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Ciencia y Comunidad: propuesta metodológica para
el trabajo comunitario. El caso cubano |
Investigador Titular Profesor Titular de la Universidad de La Habana Especialista en Estudios Culturales de la Dirección Municipal de Cultura Plaza de la Revolución |
1era. Edición: Publicada por la Biblioteca Científico – Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba, noviembre 2006. 2006: Jornada Científica de Profesores Universitarios 2da. Edición: Publicada por la Cámara del Libro del Ministerio de Educación Superior, ISBN: 978-959-16-0605-1, noviembre 2007. 2008-2010. Diversos artículos (en castellano y traducidos al inglés) publicados en sección En la comunidad, en Cubarte, página web del Ministerio de Cultura de la República de Cuba; en www.cubarte.cult.cu
A las comunidades,
· A mi madre, por todo su apoyo y por siempre, y a la obra de mi padre. · A quienes me hayan servido de inspiración, estímulo y fuerza para luchas tan difíciles como esta: profesores, estudiantes, amigos… ellos lo saben, y un apretado pero feliz resumen es el mejor de los discípulos, que deviene Maestro para retroalimentarme: Maikel Arista-Salado y Hernández; a las hermanas Cruz Suárez, a Ismel Alvarado Zuferri… Cuando pude y no pude dedicarles y agradecerles como merecen en cada momento de mi vida, desde Ela Díaz Vázquez hasta Jorge Manuel Perera Fernández; a Marta (Macuqui), a Oneida Lucía Hernández Guerra, a Marta Loredo, a Carlos Echinope y a Letras de Uruguay; al Dr. Jesús Guanche, a la Dra. Sonia Almazán, a la Dra. Tamara Blanes, a la Dra. Mildred de la Torre, al Dr. Sergio Valdés Bernal; al Centro Provincial de Casas de Cultura y Cultura Comunitaria de La Habana; a todos los que me han estado ayudando para esta publicación, y a las Popi, a mi Beija, a mi Tifita, a Lola, y a todos los demás. · A mis colegas, que en diversos niveles, territorios y sectores y desde otros países, han logrado que yo me sobreponga y venza las más disímiles y tortuosas dificultades. · A todos los que han creído en mí y en mi obra, sobre todo a quienes para ello se han sabido crecer en el momento preciso, y a pesar de las adversidades han apostado, incluso, al riesgo. INDICEPrefacio Comunidad Cultura comunitaria Ciencia y comunidad Bibliografía Breve ficha biobibliográfica.
Para muchos, aun, decir “ciencia y comunidad” resulta casi discursar sobre antagonismos de muy difícil conciliación: por una parte, la ciencia se supone privativa de una elite, sendero que suele degenerar elitista; la comunidad, por el contrario, es comúnmente confundida con el vulgo, y como tal, su atención con frecuencia ha declinado concesión populista. Según la sabiduría popular los extremos se tocan, y esta no es la excepción. Diversas disciplinas de las Ciencias Sociales, en disímiles grados, se han acercado de una u otra forma al tema comunitario (no excluyamos los modismos, y hasta el snobismo), y las consecuentes parcelas aun son de lamentar. Es difícil hallar otro tema que haya sido a la vez tan importante y subvalorado como el de la comunidad, aunque es el conjunto sistémico de sus comunidades el que, en última instancia, define épocas en cada sociedad, siempre contextualmente.
Es cierto que en las relaciones entre las ciencias y la comunidad podrían entenderse muchas facetas, en lo que profundizarán este texto, cuyo objetivo sólo se puede aventurar ahora, es colocar a la ciencia en función del mejor trabajo comunitario integral. De manera colateral, pretende asimismo cubrir el vacío al que nos enfrentamos en la literatura científica (sobre todo a partir de las emblemáticas experiencias cubanas, en indisoluble relación sistémica y sistemática de la teoría con la práctica) cuando se asume trabajar la comunidad, tema y labor que en Cuba, y en todo el mundo en diversos grados, demuestra cada vez más su trascendente actualidad.
Entre los antecedentes se destacan algunos textos sobre intervención comunitaria, otros en torno a la identidad y en mayor medida, disímiles estudios étnicos; todos ellos de alguna manera confluyen al intento actual. Sin embargo, al impartir cursos tan significativos en su impronta contemporánea como Estudios de Comunidad, Comunicación Comunitaria y en campos particulares de disciplinas como la Antropología o la Etnohistoria,[1] carecemos aun de una propuesta metodológica integral para el empeño en una comunidad. Así pues, esta propuesta halla fundamento inmediato en más de veinte años de continua labor teórica y práctica que combina múltiples investigaciones y cotidiana promoción cultural en y desde diversas comunidades;[2] ello no excluye las vivencias y otras experiencias acumuladas y por contraste durante el mismo período, con el resto del país y con otras culturas del orbe.
Por tanto el comparativo se ha combinado con otros métodos de investigación como el histórico-lógico, el analítico-sintético, la observación participante y las historias de vida; y entre las técnicas, múltiples entrevistas grupales y personales, entrevistas en profundidad, encuestas y demás, han desempeñado su papel para las reflexiones que aquí se abordan, con el objetivo de una propuesta metodológica para todo aquel que de una manera u otra, desempeñe una labor profesional en una comunidad... y como demuestra este texto, ¿quién no? La crisis finisecular en Cuba, entre otros tributos y al margen de incongruencias, nos dirigió la mirada a nuestra mayor profundidad, en cuya esencia subyacían en espera paciente, precisamente, las tantas comunidades comúnmente obviadas; tema que por fortuna, ha llegado para quedarse, y para el que debemos prepararnos con todo el rigor que exige; trinchera para la cual los análisis aquí expuestos pretenden ser un modesto aporte.
Parecerá un lugar común, pero comenzar por definir qué entender por comunidad resulta imprescindible; en primer lugar, a mi juicio, por todo lo que aún falta por aportar y profundizar en los análisis previos; es menester confrontar los conflictos al respecto entre múltiples estudios de comunidades, no siempre serios ni menos aún, desde las comunidades, lo que es más dicho que hecho; así por ejemplo, del 2001, el Glosario para el Trabajo Cultural Comunitario (Centro Provincial del Libro)[3] y la compilación Trabajo Social Comunitario;[4] en su comunidad de estudio,[5] Anisel Vasallo reconoce que “por ningún motivo presentan rasgos culturales comunes y no por esta razón dejan de ser un miembro más de la localidad”… y tiene toda la razón. Sirva esto para iniciar el debate.
Es cierto que basta el examen etimológico para comprender que la palabra deriva del latín comunis, común.[6] La esencia social del ser humano argumenta por demás que históricamente se ha agrupado en comunidades a partir de elementos comunes, y con ello la aparente perogrullada comienza a evidenciarse cada vez más polémica. ¿Cuáles son esos elementos comunes que definen una comunidad? Comunidades por residencia: espacio y tiempo. ¿Sentido de pertenencia?Algunos conceptos formulados previamente insisten en el papel protagonista que el espacio tiene al definir una comunidad. Es cierto que todo[7] transcurre en un espacio; pero también en un tiempo, y en la necesaria contextualización, ¿por qué no se contextualiza integralmente? ¿Por qué los que tanto insisten en el espacio, no insisten también en el tiempo en que vive dicha comunidad? Obvian así otro hecho metodológicamente esencial: y es que toda comunidad es también un ente viviente en sí mismo, y como tal nace, se desarrolla y muere; y a la vez, como la energía,[8] ni se crea ni se destruye: toda comunidad emana de comunidades previas (desde sus ancestros animales) y acostumbra engendrar otras comunidades paralelas y/o futuras.[9] Desde su génesis, toda comunidad se desarrolla en relación con el entorno, tanto el medio ambiental como el social más complejo y a menudo, macro comunitario. Ninguna comunidad de hoy, estuvo eterna ahí, y un sinfín en todo el mundo, al menos como tales, ya no son sino parte de la historia de la Humanidad.De todo lo anterior se desprende pues, que el espacio en que se desenvuelve una comunidad es una de sus dimensiones físicas, así como también lo es el tiempo. Pero el alcance de ambos es sumamente relativo: hay (en efecto) comunidades por residencia, donde el elemento común que las determina, sí es ese espacio en que conviven e interactúan sus miembros. Sin embargo, cada vez es menos simple y evidente lo común de muchas comunidades: se habla (y con toda razón) de la Comunidad Hebrea de Cuba, cuyo espacio es todo el territorio nacional; el de la comunidad científica internacional se extiende, sin duda, a todo el planeta. Siempre hay un espacio y un tiempo; mas ninguno de los dos subyace en la esencia del fenómeno (excepto en las comunidades por residencia), sino entre otras identidades, a estudiar las diversas ciencias (como en otros objetos de estudio), y no sólo las Ciencias Sociales.
También se ha insistido mucho en el sentido de pertenencia que con respecto a su comunidad, tienen sus componentes; rasgo de difícil absolutización, que determina sólo en las comunidades por marginación, por el carácter de militancia que suele identificarlas, y en las comunidades por otras afinidades; pero en aquellas por residencia, hay inmigrantes con conflictos entre su identidad interior subjetiva y la identidad exterior objetiva[10] a la que llegan, que incluye la identidad comunitaria. Son infinitos los grados y maneras de transculturación,[11] pero no por ello, ninguno deja de integrar la nueva comunidad en la que residen, cuya identidad diversifican (para bien y para mal, esto último cuando los conflictos portan intolerancias y otros anti-valores) según ellos mismos, al margen de sus sentidos y sentimientos de pertenencia, que no determinan en las comunidades por residencia.
Ya sus hijos nacidos en el nuevo contexto tendrán otra identidad no sólo generacional, aunque muchos (en dependencia de los casos) son criados en íntima relación con las comunidades de donde proceden sus padres, y donde a menudo aún viven otros parientes. Es un fenómeno implícito en las migraciones en todo el orbe, más complejo en las comunidades más receptoras (por eso mismo, su patrimonio queda tan vulnerable) que cada vez más, son las de mayor desarrollo urbano; punto de partida clave para abordar en Cuba, la identidad del habanero (capitalino) de hoy, ejemplo paradigmático como estudio de caso cubano, y urgencia ya inaplazable. Lejos de carecer de identidad,[12] todo lo contrario: su identidad es más compleja y rica, y ello autoriza a establecer al habanero de hoy según diversos parámetros: el primero de ellos, según su comunidad de residencia;[13] según sus movimientos y vivencias en otras comunidades,[14] y según otras posibilidades, a las que se extiende casuísticamente el mismo análisis recién precedente.[15] Las capitales: el caso habanero en comparaciónEn tanto comunidad de residencia urge, como emblema, entender el habanero de hoy según el grado temporal de raíz que hereda: 1. El habanero de nacimiento y de tradición de nacimiento (al menos de padres y abuelos) en la misma capital;[16] objetivamente, y a pesar de anti-valores universales a re-educar casuísticamente a partir de estudios como estos; así, las “urbano-fobias” y “capitalino-fobias”,[17] y su otro extremo, las “ruralofobias”.[18] 2. El habanero de nacimiento y de tradición de nacimiento en la capital solamente de los padres (no de los abuelos, con los que a menudo conviven o al menos, se relacionan), a extender el análisis desplegado en el acápite anterior según sus vivencias de ellos en cada historia de vida, y de sus generaciones precedentes. 3. El habanero de nacimiento pero de padres inmigrantes, a entender origen e historia de vida de cada ancestro (no sólo de los padres), cuyas tradiciones porta no sólo genéticamente y en los apellidos, sino mucho más allá, aunque siempre distintiva y casuísticamente; 4. El habanero no nacido, pero sí criado en la capital (su infancia) a entender comunidades capitalinas en que se ha criado y comunidades no capitalinas de raíz, su historia de vida con sus vivencias, y de sus ancestros y otros con quienes se relaciona y según el grado y forma de relación; etc. 5. El habanero no nacido ni criado, pero sí formado en la capital (estudios académicos o no, vivencias de formación, básicamente su adolescencia y juventud) a considerar comunidades capitalinas y no capitalinas de raíz y crianza, y grados de interrelación que con ellas conserve y cómo las desarrolle, así como sus nuevas relaciones en esta(s) comunidad(es) habanera(s), e igual, sus historias de vida con otras vivencias y de sus ancestros y otras relaciones, etc.; y 6. El habanero por adopción.[19]
Todo ello ha de cruzarse con los parámetros previamente señalados y entre sí, a lo que hay que agregar otros dos grados de análisis para el habanero actual, pero ambos requieren de estudiar cada entorno fuera de la capital (en otras provincias y/o en otros países) con todo lo que implica comprender cada “otro” contexto, y desde allí, entender a este habanero (y/o esta Habana, total o parcial) que allí llega por cualesquiera de las tantas vías, y como le corresponda en la clasificación propuesta (su raíz en tanto habanero) y su comportamiento acorde o no, y en qué medida y manera, según el más diverso imaginario, y cómo y en qué grado transcultura en tal nueva comunidad; y por otra parte la “habanerización” de esta otra cultura que lo acoge por individuos y quizás (casuísticamente) en tanto comunidad (de residencia u organizacional según instituciones u otra), que en disímiles grados y formas asume cuáles (y cuáles no) identidades de tal habanero (y/o de tal Habana) según las imágenes motivadas, con presencia o no y en distintos niveles, de cualesquiera de los rangos antes señalados del habanero y/o de contactos con él, incluidos los más disímiles niveles de influencia alcanzados por los medios de comunicación masiva y otros.
Análisis similar se aplica fuera del país, donde según cada contexto, forma y grado de interacción, suelen desdibujarse los regionalismos y otras diferencias internas de todo tipo (aunque no necesariamente ni del todo, sino distintivamente y según manifestaciones culturales), en una nueva cultura nacional que al mismo tiempo, transcultura según (hacia y desde, también distintivamente) la(s) comunidad(es) de residencia y otras vivencias en ese y otros países y comunidad(es), sujeto(s) y medio(s) de cada país, según cada historia de vida; en Cuba se detecta en las restantes provincias cubanas (si tomamos el modelo capitalino como paradigma) en lo que hay que asumir, además de la diversidad, otros dos elementos básicos a considerar para la identidad del habanero de hoy y que a lo largo del presente ensayo serán pormenorizados:
· la modernidad (en tanto fuente de moda para toda manifestación cultural, pero es preferible llamarla “actualidad”, para distinguirla de la modernidad burguesa que despuntó con el Renacimiento) que dentro de cada cultura, hace identificar a toda comunidad capitalina (desigual en análisis casuísticos y no siempre más modernas –actuales- ni con mejores condiciones para ello, que otras comunidades no capitalinas, en dependencia) y que en lo absoluto no excluye la tradición; modas que no siempre se asumen crítica ni orgánicamente y a veces, degeneran modismos; y
· la imagen que de la comunidad capitalina en cuestión, y de cuál(es) de estas comunidades capitalinas, se porte, imagen que como profundizará este texto, no siempre corresponde a una identidad objetiva. Es forzoso que se transculture según sus propias características. En suma, para este estudio y siguiendo la línea de pensamiento de don Fernando Ortiz, se asume que la transculturación es la forma de vivir cada comunidad.[20] Pongamos otro ejemplo elocuente: los revolucionarios, entendidos como tales en su acepción más integral y legítima, y en todas las esferas de la vida. Convengamos desde ya, que no todos los valores de una comunidad son positivos; más adelante nos detendremos en los antivalores. Pero reconozcamos ahora que son los revolucionarios los que se enfrentan contra tales antivalores y viven contra corriente, de lo contrario no revolucionarían; obviamos por supuesto el facilista kitsch que existe para todo, en aquellos “rebeldes sin causa”, más bien dentro de los pseudo revolucionarios.[21] En resumen, no se trata de subvalorar el papel que desempeña el sentido de pertenencia, a menudo positivo, y que al exacerbarse, como todos los extremos, llega a ser negativo; sino de no absolutizarlo como esencia definitoria de toda comunidad, lo cual invitaría, incluso, a pensar en una suerte de militancia, que sí define por ejemplo, en las comunidades por marginación. Se perdería de vista una ganancia de la postmodernidad, y que tal vez demasiado apegados a los preceptos de la modernidad, obvian los que tanto insisten en determinados rasgos como este del sentido de pertenencia, que por demás, no es el único valor en que la diversidad se impone: la homogeneidad es relativa, y la diversidad, absoluta.
Y ambas, tanto la homogeneidad como la diversidad, identifican: un inmigrante a un nuevo entorno empieza a transculturar inevitablemente, en mayor o menor grado, aun cuando no quiera, y otro tanto ocurre con la comunidad que lo acoge (sea bienvenido o no) y por tanto ya empieza a ser un elemento más en interacción aunque fuera pasiva,[22] y aun cuando no se sienta él mismo miembro de esa comunidad. Esta misma disquisición personal pasa a ser una nueva coyuntura que matiza la compleja madeja comunitaria concreta; a ello se insertan los desniveles de transculturación según cada sujeto y en cada comunidad.[23]
Es cierto: detrás de todo esto subyacen los peores y los mejores valores: no son pocos los casos de inmigrantes que enriquecen la cultura de una sociedad dada, a veces más que muchos (no todos los) nativos de dicha sociedad que por sus propias y diversas limitantes, tal vez incluso por cotidianas, e incapaces de valorar lo que denomino “la trascendencia de lo cotidiano”, han vivido de espaldas o desamorados a sus propias raíces, que a muchos (no a todos) los recién llegados impactan, justo por novedosas.[24]
No es posible, aun en los casos más dañinos, negar no sólo por su presencia sino por su acción, su participación de tales inmigrantes no auto identificados en estas nuevas comunidades, de las que a menudo no suelen sentirse partícipes, pero objetivamente lo son, para bien o para mal, en mayor o menor grado. Los miembros de una comunidad no son sólo sus mejores hijos ni son sólo sus más fervientes promotores,[25] o sus militantes de mayor o menor actividad; en buena lid, de referirnos a una comunidad china de Cuba, no podríamos referirnos solamente a los residentes en el llamado barrio chino de La Habana (¿podríamos incluir todos los residentes de dicho “barrio chino”… aún cuando no sean chinos? Habría que valorar su grado de integración en “lo chino” como elemento común… ¿y si viven absolutamente al margen… dejan de pertenecer al barrio?) y ni siquiera solamente a todos los miembros de las diversas sociedades chinas existentes en el país;[26] el caso del Barrio Chino de La Habana es el caso típico de una comunidad por residencia, pero a analizar si ha sido también, una comunidad por marginación, y cómo podría entenderse esta confluencia. Comunidades por marginación: lo marginado y lo marginal.No obstante el elemento en común, la diversidad impera en cada comunidad (y en cada familia, en cada grupo social e incluso, en cada individuo, diferente a sí mismo en su evolución y en su complejidad natural, no solo por sus propias contradicciones internas de todo tipo que a la postre, son las que le permiten crecerse) aunque algunos intenten aún imponer una visión homogénea[27] (realmente, simplista y esquematizada) que excluiría del concepto a las tantas que en sociedades más complejas, están fraccionadas por contradicciones a veces antagónicas y hasta hostiles entre sí, impacto retro-alimentario del entorno social; es palpable en las comunidades por residencia. En otros casos el análisis es más complejo, como en las surgidas históricamente por la marginación a que han sido sometidas y aún cesando la marginación, lastran sus consecuencias.
Es menester diferenciar lo marginado (víctima de la marginación por cualquier prejuicio y sus secuelas) de lo marginal: la marginalidad asume posturas al margen de las normas sociales, sin que necesariamente sean marginados, ni hayan llegado a ello por la marginación: es el caso del snobismo; de la delincuencia en su más amplia variedad, más allá de toda clase social; de las necesidades de expresión de grupos sociales e individuos, como suele ocurrir entre las jóvenes generaciones, que a menudo propician las llamadas “tribus urbanas”; los revolucionarios, que aún cuando avancen a la sociedad, mientras tanto, suelen vivir al margen de ella justo por tratar de mejorarla, sacrificándose así para ello; etc.
Con frecuencia, injusta (y anticientíficamente al ignorar su enorme diversidad) los marginales son homogeneizados para ser marginados (no siempre tampoco) como antisociales, cliché que ignora por ejemplo, lo antisocial (quienes atentan contra el bienestar ajeno) de quienes abusan de algún otro en su más amplia acepción: bien sea depredando cada entorno ambiental, o abusando de las necesidades ajenas, o por sus posiciones sociales (políticas, religiosas, económicas, militares, laborales, etc.), por su fuerza física o de cualquier tipo; por su número mayoritario, por imponer sus estilos de vida en detrimento de los ajenos, etc. Ejemplos muy comunes son la clásica “guapería”, que invariablemente esconde cobardía y oportunismo; quienes viven hablando a gritos o elevando los decibeles de música, TV, radio… a puertas abiertas con edificios inmediatos; el abuso de las malas palabras y gestos acompañantes, pues cuando son abusadas y fuera de contexto, fertilizando la vulgaridad y el irrespeto, como toda otra palabra, sí degeneran malas palabras; entre otros.
La marginación (negativa por definición, y en el amplísimo abanico de marginaciones) ha conducido históricamente a comunidades que se agrupan frente a ella, tales como en los EUA, la comunidad negra y la comunidad gay, entre otras tantas. ¿Es que en el caso cubano, podemos hablar de una comunidad negra, y/o de una comunidad gay? Analicémoslo una por una. Comunidad negra… ¿en Cuba?
A una comunidad negra no se llega sino a partir de aquella marginación que la originó: el racismo, en el que entonces es forzoso profundizar hasta romper esquemas, como otros renglones puntuales exigirán según los valores y anti-valores que incidan a, en o desde cada comunidad, tema al que con un enfoque sistémico (como es la realidad) prácticamente nada le es ajeno y todo exige del mayor rigor. Ningún análisis serio puede partir sino de una conceptuación previa: entendamos por racismo ese fenómeno multidireccional que subvalora, dogmatiza y prejuzga a toda persona, y absolutiza anti-valores en cualesquiera sentidos, sobre la base del color de piel, o color o tipo de cabellos, de ojos, etc. sea cual sea el grupo racial tanto del subvalorado como del subvalorador. Tales absolutizaciones se han extendido en serios impactos incluso, contra otras especies, más allá del antropocentrismo.[28]
Tanto la raíz económica del racismo como el rencor racista, al margen de sus causas, condicionantes y caracteres, confluyen hacia los más negativos valores[29] y los diversos tipos de abuso,[30] parcelando la cultura;[31] sus implicaciones van más allá,[32] y tampoco podemos obviar el racismo estético, y el chovinista y/o xenofóbico, o seudo nacionalista,[33] mezclado con las deformaciones sexistas.[34]
No es de extrañar los prejuicios contra los modelos (figuradamente representativos de algún tipo de belleza física) cuya capacidad intelectual se insiste subvalorar (puro prejuicio), mientras de todo intelectual se espera (también prejuiciadamente), la mayor carencia posible de atractivo físico. Al igual que analizábamos en los colores de piel, en la estética alguna muchacha bonita puede ser educada para la frivolidad por la familia (habría que iniciar por conceptuar “frivolidad”) pero aun así, ello no permite la absolutización, ni implica tontería congénita y ni siquiera, que sea tonta ni que se proyecte como tal; ni que la(o)s menos agraciada(o)s, sean menos tonta(o)s.[35]
Racista es el mulato que se define como negro y no se acepta como mulato ni mestizo puesto que el negro es “al menos” una raza, pero el mulato y otros mestizos, “ni raza es”; y el blanco que se pretende negro o al menos, mulato, para ser “más cubano”, supuesto “más sabor”, “más caliente”, también por populismo y pretenderse menos racista. Se entremezcla la auto conciencia “del otro” en individuos de un color en colectivo de otro color, con lo que el imaginario popular espera de cada uno, y que no siempre es adecuadamente resuelto: si por ejemplo, es un blanco criado en ambiente marginal y entre negros y mestizos marginales, a veces trata de borrar “la diferencia” de color al proyectarse como el más marginal de todos: la marginación entre razas impacta dentro de la propia raza.[36] Hay negros que suelen esgrimir contra otros negros, azotes discriminatorios más crueles aun que los que muchos blancos han enarbolado: “no hay peor astilla que la del propio palo”, reza la máxima popular, extensible a todo sector marginado; y la “blancofobia” es muchas veces, arma de algunos blancos.[37]
Es igualmente racista obviar los prejuicios contra el albino, ignorar de la cubanía al asiático, al indoamericano, cuyos rasgos étnicos no se reconocen sino como mulato o mestizo, por el vicio colonial heredado de calificarlos como “pardos” al absolutizar que se habían extinguido (derivación general de las mejores intenciones del Padre Las Casas para detener así su feroz cacería) y no considerarlos en su mestizaje tanto con blancos europeos como con negros esclavos, ni mucho menos evaluarlos en sus justos aportes que con toda vigencia enriquecen aun a la cultura cubana, de forma decisiva.[38]
Se comprende entonces la trascendencia que adquiere que la contextualización sea integral, incluso, más allá de las dimensiones físicas (a menudo simplistas) que implican el espacio y el tiempo. A mi juicio, las diferencias de marginación en uno u otro caso entre el devenir histórico y cultural, social, económico, político, etc. entre ambos países (EUA y Cuba) hacen que de la misma forma que sus respectivos procesos de transculturación sean sumamente distintivos, lo sea asimismo la conformación de estas comunidades por marginación.[39] No es posible (ni es intención en lo absoluto) negar con ello que en Cuba también se ha marginado a las personas según su color de piel, ni la triste historia que por siglos amargó el azúcar cubano con la sangre y el sudor de la más despiadada trata negrera, ni se niega en lo absoluto, otras formas de marginación y de racismo contra el negro (incluso contra el mestizaje) que, instituidas o no, han lastrado nuestra cultura históricamente, y aun por desgracia, la lastran;[40] sólo acoto que nuestro racismo no ha sido (afortunadamente para nosotros, a mi juicio) igual al caso norteamericano, y de forma igualmente racista apenas se mencionan las afectaciones a las restantes componentes de la etnogénesis cubana.[41]
Es igualmente racista marginar las raíces hebreas (tan raigales como las de los criptojudíos, además de las de los sefarditas y los asquenazis), las raíces árabes (tan raigales como las de los mozárabes y los mudéjares, además de las ulteriores inyecciones) y otras en nuestra cultura, no menos determinantes: distintas y distantes culturas europeas y asiáticas que aquí han transculturado, pero otras que han llegado ya transculturadas por terceros países: así nuestras raíces anglocaribeñas, haitianas, los chinos–norteamericanos que nos importaron el arroz frito, y otros diversos grupos desde los EUA tanto los más nativos como otros migrantes, y de las más diversas regiones del continente americano y de Oceanía, entre otras. Las últimas décadas del siglo XX han apuntado a revalorar la vigencia indoamericana en la cultura cubana, otra de las razas más marginadas históricamente en nuestra cultura;[42] también la historia étnica y de inmigraciones a nuestro archipiélago ha sido bien distintiva del caso norteamericano,[43] entendida la transculturación como un fenómeno universal, natural e intrínseco de la cultura: la forma en que la cultura vive.[44] Comunidad gay… ¿en Cuba?En el caso de la comunidad gay, según estudios previos,[45] más que la discriminatoria homofobia, ha sido el temor al “qué dirán” lo que ha propiciado que la marginación ni siquiera haya dejado sacar el tema a la luz como merece y necesita. Aclaro de antemano que uso el apelativo gay por ser el nombre generalizado (enfatizo con toda intención, más que universalizado) para estas comunidades, pero conservo profundas reservas por estimarlo en buena medida muestra de marginación por paternalismo, y de auto marginación, en este último caso por vergüenza (aun inconfesa, y aun en los casos más valientes y revolucionarios que se proclaman bajo la bandera arco iris) de homosexualidad;[46] no obstante, a estas alturas se adecua el vocablo gay no tanto para quienes desarrollen su homosexualidad (muchos a escondidas, muchos homofóbicos incluso, muchos sin ideología), sino para quienes con tanta valentía y frente a todo riesgo, enarbolan militantemente esa bandera y luchan por esa justicia social en todo el mundo, ajena por otra parte al otro extremo: el homosexualismo, tan peligroso como el heterosexismo.
El término que he preferido usar hasta ahora ha sido el de heterosexualidad y el de homosexualidad (ambos con toda intención y sin exclusión del primero, y por los que no defino a la persona sino a la relación establecida) término en cuya contra se mantiene su origen aun muy biologicista, al emanar del desarrollo decimonónico de las ciencias y en particular, a todas luces, de la Biología. Heterosexualidad y homosexualidad (y por supuesto: bisexualidad), en tanto tendencias de todo ser sexuado, no definen al individuo en sí, como sí lo define sustantivarlo como homosexual o heterosexual, lo que implica de hecho una evaluación con la que discrepo, pues no es el individuo, sino la tendencia y en última instancia, el acto, deseo, motivación concreta; mucho más universal y generalizado que lo que el heterosexismo imperante está dispuesto a reconocer.
Justo por ello, más recientemente, abrazo con mayor entusiasmo la nueva denominación que establecen los organismos de Salud Pública (al menos en Cuba) al tener que abordar públicamente el tema por primera vez, algo positivo dentro del holocausto negativo que es el vih-sida, aunque fuera en la década finisecular; me refiero a lo que llaman H–S-H (Hombre–Sexo–Hombre) y que para no marginar en ningún sentido (ni homosexistas ni machistas, que asimismo cabría en este caso homosexual en las diferencias de géneros) también tendríamos que hablar de H–S–M (Hombre–Sexo–Mujer) y también, aunque no sea prioridad por menor amenaza en la lucha contra el SIDA, de M–S–M; con lo que tampoco concluye el abanico opcional que se potencia aun más si observamos, además, el silenciado pero nada infrecuente sexo grupal, en una casi infinita posibilidad de variantes y combinaciones de más (y puede que de mucho más) de dos sujetos del mismo o distinto sexo.[47]
Se condena educar a los menores acerca de lo que la homosexualidad es, para no “pervertirlos” (confunden educar con inculcar) pero sí se les alienta a agredir, burlarse o al menos, distanciarse, de todo “sospechoso” enfermándolos en la verdadera patología: la homofobia; o nos preocupamos más por las “sospechas” que por estas burlas y agresiones que no se reeducan como merecen y urgen. Enfatizo que este tema tampoco es privativo de una ciencia, como médicos (derivado de cuando se consideraba enfermedad) y sicólogos han pretendido por demasiado tiempo (sobre todo al surgir la Sexología; bienvenida, pero no exenta de homofobia: el título no hace al profesional), sino que en la urgencia interdisciplinaria actual, requiere de los aportes prácticamente de (cuando menos) todas las Ciencias Sociales: historiadores, antropólogos, sociólogos, Estudios Culturales, sobre las Artes, etc.[48]
Aun priman criterios absolutamente heterosexistas[49] tales como que ello incitaría (¿daría camino abierto?) a las tendencias homosexuales y por ende, nuestra sociedad no se reproduciría más. Tanto desatino ignora la historia de numerosas culturas en que la homosexualidad nunca fue motivo de preocupación, y por tanto tampoco lo era la heterosexualidad, y no por ello dejaron de reproducirse “biológicamente” (ya que son tales los términos que maneja tal planteamiento) durante milenios hasta la actualidad.[50] Otra forma velada de la homofobia, es aquella que dice respetar y aceptar a los homosexuales... mientras no sean homosexuales.[51]
De aquí el alto mérito ético y revolucionario que tiene la avanzada en la homosexualidad (ese que sí reconozco como “movimiento gay”) que contra todo riesgo (con frecuencia muy caramente pagado), se niega a seguir el milenario y enfermizo juego de la hipocresía y la frustración. Pero claro está, tal avanzada nunca es la mayoría; sería una falacia pensar que allí donde existe comunidad gay, es exclusivamente en esta donde se pueden topar intereses, inquietudes, sueños homosexuales. Cabría entonces otra pregunta: ¿Es que el resto de la homosexualidad no integra también dicha comunidad gay, aunque no sea militante en la misma?[52] Y tantos heterosexuales que apoyan esta causa de justicia social (más que muchos homosexuales) incluidos muchos que comparten y hasta viven entre ellos… ¿integran, o no, la comunidad gay que tanto defienden? Por otra parte, la heterosexualidad no llega a considerarse comunidad, porque es “lo normal”; algo similar a lo que acontece con lo que sería una comunidad blanca allí donde existen comunidades negras o reservorios indios; de donde se desprende que la comunidad sería “lo que no es normal” en esa sociedad: comunidades por marginación. ¿Y por qué, si ya se considera que la homosexualidad no es patología alguna y sí lo es la homofobia, entre tantos estudios que “valientemente” se esmeran en estudiar la homosexualidad (loable empeño sin duda) ninguno apenas se asoma siquiera a cuestionarse la homofobia?[53]
Al mezclarse esta con otras problemáticas sociales como la racialidad antes estudiada (que es como realmente viven todos estos fenómenos en el sistema que es la sociedad) el imaginario popular construye al homosexual lo más claro posible, la claridad como lo femenino y el amaneramiento (lamentable esquema que pervive), y el negro deviene símbolo de virilidad, por lo que el negro ha de ser el más afeminado (y a veces, exagerada y grotescamente afeminado) para que se le reconozca tan homosexual como sus compañeros blancos; aun dejando atrás el tan simplista equívoco que enlaza el tan relativo y subjetivo amaneramiento, con la homosexualidad.
Por estos motivos entre otros, la represión a la homosexualidad y su auto-represión ha sido tal que ni siquiera por marginación, a mi juicio, ha logrado conformar una comunidad en Cuba, ni cuenta aun con sus tan necesarios espacios públicos.[54] Sin embargo, la educación heterosexista impuesta durante siglos en la sociedad aun avala (más bien, promueve) que cualquier hombre se sienta obligado a mostrarse ofendido hasta agredir ante un piropo que le dirija otro hombre, por muy elegante y respetuoso que sea el piropo, o por una invitación masculina a bailar en un club.[55]
Ello exige al menos, espacios públicos (o menos públicos, como pudieran ser centros nocturnos, saunas especializadas, áreas playeras) donde quien no quiera sentirse así “agredido”, simplemente no asista, lo cual no sería limitarle el derecho a nadie, sino todo lo contrario: otorgárselo a aquellos cuyos intereses sexuales así lo requieran y sin embargo, hasta hoy, se han visto vetados de poderse conocer entre sí, sin hipocresía alguna y sin el riesgo que tampoco suele confrontar un hombre que con toda cortesía, halague a una mujer por la calle o la invite a bailar en una fiesta; lo cual por otra parte, tampoco constituiría necesariamente una “comunidad gay”… ya para ese caso innecesaria, por fortuna, pues ya no existiría la marginación que da origen a tales comunidades, que no obstante constituyen mayor avance que allí donde no existen, pero no porque no haya marginación: todo lo contrario.
Y aun cuando no considero (al menos, no todavía) la existencia de una “comunidad gay” cubana propiamente dicha, tampoco veto la posibilidad de que en determinadas comunidades del país, se esté conformando al menos por espacios geográficos aislados y por determinadas condiciones y características, en todos los casos como el más justo y lógico reclamo de sus propios espacios vitales, y ante la falta de perspectivas (aun) de una sociedad sin prejuicio alguno contra la relación y la opción homosexual, y que estas tengan de hecho, iguales posibilidades de expresión y sobre todo, de realización.[56] Otras comunidades entre la marginación y la marginalidad: su sentimiento y su sentido de pertenencia. ¿Espacio y tiempo?
El estudio de las comunidades negras y de las comunidades gay, nos permite concluir que en las comunidades por marginación, a diferencia de aquellas por residencia, la militancia predomina, no así el espacio (aunque siempre se desenvuelven en espacio y tiempo, como es lógico) y esa militancia exige de sentimiento de pertenencia (desde la cultura afectiva y el subconsciente humano y el grupo social concreto, refleja el grado de sensibilidad con respecto al entorno en que se vive o que se visita. Es fundamentalmente emotivo, se siente y la intuición es protagonista. Puede ser base para el sentido de pertenencia, pero no necesariamente”) que a veces se solidifica con el sentido de pertenencia: “Indisoluble, aunque no mecánicamente vinculado al sentimiento de pertenencia, pero en su elaboración consciente y racional. Cuando más y mejor se conoce el fenómeno, el sentido de pertenencia suele cobrar más fundamento, pero también el sentimiento de pertenencia suele crecer y, a veces, es el sentido de pertenencia el que genera al sentimiento, proceso que sucede mucho, por ejemplo, con los inmigrantes que devienen auténticos hijos adoptivos” (Couceiro, 2009:343)
Las comunidades por marginación nos hacen reflexionar más allá de la imagen social (más bien, casi universalmente) establecida. Si (sólo para remitirnos a las más clásicamente reconocidas) se reconoce(n) la(s) comunidad(es) negra(s) en los EUA, así como indias (caso concreto de las reservaciones) y el China Town, entonces, ¿podríamos referirnos o no, asimismo, a una(s) comunidad(es) blanca(s)? Si existe una comunidad gay, ¿podemos hablar de que existe, por oposición, una comunidad heterosexual? Si la respuesta se acomodara en negarlo puesto que sólo se atribuye este tipo de comunidad a su unidad frente a la marginación, es menester profundizar entonces en la relación entre marginador y marginado, y comienzo por proponer lo que defino como “teoría del marginador marginado”.
El hombre margina a la mujer de la vida social, pero a la vez se margina a sí mismo de su participación en la vida doméstica, e incluso de determinados espacios sociales por considerarlos “de dudosa hombría”, como el ballet u otros; aquel que se rebele a ello y comparta los quehaceres del hogar con su compañera, por ejemplo, llega a ser cuando menos, “mal visto” por los restantes hombres, como lo es también por los demás blancos en una sociedad racista, aquel que comparta en cualquier medida y sentido con los negros u ose incursionar en actividades consideradas “de negros”, etc. Habría que estudiar además las llamadas discapacidades (físicas y mentales, incluso por determinados padecimientos) que han generado genuinos movimientos, apuntando a las verdaderas discapacidades: las del alma humanoide contra los valores humanos; y la marginación antropocéntrica contra las otras especies, que en todo el mundo, propicia asociaciones con afinidades ambientalistas.
En el caso cubano actual, en ocasiones, la sobre atención a determinadas comunidades insalubres o “desfavorecidas”, ha propiciado la desmedida y hasta el (casi total) abandono de aquellas ¿“favorecidas”? lo que no favorece ni a unas ni a otras: la desbalanceada atención sobre satura hasta la agresión y el agotamiento a los “sobre atendidos” (en particular si no han estado acostumbrados a ello, pues rara vez responde a genuinas investigaciones que no solo develen qué, sino cómo) mientras revierte los polos y los supuestamente “favorecidos” (¿Por qué? ¿Por el origen del barrio, por el status social de sus antiguos moradores y que no ha pasado a los actuales?) son los que de hecho, quedan ahora relegados al olvido, sin atenciones necesarias, sufriendo abandono y deterioro sin opciones para enfrentar.
No es de extrañar (al menos en la Cuba actual) que un hogar en un barrio insalubre (incluso habitado por marginales) posea los bienes de que carece otro en una “comunidad bien”, incluso habitado por intelectuales, difícil a veces de precisar por qué “comunidad bien”... ¿Por la regia construcción de sus viviendas que sin embargo, no han sido preservadas como necesitan y ya están deterioradas y hasta insalubres, bajo amenaza de derrumbe… a menudo, más desatendidas que los llamados insalubres? Abundan ejemplos fatales.
Pero acaso, ¿no olvidamos otras comunidades quizás menos explícitas, tal vez menos (aun) aceptadas socialmente por uno u otro motivo, que sin embargo laten y desempeñan un papel en su(s) respectiva(s) sociedad(es)? Su sola aceptación nos pondría ante la disyuntiva de una dinámica tan ágil y rebelde a los dogmas, que no siempre estamos preparados para su cabal comprensión.
¿Es que los “nuevos ricos” no llegan a conformar una suerte de comunidad (y aunque nos parezca una gran paradoja), a partir de la competencia establecida sobre el individualismo más atroz? En la sicología del “nuevo rico” lo que prima no es “tener”, sino “que los demás no tengan lo que él tiene”. De aquí que viven (para ser “nuevos ricos”, necesitan vivir...) en constante competencia a satisfacer un cúmulo eternamente creciente de necesidades artificiales, y aun sobre un egocentrismo patológico (que haría dudar toda posibilidad de conformar comunidad alguna sobre los cánones generalmente entendidos) llegan a la comunión mediante una competencia cursi, kitsch, que conforma una estética muy propia sin la cual no calmarían su sed de ostentación.
¿Es que el comercio sexual no llega a devenir elemento común para quienes en uno u otro sentido, viven de él? Al igual que todo otro tipo de comercio, el comercio sexual requiere de sus propios espacios promotores de compra y venta, nunca exclusivos pero sí jerarquizados, como pueden ser los prostíbulos o los espacios urbanos donde el cliente sabe que puede hallar lo que busca. De particular interés son las relaciones internas entre las prostitutas (y/o prostitutos tanto heterosexuales como homosexuales, que históricamente han existido con mayor o menor cobertura aunque el machismo impuesto solo le reconozca faldas a la prostitución) y/o chulos, proxenetas, etc. No menos interés merecen lo(a)s clientes, también con sus peculiares relaciones entre sí, ante el resto de la sociedad y con aquello(a)s cuyos servicios sexuales rentan.
Como en todo comercio, la competencia prima, no sólo entre los prostitutos de ambos sexos y sus proxenetas, sino también entre los clientes continuamente para fortalecer su imagen social–sexual,[57] pero asimismo repite primar la ostentación del poder adquisitivo que le llega a permitir “rentar” otro ser humano, e inclusive, entre esos, los más caros (que otros no pueden rentar) supuesta y facilistamente “los mejores”, que no se plantea jugar con más bases que una imagen comercial que ni siquiera considera los más elementales códigos de la “mercancía”, por muy relativos que puedan ser estos códigos, como la estética en la presencia física, la intensidad y capacidad sexual, higiene, etc. puesto que no por ser “más caro” ni con mayor promoción comercial, suele ser la (el) más atractiva(o), ni “la mejor cama”, etc.[58]
¿Es que no hay males sociales y otras condicionantes diversas que indican, más o menos explícitamente, comunidades de mayor o menor durabilidad?
Las cárceles sin duda alguna implican comunidades muy sui géneris; son comunidades impuestas (normalmente, ninguno de ellos quiere estar preso) y por tanto, hasta fortuitas (todos llegan a conocerse y a convivir en mayor o menor grado, por azahares del destino según el delito imputado a cada cual, y a partir de momentos climáticos individuales se va conformando una comunidad... lo que no es privativo de este tipo de comunidad) que se interrelaciona con otra comunidad en este caso laboral: los trabajadores destinados a mantener el orden y otras atenciones en las cárceles (guardias, médicos, otro personal de servicio, etc.) con la que integran (o no) una comunidad más amplia y diversa en sí misma, o diversas comunidades en choques a veces mortalmente excluyentes, según cada “comunidad carcelaria” que por su parte, mantiene de una u otra manera los vínculos interactuando cada uno con sus respectivas comunidades de procedencia: familiares, amigos, colegas, abogados, etc. mediante correo o en visitas personales, etc.
Existen comunidades formadas muchas veces de forma obligatoria y otras, por pura voluntariedad: las becas y los concentrados militares, que según uno u otro caso establecen sus propios códigos de pervivencia y convivencia internos (sin excluir sus interacciones respectivas con sus comunidades de procedencia, con todas sus consecuencias), tanto escritos y legalmente establecidos como los que no; a veces impuestos, y otras, aceptados y hasta promovidos con toda complicidad y hasta placer.
No es de obviar otros tipos de comunidades que justo en sus antivalores es que establecen el elemento común: la droga, el alcohol (y también por oposición, la lucha contra el alcoholismo, como es el caso de los Alcohólicos Anónimos); la “familia mafiosa” constantemente en franca y mortal competencia por el poder, la xenofobia sobre todo al organizarse, el racismo con ejemplos históricos en el Ku Kux Klan y los grupos nazis y neonazis, etc.
Para estudiar las poblaciones flotantes.
Existe otra suerte de comunidades aun más complejas en su esencial cambio de espacio, bien sea porque ella misma cambia constantemente de espacio[59] o porque justamente lo que los define, es un espacio al que confluye desde otros espacios[60] todo aquel que integrará tal comunidad, a menudo muy irregularmente. Estas poblaciones flotantes conforman otro tipo de comunidades que suelen ser tan diversas y a menudo, de una infinita dinámica interior con tal complejidad, que rara vez son tenidas en cuenta por los estudiosos, aunque justo definen muchos otros espacios: tal es en Cuba, el caso de La Rampa, cuyos estudios autorizan a su vez a aportar la experiencia metodológica para satisfacer tales necesidades en otras comunidades.
Insisto en que lo primero a tener en cuenta a la hora de aplicar estas experiencias, en este como en otros aspectos contenidos a lo largo de este texto, es el carácter casuístico que ha de primar en el análisis previo a la aplicación, pues las condiciones son siempre irrepetibles. Sin embargo, de manera general la población flotante que acude a toda comunidad se puede clasificar por:
· en primer lugar, la que acude por motivos laborales o estudiantiles, con toda la gama de diversas potencialidades que implicaría cada ocupación, cada profesión, cada especialidad y cada posición social y económica consecuente, incluidos los que buscan ilegalmente ganarse el sostén, así como cada tipo de enseñanza;
· la población que utiliza el espacio concreto en tanto vía de comunicación entre otras comunidades cualesquiera, que incluye tanto a los caminantes o pasajeros de cualquier tipo de transportación que por allí circulan, como los que esperan transportación;
· los que acuden por intereses recreativos tanto en su mejor como en su peor acepción bien sea por las mejores motivaciones culturales más diversas como el cine, la iglesia, el museo o el Zoológico, restaurantes o espectáculos deportivos o de otro tipo o conocer otras personas o disfrutar del entorno medio ambiental, o simplemente “despejar” o “matar el tiempo”, etc.; o las peores, como puede ser la depredación ambiental.
· los que asisten a resolver otras necesidades vitales en que la recreación se miniminiza, tales como pacientes y sus visitantes en instituciones de la salud y otros reclusorios, o funerarias y cementerios, o tiendas y otros comercios;
· los que acuden a visitar en diferentes grados de temporalidad a familiares, amigos, compañeros, incluidas fiestas y otras motivaciones hogareñas; etc.
La polémica no se descarta, y el análisis ha de ser casuístico y en dependencia de cada investigación, a juicio del estudioso. Esta propuesta sólo pretende una metodología general, pero básica, que agrega asimismo desde qué otras comunidades llega el individuo (sus historias de vida legarían vivencias en diversas comunidades tanto residenciales como institucionales, según el grado de profundidad que interese al diagnóstico de dicha población flotante) y queda aquí incluido por supuesto, el turista tanto nacional como extranjero, y los análisis consecuentes que de ello se desprende.
La gran diversidad de comunidades que existe nos invita a una manera de clasificación, aunque alertamos desde ya contra los peligrosos dogmas en que muchas de estas clasificaciones habitúan degenerar; clasificación que propongo según las distintas razones de comunión: residenciales, étnicas,[61] intereses profesionales o por otras inquietudes sociales,[62] por marginación, etc.
Clasificación de las comunidades por residencia.
Estas clasificaciones reiteran en admitir (hasta pedir) diversas sub-clasificaciones: así por ejemplo, las comunidades residenciales pueden ser de manera general, urbanas y rurales; pero esto no puede obviar que existen otros tipos de comunidades, también residenciales: pesqueras, de montañas, árticas, en bosques y selvas, en desiertos, llaneras, etc. y según las diversas culturas nacionales y estadios de desarrollo social, se habla de bateyes, aldeas, tribus, clanes, gens u otras. E incluso hay comunidades híbridas y casos particulares, pues una comunidad costera puede ser urbana o no, y lógicamente, no todas las comunidades urbanas son costeras.
Como vemos, estas comunidades por residencia guardan una especial relación e interdependencia con el entorno medio ambiental, y lógicamente definen asimismo una buena parte (si no toda) de su vida económica. A su vez, estas mismas comunidades residenciales ya sub-clasificadas admiten más subdivisiones internas, y las comunidades urbanas pueden constar (y/o constituir) según cada cultura, de barriadas, barrios, repartos, zonas y focos; de vecindarios, fabelas, urbanizaciones....
Pero también las comunidades pueden clasificarse paralelamente, según el grado de complejidad, el cual suele estar vinculado a sus niveles de transculturación con otras comunidades y en la modernidad, aunque esto tampoco puede ser un indicador mecánico a tomar en cuenta pues otras comunidades sin estas características encierran también su propia complejidad.
Según su complejidad, las comunidades se pueden catalogar (por ejemplo) según el grado de urbanización y de desarrollo, ángulo desde el cual las comunidades urbanas se pueden clasificar desde las suburbanas hasta las metropolitanas y cosmopolitas. Ya aquí queda implícita, al mismo tiempo, una clasificación según el grado de complejidad, desde las comunidades más (relativamente) simples, hasta las más complejas, sin que ello implique nuevos dogmas, puesto que asiduamente en estas comunidades en apariencia más simples, coexisten sin embargo nexos establecidos y otras formas de vivir, de ser, de pensar, sumamente complejos y elaborados; además de lo complejo y relativo que resulta definir “desarrollo”.
Podemos catalogar como otra ley que en la medida en que la comunidad es más compleja, (es también porque) la diversidad antes referida es aun mayor y más intrincada, incluida la mayor diversidad de comunidades que interactúan en una comunidad en la medida en que esta es más compleja.
Es ley general que en la medida en que la comunidad es más compleja, su dinámica es mucho más intensa y difícil, a la par que rica desde sus propias contradicciones a convivir, de donde emana el concepto “urbanidad”. Así por ejemplo, el frenesí por la modernidad que acelera a la cultura occidental (y hacia la postmodernidad a todo el orbe) hace mucho más peculiar la inexorable dialéctica entre tradición y actualidad. Por definición: ninguna tradición puede pervivir si no es en una actualidad, de la misma forma que nada actual emana sino de tradiciones previas; al respecto sólo hay que graduar los niveles de tradicionalidad y de actualidad de cada fenómeno concreto, según sean sus raíces tradicionales antecedentes y su convivencia actual. Es exactamente una “pareja de contrarios”: su antagonismo no es más que relativo, pues no existiría el uno sin el otro y no sólo en teoría y concepto, sino incluso ontológicamente y en su praxis misma; valor metodológico a no obviar en ningún momento del análisis.
Espacios comunitarios
Y de la misma forma que existe relaciones históricas entre los diversos tipos de comunidades,[63] en cada comunidad urbana suelen distinguirse diversos espacios urbanos según cada identidad local, en estrecha interrelación con lo que anteriormente he denominado “espacios andantes”.
A menudo, estos espacios urbanos resaltan focos locales (mercados, iglesias, hoteles, calles, parques, etc.) cada uno con su propia identidad ambiental que llega a conformar ecosistemas locales, subsistemas (a su vez) de macro-ecosistemas locales que en cadena sistémica llegaría a conformar el ecosistema citadino, casi tan variado como lo es la misma ciudad en comunidades: barrios, zonas, focos, etc. muy vinculados por ejemplo con el reconocimiento de una comunidad insalubre, focos de infección, etc.; espacios urbanos que trascienden incluso al carácter residencial de los espacios en estas comunidades, no sólo por las migraciones y la población flotante, sino también por los “espacios andantes”.
Tal es el caso de un espacio religioso dado a partir del protagonismo de una casa templo de la santería, que llega a portarse a otros espacios en cualesquiera de sus residentes o visitantes bien sea por su atuendo (vestuario y/o accesorios particulares) por su gesticulación y proyección, por sus expresiones orales, etc. Los espacios comerciales andantes alcanzan a domicilio inclusive, bien sea como comercio clandestino o no, según el contexto político – legal de cada nación, a menudo en la oralidad (el pregón), la visualidad de carretillas y otros (letreros, dibujos, etc.). Un espacio sexual o erótico a partir de una calle o de una playa, puede ramificarse más allá en los espacios andantes que incluso (según el instrumental de cada manera de portar el espacio) no necesariamente tienen que ser continuos.
Detengámonos en el análisis del piropo: dada su esencia erótico-sexual, el piropo habría que clasificarlo desde el más reconocido (el clásico del hombre a la mujer, en sus mejores y sus peores valores) como el piropo de la mujer al hombre, supuestamente más actual al menos en sus más explícitas manifestaciones, puesto que tradicionalmente ha existido aunque de forma más velada por marginación, y que también cuenta con sus mejores y sus peores valores; y en tercer lugar el piropo dentro del propio sexo, más marginado y velado aun dada la cotidiana vulnerabilidad a que vive sometida la homosexualidad (y aun cuando no necesariamente, todo piropo explicite interés sexual), sobre todo cuando se ignora la reacción del sujeto inspirador (si será de agresión homofóbica o de aceptación, o indiferencia) también con sus peores y sus mejores ejemplos: el piropo no marcha continuamente de manera explícita (en tanto comunicación) con el portador, aunque sí en el ingenio del mismo que sólo ante otro sujeto inspirador, sale a la luz.
Por otra parte, estos espacios erótico-sexuales suelen diferenciarse según su función para la relación erótico-sexual, desde aquellos en que simplemente estalla la chispa del instante sin más objetivo, o se busca la simple posibilidad de conocer a otra persona con tales miras (por lo general los más céntricos y públicos espacios, a donde más acude la población flotante con fines recreativos) hasta aquellos en que se pueden satisfacer con mayor o menor grado de realización las necesidades sexuales, casi siempre, en los lugares más apartados y escondidos, sombríos... en una palabra: tan vulnerables como peligrosos.
No por ello es pobre en lo absoluto la diversidad de tipos de tales espacios: pueden ser otras calles o escaleras y resguardos de edificaciones en pleno uso o abandonadas parcial o totalmente, y temporal o definitivamente, incluso ruinas; puede ser el lunetario de un cine, o un baño público, o los bancos de un parque, o una costa o playa, o un cementerio, o un bosque (o hasta matorral, o cueva, o acantilado, o accidente similar) cercano, etc. preferente, aunque no exclusivamente, en horarios nocturnos, tanto por la mayor oscuridad como por las costumbres sociales (jornadas laborales diurnas, entre otras)
A muchos de estos lugares (donde tampoco puede restringirse a las siempre más marginadas motivaciones homosexuales masculinas, imagen lamentablemente absolutizada)[64] llegan estos “amantes” como “espacios sexuales andantes”, pero tampoco es posible absolutizar que tales espacios andantes provengan siempre desde los espacios más públicos, puesto que acostumbra suceder igualmente que se expresa de pronto sin previo tránsito preparatorio[65] al ser portados y convivir con cada sujeto, y en dependencia de cada situación; ley general de toda la cultura popular.
Relaciones comunidad-institución: las instituciones como comunidades
Otro aspecto fundamental a analizar es el de la interrelación entre comunidad e instituciones, para lo cual se impone comenzar por definir qué entender como institución. “Establecimiento” se cita entre los sinónimos de “institución”, y lo asumo para este estudio en tanto sustantivo que responde a otra de sus denominaciones que cita la misma fuente: “Cosa establecida” y que coincide con “Acción de instituir (...) organización fundamental (...) fundación...”[66]
No hay acercamiento serio y ni siquiera elemental a una comunidad si no se estudian sus relaciones con las más diversas instituciones con que, en un grado u otro, interactúan en, desde y hacia tal comunidad; inclusive, cómo estas instituciones acostumbran implicar en sí mismas, comunidades en interacción con aquella donde se encuentran.
Suele suceder que la institución en sí misma acoge a una cantidad de personas cuya regularidad, sistematicidad y otras identidades, varía según el tipo de institución, y sin embargo, algún elemento común les hace devenir comunidad:
· bien sea la sangre y los lazos afectivos que desde ella se generan en el caso de la familia, o el origen étnico e interés de conservar valores de ancestros familiares y similares en el caso de las instituciones étnicas;
· bien sea la afinidad (al menos relativa) de credo religioso, en el caso de las iglesias, templos, sinagogas, casas templos y otras instituciones religiosas;
· bien sea la motivación de superación y/o la vocación y/o el interés de obtener un título superior o especializado u otros beneficios profesionales y personales de esta naturaleza (aun cuando sea simplemente para una remuneración económica presumiblemente más digna o para una posición social valorada de mayor prestigio) en el caso de tecnológicos, universidades, idiomas y otras especializaciones, etc. o al menos, el cumplimiento de leyes en el caso de los niveles obligatorios de la enseñanza, en las escuelas elementales y medias;
· bien sea el sustento económico y/o el desempeño profesional y/o la necesidad de aportar a los demás (los más altruistas) en el caso de los centros de trabajo,
· bien sea un interés particular que los hace unirse en asociaciones concretas según el perfil de cada asociación,
· bien sea las convicciones políticas u otros intereses de (o en relación al) poder en el caso de las políticas, militares, etc.;
Ninguno de los casos anteriores deja exento el kitsch que implican las posturas snobistas, el arribismo y oportunismo de los escaladores y la inercia social, por los que no pocos aparentan compartir[67] el elemento común con el resto de esa comunidad. Todo ello generalmente interconectado en tales instituciones por otras instituciones paralelas e interactuantes, como pueden ser los sindicatos en los centros de trabajo, las organizaciones estudiantiles en las escuelas, etc. Y según sus funciones sociales se particularizan estas comunidades institucionales: un cine o un restaurante, por ejemplo, implican su propia comunidad de trabajadores, por quienes a veces acuden visitantes, pero también su propia comunidad heterogénea de visitantes: cinéfilos o no, simples interesados en el filme en cuestión o hasta “por pasar un rato” y otros intereses como parejas y algunos hasta para dormir; comensales en el caso gastronómico pero que no siempre solicitan el mismo plato o no gustan del mismo por igual; etc.
Relación entre comunidad y familia
Claro que el análisis cambia sensiblemente de un tipo de institución a otra, y el análisis particular de la familia en tanto institución y comunidad, deviene harto necesario e ilustrativo al respecto, sobre todo si se propone un concepto más revolucionario, actual y consecuente de familia, desprovisto de miopías, hipocresías y otros prejuicios sociales, sin obviar en lo absoluto a los estudios previos con las clásicas conceptuaciones de familia.
Es urgente reconocer como familia, además de las reconocidas tradicional y legalmente de manera oficial:
toda pareja establecida aun cuando no hayan legalizado el matrimonio por lo civil o ante cada credo religioso, sea pareja heterosexual u homosexual, y que no pocas veces conviven con otros familiares o amigos; reconocer dentro de la familia aquellos no humanos con quienes se comparte el hogar y el amor cotidiano (sobre todo las mascotas) más allá del patrimonio familiar y la ambientación hogareña, en su espacio que las propias familias, suelen otorgarles por derecho propio;
la suerte de familia que en efecto, puede llegar a establecerse con “el vecino más cercano” o amigos tan allegados, cuando el nivel de convivencia llega al grado de desdibujarse las fronteras entre las viviendas, etc.
La familia en tanto comunidad, habitúa ser mucho más amplia, dinámica y heterogénea y al mismo tiempo, mucho más breve, conservadora y homogénea, que las comunidades implícitas en otras instituciones como los centros de trabajo (por ejemplo) puesto que el vínculo sanguíneo es para siempre, no así el vínculo laboral, pero este último a veces es más cotidiano que el sostenido por los diversos núcleos de muchas familias disgregadas, las que a su vez pueden llegar a ocupar un espacio único y muy reducido, breve y concreto (en ocasiones peor por la obligada convivencia), pero también inconmensurablemente mayor, tanto como aquellas familias dispersas por el mundo y que sin embargo, no han dejado de ser familia en toda su acepción afectiva y de todo tipo.
Asimismo, en las familias conviven diversas generaciones, y a menudo diversos credos, motivaciones profesionales, convicciones políticas, géneros y orientaciones sexuales, a veces racialidad… que en determinados centros de trabajo y asociaciones suelen ser más homogéneos, por lo que la supuesta solidez homogénea de la comunidad familiar, se relativiza de inmediato al devenir marco especial de confrontación de otras muy diversas (y a veces hasta encontradas y antagónicas) comunidades, incluidas las interacciones con otras familias confluyentes (la familia del yerno o de la nuera, por ejemplo): vuelve la sabiduría popular a sentenciar que el hermano (la familia) lo escoge (y hasta impone) la naturaleza, mientras que el amigo (la comunidad a la que se afilia por otros elementos comunes más allá de la sangre) es el hermano que se escoge por afinidad.
La confluencia de comunidades a menudo antagónicas, no se detiene dentro de una misma familia, sino que llega a verificarse dentro de un mismo individuo, en cuya personalidad pueden contradecirse por ejemplo, la prédica homofóbica de un templo o partido político en el que fue criado, contra su propia naturaleza o comunidad gay que frecuenta; y aun faltaría mucho por entender la relación entre comunidad e institución, si se ignora el desempeño de las instituciones como parte de comunidades mayores, mucho más al margen de su comunidad residencial concreta.[68]
Hay que analizar asimismo, los nexos que en cada institución suelen coexistir según sus individuos, con las instituciones restantes implícitas que cada uno porta y que suelen trascender en mucho tanto a la institución en sí como a la comunidad residencial concreta. Ello hace implicar (o no) francos choques de valores y/o auténticas transculturaciones, en muy disímiles grados. Tal es el caso de aquellos vinculados a instituciones de diversos credos religiosos que a su vez profesan distintas posturas éticas inmersos, ahora, en una comunidad institucional (a su vez en una comunidad residencial, con la que puede haber identificación o no) y su actitud y sensibilidad (explícitas en acciones y reacciones tanto positivas como negativas) del individuo para con su entorno comunitario, y viceversa.
También ha de considerarse los nexos establecidos entre esta institución, entendida en toda su complejidad hasta ahora enfocada, y la comunidad concreta en que se encuentra enclavada; esto es, donde la institución “vive”. Estos nexos, como siempre, han de ser analizados tanto en su dimensión diacrónica por su devenir histórico, como en su dimensión sincrónica, y han de considerarse tanto valores como antivalores, incluidas la indiferencia y la subvaloración, sobrevaloración o simplemente: valoración.
Es común que la comunidad institucional (implícita en la institución concreta) insiste entremezclar indistinta pero distintivamente, tanto a residentes como a población flotante que en dependencia de la transportación y otros, acentúa o no el grado de distinciones y problemáticas entre sí. Ello también puede implicar (o no), inclusive, francos choques de valores y/o auténticas transculturaciones. Acostumbra suceder que gusta trabajar cerca, pero “no tan cerca” tanto por presuntos y molestos compromisos laborales de todo tipo hasta el seno hogareño, como por disfrutar hasta el hábito (no consciente) de un paseo impuesto como parte de la rutina laboral cotidiana. En cuanto a los flotantes su análisis asume toda la complejidad que compete a los ya analizados estudios de población flotante, casi siempre obviados, en lo que subyace el temor a su complejidad, pero imprescindibles de ser asumidos.[69]
Relación comunidad-etnia.
Otros análisis ineludibles serían las relaciones históricas y sincrónicas a un tiempo, entre comunidad y etnia: si exceptuáramos quizás (sólo quizás) los mismos orígenes de la Humanidad, cada comunidad nace con raíces étnicas continuamente ya transculturadas, al comprender como transculturación el devenir propio, dialéctico y característico de la cultura y esta como un fenómeno vivo, que vive precisamente en transculturación: la forma en que la cultura vive. El solo hecho de ser producto de comunidades previas implica transculturaciones previas, todo lo cual echa por tierra por definición, la tesis de “razas puras” sobre la que se ha sustentado, entre otros, el nazi-fascismo. La mayor complejidad de una comunidad, suele deberse (tampoco a absolutizar) a una más compleja etnogénesis y a su identidad étnica, lo cual lejos de privarla de identidad, la matiza más aun en su diversidad.[70]
De manera tal que sobre todo en el mundo contemporáneo (en última instancia, podría exceptuarse –tal vez– a aquellas comunidades que aun subsisten al margen -¿relativamente absoluto?– del mundo moderno, y aun así, habría que estudiar los orígenes étnicos de esa comunidad concreta) toda comunidad suele ser más que multiétnica, interétnica, y muchas veces, trans-étnica, de donde surge un nuevo etnos, caso de las comunidades cubanas si atendemos al concepto del etnos cubano,[71] análisis en el que también debemos incluir las procedencias de todos y cada uno de sus individuos, procedencia ya no entendida en términos de otra nacionalidad (cuyas raíces nunca se descartan) sino de otra región del mismo país e incluso, otra región de la misma provincia o de la misma ciudad o pueblo, o dentro de la misma comunidad, de distintos focos comunitarios.
Esto es, en términos comunitarios la complejidad autoriza a analizar una transculturación intercomunitaria, en dependencia de las vivencias individuales que por diversas comunidades (tanto residenciales como institucionales) arrojen todas y cada una de las presuntas historias de vida que en esta comunidad ahora en análisis, confluyen. Considérese asimismo que en cada comunidad, muchos de sus actuales componentes reiteran sostener relaciones (que a su vez implican grados en que evoluciona la transculturación concreta) con sus tan disímiles etnias de origen, bien sea por lazos familiares, amistosos, profesionales o por organizaciones étnicas y similares.
Relaciones comunidad-sociedad, nación, nacionalidad…
Lo anterior nos enfrenta, a su vez, al análisis entre comunidad concreta y la sociedad en que pervive: ya hasta aquí se ha evidenciado la importancia de contextualizar cada comunidad en su propio entorno: ambiental, social, estatal, administrativo, político, etc.; de la misma forma, la sociedad se contextualiza según sus diversas comunidades componentes (tanto institucionales como residenciales y otras) en interacción, pero en ningún caso puede concebirse como la sumatoria mecánica de dichas comunidades, sino que la esencia social radica allí justamente donde la interacción de comunidades confluye. Es imprescindible detenernos para ello en las complejas relaciones ciudad-resto de cada región, y entre barrios dentro de una misma ciudad, más complejas aun en la medida en que las comunidades objeto de estudio son más metropolitanas y cosmopolitas, lo más puramente sincrónico posible.[72]
La dimensión diacrónica nos mostraría el origen de una comunidad hoy muy metropolitana y cosmopolita, tal vez, en comunidades hoy aparentemente alejadas en espacio, tiempo, cultura… pero antaño no tanto: la distancia es también un concepto relativo incluso según época y los medios disponibles. Además, lejos de excluir, la complejidad incluiría incorporar a estos análisis y dentro de cada comunidad, las clasificaciones aportadas por las diversas ciencias sociales, como la filosofía, la sociología y otras: clases sociales, grupos, colectivos, sectores, capas, estratos sociales, etc. lo que potencia aun más al infinito el objeto de estudio y nos reafirma su urgencia de interdisciplinariedad e incluso, de transdisciplinariedad. Finalmente hemos de encarar los nexos entre comunidad y nación–nacionalidad, con toda la identidad de dicha comunidad, y cuyo solo reconocimiento es lo que matiza al son de la diversidad, la gran riqueza de cada nacionalidad.
Ya en este último acápite es menester remitir a singularidades, más complejas aun en el caso de naciones multiétnicas (caso típico del África Subsaharana, aunque no exclusivo, pues entre otros y en otras dimensiones y contextos, el imperio legó a Rusia un vasto territorio lleno de una gran diversidad étnica) y aun más quizás, en países multinacionales como España; hay casos bien distintivos, como el de las decenas de estados que se integran en los Estados Unidos de América, cada uno en una identidad resultante de identidades comunitarias implícitas, y la alta complejidad étnica incluida en la problemática estadounidense, con sus grados particulares de transculturación.
La identidad (lo impar) se abre en abanico infinito en constante cambio, como resultado de los diversos grados de transculturación (o no) de las tantas etnias y nacionalidades que en cada nación conviven (incluso cuando mal conviven o se ignoran), nunca exentas a la transformación, bien sea por asimilación (impuesta o voluntaria) o hasta por rechazo, contracultura y cultura de resistencia, para todas las partes involucradas. Es preciso considerar las desaciertos que históricamente heredan estos estudios de las divisiones político–administrativas (d.p.a.), a fin de evitar errores de germen en el acercamiento a cada comunidad, pues a menudo tales divisiones absolutamente artificiales e impuestas a título de poder, han ignorado comunidades que en el fondo (y no tan en el fondo) han subvalorado y a veces, hasta despreciado.
Generalmente, es en vano (si es que ello implica generar nuevas comunidades) la pretensión imperialista de hacer nacer nuevos países en el concepto occidental, empeño (lógicamente) frustrado aun siglos después al desconocer los nexos naturales del devenir histórico de toda comunidad como ente vivo y aun más, ignorar (muchas veces con sensible desprecio) la identidad históricamente dada de cada comunidad en cuestión; el concepto de comunidad nunca ha sido ni podrá ser la orientación ni decisión de ningún Estado, por más que lo manipule (a fuer de comunidades artificiales) sino un concepto histórica e integralmente natural.
No obstante el daño ocasionado resulta ostensible, sobre todo al encausar la administración estatal con todos sus mecanismos establecidos, puesto que entran en escena diversidad de lenguajes discursivos y el entendimiento es suplantado por la arbitraria imposición, con resultados nefastos para el patrimonio comunitario que a la postre, deviene base insustituible del patrimonio nacional, resentido por tanto en sus más sensibles pilares. Tal es el caso del colonialismo en África,[73] y las actuales naciones latinoamericanas, surgidas de empastar comunidades absolutamente ajenas entre sí e imponer la enajenación a otras harto indivisibles.[74] Los estudios actuales sobre la violencia, no deben en lo absoluto excluir esta forma en que las comunidades han sido históricamente violentadas en la conformación de las naciones y por casi todas las divisiones político-administrativas, casi siempre impuestas por extracomunitarios de cada comunidad implícita; indolentes, o en el mejor de los casos, de conocimientos no más que empíricos que subvaloran el conocimiento científico y la responsabilidad de su propio trabajo.
El caso cubano
El caso cubano es bien distintivo dentro del concierto enunciado, aunque no es posible desprender su análisis de tal contexto internacional. En Cuba el nuevo proyecto social a partir de 1959 se abanderó en la prédica martiana “con todos y para el bien de todos” a verificar al transcurrir de los años y en la misma medida en que la Revolución se proyecte como un fenómeno vivo; ello explicita la participación de todas las comunidades, a riesgo en caso contrario, de perder su propia esencia revolucionaria. Cuba heredaba la división político-administrativa de la República, que sin mayor preocupación por la identidad de nuestras tantas comunidades, conservaba en general la misma estructura de seis provincias que desde 1878 (tras el Pacto del Zanjón) había sustituido a la de cuatro (Occidente, Las Villas, Camagüey y Oriente) y esta, a la de tres regiones: Occidente, Centro y Oriente.
Claro está que los planes y perspectivas del nuevo Gobierno se pronunciaban con mayor interés en y desde la misma población, y ello urgió improvisar experiencias que finalmente se aprueban en 1964 y dejaban atrás los ya tradicionalmente consabidos hasta el dogma, “La Habana y sus 43 barrios”[75] entre los cuales, por supuesto, eran obviados los tantos barrios marginados, así como otros de más reciente conformación (obviaba la dinámica de las comunidades sobre todo en los entornos más complejos) y aquellos que se perdían en la liminalidad por la avalancha migratoria y la nula política de protección del patrimonio cultural y menos aun, comunitario, lo que nos hace pensar que las amenazas de la globalización al mundo contemporáneo cuenta con antecedentes a considerar, pues la imagen así generada de aquel nuestro contexto nacional, perdía toda la rica diversidad comunitaria en virtud de una imagen única globalizadora, aunque no fuera tal el término empleado.[76]
Si ello se hubiera tenido en cuenta de forma más seria por aquella dirección social, sin duda más interesada en los votos que cada campaña electoral arrojaría para cada alcalde “de barrio”, es indiscutible que a aquella Habana se le hubiera reconocido mucho más de 43 barrios con toda la complejidad comunitaria que ello explicitaría y que era la que en verdad identificaba a La Habana, aunque no fuera tal la imagen que se le hacía en la cultura oficial, con toda su repercusión en la cultura popular. En 1964, nuevos topónimos (como Rampa) se reconocieron felizmente, aunque otros que habían sobrevivido a la liminalidad como Medina, fueron oficialmente abolidos, aunque perviven en tal comunidad. Fruto del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 1976 se aprueba la división político – administrativa en 14 provincias (ya en 2010, 15 provincias) y el Municipio Especial Isla de la Juventud, antes Isla de Pinos pero cuyos habitantes, a pesar del cambio de nombre, se siguen llamando pineros… valor patrimonial intangible; situación que se repite en este y otros aspectos de la cultura comunitaria por todo el país, y en otros países.
Al margen de los avances que han representado estas divisiones en su devenir (de tres a seis a catorce a quince provincias y un Municipio Especial, lo que reconoce cada vez más la diversidad regional en Cuba) refleja también el crecimiento de la población en todas nuestras regiones y de la implícita proliferación de comunidades en todas ellas. El objetivo del desarrollo desde cada comunidad no sólo ha sido loable, sino evidente e impostergable, esencial inclusive para los propósitos y ejecución del nuevo proyecto social revolucionario. El interés por llegar hasta la última comunidad del país, se reafirmó aun más cuando en 1993 se afianzó oficialmente la experiencia que despuntaba desde 1989, y las provincias fueron divididas en Concejos[77] Populares y estos, a su vez, en circunscripciones. Desde entonces hasta la actualidad, sin embargo y en menos de una década, nuevas modificaciones han logrado rectificar algunas de estas divisiones, a veces, acertadamente.
La situación problemática que se nos presenta en el caso cubano entre la descrita d.p.a. vigente y las comunidades, se resume en que el proyecto social cubano, a diferencia de los imperialistas en África y de los caudillos y “nuevos ricos” latinoamericanos, tiene como objetivo estimular el desarrollo orgánico desde cada comunidad, pero con frecuencia ha ignorado, igualmente, cuál y cómo es cada comunidad, y los resultados por tanto no suelen ser “tan mejores” como debieran, con todas las amenazas referidas. Ya desde esta de 1976, heredamos territorios cuya identidad histórica responde a una provincia y sin embargo, fueron incluidos en otra (disquisiciones en las que pocas veces, quienes atienden los territorios están capacitados y a menudo, ni siquiera interesados, en detenerse), lo que empeora al nivel más comunitario, pues otro tanto ocurre entre los municipios, entre los Concejos Populares y entre las circunscripciones desde 1993, que a pesar de las rectificaciones, aun distan mucho de responder a la identidad de cada comunidad en el país y que en algunos casos, ya han proporcionado severos daños, quizás irreversibles o al menos, de muy difícil rectificación.
Estudios más pormenorizados identifican tradiciones raigales de todo tipo que han sido amenazadas de muerte por fenómenos como este, y con ellas, la extinción de todo el patrimonio comunitario, con sus letalmente decisivas consecuencias para todo el patrimonio nacional. Tales incongruencias se deben a la falta de estudios de esta naturaleza sobre nuestras comunidades, estudios que en 1976, en efecto, apenas existían (al menos no uniforme ni sistemáticamente) para avalar una división político-administrativa más consecuente según raíces, historia e identidad de cada comunidad cubana.[78]
La d.p.a. de 1976 más que estimular, incluso, organizó (y hasta comenzó a orientar) la necesidad de tales estudios, sobre todo a través de los Museos Históricos Municipales y del Atlas de la Cultura Popular en todo el país. Ya para 1990 y a pesar de los desniveles que en este campo se ofrecían aun entre todos los municipios, sin embargo, en unos más que en otros había suficientes elementos de juicio a considerar para profundizar en los Concejos Populares, y que sin embargo, la falta de experiencias al respecto y sobre todo, la incultura científica, obvió;[79] tal es el caso del municipio capitalino Plaza de la Revolución, que muy pionero, se rebeló contra esos dogmas y rompió las supuestas distancias entre una ciencia hasta entonces (mal) entendida elitista, y una comunidad hasta entonces, subvalorada populistamente,[80] venciendo una complejidad y prejuicios que lo convierten en valioso estudio de caso.
En dicho municipio los Simposios Territoriales de Estudios Culturales que se celebran bienales desde 1989 y los Fórums Municipales de Ciencia y Técnica de la Cultura, anuales desde 1998, no sólo han aglutinado miles de inquietos de todas las manifestaciones de la cultura en su acepción más integral (no sólo todas las artes, sino también el medio ambiente, la religiosidad, el deporte, la historia y todas las demás ciencias, todo el sistema de costumbres de todo tipo, cultura culinaria, funeraria, sexualidad, etnicidad, etc.) para el debate de todas las problemáticas en, desde y hacia el territorio en su totalidad y/o cualesquiera de sus comunidades; sino que el mismo evento ha hallado sede cada año en una comunidad distinta cuya identidad revitaliza ese día, en homenaje a la comunidad en cuestión.[81]
Estos eventos han sesionado inclusive en los parques de cada comunidad, en el patio central de casas de inquilinato, en portales y casas de vecinos;[82] en todos los casos ha sido la Actividad Central de la Semana de la Cultura Municipal (tercera semana de marzo) en homenaje a la comunidad concreta con las que cada vez se perfila más, que así por ejemplo, ya ha sesionado en el Reparto Trotcha,[83] Extensión del Carmelo,[84] el barrio del Calixto,[85] Puentes Grandes,[86] La Pera,[87] 12 y 23,[88] la Quinta (de los Molinos), los Baños del Vedado,[89] La Rampa,[90] El Nuevo Vedado,[91] Aldecoa,[92] Las Canteras y El Fanguito,[93] San Antonio Chiquito,[94] La Timba,[95] el reparto Medina,[96] la Plaza,[97] el reparto Vedado,[98] Alturas de Ayestarán[99] y La Dionisia.[100] Es en efecto, aun, una lucha contra corriente que, allí donde ha sido emprendida, ha logrado muy loables resultados.
Metodología para definir una comunidad: su conceptuación.
Por último, no es posible concluir esta mirada a lo que se entendería como comunidad y toda su problemática, si no se ofrece al menos, la metodología por la que definir una comunidad, para la que es de remitir a cinco aspectos ineludibles que metodológicamente, nunca deben entenderse ajenos entre sí, como un detenimiento casuístico demostrará: entorno medio ambiental o ecológico; historia, economía, población, y cultura. Detengámonos pues, en cada uno de ellos:
Sobre el entorno medio ambiental o ecológico se levanta la comunidad como su primera y más elemental identidad, con la que continuará interactuando a lo largo de su historia, para conformar desde aquí la cultura ambiental y la cultura ecológica, de la que derivará toda su vida económica y que distinguirá a dicha comunidad en interrelación con las restantes manifestaciones culturales. Incluye lógicamente, la conformación histórica integral de tal entorno medio ambiental previo a la presencia humana, pero también ulteriormente en interacción con esta.
El devenir histórico de la comunidad alude a la interrelación histórica de la comunidad en interacción con el entorno medio ambiental, pero también por supuesto la clásica historia de luchas políticas ampliada (mucho más allá y en su interconexión sistémica) al devenir por períodos históricos de la vida económica local, de todos sus sectores poblacionales componentes y de todas sus manifestaciones culturales, hasta la actualidad en evolución inclusive y sus perspectivas consecuentes, las probables y las posibles, con vistas a la mejor acción.
Toda la vida económica será incluida como la base técnico–material en función de los más diversos sectores poblacionales y de todas las manifestaciones de la cultura. Se entenderá desde el entorno ecológico y en el devenir histórico de sus modos de producción y de todo el proceso de producción en sí, en todos los sectores y en todo impacto económico y la consecuente cultura laboral, desde los niveles adquisitivos a los modus vivendis, etc.
El estudio de la población especificará históricamente y a partir de la identidad medio ambiental, tanto cuantitativa como cualitativamente, la etnicidad y la racialidad y todo movimiento migratorio, familia, sicología social, los más diversos sectores poblacionales según vida económica y manifestaciones culturales, demandas y necesidades, población residente y población flotante, especificidades de población estudiantil y niveles educacionales, y de población laboral, movimiento pendular y sectores ocupacionales hacia los niveles adquisitivos, condiciones de vida, generaciones y grupos de edades, género y orientaciones sexuales, marginación, intolerancias, asociaciones, las llamadas discapacidades, etc.
Consecuente con el concepto integral y revolucionario de cultura que luego se ofrecerá, aquí sólo se mostrará una operacionalización muy funcional que parte de los estudios previos, y cuyo objetivo dista mucho de insertarse en las propuestas clasificatorias al respecto, aunque tampoco lo elude en lo absoluto y sin duda alguna, es necesario. Todas estas manifestaciones culturales se analizarán en su devenir histórico hasta la actualidad y a partir del entorno medio ambiental y de la vida económica de todos y cada uno de los distintos grupos poblacionales que integran la comunidad de marras.
De tal suerte, ha de incluir la cultura artística, y en primer lugar las diversas artes tanto profesionales como aficionados incluso el arte infantil, de toda generación y grupo poblacional: artes visuales incluida la cultura del vestir, peinados y pelados, artes (y diseño) corporales, maquillaje, bisutería y ornamentación, diseño, arquitectura, urbanismo, cerámica, orfebrería, todo tipo de artesanías y artes manuales, decorativas, mobiliario, heráldica, etc. Las diversas artes literarias tanto orales como escritas (toda la familia de la poesía incluida la décima, y toda la familia de la narrativa, dramaturgia, etc.) incluidos mitos y leyendas, cuentos y novelas, testimonios y ensayos, los distintos géneros del periodismo, la crítica y el comentario, la antroponimia, la toponimia, la zoonimia, la literatura científica (de cualquier ciencia: sociales, naturales, etc.), paremias y refranes, adivinanzas y juegos de palabras, jeroglíficos y trabalenguas, aforismos (ensalmos, rezos, etc.) agüeros y augurios, etc., musicales (composición, interpretación, etc.), escénicas (incluidos todos los géneros tanto de las artes teatrales como de las danzarias, mimos, sombras chinescas, toda representación, narración oral, etc.) y audiovisuales incluida la radio y todos los medios de comunicación masiva hasta el universo actual ciberespacial.[101]
Pero también la cultura artística incluiría las instituciones dedicadas a dichas artes, y todo lo que los diversos sectores poblacionales conocen (al margen del grado de acierto) piensan y necesitan al respecto de ellas incluido su imaginario popular, método este que desde ya hago extensivo para el análisis de las restantes manifestaciones culturales.
Porque el análisis del aspecto “cultura”, tampoco puede eludir la cultura moral (entendida esta como sistema de costumbres, que al erigirse en tanto ciencia deviene “ética” y puede a su vez entenderse en variables e indicadores como la cultura económica y técnica de producción de todo tipo, la cultura ambiental y en concreto la cultura ecológica con su raíz más científica, la cultura culinaria, la cultura física y deportiva, la cultura de ciclo vital incluida cultura funeraria, de nacimientos, etc.; la cultura lúdica de todas las generaciones; la cultura sexual, la cultura festiva y celebracional, el humor, valores y antivalores como hipocresía, valentía, honor, etc. Y por extensión, los hábitos: a entender como tales los no conscientes, tan subvalorados al referirnos a la cultura y sin embargo, tan determinantes en la misma, desde la gesticulación hasta condicionar el sistema de prejuicios, entre otros.
Tampoco puede obviarse la cultura religiosa y sobre religión: no sólo los diversos sistemas religiosos sino la religiosidad en tanto sicología emanada de la religión a todos, incluso sin conciencia religiosa, y las distintas posturas con respecto al tema religioso, desde el ateísmo vulgar hasta el ateísmo científico, este último ya en interconexión con la cultura científica, a incluir asimismo con todo su derecho y su perfil propio (todas las ciencias, incluida la pedagogía, la filosofía, la jurídica con su cultura del derecho y del deber, la cultura de salud y de higiene, la cultura histórica, matemática, biológica, arqueológica, química, etc.; tanto las obras y resultados científicos en sí, como sus exponentes e instituciones, etc.) la cultura estética (gusto para vivir en su sentido más pleno), la cultura política (todo poder, incluso en la familia, en cada colectivo, incluso en cada asociación animal, etc.), etc. Y todo ello al evaluar la variable “cultura”, en su análisis de relación entre cultura popular y oficial y los distintos matices entrambas y más allá, folklore (si como tal se entiende lo que se ha mantenido enrarecido en una cultura popular), papel de las instituciones y en concreto de las academias, seudocultura o kitsch (antivalores en todas las manifestaciones de la cultura), promoción y animación, etc.
Y aun cuando en última instancia estos análisis distan mucho de propuestas categóricas, y después de haber detectado la gran variedad de comunidades que aguardan impacientes y urgidas por trabajos comunitarios acordes a estudios científicos casuísticos, y de introducir algunos elementos metodológicos, técnicos y puntos de vista propicios para la conceptuación de una comunidad, no es posible eludir la responsabilidad que asume la crítica de (re)construir el fenómeno desde sus propios criterios en ejercicio, de donde de alguna manera se puede contra proponer que, en primer lugar, no se dogmatice tampoco esta propuesta aquí formulada, so pena de perder el dinamismo que ella incuba, y definir entonces, a manera conclusiva de este primer capítulo:
Comunidad (humana, que no está de más
aclarar en la nueva cultura ambientalista que por fortuna, cobra cada
vez mayor espacio en la arena internacional) es un conjunto
(relativamente sistémico) de personas con algún(os) aspecto(s)
común(es), de los que depende el tipo de comunidad y sus
identidades.
Cultura comunitaria
No es posible aplazar más este imperativo: propongo entender cultura en tanto “sistema de valores”, enunciado en el que cada palabra ha sido escogida muy intencionalmente.
El sustantivo “sistema” insiste en que la cultura no es un simple conjunto, como tantas veces se ha enunciado; la cultura no es la sumatoria de rasgos, sino un sistema en el que todas sus manifestaciones están interconectadas distintivamente entre sí: la alteración de una, en uno u otro sentido y con mayor o menor alcance, alterará a las restantes.
En cuanto a “valor”, por este se pueden entender las “determinaciones sociales de los objetos del mundo circundante, que ponen de manifiesto su significación positiva o negativa para el hombre y la sociedad” (Diccionario de Filosofía, Editorial Progreso, Moscú, 1984); aun más, axiológicamente, apruebo el término “antivalor” para aquellos de significación negativa, que también podría reconocer como “valores negativos” por el perjuicio contra “el otro” (incluido el entorno ambiental) y contra sí mismo. Desde que los estoicos definieron en el siglo III a.n.e. al valor como objetos valiosos al ser humano, mucho ha avanzado la Humanidad al respecto.
Profundos estudios podrían expandirnos a múltiples reflexiones que desde antaño y en todo el orbe, se han hecho al respecto, pero prefiero limitar el presente análisis, a los aportes sobre los valores con que contamos en Cuba, ya que en sí sintetizan las ideas esenciales de interés al objeto de estudio actual.
Así por ejemplo, y casi en orden cronológico que indica la evolución, José Ramón Fabelo (1996) concreta los valores espirituales como proyectos ideales que surgen sobre la base de las necesidades y la práctica humana y que contienen qué hay que transformar en la realidad y en el propio hombre, y enfatiza la naturaleza ideal del valor, su condicionamiento objetivo histórico-concreto por la práctica y las necesidades humanas por cada época y sociedad, y los elementos proyectivos que contienen anticipaciones pues el valor es siempre un fin de disímil alcance que el ser humano porta en su tiempo.
En 1985 Zaida Rodríguez (Filosofía, Ciencia y Valor) aportaba sus argumentos, y Rigoberto Pupo le dedica un capítulo a la actividad valorativa (La Actividad como Categoría Filosófica); particular importancia ha tenido la experiencia y el análisis de la profesora Lissette Mendoza Portales, acuciante investigadora entre siglos sobre el tema del valor.
Resultado de tales estudios, los diversos criterios convergen a definir “valores“ como los componentes de la ideología en su acepción más integral de sistema de ideas y formaciones espirituales complejas con sus diferentes determinaciones; componentes atomísticos de ideas estéticas, éticas, filosóficas, políticas, etc. como una particularidad dentro de la ideología, la cual siempre tiene su componente valorativo. Pero también asumo el doble significado pues en una operacionalización, las variables se verifican en sus diversos valores: por tanto, los valores que integran a la variable “cultura” son tanto las diversas manifestaciones culturales (interconectadas sistémicamente entre sí y que a su vez, devienen variables que se subdividen en numerosos otros valores, todo lo cual ya se pormenorizó a finales del acápite anterior) como todas las determinaciones que sobre el universo y/o cualesquiera de sus componentes (incluido el propio ser humano y todo su universo creado y recreado no sólo material, sino también espiritualmente) porta (y también genera por supuesto) el sujeto; en este caso, la comunidad. Incluye lógicamente, las cualidades del fenómeno en sí.
No obstante, asumo que tanto el barroquismo característico de nuestras raíces hispanas como el rebuscamiento (a mi juicio de innecesario e intelectualoide hermetismo, y en ocasiones hasta snobista) de algunos estratos en la intelectualidad, rechaza una definición aparentemente tan simple (“sistema de valores”), y a menudo alejándose de la esencia describen el fenómeno, no siempre muy bien y aún cuando se propongan lo contrario, degeneran excluyentes y repetitivas, incubando otros problemas conceptuales.
A las definiciones anteriores (salvo excepciones) critico su falta de comprensión de la cultura en tanto sistema, y por otra parte una supuesta conceptuación que suele devenir más bien una operacionalización, que casi por definición (al no ser su intención) suele explicitar imperdonables omisiones muchas de las cuales, lógicamente, sólo en el desarrollo epistemológico habrán de “descubrirse” por los avances de las ciencias, tales como lo que hoy podemos considerar una cultura ambiental y una cultura ecológica,[102] una cultura sexual, entre otras tantas.
Es este un fácil enunciado, pero nada más lejos del facilismo. Como vemos, un análisis detenido permitiría comprender que aquí subyace la esencia de la más profunda riqueza con que se puede concebir la cultura, en su acepción más integral y revolucionaria: a los cientos de definiciones sobre la cultura contra propongo esta, que además de la virtud que siempre implica la sencillez (no el simplismo) define la esencia misma de la cultura.
Tal concepto de cultura emerge por supuesto, desde su evaluación en todo su devenir histórico, desde la llamada Teoría de la Cultura y la Antropología Cultural, hasta la Culturología y los actuales Estudios Culturales, sin demeritar por supuesto los aportes que desde otras disciplinas se han realizado al acercarse al estudio de la cultura, como por ejemplo acontece con la Sociología de la Cultura.
El interés por lo que la cultura es, estuvo centrado en un inicio en lo que se ha dado a conocer en su evolución como Teoría de la Cultura, desde la que se lanzaban las primeras (y tantas) definiciones y conceptuaciones de cultura desde su propia etimología, entendida la cultura como “cultivo” en la aprehensión humana de la realidad, y que prácticamente desde sus orígenes se centró (lógicamente: “de la realidad”, aún primariamente entendida) en la relación hombre-naturaleza-sociedad, tradición aun vigente por las disciplinas que le continuarían aportando al enfocar la cultura.
Un nuevo escalón al sistematizar tales estudios y profundizar en sus enfoques científicos, se gana con el surgimiento de la Antropología al iniciar la segunda mitad del siglo XIX en función de los gobiernos imperiales para conocer ese “otro” que comenzaría por el “otro” colonial a fin de reafirmar su dominación, pero cuyas raíces A. J. Vidich y S. M. Lyman[103] y otros remontan a los llamados “cronistas de Indias” —que no podemos reducir a “las Indias” y ni siquiera a las Américas— de los siglos XVI y XVII, en tanto “Etnografía primitiva”, origen de la ulterior y decimonónica “Etnografía Colonial”.
Ya con ello, la cultura devino objeto de estudio de la Antropología Social (asimismo, y no por casualidad, llamada Antropología Cultural, y que otros ante la difícil disyuntiva de uno u otro adjetivo deciden incorporarlos ambos, en infeliz solución por las polémicas que implican y en las que en breve nos detendremos, como Antropología Sociocultural) que más allá de la Antropología Física no se detenía en la fisonomía del colonizado, e incursionaba con particular interés en su modo de vida cotidiana.
Con el decurso del tiempo y el desarrollo epistemológico de esta Antropología Cultural, dentro de ella se definirían diversos campos o áreas que apuntan a las diferentes manifestaciones de la cultura, con las que entroncan directamente y en las que se especializan, tales como por ejemplo, se habla de Antropología del Arte (al margen de aquellas por artes concretas como la Antropología del Teatro, toda vez que por “arte”, como lamentablemente suele suceder, muchos interpretan una reducción a las tradicionalmente conocidas como artes plásticas, pero que pudiéramos ampliar mucho más), Antropología Visual, Antropología de la Religión, Antropología Política, Antropología del Deporte, Antropología Culinaria, Antropología Ecológica, incluso por contextos constructivos la Antropología Urbana y en supuesta contraposición (a mi juicio no solo no necesariamente, sino incluso, anti-científicamente), la Antropología Rural.... etc.
Cada una de estas áreas y el desarrollo de la Antropología Cultural con su propio instrumental nos ha estructurado previamente los basamentos teóricos y metodológicos imprescindibles a estudios como este: para E. B. Tylor definir la cultura es objeto de estudio de la Antropología Cultural y es lo que el hombre aprende, diferente de lo que adquiere biológicamente, con distinciones particulares entre Naturaleza y cultura, y entre cultura y sociedad.
Claude Levi-Strauss en la producción simbólica, subraya la distinción entre la cultura y lo puramente biológico, concepción en que la cultura se adquiere por tradición y educación; valora la Naturaleza como universal, base para quienes polemizan que todo acto natural es cultura, pues todo lo biológico toma cuerpo en una cultura. De aquí que los evolucionistas buscaran el “estado natural” de la Humanidad, y enfocaran cómo la cultura ha transformado la Naturaleza. En su filosofía de la cultura, Rickert expone que el carácter diferencial de la cultura frente a la Naturaleza no es mera presencia, sino objeto o presencia al que se incorporan valores en relaciones de subordinación. Ya en 1948 Leslie A. White en los Estados Unidos, es considerado el padre de la Culturología, que a diferencia del carácter práctico material del acercamiento antropológico a la sazón, desde la filosofía estudia la cultura, en la que incluía la (para mí) trascendental palabra “sistema” —uno de sus grandes aportes, a mi parecer— y otros culturólogos como Eduard Markarian[104] no olvidan la relevancia de un sistema o subsistema ecológico indisolublemente integrado.
No es sino hasta las décadas de 1950 a 1960, que un nuevo enfoque desde los Cultural Studies (Estudios Culturales) en los círculos universitarios de Birminghma, Inglaterra, enfatizan la importancia de la contextualización para entender la cultura, aún más imprescindible (a mi modo de ver) si de cultura comunitaria se trata. No es casual, en mi apreciación, que en el segundo lustro de los años 1980 haya comenzado en Cuba bajo el rótulo de Estudios Culturales a cientifizarse lo que hasta entonces y desde 1976 recogía el Atlas de la Cultura Popular Local en cada contexto municipal, y cada vez más, según el contexto.
Una vasta bibliografía al respecto engloba los más disímiles enfoques y análisis sobre el tema;[105] y nos coloca frente a otras polémicas imprescindibles a afrontar desde ya, como es el caso de las denominadas cultura material y cultura espiritual, el carácter activo de la cultura y la inexplicable escisión que vemos levantarse entre lo cultural y lo que de pronto, se está llamando “sociocultural”. Veamos cada uno de estos tres últimos aspectos introducidos en el debate.
En primer lugar (por cualquier referencia aislada a lo largo del presente discurso) no comparto del todo la escisión de la cultura en cultura material y cultura espiritual, puesto que lo más material (un plato de comida, una cirugía en el salón de operaciones, un asesinato, el acto sexual) nunca dejan exentos diversos grados de espiritualidad, y lo más espiritual (la música, la religiosidad, la ciencia, el amor incluso más platónico) de una u otra forma, requieren de su materialización para realizarse en sí mismos; en última instancia, lo material y lo espiritual son dos valores (vistos desde este ángulo) en un mismo fenómeno cultural, y que todo fenómeno cultural, además, porta.
También es imprescindible dejar enfatizado el carácter activo de la cultura en tanto generadora de un nuevo universo (material y espiritual a la vez) y en consecuencia, su papel revolucionario en tanto su capacidad de corregir, enmendar y lograr grados superiores del desarrollo (en función del bienestar humano que exige a su vez, el bienestar del entorno que lo rodea), en cualesquiera de los tantos valores (incluso el valor estético, tan subvalorado sin percibirse sistémicamente como el gusto incluso por vivir… que de lo contrario, disminuye la esperanza de vida) en que esto puede interpretarse.
En tercer lugar, refiero los fenómenos culturales, y no socio culturales: estimo que el prefijo “socio” es herencia abusada (y ya viciada) de un sociologismo estrecho al que no parecía suficiente “lo cultural”. ¿Qué es lo cultural que no es social? Si aceptamos que la cultura es privativa de la sociedad humana, y que por otra parte (sobre todo con el concepto integral de la cultura que estamos manejando, cada vez más en exitosa y justamente reconocida boga) todo fenómeno social (inclusive en su sentido más estrecho a estudiar por la Sociología, la Economía o cualesquiera de las restantes Ciencias Sociales: etnicidad, migraciones, proceso de producción, base material, etc.) es asimismo un valor cultural entonces, basta con referirnos a lo cultural, que a su vez requiere de múltiples especializaciones que (como demuestra día a día el mundo contemporáneo) perderán rigor científico mientras insistan en desconocerse unas a otras.
El estudio social, por su parte, enfoca a la sociedad en sí como objeto de estudio, no a sus valores, espacio en que se desempeña lo cultural, lo que no excluye para nada la interconexión sistémica. El único argumento que me convencería de que es admisible el adjetivo “sociocultural”, es la tesis (que ya se maneja por algunos pioneros de la comunidad científica internacional y que apoyo) de que no toda la cultura es humana, puesto que también (comienzan a reconocer ya) se puede hablar de una cultura animal y yo diría más: de las culturas animales, pues cada especie porta sus propios hábitos, pero aun más, ellos diferencian a cada individuo del resto de su especie. Si no adoptamos las mismas actitudes academicistas que contra Darwin hubo, este planteamiento es bien comprensible porque la cultura no es sólo lo consciente, sino también (y en dosis protagonista, aunque aun los avances científicos no hayan podido abarcarlo en toda su dimensión, en tanto base que no es justamente la punta sino todo el resto del iceberg) lo inconsciente o no consciente, sin caer en el debate sicológico al respecto, que merece todo el respeto a otra profundización.
Y aun cuando coincidamos que el subconsciente humano difiere del “subconsciente” animal (planteamiento en sí mismo antropocéntrico puesto que toda especie difiere de las restantes, también en estos términos... incluida la especie humana) negar el valor de los instintos humanos (por ejemplo) para la cultura sería una lamentable abstracción (más bien, degeneración) de una comprensión cabal de lo que la cultura es. Entonces: ¿por qué negar que los instintos animales al ejecutar las obras ingenieriles de las hormigas, los nidos de las aves, sus rituales sexuales, sus mecanismos de sobrevivencia, el panal de las abejas, la higiene del gato, el poder dentro de cada manada, sus gustos por una u otra comida o posición o incluso sexual, entre otros infinitos ejemplos que abundan en prácticamente todas las especies, elementos que repetidamente permiten a los expertos hablar incluso de organización “social” (y que ya introduciría que no toda sociedad es necesariamente humana, con lo que el “socio” antepuesto a “cultural” también temblaría) indican otra cultura cuyo adjetivo animal incluso quedaría demasiado globalizador, y que sería menester catalogar por especies?
Dicha cultura no exige de conciencia para ser tal; basta con la conciencia en la cultura humana para reconocerla en la otredad ecológica. Pero si agregáramos a todo lo anterior, los resultados de nuevos avances en ciencias tales como la Sicología Animal, y las demostraciones sobre los diversos grados de inteligencia en las distintas especies e incluso entre los individuos diferenciados dentro de cada especie, así como sus demostraciones de gustos “personales”, valores afectivos y otros muchos más... Entonces sería una aberración antropocéntrica negarse a reconocer las posibilidades de una (al menos, una) cultura animal, tan diversa (quizás más) que la cultura humana. Y en tal caso cobraría algún sentido (como se ve aun polémico si se comienza a entender asimismo las “sociedades” y no manadas, de animales) el término “socio cultural”.
Como cultura comunitaria quedaría definida, entonces, el sistema de valores de la comunidad en cuestión:[106] esta cultura comunitaria en cada sociedad, vive en indispensable interconexión con la cultura popular de dicha sociedad (y en consecuencia, con la cultura “no popular” y con otros términos familiares como el de folklore) así como con la cultura de masas. Suele entenderse que un pueblo agrupa diversas comunidades, y es cierto, muy evidente cuando de comunidades residenciales hablamos; tal es el caso de los barrios.
Pero también hay comunidades que trascienden diversos pueblos, tales como la comunidad científica o diversas comunidades étnicas, religiosas o profesionales (entre otras), al margen de su transculturación casuística en pueblos concretos. Todo ello, aun cuando tratemos de eludir problemáticas superiores del concepto “pueblo”, y lo limitemos a emparentarlo de alguna manera, con la nacionalidad; la cual a su vez, sabemos que en realidad se manifiesta y reside en diversos “pueblos” (algunos rurales, otros en la medida en que se urbanizan y crecen devienen ciudades, hay regiones concretas como es el caso cubano, otros más complejos aun son diversos estados e incluso, distintas nacionalidades, en los estados multinacionales) dentro de un mismo país, para potenciar aun más la complejidad del fenómeno en estudio.
En este análisis, dada su trascendencia metodológica a verificar en la práctica cotidiana en tanto criterio de verdad (ineludible siempre, mucho más si de comunidades se trata) merece un especial aparte su relación con la cultura popular, incluidas sus especificidades con el folklore y concretamente, con la cultura de masas.
Enfaticemos (por su importancia metodológica) la indisoluble y dialéctica relación que existe entre cultura popular y la cultura oficial o del Estado, en su mismo devenir histórico durante el que se llenan mutuamente de constantes préstamos en los que cada una se revitaliza y transcultura, relación de la que se permean todos los niveles intermedios como las academias y otros. Suele ser más fácil (a pesar de todo lo complejo que es) definir una cultura popular que “la otra”, llena (también) de gradientes.
La cultura comunitaria identifica a una comunidad de otra dentro de una misma sociedad (y allende la misma) y en ella confluyen de forma particular (no necesariamente todos) los valores de la cultura concreta de esa sociedad, tanto de su cultura popular como de la “no popular” (inclusive la más oficial o del Estado y hasta la oficialista, la de las academias, instituciones, organizaciones y todo el sistema intermedio) sino también de la “cultura de masas” (si como tal asumimos lo que la escuela de Frankfürt llamó “industria cultural”: la de los medios de difusión, y no “la de las masas”) y de todo el ambiente cultural, inclusive del folklore en los casos pertinentes, aunque todos ellos no se agregan unos sobre otros para arrojar la cultura comunitaria, sino que se matizan en una identidad propia cuando cobran una relativa homogeneidad al cocerse en una comunidad concreta, en base (pero nunca exclusivamente) a aquel aspecto común que les hace devenir comunidad, sin quedar atada por el mismo y alcanza todos los restantes aspectos de la vida de los diversos componentes en dicha comunidad.
En cuanto al folklore en sí, o se asume como cultura popular en tanto “saber del pueblo” o se acepta la distinción (algo exótica) de que son aquellas manifestaciones tradicionales que por uno u otro motivo, perviven prácticamente como anacronismos en su entorno.
En lo que a la cultura de masas compete, la que generalizan los medios de difusión masiva, apunta hacia un espectador medio a diferencia de las anteriores, que por definición están plenas de las individualidades componentes con toda su amplia diversidad implícita, sobre todo en las comunidades más complejas y en las que incide la interacción de diversas otras comunidades, tanto en cada emisor y colectivo de emisores en su obra resultante, como en cada receptor y colectivo de receptores con todas sus mediaciones, que definían Jesús Martín Barbero y sobre todo, las “múltiples mediaciones” de Guillermo Orozco. Pero sin lugar a dudas, ni la cultura popular ni la cultura comunitaria pueden homogeneizarse como la cultura de masas proyecta por definición (no es ni bueno ni malo de “los medios”; simplemente, es; y es mucho más universal que “los medios”), al margen de diversas variantes y hasta políticas que la rijan, y ello no se entienda como la crítica acérrima y a veces aberrada que algunos profesan contra los medios de comunicación masiva, cuya limitante en última instancia no radica en los medios sino en su uso reduccionista y simplista, a menudo oportunista en el mismo efectismo y más allá, y también, cómo no, en los seudo análisis reduccionistas y simplistas (y también oportunistas y efectistas y más allá) tanto apologéticos como detractores contra los medios.
No es posible negar que lo que hoy englobamos como medios de comunicación masiva (desde su lento despegue en sus primeras edades con el surgimiento de la imprenta y los avances en los medios de transportación y correos al calor de la Revolución Industrial primero, el telégrafo y el teléfono, y sobre todo con la potenciación acelerada desde el cine al nacer definitivamente en 1895 y la radio paralelamente a las grabaciones musicales y sus medios de transmisión cada vez más sofisticados, hacia la televisión y los vídeos, el internet con la digitalización y los correos electrónicos y la realidad virtual, entre otros) es uno de los tantos aportes que la revolución científico-técnica ha puesto al servicio de la Humanidad, armas fundamentales para encausar las más nobles y urgentes batallas, desde la justicia social y el avance científico–técnico en cooperación entre los pueblos, hasta la lucha contra el vih/sida y por una cultura ambientalista, o en la más legítima realización personal que acaba allí donde agravia y margina al “otro”, entre otras tantas... al margen de que aun, los intereses mezquinos de una pseudo humanidad los desvirtúen hacia otros derroteros tan distantes como distintos.
También, es cierto, la cultura de masas suele ofrecer modelos susceptibles de ser popularizados (o al menos, de todos o casi todos conocidos) acrítica y dogmáticamente, de común sobrevalorados por encima de otros valores de mayores kilates, aunque por un motivo u otro, (aun) dicha cultura de masas no les dedique su necesaria atención, bien sea por falta de ojo promotor de nuevos talentos, por los lamentables pero consabidos “problemas personales” y “abusos de poder” (en este caso el poder de los medios, no por gusto conocido como “el 4to. poder”) o porque simplemente, no haya llegado hasta sus radios de captación.
Sin embargo, por su propio instrumental, cada mensaje y cada producto (en su mejor acepción incluso) de los conocidos del inglés como mass media, aun en sus proyecciones más pretendidamente interactivas y hasta participativas, aun cuando incluye la polémica, no deja de ser UN mensaje o UN producto (al menos hasta ahora... no seamos escépticos ante un futuro que ha demostrado al presente y desde el pasado, sus potencialidades prácticamente infinitas, que sólo a los incrédulos sigue asombrando y tomando de sorpresa) cuando más, polivalente; imágenes que se trasmiten en una “otra” realidad, cuando la realidad de origen es todavía más compleja, también por definición, toda vez que como reconoce la sabiduría popular, “cada persona es un mundo”, mucho más complejo aun en sus interconexiones establecidas al conformar comunidades que, además, interactúan entre sí constantemente, más explícita o implícitamente, a menudo, mediante un mismo sujeto portador; cultura de masas que como acontece con toda imagen, se potencia al infinito no tanto en la cultura popular como en la cultura comunitaria, motor impulsor donde se cuece la cultura popular.
Y a pesar de lo complejo, es indispensable abordar los nexos entre cultura, educación y comunicación: reconozcamos la comunicación como la transmisión de cultura (operacionalizada en términos de valores culturales, que ya abordamos) y que la educación por tanto, sería la resultante de cómo se ha comunicado la cultura. La Pedagogía estudiaría entonces las leyes y metodología del proceso docente-educativo en que se logran tales resultados de educación, en tanto la Comunicología que apunta ya desde mediados del siglo XX, estudiaría las leyes y metodología en el proceso de transmisión de valores culturales.
La cultura es por ende, y en un sentido con el que aun es forzosa alguna reserva, el contenido de una y otra; reserva por cuanto la cultura no sólo es contenido, y tanto la comunicación como la educación devienen en sí mismas cultura, al implicar asimismo valores en sí. En realidad son tres acercamientos de un mismo proceso, por cuanto la cultura para vivir (que sólo vive en transculturación) necesita comunicarse y el resultado será inexorablemente, una educación, que es a su vez un nivel (imagen) cultural, al margen de las vías que esta utilice y que en efecto, resulta bien polémico de catalogar entre formales y no formales: en tal sentido comparto el criterio del Dr. Orlando Suárez Tajonera de que tal clasificación no se sustenta, puesto que toda educación tiene forma y contenido, por lo que no procedería referirnos a una educación (tal vez menos a una vía de educación) no formal; quizás por informal se pueda entender, mejor, no formalista. También en esta cuerda del discurso, por supuesto, el contenido que toda educación tiene es la cultura, lo mismo si se educa en Matemáticas o en Química o en Educación Laboral o en Educación Física, que si se educa a comer a la mesa.
Por ende, también es menester detenernos en la educación comunitaria: como educación popular (en la que Martí apuntaba la comprensión de absolutamente todas las capas y clases sociales, y que en este caso, a objetivos del presente estudio, remitimos como la educación comunitaria, si bien pudiéramos establecer prudenciales disquisiciones de rigor) no se ha de entender la suma mecánica de los niveles de instrucción (nivel académico, que sin dudas interviene, pero su relevancia es transcendida por el nivel cultural, mucho más integral y acorde al sujeto en sí que al título conferido) que hayan alcanzado sus integrantes, sino la integración que de alguna manera logra resumir los resultados de transmisión de cultura en todos ellos en torno al aspecto común que los hace devenir comunidad, y más allá a la vida de todos, fundamentalmente en común.
Particularmente importantes son entonces, los diversos factores que distintivamente, intervienen e inciden de las más diferentes maneras en dicha educación comunitaria, y que por ende, son decisivos para comprender en su conformación la cultura comunitaria: la familia desempeña un papel protagonista en esta educación popular, pero en la comunidad no sólo educa la familia: también los vecinos, y claro está, los medios de comunicación masiva, todo el sistema institucional, etc.
Así por tanto, no es posible obviar la educación transmitida por el resto de la sociedad e incluso, de toda la nación y del nivel internacional, bien sea por contactos personales fuera o dentro de la comunidad (tanto los visitantes foráneos a la comunidad por cualesquiera de las razones posibles, e incluso las visitas fuera del país por los miembros de la comunidad, aislados y/o no) o indirectamente por los medios de comunicación masiva o por otros terceros, incluidos los mecanismos estatales de educación y otros; en todo lo cual lógicamente, cobran gran peso a considerar las traducciones e interpretaciones, versiones y adaptaciones, todo lo cual además, se ha de evaluar en su devenir histórico y desde sus mismas raíces y antecedentes al menos inmediatos, por todo el efecto acumulativo que incuban, pero también sincrónicamente.
Otro tanto, lógicamente, nos exigen los estudios sobre la comunicación desde sus más que sospechosas coincidencias con el vocablo “comunidad”: no es casual que la palabra provenga también del latín comunis, en este caso “poner en común”, que es la esencia del acto de comunicar cuando dos o más personas “ponen en común” alguna idea, e incluso se reconoce el nivel intrapersonal de la comunicación cuando un individuo “pone en común” diversas ideas o una idea pero consigo mismo en esa fase tan importante que sería la auto comunicación; vemos que su análisis multiplica sus dimensiones si se estudia en particular, como transmisión de valores en el seno de una comunidad, y entonces comprendemos la importancia del estudio de la comunicación comunitaria para entender la cultura de dicha comunidad desde sus resortes más íntimos.
Sólo ahora podemos concebir adecuadamente y en toda su significación, la comunicación comunitaria, que solamente puede ser considerada simple y elemental por quienes subvaloren la comunidad: en la medida en que la transmisión de valores sea participativa y retroalimentaria, en que las ocasiones interactivas sean desprejuiciadas, abiertas y constructivas, y el perfil trasmisivo de los medios de difusión masiva (por ejemplo) se desarrolle sobre bases científicas, la educación resultante será mucho más sólida y profunda al lograr personalidades más plenas y capaces.
La comunicación comunitaria demuestra su natural aprovechamiento de todos los sentidos (y, de ser posible, aún más al apelar a la intuición) aunque la palabra tanto oral como escrita[107] sigue ocupando el trono, y con ello el oído (y la vista para la lectura, el tacto en el caso de los invidentes con el sistema Braille y otras formas; no obviemos el lenguaje con y entre sordomudos, y hasta la lectura de labios) se privilegia entre todos los sentidos, de aquí que Ferdinand de Saussures y otros fundamenten la Semiótica, pues no es sólo lo que se comentan entre sí los diversos miembros de un vecindario, incluidos los antivalores nunca ajenos (al menos no del todo) al resto de la cultura popular y a veces alimentados hasta por las peores miserias humanoides, como el chisme, el brete, la bola, la difamación, las calumnias, la hipocresía, la demagogia, el timo; el “comentario”, “radio bemba” y los efectos distorsionantes de una realidad; incluso la gran tipología del humor más allá de la palabra, y los comentarios y puntos de vista (a manera de una “crítica comunitaria” más local dentro de la “crítica popular”, entendida la crítica según Martí, como “ejercicio del criterio”, muy vivencial en las comunidades) sobre los medios de comunicación masiva (la telenovela y la radionovela, el noticiero, las películas, los musicales, los programas humorísticos, el deporte, etc.)
Se incluye la radio local, radio base, altoparlante, interjecciones, sonidos onomatopéyicos, el tono y el énfasis al hablar (acentos, dejos, etc.) toda la literatura oral (oratoria, pero también la más genuinamente popular como refraneros, moralejas, paremias, augurios, salmos, rezos, adivinanzas y otros juegos, etc.) la toponimia y la antroponimia popular y oficial: apodos, nombres y apellidos o patronímicos de las personas según la cultura, y en la zoonimia con los animales y también en las plantas, sus nombres propios y nombres comunes tanto científicos como populares; la música transmite estados de ánimo, sensaciones, etc. y los más diversos sonidos: la sirena de una ambulancia o de la policía, o de un carro o casa o banco que se pretende robar, el claxon para evitar accidentes o llamar la atención en un momento dado, un silbido de llamado, etc. y sonidos inclusive, no sólo humanos, como acontece en la comunicación entre todas las especies: la cercanía de animales que o bien nos son afines e incluso requieren de nuestro auxilio, o bien pueden resultar nocivos y peligrosos en diversas medidas; la inminencia de accidentes que el sonido nos ayuda a evitar (techos que crujen, por ejemplo) el mal o buen funcionamiento de distintos equipos, etc. sin olvidar el kitsch: la contaminación sonora, desde el hablar demasiado alto o el exceso de decibeles para la música según el entorno, o ruidos en general fuera de momento y lugar, las llamadas “malas palabras” que sí devienen malas cuando se abusan y se emplean fuera de contexto por lo que las vacía de su carga semántica anulando su función en la cultura; etc.
Como vemos, los sentidos tampoco están divorciados unos de otros en el proceso comunicativo, por lo que áreas concretas de estudio como la Comunicación Visual adquieren protagonismo para entender la cultura comunitaria desde la comunicación comunitaria. La visualidad comunica además de la palabra escrita, desde la propia imagen visual de la identidad local, sea la misma arquitectura de esa comunidad, su urbanismo, su diseño ambiental, la gesticulación y tonos y matices al hablar, sus vestimentas y accesorios, por lo cual se puede implicar determinadas formas de la religiosidad, pero también se explicita el travestismo aunque como imagen se confunde erróneamente con la sexualidad que en tanto más privada, guarda todo su derecho a una comunicación más personal, y son los dogmas y esquemas los que socializan o hacen más social la sexualidad en base a la gesticulación, formas de caminar o el travestismo.
Asimismo la vestimenta y los accesorios (y la misma gesticulación y la expresión facial) comunican estados de ánimo, status sociales y espíritus generacionales mediante las modas por sectores poblacionales, así como liberalidad o conservadurismo, grados de actualización y de cosmopolitismo y jovialidad o no, sin olvidar los modismos como su kitsch que sólo busca no discrepar de “lo que debe ser ahora”, otra forma de conservadurismo pero por pseudo modernidad) gesticulación y formas de proyección, vallas, murales (urbanos, institucionales, etc.) citaciones, boletines, señales del tránsito, grafiti lo mismo en los monumentos que en los baños públicos que en los medios de transportación que en los edificios, anuncios, propaganda, promociones visuales, hitos kilométricos y mojones con nombres de calles, placas con números de casas, carteles, marquesinas, postes, identificaciones de instituciones y otras, etc. y en todo ello, los mejores y los peores ejemplos.
Pero además del oído y la vista, todas las especies (y el humano no es una excepción) se comunican también en (y con) sus respectivas comunidades por los restantes sentidos, puesto que por ellos aprehenden el entorno; en dependencia de la especie, algunos sentidos determinan más que otros, bien sea el olfato, el gusto, o el tacto.
El olfato salva de la muerte a muchas especies, y entre los humanos es básico para una comunicación que en la comunidad se evidencia mucho más que a los niveles macros de la sociedad: los olores nos anuncian lo mismo la cena que prepara el vecino en casas particulares (en ocasiones para ostentación y competencia, etc.) que deviene propaganda de una paladar, de una cafetería o de un restaurante, la inmediatez de un jardín, pero también avisa una comida o un equipo electrodoméstico que se quema y más allá, un fuego inicial; “naturalmente” focos contaminados, animales muertos, hedor por cementerios sin la atención debida, fosas albañales, perfumes, ambientadores, etc. el sudor del día laboral o del gimnasio, algún enfermo o las aguas albañales que corren y la putrefacción que ha quedado relegada en la indolente negligencia y que amenaza con contaminar la higiene ambiental.
Por el gusto, el paladar no solamente nos comunica el sabor e ingredientes de un plato o bebida, sino que en diversos casos (y a pesar del peligro del envenenamiento, intoxicación y demás) se identifican (incluso técnicamente por peritos) otras sustancias y hasta materiales que no son precisamente, digeribles; a lo que debiéramos incluir el “sabor” que incluso desde el plano más espiritual, sin embargo, nos dejan determinadas imágenes, ideas y afectos, positivos y negativos.
El tacto comunica también otras cualidades en que vive la misma comunidad, sus acciones y reacciones frente a las diversas temperaturas, su consistencia, duro o blando, áspero o suave, materiales, etc. y hasta en su imaginario popular, lo que para la comunidad representa el contacto físico (apretones de manos, besos, etc.) y si se incluye o no entre sus saludos y despedidas, en ocasiones su sentido erótico y sexual que por supuesto, va mucho más allá del tacto, su forma de contacto con el mobiliario y con los mismos inmuebles en que se desenvuelven, etc.
Inclusive, según la cosmovisión de la comunidad, se puede hablar de una comunicación sensorial (todas las que hemos visto a través de los cinco sentidos, percepción, representaciones, etc.) y de una comunicación extrasensorial: universo en que pudiéramos incluir la intuición, pero también la telepatía, telequinesia, videncia, mediumnidad, etc. en dependencia de las características de la comunidad en cuestión.
No obstante, en la práctica consuetudinaria todos estas vías de la comunicación se complementan unas a otras a la par: un ejemplo típico lo es el saludo y la despedida, que a la vez es visual, táctil, sonoro, intercambia apretones de manos, caricias, besos... en algunas culturas humanas, como en otras especies, el saludo y la despedida llegan a incluir hasta el olor y el sabor.
Pero también la comunidad se identifica culturalmente en la forma en que asume los medios de comunicación masiva (TV, radio, prensa escrita (internacional y nacional, regional y comunitaria; cine, vídeo...) y cómo se manifiesta (organizada o no) la cultura del debate, las reuniones “formales” y “no formales” (digamos mejor, orientadas y naturales, pues nunca carecen de forma) en las comunidades y en los grupos concretos dentro de cada comunidad, incluido todo un universo comunitario muy propio de los símbolos, dados en textos y subtextos en las intenciones de cada mensaje a comunicar: como ya son paradigmáticos los lenguajes de las flores o de los abanicos o los símbolos de los colores, de animales y plantas, valores (positivos y negativos) sobre las razas (incluso humanas) y especies, sobre la sexualidad y los géneros, sobre las generaciones, etc. por cada cultura, incluso la confección y empleo de diferentes instrumentos, herramientas, utensilios, obras, etc. y hasta los distintos usos (en su peor y en su mejor sentido) de un mismo objeto (mueble o inmueble, biológico o no e incluso, de un mismo sujeto) según cada cultura comunitaria. Y según cada contexto comunitario, desde las más primitivas señales de humo o los corredores entre una comunidad y otra, etc. hasta el correo postal, la acuñación y la revolución en la telefonía en las comunidades más complejas, desde la clave morse y el telégrafo hasta la computación con intranet e internet, del correo electrónico a la realidad virtual, los juegos de computación, el chateo y las formas más avanzadas de comunicarse en el mundo contemporáneo.
En la comunicación en cada comunidad, desempeña su papel tanto el transporte local como el macro comunitario o social, el nacional y el internacional que por tal comunidad transita, y todo el sistema de guías y señales para orientar y organizar dicha circulación; así como se cruza con otros campos comunicológicos como la Comunicación Organizacional al contemplar, por ejemplo, la comunicación en el mismo seno de la comunidad, de sus organizaciones de masas y sus líderes “formales”,[108] a extender el análisis en su relación con los líderes naturales, quienes, cuando se desempeñan a su vez como líderes “formales”, en ocasiones, llegan a rompen las endebles fronteras que por definición asumen los diversos campos de las ciencias sociales, para establecer nuevos paradigmas.
En todos los casos el papel que dentro (y desde fuera, y hasta, en ocasiones, hacia afuera) de la comunidad desempeñan los líderes (naturales o no) y su influencia educativa en el resto de la masa o al menos, de su grupo liderado concreto, siempre relativamente, es insoslayable de la comunicación comunitaria y por ende, de la cultura comunitaria.
De todo ello se deriva no sólo la imagen (y más allá, todo el rico imaginario popular) que la comunidad (no como la sumatoria mecánica de todos sus miembros, sino como aquellos caracteres que han logrado enraizarse desde allí, donde subyace la esencia común que la define en tanto comunidad) tiene del entorno y de sí misma, sino también, una zona básica apenas explorada hasta el momento de la identidad comunitaria, en la que se pronuncian incluso, numerosos rasgos de eso que habríamos de empezar a reconocer como “subconsciente colectivo”, en este caso, comunitario, tan diverso como homogéneo, tan personal como impersonal a un tiempo.
Para poder sentirnos relativamente satisfechos en cuanto al complejo tema de la cultura comunitaria, se imponen además por su interés metodológico, las debidas reflexiones en cuanto a tópicos tales como la dinámica entre imagen e identidad, el trabajo comunitario y la evolución que la promoción y la animación han conocido en Cuba, en función de la cultura comunitaria.
Así nos llega pues, ineludible, otro horizonte de cuestionamiento: ¿Qué entender como trabajo comunitario? Podría proponerse, como concepto, aquel que se realiza en función de la comunidad. Puede hasta parecernos muy bien... al menos de inicio.
Pero esto lejos de dogmatizarse para su repetición acrítica, llama a la polémica. ¿Es trabajo comunitario, el del artista que pasó por la comunidad un fin de semana, mostró su obra y se fue? Por eso era importante el análisis de la comunicación; el paradigma puramente transmisivo que ha seguido el artista señalado, ha ignorado casi absolutamente la cultura de esa comunidad concreta, al menos en la forma en que ha sido enunciado el trabajo realizado. Sin embargo, no cabe duda: trabajó en función de dicha comunidad, al margen por supuesto de cualquier otro beneficio propio. Incluso cabría pensar que dejó huella en tal comunidad, tal vez artística, estética o al menos, en la memoria histórica local.
De reconocerse como trabajo comunitario, no ha promovido sin embargo, la cultura de dicha comunidad, excepto quizás, al contar luego sus vivencias de las que no se puede esperar más profundidad; no ha sido el paradigma participativo de la comunicación que ha identificado por ejemplo, el quehacer del Grupo Korimakao, que por ello logra despegar entre los mejores valores de la Ciénaga de Zapata, que en general promueve; ni el interactivo del Plaza Vieja de Uberto Llamas en La Habana Vieja. Podría contraproponerse, por ahora al menos: el trabajo representativo de la comunidad, y desde la comunidad.
Operativamente el trabajo comunitario es posible entenderlo en tres direcciones, quizás todas válidas aunque distintivas:
El trabajo realizado por la misma comunidad, el más auténtico de todos, y que por definición, históricamente ha existido siempre, desde la misma génesis de las comunidades primitivas hasta la actualidad; así viven las comunidades.
El realizado por el Estado en sus propias funciones (implícitamente y que muchas veces se explicita) al llegar (en mayor o menor grado y según los intereses de cada Estado) a cada comunidad (o incluso desde alguna comunidad, según el caso) e históricamente ha existido también desde que existe todo Estado, en las relaciones Estado-comunidad; en la que en breve pormenorizaremos, y
El de un promotor (o institución, u organización) hasta entonces ajeno (aunque sea relativamente ajeno) o no, a la comunidad concreta.
En las relaciones entre el Estado y la comunidad, e independientemente del análisis casuístico que exige el tema según el tipo de Estado y de comunidad, tanto los estudios antropológicos como los históricos demuestran que abundan ejemplos en que diversas comunidades han logrado mantenerse al margen del Estado en cuestión, así como de Estados que por uno u otro motivo no han podido (o al menos de inmediato no les ha interesado por determinada razón) alcanzar a alguna que otra comunidad comprendida en su territorio.
Todo Estado al menos por definición, de una u otra forma se plantea el sometimiento a su poder legislativo o administrativo de las comunidades en él incluidas, que supuestamente con el desarrollo de dicho Estado, lleguen a ser todas. Aun cuando se hayan podido mantener al margen, existen incidencias directas o indirectas, como es el caso de las divisiones político-administrativas que separaron o unieron etnias que en las mismas selvas, sabanas y desiertos del África subsaharana, precedieron durante siglos a la llegada colonizadora.
Pero el “trabajo comunitario” que realiza el Estado (no siempre ha de entenderse el trabajo comunitario como un valor positivo, y en dependencia además del tipo de Estado y de su carácter) puede entenderse desde los peores ejemplos (la deculturalización de tantos pueblos sojuzgados, entre otros) hasta los mejores: la atención médica que el Estado envía a las comunidades, o los planes de estudio que confecciona para impartir en toda la nación, que también según las características nacionales, generarán mejores o peores resultados según alimente o empobrezca la riqueza que la diversidad depara a toda cultura y estos planes estén concebidos para enraizar desde todas y cada una de sus comunidades, y en la medida en que sean más homogéneas o heterogéneas.
Como vemos, el Estado suele incidir en las comunidades mediante un paradigma trasmisivo de la comunicación aunque normalmente con resultados inobviables (positivos o negativos) en la conformación de la cultura y hasta la identidad comunitaria; sin embargo, ello no descarta las potencialidades de que un sujeto que (sobre todo ya en la misma comunidad) promueva las orientaciones estatales (de cualquier tipo: políticas, militares, jurídicas, en materia de salud pública o de educación, etc.) sea capaz de hacerlo mediante un paradigma interactivo e incluso, participativo; y entonces desempeña su papel el tercer tipo de trabajo comunitario: el de un promotor (o institución, u organización) hasta entonces ajeno (aunque sea relativamente ajeno) o no, a la comunidad concreta; lo cual históricamente, también ha sido un hecho,[109] y que no puede reducirse al trabajo físico, como suele reducirse el vocablo “trabajo” pues también incluye la “obra producto del entendimiento”: escribir la historia local, o estudiar sus problemáticas e identidades, o publicar del imaginario de la comunidad o afines al mismo son, también, trabajos comunitarios de los más importantes, pues sobre los ellos, a menudo, debieran cimentarse otros para disminuir las erráticas improvisaciones que a menudo, tanto daño causan.
Mucho (afortunadamente) oímos hablar hoy del trabajo comunitario, sobre todo al calor de los Premios Nacionales al Trabajo Comunitario que desde 1999 otorga el Ministerio de Cultura, y que ya lo van recibiendo con toda justicia, instituciones como La Colmenita, y personalidades como el Dr. Eusebio Leal Spengler, Jesús Orta Ruíz “el Indio Naborí”, Rafaela Chacón Nardi, Nisia Agüero... puesto que como estamos viendo, en realidad tan importante batalla cuenta con remotos ancestros: para no remitirnos más allá del casi medio siglo de Revolución Cubana, ya en 1960 el Estado fundaba múltiples escuelas de todo tipo en las más diversas comunidades del país, y se preparaba la colosal Campaña de Alfabetización hasta la más recóndita de tales comunidades; proceso que propició otras muy disímiles formas de trabajo comunitario, según cada sujeto con inquietudes y talento para ello.
Un breve asomo a la historia de vida del pintor villareño Raúl César Santos Zerpa (Santoserpa) ofrece hitos en la evolución del trabajo comunitario durante el Gobierno Revolucionario, desde 1961 en las más recónditas comunidades,[110] y a partir de 1970 orientando cursos a todo el país,[111] hasta su impacto internacional;[112] son sólo algunos de los elementos que fundamentaron su Premio Nacional de Cultura Comunitaria del 2000, cuando no por casualidad, dada la estrecha interrelación entre cultura y educación extensiva al trabajo comunitario, también fue escogido para integrar el Mural de Pedagogos del Siglo XX. De forma similar, cada uno según su personalidad (y otro tanto para los colectivos) se han identificado estos Premios hasta el más reciente y otros que faltan por reconocer, y sin duda y lamentablemente, otros que nunca llegarán a ser reconocidos: los grandes héroes anónimos de todos los tiempos; tan típicos además, en el trabajo comunitario.
Al mismo tiempo, el resto del país pululaba de tales inquietudes en las más diversas comunidades: recordemos grupos escénicos como Escambray y Antillana de Acero, y entre los aficionados el Olga Alonso de Humberto Rodríguez, entre otros muchos; en la misma capital el también pintor Manuel Couceiro Prado, por el Consejo Nacional de Cultura, en las décadas de 1960 y 1970 frecuentaba la Necrópolis Cristóbal Colón y los Astilleros Chullima, así como otras comunidades y centros laborales y militares (profesor de las escuelas del Comodoro en Playa, por ejemplo) de toda La Habana y de todo el país, donde daba conferencias y charlas sobre artes plásticas e historia del arte, casuísticamente según el entorno comunitario: así por ejemplo, en los trabajadores del Cementerio luchaba por generar una cultura con respecto a los valores plásticos y patrimoniales que atesoran, e impedir de tal suerte su deterioro, robo y otros males.
Mientras tanto, el escultor José Ramón de Lázaro Bencomo “Delarra” daba clases a los niños y hacía exposiciones en Marianao, Regla y toda La Habana con exposición móvil, cuando en 1960 y 1961, en apoyo a la Alfabetización, hace 63 exposiciones en parques, fábricas, centros de recreación, prisiones y otros para inquietar a la población en las artes. En cada exposición mostraba técnica y contenido, se modelaba una pequeña escultura y al final dialogaba con los visitantes, en casi todos los municipios habaneros. En 1961 está entre los que fundan y dirigen Cultura Provincial La Habana, con Orlando Suárez en la Galería Francisco Javier Báez en la Plaza de la Catedral, y del Mercado Popular de Artes Plásticas las mañanas de domingos en la Plaza de la Catedral, con obras originales sencillas de talla, grabado, pintura y dibujo, para un mayor acceso del pueblo con el arte.
A las conferencias en Holguín de Cecilio Avilés Montalvo (artista de la plástica y del audiovisual, hoy coordinador de la UNEAC para el trabajo comunitario en La Habana Vieja y de la Dirección Nacional de Cultura Comunitaria de la UNEAC, Premio Nacional de Cultura Comunitaria 2011) convergían discípulos de todos los alrededores y amplió su acción cultural directa a disímiles comunidades de Santiago de Cuba, Granma, Guantánamo, experiencia que promovería luego en Pinar del Río y en Matanzas, y en casi toda Cuba desde los Festivales del Humor en que participaba, y su trabajo cultural comunitario llegó a ser solicitado por diversas comunidades de Granada y toda Andalucía en el sur español pero también en Santander al norte, y en Polonia, Bulgaria, Alemania, Checoslovaquia, Brasil, Venezuela, México, Martinica, Guadalupe y más de una docena de países.
También en las más jóvenes generaciones de artistas abundan los ejemplos del más interesante y variado trabajo comunitario, y/o múltiples e ingeniosas alusiones al mismo, muchas veces en retroalimentación con el más avanzado contexto artístico internacional, que demuestra una vez más que el localismo del tema comunitario no es posible de ser absolutizado e ignora sin embargo, todo tipo de fronteras. Como en otros representantes de la escuela cubana, en René Francisco quedó desde sus años de formación la influencia del alemán Joseph Boys, uno de los grandes artistas plásticos del siglo XX, gran pedagogo que a raíz de los años 80, generaba el concepto de plástica social y de su inserción social, de donde han derivado en gran medida, los artistas de la plástica comunitarios en Cuba.
Mucho más reciente, del 10 al 28 de mayo de 2002, el colectivo Enema (entonces casi todos cursaban el 4to. Año de la Licenciatura en Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte) ganó en muy buena lid la Mención Nacional de Curaduría 2002, con su exposición Recursos Humanos en Galería Habana, Línea y F, periferia sur del barrio de los Baños del Vedado, comunidad en la cual, bajo los auspicios de su profesor Lázaro Armando Saavedra González, trece inquietos chicos todos de 20 y tantos años (Lino Fernández García, Zhenia Couso, Nadieshda [Nadia] Inda, Hanoi Pérez, David Beltrán, Adrián Soca, Fabián Peña, Alejandro Cordovés, Janler Méndez, Edgar Hechavarría, Pável Acosta Proenza, Rubert Quintana y James Bonachea) trascendieron mucho más allá de sus propósitos artísticos iniciales, en franco proceso retroalimentario (típico paradigma participativo de la comunicación) con esta ingeniosa exposición de performances sucesivos y cambiantes día a día, mientras revolucionaban conceptos galerísticos desde el performance concebido por Edgar para el portal de la institución a toda la comunidad, cuya participación y aportes ya era de difícil contención en la primera semana sin más promoción que la voz popular, tanto por parte de los residentes, como de los estudiantes de las escuelas inmediatas y trabajadores de instituciones cercanas, e incluso de la más heterogénea población flotante.
Varios de los performances, además, salían a coquetear con la comunidad en su propio seno: Hanoi limpiaba con su cuerpo la acera para el mural dentro de la galería y extendía el vídeo que filmaban hasta la misma calle; Pavel salió como el clásico periodiquero con sus pregones, a promover la exposición; Fabián recogió flores caídas en la calle para el mural; el jueves 16, Lino instaló casi un tren de lavado de ropas amarillas para toda la comunidad (residente, flotante, no importaba) en el portal, y dos días después, salía a “limpiar” con un trapo el garaje de la esquina, interesantísimo coqueteo desde las artes con el más auténtico “trabajo voluntario”, “trabajo comunitario”... trapo cuya suciedad enriquecía el mural que entre todos, desde la propuesta original de Hanoi, conformaban en el interior de la institución.
El tema de las artes (aunque también otros temas) nos remeda asimismo una vez más, a la impostergable dialéctica imagen–identidad, según la cual, la imagen es eminentemente subjetiva; hay tantas imágenes de un mismo fenómeno como sujetos perciban el fenómeno, aunque también de aquí es posible inferir (no más que inferir) una (o más) imagen social (o comunitaria, en este caso) de dicho fenómeno. La identidad es sin embargo, la realidad misma, en toda su objetividad (aunque también su subjetividad), que siempre que es aprehendida (y sobre todo, valorada en tanto cultura) por el sujeto comienza a dejar en tela de juicio, en mayor o menor grado, dicha objetividad, para conformar las imágenes de dicha realidad.
Es precisamente una cultura científica (entendida la ciencia en su esencial lucha por acercarse cada vez más a una verdad lo más objetiva posible) la que hace que nuestras imágenes se acerquen, cada vez más, a la identidad, sin que ello nos autorice nunca a absolutizar su objetividad, a riesgo de perder su propia cientificidad. Nótese que hablo de identidad y no de identificación, puesto que esto último implica el proceso del sujeto en sentirse identificado con un fenómeno concreto, en este caso, la comunidad, lo que de alguna manera apunta también al sentido de pertenencia y en su acepción más afectiva (importante a estudiar la cultura afectiva, otra de las grandes y lamentables subvaloraciones) el sentimiento de pertenencia.[113]
Finalmente, hemos de enfrentar asimismo el papel de la promoción y la animación, indispensables si de trabajo comunitario hablamos. Promoción es “acción de promover”, y promover es adelantar una cosa, instigar. Entre sus sinónimos se hallan fomentar, desarrollar, proteger, organizar, apoyar, generar, iniciar, inspirar. Animación es movimiento, agitación, vitalidad; animar es “dar la vida. Excitar, alentar; enardecer, incitar, exhortar, confortar, impulsar, estimular... dar fuerza y vigor, dar movimiento alegría y vida”. También es cobrar ánimo y esfuerzo, atreverse.[114]
En un resumen tal vez muy simple pero inmune al simplismo por los análisis contextuales: el promotor anuncia la actividad al presunto público, se afana porque la obra o el hecho a promover, llegue lo mejor posible a un mayor número de público; el animador es el que da vida a la actividad en sí. Puede un excelente promotor ser un mal animador, y viceversa; aunque toda animación implica promoción y las dos condiciones unidas potencian aun más los resultados, si es que la promoción por ejemplo, se logra de una forma animada, y comprendiendo que toda animación es promoción, al margen de la calidad.
La promoción de la cultura ha estado históricamente sujeta al gusto particular de cada promotor y lógicamente, a sus formaciones y deformaciones. Se supone que al menos el promotor profesional tenga la mejor formación, pero esto muchas veces no alcanza para promover la cultura comunitaria.
Parte básica de la formación para un promotor de la comunidad, ha de ser su sensibilidad y capacidad para enriquecerse con la cultura de la comunidad en cuestión, y desde ella integralizarse a sí mismo e integralizar a los demás, estrategia que exige un especial talento y gran inteligencia. Puede el promotor tener una cultura muy sólida sobre todo el universo, pero si no sabe comunicarla es mal educador y mal promotor a la vez; y tampoco podrá ser un buen promotor de la cultura de esa comunidad concreta, si carece de la inteligencia que brinda la humildad, de saber que siempre hay algo nuevo que hace falta aprender, y que en este caso eso nuevo por saber se lo suministra esa comunidad que a su vez, posee todo un universo cultural propio con el que tiene que empezar por nutrirse.
El promotor necesita modestia y sencillez, reconocer la obra y la cultura ajena (en este caso, de la comunidad) y sus ambiciones son en última instancia, para una primera persona en plural: se siente parte de lo promovido, en este caso, de la comunidad en cuestión, al margen del papel que dicha comunidad desempeñe en su historia de vida personal. Recordemos la diferencia entre la otredad (cuando se reconoce al otro, sin dejar de ser “otro”) y la alteridad (cuando somos capaces de comprender, más que reconocer, al otro; cuando somos capaces de ser el otro, y se desdibujan las fronteras)
Ya desde 1986 comenzó a despuntar en Cuba el Sistema de Programas y Proyectos Culturales y al mismo tiempo, no por casualidad, los Estudios Culturales, que ganaban en rigor científico con respecto a los hasta entonces Atlas de la Cultura Popular Local, a menudo devenidos meros recolectores de datos de cada comunidad. La contextualización al estudiar cada fenómeno implicaba bases para una promoción científicamente fundamentada de la cultura, en dependencia de la profundidad y seriedad con que cada municipio asumiera el nuevo reto. La urgencia de contextualizar, a la par que la profundización en la historia local y el aliento a numerosas investigaciones de identidad local, con mayor apremio aun al son de la crisis de los 90, permitió redescubrir mejor nuestras comunidades en todos sus valores.
Se iba ganando una batalla conceptual y metodológica básica contra el elitismo y el populismo, difícil de delimitar en casos como este, puesto que es ambas cosas a un tiempo y en la misma medida en que es una, es la otra; lo que reafirma la máxima de la sabiduría popular de que todos los extremos se tocan y llegan a ser lo mismo. Elitista y populista a un tiempo, era la concepción de “llevar la cultura a la comunidad”, que aun se suele escuchar y lastra severas cargas peyorativas y/o de incomprensión a la cultura popular, aunque el trabajo comunitario en realidad, y aun cuando fuera ahora que se le diera toda la cobertura y reconocimiento merecidos (incluido el Premio Nacional de Trabajo Comunitario, ya en vísperas del tercer milenio) en un estudio más profundo y en dependencia de su conceptuación, debe considerarse cuando menos, como hemos visto, con una vasta y honrosa tradición que conforma también la identidad e incluso, el más sagrado patrimonio de cada pueblo. Ciencia y comunidad
No creo que el axioma de que toda ciencia es cultura, requiera a estas alturas de mayor demostración: nadie duda de que Pasteur, Lomonósov, Mendeléiev, los Curie y Einstein, entre otros tantos, son cumbres harto representativas de sus respectivas culturas; un panorama de la cultura cubana nunca estaría completo si excluyera a Tomás Romay, Felipe Poey o Carlos J. Finlay, entre tantos otros.
No obstante, aun al preguntar en un Instituto o Facultad de Ciencias Exactas o Naturales por la cultura, nos remiten al movimiento de artistas aficionados o a alguna Facultad de Artes y Letras, y si en estas preguntamos por intereses científicos nos remiten a las primeras. Detrás de eso subyacen males mayores, incluida la peyorativa mala (con toda mala intención, redundancia a valer) traducción del inglés scientist, de denominar cientista a quienes se especializan en las Ciencias Sociales, cuando en verdad este campo en las ciencias es más complejo por lo que el estudio del sujeto humano implica, más en sus diversas formas de agrupación, y concretamente en comunidad.
En cuanto a las relaciones entre ciencia y comunidad, en efecto, alcanzan otros planos: como toda ciencia, las Ciencias Sociales requieren de la práctica como criterio de verdad, sin llegar a los extremos positivistas, pero también de un desarrollo teórico y de su propio cuerpo metodológico, por decirlo a grandes rasgos en un devenir epistemológico que llega mucho más allá.
Es cierto que el par ciencia y comunidad invita a reflexionar mucho más allá de los estudios científicos sobre la comunidad, objeto del presente texto. Como ciencia y comunidad podría entenderse también la que coincido en reconocer como ciencia popular, si como tal se entiende un instrumental nada académico en lo absoluto, pero que igualmente pretende acercarse a la verdad (al menos “su verdad”, pero con aciertos frecuentemente demostrados luego por las herramientas más académicas, y a pesar de que estas, históricamente, han tendido a despreciarla) a partir de toda la sabiduría popular acumulada y cuyo objetivo principal es explicar el mundo desde dicho instrumental y cosmovisión, y desde esta trinchera, sugerir formas adecuadas de vida que por supuesto, tampoco se pueden absolutizar ni asumir acríticamente; actitud de valor metodológico esencial y universal.
Pero como ciencia y comunidad podría concebirse igualmente los talentos científicos que han emergido (y desarrollado incluso, y/o fallecido) en cada comunidad como parte de su más auténtico patrimonio comunitario, y las puestas en práctica de resultados de investigaciones científicas en cada comunidad; los problemas que en una comunidad suscitan y requieren de investigaciones científicas como puede ser el brote de una nueva enfermedad para la Medicina; las relaciones entre las instituciones científicas y las restantes comunidades (residenciales, flotantes e institucionales); etc.
Para el tema que nos ocupa, hemos de reflexionar desde ya sobre lo que la educación científica es y sus potencialidades para el desarrollo de las ciencias desde la comunidad: una educación científica no está dada solo por su contenido (cuya esencia cultural no hace falta enfatizar más) sino por sus métodos que incentiven el pensamiento propio en la comprensión del mundo que nos rodea y en captar (y definir) la esencia de cada fenómenos objeto de interés según cada momento. Se puede (tratar de) explicar matemáticas, química, biología y geografía, de una manera dogmática sin la menor capacidad de análisis (caso en el que se lacera su carácter científico), mientras que los idiomas, el arte, el periodismo, la historia, la sociedad, la comunidad, nunca se estudiarán seriamente si no emplean el análisis crítico y un constante cuestionamiento en busca de sus leyes particulares, de sus nexos, de sus motivaciones más raigales… lo que les imprime carácter científico, que a menudo exigen más valentía y visión, dada la complejidad de los sujetos objeto de estudio.
De aquí lo cuestionable de diferenciar los estudios de letras de los estudios de ciencias, puesto que por definición, “las letras” atraen a muchos ansiosos del “descanso mental”, que sin mayor esfuerzo, creen que con aprenderse párrafos y fechas basta; nunca aportarán lo que las disciplinas en sí mismas requieren para su evolución epistemológica, traicionando la esencia científica que debiera identificarlas. Por otra parte, otros tantos que demostraron su escasa capacidad científica, sin promedio académico para más, quedan condenados (y condenan a las mismas ciencias y a toda la sociedad) a las “carreras de ciencias” para (de)generar un lamentable círculo vicioso cancerígeno a las academias, que explica tanto academicismo: kitsch (seudocultura) de las academias, al dogmatizarse.
Las potencialidades de desarrollo para (cualesquiera de) las ciencias recaen, por tanto, en los que con verdadera vocación (al azar o no) emprendieron unas u otras carreras; del talento y empeño de cada cual dependerán sus aportes, por ejemplo en el acercamiento científico a comprender las artes (incluso: cada contexto de cada arte) desde las mismas artes; igual con la religiosidad, con la cultura afectiva… en fin, con todo el resto del sistema que es la cultura. Las ciencias se multiplican al potenciarse hacia el resto de la cultura, y se solidifican en el propio sistema que ellas, en sí, conforman, nunca imponiéndose sino explicando con la cautela y previsión necesarias de atender (nunca desoír) toda alternativa plausible.
En todos los casos, integralizar dista mucho de reducirlo todo a ciencia; sí, reducir es la palabra, puesto que la realidad ha de explicarse (además) científicamente, pero la realidad en sí misma no es, ni debe ser, ni puede ser por fortuna, ciencia, ni esta puede menoscabar la creativa fantasía humana en las artes o la religiosidad, la sexualidad o la culinaria, sino desde todas y cada una de ellas, retroalimentándose con todas y cada una de ellas, so pena de dejar de ser ciencia al reprimir una de las más ricas potencialidades del ser humano.
El arte no es ciencia, ni la religión tampoco, ni las emociones (entre otros tantos ejemplos) aunque sí podemos estudiarlos científicamente en todas sus potencialidades. La ciencia es deudora en buena medida de estos otros componentes no científicos del mundo, por la capacidad de desarrollo de la abstracción, de la imaginación y de la intuición,[115] tan caros para las ciencias, así como por la capacidad de entrega y la pasión que cimentan las bases, el empeño y la dirección misma de la razón científica. De aquí que una educación antirreligiosa no pueda ser científica, y una educación (estrechamente) técnica o artística, no necesariamente sea científica.
Cada ciencia desarrolla su propio aparato categorial, que no sería científico si no fuera capaz de ser casuístico al acercarse a cada objeto de estudio. El estudio científico de la matemática difiere del de la historia, pero también difiere del de la física; el de la geometría difiere del de la trigonometría. No ha de estudiarse lo mismo un idioma que una comunidad; ni tampoco ha de estudiarse igual una comunidad, que otra; pero tampoco pueden divorciarse, pues la realidad es sistémica, y no divorciada. Las leyes generales son aplicables, pero siempre casuísticamente, y ello incluye al estudio de unas ciencias sobre otras: por ejemplo, la Historia de la Matemática, o la Historia de las investigaciones históricas (Historiografía) o de la Sociología o de la Antropología… un estudio antropológico, o sicológico, en una comunidad de biólogos, o de químicos, o de sociólogos; el estudio bioquímico en los científicos sociales de una u otra esfera, o de los artistas que filmen una película sobre alguna enfermedad, o de los geógrafos, biólogos y científicos sociales al multiplicarse en la transdisciplinaria Ecología, o la antropología física, que no puede obviar a la cultural, ni viceversa.
Todo ello, y más, exige de genuinas interdisciplinariedades, extensivo todo ello al estudiar las comunidades, y de especial valor metodológico, para que nunca se olvide que los números (además de constituir cualidades en sí) han de ser siempre cualificados más allá, en toda la integralidad contextual del objeto de estudio, inseparable “lo cuantitativo” de “lo cualitativo”; más que un error, ha sido un horror de involución haber pretendido separar las investigaciones en cuantitativas y cualitativas, pues en ninguna realidad objeto de estudio existe tal separación, y las investigaciones no pueden ser según los métodos, todo lo contrario: los métodos tienen que ajustarse a esa investigación que está naciendo y que nos pide unos u otros métodos, a estudiar cuál conviene e incluso, atreverse a aportar alguno nuevo si fuera menester y realmente, fuera un método nuevo; en el caso de los profesores, es muy importante creer en sus estudiantes, nunca cortarles las alas en ningún sentido… lo que tan lamentablemente es tan común, formando seudoprofesionales que jamás podrán volar ni aportar nada.
El mundo contemporáneo demuestra cada vez más la urgencia de la interdisciplinariedad e incluso, de la transdisciplinariedad; mucho se dice, pero muy poco se aplica, por no detenernos en las involuciones. Entre todas las Ciencias Sociales, tal vez ha sido la Antropología la que por las definiciones de su propio objeto de estudio y su instrumental teórico-conceptual y metodológico, y a pesar de seguirse entendiendo la Antropología Física en detrimento de la Cultural y no en su justa y necesaria complementación, más se ha dado a incluir como propio el estudio de la comunidad, primero en las colonias, luego en sus propios campos, finalmente en sus mismas ciudades… cuestionando cada vez más la “diferencia” (universal) de la otredad hacia la mismidad; el propio investigador científico (de toda ciencia) debe ser objeto de estudio.
Sin embargo, una cierta promiscuidad entre las tan complejas ciencias sociales, ha hecho que (incluso felizmente al generar las bases necesarias) diversas ciencias se hayan interesado en la comunidad con distintos aportes, aun en desiguales grados de alcance y de trascendencia, y repetidamente polémicas; muy feliz, si no fuera por la sordera y subvaloración de la ciencia a la que nos acercamos, imponiéndole mecánicamente los métodos ejercitados en otras esferas del conocimiento.
El error no radicaría entonces en que otras ciencias se hayan interesado por el estudio de las comunidades, sino por las parcelaciones de ciencias que lamentablemente hayan insistido en mantenerse ajenas entre sí, y con frecuencia, subvalorativas entre sí. De aquí que hayan primado, fatal y estrechamente, los acercamientos sociologistas, psicologistas, antropologistas (entiéndase mi empleo del sufijo –ista en un sentido degenerativo de la ciencia, por facilista y absolutizadora; de lo contrario tendrían todo el respeto merecido y serían acercamientos sociológicos, psicológicos, antropológicos...) excluyentes (y a menudo hasta agresivos) unos contra otros, mostrando no más que ignorancia (y lo que es peor: intolerancia) mutua.
La epistemología exige cada vez más, el desarrollo de una Sicología de la Comunicación, otra del Arte, otra del Derecho, etc. Así como una Antropología de la Comunicación, otra del Arte, otra del Derecho… y así en todo el amplio espectro científico, que tanto habla de multi e interdisciplinariedad… pero tan distantes y hasta subvalorativos, se mantienen entre sí; sin contar que según cada objeto de estudio suelen ser no solamente dos, sino tres y más ciencias, las que convergen, cuando por ejemplo, se estudia la comunicación ante una obra de arte, en lo que no se puede obviar la sicología ni la antropología (entre otras) tanto del arte como del sujeto artista y del sujeto receptor… solo así se comprenden las “múltiples mediaciones” referidas por Guillermo Orozco.
Es un error cada vez más demostrado, hacer del objeto de estudio la propiedad privada de alguna cualquiera de las ramas del conocimiento; el mismo error (ya antes analizado) que se tiene al decidirse las divisiones político–administrativas sin tener en cuenta la etnohistoria y todos (¿cuál no?) los restantes estudios de identidad en las comunidades.
La cientifización de la cultura ha implicado (está implicando e incluso, explicitando) un salto cualitativo que al privilegiarse el trabajo con la cultura comunitaria (entre otros aportes de la postmodernidad, tan dada a lo que he llamado “la trascendencia de lo cotidiano”), se evidencia. Los Estudios Culturales en Cuba han corroborado fehacientemente que cada comunidad tiene su propia cultura (es más, cada persona la tiene; y cada contexto de cada persona, se matiza culturalmente), y han aportado el instrumental metodológico para implantar por primera vez, una promoción científicamente fundamentada que potenciara al infinito el patrimonio nacional a partir de los tantos e imprescindibles patrimonios comunitarios. Al demostrarse que cada comunidad tiene su propia cultura (no divorciada del resto contextual, y menos aun mientras más complejas sean las sociedades en que se insertan) se comprueba el desacierto de la consigna de llevarle cultura a la comunidad.
En cuanto a los métodos ya aquí ha sido señalado en primer lugar (aunque no nos parezca muy académico, pero insisto en el valor metodológico de la actitud, tanto por ética como por alcance de potencialidades) el altruismo, el respeto a esa otredad, en una correcta relación etic/emic (entre la ética del estudioso y lo emotivo del objeto de estudio, en este caso la comunidad), y en una adecuada dinámica mismidad/otredad/alteridad, básica para tales estudios, toda vez que en todos los casos, aunque siempre según el caso y la formación y relación personal del investigador, ha de tenerse en cuenta.
Es por supuesto marginador e improcedente no solamente ética, sino incluso científicamente, vetar a un investigador tanto por ser miembro de la comunidad en cuestión, como por no serlo, aunque siempre, repito, el mismo investigador debe saber salvar y establecer la dinámica referida. Ser miembro de la comunidad concreta, suele ayudar en muchos sentidos, siempre y cuando sepa asumir críticamente (a favor y/o en contra, esto es, con criterios personales fundamentados científicamente y lo más carentes posibles de prejuicios y subjetivismos) su objeto de estudio, en este caso, su propia comunidad.
A un investigador masculino capaz de asumir una relación homosexual masculina (o al menos, compartir abiertamente un ambiente homosexual, en dependencia del objeto concreto de estudio y del grado de profundidad y/o la arista que para tal le interese, y además de que en el acto homosexual pueda o no compartir auténticamente sin necesidad de enmascaramiento ni prejuicios una u otra de las tantas acciones que enriquecen la vida sexual, lo cual también lo limitaría o lo potenciaría, según cada caso y momento concreto) le resulta más fácil develar determinados objetos de estudio en la homosexualidad masculina, que para una mujer o para otro hombre que más resistencia oponga ya no sólo a la relación con otro hombre, sino incluso al ambiente homosexual.
En la medida en que este último se parapete tras posturas heterosexistas (kitsch de la heterosexualidad) y tienda a la homofobia, o de cualquier manera no sea capaz de trascender su propio imaginario previo de prejuicios, dogmas y estereotipos, quedará inhabilitado para asumir científicamente el tema, como también se inhabilita el investigador homosexual si no está ética y científicamente preparado y tiende, por ejemplo, a posturas igualmente heterosexistas (nada infrecuentes en la vida homosexual, por supuesto, puesto que en los mismos prejuicios nos –mal- educan a todos) o al homosexualismo (kitsch de la homosexualidad), tan negativo el uno como el otro, equidistantes ambos en colosal alejamiento del rigor científico.
Todo lo anterior ha de sustentarse lógicamente, con una ética además, que sepa respetar, por ejemplo en el caso concreto en que nos referimos, la privacidad sexual del informante al margen del grado de compromiso y de participación (o no) con el investigador (pudieron haber compartido una relación homosexual, que luego el investigador podrá disponer de sí mismo si así lo entiende para su investigación, pero no del otro, al menos no para develar su identidad si el otro se niega por cualquier motivo; lo que es válido también claro está, si es una relación heterosexual, en otro estudio), aun cuando el investigador lo comprenda o no, le parezca absurdo o no, a menos que el mismo informante lo promueva o apruebe (valentía y carácter revolucionario a reconocer) dado que su publicidad arroje luces al objeto de estudio, puesto que una batalla a ganar en la cultura sexual ha de ser, justamente, el respeto a la opción sexual basada, entre otros elementos, en el respeto a la privacidad sexual de cada cual, como uno de sus componentes esenciales; si la valiente confesión pública revoluciona al mundo, la batalla se habrá ganado al lograrse ese nivel en que se respeta la privacidad, lo cual no se reduce tampoco a la sexualidad.
Como se diría popularmente, no es una vergüenza para esconder, tampoco una gloria para pregonar (en ningún caso, ejemplo negativo en aquellos heterosexuales que ostentan la intimidad de sus conquistas femeninas, lo que deja en tela de juicio y en más de un sentido, sus propios valores y hasta su heterosexualidad pregonada) y cada cual es libre de escoger a quién y en qué grado confía su intimidad, en la que la privacidad sexual suele ser una de las más (si no la más) íntima. Y que no sea gloria para pregonar, no quiere decir tampoco que haya que esconderlo: son prejuicios homofóbicos los que ven bien en plena vía pública una mujer y un hombre del brazo, o que se besan, pero no dos hombres (se ve peor entre hombres que entre mujeres). Si dos hombres lo “pregonan” por ir del brazo lo mismo “pregonan” un hombre y una mujer, que por suerte nadie acusaría: no es esa la intimidad sexual referida, sino la misma que compete tanto para una relación heterosexual como para la homosexual.
Pero no ser miembro de la comunidad en cuestión, no quiere decir tampoco que no tenga prejuicios y subjetivismos ni que no esté involucrado (suele no ser miembro justo por estar demasiado involucrado… en contra), lo que igualmente debe vencer. En el talento y habilidades del investigador está saberse ganar con toda la ética que se exige, la confianza de la comunidad que estudia, para no traicionarla en su esencia. Aun cuando una mujer tenga más dificultades inherentes, por ejemplo, para compartir el ambiente homoerótico en un baño público de hombres, o vivir la intimidad sexual de un homosexual masculino, o hasta qué punto funciona o no la sexualidad de un travesti o de un transexual, o para detectar cómo dos hombres logran comunicarse su mutuo interés sin conocerse en una sociedad heterosexista, esto la limitaría en estos aspectos concretos del estudio de la comunidad homosexual, pero no en otros. Incluso según sus propios recursos (y otras técnicas adecuadas) ella logre salvar tales obstáculos en sí, en dependencia de su talento y sus habilidades.
Sin embargo, quizás la misma mujer sería la más propia (incluso tal vez, más que otro investigador masculino homosexual) para medir el grado de heterosexualidad que puede haber en un travesti, un transexual o en otro hombre esquematizado “homosexual”; con lo cual podría romper determinados esquemas en tales sentidos. En definitiva, tampoco un investigador homosexual tiene por fuerza que ir a la cama con otro homosexual si por cualquier motivo, le causa algún rechazo en tal sentido, sólo para comprobar una hipótesis que, tal vez, pueda ratificarse o no por otras técnicas menos participativas, pero igualmente válidas.
Todo lo anterior es aplicable perfectamente, según cada caso, a otros objetos de estudio. En determinadas fraternidades y comunidades religiosas y algunas étnicas muy cerradas, es una ventaja para el investigador si por naturaleza, es miembro de ella, siempre y cuando tenga todo el rigor de una correcta formación ética y científica e incluso, la claridad crítica (que no quiere decir criticona) y la valentía necesaria para saber afrontar los derroteros y consecuencias de su investigación.
Puede el investigador hacerse ñáñigo para descubrir el secreto del cuarto fambá: pero nunca podrá socializar este resultado (excepto dentro del ñañiguismo) y desde entonces, eso no ha de trascender a su patrimonio muy personal, toda vez que por su culpa dicha identidad esencial de la Sociedad Secreta Abakuá no puede ser traicionada. Claro que podría reformular sus investigaciones sobre dicha secta en otros sentidos, quizás consecuencia incluso (o no) de conocer al fin el (para él… a veces, para ella, a pesar de saber que es una sociedad exclusivamente masculina) tan ansiado secreto; pero no en este, al menos no para descubrir dicho secreto a los demás, a los no miembros de dicha Sociedad. Si el investigador vive (sobre todo, si ha vivido) siempre en su barrio que es además su objeto de estudio, puede ser perito insuperable en la forma de pensar, de proyectarse, de comportarse y de actuar y reaccionar su propia comunidad, si ha sido capaz por su formación y rigor, por su ética y educación crítica profunda y valiente ante todo consigo mismo, de comprender esa comunidad al valorar lo que denomino “la trascendencia de lo cotidiano”, y no quedarse inválido ante aquellos elementos a los que no ve valor, pero que cualquier visitante foráneo, de pronto, descubriría ante sus ojos; sagacidad que es, además, otro talento.
Otros métodos básicos en estos estudios (cada uno según la investigación concreta) son el analítico–sintético (el análisis, que al igual que los restantes métodos siempre implica espíritu crítico y saber oír críticamente, abre todos los horizontes en el enfoque sistémico del objeto de estudio, que luego la síntesis centra para responder el problema concreto de esta investigación) y la historia de vida (el sujeto avanza a descubrirse a sí mismo mediante el investigador: sus sueños, frustraciones, anhelos, esperanzas…, la esencia social se devela en la vida del sujeto, por lo que deviene método a diferencia de las simples biografías ni entrevistas, ni siquiera la entrevista a profundidad sobre un aspecto dado), de donde se puede analizar por (no más que relativa) homologación, el resto de los componentes de la misma comunidad; pero más allá propongo la historia de vida de la comunidad en sí, toda vez que recordemos que toda comunidad es, en sí misma, un ente viviente que nace y muere, transcultura y aun su nacimiento y su muerte son relativas, pues como toda energía, en verdad se transforma; y en su historia de vida se develan también los sueños, esperanzas, frustraciones… de la comunidad, nunca como suma mecánica, sino en tanto sujeto comunitario.
No menos importantes son, por supuesto, la observación participante (la observación simple es una técnica, no llega a ser un método; la participante vive el fenómeno desde adentro, participa del fenómeno, vive su pulso y se acerca más a su esencia), el método comparativo y el método histórico (suele llamarse histórico–lógico, pero la Lógica es esencial para todo método científico) que suele ser fundamental, toda vez que del propio devenir histórico del fenómeno objeto de estudio, se suele descubrir ya y/o explicar aquellos elementos que en la época contemporánea queremos estudiar, por qué se comportan de una manera y no de otra, y por esa vía se suele descubrir las causas de la situación problemática actual y decide por tanto, para responder al problema de investigación concreto, que es el punto de partida de toda investigación, la define, y que emana de la situación problemática detectada, de la que pueden seleccionarse varios problemas de investigación que cada uno, conducirá a una investigación en particular; métodos que en general, como es lógico y cada vez más necesario en la actualidad desde la modernidad hacia la postmodernidad en que se impone la interdisciplinariedad más que la multi (o pluri) disciplinariedad, y se tiende a la transdisciplinariedad solo cuando orgánicamente, se comprende la urgencia de una nueva ciencia, han de combinarse orgánicamente entre sí (se habla de triangulación de métodos, pero prefiero hablar de combinación, porque suelen ser mucho más de tres métodos los que se combinan), lo que no excluye tampoco según cada objeto de estudio, la implicación de métodos y técnicas por ejemplo arqueológicos, psicológicos y de otras ciencias, y la alternancia a la vez de una multiplicidad de técnicas, algunas sobre la base de un cuestionario, más elaborado y preciso como la encuesta que mientras más ágil sea contestar pocas pero inteligentes preguntas, mejor y saca más provecho; cuestionario que puede ser no más que una guía en la entrevista a expertos o a informantes claves o la entrevista a profundidad al querer profundizar en algún tópico concreto, según lo pida cada investigación, puesto que no siempre es una encuesta lo más adecuado para resolver todo problema de investigación, y según un objeto de estudio u otro la técnica bibliográfica puede erigirse como todo un método cuando la bibliografía es en sí el objeto de estudio (siempre depende del problema de investigación), y puede hablarse también de un método documental que incluye lo bibliográfico pero lo trasciende… y puede ser documental al estudiar otros documentos, no necesariamente bibliografía. Cuando tales documentos son el soporte para otros objetos de estudio, son técnicas documentales, sin olvidar tantas otras técnicas desde las más diversas ciencias: arqueológicas, sicológicas, etc.; así, los grupos de discusión focal, tormentas de ideas, entrevistas colectivas… que también se pueden cruzar, según la investigación pida, como fenómeno vivo que es.
Por tanto, según cada investigación pueden ser valiosos el método iconográfico, si por su arte, por su sistema de símbolos y signos, colores, diseños según cada cultura, iconos en general, se pueden develar otros aspectos esenciales de dicha comunidad; la inducción (cuando se inducen acciones para valorar resultados), la deducción (el clásico método “Sherlock Holmes” a partir de señales… se puede deducir de la inducción pero no siempre ni solo de la inducción, que es otro método y sin embargo, suelen citar como uno solo), la inferencia (cuando no hay suficientes elementos para deducir, pero sí se puede inferir al menos hipótesis)... y en el caso de las comunidades así como en manifestaciones de la cultura apenas exploradas, bien sea por los prejuicios o la subvaloración o por el nivel de desarrollo de las ciencias al respecto siempre relativo, hemos de acudir a esferas científicas concretas como la etnohistoria, y cuando es menester comenzar por escribir la historia del fenómeno (que nunca antes se había escrito, fuera por subvaloración de lo cotidiano o por prejuicio… lo que sería novedad científica de la investigación) como suele presentar por reto el trabajo de las comunidades (subvaloradas todavía), el método de la retrodicción, que nos permite ir descubriendo el devenir del objeto de estudio, lo que puede ser desde el presente hacia el pasado,[116] pero no necesariamente es tan lineal, y de donde finalmente, se puede obtener una primera historia escrita del fenómeno concreto, en cuya revisión y análisis ulterior, combinado ahora con el método histórico y otros, continuará reescribiéndose, reenfocándose y enriqueciéndose cada vez más, como por definición ocurre con toda historia y más allá, con toda investigación.
El método de modelaje es el que nos permite establecer planes de acciones, proyectos y estrategias para validar en la práctica, a menudo combinando con la inducción, y claro que la validación práctica es un método que eleva el rigor científico de los resultados obtenidos, en este caso del proyecto o estrategia; es importante enfatizar que toda teoría se realiza en la práctica, y la práctica sin teoría no es ciencia, sino improvisación a menudo, bien peligrosa. Si el proceso que es la investigación se distingue por ir aumentando su rigor científico desde lo empírico (entendida como la experiencia o vivencia más elemental, sin mayor proceso de elaboración ni reflexión sobre ella… es ver sin VER), es erróneo clasificar los métodos en empíricos y teóricos, por el hecho de que se apliquen o no, en un concepto tan estrecho de la práctica: si no se respaldaran teóricamente, simplemente no fueran métodos científicos.
Por supuesto están los métodos estadísticos, esos a los que han dogmatizado “lo cuantitativo” y a los que limitan una muestra representativa que nunca se da por la cantidad, sino por la cualidad de la muestra, por lo que es mejor pocas cantidades pero muy bien escogidas para ser más representativas según la proporción de los distintos indicadores en el universo: el número, si no se cualifica, no es ciencia: que un colectivo tenga el 90 % de mujeres, no permite deducir mecánicamente que sea menos machista; por solo citar este ejemplo; el número es dato a considerar cruzando resultados pero nunca a absolutizar (como ninguno) y puede haber mucha ciencia sin número, pues la práctica en tanto criterio de verdad, no es sólo número; presente siempre en toda investigación: Gallego, Cimarrón, La Bella del Alhambra, parten de investigaciones donde han escogido la muestra (una persona, en estos casos) precisa del universo de inmigrantes, cimarrones, coristas… Pero también está el método censal, muy puntual que trabaja con todo el universo, lo cual siempre depende del problema de investigación y de cuán viable sea trabajar con dicho universo; pero para otros casos con métodos estadísticos, una pequeña muestra pero bien escogida, es mucho más representativa que grandes muestras mal escogidas y que por tanto, no representan al universo, que es el que hay que conocer en todos sus más indicadores posibles: cifras en género, grupos etarios, color de piel, nivel académico, nivel adquisitivo… indicadores que unos importan más que otros, también, según el problema de investigación.
El simplismo ha llevado a confundir ciencias con métodos; al referir el histórico, es menester destacar la Historia en sus tres dimensiones: como ciencia, como identidad (identifica a toda comunidad, a todo pueblo, a cada contexto) y como método: el histórico señalado; pero el método biográfico es la historia de vida, que trasciende a otras técnicas biográficas como la entrevista e igual que la observación participante, procede de la Antropología o Etnografía, pero ya no son exclusivos pues justo la interdisciplinariedad implica los constantes préstamos de métodos de unas ciencias en otras; caso típico, el diagnóstico; no hay otro “método etnográfico”. Se señalan otros métodos que a veces son visiones y actitudes, pero de valor metodológico al que conducen muchas visiones y actitudes, como es el sistémico (visión de sistema que abunda en lo contextual, básico para el analítico, igual que lo holístico en la integralidad, y la sinergia); el dialéctico, incluido en el histórico y en el sistémico; y la investigación acción-participativa, justo particularizada al trabajar en comunidades, pero sin confundir con el populismo que “la comunidad misma investigue”, cuando estamos hablando de ciencias… la participación no implica para nada, anarquía ni desdibujo de funciones y responsabilidades, lo que degenera la democracia en demagogia: para operarnos, buscamos al más experto, no “por mayoría”, ¿por qué no igual en Ciencias Sociales, tan abusadas?
Finalmente en cuanto a la metodología (entendida como sistema de métodos si asumimos su cada vez más frecuente interacción sistémica de métodos, más que de conjunto; pero más allá, el cómo hacer la investigación completa, desde su concepción hasta su exposición oral, publicación, aplicación práctica-teórica… visión holística que impide distanciar lo teórico de lo metodológico del resto, a lo que tiende diferenciar un “marco teórico” de otro “metodológico” de otro “referencial”, todos tan importantes pero no necesaria ni mucho menos, dogmáticamente enmarcados impostados de otras ciencias que ya ni en ellas funcionan, propiciando el facilista kitsch y valorar cada vez menos lo casuístico… todo eso implica y requiere de estudiar el cómo) para una base científica al trabajo comunitario, no está de más resumir algunos aspectos básicos que competen a esta, como en toda ciencia y a toda investigación, la cual siempre debe entenderse como proceso, quiere esto decir, nunca sale de la nada (siempre tiene antecedentes… el solo hecho de detectar una situación problemática que exige hacer una investigación, ya indica antecedentes, al menos empíricos) ni culmina en la nada (siempre abre nuevos caminos que nos acercan a verdades cada vez más profundas, e incluso, rectifican o matizan verdades previamente establecidas); por tanto, la investigación no puede entenderse limitadamente a los dos documentos escritos del proceso, que no son más que el diseño inicial (o proyecto) de la investigación (el cual se realiza en los inicios para ir repensando lo que se va a hacer, plantearse las necesidades concretas y viabilidad de la investigación con su cronograma, es por lo que se puede aspirar a una beca) y el informe que se presenta resultado de un proceso investigativo, cuyas conclusiones (que deben responder a la pregunta o problema de investigación que le dio origen, con lo cual se cumple su objetivo general) se consideran finales cuando responde totalmente a ese problema, pero ya vemos que no son más que relativamente finales, puesto que siempre dejan abiertos nuevos caminos. También pueden presentarse informes durante el proceso, con resultados parciales, lo cual no disminuye para nada la calidad y sí permite re-encauzar la investigación, cuando es preciso.
A menudo no se entiende la trascendencia de una introducción, y se sigue en el “teque” que a la postre, no introduce ni dice nada; cuando se ha hecho un buen diseño, ya prácticamente se está conformando la introducción, indispensable en todo informe al indicar su razón de ser, conceptuaciones y metodologías que a menudo, no es menester distinguir en un capítulo aparte, en dependencia del problema de investigación; y que durante el proceso se perfecciona. Recordando que aunque la metodología es universal, nunca puede degenerar camisa de fuerza, pues la investigación no puede ser según los métodos, sino al revés: los métodos son los que pide cada investigación, y cuando ningún método soluciona (luego de cerciorarnos entre todos los métodos) pues pueden validarse nuevos métodos (una de las posibles novedades científicas); lo mismo ocurre con la estructura del informe, pues a la postre, ninguna investigación se parece a otra; se le sugiere que la introducción incluya, por orden nunca inviolable, según cada caso:
Los orígenes de esta investigación: qué, cómo, por qué, despertó el interés (el primer motivado debe ser el investigador; si no se cree en lo que se hace, nunca será genuino ni mucho menos, exitoso), remontándose (brevemente) a todo trabajo que a lo largo de su trayectoria, el autor(a) lo haya ido acercando a esta de ahora; ello lo va indicando como experto en el tema y explicita su línea evolutiva en el proceso para el informe actual; recuérdese que se trata de un informe dentro de una línea de investigación, que puede ser la cultura comunitaria, pero con diversos problemas de investigación, cada uno con su informe final: haber estudiado otra comunidad es uno de tales antecedentes en tanto experiencia, con opción a aplicar el método comparativo. Por supuesto, estos antecedentes del autor deben constar también en la bibliografía final.
Presuntos introductores: indicador de que la investigación no será engavetada, sino que se podrá aplicar en sus funciones sociales: prácticas y/o teóricas. Es el caso de una institución que la haya solicitado, pero también todas aquellas otras que por visión del investigador, comprenda que deben serle de interés. Recuérdese que al no ser una Humanidad científica, no muchos directivos de instituciones solicitan investigación para trabajar, y muchos otros incluso, le temen, por lo que pueda develarse: ya he señalado que el verdadero investigador es siempre revolucionario y valiente, lo cual no es bien visto por muchos. Toda evidencia de instituciones interesadas, puede ser buen anexo.
Necesidad e importancia: por qué es necesaria, qué problema va a resolver; y para qué son importantes sus resultados esperados, qué lograrán.
Aportes y novedad científica. Toda novedad científica es aporte, pero no todo aporte es novedad científica. La novedad científica se logra en el campo epistemológico, en la aplicación original de metodologías, en re-conceptuaciones, en la incorporación de objetos de estudio hasta entonces ignorados por las ciencias, experiencias pioneras; en el debate teórico, en la validación de estrategias, modelos, paradigmas… los aportes, además, pueden ser en la práctica cotidiana, en lo operativo, por ejemplo.
Resultados esperados, en su aplicación práctica sin ambigüedades: leyes o decretos a aprobar, medidas a tomar, planes, proyectos o estrategias a aplicar, cursos a impartir o a enriquecer, reconocimientos oficiales, lineamientos de acción, etc.
Antecedentes históricos y Antecedentes teóricos: ambos dependen de cómo la investigación pedirá su capitulario, ya pre-anunciados según los objetivos específicos. Por ejemplo, si se hará la historia de una comunidad, es altamente probable que cada capítulo sea un período histórico, igual que si otra tesis necesita dedicarle un capítulo al devenir del objeto de estudio sin que sea toda la tesis, pero sí un capítulo; en ambos casos, entre otros, en esta introducción basta, quizás, con referir los años de estudio en su contexto. Si se trata de una investigación teórica, por ejemplo para el concepto de comunidad, o una investigación en la que se estima necesario dedicar un capítulo a la conceptuación, en la introducción solo se reseñan los conceptos imprescindibles que logren comunicación con el lector, caso en el cual puede fundirse con el momento de la definición conceptual. En el caso de una investigación totalmente histórica, la conceptuación (en este caso tal vez, la delimitación espacial de la comunidad en cuestión) puede resumirse en la introducción, pero siempre es necesaria a fin de elevar el rigor y la comprensión del discurso.
Análisis crítico de las fuentes: fundamental, al valorar las fuentes (no solo la bibliografía) que más les aportó (no todas), qué aportaron a esta investigación y por qué… y qué no les aportó, qué les faltó (porque no era su objetivo, por ejemplo) o si se discrepa en algo. Ello ratifica aquellos aportes de esta investigación, antes declarados.
Ya luego de todo lo expuesto hasta ahora, se puede introducir lo que ha sido el diseño teórico, y resumir lo más breve y preciso posible, la situación problemática, que siempre implica alguna adversidad, contradicción, y de la que pueden emanar varios problemas de investigación (o preguntas científicas, como se le quiera llamar) cada uno de los cuales dará lugar a una investigación. En este diseño teórico, cada palabra debe seleccionarse muy bien, pues define al resto de la investigación, y el título de la investigación podrá formularse todo lo artístico y creativo que quiera el autor, siempre que no traicione la naturaleza científica y muestre, en efecto, de qué trata esta investigación, explícito muy claro en este diseño teórico.
El problema de investigación seleccionado para esta investigación, pregunta científica (así llamada porque necesita de una investigación para ser respondida) a la que contestarán las conclusiones. Es el detonante en torno al cual gira esta investigación en particular, bien escogida cada palabra.
Hipótesis: presunta respuesta al problema de investigación, irá de la mano del proceso investigativo hasta devenir las conclusiones. Aferrarnos a una hipótesis es anti-científico, se puede ver si se comprueba, pero nunca insistir en demostrarla; hay que dejarla evolucionar en el proceso investigativo. La hipótesis parte de los antecedentes y de la intuición, y podrán cambiarle el nombre a premisa u otro… siempre que cumpla este importante papel de guía inicial, que nunca puede ser ignorado y por supuesto, es cardinal para las conclusiones, el título, los objetivos específicos y por tanto, el capitulario.
Objetivo general: como todo objetivo, es para qué se hace esta investigación y gana organicidad al formularse con un verbo (muy bien escogido) en infinitivo; debe mantener la mayor coherencia posible con el problema de investigación, no traicionarlo en ninguna palabra. Una investigación con un buen objetivo general, que no haya explicitado su problema de investigación, sin embargo, permite deducir cuál ha sido el problema que la encausado. No soy partidario de ningún cliché ni dogma impositivo, pero hay que insistir en la selección de los infinitivos: no se supone que una investigación sea para funciones tan operativas como “divulgar”, ni que se empeñe en “demostrar”, ni que se reduzca a “describir” (necesario, pero para valorar más allá, pierde vuelo) ni que sea para aplicar métodos, como “analizar” ni “comparar”. En casos así, ¿para qué? “Contribuir” se abusa, pues se supone que siempre se contribuya a algo; “conocer”, ¿para qué? “Diagnosticar” implica valoraciones de las que carece “caracterizar”, “proponer” y “diseñar” no exigen de investigaciones, como sí lo exigen “fundamentar”, “argumentar”, “detectar”, “definir”, “develar”, “determinar”, “valorar”, “evaluar” (este último exige de evaluaciones por lo general comparativas, más precisas que “valorar”), “verificar”…
Objetivos específicos: son aquellos que al cumplirse uno tras otro, logran cumplir el objetivo general. Cada uno es lo suficientemente general como para apuntar a un capítulo específico del informe, y no deben confundirse con las tareas científicas cada capítulo requiere que se cumplan. Según las diversas tendencias, hay quien formula los objetivos específicos como preguntas científicas; puede ser, siempre que cumplan la función señalada. No necesariamente cada capítulo responde a un objetivo específico, pero sí deben seguir los lineamientos de tales objetivos que, si fueron bien hechos, satisfacen al objetivo general, y por tanto, el capitulario permitirá las conclusiones.
Objetivos complementarios: son aquellos que se logran al margen del objetivo general, al que no le son sustanciales. Según la importancia que se le conceda en la investigación, en tanto proceso, para el informe final puede reformularse el diseño teórico y considerarlo como problema de investigación y objetivo general; también pueden ganar peso en las conclusiones y/o recomendaciones, según cada caso.
Definición conceptual: según cada investigación, en el informe puede diluirse con los antecedentes teóricos, o no, mientras que en el diseño se pueden extender lo más posible. Debe tenerse en cuenta que los conceptos no son descripciones, sino esencias, que se recogen en muy pocas pero precisas palabras y hacen que el fenómeno sea ese, y no otro. Ya con esto concluye el diseño teórico de la investigación, una de las partes más subvaloradas pero más difíciles y determinantes: razonar lo que hacemos. De ser una investigación teórica, por supuesto, aquí solo se introducirán las bases conceptuales de comunicación elemental al lector.
Definición operacional de cada concepto, lo cual ya es más importante en el diseño que en el informe, porque es lo que apunta allí a todos los comprendidos dentro del concepto de forma tal que al elaborar los instrumentos (cuestionarios para encuestas, entrevistas, guías de observación, etc.), se verifique que no ha quedado ningún componente del concepto fuera. Por ejemplo, para una operacionalización del concepto cultura, léase cómo se trabaja finalizando el primer capítulo para definir el concepto de comunidad: artes, moral, ciencias, religiosidad, estética, política… todas y cada una de ellas, a su vez, a operacionalizar. En el concepto de una especie animal, pueden ser sus distintas razas… en el concepto de grupo etario, sus distintos grupos, según interés de la investigación… etc.
Métodos y técnicas, igual que en la anterior, más importante a explicitar en el diseño que en el informe; a mi juicio no hay que explicarlas tanto como si se tratara de un examen de escuela sobre métodos y técnicas, sino que la investigación dejará demostrada su aplicación consecuente y acertada, y explicar solamente aquellos que por su interés particular en esta investigación, así lo merecen.
Ya en el informe, un breve párrafo final puede conducir al capitulario anunciando los capítulos que siguen; mientras que en el diseño, es conveniente analizar los recursos y limitantes humanas y materiales, que explicitan la viabilidad de la investigación (que en efecto, podrá ser realizada) en todas sus dimensiones, incluido el tiempo necesario que el investigador necesita que se le respete para ella; y un cronograma que indicará durante qué tiempo piensa ir desarrollando cada momento de la investigación, desde su rastreo de antecedentes y fuentes, su diseño o proyecto y luego su “trabajo de campo” y aplicación de los instrumentos, para concluir con su procesamiento de los resultados y elaboración del informe. Como en cada momento explicado, no hay recetas universales.
En el caso del informe, tras la introducción continúa el capitulario o desarrollo, donde los capítulos irán satisfaciendo los objetivos específicos (es triste tener que insistir en que no se puede imponer el número de capítulos y menos, el facilismo de “enmarcarlos” ni imponer anti-científicamente, llamarlos Marco…; ni pretender leer correspondencia según el número de páginas de cada uno, que no necesariamente tiene que ser el mismo… todo lo cual es casuístico) hasta permitir las conclusiones respondiendo al problema de investigación inicial, y las recomendaciones precisas y valientes, que inviten a soluciones según la respuesta dada al problema en las conclusiones. Un diseño o proyecto, por supuesto, carece de capitulario, ni de conclusiones ni de recomendaciones.
Tanto en el diseño como en el informe, continúan las fuentes, entre las que destaca la bibliografía, que debe ser consecuente consigo misma al escoger un estilo. Sí es importante los autores por sus apellidos en estricto orden alfabético y dentro de cada autor, por orden cronológico de la publicación, porque en tanto parte del trabajo (no anexo) a menudo la bibliografía es guía y/o aporte, y todo interesado debe tratar de encontrar fácil si algún autor y/o título fue consultado, y dónde… por eso es necesario señalar editorial, lugar, año… o al menos, incluso cuando es inédita (lo que se debe aclarar; se da en tesis, trabajos de curso… casos en que se cita asignatura, carrera, año…), dónde se puede encontrar; si no se distingue algún dato como el año, se aclara s/f (sin fecha) o s/a (sin año); o sin edición, s/ed.; . No comprendo cómo se ha podido llegar a la aberración sexista de que si son autoras, se pongan sus nombres completos, pero si son masculinos, solo la inicial; son de los tantos dogmas que laceran el carácter científico. Con tal bibliografía, las citas (escójase a pie de página, o en texto, o al final del capítulo o del trabajo, pero toda cita debe estar respaldada en la bibliografía) a lo largo del trabajo basta con poner el primer apellido (a menos que este se repita con otros autores), el año y la página del texto en cuestión donde está la cita; páginas que solo aparecen en la bibliografía cuando se trata de un texto (entre comillas, para diferenciarlo de los títulos en cursiva) dentro de un libro o compilación, o de una revista o periódico. Si es alguien que se cita por terceros, se señala quién en qué fuente (el tercero). Además de las citas (que son tanto ética como rigor de la investigación, indispensable una de la otra) hay notas a pie que permiten aclarar o profundizar aspectos que en texto, lastimarían la redacción.
Otras fuentes pueden ser los expertos entrevistados, con sus nombres y apellidos completos aun cuando sea inevitable algún alias; pero destacando su carácter de expertos (en qué, por qué… puede ser un letrado o un funcionario con su experiencia profesional, pero también un analfabeto pero antiguo vecino, con su experiencia empírica); las fuentes audiovisuales (si es posible título, país, director, año… algo que la identifique), visitas a instituciones y lugares de interés a la investigación, etc.
Los anexos sí son complementos a la investigación, por lo que ya la finalizan; ayudan a complementar, ilustrar, aclarar, extenderse en determinados aspectos… incluyen mapas, guías de observación, guías de entrevistas, encuestas, transcripciones, fotos, algunas tablas que pueden estar valoradas en el trabajo pero remitiendo a ellas en los anexos, etc.
Pero la metodología (ni el proceso) culminan al obtener estos resultados; falta socializarlos, que también exige un cómo, sea por exposición oral de tesis, o en eventos, o en conferencias y conversatorios (cada uno de ellos implica diferencias según cada contexto) y a menudo un excelente proceso investigativo se destruye por una mala exposición: el ya tan recurrido (a menudo abusado) Power Point a veces daña, sobre todo cuando se hace mecánicamente y no se limita a ser la apoyatura para la exposición, se le quiere poner todo y el expositor lo lee, además… aburriendo al público que deja de oírle, en vez de exponer una síntesis que diga justo lo que interesa, subrayando su problema de investigación, los objetivos específicos que apuntaban a cada capítulo, sus aportes y necesidad que resuelve, cómo se resolvió, lo singular y resultados de cada capítulo a las conclusiones y recomendaciones. Al ganar en síntesis que logre dar la esencia de la investigación, y en amenidad, se salva todo el proceso investigativo, y algo similar ocurre cuando se logra publicar, según el tipo de publicación. El otro paso es el cómo se introduzca en la práctica: la sociedad es disfuncional porque no logra funcionar en sistema, y a menudo es el propio investigador quien debe propiciar que los presuntos introductores, apliquen sus resultados, lo cual continúa el proceso investigativo validándolos. Todo ello es también metodológico, y fundamental al propiciar los resultados del trabajo comunitario.
Todo promotor que vaya a trabajar a una comunidad, debe comenzar por enriquecerse él mismo con la cultura de dicha comunidad, investigarla, con todo el respeto que ella merece. Ello no promueve en lo absoluto al promotor acrítico que asimile tal cual todo lo que la comunidad haga, pero sí la tensión etic/emic. No podemos minimizar en lo absoluto la asimilación axiológica eludiendo valoraciones por supuestos “apartidismos científicos”; si en la comunidad se practica la antropofagia, no quiere esto decir que el promotor devenga antropófago, y menos lo extrapole fuera de tal contexto comunitario.
Un promotor natural de la misma comunidad podría ser excelente, sólo que tendría igualmente (aunque desde otro ángulo) que cuidarse de una correcta dinámica etic/emic, y por otra parte ampliar su propia cultura personal a fin de poder saber con qué otros parámetros invitar al resto de su comunidad a integralizar aún más su cultura propia, sobre las bases raigales y la identidad de su cultura comunitaria; esta sería parte de la profesionalización que sin dudas, el promotor también requiere; como ejemplos señalados a lo largo de este texto, evitar tanto el populismo, como el elitismo; equidistante de ambos.
Digamos ahora, en paráfrasis martiana: injértese el mundo en nuestras comunidades, pero que el tronco siga siendo el de nuestras comunidades.
Aun cuando sea con sus mejores intenciones, mucho ha de cuidarse quien trabaje para la comunidad, lo cual no quiere decir que sea limitadamente para la comunidad. Está demostrado que no hay mejor oferta turística que la que más auténticamente se hace para nuestras propias comunidades. Trabajar para una comunidad es, en consecuencia, trabajar para el turismo, para el patrimonio, para todo el país, para el desarrollo epistemológico de la ciencia concreta, para el futuro de toda la Humanidad. También al integralizarse, este trabajo comunitario sería desde la comunidad y más allá incluso, al aportar sus mejores valores a todo el país.
No obstante, a pesar de haberse ganado esta batalla, aun de pronto se escucha en diversas esferas y con distintos rangos de poder, el trabajo que se va a hacer hacia, o a la comunidad, siempre desde una elite; o el extremo opuesto populista: la comunidad tal cual, sin inducirle opciones de desarrollo integral y de ella misma, cuando topamos con tantos antivalores comunitarios de intolerancias de todo tipo y depredación del entorno; no por ser comunitarios dejan de ser anti-valores.
Los Estudios Culturales por definición convocan a una cultura integral, y los que los iniciamos en Cuba, si auténticamente lo han hecho, somos sus pioneros en nuestro país, entonces bien incomprendidos y hasta fustigados; son muy saludables los intentos de integralización, siempre y cuando se sepa aprovechar lo que dicha comunidad tenga que aportar al patrimonio nacional e incluso universal, y no se degeneren ni se pierdan los mejores valores raigales que identifican dicha comunidad, lo cual tampoco es menester que se mantengan extáticos en el tiempo, sino que como toda tradición viva en transculturación a la actualidad sin perder su esencia, y que aquellos valores incompatibles con los nuevos tiempos, al menos, se revaliden en la memoria histórica local y en su patrimonio escrito para las futuras generaciones y para todo el acervo nacional, pues no dejan de ser raíces al fenómeno actual y futuro.
Reconozcamos que es tanto trabajo (incluso cultural) comunitario el del artista, que el médico de la familia, un pastor religioso, un activista político, una tarima vendiendo productos del agro, un estanquillo de periódicos. Y de la promoción científica en su mismo substrato y formación cultural, en su concepción integral y en su metodología de promoción, radica una mayor plenitud de vida de las comunidades en el amplio espectro social del país, y una mayor capacidad de sus aportes a todo el patrimonio nacional y por esta vía, al patrimonio de la Humanidad. Bibliografía
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· Avelino Víctor Couceiro Rodríguez (La Habana, 17 de Mayo de 1957) · Lic. Historia del Arte 1982, Lic. Historia General 1986. · Máster en Antropología con Mención en Antropología Sociocultural. 2001. · Doctor en Ciencias sobre Arte. 2001. · Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana (diversas Facultades), Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad Agraria de la Habana, Instituto Superior de Relaciones Internacionales, etc. Desde el 2002. · Investigador Titular. 2004. · Reside en calle 15 # 1323 apto. 4 e/22 y 24, Vedado, La Habana. · Teléfono Particular: 833-4685. · E- mail: vely175@cubarte.cult.cu · Centro de Trabajo: Dirección Municipal de Cultura Plaza de la Revolución. · Calle K # 154 entre 11 y 13, Vedado, La Habana. Teléf. 830-6626, 830-9050, 830-6649. · En 1986 ingresa entre los fundadores de la Asociación de Jóvenes Artistas de Cuba Hermanos Saíz, en su Sección de Literatura, con obra (Premio Nacional en Teatro para Niños, cuentos publicados en España, etc.), eventos (I Encuentro Nacional de Jóvenes Poetas, I Encuentro de Artistas e Intelectuales del municipio Plaza de la Revolución, otros) y diversos cargos de dirección y promoción municipal Plaza de la Revolución por toda la AHS, y provincial Ciudad de La Habana por Literatura. · En 2006 ingresa en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Asociación de Cine, Radio y TV, sección de Crítica e Investigación en cuya directiva funciona, además de Coordinador de Cultura Comunitaria por la UNEAC en su consejo de residencia, El Carmelo. Entre otros reconocimientos, Moneda Plaza de la Revolución, Medalla Hazaña Laboral, Gitana Tropical, Premio Provincial de Cultura Comunitaria y Nominado al Premio Nacional (2005), Distinción “Raúl Gómez García”, 12 años de Vanguardia Nacional de la Cultura, Distinción “Tres Estrellas” ANIR y delegado de tres Congresos Nacionales: CTC, Trabajadores de la Cultura y ANIR. · Experiencia como promotor y docente, como jurado y tribunal, artística (diversas manifestaciones) y en investigaciones, con premios, menciones, publicaciones (cientos de artículos y ocho libros, además de poesía y obra de ficción publicada por diversas vías y llevada a escena) y otros reconocimientos tanto científicos como artísticos, en Cuba (incluidos Premios Nacionales) y en el extranjero. Traducido al inglés y al francés. Publicado en Cuba, Estados Unidos de América, España, Italia, Gran Bretaña, Portugal. · Miembro (a menudo fundador y con cargo de Presidente o Vicepresidente) de diversos Consejos Científicos, Consejos Editoriales y Consejos Técnicos Asesores a nivel de la Ciudad de La Habana (desde 2011, La Habana: Cultura y sus diversas dependencias ramales, especialidades e instituciones), del municipio Plaza de la Revolución (Patrimonio, Turismo, Medio Ambiente, Recreación, Presidente de la Sección de Base Municipal de la Unión de Historiadores de Cuba, Oficina de Asuntos Históricos del Comité Municipal del P.C.C., etc.) y de Facultades Universitarias (Consejo Científico de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad Agraria de La Habana; Miembro de la Cátedra de Estudios Multiculturales de la Universidad de Matanzas; etc.) · Desde el 2000, Guionista, Investigador y Curador de la Televisión Cubana. Múltiples entrevistas y otras acciones en todos los canales nacionales de televisión y varios tele-centros, y en casi todas las emisoras radiales. · Desde el 2002, Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana (ha ejercido en Facultad de Comunicación Social, Facultad de Turismo, Facultad de Artes y Letras y Facultad de Filosofía e Historia, donde es Miembro del Comité Científico y del Claustro de Profesores de la Maestría en Antropología), ha trabajado para la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad Agraria de La Habana, la Filial del Instituto Superior de Arte de Camagüey, las Universidades Bolivarianas en Monagas, Caracas y Zulia (Venezuela), también en la Cátedra de Estudios Multiculturales de la Universidad de Matanzas y con el Instituto Superior de Relaciones Internacionales y otros centros universitarios cubanos y de otros países, representando a Cuba en eventos en España, Islas Guadalupe, Venezuela y varios de los estados atlánticos de los Estados Unidos de América.
Notas: [1] El antecedente inmediato (casi paralelo) a este libro lo constituye del mismo autor, Hacia una Antropología Urbana en Cuba (Colección La Fuente Viva # 32, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2009) a partir de su Tesis de Maestría (2000), Mención Nacional de Ensayo (2001) y Premio Nacional Anual de Investigación (2006), con versiones adelantadas por la Biblioteca Científico-Técnica de la Academia de Ciencias de Cuba (BCT de la ACC; 31 de marzo del 2003) y por la Cámara del Libro del Ministerio de Educación Superior (CL del MES; noviembre de 2007); básico estudio de caso antropológico entre las comunidades cubanas más complejas, por metropolitanas y cosmopolitas, a aplicarse casuísticamente en cualquier otra comunidad cubana y del mundo (al menos para la necesaria polémica), y plataforma para sendos Diplomados (Estudios Culturales y Trabajo Comunitario) propuestos al Centro Provincial de Superación para la Cultura de la Ciudad de La Habana (2003), y del postgrado Antropología Urbana incluido en diplomados y maestrías nacionales y en provincias cubanas; experiencias que llevaron al presente texto en tanto monografía especializada al tema comunitario, cuya primera versión se publicó también por la BCT de la ACC (noviembre de 2006) y luego, por la CL del MES (noviembre de 2007)
[2] Desde mis años de Servicio Social entre enero de 1982 y febrero de 1986, en el municipio habanero Melena del Sur, donde confluyen diversos grados de comunidades rurales y urbanas, sin ser citadinas; hasta mi obra actual en evolución desde marzo de 1986, en las comunidades más cosmopolitas y metropolitanas de Cuba (de las que soy nativo con la visión de la mismidad y en tanto investigador científico, de la otredad y a menudo, la alteridad, parámetros que este análisis aprovecha) como creador, promotor y Especialista en Estudios Culturales del municipio capitalino Plaza de la Revolución.
[3] En Vasallo (2004): “La comunidad es un fenómeno multidimensional donde intervienen elementos tanto geográficos, sociológicos, naturales, políticos, culturales y sociales que deben ser conocidos, estudiados, respetados e integrados para hacer de la localidad un organismo social eficiente y efectivo en lo material y espiritual. Grupos de personas que comparten un territorio, con rasgos culturales comunes de comportamiento, sentimientos y niveles de organización que les permite interacturar como un entramado de relaciones sociales donde el sentido de pertenencia, identificación y arraigo, adquieren una validez importantísima”.
[4] Pág.5, en Vasallo (2004) Comunidad: “grupo humano que habita en territorio determinado, con vínculos interpersonales, historia, formas de expresión y tradiciones, sobre todo con intereses relacionados a grupos humanos con una historia común y una historia en construcción que comparten territorios comunes, vínculos cotidianos (praxis cotidiana) grupo portador de una cultura específica, de una subjetividad social particular. Espacio de interdependencia y desarrollo de las relaciones interpersonales socializadas, encaminadas a la transformación socio ambiental del hombre y su entorno, que puede o no asociarse a un determinado espacio geográfico (...) La comunidad se conforma objetivamente y a partir de ello puede ser determinado como el espacio físico ambiental que propicia un conjunto de relaciones e interacciones sociopolíticas y económicas, que conducen a la expresión de las relaciones interpersonales sobre las bases de necesidades espirituales y materiales; todo lo expuesto trae como resultado las tradiciones, historia, identidad y experiencia del sentido de pertenencia de toda persona. La base sólida de la vida comunitaria es la actividad económica y unida a ello las necesidades sociales. Toda comunidad, parte de otras organizaciones superiores (ejemplo universo, continente, nación, provincia, municipio)”
[5] El Instituto de Ciencia Animal, en San José de las Lajas, provincia La Habana, auto-reconocido y reconocido por todos como la comunidad del ICA.
[6] Si comunidad es tener algo en común, comunicación es poner algo (el mensaje, la idea) en común.
[7] O casi todo, para evitar polémicas de ciencia–ficción, realidad virtual, etc.
[8] Entre otras leyes de la Física, de las que no escapan los organismos vivos; sin dudas, toda comunidad tiene su propia energía, no sólo su energía vital.
[9] Entre las formas más evidentes de reintegrarse y pervivir en el ciclo universal, aún casi exclusivamente humano, están la memoria histórica, las leyendas, etc.
[10] Aun cuando se conceda que lo objetivo siempre sea no más que relativamente objetivo, al mediar las versiones subjetivas (imágenes); lo subjetivo por su parte, siempre emana (alejándose o acercándose; se acerca al ser más científica, pero aún en caso contrario puede aportar, no tiene que ser necesariamente negativo) de una identidad que, aun cuando incluye los sujetos implícitos, es objetiva.
[11] La adaptación se implica en la transculturación, tanto en los inmigrantes como en la comunidad receptora, siempre desde sí desde y hacia “el otro”. La adaptación suele ser buena en tanto sobrevivencia y sobre todo, en la evolución enriquecedora desde “el otro”, pues la identidad vive en evolución y según la comunidad, será el dinamismo de su ritmo. Pero es de evitar la adaptación acrítica, frustrante por conformista, que puede degenerar valores a conservar y hasta promover para aportar (ambos, tanto en la comunidad receptora como entre los inmigrantes) con un concepto amplio y crítico del aporte en tanto valores, y contra la degeneración en tanto anti-valores, sin temer la axiología, a profundizar en el segundo capítulo.
[12] En estudios previos, he definido la diversidad como rasgo esencial de la identidad del habanero (sobre todo el capitalino, esto es, la llamada Ciudad de La Habana hasta el 2010) de hoy. No en balde, pudiéramos detectar como una ley de las comunidades en la medida en que son más cosmopolitas y metropolitanas (y no es sólo el caso cubano, ni en Cuba es privativo de la capital aunque lógicamente, es donde más se evidencia, pero el mismo proceso se da en menor grado, en las capitales provinciales y otras ciudades importantes del resto del país, siempre casuísticamente) que la diversidad heredada desde su misma génesis, constituye su primer rasgo de identidad, y esta no puede ser entendida como una “no identidad”, como simplista y lamentablemente algunos anulan o al menos, reducen, intentando ocultar en vano anti-valores regionalistas y otras miserias humanoides que tanto afectan a la cultura patria.
[13] Los periféricos, los más metropolitanos, los de comunidades intermedias, todas y cada una de ellas con sus especificidades: no es igual el periférico al sur que al oeste o el este, etc.; ni un metropolitano del Vedado que otro de La Habana Vieja; ni dentro de un municipio, por ejemplo, Plaza de la Revolución, no es lo mismo de La Rampa que del Nuevo Vedado, de Aldecoa que del Carmelo; etc.
[14] Vivencias que pueden ser en (o de) otros países; dentro de Cuba pero interprovincial; dentro de la capital pero intermunicipal; intra-municipal pero inter-comunitario; intracomunitario pero inter-familiar y entre focos… cada una de estas opciones con sus análisis casuísticos: por ejemplo, las vivencias en otros países cualifican según los países visitados y más allá, la(s) región(es) (sobre todo sus comunidades, medios de difusión y otras instituciones, sujetos, etc. con que se relacionó) visitada(s) de cada país; según las frecuencias con que los visite, y según el rango y razón de estudios, de trabajo, de visita, etc.; si es mediante embajadas, o en delegaciones según su perfil (artísticas, deportivas, religiosas, etc.), o dentro del propio pueblo, y en este caso según la(s) comunidad(es) con que se relacione y según el grado de dichas relaciones... inclusive, según su preparación previa (cultura) para asimilar (cómo, en qué medida y en qué direcciones) dichas vivencias.
[15] En relación con o desde otras provincias cubanas, otros municipios capitalinos, etc. todo ello a su vez en madeja individual (historias de vida) pues cada habanero suele tener varias de estas vivencias entremezcladas distintivamente, sea por su nacimiento y/o raíces, por sus traslaciones ulteriores y hasta por los medios de difusión; análisis que llega a la relación individuo–familia–comunidad–sociedad–universo, y no puede desentenderse en la historia de vida individual, del nivel cultural, el desarrollo emotivo–afectivo y sensorial y la cosmovisión alcanzada por cada sujeto, pues ese habanero de hoy no sólo se identifica en su objetividad sino también en su subjetividad, al margen del sujeto analista o simple diletante (que en la medida en que sea científico, se acercará más a la identidad en cada caso), y de su grado de objetividad, siempre relativa. Más allá de la individual, propongo la historia de vida familiar e incluso, la historia de vida de la comunidad (incluidos sueños, aspiraciones, frustraciones… de cada familia, y de cada comunidad), en estrecha relación con la etnohistoria y la historia local, a no confundirse entre sí, en el vasto abanico de parámetros de la historia de vida a entender integralmente, y desde cada sujeto; en este caso, el sujeto familiar y el sujeto comunitario, para sus respectivas historias de vida.
[16] Según las variantes que puede haber en que unos ancestros sí porten (y en qué grado y manera) esta(s) tradición(es) y otros no, y entre ellos cuáles priman (los que las portan o los que no) y cuáles son las raíces (y otras herencias) de los abuelos, etc. Y por otra parte, de qué comunidades dentro de la capital son sus raíces, o si son de la misma comunidad en que aun reside el sujeto en estudio, a entender la historia de vida de dicha comunidad en su evolución-involución, si son del mismo u otros focos comunitarios dentro de la comunidad, etc.
[17] A re-educar contra el despectivo anti-habanerismo de que “no hay habaneros, y si lo es, sus ancestros no lo son…” que remontan a cualquier ancestro para demostrar tan infeliz y enfermiza hipótesis contra una ciudad, que a tantos ha acogido históricamente en gala de su hospitalidad que tradicionalmente la ha identificado, y que múltiples beneficiados, desdiciéndose, se niegan a reconocer, y si en sus lugares de origen fueron hospitalarios y limpios, aquí son todo lo contrario, imagen que imponen a los habaneros: recuérdese que toda comunidad es un fenómeno vivo en espacio y tiempo, y tiene siempre alguna (otra) raíz: es ley universal, pero más evidente aun en el caso americano (y por ende, cubano) donde no ocurrió el proceso de hominización, y ni siquiera el ser humano es endémico: todos somos inmigrantes en alguna generación. En las capitales (comunidades más complejas) es más rico el fenómeno por su mucho mayor dinamismo al ser máximos puntos de atracción nacional y a menudo, internacional, lo cual lejos de indicar que no son habaneros, implica una mayor complejidad y riqueza por diversidad, de lo que es “ser habanero”. Tal “habanofobia” se matiza contra sus comunidades más metropolitanas, y degenera la “vedadofobia”, por ejemplo.
[18] Tan negativa como la anterior, cada vez disminuye más al disminuir la población rural y urbanizarse los campos, aunque continúa símbolo de subdesarrollo sobre todo cultural; todo ello exige monografías sobre las migraciones (imperan aquellas hacia las ciudades) que sean cada vez más científicas, pues abundan textos y expresiones que obvian el impacto en las comunidades receptoras y otros que solo reconocen el derecho a ultranza de los inmigrantes, obviando incluso su diversidad tanto en unas como en otros, al extremo populista y regionalista, y por tanto anti-científico, de plantear que solo un inmigrante puede hablar y estudiar las migraciones. Léase Couceiro: Las migraciones: urgencia de proteger el patrimonio comunitario; en proceso de edición para www.patrimoniociudad.cult.cu
[19] Considera tal, los diversos rangos de sentimiento de pertenencia para con su nuevo contexto y sus relaciones con éste mediante familiares, amigos, sentido de pertenencia profesional u otros, las motivaciones más diversas, el más elemental imaginario, etc. No ha nacido ni se ha criado ni formado en la capital (al menos no sistemática ni regularmente) pero ya formado (sin excluir la continua y perenne formación hasta las edades más avanzadas, ni la formación no académica, esto es, las llamadas no formal e informal más allá de la polémica que todo tiene forma y contenido, mediante la familia, los medios de comunicación masiva, etc.) o que a nuestra capital total o parcialmente ha dedicado toda o parte de su obra, a menudo con aportes sustanciales e incluso, emblemático amor hasta un auténtico sentimiento y sentido de pertenencia, y/o ha optado por residir y/o frecuentar (al menos desde un profundo imaginario) en nuestra capital y hasta simplemente, alguna visita ocasional, según sus modos y momentos, y los respectivos análisis de raíces, comunidades y vivencias de procedencia y formación, etc.
[20] Pensemos en el inmigrante rural a la urbe donde se instala y con la que comienza (quiera o no, para bien o para mal, o para ambos inclusive) a interrelacionarse; o por el contrario, en el profesional de la ciudad que acude a prestar sus servicios durante un tiempo a una comunidad rural. En ambos casos, y lógicamente siempre de forma distintiva (tal vez para el resto de su vida el inmigrante rural, quizás solamente durante los años que dure su Servicio Social en el caso del profesional y tiempo después, según la huella que haya quedado tanto para él como para la comunidad) cada uno de ellos está conformando uno de los tantos elementos que identificarán a dicha comunidad, en constante cambio, a veces más veloz y evidente, otras tantas, apenas perceptible; al mismo tiempo que cada uno conforma su propia vida, que portan doquiera.
[21] Con frecuencia los revolucionarios no son comprendidos por su comunidad; en la medida en que el punto a revolucionar sea esencial o no con el elemento común que les hace ser comunidad, pueden incluso abandonarla, o no, al margen de que la comunidad paulatinamente revolucione tras sus huellas de quienes antes no comprendió, y pudieron sentirse identificados con la comunidad en unos aspectos sí, pero en otros no. Se ratifica entonces que ese sentido de pertenencia no es absoluto, y depende asimismo de las imágenes que cada sujeto integrante de la comunidad tenga de ella.
[22] Con todas sus distinciones, al igual que el resto de los componentes de la misma comunidad, digamos más tradicionales o incluso, ancestrales.
[23] Por ejemplo, la transculturación de un inmigrante en un entorno del que carecía absolutamente de precedentes, es mucho menos mediatizada que si llega a una intra-comunidad de sus propios coterráneos (entendiendo aquí la comunidad de residencia) en ese macro contexto comunitario, o en el nuevo contexto social. Pueden variar los sentidos de pertenencia, y según las relaciones previamente establecidas y de cada sujeto se reconocerá a sí mismo (o no) como un elemento discrepante (o no) de la nueva comunidad a la que ha emigrado, y a la que sin duda se integrará hasta con su no integración, para aportar y enriquecer el patrimonio que descubra en su nueva comunidad de residencia, o para degenerarlo en la medida en que pretenda imponer todos sus valores y anti-valores que importa, sin una adecuada comprensión ni respeto al nuevo entorno al que llega. Nunca se puede obviar, a tono con otra bandera de la postmodernidad al incluir “las minorías”... a veces, no tan “minorías”, o minorías sumamente heterogéneas y diversas en sí mismas, cada una con toda su complejidad, como también suelen ser heterogéneas y diversas las mayorías (por ello mismo entre otras razones) a menudo no tan mayorías como se dicen.
[24] El caso cubano, e incluso el caso capitalino y otros dentro de Cuba, abundan en ejemplos en tal sentido, como también abundan los ejemplos (tanto de migraciones internas como externas) de quienes establecen un real choque de valores con el nuevo contexto cuyo patrimonio destruyen, con las peores o incluso, hasta con las que supuestamente serían las mejores razones y actitudes, si es posible algún paternalismo cuando la miopía o la ignorancia son las que imperan, y no el más burdo egocentrismo, regionalismo, abuso de poder u otras miserias humanoides, para nada desdeñables. Hablamos de La Habana, desigual internamente en esta problemática pero sin dudas, paradigma nacional; sin embargo, salvando las distancias lógicas, la segunda ciudad cubana, Santiago de Cuba, sufre similar proceso con respecto a sus inmigrantes sobre todo de sus inmediaciones, resintiéndose su identidad y hasta su tradicional hospitalidad, y sucesivamente en otras ciudades cubanas en tanto puntos de atracción a las inmigraciones por lo general relativamente cercanas, salvo el general movimiento del este nacional al oeste habanero, a donde también confluye por supuesto, del sur y de su oeste.
[25] Al margen de qué se entienda según cada paradigma social, ”mejores hijos”, “promotores” e incluso, “militantes”.
[26] He concluido en estudios previos que ni los chinos en Cuba (ni siquiera los de la capital) se pueden limitar ni con mucho a este barrio chino centrohabanero, ni tal barrio chino es tan chino como se pretende, al menos no hoy ni en estas últimas décadas (y a pesar de los esfuerzos por revitalizar, acentuar y extender su identidad china), aunque sí evidentemente lo fue en un momento, en estrecho vínculo con la marginación, lo cual ratifica esta tesis de las comunidades surgidas por marginación, con historias de vida muy propias y distintivas.
[27] Suerte de globalización a su nivel, aun cuando lo propongan paladines en apariencia antiglobalizadores.
[28] En la cultura ambiental, se extiende a quienes en otras especies, abandonan (o maltratan, o incluso matan y hasta torturan) cachorros (o individuos ya adultos) que no responden supuestamente a lo que se espera de su “raza”; por ejemplo contra perros “mestizos” o “satos” (y en otras especies), etc. sin que menospreciemos por ello en lo absoluto, los importantes esfuerzos cinológicos porque tampoco se pierdan las razas existentes, que tanto enriquecen nuestra diversidad.
[29] Tan racista como el clásico blanco del Ku Kux Klan o aquel que busca el delito y/o la incapacidad intelectual solamente entre negros y mestizos, lo es el negro que abusa del Black Power para excluir al blanco (y a otras razas que para él ni siquiera existen, o por pura “blancofobia”); el complejo racista de rechazar todo apoyo de blanco que invariablemente interpretan como paternalismo, búsqueda de imagen social, snobismo, etc. (en fin: “no existen blancos buenos”; el blanco o es racista, o es “blanco sucio” y con más frecuencia, ambas a la vez; e ignoran la palabra “revolucionario”). Tan racista como el blanco que se niega a “peinar pasas en los nietos”, lo es el negro que busca pareja blanca porque quiere “adelantar”, y el del extremo contrario, que no acepta pareja blanca (o de otra raza) en sus descendientes por aquello de (en el mejor de los casos) “cada oveja con su pareja”, o porque “solamente los negros sirven para el sexo” por cualquier tipo de estereotipo simplista y por tanto, falseado; o porque consideran a los blancos (y otras razas) inferiores en unos u otros sentidos, tipo de “nazismo negro”, o por volver al cliché del blanco o es racista, o es “sucio”.
[30] Se reconoce negros y mestizos que provocan lides inter-raciales muchas veces sangrientas y hasta asesinas, con abuso físico (por sus ventajas físicas sobre la víctima, o numéricamente, o por ser de costumbres violentas pretendiendo imponer “la ley de la selva”, o de cualquier otra índole), precisamente por ser blancos o “de otras razas”; pero no han faltado blancos y otras razas que igual abusan así, intra o interracialmente con motivos raciales o no, pero no menos abusivos; pleitos entre los diversos grados de mestizaje, por ejemplo contra el “jabao”, a veces hasta por envidia racial; etc. Tan racista como el negro (o mestizo) que en su puesto de trabajo atiende mejor (o con cualquier distinción por mínima que sea) o hace favores (de cualquier tipo) solamente a otros negros y mestizos, lo es el blanco que hace lo mismo solamente con otros blancos, o el negro que sólo atiende bien a los blancos, o el blanco que sólo atiende bien a los negros... que también hay, según su contexto de vivencias (mal o bien interpretadas, pero nunca a absolutizar) de cada cual.
[31] Frases racistas son “los blancos no bailan” o “no son buenos para los deportes” o “no tienen nada que ver con (cualesquiera de las manifestaciones de la cultura popular)” que han exacerbado algunos negros, mestizos y otras razas (incluidos no pocos blancos contra los blancos, aun quedando incluidos ellos mismos), ignorando así la historia de la danza, del deporte y de toda la cultura popular, frecuentemente dado por el concepto también racista y simplista de que el pueblo es el negro, y el rico y explotador es el blanco, sobre todo “el más blanco”: léase rubio, aunque no siempre sea “el más blanco”, mecánicamente identificado con lo gringo y lo europeo, mezclándose con gringofobias y otras deformaciones simplistas y politiqueras del justo antiimperialismo, confundiendo gobiernos con etnias y culturas; otra frase racista es “los negros no piensan”, que ignora tantos talentos negros han logrado cumbres en las más diversas disciplinas de la intelectualidad cubana y de otros países.
[32] Tampoco se pretende negar determinados caracteres genéticos que suelen ser condicionados ecológica e históricamente, tales como la identidad de los ríos en el África subsaharana que no favorece la natación, o las características nasales del negro que (al inicio de los “encontronazos”, que tal vez podamos valorar más de uno) era más dañado por lo que para el blanco era una simple gripe, así como en los contactos colonizadores el europeo fue más dañado por enfermedades no tan letales en otros pueblos; o la supuesta fortaleza que cabalga entre lo legendario y la genética adquirida, dada la alimentación y rudos trabajos forzados a que la esclavitud sometió distintivamente a determinadas razas por siglos. Pero todo ello redunda más que a “fatalismos de raza”, a una cultura acunada y sobre todo, que ha evolucionado durante siglos, según el contexto en que se haya desarrollado el sujeto en cuestión: son los casos en que toda su vida cada individuo según su color de piel “fue hecho” (lógica seudo-religiosa; inclusive inducida por tal cultura previa, o simplemente por ser tal su entorno) para bailar, o para estudiar, o para practicar este o aquel deporte, o esta o aquella manifestación del arte o de la religiosidad, etc.
[33] Así el slogan de “la rubia tonta” (de la cultura de masas ya superada en los propios EUA contra el tipo “Marilyn Monroe”, mezcla de envidias, incomprensiones, dogmas facilistas prejuiciados y otras “miserias humanoides” que aún se conservan en alguna medida en nuestra cultura) que tanto se relaciona dogmáticamente con que la rubia (sobre todo de ojos azules) es bella por definición, patrón que a duras penas podemos aceptar del todo que sea eurocentrista o “gringo” (¿primer–mundismo-fobia?) puesto que abundan los europeos y estadounidenses de tez trigueña y cabellos oscuros y sus descendientes, y otros que no son ni europeos ni estadounidenses, rubios y de ojos azules tanto en la América Latina como en otras partes del orbe; y es cierto que abundan rubias de ojos azules muy hermosas en todos los cánones de belleza, pero también abundan las que son absolutamente comunes y las francamente nada agraciadas, feas y hasta desagradables; de la misma forma que también en otros colores de cabellos, de piel y de ojos, existen los más bellos y los más deslucidos exponentes.
[34] ¿Por qué “la rubia tonta” y no “el rubio tonto”? Aunque el patrón a veces se extiende... sobre todo a homosexuales varones, por trasposición de valores aparentemente similares entre la mujer y el varón homosexual. Lógicamente, la discriminación a la mujer la concibe más tonta que el hombre (siempre “superior” en todo, excepto estéticamente… sexismo subvalorador de la estética); y una discriminación de soslayo contra la belleza, mal y simplistamente entendida como rubia, y también mal y simplistamente sinónimo de tontería. Algo similar ocurre con el “trigueño alto” (sobre todo si tiene ojos azules) pues ni todos los “trigueños altos” son atractivos, ni solamente los trigueños altos pueden ser seductores. Más allá, se mecaniza una relación estética–ética, en que se juzgan otros valores de las personas según tales rasgos físicos: no dispuesta a conceder valores integrales (a menudo injustamente, pues también existen y no son raros, como se pretende) si la muchacha (sobre todo contra la mujer, dado el sexismo y en particular, el machismo que aun nos identifica) “es bonita”, entonces la sociedad la subvalora como tonta, pues le restamos (casi le cobramos, ¿a manera de venganza o morbosa envidia?) otros valores que solo “se ven” con otros ojos y se pueden manipular más, aunque igual la belleza física no solo es relativa: también es manipulable.
[35] Lo mismo ocurre con la frialdad supuestamente inherente a la belleza rubia o de ojos azules, o la calidez de los tonos oscuros, como si la pasión humana coloreara (así de simplista y de racista) con su intensidad a su portador; es racista en un certamen de belleza negar los valores estéticos de una raza cualquiera y que por definición, una negra no pueda ser Reina del Carnaval, o valorarla linda por sus ojos verdes, su nariz “fina” y su pelo “bueno” ¿es posible aceptar categorías éticas como “bueno” o “malo” para definir un tipo de cabello? Algo similar ocurre con “fino”, aunque tampoco es menester el extremo y obviar que fino también puede referirse al grosor, más aceptable al caso que nos ocupa. Igualmente racista es marginar de su más elemental nacionalidad patria a la rubia (por extensión en ambos sexos) que tampoco puede ser Reina del Carnaval (ni aspirar a otras opciones) por no ser “tipo cubana”, lo que obvia la riquísima diversidad que identifica al cubano.
[36] Tan marginado por otros negros de su misma procedencia, puede ser aquel con dotes de intelectual y académico en el concepto más occidental inclusive (cierto que en ello vuelven a incidir las envidias y otras miserias humanoides, aunque también por fortuna, existen los valores positivos de quienes lo admiran y hasta estimulan y siguen su ejemplo) como el blanco (sobre todo mujer) por otros blancos que en determinados contextos sociales (la colonia cubana por ejemplo) no frustraba su talento para las artes (entendidas menesteres inferiores por equívocos conceptos de superioridad racionalista contra las pasiones, o por moralismos no menos errados y hasta hipócritas) y se negaba a seguir los consuetudinarios estudios de medicina o leyes, y más marginado aun era el blanco que escogía una pareja de otra raza para compartir la vida.
[38] Tras ello, es cierto, se parapeta la dogmática imagen pseudo cultural del (ya sabemos mal llamado) “indio”, más identificado que con nuestros indoamericanos ni con otros inmigrantes similares, fundamentalmente a través de los medios de comunicación masiva, pasquines, postalitas y hasta las esculturas y cerámicas de yeso de amplio consumo popular en función frecuente de la religiosidad y según tal sea, con aquel “indio” de otras culturas y sobre todo de Norte América, que con plumas en la cabeza danza alrededor del fuego, y no se concibe, ni siquiera con sus mismos rasgos raciales, pelado, hablando correctamente sin pinturas corporales, en pitusa y en una guagua que atraviese la Avenida 23.
[39] El racismo en el caso cubano no ha sido, por fortuna a mi modo de ver, igual al virulento racismo del vecino norteño, alimentado por tendencias del siglo XX del Caribe (no por casualidad) anglófono, que han repercutido en Cuba sobre todo hacia finales de siglo, no por casualidad cuando numerosos sectores sociales buscaban soportes económicos del extranjero (el llamado “Período Especial”), pero que por suerte para el cubano, han hallado otro aparato cultural procesador.
[40] Sabemos que en nuestra historia han existido los lamentables ejemplos de asociaciones con carácter prohibitivo para quienes fueran “de otro color”, o que incluso en las festividades populares, repetidamente en el parque central de muchos pueblos, quedaba bien definido por dónde podrían moverse unos u otros; pero también ello exige análisis más profundos: un estudio del Vedado Yatch Tennis Club (por ejemplo) descubre su reconocimiento a algunos de sus valores negros y mestizos. Por otra parte, la sola denominación “de color” (“por no ser racista” y evitar la supuestamente denigrante palabra negro... valoración en sí misma racista) excluye “de color” al blanco, cual si fuera “incoloro”, por lo que a mi juicio, resulta aquí el más marginado.
[41] No creo que la marginación pueda hablarse en términos (al menos, no tan) cuantitativos; pero es igualmente racista olvidar la esclavitud del chino en nuestro país, marginado no sólo por (determinados) blancos sino también por (determinados) negros y mestizos que veían en la mofa al chino la suerte de no quedar como el último eslabón en la escala social; una historiografía que pierde rigor científico y coquetea con el racismo, llama “chinos” a los filipinos que en Cuba precedieron a los chinos, “indios” a los yucatecos... es racista negar la cuota de humillación que cupo a toda la raza blanca (esclavistas o no, incluso víctimas también del esclavismo y del racismo) no sólo por la esclavitud de aquellos blancos esclavistas a otras razas, sino por los propios esclavos blancos que también sufrió la cultura cubana, a veces bajo otros rótulos que encubrían por ejemplo, a aquellos gallegos que huían de su miseria natal a Cuba (disfrazados de “sobrinos”), dispuestos a los trabajos esclavos (incluso sexuales) cuando la trata negrera colapsaba; habría que valorar en casos similares a las institutrices, niñeras, etc.
[42] Al grado que aun en la actualidad muchos prefieren continuar borrando (con mayor crueldad incluso que los conquistadores españoles) milenios de culturas indoamericanas en nuestro país y aun muchos refieren en ellos la prehistoria cubana: si se define la historia por la huella humana, los relega como subhumanos, pretexto para discriminar las culturas ágrafas.
[43] Para profundizar, mi texto “Mestizaje y Transculturación: Especificidades en el Siglo XX”, Postgrado “Identidad”, Prof.Maritza García Alonso, Centro de Investigaciones de la Cultura Cubana Juan Marinello, inédito, 1996. Las “islas étnicas” en EUA son más fácilmente detectables; muchísimos inmigrantes blancos (de todas las regiones españolas, pero no sólo de España) durante la primera mitad del siglo XX, se insertaron entre los más humildes cubanos y en sus diversas comunidades, sin obviar aquellos que, sea por disminuir posición social y/o económica por los más disímiles motivos o porque nunca la tuvieron, tanto en nuestros campos como ciudades (y en estas últimas no sólo en solares, sino en todo tipo de vivienda y barrio) sufrieron penuria y marginación. En Cuba se han citado barrios de indigentes, marginados ayer, insalubres hoy; más recientemente las comunidades de tránsito y hasta un barrio chino tradicional en Centro Habana... pero excepto por los barracones, cabildos y otras asociaciones coloniales y republicanas, es muy difícil precisar (más allá de los estereotipos y el imaginario popular) un barrio o institución solo de negros, a menos que incube vicio racista (caso del ñañiguismo, que lo trascendió desde fecha bien temprana) para bien de todos, que subyace en el substrato de nuestra cultura e identidad nacional.
[44] El mestizaje racial no es sólo herencia del África Subsaharana en Cuba (solos nunca hubieran generado esos “nuevos colores de piel”), sino también de los blancos e incluso, de los indoamericanos, los chinos y otras razas y etnias, sin olvidar que el mestizaje cultural logra todavía un nivel de dinamismo mucho mayor y determinante y (aunque parezca paradoja) con menos riesgo en una absolutización a la vez más heterogénea, al ser más complejo, profundo y enriquecedor, que aquel que se reconoce a simple vista como el mestizaje racial. Las asociaciones, instituciones y otras sociedades, sobre todo aquellas por marginación y aun cuando casuísticamente pudiéramos considerarlas como suerte de comunidades en sí mismas, suelen explicitar un sentido de militancia que en las restantes comunidades no funciona, al menos no de esa manera, con una organicidad mucho más, digamos, natural, histórica y culturalmente dada y condicionada.
[45] Remito a la experiencia del IV Taller Internacional de Antropología (Academia de Ciencias de Cuba, abril de 1998) con la investigación ¿Cultura Homosexual?, cuyos resultados presenté entonces a feliz debate, conjuntamente con el Lic. (y entonces Maestrante en Antropología) Jorge Manuel Perera Fernández; continuada hasta hoy en otros estudios.
[46] Lejos de la anglofobia, no es el origen británico del nombre lo que me molesta, pues si con ello se lograra mermar la carga peyorativa que las restantes denominaciones han implicado históricamente, bienvenido. Tal ha sido la intención, sin duda; pero sabemos que el original inglés indica el adjetivo “alegre” (lo mismo que en francés gai, gaie) y recuerda demasiado sospechosamente a otras denominaciones supuestamente benévolas con otros sectores mal vistos socialmente, y (mal) emparentados con la homosexualidad (sobre todo masculina) en el imaginario colectivo, como es el caso de “mujeres de vida alegre” para las prostitutas. Al sustantivarlo, pues, es como llamarles ahora, “los contentos”, lo que ya en sí mismo genera un nuevo (y bien falso) estereotipo: ¿Quién dice que ser homosexual equivale a ser “un contento”? Desde el punto de vista homosexualista (no homosexual) es casi una invitación; pero peor aun (además de las motivaciones expuestas en un inicio) tras esta generalización paternalista se esconde la gran diversidad de estados de ánimo, personalidades, e incluso, la triste y sufrida marginación histórica, aun cuando en realidad su intención sea justo un trato respetuoso que, además, en muchas culturas funciona, intuyo que sobre todo, las no franco ni angloparlantes.
[47] Y abrazo esta denominación porque define justo lo que tales orientaciones sexuales implican: una relación, que ayudaría a no absolutizar tanto las “fronteras” que supuestamente separan homosexuales y heterosexuales (mucho más tendientes a desdibujarse que lo que el heterosexismo imperante acepta, para subrayar siempre “la diferencia”) y que nuestra cultura heterosexista y ancestral de Sagrada Familia aun insiste en inculcarnos a todos desde la cuna (desde el vientre materno… desde la concepción) por los más diversos medios y en ocasiones, bajo apariencias “abiertas”, “avanzadas”, “revolucionarias” y a menudo, hasta “valientes”, y que esconden el prejuicio paternalista y marcadamente diferenciador.
[48] Es lamentable que aun en círculos supuestamente intelectuales, y con actitudes que en vano tratan de esconder su paternalismo homofóbico aun cuando tales no sean sus intenciones, hayan citado la homosexualidad como un “tercer sexo”, tan lamentable por marginador, equivalente a evaluar otra raza como otra especie; así se llamó algún ciclo de cine sobre el tema en los años 90: El tercer sexo, demasiado puntual y casi clandestino, aunque con meritorios aportes entonces, como valientemente logró la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en su sala Caracol, cuando también logró en su video-debate sabatino el complejo cinematográfico Yara, sin tal infeliz denominación (por suerte) y cuyo protagonismo tuve el orgullo de disfrutar, antecedente inmediato a los video-debates quincenales desde octubre del 2000 hasta hoy, del H-S-H del Centro Nacional de Prevención contra las its-vih/sida (infecciones de transmisión sexual-virus de inmunodeficiencia humana/sida). “Tercer sexo” no ayuda para nada, a cualquier comprensión cabal de lo que podría ser (o no) una comunidad gay. También se evidencia (lamentablemente, igual) cómo los marginados por una razón marginan a aquellos por otras razones, como si con ello menguaran su no aceptación por otros, lo que no exceptúa ningún tipo de marginación. Por supuesto, desvían sus auténticas soluciones, que se centran en dejar atrás la historia de marginaciones como parte de la pre–historia (que ya había identificado Karl Marx en tan avanzada época) de una genuina Humanidad.
[49] Que no heterosexuales, término que no se ajusta a criterio tan marginador por definición, sino a la relación sexual indicada.
[50] El reaccionario heterosexismo impuesto es el que no deja más opción hoy (so pena de retroceder salvajemente en la escala humana) que re-entender la homosexualidad como una legítima opción (lo que nunca hubiera sido necesario sin tan retrógrado heterosexismo, que es el que lo ha reducido a opción marginada) y criterios como este no constituyen sino trincheras donde se parapetan con mal disfraz algunos nuevos “ideólogos” al respecto que aparentan así su paternalista subvaloración. Tal criterio explica (entre otros argumentos) mi preferencia por definir la orientación sexual como relación (latente o realizada, y al margen de la duración y frecuencia temporal) más que a la persona en sí, pues abundan los hombres cuya relación hoy ha sido H–S–H, mañana es H–S–M y luego pueda (o no) volver a ser H–S–H; y viceversa, y lo mismo entre las mujeres. Parece que esta posibilidad también queda excluida ante estos acoquinados demasiado precavidos que así se erigen para “cuidar la moral ajena” (discurso moralista) a menos que por otra parte, teman que “abrir tal banderín” sería tan atractivo y fascinante que las relaciones H–S–M queden relegadas al olvido; en lo que ya habría que estudiar sicológicamente las verdaderas motivaciones por frustraciones de tales voceros caso por caso, que no es ni con mucho, interés del presente ensayo.
[51] A la homosexualidad, a diferencia de otras marginaciones, le cabe la posibilidad “salvadora” de la hipocresía y la auto-frustración. No quiere esto decir, ni mucho menos, que ser homosexual implique ser hipócrita ni frustrado, para nada, sino que son estas capacidades de que carecen por ejemplo, los marginados por sexo, color de piel o incluso por credo religioso, que podrían ocultarse ante los demás, pero nunca ante su Dios; de aquí que junto con el resto del medio ambiente (otras especies, sin voz propia -en apariencia, pues su protesta se explicita en otros múltiples fenómenos y discursos que el antropocentrismo no nos permite reconocer, pero puede ser más contundente y peligrosa para todo el planeta, reacción ante el abuso humanoide- por lo que requieren de los más altruistas humanos) son los últimos de los marginados en defender sus derechos, por haberse podido disfrazar y auto-reprimir mejor, pagando en frustraciones y sufrimientos. Pero en tanto marginación en la sexualidad, no se resuelve en espacios de conversar, ver un filme ni tomar un té (que ya al menos es algo) sino sexualmente, con todas las oportunidades para ello que tanto ayudarían en la lucha contra las its-vih/sida, en beneficio de toda la Humanidad… no solo de la homosexualidad, como suele ser: liberar a los marginados, libera también a todos los demás.
[52] De entrada, habría que redefinir mucho mejor los límites entre la homosexualidad y la heterosexualidad... si es que existen, más allá de posturas biologicistas, sicologistas, genetistas incluso, etc. que tras sus propias aberraciones cientificistas (y seudo-sociales, a no dudar) insisten (muchas veces con máscaras de desprejuiciada ciencia) “justificar” esta “aberración”. El reconocimiento de una “opción intermedia”: la bisexualidad, no es novedad; pero el abanico se ha ampliado según las inquietudes sexuales (reconozcan que) tiendan más a uno u a otro extremo, que cada vez devienen más ideales y por tanto, inexistentes. Cada vez nos acercamos más a concluir que existen tantas sexualidades como seres sexuados hay, y aun más: tantas sexualidades como momentos sexuales tengan todos y cada uno de los seres sexuados. Los genes siguen cargando con “la culpa” (no desaparece del intertexto que alguna “culpa” hay... responsabilidad, causas...) pero en la medida en que se amplía el abanico de opciones sexuales, ¿se fundamentarán mecánicamente los genes que las justifiquen hasta el infinito?
[53] De inicio, si el sufijo “fobia” implica miedo, ¿hasta qué punto la sola palabra “homofobia”, no es una justificación homofóbica (redundancia intencional) para los marginadores? ¿Es que como “miedo a la homosexualidad”, en tanto “miedo a lo desconocido”, se puede catalogar ese virulento odio nazi (recurro al nazismo como comparación no por azar, dada la homofobia nazi, que dicho sea de paso, apenas se condena en los filmes y textos sobre su época y tal parece un problema exclusivo contra los judíos, que no por azar disponen del dinero para costear tales producciones) que impulsa hasta la agresión más nociva, a quienes llamamos (tal vez demasiado cómplice y paternalistamente) homofóbicos? Casi son las víctimas, en tanto temerosos... ¿No es este un paternalismo, también, homofóbico, por cómplice en tanto justificador?
[54] De más está decir que me pronuncio contra todo tipo de comunidad cuya sola existencia implique la marginación y/o la auto-marginación, cuyo ejemplo más tristemente célebre han sido los ghettos a que fueron sometidos los hebreos por el nazifascismo. Ello no excluye su existencia aun cuando no conformen una comunidad, y que se salven sus valores y su patrimonio para mayor riqueza de toda cultura nacional, y se les viabilicen sus más elementales derechos y necesidades; mientras todos nuestros espacios sigan siendo heterosexistas, por supuesto que urgen espacios para la homosexualidad, que no tiene que ser privativos, pero donde cada “otro” que los visite no tenga el menor derecho a recriminar ni cuestionarse; sobre todo si retomamos la idea de que es una problemática que en esencia, se resuelve sexualmente, además de socialmente.
[55] ¿Por qué la (supuesta) Humanidad aun ve mucho más tolerable (y dentro de “lo normal”) dos hombres que se maten a golpes de odio en la calle, que dos hombres que se besen amorosos en la calle? ¿Qué religión y qué ética es esa que prefiere el odio al amor? ¿Por qué promover la tolerancia (en sí mismo marginadora por definición) en vez de la aceptación e integración, sin el enfermizo morbo frustrante y represor que el que explicitan tales marginadores, “dueños de la moral”?
[56] Algunos estudiantes universitarios en las más diversas sedes, facultades y universidades del país, han aportado diversos estudios de casos. Yeinsy Jiménez Pérez (Estudios Socioculturales, Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Universidad Agraria de La Habana) en Madruga (entonces provincia La Habana) detectaba generarse al menos, algún “grupo gay”; otro tanto en torno a los Proyectos Hombre-Sexo-Hombre de Salud Pública contra el vih/sida, si antes casi lo impedía la inestabilidad e inseguridad de los espacios que por su cuenta han asumido, siempre perseguidos; y sobre todo desde el 2008 (la mejor de todas hasta hoy), las jornadas contra la homofobia cada 17 de mayo desde el Pabellón Cuba; acciones como el Cine Club Diferente de Frank Padrón en el cine 23 y 12; y el grupo Orami (femenino; en yoruba, “Amigas”) en Calzada y 8. Tal vez son los gérmenes de una (¿varias?) comunidad(es) gay cubana(s); y en cada caso, ¿quiénes la conforman? ¿Por qué unos sí, y otros no? Léase también ¿Aceptación de la homosexualidad en Cuba? Dos puntos de vista (Gustavo A. Valdés Pi y col., Facultad de Biología de la Universidad de La Habana, 2005) y la Tesis de Licenciatura en Sociología de Sussette Fuentes Reverón, sobre los patrones heterosexistas en las relaciones homosexuales masculinas y las femeninas (2005).
[57] Generalmente machista, incluso en una homosexualidad masculina machista muy común aunque nos parezca paradoja, en función de la cultura sexista impuesta; imagen que en otros códigos de la misma sociedad pudiera, por el contrario, deteriorarse.
[58] Ciertamente que “para gustos hay colores”, pero no es de extrañar que en una transacción de tal tipo, el (la) cliente (o benefactor(a), como también acostumbra encubrirse) sea mucho mejor ejemplar de su sexo en todo sentido que el (la ) prostituto(a); lo que sin dudas y al margen del respeto a todo gusto personal, y sin imponer (claro está) dogmas estéticos fascistoides ni mucho menos (de manera general, el cuerpo atlético formado en el ejercicio se considera más atractivo que el grasoso, por sólo poner este ejemplo, pero ni siquiera este rasero quisiéramos esgrimir para evitar posiciones negativas por discriminatorias) merecería más profundidad de análisis, sobre todo si recordamos que hablamos del comercio sexual y no del amor, que ya implicaría otros parámetros más allá del gusto físico, aunque tampoco al otro extremo aun más negativo, de condenar al sexo y al amor a la exclusión entre sí: por supuesto que no son sinónimos, ni tampoco antónimos; es ideal cuando se complementan, pero tampoco se puede vivir en el idealismo, ni falsear la realidad de cada relación.
[59] Trashumantes y nómadas sin un espacio fijo propio; tal es el caso de los gitanos, víctimas de los prejuicios y de su propio ostracismo, a veces prejuiciados contra “los otros”.
[60] Espacios muchas veces tan heterogéneos como diversos en distancia y otras cualidades de todo tipo; a estudiar en cada caso, su atractivo para tales confluencias.
[61] Aquellas que en una sociedad buscan mantener la identidad de sus raíces étnicas, aun transculturando.
[62] Son aquellos que conforman comunión artística, o por cada una de las diversas profesiones, oficios y gremios; comunión científica, ambientalista, religiosa, política, de derechos civiles, etc.
[63] Así por ejemplo, las comunidades urbanas reiteran hallar sus raíces en comunidades rurales o de otro tipo, con las cuales continúan interactuando dialécticamente y de una u otra forma, durante todo su devenir.
[64] Las “posadas” para parejas heterosexuales, tradicionalmente reconocidas a pesar de los prejuicios por presunto adulterio y otros, ya apenas existen, y dadas las dificultades de vivienda y convivencia (incluso matrimonios estables con hijos que comparten y no comparten distintas viviendas), hay más proliferación de espacios improvisados para estos fines en todo tipo de relación sexual, incluso las más socialmente aceptadas.
[65] Otros dirían “espontáneamente”, adverbio al que confieso reservas por lo que en análisis riguroso significa, no aplicable a procesos condicionados que aquí subyacen, más inconsciente o más conscientemente, más o menos evidentes, más explícitos o más implícitos, pero sus condicionantes, causas y explicaciones, subyacen.
[66] Pequeño Larousse Ilustrado, por Dr. Miguel de Toro y Gisbert, refundido y aumentado por Ramón García-Pelayo y Gross, Edición Revolucionaria, Instituto del Libro, La Habana, 1968. De tal suerte, si por “institución” entendemos “establecimiento”, damos cabida entre ellas lo mismo a los más diversos centros de trabajo y/o de estudio de la más amplia tipología (entiéndase lo mismo el trabajo fabril industrial o artesanal que el agrícola o el intelectual, los centros de servicio de todo tipo: escuelas, iglesias, los medios de difusión, hoteles, instituciones de la salud de todo nivel y de toda otra ciencia e investigaciones, comerciales, artísticas, recreativas, gastronómicas o culinarias de todo rango, militares y políticas en tanto sedes de funcionarios de dirección política del país e incluso representaciones de otros países sean embajadas, consulados, etc. y en la oposición según cada país, fundaciones, etc. bien sean particulares o estatales) que a otras instituciones establecidas en la comunidad con un instrumental mucho más dinámico, cotidiano y personal inclusive, como puede ser la familia y todo el sistema asociativo en, hacia y desde la comunidad.
[67] Según su grado de madurez y su propia ingenuidad sobre todo en el caso de la inercia social, o maldad y de hipocresía para con los demás e incluso consigo mismo, muchos se creen o se convencen a sí mismos, que de verdad comparten.
[68] A veces, cascos históricos u otra identidad básica para la comunidad. Por ejemplo: cada hospital deviene institución en su comunidad, pero a su vez, es de suponer que en mayor o menor medida, todos los hospitales del mundo tributan al menos como copartícipes de la comunidad científica internacional; ejemplo válido y extensivo para los restantes tipos de instituciones, a analizar como siempre, casuísticamente. Al margen de que cada hospital, además de su propia comunidad de trabajadores (médicos, paramédicos, enfermeros, técnicos, otros trabajadores de otros servicios del hospital como gastronómicos, limpieza y oficinas, en muchos casos estudiantes de Medicina, de Enfermería, etc.) cuenta con una comunidad de pacientes mucho más variable que la laboral, pero que en sí misma puede ser más regular o irregular según el tipo de hospital y su especialización médica y/o en la localidad; los pacientes implican sus propias comunidades de acompañantes, sin obviar aquellos otros que acuden a visitar a los trabajadores, por otros intereses profesionales como la policía, y hasta simples transeúntes (caso del Hospital Calixto García y la Covadonga, por ejemplo, que suelen atravesar) entre otros.
[69] De una parte hay que considerar la diversidad de lugares de residencia que ya matiza entre ellos la heterogeneidad, más aun si se agrega a manera de historia de vida de cada uno, sus disímiles vivencias en otras comunidades tanto residenciales como institucionales. Téngase en cuenta que muchos de ellos no sería población flotante en esta comunidad concreta si no fuera exclusivamente como fuerza laboral, lo que ocurre sobre todo en las llamadas plazas propias, esto es, aquellas que por el perfil profesional competen en particular a esa institución, como ocurre repetidamente por ejemplo, con muchos profesionales con toda su sicología particular, tan diversa como profesiones hay, aun sin llegar a las individualidades.
[70] Es preferible asumir “color de la piel” (que a su vez es ampliamente trascendido por “etnia”) que “raza”, al compartir los criterios de Don Fernando Ortiz en El Engaño de las Razas. Un negro supuestamente puro puede tener ancestros europeos, y un blanco supuestamente puro puede tener ancestros del África subsaharana, como se comprueba fácilmente en la práctica cotidiana, entendida la práctica como criterio de verdad. Por otra parte dentro de la “blanca” Europa existe una enorme variedad de etnias en constante transculturación entre sí, como también ocurre dentro de la “negra” Africa Subsaharana, o dentro de la “mongoloide” China, etc. Tanto transculturan (y tanta mezcla es) en el norte español (por no salir de tan breve espacio) un gallego con un asturiano o con un vasco, como un congo con un carabalí o un yoruba; y mucho más al contactar este producto transculturado ya en el África, con el transculturado ya en España. Más allá: el gallego más supuestamente “puro”, no es sino el producto históricamente transculturado de iberos, celtas, romanos (a su vez transculturados anteriormente desde los griegos, etruscos, etc.), lusitanos, visigodos, etc. válido y extensivo casuísticamente a todas y cada una de las etnias implicadas; por otra parte, el mestizaje cultural define mucho más que el racial, aunque todavía no hayamos aprendido a ver con el corazón... como sentenciaba Saint-Exúpery, “lo esencial es invisible a los ojos” (El Pequeño Príncipe)
[71] Ver Guanche, 1996.
[72] El análisis exige aun mucho más rigor y atención, pues suele ser una calle, un río o algún otro accidente similar, el que defina un barrio de otro, pero a su vez la cultura es la única que no cruza la calle (ni tiene por qué) por las esquinas, ni la detiene (ni debe) la cebra ni el semáforo, y repercute mucho más allá de la acera del frente, incluso a través de los vehículos en marcha, ni espera del medio de transporte para trasladarse, lo cual logra en cada individuo que transita (caminando o en transporte) y en los medios de difusión, e incluso, por teléfono y otras múltiples señales. Un incendio o la cola de una tienda, por ejemplo, pueden divisarse a la lejanía por quienes usan anteojos, o se avisa por teléfono, o por una sirena. Sobre todo en la periferia de cada comunidad, no es posible comprender su cultura local obviando la de la comunidad aledaña, con frecuencia más identificada consigo que el otro extremo de la misma comunidad.
[73] Donde los lógicos intereses imperiales dividieron una misma comunidad (incluso, una misma familia) entre dos (o más) naciones muchas veces irreconciliables entre sí y les impusieron la segregación, mientras que comunidades absolutamente diferenciadas entre sí y hasta incompatibles y antagónicas con seculares discrepancias inclusive bélicas, quedaron artificialmente unidas bajo una misma bandera nacional.
[74] Comunidades tanto de raíz indoamericana como de raíz colonial, que durante el siglo XIX e inclusive el XX otros intereses no menos egocéntricos y dañinos que los imperiales referidos en África, pero ahora en función del bolsillo de caudillos pseudo nacionales (no por nativos más nacionales al aspirar exclusivamente a su propio beneficio personal desde el mismo puesto y abuso de poder que antaño habían esgrimido los colonizadores foráneos, y hasta con métodos muy similares y el mismo enfermizo y ahora además, traidor, desprecio a dichas comunidades) fueron concebidas e impuestas desde un buró, con resultados no menos dañinos que aun se hacen sentir muy lamentablemente, en múltiples conflictos de todo tipo y de muy difíciles y tensas soluciones aun por probarse en su efectividad, con repercusión en los golpes de estado y todo tipo de manipulación politiquera y militarista en la región.
[75] Tal división respondía básicamente a las campañas electorales de los alcaldes. Ver Rensoli, 2003.
[76] Por sólo citar uno de los actuales municipios capitalinos (Plaza de la Revolución) en su territorio sólo se reconocían El Vedado, Príncipe y Medina (este último obviado a continuación, “globalizados” todos bajo El Vedado, sin dudas por el sello de su tradición popular secular y el nulo interés e ignorancia consecuente por las verdaderas comunidades locales) y nunca se reconocieron los marginados La Pelusa, Pan con Timba, La Dionisia y El Fanguito; ni aquellos que pervivían de la colonia con toda su identidad pero coexistían con el más aupado Vedado, tales como El Carmelo, San Antonio Chiquito, La Pera, Puentes Grandes o Aldecoa, entre otros; ni los más recientes como El Nuevo Vedado o La Rampa.
[77] Los términos consejo y concejo son homófonos: el primero se usa (además de aconsejar) para nominar diferentes órganos colegiados con la función de informar al gobierno o a la administración sobre determinadas materias, y también como el órgano superior de gobierno que asistía al rey en la administración del reino y para impartir justicia; mientras que el segundo equivale a ayuntamiento o municipio, esto es, a las divisiones político-administrativas, que es el caso que nos ocupa. Durante la República fue común en Cuba el uso de las palabras concejo y concejal (al frente del concejo), al igual que en España y los países hispanoamericanos. Cuando recomenzaron en 1990 en Cuba, se referían como concejos, pero al haberse perdido la cultura de concejales durante la Revolución, se mal interpretó como error y en breve y hasta hoy se ha generalizado “consejo”.
[78] En consecuencia, el desarrollo no se está promoviendo realmente desde cada comunidad, sino desde cada Concejo Popular o en última instancia, desde cada circunscripción, que como vemos, no son comunidades naturales, y en dependencia de los sujetos implícitos se trasciende (o no) a las comunidades en sí, o se limita dogmáticamente por lo establecido en la división. Los problemas que más saltan a primera vista son las fronteras establecidas, a menudo en franco desacuerdo con los límites naturales con que se conformaron históricamente las barriadas en cuestión, así como los topónimos, muchas veces improvisados en detrimento de los nombres populares originales con que cada comunidad en su devenir se identificó, o demasiado generalizados y por tanto, encubridores de otras comunidades que así han sido obviadas y colocadas en la antesala de la liminalidad, el olvido y una muerte nada natural, sino así absolutamente provocada; dos elementos básicos, pues la identidad comienza por sus límites y su nombre, y ambos factores suelen desestabilizar la pervivencia misma de las comunidades en sí, aunque no son los únicos: otras muchas identidades incluso patrimoniales, se han deteriorado sobre todo en el más vulnerable patrimonio intangible y el natural, o están amenazadas de extinción.
[79] Desde tales comunidades, todavía somos muy pocos los que hemos planteado esta problemática en disímiles tribunas, inclusive con algunos resultados positivos, aunque aun muy insuficientes: personalmente sólo he hallado el eco de personalidades como el Dr. Jesús Guanche, cuyo puesto de trabajo dista de una comunidad concreta pero ha verificado tal situación en todo el país a partir de su labor profesional, y ha hecho suyo también considerar la historia e identidad de nuestras comunidades al trazarse nuevas divisiones político–administrativas; la misma problemática en toda Cuba la han demostrado investigaciones como las de la Dra. Virtudes Feliú sobre festividades populares desde el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, y otros expertos desde otros municipios y provincias y desde otras esferas de trabajo y sectores, me han manifestado igual preocupación y más aun, la han expuesto en diversos estrados a distintos niveles, pero en verdad como todo lo genuinamente revolucionario, aun son muy raros y lamentablemente, abundan quienes acríticamente asumen como comunidad lo que les es orientado como circunscripción, Concejo Popular, municipio o provincia, sin el menor cuestionamiento y por supuesto, con todas las consecuencias negativas ya analizadas.
[80] A partir de los estudios pertinentes sobre las diversas comunidades en tal municipio el III Simposio Territorial de Estudios Culturales (primero que consiguió sesionar en una comunidad fuera de las paredes institucionales, lo que ya se había intentando en el II Simposio homónimo, en marzo de 1991) logró, el 5 de mayo de 1993, revitalizar el topónimo El Carmelo para el Concejo Popular que hasta entonces pretendía llamarse Chullima, así como el casco histórico local y su fecha local (5 de mayo) con sus verbenas y su publicación El Porvenir del Carmelo, entre otros valores locales; la comunidad, al ver reabierta su “iglesia del derrumbe”, comenzó a entrar, incorporarse y participar en comisiones, iglesia católica donde la comunidad hebrea mostró sus cantos, bailes, galletas ázimas, candelabros y otras identidades, frente al rincón haitiano con su bandera vodú (entonces en nuestro municipio) y otras identidades, y se debatía por primera vez en evento de este tipo, un trabajo sobre homosexualidad, acto pionero contra la homofobia, lo que ha continuado identificando estos eventos. La comunidad protagonizaría para su propia historia a partir de sus bienales Encuentro de Historia y Tradición de mi Barrio, desde 1995.
[81] La misma sede ha reconocido las más diversas formas de la cultura local: Casa de Cultura, Clubes deportivos y sociales, comparsas, iglesias, escuelas, parques, hospitales, jardines, bosques, cines, el Parque Almendares, la Necrópolis Cristóbal Colón, el ICAIC, galerías de artes plásticas, museos, institutos de investigación científica, teatros, restaurantes, organismos de dirección, residencias estudiantiles, hoteles, salas de vídeo, unidades militares, etc. Pero sobre todo, la misma comunidad ha sido sede (sus aceras, sus calles, sus casas particulares y centros comunitarios, comedores del adulto mayor y consultorios del médico de la familia, mercados, centros obreros y otros laborales, policlínicos, bodegas, etc.) y en no pocas ocasiones ha entrado voluntariamente (sin más orientación ni promoción que la propia comunidad) en las sesiones del evento (que nunca por ello ha dejado de ser científico, más bien todo lo contrario: aumenta su propio rigor con la práctica cotidiana y el protagonismo de cada comunidad que a su vez, se multiplica con los debates de ponentes y jurados de primera línea de la intelectualidad y las ciencias cubanas) para escuchar e incluso, participar, retroalimentarse y aportar.
[82] No pocos de estos mismos vecinos (amas de casa, jubilados y pensionados, estudiantes, artistas y trabajadores de cualesquiera de las esferas de la vida social cubana, monjas y curas, pastores, babalawos, desvinculados, más recientemente los cuentapropistas, etc.) han participado en el evento, y han devenido desde aquí, autores de ponencias hoy recogidas como fuentes valiosas para el mejor conocimiento, análisis y proyección de trabajo en las distintas comunidades y para salvar el patrimonio comunitario, e integran la bibliografía y las fuentes de Historia de Plaza de la Revolución (ver Couceiro, 2006).
[83] Donde se encuentra la Casa de Cultura Municipal (Calzada y 8), sede del I y II Simposios (1989 y 1991) por ser tan emblemática institución, afín a la comunidad, que ya en 1989 se volcó al entorno comunitario, en este caso almorzando en el otrora Vedado Yatch Tennis Club, además de aportar desde ya entre otros, la danza aerobia y las arterapias, el esperantismo y la cultura ecológica (alimentaria y medicamentosa), que siguió identificando a estos simposios; pero justo por la sicología social en entorno tan diverso y de tantas migraciones, ya el II Simposio intentó ir a las comunidades y otras formas de la cultura, proponiendo el Zoológico, el Consejo Ecuménico y la Biblioteca Nacional. La tremenda resistencia obligó al mismo local, pero ya se pudo revertir tales comunidades a desbordar esta institución: el Zoológico fue una excelente Sesión Plenaria, y el almuerzo una expo-venta de comidas típicas de las comunidades anglocaribeñas, filipinas, libanesas y greco-rusas ortodoxas del Consejo Ecuménico (homenaje a Nitza Villapol) cuyo internacional coro Shalom cantó por primera vez en Cuba fuera de una iglesia y se debatieron del hinduismo, la santería y otras religiosidades, se aportaron diversas culturas funerarias y la física y deportiva, homenaje a la comparsa tradicional Los Payasos, etc. Ello creó condiciones subjetivas imprescindibles para que el III Simposio fuera ya en las comunidades.
[84] El ya referido del 5 de mayo de 1993 que abrió la Iglesia del Derrumbe y devolvió a la comunidad su topónimo, casco histórico, fecha, etc., logros que se ratificaron definitivamente el 16 de noviembre de 1993 al retomar esta comunidad para celebrar la villa de San Cristóbal de La Habana, cuando propició con coros de iglesias, lo que serían los Encuentros de Coros.
[85] 1995; hospital patrimonial, casco histórico y emblema de su comunidad, evento que fue el homenaje a su centenario. Se incorporaron entre otras comunidades, los chinos y los canarios.
[86] 1997: Puentes Grandes, que por la división político-administrativa se divide en cuatro municipios, logró entonces su unidad de siglos, pues el evento sesionó en las mismas fronteras, en el Bosque y a orillas del río con almuerzo ecologista en los tradicionales Jardines de La Tropical en homenaje al río; en la Cervecería La Polar (municipio Cerro-Marianao); y en el municipio Playa en el cine Alba tras la Papelera Cubana y en la Casa de los Borrero, ya entonces casa de inquilinato de alto valor patrimonial, comisión que muy bien atendida por los vecinos, presidía el Dr. Enrique Sosa para apuntar a salvar su rico patrimonio, pero poco después, lamentablemente perdida. Se incorporaron el espiritismo, el travestismo y el Sicoballet, que llegaría a Premio Nacional.
[87] 1998, ya iniciaba el I Fórum Municipal de Ciencia y Técnica de la Cultura; en este barrio se concentró en el Instituto de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello” con una conferencia de la Arq. María Elena Zequeira sobre la diversidad de valores arquitectónicos y urbanísticos del municipio Plaza de la Revolución.
[88] 1999: sesionó en el Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos (ICAIC) en homenaje a su 40 aniversario, de donde la sociedad colombófila aportó 15 palomas hacia los restantes municipios capitalinos y provincias cubanas, desde las manos de los ponentes y tribunales seleccionados por su diversidad y méritos; sesionó en la necrópolis Cristóbal Colón, en el cine 23 y 12 y en la galería 23 y 12, se sumaron las sociedades catalanas y andaluzas con otro Rincón Canario, etc. Para el almurzo se revitalizó la medianoche, oriunda de esta comunidad o al menos, este entre sus lugares de origen.
[89] 2001: homenaje al Ballet Nacional aquí gestado, y a los hermanos Fernando y Alberto Alonso, padres del ballet cubano aquí nacidos (y a Isadora Duncan, al sumarse Danza Voluminosa) y a esta comunidad, de la que revitalizó el Elena Rooth para el almuerzo, explicando a todos el valor de esta receta aquí nacida; sesionó en el parque Villalón (el central tradicional de la comunidad, 1915), el Teatro Auditorium, la Dirección Provincial de Cultura, los edificios de becados universitarios (quienes atendían la comisión), la Empresa Escambray, el Movimiento Cubano por la Paz (hoy Casa del Alba) y en Mi Conuco (allí donde nacieron los Baños del Vedado en 1864 y originaron la calle Baños, hoy E), presidida por el Dr. Ángel Pérez Herreros.
[90] 2002: se tomaron los hoteles (que tanto identifican a esta barriada) a ambos lados de la calle 23 (el Habana Libre, donde se presentó el proyecto Renacer, de Música de la UNEAC; y el Victoria) lo que logró que si hasta ese momento la calle 23 dividía al concejo Rampa del Príncipe, se entendiera que La Rampa lo era a ambos lados, y se rectificó la división político-administrativa a favor de la identidad comunitaria.
[91] 2003: se significó el mismo corazón del Nuevo Vedado: el cine Acapulco y su parque homónimo al frente, a ambos lados de la Ave. 26; este simposio reforzó el topónimo Nuevo Vedado, amenazado entre Puentes Grandes y Colón.
[92] 2004: desde la inauguración en el Jardín Zoológico (donde continuó una Comisión) se tomó toda Aldecoa inmediata: el mercadito, la Empresa Quintín Banderas (atendidos por los obreros), el Aula Ecológica del Parque Forestal… Homenaje a los Talleres Ferroviarios Ciénaga (1837, casco histórico local) y al Zoológico (1939, casco histórico al Nuevo Vedado norteño), sirvió de impulso a los vecinos que a la sazón, revitalizaban su tradicional Noche de San Juan. Se reanimó el barrio Aldecoa con todas sus identidades, incluido su topónimo, amenazado entre Puentes Grandes y Nuevo Vedado.
[93] 2005: la Sesión Plenaria fue sobre la religiosidad y la parasicología, desde las Escaleras que bajan a estas comunidades al río, en público para toda la comunidad. Sesionaron en los Astilleros Chullima (1962, pero con ancestros desde los precolombinos), la unidad militar, el Círculo Infantil y la escuela secundaria básica.
[94] 2006, barrio desde inicios del siglo XVIII que se tomó para defender su identidad contra la imagen que se le imposta desde La Timba vecina; desde su casco histórico (no en balde llamado Pasaje San Antonio) se festejó el L Aniversario de la Vexilología en el mundo (única celebración cubana) con un desfile de banderas hasta la Casa de Cultura Comunal (Patio de María, peña de rock) donde sesionaron, además de la Capilla de Santa Rosa de Lima y las casas de vecinos.
[95] 2007, justo para enfatizar las diferencias barriales con su vecino San Antonio allende la Avenida Paseo; sesionó en la Casa de la A, la bodega donde a fines del siglo XIX nació el “pan con timba” (pan con guayaba, que fue la merienda del evento); el parque infantil recreativo, y las casas de vecinos.
[96] 2008, homenaje al 145 aniversario del Reparto Medina y la Ave. Medina (Ave.23), al Pre del Vedado, a la Escuela Elemental de Artes Plásticas y a la Dirección Municipal de Cultura.
[97] 2009, celebró el 20 aniversario de estos simposios en el Memorial “Martí”, en la misma Plaza de la Revolución.
[98] 2010: primer homenaje a tan patrimonial reparto en su 150 aniversario, revitalizó su casco histórico en la antigua quinta del Vedado que conserva el título del intelectual progresista que lo parceló, Pozos Dulces; sesionó en la tradicional Parroquia del Vedado, la actual Casa del Alba en su impacto allende Línea, la Casona hoy de Artes Escénicas, etc.
[99] 2011: único homenaje al 50 aniversario del topónimo Plaza de la Revolución, con 50 palomas que despegaron vuelo desde la primaria “Eduardo García Delgado”, nombre de uno de los mártires de Playa Girón, de lo que también se cumplían 50 años; se incorporaron además, entre otros y de manera decisiva como sedes, el policlínico Plaza, la Casa Museo “Jesús Menéndez” de la Central de Trabajadores de Cuba; la sede del concejo y el politécnico Osvaldo Herrera (que extendieron el evento al extremo sur), los proyectos culturales comunitarios “Renacer” (sede de una comisión que luego tomó la calle hacia la clausura de sur a norte) y “Munanzo Munanzo”, en cuyo parque comunitario clausuró un grupo de música juvenil con un homenaje a Adolfo Guzmán en el 35 aniversario de su deceso, mediante su hija Ligia, miembro de uno de los tribunales. Se destacó entre otros, la participación masiva de estudiantes del Instituto de Tecnologías y Ciencias Aplicadas de la Universidad de La Habana; y la nueva editorial del Instituto Cubano de Radio y Televisión, así como un homenaje a una eminente cantante de dicha comunidad sobre la que se presentó una ponencia: Olga Samper.
[100] 2012: se sesionó en las casas de los vecinos y en la tradicional y emblemática Empresa de Granito, atendidos por sus trabajadores y la misma comunidad protagonista del evento. Se descubrió y pretendió revitalizar la comparsa local “Los Congueros de La Dionisia”, se rindió homenaje a Vicente Lanz y Margarita del Pozo, eminentes arquitectos del inmediato Nuevo Vedado al que se le captó Juan García como nuevo Coordinador de Cultura Comunitaria por la UNEAC, captándose entre los tribunales a Pedro Pulido, el del barrio sede.
[101] Ver Couceiro, 2010.
[102] Ver Couceiro, 2001; Couceiro, 23.1.2009, y Couceiro y Perera, 2002.
[103] Vidich y Lyman, 1994, en Denzin y Lincoln (pp.23-59)
[104] Ver Markarian, 1987.
[105] Todo el tan sintético resumen anterior, por no seguir deteniéndonos en (al menos, alguna de) la obra de otros estudiosos de la cultura (ver Savranski, 1983; Tokarev, 1977; Clifford, 1992) y otros muchos, incluidos cubanos (ver Torroella, 1995; Zamora, 1995; García y Baeza, 1996; Guadarrama, 1990 y 1994) etc. En cuanto al concepto aquí propuesto, lo he pormenorizado antes en monografías; ver Couceiro y Perera, 1991.
[106] Tampoco ha de entenderse dogmática ni estrechamente: así por ejemplo, la cultura doméstica conforma asimismo substratos esenciales de la cultura comunitaria, que hay casos en que llegan a ser esenciales, como suele suceder en determinadas comunidades eminentemente residenciales con identidad muy propia (Nuevo Vedado, Miramar, etc.) donde muchos promotores, insisten “ver” la cultura (ya que no saben entenderla con los restantes sentidos y percepciones) con un populista concepto de “cultura en la calle”, que además imponen, casi siempre de manera artificial, y lamentables pretensiones de “homogeneizar” a otras comunidades, y sabotear así la diversidad cultural que tradicionalmente, tanto nos enriquece e identifica, sobre todo mientras más metropolitanas son las comunidades.
[107] Y consigo el idioma con todas sus potencialidades de dialectos, localismos, incluso tonos, matices y gestos que acompañan, expresiones y otros que transculturan igualmente en el tiempo al mismo ritmo de la comunidad en sí.
[108] ¿Cuál es el líder que no tiene forma? Sería la pregunta que aquí cabe si se sigue el orden del pensamiento que ha pulsado este discurso, y coincido absolutamente: me cuestiono esta nomenclatura de “líderes formales”, pero esta línea de análisis se distancia demasiado del objeto central de este texto y ya se han aclarado previamente los postulados mínimos esenciales, consecuente con los cuales el término aquí se (¿mal?) refiere como comúnmente se emplea, a los dirigentes de organizaciones que no tienen más remedio que apelar a dogmas a menudo impositivos e incomprendidos por la comunidad, que cuando no son líderes “naturales” (¿es el adjetivo? ¿cuál es el líder “no natural”? Aunque ciertamente, hay “líderes” impuestos… pero no son realmente líderes), es porque carecen del carisma o ángel (dicho quizás de forma muy simplista pero con toda la autenticidad y acierto que le otorga la cultura popular, y que sin duda implica otros valores) para hacerse seguir del resto por convicción.
[109] Por sólo citar un ejemplo en plena colonia cubana, tal es el caso de Eloísa V. Halloran y su esposo el misionero J. Halloran en 1887 en el Cementerio Bautista (hoy Nuevo Vedado, barriada a la que llega como el más antiguo monumento local que heredaría al surgir medio siglo después) donde aportaron ya entonces un novedoso sistema pedagógico con clases gratuitas para los niños de la comunidad y una Academia con clases de tarde y noche para adultos; pero mucho antes sin dudas, otros estudios nos develarían tal vez alguno(s) de los misioneros que discreparon con el genocidio colonizador en Cuba (como el Padre fray Bartolomé de Las Casas) y en tantas otras regiones del mundo, entre otros, probablemente previos incluso a los siglos aquí remitidos y en cualesquiera rincones del planeta.
[110] Cuando designado jefe de brigada de los Conrado Benítez en la finca Hasta Aquí, del barrio Ojo de Agua en el municipio tunero Jobabo, creó un taller con los tejedores de yarey locales, para lo que empezó por aprender a tejer y luego, enseñó al resto sus nuevos diseños, y en 1962, durante el Primer Festival del Carbón que iniciaría la promoción cultural en la Ciénaga de Zapata, fue instructor de arte en la granja El Rosario. Ya entre 1962 y 1966 en Santa Clara primero y Ciego de Ávila después, colaboraba con la Federación de Mujeres Cubanas para integrar a la mujer a los talleres de artesanía que él orientaba y que mantiene en su nueva residencia (desde 1968) de la capitalina Centro Habana, paralelo a su ya experta obra docente de instructores de arte a las más distantes y distintas comunidades cubanas y más acciones personales, por ejemplo, para embellecer las secundarias básicas en la Isla de la Juventud y en la caravana artística Canadiez, que en 1970 recorría los cañaverales.
[111] En 1970 es profesor de la Escuela Nacional de Extensión Cultural que se fundaba, y proliferaron por toda Cuba sus cursos y talleres a activistas de cultura de los CDR, la Federación de Mujeres Cubanas, el Ministerio del Interior, el Ministerio del Azúcar, las FAR, los sindicatos y muchos otros organismos y organizaciones de masas, década en que orienta el trabajo en las brigadas XX Aniversario en Jagüey y en la Isla de la Juventud. Desde 1973 es Metodólogo Nacional de Artes Plásticas (luego de su experiencia provincial en su natal Las Villas) para el movimiento de artistas aficionados del entonces Consejo Nacional de Cultura, labor que continuaría al fundarse el Ministerio de Cultura, donde en 1984 es miembro del Consejo Nacional Técnico Metodológico para el trabajo con aficionados y Casas de Cultura de toda Cuba, sistema mediante el que orientaba el rescate y promoción de la artesanía en todo el país, y desde 1994 es seleccionado para integrar el Consejo Nacional Asesor para el trabajo cultural en la comunidad. De 1974 a 1979 fue Especialista Principal en los Encuentros Nacionales de Artesanía de los CDR, que fueron los primeros eventos cubanos en tal especialidad.
[112] En 1978 organiza y es curador de la primera exposición de artesanía cubana que integra la Jornada de la Cultura Cubana en Hungría, Rusia, Polonia, Bulgaria, Alemania y Checoslovaquia, y en 1979 trabaja para la exposición Artesanía Popular Caribeña del Carifesta 79 en la Casa de las Américas. No por casualidad, desde un inicio colaboró sistemáticamente con el Atlas de la Cultura Popular Tradicional al orientar y chequear este proyecto con los instructores de artes plásticas de toda Cuba, y en 1984 integra la Comisión Nacional para aprobar el Diseño de los talleres de artesanía en las industrias locales, mientras organiza y es curador de la muestra cubana al concurso mundial de las artesanías Oreshak 84 en Bulgaria, donde Cuba obtiene por primera vez un premio mundial en esta especialidad. Hoy es increíble, pero entonces había una dura batalla contra los criterios lamentablemente generalizados, de que Cuba carecía de artesanía o en el mejor caso, no se podía comparar con la artesanía de otros países. Por muchos promotores como él y su intenso y sostenido trabajo comunitario por décadas, tales prejuicios fueron vencidos y se demostró todo lo contrario, potenciando al infinito la imagen de riqueza que distingue a la artesanía cubana si se promueve tal patrimonio nacional desde todo el mejor patrimonio comunitario.
[113] Ver Couceiro y Perera, 1994.
[114] Larousse Ilustrado (Ob.Cit.)
[115] La intuición es en definitiva, el papel que la hipótesis desempeña en toda investigación; hubo una época errónea en que se insistía en demostrar hipótesis, a fuer que de lo contrario, se invalidaba la tesis; en vez de entender la hipótesis como un fenómeno vivo que marcha en el mismo proceso del resto de la tesis hasta convertirse en las conclusiones. Realmente me parece infeliz desviar el análisis de una investigación limitando si llamarla hipótesis, o premisa, o… más infeliz aun sustituir una hipótesis por una pregunta científica, cuando una hipótesis es una posible respuesta por la que nos guía la investigación a responder el problema planteado… ¿cómo sustituir una posible respuesta por una pregunta? Lamento que el neopositivismo academicista que he podido constatar imponiéndose tan sorda y arrogantemente en otras Universidades del mundo (no solo en Cuba) haya causado tanto daño en la formación de varias generaciones, pero la ciencia se impone: Galileo Galilei fue uno de los tantos que lo han demostrado fehacientemente. |
Dr.
Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu
En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 12 de abril de 2013
Autorizado por el autor, al cual agradecemos.
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