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Aproximación metodológica a la cultura culinaria en las comunidades:
El Municipio Plaza de la Revolución

por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

 
 
 
 

Degustando, la Sra. Marta Rodríguez Díaz
Foto Avelino V Couceiro

 

Sólo al avanzar la postmodernidad (cuestionamiento de la modernidad, originada con el romanticismo a raíz de la Revolución Francesa de 1789) es que lo cotidiano (subvalorado por la modernidad burguesa que desde el Renacimiento, sustituía al Medioevo) comienza a valorarse como objeto de estudio por las ciencias, desde los convulsos años 60 del siglo XX por intelectuales como el italiano Umberto Ecco, influencia de los Cultural Studies apenas recién nacidos en el Centro de Estudios Contemporáneos de Birmingham, Inglaterra… la modernidad burguesa subvaloraba lo cotidiano, entre otros fenómenos. Entre los pioneros de los Estudios Culturales en Cuba que implican introducirse mediante el sistema de programas y proyectos (que a su vez, no es tal si no emana de las investigaciones) en este mismo municipio Plaza de la Revolución desde 1988, he explicitado previamente entre otras, la teoría de “lo trascendente de lo cotidiano”; no es casual que, aun cuando no hubiera sido solicitud expresa por ninguna vía, quedaba visualizada la urgencia de estudiar, entre otras muchas subvaloradas por cotidianas o por disímiles prejuicios, la cultura culinaria.


Con mi compañero Lic. Jorge Manuel Perera Fernández, pude aportar resultados de investigación al respecto que titulamos La cultura culinaria en la identidad de las comunidades (barrios), y que ya en 1996 (entonces estimulados por Gisela Zayas, historiadora municipal de la Asociación Culinaria de Cuba) fue seleccionado y felizmente debatido en el XII Simposio de la Cultura de la Ciudad de La Habana (noviembre) y en el Encuentro Provincial de Culinarios de la Ciudad de La Habana, así como en el IX Simposio Internacional sobre el Hecho Folklórico en 1997, año cuando además, obtuvo dos 1eros. Premio de la Ciudad de La Habana: en Comunidad´97, y en el 1er. Festival de Identidad Habanera. En 1999 pudimos publicar un breve resumen homónimo en La Plaza Curiosa (# 13), suplemento a nuestra propia iniciativa que a la sazón tenía la Gacetilla Municipal (digital) de nuestra Dirección Municipal de Cultura y que aun sin informáticos en el sistema, asumíamos personalmente por Investigaciones. El éxito de la novedad reconocida llevó entre otros muchas consecuencias, a que el 24 de octubre del 2002 integráramos (yo como Presidente) el Jurado del Taller Provincial de Técnicas Culinarias con sede en El Castillito, entre otros eventos similares sobre todo por la Asociación de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) municipal y provincial para otros sectores: Turismo, Educación, Comercio y Gastronomía, Mujeres Creadoras, Comunales y otros; y una revista que se preveía en Miami, Florida, Estados Unidos (Quién es quién en salud) procesara un artículo derivado: De la cultura culinaria: arroz con pollo a la chorrera.

Lo novedoso estribaba en las propuestas integradoras y sistémicas, de metodologías y conceptos para comprender la cultura culinaria como identidad y patrimonio de las comunidades, en una primera historia de la culinaria local. Entre los antecedentes habíamos rastreado trabajos en el resto del país, pero casi nunca rebasan la compilación de recetas por regiones, los valores nutritivos o generalidades culinarias (no desde la cultura) tendientes al tipicismo, sin mayores alcances. Los resultados de este estudio se apreciarán en estas cuartillas, al haber revitalizado e identificado diversas comunidades a partir de su patrimonio culinario, de mayor valor y vuelo aun cuando el estudio de caso ha sido en las más complejas comunidades por metropolitanas y cosmopolitas, en este municipio que nos ocupa, y por ello más difícil de trabajar esta manifestación, complicada por itinerante. Todo ello era nuestra iniciativa al comprender su urgencia, pero no es hasta ahora que nos regocijamos con solicitudes expresas del gobierno (en este caso, municipal) y que por supuesto, estos artículos responden de inmediato.

Lo primero es definir qué entender por cultura culinaria, y sus relaciones con la cultura gastronómica; por culinario se entiende “relativo a la cocina”, y por cocina: Arte de preparar los manjares (además del lugar y el aparato para prepararlos); por gastronomía: “arte de comer bien”… enfaticemos lo relativo de “bien”: al principio se podía entender suculento, de buen gusto… y recordemos lo relativo del gusto, que incluso se suele educar (o mal educar) Más recientemente, podría entenderse comer sano.

En este caso, para “arte” se aplica “método, conjunto de reglas para hacer bien algo; habilidad, talento, destreza. Obra humana que expresa simbólicamente, mediante diferentes materias, un aspecto de la realidad entendido estéticamente…” lo que ya una visión más postmoderna permitiría re enjuiciar a un concepto mucho más integral, que a mi modo de ver asuma la cultura culinaria como el sistema de valores en torno a la ingestión de alimentos; y dentro de ella, la gastronómica como aquella profesional… que es de suponer sea la que indique qué es alimentarnos bien. Por tanto, la gastronómica no debiera integrar la seudocultura o kitsch de la culinaria, en la cual se pueden ingerir seudo-alimentos que no sólo no alimenten, sino que en ocasiones, incluso, dañen… aunque no se excluye la posibilidad de un kitsch gastronómico, al margen de las ciencias y sin que estas constituyan tampoco dogmas que obvien culturas, individualidades, gustos (estética en su sentido más amplio) no menos importantes para vivir... No se pretende absolutizar, sino marcar pautas para debates mucho más profundos.

Al operacionalizar ese concepto, comprendemos que la cultura culinaria no es solamente qué y cómo se ingiere, y cómo se prepara, sino cómo se sirve en cada contexto, rituales e imaginario al respecto, su historia, etc. que debe entenderse en la moral si como tal se entiende el sistema de hábitos (inconscientes, en culinaria son gustos, presentaciones, etc.) y costumbres, aunque como suele suceder, se relaciona con el resto del sistema que es toda la cultura. Si aceptamos clasificar la cultura en material y espiritual, la culinaria (imprescindible sostén tan material como espiritual) es una de las manifestaciones culturales que más desdibuja la frontera entre ambas y fundamenta la polémica sobre tal clasificación, y si no la única, una de las que percibimos por todos los sentidos. Heredada desde nuestros ancestros animales (todo ser vivo tiene su cultura culinaria, aún hábitos inconscientes, gustos, etc.), su cotidianidad inherente para la pervivencia más elemental ha exigido niveles superiores del desarrollo para entenderla objeto de estudio, también por lo difícil de su análisis tan cargado de empirias y subjetividades, y su capacidad de migrar más allá de sus portadores (incluso por epístolas, teléfonos, medios de difusión masiva, etc.) cotidianamente con una dinámica en extremo ágil y cambiante, sobre todo mientras más complejas sean las comunidades, como la dinámica migratoria, turismo, péndulo laboral y el cosmopolitismo en general, identifican.

No obstante, este estudio logró establecer entre otras metodologías, una clasificación que señala (tanto recetas como costumbres):


1. Las oriundas de comunidades (o instituciones en dichas comunidades, al margen de su grado de representatividad de ellas) y

2. Las que sin ser oriundas, sí las han identificado por una u otra razón.

3. Aquellas que portan raíces étnico-nacionales, religiosas, conmemorativas (a menudo tradicionales, festivas o no, sin olvidar las funerarias) o similares de grupos sociales concretos;

4. Las cotidianas que homogenizan y se repiten en mayor o menor grado, siempre casuística y relativamente;

5. Las que emanan de los nuevos tiempos bien sea por culturas ambientalistas cada vez más urgentes o necesidades de salud (vegetarianos, dietas ante enfermedades, etc.), ocasionalmente por diplomacia, o por las escasez durante las crisis, o hasta por simple inventiva y creatividad que en ningún caso se puede obviar que parten de tradiciones, como todo lo actual.

6. Y entre las “nuevas” (siempre relativamente), las que resultan de la transculturación de las anteriores, y como todas ellas, suelen variar incluso, según cada familia y cada individuo y según momentos de cada individuo, tanto por sus gustos en hábitos y costumbres como por sus necesidades, maneras (incluye talentos, contextos de inspiración y otras habilidades y posibilidades) para su preparación, etc.
 

El imaginario ha reducido al tipicismo la culinaria cubana en el congrí con puerco y yuca con mojo… nada de lo cual es endémico cubano, aunque esto por supuesto, no niega su cubanía: ningún grupo humano es endémico cubano, ni siquiera americano. Pero la cultura culinaria cubana es infinitamente más rica, también porque mucho más rica es la etnicidad cubana. Sin pretender agotar el panorama nacional (pero indispensable al municipal) de las diversas culturas precolombinas que por milenios habitaron Cuba, fue que todas las demás etnias aprendieron a sobrevivir aquí en su adaptación al nuevo entorno ecológico que les proveía de nuevos alimentos y su preparación. A valores endémicos como numerosas frutas (guayaba, etc.); jutías y pesca, entre otros, se agregan los importados por los precolombinos: el casabe de su yuca amarga desde Sudamérica; y del resto americano, pavo y cacao (aztecas), maíz, papas…

España (tan diversa) no gustaba de comidas secas, importa jamones y determinados vinos; una monografía Asturias-Cuba (Couceiro y Perera, 1994) detectó en Cuba sus frituras, fabadas (en bable, haba o faba: frijol blanco); guisante (arbeyo), pote, pimientos rellenos, empanadas de pollo, ternera, chorizo, lomo, langosta, cualquier pescado… fermentaban frutos, guisaban con grasas animales, callos, carnes empanadas, sidra, arroz con leche (hasta rondas infantiles) tocinillo, natilla, frixuelos (hot cake pero más arepas y más delgadas), suspiros (torticas de Morón, en Cuba alguna mermelada adorna para el polvorón camagüeyano y como suspiro, los bombones), fariña (polenta, o sea: harina de maíz con leche), casadiellas (panqué con pasas y avellanas molidas y fritas), rosquillas, torrejas, migues (bolitas de pan en potajes, el puré africano en Cuba las fríe), todo del cerdo con rituales de sacrificio (más aprovechable en cuarto menguante; degenera al sadismo antiambientalista), cervezas (en Puentes Grandes –nuestro sur municipal-, fundarían La Polar y La Tropical); la colonización importó diversos ganados, aves de corral, salinas y caña de azúcar desde la India, arroz desde Filipinas por musulmanes a África y a España, arroz amarillo…

De África: plátano, ñame, malanga, quimbombó, gallina de Guinea, harina con cangrejo, salsas, algunas frituras, mezclar arroz con otros alimentos; del Congo: zambrila o sambrila (chatino cubano, en Pinar del Río: ambuila); fufú bantú-inglés durante la trata negrera; Nigeria: arroz amarillo picante. En el siglo XVIII entran franco-haitianos, el mango, café y congrí: luchan el café (revolucionarios franceses, triunfará hasta infusión nacional) contra el chocolate (la colonia); el cafetal simboliza progreso, de esclavitud menos severa que los cañaverales. Del frijol congo (colorado, entonces nos llega) con arroz (ris en francés) surge el congrí (créole), mientras que en Cuba era con frijoles negros llamados “moros y cristianos” (arroz moro) por influencia hispana, donde se llamaba “fiesta valenciana” para conmemorar victoria cristiana. Como en Cuba, en India se hacen mariquitas, y en Brasil algunas formas de preparar pollos y pescados, y a sus descendientes de africanos se atribuye el arroz con pollo.

Se ha dicho que Cuba se identificaba más por la forma de cocinar, que por el alimento en sí, dados los cocineros africanos y chinos (y sus descendientes en transculturación) para paladares europeos transculturando en nuestra ecología cubana (donde radica lo único endémico y hasta autóctono), sin olvidar los tantos europeos humildes y sus descendientes que tenían que cocinarse con ingredientes cubanos y lo que asimilaban de otras etnias; así por ejemplo, el chilindrón y la forma de asar el puerco; buñuelos, garapiña, cascos de toronja, de naranja, de guayaba, dulce de naranja en almíbar… el sancocho para esclavos en algunas regiones se conocía como funche con harina de maíz o plátano o boniato con carne salada o bacalao, y azúcares (quedan en el hábito cubano) con requerimientos dietéticos al trabajo y sicológicos pues su permitida abundancia dejaba sensación de hartazgo; tasajo y bacalao (comida típica del esclavo) pasa a ser plato nacional cuando al tasajo se le agrega boniato al abolirse la esclavitud (1886), de la que se hereda la costumbre según regiones y sectores de no desayunar sino algún reconstituyente energético (según Moreno Fraginals): café, aguardiente de caña, etc. Según Jaime Sarusky, para Nitza Villapol la comida criolla cuaja cuando al ajiaco se le deja de echar garbanzos.

Cuba se considera de los países tropicales que menos picante emplean (por tanto, más saludables), a diferencia de África. A la cocina francesa (repostería –pastelería-, salsas –ejemplo: mayonesa-, gusto por mariscos tan afín a nuestra identidad ecológica y tradiciones precolombinas, versiones como del chocolate, el bon-bon, también suizo…) se agregaría paulatinamente la de EUA y otras, como los gustos italianos por las pastas y helados, y la gaceñiga que se crea para homenajear a la diva homónima italiana; la vida mambisa exigió también en la culinaria, una nueva cultura: qué, cómo y cuándo podían comer. El aliñado se prepara al conocerse el embarazo, se brinda a quienes visitan al recién nacido y se sirve cuando éste cumple sus 15 años, como si resguardara ese momento; la cultura comercial culinaria es la que más alimenta al pregón, e incide también en las identidades comunitarias.

En Matanzas por ejemplo, Nora Hernández “Chiquitica” a fines del siglo XX, había detectado cientos de recetas de las más diversas comunidades de todo tipo: residenciales, étnicas (españolas, africanas, chinas, francesas, italianas, coreanas…), religiosas, etc.; similar fue María Teresa Torres Coello, en Bauta (1984); pero hay muchas más en todo el país, según los aportes de cada etnia y en cada comunidad¬¬: se condimenta distinto en Oriente (influencia francesa), en cuya diversidad está el pru; el congrí oriental (Baconao); el coco (a veces con naranja) y chocolate en pasteles y cucuruchos, choco-coco y coco-leche en Baracoa; los frijoles dulces y el dulce de ají en Yateras; el cerdo a la santiaguera, el paricel de Manzanillo y un vasto etcétera, apuntando a nuestra rica diversidad comunitaria; en Camagüey gusta mezclar salado con dulce y ensalada (tomates, verduras) con azúcar o pedacitos de guayaba en el arroz, y se citan la caldosa tunera, el mollete melenero, la panolla matancera, etc.

Todo ello no hace sino aproximar remotamente aun, a la infinita diversidad culinaria por diferentes comunidades de todo tipo en toda Cuba, lo que se comprueba mucho mejor en un estudio de caso: en nuestro municipio Plaza de la Revolución (apenas 11,82 Km cuadrados), logramos detectar cientos de platos identificativos, muchos de ellos originales.

Limitándonos a la cultura culinaria humana, esta se aprecia en sus diversos grupos, y los restos precolombinos en estas costas implican su culinaria antes referida (al menos pesca, tradicional durante milenios hasta hoy, a pesar de la contaminación actual; entre otras comunidades pescadoras se cita Bongo y Gavilán, a la altura del actual Fanguito, siglo XIX; almiquí al oeste, y foca tropical al este), incluido el río hoy Almendares único de agua potable por el que pudo sobrevivir el Bosque (ecología: frutas, aves, peces, reptiles, anfibios, etc.) y toda aquella Habana, primero por chalupas y luego la Zanja Real (1592) a cuyo paso proliferaron aves de corral, frutales, diversos ganados y cultivos, ingenios azucareros (ya el primer trapiche cubano a fines del siglo XVI en Puentes Grandes; en 1716, una “estancia” para “factor” inglés para ello son raíz y topónimos a la comunidad consecuente, igual que entonces el ingenio San Antonio Chiquito para su comunidad entre hoy Paseo y Cementerio; otro hacia la Chorrera en el XIX de colonos asiáticos, y aun al iniciar el siglo XX en 11 y C, pleno reparto Vedado, un ingenio molía cañas) y demás; en la costa hacia la Chorrera, hubo una salina. A la pesca local, la colonización agregaría mariscos y afines del resto de Cuba y otros países, no sólo para nuestras costas.

Al surgir la Necrópolis de Colón (1871) y su calle Zapata para comunicar con La Habana, en hoy Zapata y A se instala una bodega para abrevar los mulos de los carros mortuorios y por módico precio, vendía pan con guayaba, que por llegar la guayaba envasada en tren inglés marca Timber, comenzó a llamarse “pan con timba”, nombre que se le dio al barrio marginado consecuente. El IX Fórum Municipal de Cultura (2006) con sede en este casco histórico de La Timba (Zapata y A), ofreció el “pan con timba” como plato identificativo local.

Mirta Proenza cualifica estas barriadas costeras (Carmelo, Vedado y Rampa) por la cocina francesa y norteamericana, y el extremo sur (sobre todo Aldecoa y Puentes Grandes) por la “cocina criolla”; no obstante, recordemos que lo francés y otros, como África y España, transculturan igualmente a “otro cubano” nunca homogéneo, con múltiples interinfluencias; la elaboración de carbón a orillas del río indica cómo estas comunidades cocinaban entonces.

Al norte, con el apogeo del Carmelo (1859) y El Vedado (1860; cada baño del Vedado desde 1864 calles E –Baños- y D, implicaba también su cultura culinaria) el Hotel Trotcha (1886-casi 1930) logra traer al reparto consecuente (Línea al mar, y Paseo allende el río, hasta que la calle 12 lo divide) en El Carmelo, el Canal de Albear; famoso (además de por las personalidades que lo frecuentaron y otros valores) por su alta cocina francesa y su restaurant-bar entre jardines (aporte del Carmelo) que invitaban a la siesta tras delicioso manjar criollo o francés; arrendado por un francés con otras dependencias, recuérdese que Buenaventura Trotcha era catalán, y Cataluña es transculturación franco-española; y todo “no español” (los catalanes fueron cuestionados por la corona al no querer cederles su ermita en la actual Plaza para hospital), en particular lo francés por su Revolución, era un paso a “lo cubano”. Casi competencia local, a fines del XIX, al hotel Arana en La Chorrera (donde hoy está el Restaurante 1830) acudían por su peculiar arroz con pollo “a la Chorrera” (los jóvenes revoltosos, además, le rociaban cerveza) que aquí nació entonces con raíces en un arroz valenciano. Al este costero (Vedado), en El Rancho de Mariscos nació una “caldosa (¿raíz tunera?) de mariscos”, según Conrado Chaviano, aun en pleno siglo XX, cuando tanta riqueza culinaria se potenciará mucho más.

ver: Papel de las instituciones en la culinaria comunitaria en nuestro municipio, por Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez

 

Dr. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez
vely175@cubarte.cult.cu

Publicado, originalmente, en el Boletín Cultural "El Almendares"

Dirección Municipal de Cultura Plaza de la Revolución
Boletín # 92, junio del 2010

El presente artículo deriva de la investigación titulada La Cultura Culinaria en la Identidad de las Comunidades, Investigación en coautoría con el Lic. Jorge Manuel Perera Fernández.

Seleccionada y debatida en el XII Simposio de la Cultura Ciudad Habana, en noviembre de 1996, y ganó el 1er. Premio Comunidad’97; y también el 1er.Premio en el Festival de Identidad 1997


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

 

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