta revolución. El entorno que el Renacimiento buscaba bajo la luz de la razón, no pierde espacio con el lenguaje manierista al barroco y de este al neoclásico, mientras la conquista y colonización impactaban distintivamente tanto en los entornos colonizados como en los colonizadores con el intercambio de especies y culturas implícitas. Si el Renacimiento inició la modernidad (burguesa), y como postmodernidad definimos el cuestionamiento de dicha modernidad, a pesar de surgir el término en la arquitectura de los años 60 del siglo XX, sus inicios se perciben en el romanticismo (vísperas al siglo XIX; primera gran decepción contra aquellas Revoluciones burguesas) base para que las ciencias del futuro se interesen (y revolucionen epistemológicamente) por todo lo marginado en aquella modernidad… como la cotidianidad y el sistema ambiental.

Particular interés asume la Revolución Industrial desde el mecanicismo hasta la Revolución Científico-Técnica en los siglos XIX y XX. No es casual que con la primera surja el tema de naturalezas muertas en la pintura, y cambien radicalmente no solo los espacios urbanos, sino también rurales, sobre todo a partir del ferrocarril. La contaminación comienza a ser una amenaza cada vez más latente, mientras no son pocos los que huyen de las ciudades. A su vez, el desarrollo de las ciencias en todos los campos aporta las obras de Linne, Cuvier, Lyell, Darwin, Mendel, Pasteur, Wegener, Oparin, Compton Crick y, con especial interés a nuestro estudio, Ernst Haeckel, quien en 1866 aporta el término «ecología» en su Morfología general, origen transdisciplinario de una ciencia cuya evolución se ha mantenido vigente hasta la actualidad.

El siglo XX revoluciona con los medios de comunicación masiva,[8] los clones y la genética, que a lo largo de la centuria han polemizado entre sus valores positivos y negativos con respecto a la cultura ecológica, como en tantas otras. Por una parte, desde el cine hasta el ciberespacio y la realidad virtual han levantado prejuicios en función del comercialismo contra (aunque también son bastiones en la preservación y cultura de amor a favor de) especies y áreas geográficas; por la otra, las encarnizadas luchas sociales de siglos han incorporado también la defensa de la otredad ecológica, que al calor de las ciencias se ha demostrado como una primera urgencia para el tercer milenio.

El caso cubano
 

La cultura ecológica cubana se levanta sobre su propia identidad medioambiental, cuya historia se remonta a unos ciento sesenta millones de años, con caracteres locales, como los movimientos sísmicos por fricción en la zona suroriental, entre otros. Ya del devenir de tal ecología data la interrelación con el entorno caribeño inmediato, e indirectamente, con el resto del mundo, que mucho después caracterizaría también a nuestro arte y cultura toda. Desde quince millones de años atrás se avizoraba el conjunto caribeño actual hacia el Banco de las Bahamas donde se atascó, y por colisión surgió la mayor de estas islas, mientras las restantes son menores pues continuaron a la deriva hasta más tarde. Cuba germina como fenómeno geomorfológico en la edad del Eoceno Medio.

La insularidad condiciona una ecología distintiva tanto en su diversidad como en el endemismo y las maneras de determinar en la identidad cubana: las islas provocan una mayor biodiversidad entendida como variedad de especies, pero con menor cuantía de individuos cada una, por lo que son más fáciles de exterminar sus especies, y ello exige su mayor protección. Cuba se identifica también, en consecuencia, por la mayor biodiversidad del Caribe, con una densidad de especies por metro cuadrado de diez y hasta más de cien veces mayor que en Europa, la Siberia y probablemente, la Amazonia brasileña. En toda la fauna cubana, sobre todo la endémica, apenas hay peligro para el ser humano, otra de sus identidades y motivo de más para reciprocar la misma benignidad hacia nuestros animales. De ahí la distinción precolombina de «caimares» (peligro) exclusivo al caimán.

La flora vascular cubana consta de seis mil trescientos cincuenta especies, con un endemismo de 51,4 %, lo cual representa la mayor diversidad de flora antillana y uno de los mayores niveles de endemismo del mundo, sólo superado por la región del Cabo, Hawaii y algunas partes australianas,[9] mientras que otros autores señalan que el endemismo vegetal cubano es sólo superado por Hawaii, Madagascar, Nueva Caledonia y la isla de Juan Fernández en Chile.[10]

Las teorías sobre las incidencias de la insularidad en la población humana y, por tanto, en su identidad cultural y su devenir, puntualizan rasgos del carácter como la tozudez, las tendencias nacionalistas, la vivacidad, y hasta la menor tasa de natalidad y estatura física... Hay polémicas al respecto y sobre aquellos elementos compartidos con las restantes especies, que para nada limitan la acción creativa del hombre. En toda la historia de la cultura cubana subyace la historia de una cultura ambiental implícita y que identifica no menos en todos y cada uno de sus estadios y regiones, reflejada y valorada por la obra que hoy se reconoce artística aun cuando entonces no haya sido tal su propósito, como es el caso de nuestros precolombinos, con su propia identidad dentro del glosario analizado en el panorama universal, correspondiente al continente que luego sería América.

Los antecedentes apuntan la cultura ambiental que identifica a cada uno de los pueblos precolombinos: entre el 10,000 u 8000 a.n.e. llegan del norte los protoarcaicos recolectores tras la foca tropical, con sus tallas de piedra y enterramientos con pendientes y colgantes de foca como ente protectora, y del sur y suroeste los preagroalfareros (siglos I-XVII d.n.e.) con sus ritos funerarios y formas tempranas de religión. Los agroalfareros de origen arwaco, desde el siglo VII d.n.e., continúan el proceso transculturativo sobre la identidad ecológica hallada y la importada con el cultivo intensivo de la yuca amarga, el dominio de la alfarería, la pesca y la navegación, sus mitos y leyendas sobre las cuevas, los astros, las estaciones y manifestaciones ambientales como las perturbaciones ciclónicas, entre otras identificadas incluso por regiones. A diferencia de los primeros, creían descender de la caguama, a la que veneraban deformándose el cráneo.

El vínculo establecido con elementos concretos de dicho medio (tales como el tabaco, la güira o la guayaba, los peces, el murciélago o la rana, entre otros tantos), trasciende vigente a la construcción de viviendas e instrumentos musicales, en la religiosidad, la cultura económica y la culinaria hasta los valores más elevados de la cultura espiritual, que anuncian incluso la cultura afectiva cubana, amalgama indisoluble en tanto sistema integral sobre la que desde 1492 hispanos, africanos y otros pueblos multiplicarán al infinito el crisol de la cubanía. Hoy se revalidan los aportes por más de un siglo subvalorados, que ya en 1838 lograban los mapas de cacicazgos de José María de la Torre y de la Torre según la relación precolombina determinante con el entorno geográfico y ecológico en general.

En resumen muy general, este extenso período de la historia raigal a la cultura cubana -no menos importante por menos conocido y que nunca amenazó romper el equilibrio hombre-naturaleza- deviene básico para diversas formas culturales y, sobre todo, para la cultura ambiental, ya que justo en la adaptación a nuestro medio ambiente fue que transculturó, a la postre, el principal aporte precolombino a las nuevas etnias y nacionalidades que se incorporarían desde 1492, lo que permitió su sobrevivencia y ulterior desarrollo y marcó los inicios de un naciente proceso transculturativo que, por cierto, aprendieron precisamente de la milenaria experiencia con que al respecto ya contaban los precolombinos.

A lo largo de la colonia, se ratifica que existe una identidad histórica de la cultura ecológica cubana, aunque no la conocemos como la historia del arte o de la política o, incluso, del deporte o las ciencias. Es éste, justamente el aporte del presente estudio a partir del nuevo ángulo de percepción: fue nuestra ecología lo primero que impactó al colonizador; sobre ella y con ella (y también contra ella por el choque) transculturaron las diversas etnias ibéricas, africanas y luego el resto de los europeos en mayor o menor grado e incidencia, los chinos entre otros grupos asiáticos y el resto del continente americano y del mundo en general insertado aquí, para denotar el crisol de universalidad que identifica de manera tan singular y propia a nuestra cultura.

Los primeros asentamientos coloniales y las villas buscaron las condiciones ecológicas precisas; los que se alejaron luego de las costas huían de los piratas y un entorno devenido amenazante. Ya entonces, nuestra cartografía indica una cultura ecológica en cada período. Entre otros exponentes, agreguemos la Zanja Real, el Morro de La Habana, el de San Pedro de la Roca en Santiago de Cuba... la evolución de la arquitectura, el urbanismo, el mobiliario y otras manifestaciones culturales más allá de las diversas artes: el sincretismo entendido como transculturación religiosa, o la cultura ecológica más estricta. El blanquito de La Habana[11] representaba a Cuba en las cortes europeas cuando todavía no se definía un sentimiento nacional. Poco a poco emanan símbolos de identidad vitales al proceso de formación de la nacionalidad y ulterior nacionalismo que conduciría irremediablemente al independentismo.

Así, para la cultura política como eje rector pero no único ni exclusivo de dicho proceso, se anuncian valores de una cultura ambiental que identifica en obras tan tempranas como El espejo de paciencia.[12] Ningún movimiento cultural cubano ha olvidado enarbolar artísticamente tales rasgos como primer emblema patrio de lucha, a menudo en franca confrontación: neoclásicos, románticos, realistas y naturalistas, y sobre todo costumbristas, criollistas y siboneyistas... Las fuentes y tinajas identifican espacios urbanos, mientras los aljibes reinan en los patios hogareños; nos llegan los paisajes mediante el grabado y la pintura, así como las alusiones a diversos componentes del entorno ecológico (cubano o foráneo, real o ficticio) en la escultura ambiental y la escena, los temas musicales de Esteban Salas y los cuadros de Escalera, en estos últimos casos en tanto símbolos cristianos.

Apenas falta género ni creador alguno, bien en su carácter de alegoría o de identidad, bien en su acepción utilitaria más estrecha o en la más espiritual de las veneraciones, que transculture a una cultura ecológica identificativa que señala fuentes indispensables dentro del sistema integral de la cultura; así, por ejemplo: la apicultura, la ictiología, la ornitología, la medicina verde, etcétera.

Sólo las monografías permiten, con todo rigor, exponer los aportes de tantas figuras a una cultura ecológica cubana. En un análisis como el que nos ocupa, la historia no es objetivo sino método en función de la identidad a partir de los antecedentes, y lo más consecuente es mencionar algunas muestras que, sobre todo en la ciencia y en el arte -según nuestro propósito de estudio-, explican el devenir histórico que nos identifica: los antecedentes se remontan a la llegada de Colón con su compañero de viajes, el médico sevillano Diego Álvarez Chanca, el primero y más concreto al describir la flora del «Nuevo Mundo», sobre todo para la medicina verde; desde entonces nuestra cultura revoluciona según los cánones occidentales de cada momento, y esto incluye nuestra cultura popular, en sus mismas raíces y desarrollo posterior: la décima y el punto guajiro transitan hacia la cubanía del brazo de una naturaleza que se modifica más (para todos) desde “el encontronazo”. Otro tanto ocurre con los cultos sincréticos y su cosmovisión, provenientes de múltiples culturas del África.

Son premisas indispensables en la conformación de la nacionalidad, cada vez más evidenciadas en el clímax que despunta a fines del siglo XVIII, sobre todo con la ciencia iluminista insertada en la cubanía: con el antecedente del portugués Parra (1787), Humboldt revalora la visión sobre nuestro entorno ecológico, que fundamentalmente nos identifica y desde una cultura más científica, al que abre nuevos horizontes, por lo que se estima «segundo descubridor de Cuba». De igual modo, el habanero Arango y Parreño en 1792 discursaba sobre el fomento de la agricultura en La Habana, con motivaciones económicas de inclinación científica, que validan a la Sociedad Económica de Amigos del País a nuestra identidad y a la apreciación ecológica actual, con muchos otros paradigmas como Félix Várela, quien desde el Real Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio extendía el estudio de las Ciencias Naturales.

Es indudable el impacto ambiental de Tomás Romay con sus memorias sobre la fiebre amarilla, la vacuna antivariólica en La Habana y la supresión de los enterramientos en las iglesias, donde quedan las huellas pertinentes, así como para las artes funerarias y, a escala urbana, la tipología de cementerios. Las tertulias delmontinas eran frecuentadas por Felipe Poey, promotor del Museo de Historia Natural y de la Biblioteca de Ictiología y de Ciencias Naturales. Destacan los zoólogos Rafael Arango y Carlos de la Torre; los botánicos Gómez de la Maza y Tomás Roig y Mesa; el biólogo y médico Juan Guiteras; Valdés y Aguirre en la farmacopea cubana, la historia natural, la fiebre amarilla y la hidrología nacional -en esta última junto con Melero-; incluso Fermín Valdés Domínguez, durante la «Tregua Fecunda» , estudiaba la fiebre amarilla y la flora y fauna de Baracoa. El alemán Gundlach aporta asimismo su Ornitología cubana.

La Flora médica de las Antillas, de Sagra, incluye los nombres vulgares, pero también introduce la horticultura cubana y profundiza en la botánica agrícola, la botánica médica y la industrial que, además, promueve en Europa y Estados Unidos, y a fines del siglo XIX, la labor de Carlos J. Finlay es decisiva contra la fiebre amarilla con alcance universal (fue candidato al Premio Nobel en 1905). Durante toda esa centuria, muchos otros nombres enlazan una serie de potenciales contribuciones desde la cultura cubana a una ciencia ecológica nacional, e incluso internacional, a partir de sus disímiles impactos, dada su desigual promoción por épocas y regiones del orbe. Esta cultura científica suele fundirse con la economía, la salud e higiene, la cultura funeraria..., que demuestran una cultura ecológica local, regional y nacional cada vez más pormenorizada, incluso por campos culturales.

En las artes, paralelamente, el entorno ecológico es protagonista según su función axiológica y el valor simbólico más allá incluso de su nivel documental, sin que ello menoscabe otras de sus funciones como la comunicación, la estética o el hedonismo. Aunque cada cual los recrea distintivamente, la piña es un símbolo de Cuba en la oda de Zequeira y sobre las columnas del conmemorativo Templete, como lo son las frutas que Rubalcava escoge en su silva; la evocación de Heredia extiende frente al Niágara su paisaje patrio. De igual modo, la tórtola, el sinsonte y el tocororo son símbolos de libertad y cubanía para Milanés, así como la golondrina lo es para Zenea, y para Plácido la caña, el tabaco, la siempreviva, el Yumurí y el Pan de Matanzas. Ejemplos similares se vislumbran en la obra de El Cucalambé, y en la franca alegoría de muchos seudónimos y títulos de publicaciones y antologías.

El carácter documental del arte en sus nexos con la ecología también se verifica a través del costumbrismo. Numerosas obras literarias así lo atestiguan: Paseo por el río Ariguanabo, de Julio Rosas; El ciego y su perro y El ave muerta, de Cirilo Villaverde, y la producción «criollista» de Ramón de Palma, entre otras. Asimismo, el arte pictórico se ha hecho eco de tales inquietudes en las pinturas de Escobar, Vermay y Collazo, quienes incorporan animales afectivos a sus creaciones. El paisaje aparece en los grabados de los románticos como Chartrand, y en las marinas de Romañach. Además, merece mencionarse el teatro en sus diversas vertientes: desde El príncipe jardinero y fingido Cloridano, de Santiago Pita; las piezas de Vélez, Blanchet, Carrillo; las comedias de Luaces y el teatro vernáculo precedido por Francisco Covarrubias, hasta el teatro lírico y el teatro mambí.

Otro tanto ocurre en la música y la danza, por las que nos llega el valor del colibrí para Morejón; el canario y el ave entre flores para Boudet; el chivo negro para Boza; el plátano verde para Moya, y el Almendares y la paloma para Cervantes. Las artes en general asumieron las más diversas y hasta encontradas posiciones desde el entorno ecológico: el gallero para Landaluze tuvo carácter peyorativo, el león devino símbolo colonial en la escultura ambiental y la prensa, y la canción La Palma, de Palau, fue símbolo independentista.

En época tan temprana para este tema, otros muchos interesan al arte y a las ciencias de antaño, como evidencia, por ejemplo el ensayo. Pascual Ferrer desmiente todo error sobre la identidad ambiental nacional; Callejas relaciona las maderas cubanas de frecuente uso y proyecta el acueducto santiaguero, con todo su impacto ambiental. Rasgos descriptivos de la naturaleza cubana (1831), de Iturrondo, los textos escolares de Historia y Geografía, según Acosta, y, sobre todo, ¿Descansa sobre bases científicas la opinión de que la destrucción del reino animal lleva consigo la del vegetal, y viceversa?, del delmontino Pozos Dulces en 1858, años antes de que Haeckel innovara el término «ecología», indican el hilo conductor de una cultura ecológica cubana: sin invalidar el aporte individual de cada componente del entorno, el nivel ecológico sólo madura en la relación sistémica entre ellos.

Y ni con mucho se agota la obra intelectual cubana de interés al tema: Pezuela, Rodríguez Ferrer, Ildefonso Estrada, Ibernó, Pichardo y -fundamentalmente para la agronomía nacional-, Álvaro Reinoso, conocido como el «Padre de la agricultura cubana», con sus aportes manifiestos a la industria azucarera, demuestran la línea evolutiva de una cultura con respecto a nuestro entorno ecológico. José Silverio Jorrín, quien frecuentaba las tertulias de Azcárate, fue propulsor de la agricultura científica entre los campesinos, colaboró en la creación de planes educacionales para formar especialistas en Europa y apoyó el surgimiento de escuelas prácticas agrícolas. No en balde Martí calificaba a Noda de «titulado de la Naturaleza», en su caso como agrimensor y por sus trabajos sobre el café, la bibijagua y otros.

Martí mismo será un ejemplo cimero al análisis de la colonia.

De la cultura mambisa, el imaginario popular nos transmite la manigua, el caballo combatiente, la paloma mensajera y la legendaria flor de la mariposa entre los cabellos de las damas, que, con otros tantos componentes de nuestro entorno, fueron decisivos al destronar el poderío español en Cuba: inevitablemente, las artes lo reflejan y lo potencian como arma independentista. En mayor o menor medida eran escenario, instrumento o símbolo de las más esenciales contra­dicciones político-económicas e ideológicas de la colonia hasta la esclavitud y la unidad de los cubanos, imposible de subvalorar. De los cuatro siglos de colonialismo español nos queda conformada una cultura nacional que mucho nos identifica en todas sus manifestaciones, militantes todas de dicho proceso, y con ellas, una primera trinchera ocupó la cultura ecológica, a menudo a través de las artes.

No es casual que ya entonces, al desarrollarse el sistema asociativo cubano y en particular las más diversas instituciones bajo las huellas de la ilustración primero y de la Revolución francesa después entre otros, se hereden tales antecedentes de la cultura ecológica subyacente en un contexto peculiar y en cíclica interrelación para develar una nueva vertiente de estudio, al menos en apariencia más tangible, al permitirnos profundizar el enfoque por instituciones concretas y no tan integradas en confusa dispersión al complejo sistema cultural de cada momento.

Entre estas primeras instituciones se hallan los antecedentes a los jardines botánicos cubanos, no en balde auspiciados por la Sociedad Económica de Amigos del País y no por la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana. Aun cuando a menudo se tilden de modelos o patrones foráneos, tal vez acorde con los intereses de entonces, la propensión por tales jardines retornaba a Cuba desde México, otrora Virreynato de Nueva España, a donde el aragonés Martín Sesse había llevado su idea habanera para triunfar allí con el gallego-mexicano Musiño. Tuvo antecedentes en Francia y, según se polemiza, a través de España, reflejo de la política borbónica ilustrada de objetivos económicos, para un mejor conocimiento de nuestra flora en sutil pugna de identidades, cuando la piña y otras frutas, plantas y árboles cubanos simbolizaban a Cuba.

Apenas veinte años después (1817-1837) se desarraiga literalmente el primer Jardín Botánico desde el hoy Parque de la Fraternidad hacia la Quinta de Recreo de los Capitanes Generales, espacio para la flora de la colonia española, bajo la égida del eminente gallego Ramón de la Sagra: los intereses económicos transitan con la ciencia y cierto altruismo hacia una más eficaz explotación de tal flora. El Jardín Botánico de Cienfuegos, fundado en 1899 -el más antiguo en funciones de los once vigentes en Cuba, si descontamos el de la Quinta de los Molinos-, fue declarado Monumento Nacional en 1989, y a pesar de los embates sufridos aún en la actualidad atesora más de dos mil doscientas especies.[13]

Del 1 de marzo de 1852 data la primera Estación Meteorológica de Cuba, radicada en el Convento de Belén, que en 1875 previene por primera vez un huracán; por otra parte, para el caso específico de Santiago de Cuba se han proyectado estaciones sísmicas. Y cada espacio de nuestra cultura (la prensa, los cementerios y otros) desde su instrumental y su raíz étnica, suele identificarse mediante sus imágenes que remiten a diversos elementos ecológicos, a partir del valor simbólico y de identidad de cada uno de estos.

La Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, al fundarse el 5 de enero de 1728, solo explicitaba algún interés al tema en la Facultad de Medicina entre las cinco de antaño. Tras las reformas de 1842 incluyen asignaturas como Historia Natural, Botánica o Geografía, y en 1863, la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, llamada de Ciencias en 1899, y en 1900, de Letras y Ciencias, con su propia revista, además de la de Medicina y Farmacia, y escuelas como la de Agronomía. Ya en la Revolución, devienen facultades las antiguas escuelas de Ciencias Agropecuarias, Ciencias Biológicas con su Museo Felipe Poey por la colección homónima, y Geografía.

El siglo XIX se había identificado en general por vincular los estudios de química y de botánica en función de los intereses azucareros de la sacarocracia y, en general, del colonialismo y todos aquellos que se beneficiaban de la caña de azúcar para endulzar los mercados del mundo y sus propios bolsillos con mayor o menor impacto nacional, y hurgaban en las restantes potencialidades ya demostradas por la flora cubana. Incluso a fines de la colonia detectamos la Asociación Cubana Protectora de Animales y Plantas (1882-1891) reconocida como la primera sociedad ambientalista cubana, por lo que durante el período colonial la cultura ecológica cubana llegó a madurar a tan elevado exponente del proteccionismo explícito. No es casual en ella nombres como Poey y Gundlach.

Y entre otros, José Martí ha merecido monografías[14] en la cultura ecológica; ello demuestra que -aunque menos estudiado que el político, el crítico de arte o el artista de las letras-, en esta faceta no es menos relevante, pues aún ofrece tanto al ecologismo actual, presente en toda su obra, y no solo en su literatura para niños. Valora los caballos sacrificados en la única guerra que estimó necesaria, aunque se oponía a cualquier otro tipo de violencia, extendida en tan temprana ideología al abuso de la fauna, la flora y el medio ambiente en general; lamenta la manipulación y comercialización de los animales (privados de libertad como esclavos); repele a los cazadores de elefantes, venados, etc., las corridas de toros, la doma cruel de animales...

El rigor de sus aportes se enriquece por su constante actualización con lo más avanzado de la cultura científica universal de su época. Así, entre otras, se pueden apreciar sus referencias a los naturalistas españoles y mexicanos como Herrera, Río de la Loza, Villada y Apolinario Nieto; al geólogo también mexicano Castillo; a los alemanes Scheuchzer y Karl Vogt; al naturalista y arqueólogo Juan Vilanova y a Andrés Manuel del Río, quien fundó en México el Seminario de Mineralogía; al naturalista y arqueólogo Quatráfagas; a las expediciones italianas al Polo Antártico y, por supuesto, a Felipe Poey, a Noda y al eminente Louis Pasteur, reconocido precursor de la Medicina Veterinaria en Cuba. Sobre este último señaló: «|... | ama la ciencia como a una hija [...]» y »[…] encorvado sobre los átomos, ha vivido penetrado de asombro de las maravillas de la obra viva».[15]

Asimismo, supo de quien aportó el término «ecología», y lo sitúa entre los hombres nuevos, que están ahora en medio de la brega por la vida, y tropiezan por todas partes con los obstáculos que la educación vieja en un mundo nuevo acumula en su camino [...] de todas partes se pide urgentemente la educación científica [...] están buscando con vehemente diligencia el remedio [...] en vez de Homero, Haeckel; en vez de griego, alemán; en vez de artes metafísicas, artes físicas. Y esta demanda es hoy como palabra de pase, y contraseña de la época [...].

En el mismo artículo, reclama que la educación científica sustituya a la escolástica, y afirma: Divorciar el hombre de la tierra, es un atentado monstruoso. Y eso es meramente escolástico: ese divorcio. A las aves, alas; a los peces, aletas; a los hombres que viven en la Naturaleza, el conocimiento de la Naturaleza: esas son sus alas [...].[16]

No olvida apoyar la avanzada nacional:«[...] el cubano Poey es quien guía, por el vigor de su análisis claro[...] ».[17]

Y sobre tan sólidas bases, Martí concluye que: «Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos [... ]»[18] y en cada uno de sus componentes da lecciones de absoluta vigencia; por ejemplo, sobre el elefante dice que «cuando se cansa de su cadena, su hora de furor [... ] sabe de arrepentimiento y de ternura [...]» y vuelve «al corral por el amor de los hijos [...]». Además en Siam «la religión siamesa [...] enseña que Buda vive en todas partes, y en todos los seres [...]» y el elefante «va a decir al rey el buen modo de gobernar».[19]

Entre sus tantas referencias a los caballos, destaca la dedicada al famoso corcel blanco de Bolívar, y el grito del Libertador en la Mata de la Miel como una causa más para la justa lucha: «¡A vengar mi caballo!».[20]

Todo el pensamiento martiano proyecta su integralidad, incluida su cultura ecológica, la cual ratifica que «amor y ciencia» es el núcleo martiano,[21] y ya desde entonces, sustenta la urgencia contemporánea de promover el arte y la cultura en general para educar sobre bases éticas y científicas, hacia la protección del entorno donde vivimos. Así se evidencia al referirse a las corridas de toros en España, luego de recrear una vez más su amor y respeto por nuestras raíces hispanas, cuando en su militante lucha contra la cultura de la violencia, extensible a toda lidia de animales, señala con respecto a los toreros: [...] matadores de oficio, reyes de plebe, favoritos de damas locas, amigos predilectos de nobletes menguados, que tienen el ojo hecho a la sangre, el oído a la injuria popular y la mano a la muerte por la paga [pues] es desdoro para el culto Madrid, ver lidiar un toro[... ].[22]

Igualmente, profundas connotaciones éticas, e incluso estéticas y artísticas, incluye cuando refiere:

[...] Plaza de Toros, donde ¡oh, honor! se ha llamado asesinos a los espadas españoles; porque es hermoso lo de capear, y animado lo de burlar al bruto, y arrogante lo de retarlo, azuzarlo, llamarlo, esperarlo, y es lujoso el despejo, y gusta siempre el valor, pero lo de herir por herir y habituar alma y ojos de niños, que serán hombres, y mujeres que serán madres, a este inútil espectáculo sangriento, ni arrogante, ni animado, ni hermoso es [...] unas y otros gustan de ver, más que sangre, ágiles juegos de títeres, sin carácter de nobleza, pero sin carácter de crueldad.[23]

No muy distinta es la opinión que le merecen los galleros, cuando se engalanan y a sus ojos «[...] sube de campesino a malcriado, y de hombre humilde a majadero».[24]

Lo trascendente de su relación con la naturaleza se complejiza en tan singular pensamiento en un sistema axiológico aún insuficientemente estudiado, desde los principios que regían su comprensión del universo. Pero cualesquiera de sus obras, bien sea su ensayo sobre Emerson o la Inglaterra industrial y contaminadora de su artículo sobre Oscar Wilde, o el prólogo al Poema al Niágara de José Antonio Pérez Bonalde, entre tantos ejemplos, permiten valorar esta relación y otros aspectos medulares, y evidencian que Martí hereda la tradición antes señalada de cultura ecológica y la eleva al más alto lirismo, respeto y amor para la cultura afectiva cubana, y nos lega un patrimonial sistema de símbolos y valores patrios que, además de otras personalidades y procesos culturales, lo signan como antecedente cierto un siglo después, cuando el mundo reclama su conciliación con el medio, bajo la amenaza común de su estado más crítico.

El siglo XX cubano heredó, pues, una cultura ecológica ya conformada en el sustrato mismo de la nacionalidad y que se refleja en todas sus manifestaciones, ahora cualificada en constante proceso transculturativo mediante nuevas etnias y nacionalidades incorporadas y el nuevo contexto del cine y otros medios de comunicación masiva que siguen a la prensa, tales como la radio, la televisión y el video, y que potencializan al infinito el proceso de interrelaciones e influencias culturales con el resto del mundo.

Las artes plásticas, la literatura, la música cubana durante el siglo XX, en sus más rebuscadas especificidades, mantienen el emblema de identidad protagónica de la ecología, sea cual sea el movimiento cultural en boga, y comúnmente en lo más avanzado de nuestra intelectualidad. No es menos cierto que es desigual el comportamiento al respecto en las distintas manifestaciones y el nivel consciente directa y explícitamente ecológico, sobre todo en cuanto al proteccionismo del medio se refiere, no cobra fuerza como movimiento cual tal sino hasta fines de siglo y aun entonces, llega a sufrir posiciones encontradas que demuestran la urgencia de enfatizar por todas las vías una cultura ecológica sobre fundamentos éticos y científicos, a partir de la intelectualidad, y con quienes disponen de los medios de difusión masiva.

Ello ha de basarse en los preclaros nombres de la intelectualidad que, a lo largo de la historia del arte y de toda la cultura cubana, anteceden la actual lucha por la preservación del medio para cultivar el amor o al menos, respeto que se le debe. Comienza el siglo con los aportes de Alcover y Arango, con la polémica de Berenguer y Alemán por el aprovechamiento de las aguas, y con los boletines y las secciones especializadas en sociedades. Y no se puede subestimar al fundador de la geografía moderna de Cuba, Salvador Massip Valdés, y su esposa Sara lsalgué; a Pedro Cañas Abril y Antonio Chávez Figueredo, cada uno con sus aportes a las ciencias naturales y geografía cubanas, así como las historias al respecto de José Álvarez Conde (1961) y, finalmente, la obra de Antonio Núñez Jiménez para la geografía y naturaleza cubanas, en evolución al sistema que conforma la ecología.

La obra etnológica de Fernando Ortiz y la de Lydia Cabrera, aun cuando su objetivo no es ecológico, constituyen fuente documental va­liosa para entender la relación humana con el entorno desde sus respectivos ángulos de interés. Otro tanto sucede con los aportes de Ramiro Guerra en las ciencias sociales, teniendo en cuenta que la comprensión de la relación hombre-Naturaleza-sociedad constituye centro de la teoría de la cultura. En esta elaboración teórica es de particular interés el pensamiento de José Lezama Lima, que media la relación del arte con la realidad en la «segunda naturaleza» de creación humana mientras se recrea en los parques citadinos, y en su valoración de los elementos naturales hace gala de su exquisita sensibilidad tanto en su verso como en su prosa,[25] a la par que establece un muy singular debate acerca de la insularidad con el español -no menos enriquecedor al tema- Juan Ramón Jiménez. De forma similar se detecta en Alejo Carpentier el papel del entorno en lo real maravilloso. Todo ello y más invita a monografías especializadas en la cultura ecológica implícita.[26]

Algunos ejemplos en el arte permiten evaluar la continuidad esbozada en la colonia con sus nuevas cualidades. La literatura inicia el siglo XX con camellos, cisnes y cañaverales, así como alegorías del alcance de El ciervo encantado, y continúa con poemas de Villena o Guillen,[27] de explícita preocupación por componentes del entorno, que Tallet madurara, que es indispensable en Onelio Jorge Cardoso, Travieso, Leante, Dora Alonso y Barnet, y que el amor de la Loynaz eleva al rango del protagonismo.

Panorama similar se manifiesta en el teatro al iniciar la centuria, con Gustavo Robreño y Villoch, Salazar y Ramos, hasta Ignacio Gutiérrez, Artiles y el guiñol, más explícitamente ecológico, aun cuando se limita a un público infantil, rebasado por otras experiencias escénicas, como demuestran las coreografías de Alberto Alonso e Hilda Riveras para el ballet, o de Danza Abierta. Durante toda esta etapa, Sindo Garay, Villalón, Manuel Delgado, Grenet, lnciarte, Piñeiro, Lecuona, Caturla, Rodrigo Prats, Teresita Fernández, Augusto Blanca, Silvio Rodríguez, Pedro Luis Ferrer, Burbles y otros, llenan de matices el análisis en nuestra música, desde el símbolo y la identidad hasta el proteccionismo, más allá de géneros, tendencias y períodos.

Proliferan esculturas ecuestres, sirenios, los venados y el cangrejo de Rita Longa, las figuras totémicas de Agustín Cárdenas, el Gallo de Morón... Los componentes del entorno se recrean en la pintura académica y en lo campesino de Abela, las Floras de Portocarrero, las naturalezas muertas y los peces de Amelia, las aguas de Martínez Pedro, Ponce, los guajiros y los gallos de Mariano, las figuras zoomorfas de Lam y las de Manuel Couceiro Prado, los paisajes urbanos y rurales de Víctor Manuel, las mariposas de papier maché de Antonia Eiriz, la simbólica Rosa con espina de Rotsgaard, los palmares de Águedo Alonso, los caballos de Frómeta y los de David Rodríguez, Julio García Rodríguez como «pintor de la fauna», el paisaje y ecologismo de Tomás Sánchez.,. Ya en los 80, el «arte efímero», el «discurso de los materiales», la «cultura de deshechos» llevan a la exposición Río Almendares: ni Fresa ni Chocolate, 1996 (Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología; CENCREM).

El sistema institucional en la cultura ecológica se desarrolla en nuestro país a lo largo del siglo XX desde los antecedentes al primer Zoológico de Cuba de 1939 -hoy Jardín Zoológico de La Habana-, que previamente contó con experiencias tan interesantes como la llamada Finca de los Monos, de Rosalía Abreu, y el microzoológico que luego se desmontó en la Plaza de la Fraternidad, donde se plantaría una ceiba con tierra de todo el continente, e incluso con agua del Mississippi, en singular visita del presidente de Estados Unidos. Todo ello ha proliferado con ejemplos tan relevantes, como los más recientes orquidearios y otros viveros de diversos tipos, zoológicos y microzoológicos, que extienden y consolidan a todas las comunidades cubanas una cultura institucional ecológica nacional.

Por el Museo Cubano de Ciencias Naturales, soñado por Felipe Poey y Carlos de la Torre, una Comisión Organizadora luchó en vano durante la República, presidida por Antonio Núñez Jiménez (sin demeritar la paternidad como fundador de Jaume, en El Vedado). Núñez Jiménez preside luego el grupo de la Academia de Ciencias de Cuba, que en 1962 funda el Museo de Ciencias Carlos J. Finlay, y en 1964 el Museo de Historia Natural. La entonces naciente Revolución, para ser tal, se pronunciaba más allá de lo puramente político, y ello se comenzó a evidenciar en todo el sistema estatal como una nueva cualidad.[28]

Agreguemos hipódromos, acuarios, aviarios, y así hasta avanzar a nuevos conceptos y tipologías institucionales al respecto, como indican el Jardín Zoológico Nacional y su concepción de animales «libres en su medio ambiente», o el Eco-Restaurante en el Jardín Botánico del Parque Lenin y su influencia que, en todo sentido, se proyecta a otras comunidades en la última década del siglo, todo lo cual revitaliza una cultura institucional ecológica que identifica con antecedentes en la colonia y plenamente conformada y extendida al avanzar la centuria, con un papel infaltable en la educación social.

Igualmente, la cultura asociativa proteccionista, sobre el antecedente señalado, se amplía durante el siglo XX, a veces a pesar del comercialismo y otros antivalores. A menudo, el objetivo ecológico no ha sido su único frente de lucha, aunque sí el medular. Esto se debe a que el antropocentrismo heredado lo ha subvalorado y marginado más, por constituir la total otredad ecológica. No obstante, en Cuba y otros países, desde sus orígenes, han luchado además contra otros males sociales, como el desamparo de mujeres y la crueldad contra la infancia. En el primer cuarto del siglo XX, el Bando de Piedad y su asilo de animales abandonados La Misericordia tuvieron pronto respaldo en la intelectualidad cubana de avanzada, como los Loynaz, y nos legaron valores funerarios, escultóricos, mitos, leyendas y la instauración del Día del Perro en Cuba, rescatado desde 1993 por asociaciones ambientalistas para toda la fauna.

 

Domingo 10 de abril de 1994. Revitalización del Día del Perro (extendido a todos los animales) en Cuba. Peregrinación por Ave. 23 desde la calle G hasta el panteón de Jeannette Ryder, fundadora del Bando de Piedad en Cuba, con la escultura de un perro junto a ella llamada Fidelidad, obra del habanero Fernando Boada (1944), en la necrópolis "Cristóbal Colón".

Gentileza de Zoila Portuondo Guerra, entre las protagonistas de aquella acción



Estos son solo antecedentes para que al aprobarse la Ley de Asociaciones hacia 1984 con el Decreto-Ley 54, surgieran de inmediato diversidad de ellas, cada una con sus propósitos específicos y hasta su propia historia particular, si bien algunas (como la Sociedad Espeleológica[29] y de Arqueología) habían logrado mantener sin cesar sus antiguas labores.

Aun ahora continúa escribiéndose la historia por el proteccionismo de diversos componentes del medio ambiente por parte de decenas de tales asociaciones, cada una con su propio perfil. La Sociedad Pro-Naturaleza (Dr. Jorge Ramón Cuevas; 1993), que ha penetrado en todas las provincias cubanas, logra lo plenamente ambientalista, o sea, abarca a todo el medio ambiente en tanto sistema. Sin demeritar en lo absoluto las conquistas de todas y cada una, el mayor alcance sería el I Fórum Nacional de Organizaciones No Gubernamentales Ambientalistas en septiembre de 1995, con la participación de treinta y cuatro de ellas. Sin dudas, es un movimiento que necesita continuar cohesionando todas nuestras fuerzas sociales, para dirigir las necesarias campañas de educación y reeducación de una nueva cultura de respeto, amor y protección del medio ambiente en su conjunto, y de todos y cada uno de sus componentes. En 1997 se aprobó la Ley del Medio Ambiente.

Hacia 1900, los antes frondosos y extensos bosques cubanos habían declinado del 95 % al 54 %, y para 1959 hasta el 13 %, por el abuso ya referido no solo de piedras sino también de las extensas riquezas maderables que hasta entonces parecían infinitas y se habían ido perdiendo por el incesante desgaste y maltrato de nuestros bosques. Ya en 1990, la política de reforestación había logrado un ligero aumento de un 18,7 %. Se hallan amenazadas cincuenta y una especies de reptiles, cuarenta y seis de aves, veinte de anfibios y doce de mamíferos. El 10 % de la fauna cubana se considera ya extinguida. En 1983, en Cuba se estimaban quinientas sesenta y cuatro especies florales como raras, de las cuales quinientas cuatro eran endémicas; doscientas sesenta y ocho en peligro (de diversa índole), de estas, doscientas veinte endémicas; cincuenta y ocho en peligro de extinción (cincuenta y dos endémicas); cuarenta y tres probablemente extinguidas (treinta y cinco endémicas), y otras trece ya extinguidas (diez endémicas) lo que hace un total de novecientas cincuenta y nueve especies afectadas, de las que ochocientas treinta y dos eran, precisamente, endémicas.

Ya se reconocen cinco reservas de la biosfera desde 1984: Baconao, Cuchillas del Toa, Sierra del Rosario, Península de Guanahacabibes y Ciénaga de Zapata. Cayo Caguanes, en la cayería norte, aún era una propuesta. También se declaró el Centro Nacional de Áreas Protegidas, que ha establecido sesenta y cinco de diferentes categorías, con 1 370 246 hectáreas para el 13,6 % del territorio nacional, aun insuficiente garantía a la necesaria preservación de la biodiversidad, aunque revolucionan las fallidas experiencias que se remontan a 1930 en Toa.

Son medidas para recuperarnos del tan lamentable cuarto lugar que ocupamos en El Caribe, en cuanto a la destrucción de nuestra naturaleza, precedidos solamente por Haití, Puerto Rico y Barbados. Sin embargo, de los setecientos cuarenta y dos sitios o lugares de protección, solo el 79 % contiene algún componente natural que, además, no se valora como tal, y solo el 1 % es natural puro, por lo que la valoración de muebles e inmuebles predomina de forma absoluta a las concepciones que todavía rigen el sentido del patrimonio en el país. En la actualidad, Cuba cuenta con numerosos organismos e instituciones estatales de todo tipo, incluso la Fundación Hombre y Naturaleza, creada en 1994 por Antonio Núñez Jiménez. Desde muchas comunidades se trabaja, como Guanabo, Marianao, La Lisa... El propio Ministerio adquiere el nombre de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, por lo cual este último queda explicitado en su revaloración.

Un paseo desde el Almendares

La ecología identifica a Cuba con una homogeneidad no más que muy relativa, y otro tanto sucede con la cultura derivada de tal entorno en su diversidad. La identidad se conforma casuísticamente por la integración sistémica e interactuada de múltiples valores, ley universal y, por tanto, no privativa de Cuba, que se particulariza en cada área para denotar tal identidad de cada una. Así, las tantas regiones y comunidades cubanas extienden al infinito la riquísima potencialidad de identidades locales a detectar y, por supuesto, de valores consecuentes a promover de su cultura comunitaria.[30] Escojamos, para el análisis casuístico, un municipio que por su carácter metropolitano y cosmopolita recoge todo el país en un entorno ecológico que, como el río Almendares, sin dudas, tiene alto valor patrimonial, al menos, para toda la capital: Plaza de la Revolución, que por la división político-administrativa vigente data de 1976 y, en realidad, es un compendio de comunidades.

Entre los más pequeños de los quince municipios capitalinos y de toda Cuba, con sólo 11,82 km2, queda dividido en cuatro áreas ecológicas: franja costera, terrazas marinas, cañón del río y llanuras altas,[31] clasificación dada a partir del relieve, la litología, los suelos, las precipitaciones, la salinidad y la biota reliquia o fósil. Tales áreas se proponían para una reconstrucción en correspondencia con la situación ecológica actual del territorio, y se recomendaban medidas para la utilización de sus recursos ecológicos en cuanto a áreas verdes y paisajes considerados desde el punto de vista escénico, en lo que tiene gran valor. Todavía restan elementos de flora endémica incluso en áreas citadinas tan metropolitanas como esta, aunque haya sido al azar, en la Loma de Taganana -laderas del Hotel Nacional- y en la isla Josefina, en el río Almendares. Justo desde este río podremos comprender mejor las comunidades de dicho municipio.

El río Almendares hace unos ciento cincuenta mil años se separaba de la Bahía de La Habana en busca de su actual ubicación, y ha demostrado de múltiples maneras las tradiciones que identifican cada localidad según su ecología. Su sola historia de topónimos es uno de los indicadores ciertos de tales valores: el presunto Casiguaguas, Chorrera, Almendares... vinculados a sus leyendas, funciones y justa fama antaño de higiene y salubridad. Al margen de la toponimia, el río Almendares merece alto reconocimiento patrimonial para toda la Ciudad de La Habana, fuente de vida de todo tipo en el área, incluidas las culturas precolombinas y la propia villa naciente en la bahía, que han inspirado proyectos culturales como el «Casiguaguas», en que predomina la recreación artística sobre esta misma identidad con complejo escultórico, escenificaciones, artesanías, etc. No es de extrañar que justo a su orilla estuviera uno de los cinco yacimientos de monos arañas detectados en Cuba.[32]

Se explica así que a orillas de este río estuviera el asentamiento previo de La Habana con el primer bojeo que anunciaba la conquista española, asentamiento al que ya desde la villa de 1519 en el entonces Puerto Carenas, comenzarían a denominar como Pueblo Viejo. Sería de este río del que se abastecería de agua la villa en la bahía, primero con chalupas y ya, desde 1592 a 1835, con la Zanja Real, cuya importancia la comprendieron los ingleses para tomar La Habana en 1762 e inundar hacia el desagüe natural existente por la calle que hoy hereda el nombre Desagüe, y producir así gran pánico en la población habanera. La Zanja determinó comunidades en su recorrido; en la arquitectura colonial cubana elementos tales como el aljibe para que se sedimentaran las tantas impurezas que arrastraba; y no pocas fuentes de carácter monumental, escultórico y urbanístico. No en balde fue, en la desembocadura de tal río, donde se construyó el Torreón de La Chorrera.[33]

No menos importante y patrimonial ha sido el otrora frondoso Bosque de La Habana, donde todavía perviven ceibas, caobas, majagua y otras especies, así como enredaderas y plantas acuáticas[34] en evidente unidad ecológica con el río. Aun a finales del siglo XIX, el Bosque de La Habana era famoso punto de atracción para el entonces incipiente poblamiento de El Carmelo, por sus aves canoras de gran belleza, con todo lo cual sobran indicadores ciertos de que el río y el Bosque, como otros tantos elementos ecológicos cubanos a lo largo y ancho del país, son también protagonistas al identificar nuestra cultura, y, por tanto, patrimonio natural que urge reconocer, salvar y proteger.

Otro accidente geográfico se valora por sí: la Loma de Aróstegui, donde -por influencia francesa- tras la toma de La Habana por los ingleses se concluye el Castillo del Príncipe San Carlos en 1779, en táctica posición elevada que originará el Reparto Príncipe, y su Camino Militar a la ciudad en la Bahía indicará los terrenos donde en 1837 se construye la Quinta de Recreo de los Capitanes Generales, con el Jardín Botánico más antiguo que resta en el país, en óptima ubicación urbana.

La jardinería de raíz francesa e inglesa se suma al urbanismo cubano para diferenciarnos un poco más de la hispanidad colonial contra la que se luchaba, y afama ante el mundo barrios concretos como El Carmelo (1859) y El Vedado (1860) por su modernidad e higiene. "Carmen", Santa Patrona del Carmelo, significa "jardín", y "Vedado" o "prohibido" era todo el territorio desde que en 1565 se prohibió la tala para obstaculizar a los piratas. Ahora es la ciudad que nace dentro del Bosque, con el más moderno racionalismo en su sistema de parques, parterries v arbolado. De aquí la buena acogida por aquella Europa referida en el panorama universal, que huía de las ciudades contaminadas. Son las costas las que determinan su rápida atracción a partir de los Baños de El Vedado (1864), que pronto se extienden, así como la riqueza de la cultura culinaria y deportiva local, con diversas disciplinas que, por aquí, entran en Cuba. De entonces data el típico y patrimonial paisaje romántico que Chartrand pintó de La Chorrera. Desde el pasado siglo se señalan en las playas de El Vedado uveros, aromas, hicacos y cactus, en tanto que el arquitecto español Calixto de Loira y Cardoso, al frente del Proyecto del Cementerio de Colón (1871), para purificar el ambiente de dicha institución, sembraba pinos silvestres y pinos cipreses, sauces, sabinas cimarronas, podacarpus angustifolia y el gigante eucaliptos o eucaliptus,[35] de donde viene el vocablo «cripta», con sus funciones. Los más abundantes de ellos eran los cipreses, árbol oriundo de Chipre y consagrado a Plutón, cuya figura piramidal sellaba la identidad del área; su nombre se debe al olor que corrige el hedor cadavérico. Al fondo, la identidad ecológica del Cementerio Bautista (1887) es mucho más simple por su propio ritual; en cambio, el Cementerio Chino (1893), como único lugar que conserva el culto budista a cielo abierto en Cuba, por consiguiente, sí se identifica con las plantas que, al crecer, conservan la salud del difunto y de sus familiares.

Los robos de terrenos al mar, con la urbanización del siglo XX, explican las luego inundaciones y penetraciones del mar, como en el Malecón habanero, aunque han generado tradicionalmente la atracción de una gran cantidad de la población que va en busca de las brisas marinas, aunque por otra parte, la salinidad es amenaza constante a los bienes muebles e inmuebles; así se identifican todos nuestros barrios costeros de El Carmelo, El Vedado y La Rampa. Del mismo modo, a inicios de siglo, se remontan los cocodrilos del Hotel Trotcha en su Jardín del Edén, uno de los antecedentes al primer Zoológico cubano (1939) que, al tiempo que limita al barrio de Aldecoa, anuncia otra de nuestras barriadas: Nuevo Vedado. Igualmente nuestro municipio cuenta con el club Teckel[36] y con el Día del Árbol más antiguo que conocemos en Cuba,[37] así como el origen del Día del Perro (1936) en la tumba de Jeanette Ryder, en la Necrópolis Cristóbal Colón, fundadora del Bando de Piedad en Cuba, cuyo más lírico ejemplo es la Casa Jardín de los Loynaz.

A lo largo del siglo XX se intensifican los préstamos culturales, incluida la cultura ecológica, con otras regiones de Cuba y del mundo, sobre todo en tan metropolitanas comunidades; por eso no es de extrañar el Jardín Japonés de La Chorrera.[38] Asimismo, otras zonas del mundo y otros campos culturales sellan identidad y patrimonio para el actual Plaza de la Revolución, como la huella legada por el plan urbanístico del francés Forestier, en el tratamiento de las áreas verdes capitalinas, hacia 1930. Además, se mantiene la dispersión natural y otros cambios del medio ambiente, en los que el hombre no siempre interviene, pero con los que sigue evolucionando. Es en su casa de 13 y H donde el bancario cubano de origen catalán Miguel L. Jaume, funda un Museo de Ciencias Cubanas, hacia la quinta década de la centuria, que donará a la Revolución para el Museo de Historia Natural a integrarse con el Felipe Poey y la Academia de Ciencias. No se puede obviar tampoco la acción de la Universidad desde nuestro municipio, y en particular la Universidad Ambiental que promovió en la Quinta de los Molinos, así como los Talleres de Educación Ambiental de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

Desde, en y hacia el municipio, múltiples organizaciones e instituciones de todo tipo -como el Centro Provincial de Cultura Comunitaria de Ciudad de La Habana o la Cruz de Clavos-, y espacios de radio y televisión, desarrollan concursos de artes plásticas, literarios y otros con este tema central, sobre todo desde que Cuba se ha integrado a campañas como el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio). Entre otros programas y proyectos se destaca «Mi Programa Verde», con el Ministerio de Cultura e instancias del Poder Popular en el trabajo comunitario, el Ministerio de la Agricultura, el Grupo Agropecuario de la capital, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) y otros, para proteger las áreas verdes y reforestar. Pasan del centenar las instituciones y asociaciones de todo tipo que se han ocupado en algún momento o sistemáticamente en aportar sus esfuerzos para salvar al medio ambiente y/o alguno(s) de sus componentes.

El panorama contemporáneo integra así todo un sistema de instituciones y asociaciones que heredan las tradiciones de nuestra cultura ecológica y que, sobre bases éticas y científicas en interrelación con la modernidad mundial, se capacitan en la dirección de la campaña para promover sus mejores valores, incluso artísticamente. La proyección comunitaria del Parque Metropolitano de La Habana se interrelaciona con diversos proyectos como Casiguaguas, de la Dirección Municipal de Cultura de Plaza de la Revolución, con una laureada recreación artística  según la identidad local. El Pabellón Cuba ha expuesto concursos de fotografía ambientalista. En los eventos de turismo se debaten métodos y conceptos como el de «ecoturismo» y «turismo de naturaleza», y proliferan proyectos que se escogen críticamente para su promoción. El Ministerio de Educación ha logrado un Programa de Educación Ambientalista para las más diversas disciplinas en las escuelas de toda Cuba, avalado científicamente.

La lucha por salvar el río Almendares ha sido causa de muchos; así lo demostró la exposición del CENCREM, Río Almendares: ni Fresa ni Chocolate, en 1996. Se ha planteado proponer el delito ecológico en el Código Penal, previa conceptuación científica, y un Proyecto de Ley para Protección de Anímales y Hogar de Tránsito en vez del abandono. De esta línea de investigaciones de nuestra Dirección Municipal de Cultura se destacan, entre otros resultados, el primer ciclo de Cine y Protección Ecológica en el céntrico cine Yara, en 1994; actividades puramente ambientalistas del Consejo de Iglesias o la Bendición de los Animales en la Catedral Episcopal desde 1995; el homenaje al propio río en 1997 en su V Simposio de Estudios Culturales, con Ignacio Cervantes, Enrique Díaz Quesada, la Loynaz, Guillen y Martí, así como danza, vídeo, un almuerzo ecológico y otras manifestaciones; en 1999, el rescate del Día del Árbol en los jardines del teatro Mella y su Fiesta de las Flores, así como la vertiente ecologista en la Sociedad Cultural José Martí y el Primer Premio del Festival de Identidad, con la puesta en escena de la obra Una gota de río, interpretada por el proyecto comunitario Los Ruandy's, de Jesús Fernández Neda.

Y al avanzar el siglo XXI otros resultados se aplican mediante Ela Díaz Vázquez en la Unión Francesa de Cuba (17 y 6, Vedado); el Grupo Comunitario Ambientalista de la Universidad Dulce María Loynaz (Prof. Amparo López, en colaboraciones internacionales como el proyecto de Brigitte Bardot en Francia); el proyecto de jardinería Un Planeta color de rosa (Beatriz Cortés, apadrinado por Rosita Fornés, la vedette de Cuba); y la publicación Arca de Noé (Zoila Portuondo) mediante el proyecto Haciendo Almas, de Ludovico y José Miguel (Iskra); y varios estudios y publicaciones, paralelo a otros proyectos como Cubanos en la Red y Crónica Verde, el Boletín Entorno y los Festivales de Arte Ecológico, entre otros en todo el país.

En la actualidad, un Plan de Repoblación Forestal municipal se integra con el Proyecto «S.O.S. urgente a la Ecología», para introducir resultados desde el propio Programa de Desarrollo Cultural y Proyecto Ecológico.[39] Ello precisa la concientización de todos, una justa valoración de estas potencialidades como valor de identidad con rigor científico y el concurso de fuerzas fundamentales, entre ellas Servicios Comunales.

Subsisten, sin embargo, contradicciones que deben enfrentar, como los arboricidios y las aguas albañales. No en balde las áreas insalubres se concentran a partir del río contaminado y al fondo antes marginado del Cementerio. Únicamente en Nuevo Vedado, con una sola arteria en la Ave. 26, predominan condiciones ambientales favorables, que inciden de manera positiva en la salud de la población.[40]

Una sistemática integración, ética y científica, de tales esfuerzos al bienestar colectivo que promueva los mejores valores con respecto al medio ambiente, lograría el salto cualitativo que exige la problemática ecológica. El arte como protagonista, resalta lo mejor de tales valores, por su alcance histórico en el sistema social y cultural, con el que este municipio cubano se enorgullece de tener tanto que aportar a la avanzada ecologista internacional.
 
BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA BÁSICA

Campbell, Bernard G: Humankind Emerging, 3era. ed., Little Brown & Co., Toronto, Canadá, 1982.

COUCEIRO Rodríguez, Avelino Víctor y Jorge Manuel Perera Fernández: «Ecología, identidad y cultura: S.O.S. urgente a la protección», X Conferencia Internacional de Investigaciones sobre Arte y Cultura, Instituto Superior de Arte, 1997.

--------------- : Entre Tejidos de Barrios y Repartos en un municipio peculiar, Biblioteca Científico-Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba, (BCT), 1998.

--------------- : Cultura ecológica cubana: historia e Identidad, BCT, 1999.

CHILDE Gordon: Los orígenes de la civilización, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968.

GRADY, Waine: «La conquista de la geografía», en Equinoccio, no. 62, marzo-abril, 1992.

Stager, Lawrence: «La furia de Babilonia», en Biblical Archaeology, enero-febrero, 1998.


ÍNDICE

Prólogo
Breve panorama universal
El caso cubano
Un paseo desde el Almendares
Bibliografía mínima básica
 
Este libro fue impreso en la RISOGRAPH del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Ciudad de La Habana.
Año 2002. «Año de los Héroes Prisioneros del Imperio»
 
[1]
Lawrence Stager: «La furia de Babilonia», en Biblical Archaeology, enero-febrero de 1998, p. 41.

[2] Waine Grady: «La conquista de la geografía», en Equinoccio, no. 62, marzo-abril de 1992, p. 67.

[3] Childe V. Gordon: Los orígenes de la civilización, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968, p. 132.

[4] José Martí: «Cuentos de elefantes», en La Edad de Oro, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1992, pp. 212-219. En Obras completas, Editorial Lex, La Habana, 1946, pp. 1319-1320.

[5] La célebre obra Martín Fierro, de José Hernández, lo recrea.

[6] A los leones y osos, Nerón por ejemplo agregaba nuevas víctimas: babirusas, liebres blancas, cebúes, alces, uros, hipopótamos, focas, toros y/o elefantes.

[7] Estos juicios no fueron iguales en todos los lugares ni tuvieron el mismo rigor contra todas las especies. Llegaron a América y aún en 1713 en Brasil, un juicio contra los termes que no acataban la resolución de abandonar el monasterio, llevó a que fueran los monjes quienes cedieran y los reconocieran también como «hijos de Dios».

[8] Avelino Víctor Couceiro Rodríguez y Jorge Manuel Perera Fernández: «Del cine a la realidad virtual en el camino del proteccionismo ecológico» (inédito, 1995) y del primero: «Mestizaje y transculturación: particularidades del siglo XX» (inédito, 1995).

[9] Jorge Ramón Cuevas; «An Assessment of Biodiversity in Cuba», en Inter-American Dialogue. A Conference Report. The Environment in U.S.-Cuban Relations: Opportunities for Cooperation, Washington D.C., abril de 1995.

[10] Attila Borhidi y Onaney Muñiz: Catálogo de plantas cubanas amenazadas o extinguidas, Editorial Academia, La Habana, 1983.

[11] Raza canina, siglos XVI-XIX. Retrato de una joven, pintura de Vicente Escobar, lo muestra en brazos de la muchacha.

[12] En esta obra, las herencias grecolatinas y medievales apuntan hacia la transculturación, al implicar todas nuestras raíces entonces contenidas, incluyendo lo que hoy podemos considerar una identidad ecológica cubana, germen esencial de nuestra cultura conse­cuente.

[13] Entre las especies que se conservan en el Jardín Botánico de Cienfuegos las hay tan significativas, como el gigantesco árbol «Pata de Elefante», que se han preservado a pesar de embates sufridos a lo largo de su historia, como el del huracán Lily, solo comparables a los destrozos ocasionados por el ciclón de 1926.

[14] Avelino Víctor Couceiro Rodríguez y Jorge Manuel Perera Fernández: «José Martí: Antecedente al proteccionismo ecológico contemporáneo» (inédito, 1995); Couceiro: Vigencia ambientalista del pensamiento martiano; en Cubarte, en La Columna: Cultura en mi Barrio; en La Comunidad, 1 de febrero de 2009; www.cubarte.cult.cu,

[15] Sendas cartas del 7 de enero y del 6 de mayo de 1882 al director de La Opinión Nacional, en Caracas, Venezuela, desde Nueva York. En José Martí: Obras completas, Lex, La Habana, 1946, pp. 1076 y 1126, respectivamente.

[16] José Martí: «Educación científica», artículo publicado en La América, Nueva York, septiembre de 1883, e incluido en Obras completas, ed. cit, pp. 503-504.

[17] José Martí: «Luis Baralt en París», en Patria, 8 de septiembre de 1894. (Obras completas, ed. cit., p. 1777).

[18] José Martí: Apuntes para la Cátedra de Historia de la Filosofía que desempeñó en la Escuela Normal de Guatemala, el 29 de mayo de 1877. Recogidos como «Conceptos filosóficos»; en obras completas, ed. cit., p. 414.

[19] José Martí: «Cuentos de elefantes», en La Edad de Oro, ed. cit, pp. 215-217. (La cursiva es de los autores.)

[20] José Martí: Carta al director de La Nación, de Buenos Aires, fechada en Nueva York el 24 de marzo de 1888, a propósito de José Antonio Páez (incluida en Obras completas, ed. cit P-56).

[21] Expresión del doctor Armando Hart Dávalos, presidente de la Sociedad Cultural José Martí, en el spot televisivo sobre el legado del Héroe Nacional para el nuevo milenio.

[22] José Martí: Sendas cartas al director de La Opinión Nacional, de Caracas, Venezuela, fechadas en Nueva York, el [2] de junio de 1881 y el 7 de enero de 1882, respectivamente, la primera de ellas, a propósito del Centenario de su «Maestro» Calderón. Ambas recogidas como «Crónicas de España» en Obras completas, ed. cit., pp. 911 y 974, cada una. En este sentido es particularmente interesante al presente estudio, el contrapunteo que Martí logra entre los mejores y los peores valores de la cultura española, y el valor de identidad que reconoce al fenómeno en concreto, al margen de otras disquisiciones, en este caso, las corridas de toros entre distintas regiones de España (Madrid, Barcelona, etc.) y Portugal.

[23] José Martí: Guatemala, folleto impreso en México por los Talleres El Siglo XX, en 1878, y prologado por el escritor guatemalteco R. Uriarte. En Obras completas, ed. cit, p. 213.

[24] José Martí: Apuntes de viaje por Guatemala, fechados el 26 de marzo de 1877 y recogidos como tales en Obras completas, ed. cit., p. 562.

[25] Coordenadas habaneras puede ser un buen ejemplo, aunque no exclusivo, del análisis lezamiano de la relación humana con su entorno.

[26] Un ejemplo de este tipo de monografías es «Fernando Ortiz: interés para una antropología ecológica cubana» (inédito.1998) de Jorge Manuel Perera Fernández. Igualmente, de este mismo investigador y de Avelino Víctor Couceiro Rodríguez: «La ecología en las artes literarias cubanas» (inédito, 1996), en la que se estudian diversos intelectuales, así como el presente trabajo, del que ameritan derivarse otros análisis concretos sobre el tema.

[27] Avelino Víctor Couceiro Rodríguez y Jorge Manuel Perera Fernández: «Relación entre la poesía de Guillen y la música popular cubana a partir del entorno ecológico como valor de identidad». Esta otra monografía nos devela una faceta de nuestro Poeta Nacional, que más allá del símbolo en diversos componentes del medio (La paloma de vuelo popular, El gran zoo, etc.) o su valor de identidad (como en el poema «Ríos»), lucha asimismo contra la violencia frente a tales elementos, por considerarla antihumana (también en otros textos como «En el campo», y «¡Ay, señora, mi vecina!»). Los estudios sobre Villena nos descubren valores en su obra, como en su poema «El cazador». También su cuñado y amigo José Zacarías Tallet está entre los fundadores de la Asociación Cubana para la Protección de Animales y Plantas. Así, estas y otras figuras de las artes, demuestran en su quehacer y en su vida sus respectivos sistemas de valores con respecto al entorno.

[28] En ese mismo año (1964), otra institución relevante de la cultura cubana, la Universidad de La Habana extendida durante todo el siglo XX al Jardín Botánico de la Quinta de los Molinos para la Escuela de Agronomía, publica Origen del Hombre. Resumen de los datos de la Antropología Biológica y la Paleontología Humana conocidos en la actualidad, texto mimeografiado de Camila Henríquez Ureña y que sin dudas complementa en la línea de continuidad, sobre todo en el devenir desde la multidisciplinariedad hacia la interdisciplinariedad y de aquí, a la transdisciplinariedad, básico en la epistemología precisa para estudiar la cultura ecológica.

[29] La Sociedad Espeleológica de Cuba fue fundada el 15 de enero de 1940, fecha por ello declarada Día de las Ciencias en nuestro país.

[30] Por ejemplo, en la cultura culinaria más allá de lo consumido identifica incluso el cómo preparar tales alimentos en determinadas localidades. En la cultura general alcanza, incluso, la identidad familiar, pues cada familia llega a escoger, conformar e interactuar con su propio medio ambiente de vida, y propicia por ejemplo, salubridad o insalubridad, ornamentación permanente o temporal de su hogar y entorno, etc., para un panorama nacional harto complejo y enriquecedor en su diversidad.

[31] Onaney Muñiz Gutiérrez: Regionalización ecológico-natural del municipio Plaza, Instituto de Geografía, 1991.

[32] Aproximadamente a la altura de donde hoy se halla el barrio conocido como El Fanguito. (Ver Onaney Muñiz: Ob.cit.) “Casiguaguas fue un proyecto eco-turístico de investigaciones de la cultura municipal (1992: Couceiro, Perera y col.); el de teatro, música y danza de Julio Quintanilla en Las Canteras y El Fanguito (2005), y otros, así como seudónimos.

[33] Santa Dorotea de la Luna (1637-1642), de inspiración italiana de los Antonelli, apoyaba el sistema defensivo de la boca de la Bahía, por lo que se incluye con aquel en el Patrimonio de la Humanidad. Además, fue germen de una comunidad propia en torno al torreón, raíz del actual barrio homónimo.

[34] De alguna manera, el Bosque de La Habana sirve como ejemplo de los bosques cubanos, caracterizados por la micrantia, o sea, llenos de flores muy pequeñas a veces verdes o verde-blancuzcas, por lo que en nuestro país el verdor se impone y encubre muy pocas sabanas, tal vez en Regla y Guanabacoa por ser zonas de serpentina, con la excepción de las sabanas antrópicas debido al colonialismo. En este y otros aspectos se agradece la asesoría inestimable de los doctores Jorge Ramón Cuevas, Onaney Mufíiz y otros especialistas, como las doctoras Marlén Palet y Ana María Luna.

[35] Eucaliptus,  que significa «bien escondido», nombre dado por la posición que asume con respecto al sol para disminuir la iluminación.

[36] En la Quinta de los Molinos se conserva la escultura que conmemora la primera exposición de perros de raza en Cuba (1911), con ciento dos especies.

[37] Proclamado el 10 de octubre de 1904 en la Sociedad Anónima de Instrucción y Recreo de El Vedado, donde hoy se ubica el teatro Mella (y que Investigaciones de Cultura Municipal rescató en 1999 en homenaje a Martí, vigente), hacia 1936 se desarraigaba al oficializarse la fecha del 10 de abril por la Asamblea de Guáimaro, a la que de otras formas deshonraban, en un acto más de ignorancia, manipulación oportunista y demagogia republicana. Sobre su inicio, se recomienda consultar Las sociedades culturales del siglo XIX: la Sociedad Anónima de Instrucción y Recreo del Vedado, de Dolores Guerra López y Amparo Hernández Denis (Instituto de Historia de Cuba, 1989).

[38] Aunque éste se centra en la comunidad aquí estudiada, no es el único, ya que en la periferia capitalina se halla el Jardín japonés del Parque Lenin.

[39] El Taller de Transformación Integral de) Consejo Vedado-Malecón introduce el «Rescate y Revitalización de la Flora Local»,  (Onaney Muñiz, Primer Premio del III Encuentro de Historia y Tradición de mi Barrio El Carmelo, y Distinción Talento de Oro Tres Estrellas por la Asociación de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) de Cultura, 1999.

[40] Katia Gil de la Madrid y Odalys González: «Relación entre el estado del medio ambiente y la salud de la población en el municipio Plaza», Instituto de Geografía Tropical, 1991.

 

Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
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Es la primera vez que este libro aparece en la web en edición ligeramente corregida y actualizada, debido a la gentileza de su co autor, Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez, con Letras-Uruguay - 3 de febrero de 2013

 

 

 

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