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En los últimos años, la moda historiográfica de revisar los años ’70 ha
encontrado un costado novedoso: los análisis de género. Sin embargo, los
trabajos presentan muchos problemas, desde metodológicos hasta
políticos. Invariablemente, todos arriban a la misma conclusión:
cuestionar la militancia revolucionaria. |
en cuenta los problemas de género, por la “presión” de un ingreso masivo de mujeres en sus filas, y que aún así no lo hicieron “ni siquiera con respeto”. Así, la participación femenina no solo no habría sido perseguida como una política conciente del partido, sino que se habría producido en contra de sus propios deseos. Esta lectura sobre una presunta presión se extiende a todo el período de análisis y así se entiende la creación del Frente de Mujeres, una decisión tomada “casi a regañadientes” (Pozzi dixit) por el Buró Político en 1973. En este caso, la creación del frente apuntaría a incorporar a la mujer obrera como medio para llegar, a través de su influencia, al resto de la familia y al hombre, quien sería el verdadero objetivo del PRT. Dado que dicha experiencia no logró superar los marcos de las regionales de Buenos Aires y Córdoba, Pozzi imagina que “el PRT-ERP no tenía ni idea de cómo encarar el tema y, sobre todo, de cómo convencer a las distintas regionales de que esta orientación debía ser aplicada con la misma fuerza que cualquier otra”[1]. ¿Las pruebas de todo esto? Si las encuentra, avise. Posteriormente, una de las autoras que desarrolla los estudios de género sobre el período cree haber corroborado este punto al dar con dos, de cuatro entrevistadas, que señalan que a las mujeres no les “daban bola” y que en general “el tema de las mujeres era tomado muy a la ligera (…) no se hacía un análisis de la mujer dentro de la organización o dentro de la clase (…).”[2] Muy endeble evidencia para sostener tamaña afirmación. Esto nos conduce al problema metodológico de los límites de las fuentes orales. En todos los trabajos encontramos militantes que plantean la existencia de problemas de género en sus organizaciones y otras que dicen exactamente lo contrario. ¿Cuál de los testimonios tiene mayor peso para definir si las organizaciones eran machistas o no? El problema que enfrentan estos trabajos es que, al darle a la fuente oral un valor superior al de cualquier otra fuente, no pueden resolver esta contradicción. O la resuelven según su propio prejuicio, otorgando sin ninguna justificación mayor carga de verdad a los testimonios que afirman lo que quieren escuchar: que la izquierda de los ’70 era machista. Existiendo documentos escritos de las organizaciones que abordan el problema, y frentes femeninos en donde estas posiciones debieron tener un desarrollo, uno esperaría un abordaje en profundidad para complementar la información de las fuentes orales, pero no sucede así. Pozzi también promueve una forma negativa de leer el documento Moral y proletarización analizado en su libro, donde el PRT postulaba que “[los hombres] debemos comprender que nuestra pareja o nuestros hijos no son objeto de nuestro placer o nuestras necesidades, sino sujetos, personas humanas integrales (…) Si comprendemos esto, lograremos un presupuesto básico para comenzar a avanzar en este terreno: la absoluta igualdad entre los sexos”. Además, sancionaba, entre otras cuestiones, que “los compañeros, tanto los que constituyen parejas como los que no, compartirán todos los elementos de la vida cotidiana (…) compartiendo sus recursos a través de un fondo común y rotativamente las tareas domésticas”. A pesar de esto, Pozzi señala que el documento presenta un planteo estrecho y limitado de la cuestión de género. Señala además que el texto sería “machista” por estar dirigido al militante masculino, aunque si su propósito fuera combatir el machismo, ¿qué mejor que interpelar directamente a los compañeros? Así, el resultado para Pozzi sería que “la organización tendía a minimizar la lucha por la igualdad de géneros (o sino a disfrazarla bajo el planteo ‘todos somos militantes’ lo cual reproducía una cierta discriminación de hecho al no reconocer la especificidad de cada género y de tender hacia la homogeneización en torno a criterios masculinos)”. Sin embargo, nuevamente, el planteo carece de evidencias que lo respalden. Moral y proletarización, un folleto de gran circulación en donde el máximo dirigente de la organización plantea ciertas ideas que, aún con sus limitaciones, buscaban combatir el machismo, debiera ser tomado al menos como un llamado de atención antes de postular que para el PRT la cuestión de género no tenía ninguna importancia.
Esta es la línea que Pozzi legará a los “estudios de género”
posteriores: la hipótesis de que las organizaciones de izquierda en los
’70 no asumieron la defensa de la igualdad de género, y la obsesión por
dar por probada dicha hipótesis aún cuando hechos, documentos y
testimonios la pongan en cuestión. No negamos que las organizaciones
revolucionarias de los ’70 pudieran reproducir prejuicios machistas y
que, en ese aspecto, no hubieran logrado despegarse de los arraigados
patrones culturales de la sociedad que intentaban transformar. El
problema es que estos trabajos no logran probarlo, y en el empeño en
sostener estas premisas muestran, más que una vocación crítica, el
intento de cuestionar con cualquier pretexto a las organizaciones de
izquierda. Un rasgo más propio de un fundido, que de un científico. Del mismo modo toman como discriminación de género las críticas que pudiera recibir cualquier mujer respecto de algún aspecto de su actividad militante. Suelen confundir la crítica política (que tranquilamente podría haber recibido un hombre) con un cuestionamiento de género, cayendo en el absurdo de pretender que no se discuta la actuación de ninguna mujer en la organización porque eso sería “machista”. Nuevamente, las propias entrevistadas suelen comprender mejor la situación que los autores. El balance de una compañera criticada por el carácter “asistencialista” que estaba tomando su militancia asume que “eso no significó que yo me sintiera discriminada como mujer, porque discutía de igual a igual (…) En ese sentido ser mujer no tenía nada que ver”[5]. Otro ejemplo es el modo en que se aborda el problema del acceso a la dirección del partido. En general, se sostiene que las mujeres no ascendían por su condición de mujeres y que, cuando lo hacían, era por “ser la mujer de…” En efecto, Paola Martínez retoma esta hipótesis y asevera que “seguramente la competencia política y militar de estas mujeres era destacable pero cabe suponer que otras mujeres con similares o mejores características debieron militar en el PRT-ERP. En este sentido, seguramente lo que determinó su acceso a puestos de dirección no fueron, exclusivamente, sus capacidades como militantes.”[6] Demasiadas suposiciones para un trabajo que se pretendecientífico… Ya Pozzi había tratado el problema, que le discutió uno de sus entrevistados, un “antiguo miembro del Comité Central” que señalaba que la razón de la escasa presencia de mujeres en dicho nivel se vinculaba con un menor grado de desarrollo político que solían presentar las mujeres. ¿Por qué asumir, sin ninguna otra evidencia, la hipótesis del “machismo” antes que la de la capacidad política? Claramente, existe un sesgo anti-partido que define cada “situación dudosa” en contra de las organizaciones de izquierda.
Las hipótesis, sin embargo, son cuestionadas por la propia evidencia que
presentan. No solo porque hay documentos escritos, como Moral y
proletarización, con reivindicaciones de género y porque la mayoría de
las entrevistas no manifiesta ninguno de los problemas que estos autores
señalan, sino porque hay experiencias concretas, como los frentes de
mujeres creados por Montoneros y el PRT-ERP, que como mínimo deberían
estudiarse con más cuidado. Aunque no necesariamente los frentes de
mujeres desarrollaron la lucha por reivindicaciones de género, su
existencia muestra que algún tipo de importancia se le daba a la
cuestión. ¿Cómo hacen las autoras que trabajan estos temas para seguir
sosteniendo entonces sus hipótesis? Responsabilizando a las
organizaciones de los “fracasos” de estas iniciativas, que terminaron
disolviéndose: la Agrupación Evita[7], de Montoneros, luego del pase a
la clandestinidad en 1974; el Frente de Mujeres del PRT [8] a fines de
1975. Ambos hechos son atribuidos a la poca importancia que las
organizaciones le daban al problema de género, sin ninguna evidencia más
que la propia especulación. No se considera importante, por ejemplo, que
con el pase a la clandestinidad de Montoneros se relegaron todos los
frentes de superficie, ni que el PRT en 1975 privilegió la lucha en el
monte tucumano. Tampoco el avance de la represión paraestatal ni las
dificultades para mantener el trabajo político en esas condiciones
aparecen como explicaciones centrales. Por H o por B, siempre el
problema es el “machismo” de la izquierda en los ’70.
Un elemento frecuente de desaprobación de la militancia setentista
refiere a que en los ’80 las ex militantes habrían podido desarrollar
las reivindicaciones de género que las organizaciones revolucionarias no
les habían permitido plantear. Como afirma Marta Vassallo:
Afortunadamente (para las autoras) la ampliación ulterior de la
“conciencia feminista” se combinó con el rechazo a la estrategia armada
de los ’70. Así, se les abría a las “sobrevivientes” la posibilidad de
revisar y plantear la cuestión de la discriminación sexista de la que
habrían sido víctimas en sus respectivas organizaciones. En este punto
resulta preciso reparar en la trayectoria política de las mujeres cuyo
testimonio es recogido para estudiar los ’70. Como anticipamos, en su
mayoría se trata de actuales militantes feministas o activistas de ONG
que, según afirman las autoras, toman ambas experiencias militantes como
dos etapas completamente separadas de su vida. Tal es el caso, por
ejemplo, de Verónica G. El retorno a la Argentina en el año 1984 implicó
retomar su profesión de abogada sindical, y terminar conformando una ONG
dedicada a las problemáticas de las mujeres trabajadoras, especialmente
a resolver situaciones de violencia doméstica. “Así, el feminismo se
iría colando subrepticiamente en su cotidianeidad y en su actividad
profesional, hasta convertirse en una nueva militancia que ya poco
tendría que ver con sus pasos iniciales por las células armadas.” Sin
embargo, Verónica rescata positivamente su experiencia “guerrillera”,
por lo cual las autoras, en lugar de revisar sus hipótesis, afirman que
“ese feminismo no redunda demasiado en un re-pensar el lugar asumido por
las mujeres y por ella misma en las relaciones entre sexos dentro de las
organizaciones político-militares” [12]. Distinto es el caso de
Alejandra, uno de los testimonios de Mujeres guerrilleras más retomado
en los trabajos, precisamente por el énfasis con que la entrevistada
cuestiona absolutamente todo de la militancia revolucionaria, desde los
“sacrificios inútiles” hasta el hecho de que dejara poco espacio para
“tirarse debajo de un árbol y mirar el cielo”[13]. Esta militante
cuenta cómo al llegar a Suecia, desesperada por su situación laboral y
con dos hijos que alimentar, recibió el sostén material que brindaba
CARITAS y comenzó a “revisar” varios de sus postulados ideológicos.
Estamos claramente ante una mujer que modificó a tal punto sus ideas
políticas que reniega de todo su pasado, lo que no se problematiza a la
hora de utilizar su testimonio como fuente para la investigación del
problema de género en las organizaciones armadas de los ’70. Este es un
error en que incurren todas las autoras, el de no analizar críticamente
los testimonios y su contextos. Los efectos de la derrota militar y
moral, que operó no solo en las trayectorias de las entrevistadas sino
también en la valoración de su militancia en los ’70, no solo no es
problematizada, sino que se utiliza convenientemente para sostener
hipótesis funcionales a reforzar los efectos de esa derrota.
[1] Véase Pozzi, P.: Por las sendas argentinas…. El PRT-ERP. La
guerrilla marxista, Eudeba, Buenos Aires, 2001, pp. 220-221. |
Ana Costilla
Grupo de investigación sobre la lucha de clases en los ’70
Gentileza de Razón y Revolución - Organización
Cultural
http://www.razonyrevolucion.org
Publicado, originalmente, en El Aromo Nº 76 s/f
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